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¿Por qué lo prohibido siempre resulta tan tentador? Bella Keating es una experta en algoritmos y, en su tiempo libre, está desarrollando una fórmula para encontrar a su pareja ideal… Hasta que un día hereda un equipo profesional de la NFL de un padre al que nunca conoció. Aunque la herencia por sorpresa supone un gran reto, lo que realmente le rompe los esquemas es la insistente presencia del quarterback del equipo. Christian Knox es guapo, seductor y su algoritmo diría que no son nada compatibles. Pero ¿quién dijo que la ciencia nunca se equivoca? Una novela adictiva de la autora best seller del New York Times y el USA Today
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Seitenzahl: 441
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Portada
Página de créditos
Sobre este libro
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Epílogo
Agradecimientos
Sobre la autora
V.1: febrero, 2025
Título original: The Game
© Vi Keeland, 2022
© de la traducción, Azahara María Martín Santamaría, 2025
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2025
Todos los derechos reservados.
Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Imagen de cubierta: iStock - 4x6 | Freepik - valeniastudio
Corrección: Gemma Benavent, Celeste Bustos, Maite Martín
Publicado por Chic Editorial
C/ Roger de Flor, n.º 49, escalera B, entresuelo, oficina 10
08013, Barcelona
www.chiceditorial.com
ISBN: 978-84-19702-42-5
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Bella Keating es una experta en algoritmos y, en su tiempo libre, está desarrollando una fórmula para encontrar a su pareja ideal… Hasta que un día hereda un equipo profesional de la NFL de un padre al que nunca conoció.
Aunque la herencia por sorpresa supone un gran reto, lo que realmente le rompe los esquemas es la insistente presencia del quarterback del equipo. Christian Knox es guapo, seductor y su algoritmo diría que no son nada compatibles. Pero ¿quién dijo que la ciencia nunca se equivoca?
Una novela adictiva de la autora best seller del New York Times y el USA Today
«Una trama brillante. No importa cuántos libros de Vi Keeland hayas leído, siempre te sorprende.»
Paula Loves Her Books
«Al final…
Solo nos arrepentimos de las oportunidades
que no tomamos, de las relaciones que temimos
tener y de las decisiones que tardamos
demasiado tiempo en tomar».
Lewis Carroll
—Sigo sin creerme que todo esto sea tuyo… —Miller agachó la cabeza para mirar por la ventanilla del copiloto desde el asiento del conductor.
—No es todo mío, el veinticinco por ciento es propiedad de un grupo inversor.
—Da lo mismo. Sigues siendo la reina de ese castillo. ¿Estás segura de que no quieres que entre contigo?
Eché un vistazo al imponente edificio.
—Agradezco la oferta, pero creo que debo hacer yo sola.
—Vale, pero no tengo que ir a la oficina hasta esta tarde, así que, si cambias de opinión, llámame. —Me guiñó un ojo—. Tal vez necesites un asistente que entre al vestuario antes que tú y se asegure de que esos futbolistas sudorosos están vestidos.
Me incliné, le di un beso en la mejilla a Miller y sonreí.
—Eres muy generoso. Gracias por traerme.
Abrí la puerta del coche y me detuve a respirar hondo mientras observaba el imponente estadio. A lo lejos vi a un chico con una sudadera con capucha que llevaba lo que parecía una docena de cajas de pizza.
Miller señaló.
—¿No deberías entrar por un acceso distinto al de los repartidores?
—No tengo ni idea, pero si mis adorables hermanas tienen algo que ver con esto, estoy segura de que la entrada me llevará directa a una mazmorra.
—No dejes que esas idiotas ricas y mimadas te intimiden. Y ponte bien las malditas gafas. Vuelves a llevarlas torcidas.
Suspiré y me subí las gafas por la nariz.
—Lo haré lo mejor que pueda.
El trayecto desde el aparcamiento hasta la entrada del estadio de los Bruins fue muy parecido a caminar por el tablón de un barco pirata, sobre todo porque sabía que había tiburones esperándome en el interior. Cuando llegué a la puerta, vi unas cuantas personas que pululaban por la zona con cámaras. No sabía si estaban allí por mí, ya que últimamente había reporteros acampados frente a mi apartamento, o si tal vez habían acudido porque los jugadores entrenaban hoy. Pero agaché la cabeza para evitar el contacto visual y seguí caminando hasta que estuve a salvo en el interior. Un guardia de seguridad me detuvo cuando entré en el edificio.
—¿Puedo ayudarla?
—Ummm, bueno, trabajo aquí.
—Nunca la he visto. ¿Es nueva?
Asentí con la cabeza.
—Técnicamente, es mi primer día.
Cogió una libreta.
—¿Nombre?
—Bella Keating.
Escudriñó la lista y señaló la máquina de rayos X, a unos pasos de allí.
—Como en el aeropuerto. Tiene que sacar el teléfono móvil, el portátil y cualquier otro dispositivo electrónico del bolso antes de dejarlos en la cinta de la máquina. Cuando lo haya hecho, espere a que la llamen en la línea amarilla para pasar por el detector de metales.
Seguí las instrucciones y puse el teléfono móvil en una pequeña bandeja redonda antes de colocar el portátil en otra gris más grande. Al otro lado del detector de metales había dos guardias de seguridad que hablaban mientras yo esperaba en la línea amarilla. De lejos, vi cómo el chico de las pizzas de la sudadera con capucha se detenía a hablar con una mujer. Ella se atusó el cabello y se rio por algún comentario de él antes de meterse en el ascensor y desaparecer. Unos segundos después, las puertas del ascensor de al lado se abrieron y un joven con traje salió del interior. Llevaba la nariz enterrada en el teléfono mientras caminaba hacia la zona de seguridad. Cuando por fin levantó la vista, abrió los ojos de par en par y su caminar tranquilo se convirtió en un esprint. Eché un vistazo detrás de mí y me pregunté hacia quién corría.
—¡Señorita Keating! Siento llegar tarde. —Frunció el ceño a los dos guardias de seguridad que, hasta ahora, me habían ignorado mientras citaban estadísticas del partido del fin de semana pasado y yo esperaba pacientemente en la línea amarilla, como me habían indicado—. Disculpa, ¿sabes quién es la persona a la que has hecho esperar?
El guardia que había comprobado mi documento de identidad se encogió de hombros.
—Se apellida Keating, ¿no? Es nueva.
El chico del traje puso los brazos en jarras y negó con la cabeza.
—¿Y cómo se llama la nueva propietaria del equipo? ¿La persona cuyo nombre estará en tu próxima nómina?
El guardia abrió los ojos de par en par.
—Santo cielo. ¿Usted es la señorita Keating?
Vacilé antes de asentir con la cabeza.
—Sí, soy Bella Keating.
—Lo siento mucho. —Me agarró del codo y me guio para que pasara por el detector de metales. El aparato pitó mientras lo atravesaba y me detuve, pero el guardia me hizo un gesto para que siguiera adelante—. Está bien, no es necesario que pase por seguridad.
El joven del traje negó con la cabeza.
—Lo siento, señorita Keating. No la esperaba tan pronto. Solo había bajado para asegurarme de que el equipo de seguridad supiera que vendría hoy y pedirles que me llamaran en cuanto llegara. —Extendió la mano—. Me llamo Josh Sullivan, soy su asistente. Es decir, era el asistente del señor Barrett. Hemos hablado por teléfono varias veces.
—Oh, claro… Josh. —Sonreí—. Es un placer conocerte en persona.
—¿Le gustaría que le hiciera una visita guiada por el estadio o prefiere ir directamente a su despacho?
Teniendo en cuenta que ni siquiera sabía si dispondría de uno, supuse que ese sería tan buen lugar como otro para empezar.
—Sería genial ir al despacho.
Josh hizo un ademán para que pasara primero. Di algunos pasos, pero entonces recordé que había dejado las cosas en la máquina de rayos X y que no las había recogido. Comenté:
—Casi olvido mis cosas.
En el ascensor, Josh insertó una tarjeta en una ranura del panel de mandos.
—Para acceder a las suites ejecutivas hace falta una tarjeta de seguridad. En su despacho encontrará un juego y un montón de llaves que necesitará.
—Gracias.
La última planta de las suites ejecutivas no tenía nada que ver con mi antigua y sucia oficina. Los luminosos pasillos estaban decorados con fotografías enmarcadas de jugadores en acción y una serie de premios y reconocimientos. Cuando llegué al final del pasillo, Josh se sacó las llaves del bolsillo y abrió la puerta.
—Ya estamos. —Empujó la puerta para abrirla, pero se hizo a un lado para dejarme pasar.
—¿Esto es un despacho?
Se rio entre dientes.
—Sí, y es todo suyo.
Caminé hacia la larga pared acristalada que daba al estadio. Algunos jugadores estaban abajo, en el campo, haciendo estiramientos.
—Sabes que le he pedido a Tom Lauren que se quede como presidente interino del equipo, el cargo que ocupa desde la muerte de John Barrett, ¿no? Soy la copresidenta, pero eso es solo un cargo. Tengo mucho que aprender. Así que tal vez Tom debería quedarse con este despacho.
Josh sonrió.
—El suyo no está nada mal. Se encuentra al final del pasillo. Le he programado una reunión con él a las once, y a las doce y media tiene un almuerzo con el personal. Luego, a las cuatro, cuando acabe el entrenamiento, podrá saludar al equipo en una charla rápida. Aproveche el resto del día para instalarse.
—Vale, fantástico.
—Por cierto, ¿prefiere una agenda electrónica, una de las de toda la vida o las dos?
—Preferiría de las de toda la vida, si no te importa.
Sonrió de nuevo.
—Su padre también. A veces, la vieja escuela simplemente funciona mejor.
Asentí. Llevar una agenda de papel con un boli no era tan excepcional, pero me aferré a esa pizca de información sobre John Barrett. Sabía muy poco de él, pero tenía la sensación de que, ahora que estaba aquí, eso cambiaría pronto.
Josh se dirigió hacia la ventana.
—El entrenamiento comienza a las diez, así que esto se llenará pronto. —Señaló el escritorio más grande que jamás había visto—. Le he pedido un ordenador nuevo y le he instalado el portal de gestión del club. Le dará acceso a todo lo que quiera saber sobre el equipo y los atletas: estadísticas por jugador, lesiones, partes médicos, salarios, informes disciplinarios… Ahí dentro hay un documento para todo. —Se dirigió a la puerta que había en la pared de detrás del escritorio—. Aquí tiene un baño privado. Está equipado con una ducha y una sala de masajes.
—¿Una sala de masajes?
—El señor Barrett solía recurrir a los masajistas del equipo. Puedo programarle las citas que desee. —Caminó hacia una estantería que llegaba hasta el techo—. Todos los libros de jugadas del equipo están impresos y archivados, así como los expedientes de cada integrante del equipo. También hay libros sobre posibles fichajes que los reclutadores están siguiendo y uno sobre todos los jugadores de la liga cuyos contratos llegan a su fin en los próximos doce meses. Al otro lado de esa puerta… —De repente, Josh se detuvo. Yo aún tenía los ojos puestos en las decenas de gruesos libros dispuestos en las estanterías. Cuando dirigí la mirada hacia él, sonrió—. Lo siento, hay mucho que asimilar y estoy divagando, ¿no?
—No te preocupes.
—¿Por qué no voy a por un café y le doy unos minutos para que se instale?
Suspiré de alivio.
—Sería genial. Gracias, Josh.
Cerró la puerta tras él y me quedé en el centro del gran espacio. Estar allí era surrealista, y era nada menos que mi despacho. Apenas había vuelto a mirarlo todo cuando la puerta se abrió de golpe y la pesadilla que tenía como media hermana entró en la habitación.
—¿Lista para dejarlo todo? —gruñó Drizella.
Por supuesto, Drizella no era su nombre real, pero Miller y yo llamábamos así a mis medio hermanas, Drizella y Anastasia, las hermanastras malvadas de La Cenicienta.
Esbocé una sonrisa falsa.
—Buenos días, Tiffany.
Ella se burló.
—Vaya chiste. No puedo creer que vayas a intentar dirigir al equipo. ¿Acaso has visto un partido alguna vez?
La ignoré.
—Me alegra que hayas aceptado quedarte. Es evidente que tu experiencia es inestimable.
—Por supuesto que soy inestimable. Porque sé de fútbol, no como tú.
—Bueno, espero aprender mucho de ti. —Sonreí con dulzura.
Durante los últimos dos años, desde que mi vida había dado un vuelco, descubrí que la mejor manera de combatir la maldad de Tiffany era golpearla con amabilidad y cumplidos. Ella solo sabía luchar conmigo. Así que, al cabo de un tiempo, si no mordía el anzuelo, perdía fuelle y se marchaba. Y eso es exactamente lo que sucedió. Se giró y movió su culo demasiado pequeño de regreso hacia la puerta. Mientras lo hacía, pasó el repartidor de pizzas. Era la tercera vez que lo veía y pensé que era un poco extraño.
—¿Quién pide pizza antes de las ocho de la mañana? ¿Qué pizzería está abierta tan temprano?
Tiffany miró por el pasillo por detrás del chico y se giró con una sonrisa malvada.
—¿Quieres ser útil?
Supuse que era una pregunta retórica, pero esperaba una respuesta de verdad. Suspiré.
—Claro, Tiffany.
Señaló el pasillo.
—Ese repartidor de pizza ha acosado a las mujeres. Hace una semana, hizo un comentario sobre mi trasero. Como nueva líder de esta organización, tal vez puedas comunicarle que semejante comportamiento es intolerable.
—Oh, vaya, eso es terrible.
—Por esa razón te sugiero que hagas algo al respecto. A menos que estés demasiado ocupada… O quizá no te importe cómo tratan a las mujeres aquí.
—Claro que me importa.
—Entonces espero saber cómo se desarrolla la conversación. Nos vemos luego en la reunión de personal.
Tiffany resopló y desapareció. Pensé en hablar con Josh sobre el repartidor cuando regresara, pero, un minuto después, el chico con la sudadera con capucha volvió a pasar frente a la puerta. Esta vez ya no llevaba cajas de pizza. Normalmente, temía la confrontación, pero necesitaría acostumbrarme a ello si iba a trabajar aquí, así que salí al pasillo.
—Perdona…
El chico se giró.
Mierda. A esta distancia era realmente guapo.
Se señaló a sí mismo.
—¿Está hablando conmigo?
—Sí. ¿Podemos hablar un momento?
Mostró una sonrisa de anuncio condenadamente deslumbrante. De hecho, puede que le brillasen un poco los dientes. Me pregunto si este chico pensaba que podía decir y hacer lo que quisiera. Aunque está claro que ser guapo no le daba derecho a acosar a las mujeres.
El chico de la sudadera con capucha me siguió al despacho. Me hice a un lado y extendí la mano.
—Pasa, por favor.
Cerré la puerta tras de mí antes de ofrecerle la mano.
—Soy Bella Keating.
—Sé quién eres. He visto tu foto en el periódico. —Me estrechó la mano—. Christian. Encantado de conocerte.
—Obviamente, este no es el tema de conversación ideal cuando conoces a alguien, pero me temo que necesito hablar sobre una queja que he recibido de ti.
Christian arrugó la frente.
—¿Una queja? ¿Qué tipo de queja?
—Una de las empleadas me ha informado de que has acosado a mujeres aquí en los Bruins. Ha mencionado un ejemplo en concreto en el que hiciste un comentario sobre su trasero.
Christian levantó las cejas.
—¿Acosado? No lo creo. A algunas mujeres les gusta flirtear, pero simplemente pierden el tiempo.
—En realidad, eso es un problema común. Una persona cree que está flirteando, pero la otra siente que la están acosando. La línea entre las dos cosas a menudo puede ser difusa. En los Bruins tenemos una política de tolerancia cero hacia el acoso, así que me temo que tendré que pedirte que te abstengas de repartir las pizzas aquí en el futuro. ¿Para qué pizzería trabajas?
—¿Pizzería?
—Sí, me gustaría saber quién es tu jefe.
El chico curvó los labios carnosos en una sonrisa mientras colocaba las manos en jarras.
—¿No sabes quién es mi jefe?
—Si lo supiera, no te lo preguntaría.
Se rio entre dientes y caminó hacia la puerta.
—Me voy. Pero ha sido divertido conocerte, Bella.
No daba crédito ante la audacia de este chico. ¿Se estaba riendo?
—¿Sabes? No encuentro nada divertido el acoso sexual, ni tampoco me tomo a la ligera acercarme a alguien para discutir una queja presentada contra esa persona. No iba a llamar a tu jefe, pero creo que tal vez debería hacerlo, teniendo en cuenta lo frívolo que te estás mostrando.
—Por supuesto, llámala. Seguro que será una conversación interesante. —Abrió la puerta y miró por encima del hombro—. Y, oye, como estoy acosando a la gente, podría decirte que eres mucho más guapa en carne y hueso que en las fotos del periódico. ¿Te gustaría cenar conmigo algún día?
Casi se me descuelga la mandíbula. Antes de poder cerrar la boca, Josh regresó. Levantó la barbilla hacia el repartidor.
—¿Qué tal, Christian? Supongo que has conocido a la jefa.
—Desde luego. Bella quiere saber en qué pizzería trabajo. Tal vez puedas informarla. También le gustaría recibir el número de mi jefa. Tengo que irme. —Christian me lanzó un beso—. Nos vemos, guapa. Por cierto, tienes las gafas un poco torcidas.
Josh me tendió un café y negó con la cabeza.
—Eso ha sido extraño.
—No me digas. —Me ajusté las gafas—. Espero que sepas para quién trabaja.
Josh señaló hacia la puerta.
—¿Christian?
—¿Sí?
—Bueno, ya que ahora eres la propietaria del equipo, supongo que trabaja para ti.
Arrugué la nariz.
—¿El repartidor de pizza trabaja para el equipo?
Josh estudió mi cara.
—Oh, mierda. No tienes ni idea de quién era, ¿no?
—Ehhh… ¿el repartidor de pizza?
—Era Christian Knox. El quarterback titular de los Bruins y el capitán de tu equipo.
Cerré los ojos de golpe. «Voy a matar a Drizella».
* * *
—¿Qué tal tu primer día?
Eché la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas en cuanto cerré la puerta del coche de Miller.
—¿Recuerdas lo que sucedió el primer día que trabajamos juntos en la universidad?
—¿Te refieres al señor de las pelotas grandes?
—El único e inigualable.
—¿Qué pasa con él?
—El error que cometí con él fue menos embarazoso que el de hoy.
En nuestro segundo año, Miller me había conseguido un empleo con él (ofrecía soporte técnico en una empresa de software de nóminas). Antes de empezar, debería haber sabido que era una mala idea. Los clientes llamaban cuando tenían un problema y compartíamos las pantallas para mostrarles los pasos a seguir para solucionarlo. También había un chat en la parte inferior de la pantalla en el que podías ver la foto de perfil del cliente y ellos, la tuya. Tercer cliente de mi turno, un hombre que contacta para pedir ayuda y cuya foto de perfil lo muestra de pie. Lo veía hasta la mitad del muslo. Juro que hasta el día de hoy no tengo ni idea de qué pasaba en esa foto, pero en mi pantalla parecía que tenía unas pelotas gigantes. No me refiero solo a un bulto prominente. Eran dos bolas redondas que trataban de escapar de sus pantalones. Me las arreglé para hablar con él por el chat de atención al cliente, pero antes de que nos desconectáramos, hice una foto a la imagen de perfil con el teléfono para mostrársela a Miller. Entonces creí que me había desconectado de la conversación con el hombre. Ya te imaginarás a dónde lleva esto…
En pocas palabras, procedí a enviarle la foto a Miller por el chat de los empleados donde mantuvimos una larga conversación sobre si las pelotas podían ser tan grandes. Incluso hice cosas como investigar en Google qué condiciones podrían causar inflamación testicular y luego busqué al hombre en las redes sociales para ver si su foto de perfil se había distorsionado de alguna manera o si era así de verdad. No hace falta decir, que, en realidad, no me había desconectado, por lo que el señor de las pelotas grandes había visto todo lo que había hecho en la pantalla antes de llamar a mi jefe. A Miller y a mí nos despidieron y mi primer día se convirtió en el último.
—¿Qué puede haber sido peor que lo del señor de las pelotas grandes?
—Oh, no sé. ¿Tal vez confundir al mejor quarterback de la liga con el repartidor de pizza y echarle un sermón sobre acoso sexual a las mujeres en el lugar de trabajo?
Miller me miró horrorizado y luego volvió a concentrarse en la carretera.
—¿Qué diablos ha pasado?
—Drizella es lo que ha pasado.
—Pero ¿cómo no lo has reconocido? Memorizaste las estadísticas de todos los jugadores del equipo.
—Sabes que las caras y yo no nos llevamos bien. Memoricé los números, no su físico, que, por cierto, es asombroso. La mandíbula de este hombre podría hacer llorar a un escultor.
Miller negó con la cabeza.
—Odio decírtelo, pero ya no haces algoritmos. Tendrás que empezar a prestar atención a la gente. Usa los trucos de siempre cuando necesites poner cara a los nombres.
Hice un puchero.
—No soy una persona sociable. Soy matemática.
—Ya no, princesa. Eres la multimillonaria dueña de un equipo de la NFL.
—Creo que quiero volver a mi antiguo trabajo. Estoy harta de la gente.
Miller se rio entre dientes.
—Mejorarás en eso, te lo aseguro.
—Bueno, bueno, bueno. ¡Mira quién viene por aquí! Has tardado mucho.
Me acerqué al entrenador e iba a extender la mano derecha en un gesto automático cuando me contuve en el último segundo y le ofrecí la izquierda. El entrenador tenía afectado el lado derecho a causa del ictus que había sufrido hacía unos años. Esa también era la razón por la que iba en silla de ruedas.
Nos estrechamos la mano.
—¿Cómo va lo de chupar banquillo? —preguntó.
Le di unas palmaditas en el hombro con la mano libre.
—Me gusta tanto como a ti estar sentado en esta silla, viejo.
El entrenador se rio entre dientes. Marvin Barrett, «el entrenador», y yo llevábamos dándole a la pelota desde mis días de fútbol americano infantil. Había sido mi primer entrenador, pero también era el padre de John Barrett, uno de los mejores jugadores de fútbol americano de todos los tiempos y propietario de los New York Bruins. Bueno, John había sido el propietario hasta que murió de un cáncer de páncreas hacía dos años. Ahora, al parecer, el equipo estaba dirigido por una mujer que me había confundido con un repartidor de pizza y me había echado un sermón sobre el acoso sexual.
—¿Qué tal? ¿Cómo va la recuperación? —preguntó el entrenador.
Me habían operado para unir un ligamento de la rodilla que se me había desgarrado hacía un mes, cuando me lesioné en un partido.
—Estoy bien. Me estoy matando en fisioterapia y no tenía la rodilla tan ágil desde que iba a la universidad. Pero el médico no me dará el alta hasta al menos dentro de tres semanas.
—Estoy seguro de que saben lo que hacen. ¿Recuerdas aquella vez en la que te partiste dos dientes en el tercer tiempo del partido en el instituto? No se lo dijiste a nadie hasta que terminó porque temías que te sentaran durante los últimos ocho minutos. Y, si no me falla la memoria, tu equipo llevaba una ventaja enorme. Tuvieron que ponerte nueve puntos porque te hiciste un buen corte en el interior de la boca. Parecía que te habías comido la hoja de una navaja. El doctor hace bien en no fiarse de que seas capaz de tomar una buena decisión por ti mismo.
Le hice un gesto con la mano.
—¿Quieres salir a tomar algo de aire fresco?
—Sí, ¿por qué no? Pasear contigo es mejor que pasear con un cachorro. Todas las damas quieren detenerse y murmurar palabras de admiración y, desde aquí tengo buenas vistas, justo al nivel del pecho, ya sabes a lo que me refiero.
Me reí entre dientes.
—Sigues siendo un viejo verde.
En el exterior, el entrenador y yo paseamos por el barrio. Tras el ictus, se había mudado a una comunidad residencial con cuidados las veinticuatro horas. Tenía su propia casa unifamiliar y vivía de forma bastante independiente, pero había cuidadores y otros miembros del personal que le proporcionaban una ayuda adicional de vez en cuando. Paseamos por el lago y el parque, donde solíamos jugar a las damas cuando lo visitaba.
—¿Tengo que volver a darte una patada en el culo? —preguntó entre risas.
—La última vez tuviste suerte. Todavía iba muy medicado, así que no dejes que se te suba a la cabeza. Además, incluso una ardilla ciega encuentra una nuez a veces.
El entrenador se rio.
—Veo que sigues siendo un mal perdedor.
—¿Quieres apostar algo?
—Vale, pero no quiero tu dinero. Si gano, me traerás un pastrami con centeno de la tienda de Katz.
—Vale. —Me rasqué la barbilla mientras pensaba en qué iba a apostar—. Cuando gane, llevarás una camiseta con la foto de mi cara y te sentarás en las gradas del equipo visitante en el próximo partido en casa.
—Eso es cruel. —Sonrió—. Me gusta.
Coloqué al entrenador a un lado de la mesa de damas hecha de hormigón y preparé el tablero.
—La edad antes que la belleza. Tú vas primero.
El entrenador deslizó una dama negra hacia delante.
—Entonces, ¿ya has conocido a mi nieta? Se suponía que iba a tomar el mando esta semana.
—Sí. Ayer. Es… interesante.
—Es perfecta. Inteligente y bonita. Se graduó la primera de su clase en Yale. Qué lástima que no pudiera estar orgulloso cuando sucedió, teniendo en cuenta que no sabía que existía en aquel entonces.
Cuando visitaba al entrenador, las conversaciones casi siempre se centraban en los partidos, no en nuestra vida personal, así que sabía lo mismo que la mayoría de la gente a través de los periódicos (que su hijo, John Barrett, le había dejado el equipo a una hija que nunca llegó a conocer en vida y no a las dos que ya trabajaban en el club). Los periódicos siguieron la historia durante más de dos años mientras su familia impugnaba el testamento y, en última instancia, el fallo había llegado hacía solo unas semanas. Así que, desde luego, sentía curiosidad por Bella Keating.
—¿La has conocido? —pregunté.
El entrenador asintió con la cabeza.
—Viene a visitarme casi todos los sábados. La primera vez que lo hizo fue unas semanas después de la lectura del testamento. Buscaba respuestas que no tenía. Como la razón por la que el idiota de mi hijo no reconoció su existencia en vida.
No tenía ni idea.
—¿Cómo crees que va a dirigir el equipo?
—Creo que Bella sorprenderá a todo el mundo. —Movió un dedo torcido—. ¿Sabes? Se dedicaba a desarrollar algoritmos para determinar los patrones de compra de millones de personas. No tendrá ningún problema en aprender un deporte que dos tontos como nosotros podrían dominar. Bella solo necesita salir de su cascarón mental y trabajar en sus habilidades sociales. Lo logrará.
«Habilidades sociales como reconocer a los jugadores de su equipo podría ser un buen comienzo». Me guardé el pensamiento para mí. No sirve de nada criticar a la familia de otro hombre, aunque se trate de un nuevo miembro.
El entrenador movió una dama hacia delante.
—No se parece mucho a sus hermanas, ¿verdad?
En absoluto. Tiffany y Rebecca eran altas y delgadas, con la piel aceitunada, el cabello oscuro y los ojos como los de su padre. Eran atractivas, pero tenían algo de dureza en sus facciones, tal vez la mandíbula angular o los ojos, no estaba seguro. Bella, sin embargo, tenía la piel de porcelana, unos ojos verdes brillantes y el cabello castaño rojizo. Los labios carnosos se curvaban en una bonita y pequeña V en el centro, formando casi un arco. Apenas medía metro sesenta, pero tenía curvas en todos los lugares adecuados. Al pensar en las gafas de montura gruesa y ligeramente torcidas que llevaba, sonreí.
—No, no le he visto ningún parecido —dije—. Si no te importa que lo pregunte, ¿por qué John le dejó el equipo a ella y no a Tiffany y Rebecca?
El entrenador se encogió de hombros.
—Lo único que sé es lo que escribió en la carta que dejó con el testamento: que ellas ya estaban bastante mimadas. No pude estar más de acuerdo. Y se disculpó por no hacerse cargo de Bella mientras lo pasaba mal tras la muerte de su madre, Rose, una señora muy dulce. Trabajaba en el estadio de los Bruins como azafata en los palcos VIP. Es un nombre elegante para referirse a quien tiene que aguantar la mierda de un montón de gente rica y servir bebidas y todo eso a invitados que probablemente no daban ni las gracias. Me encontré con Rose muchas veces a lo largo de los años, pero nunca sospeché que hubiera nada entre ella y mi hijo. Imagino que dejó el equipo a Bella porque se sentía muy culpable y en los últimos meses de vida quiso enmendar esa culpa. Rose y Bella no tuvieron una vida fácil, y Bella sufrió mucho cuando Rose murió, no era más que una adolescente. Pero no te preocupes, a diferencia de mi hijo, Bella es tan valiente como parece. ¿Sabes que se ofreció a cederme el equipo? Tuve que hablar con ella para que no lo intentara también con sus malditas hermanas. Sentía que no debían habérselo legado porque no había hecho nada para ganárselo. —Negó con la cabeza—. ¿Te imaginas a las otras dos pensando que necesitaban ganarse algo? Las quiero, pero mis otras nietas creen que tienen derecho por nacimiento a heredar la Tierra.
No conocía muy bien a Rebecca, pero en cuanto a Tiffany, tenía toda la razón. Unos meses atrás había decidido que tenía derecho a mi polla y me llamó a su despacho para reclamarla.
Empezó a quitarse la ropa como si la decisión de follar fuera solo suya, pero yo no estaba dispuesto. A ver, era atractiva. No habría sido difícil darle lo que quería, pero una mujer como ella nunca está satisfecha solo con un polvo. Requiere muchísimo más de lo que yo estaba dispuesto a dar.
Durante la hora siguiente, gané al entrenador a las damas tres veces. Ahora tendría que llevar una camiseta con mi cara estampada en ella, un dedo gigante de espuma con mi número y mi camiseta colgada de un palo sujeto a la silla de ruedas, izada como una bandera. Aunque la próxima vez que pasara por aquí le traería el maldito sándwich, porque este hombre era más un padre para mí de lo que nunca lo fue mi verdadero padre.
Al final de la visita, me aseguré de dejarlo en el sillón reclinable de la sala de estar antes de despedirme.
—¿Necesitas algo, ahora que todavía estoy aquí?
Negó con la cabeza.
—Todo bien. Pero ¿puedes hacerme un favor?
—Dime.
—De vez en cuando, comprueba cómo está Bella. Imagino que en esa torre de marfil no hay muchas personas contentas con el hecho de que ella dirija el barco. Puede que le venga bien tener un amigo.
Le di una palmadita en el hombro.
—Claro. Veré si le gusta la pizza…
* * *
Dos días después, estaba en la planta superior del estadio para mantener una reunión con Carl Robbins, vicepresidente de relaciones comunitarias. Había previsto realizar unos lanzamientos de pelota al día siguiente por la tarde con algunos niños de la liga juvenil que patrocinaba el equipo, pero el entrenador era muy estricto con respecto a lo que no podía hacer y me había prohibido incluso esa sesión. En su lugar, querían que diera una charla sobre lo difícil que era llegar a la NFL. Carl había escrito algunos puntos clave, como si yo no supiera qué decir a los chicos a pesar de que fui yo el que se las ingenió para llegar hasta aquí. En fin, sabía que tenía buenas intenciones y que algunos chicos del equipo le habrían hecho escribir cada palabra de lo que debía decir en cualquier presentación.
A Carl le gustaba hablar, así que seguía parloteando mientras me acompañaba a la puerta de su despacho al final de la reunión. Salí al pasillo y traté de interrumpirlo de forma educada, pero tuve que mirar dos veces al encontrar a cierta belleza de ojos verdes que venía directa hacia mí. Bella vaciló al andar y eso le dio a Carl alguien nuevo con quien charlar.
—Bella —bramó—. ¿Ya has tenido la oportunidad de conocer a Christian Knox?
Me miró y luego observó a Carl. Supuse que trataba de averiguar cuánto decir, así que decidí divertirme un poco y responder primero.
—De hecho, nos conocimos el otro día. —Sonreí—. Bella me pidió recomendaciones sobre sitios de la zona donde pedir el almuerzo. Le sugerí Three Brother’s Pizza, aunque le dije que quizá no sería recomendable que pidiera comida para llevar, porque el repartidor ha tenido algunos problemas últimamente.
Bella hizo una mueca.
—Hola, Christian. Encantada de verte de nuevo.
—Christian va a dar una charla a la liga juvenil que patrocinamos —la informó Carl—. Todavía estoy preparando el listado que me pediste de los eventos benéficos en los que podrías participar, pero creo que este podría gustarte.
—Es un equipo de fútbol femenino de la ciudad. Además, son muy buenas.
—¿En serio? ¿Un equipo femenino? Eso suena interesante. —Bella señaló con la cabeza en dirección a su despacho—. Tengo una reunión en unos minutos, pero, Christian, tal vez puedas hablarme un poco más sobre ello.
—Por supuesto. —Estreché la mano de Carl y le dije que lo vería mañana por la tarde. Entonces seguí a Bella por el pasillo. No pude evitar maravillarme con su trasero, pero me obligué a subir la mirada tan rápido como pude, no quería recibir otro sermón sobre acoso sexual.
Ya en su despacho, cerró la puerta detrás de nosotros.
—Quizá no deberías cerrarla. —Crucé los brazos sobre el pecho—. No querría que pensaras que estoy tratando de quedarme contigo a solas para poder acosarte.
Bella suspiró.
—Me lo merezco. Y parece que te diste cuenta de que te había confundido con otra persona.
—El repartidor de pizza mujeriego…
—Te debo una gran disculpa. Al parecer, mi medio hermana quería divertirse a mi costa, aunque me hago totalmente responsable de mi error, debería haberte reconocido.
No estaba enfadado de verdad. Cuando me di cuenta de que en realidad no me reprochando acosar a nadie, lo encontré hasta divertido. Así que lo dejé pasar y me encogí de hombros.
—Disculpa aceptada.
—¿De verdad?
—¿Te haría sentir mejor si tuvieras que humillarte primero?
Volvió a suspirar.
—En realidad, probablemente lo haría. Por aquí, la gente amable me hace sospechar.
—Supongo que no has recibido una bienvenida muy amistosa, ¿no?
—Mis hermanas me odian y la mayoría del personal, que son hombres, me habla con un tono condescendiente.
—¿Quieres saber qué haría con ese tipo de gente?
—¿Qué?
—Mandarlos a tomar viento. Ignóralos y haz lo que tengas que hacer. —Me di unos toquecitos con dos dedos en la sien—. No dejes que se te metan en la cabeza.
—Gracias, te lo agradezco. —Sonrió—. Por cierto, ¿por qué llevabas esas cajas de pizza a las ocho de la mañana?
—Es una tradición. Cuando ganamos un partido en casa, todo el mundo come pizza para desayunar al día siguiente, cortesía de Three Brother’s Pizza. El propietario es un forofo y la tradición se remonta a antes de que yo llegara al equipo. Cualquier pringado que esté lesionado tiene que ir a por ellas.
—¿Y qué pasa si perdéis?
Fruncí el ceño.
—Que no hay pizza.
Bella se rio.
—¿Crees que podemos dejar atrás el incidente del repartidor de pizza y volver a empezar? ¿Fingir que esta es la primera vez que nos vemos?
—Pensaba que ya lo habíamos hecho, pero está bien. —Extendí la mano—. Soy Christian Knox, encantado de conocerte.
Me estrechó la mano.
—Bella Keating. Es muy emocionante conocerte, Christian. Soy una gran fan.
Levanté una ceja.
—Creo que eso es mucho decir, ya que ni siquiera sabías cómo era.
—No suelo contarle esto a la gente, pero el hecho de que no pueda poner cara a las personas no es por falta de interés. Tengo prosopagnosia.
—¿Prosopo… qué?
—Prosopagnosia. Es la incapacidad de reconocer a las personas por su rostro.
—¿Eso existe?
Sonrió.
—Eso me temo. Es un desorden cognitivo que suele estar causado por una lesión cerebral, pero también puede ser congénito. Cuando tenía cinco años, me caí de los columpios en el parque y eso afectó el giro fusiforme, que es la parte del cerebro que controla el reconocimiento.
—No fastidies.
—Brad Pitt también lo tiene, aunque creo que lo suyo es congénito. —Bella se rio—. Ni siquiera sé por qué te acabo de contar todo esto, solo se lo había explicado a tres personas en toda mi vida. Se me da bastante bien ocultarlo si memorizo las señales no faciales de una persona, como su forma de caminar, su voz o cómo viste. Hasta un colgante que una persona lleva o su constitución me pueden ayudar a identificarla mejor que una cara.
—Me lo has contado porque no querías que mi ego se viera afectado.
—No quería que pensaras que no era una admiradora, porque lo soy. He estudiado tu carrera.
Me froté el labio con el pulgar.
—Me has estudiado, ¿eh?
Se enderezó.
—Tasa de finalización de 67,4 en el último año, con 4274 yardas. 44 anotaciones y 8 intercepciones. La temporada anterior, tasa de finalización de 71,8, 4611 yardas, 40 anotaciones y 12 intercepciones. El año anterior a ese, tasa de finalización de 64,2, 4906 yardas, 43 anotaciones y 12 intercepciones. Fuiste a la Universidad de Notre Dame, donde conseguiste dos campeonatos de liga con los Fighting Irish. Tienes un hermano gemelo que también es quarterback. Ha estado en la lista de lesionados esta semana, al igual que tú, aunque volverá a jugar el domingo, y lo más probable es que tú estés de baja unas cuantas semanas más. Y tienes otro hermano, que jugó para el Michigan State, pero no llegó a la NFL. Creo que es policía en Nueva Jersey.
—¿Quién fue el entrenador de fútbol de mi equipo infantil?
Se le descompuso la cara.
—No lo sé, pero espero que no sea relevante para probar que sé quién eres como jugador, aunque no reconociera tu cara.
Levanté el dedo índice frente a su rostro.
—No estaría tan seguro de eso. No puedes entenderlo todo a través de hechos y números. Ya no te dedicas a crear algoritmos.
Bajó la cabeza.
—Parece que tú también has hecho los deberes. Sabes a lo que me dedicaba antes para ganarme la vida…
La alarma del teléfono sonó. Lo saqué del bolsillo y lo apagué.
—Tengo que irme, el entrenamiento comienza en diez minutos. No puedo salir al campo mientras estoy lesionado, pero estoy seguro de que puedo entrenar desde el banquillo al tipo que juega en mi posición. ¿Tal vez podemos charlar sobre el equipo juvenil femenino en otro momento?
Bella sonrió.
—Claro, y gracias de nuevo por ser tan comprensivo sobre lo del otro día.
Asentí y caminé hacia la puerta.
—Por cierto, solo para que quede claro, ¿se considera acoso sexual cuando dos personas trabajan juntas y una invita a salir a la otra?
—Creo que, si se hace de manera en que la otra parte se sienta cómoda negándose si no está interesada, no se consideraría acoso.
Miré rápidamente a Bella mientras ella me observaba.
—Es bueno saberlo. Espero verte por aquí, Bella.
—¿Por qué estás sentado aquí?
A la semana siguiente, acudí a mi primer partido oficial en casa como propietaria del equipo. Justo antes del descanso, estaba sentada en el palco de la directiva con unos amigos cuando el jumbotrón enfocó a un hombre en los asientos de las gradas del equipo visitante. Mi abuelo. Sabía que tenía abonos de temporada justo detrás del banquillo del equipo local, así que bajé a ver por qué no estaba sentado en su sitio.
Fruncí el ceño cuando vi la camiseta que llevaba.
—Por el amor de Dios, ¿qué llevas puesto? —Me incliné para verlo mejor.
—Perdí una maldita apuesta con Knox.
«Madre mía, ¿esa es la cara de Christian?».
—¿Qué apuesta perdiste?
—Me ganó a las damas, así que tengo que sentarme aquí con toda esta mierda puesta.
—¿Por qué jugaste a las damas con Christian?
—Porque es un mal perdedor. La última vez gané, así que quería la revancha.
Negué con la cabeza.
—Pero ¿por qué jugabas con él?
Mi abuelo se encogió de hombros.
—Ya has visto el parque al aire libre de mi casa…
—¿Sí? ¿Por qué lo dices?
—Tienen esas mesas de hormigón con tableros de damas pintados encima.
—Vale…
—A veces nos sentamos ahí cuando vamos de paseo.
Estaba muy confusa.
—¿Christian te visita?
—Una o dos veces al mes. Antes era yo quien venía al entrenamiento de mi equipo, pero, desde que me jubilé, es él quien me visita en casa.
—No sabía que erais amigos.
—Desde que entrené a su equipo de fútbol americano infantil… Hace demasiados años para contarlos. Seguí su carrera a lo largo del tiempo, y le pedí a tu padre que fuera a ver algunos partidos del instituto. Fue así como se interesó en Knox para los Bruins.
«Fútbol infantil». Y yo que creía que Christian se burlaba de mí por ser una experta en estadísticas y no conocer muy bien a la gente. No tenía ni idea de que mi abuelo hubiera sido su entrenador.
—Bueno, el jumbotrón te ha encontrado sentado en la grada del equipo visitante y los locutores se están regodeando en ello. ¿Por qué no vienes a mi palco y ves allí el resto del partido?
Negó con la cabeza.
—No puedo. Siempre pago mis deudas. Una apuesta es una apuesta.
Suspiré.
—Vale… está bien. Mi amigo Miller ha venido con unos amigos, así que tengo que subir otra vez. Pero volveré dentro de un rato para hacerte compañía.
—Disfruta con tus amigos. Estoy bien aquí solo viendo el partido.
Sonreí.
—Volveré de todos modos.
La segunda parte ya había comenzado cuando regresé al elegante palco.
—¿Todo bien con tu abuelo? —preguntó Miller.
—Sí, está bien. Perdió una apuesta y por eso está sentado en la grada del equipo visitante con una camiseta con la cara de Christian Knox estampada.
—Suena a algo que haríamos nosotros. —Miller dio un sorbo al vino y señaló la zona de asientos privada del exterior donde su nuevo novio, Trent, y el hermano de este, Travis, estaban sentados—. ¿Qué opinas de Trav?
Entrecerré los ojos.
—Creía que habías dicho que esto de hoy no era para emparejarme.
—Y no lo es, pero tiene una sonrisa preciosa, ¿verdad?
Por desgracia, ni siquiera me había dado cuenta. Aunque lo que sí había notado desde aquí era que Christian Knox tenía una sonrisa fantástica mientras permanecía sentado en el banquillo. Era más bien una sonrisita de satisfacción. En la foto oficial de jugador, se le marcaba un hoyuelo. Pero en algunas entrevistas que había visto esta semana, también aparecía un segundo hoyuelo. Y no, no lo había acosado. Lo había investigado. Ahora era la propietaria del equipo y necesitaba saber quiénes eran los jugadores. Al menos, eso me había dicho a mí misma en más de una ocasión mientras clicaba en su foto de la página web del equipo.
Me encogí de hombros.
—Supongo que sí, pero ya sabes que acabo de empezar a salir con Julian.
—A salir no. Una cita. Has tenido una cita. Y, por cierto, ¿te ha llamado ya?
—No, pero solo ha pasado una semana.
—Llamé a Trent cinco minutos después de que terminara nuestra cita para ver si quería volver a quedar. Todavía estaba literalmente en el barrio, de camino al tren que lo lleva a casa.
—En las citas, no a todo el mundo le gusta ir a una velocidad vertiginosa como a ti. Además, conozco a Julian desde hace mucho. No es de esos chicos que se apresuran a hacer las cosas, ni siquiera con los proyectos en los que trabajamos juntos. Es una de las cosas que nos dio muchos puntos cuando calculé nuestra compatibilidad.
—«Nuestra compatibilidad» —se burló Miller—. Sé que eres un genio de las matemáticas, pero no todo puede resolverse con una fórmula. Si has desarrollado algún algoritmo estúpido para elegir a los hombres con los que salir…
Lo interrumpí.
—No he desarrollado el algoritmo, utilicé el modelo Gale-Shapley. Se ha demostrado que funciona en aplicaciones de citas como Hinge, en admisiones universitarias y a la hora de emparejar a los pacientes en los hospitales. Es una solución fiable para problemas serios de emparejamiento. Te recuerdo que los desarrolladores ganaron el Premio Nobel por ello. Además, fuiste tú quien me empujó a encontrar a alguien con el que pudiera mantener una relación duradera para… —Dibujé unas comillas en el aire— no terminar siendo una solterona.
—Me refería a salir y conocer gente o salir con un chico más de cinco veces, no a introducir a todos los hombres que conoces en una base de datos.
—Tú tienes tu forma de hacer las cosas y yo la mía.
—Vale, pero si vas a poner nota a los hombres, al menos deberías conocer la información de Travis. Es soltero, contratista, tiene una puntuación crediticia de 812, conduce un Tesla y es dueño de su propia casa. Además, no compra botellas de plástico de un solo uso porque le preocupa el medioambiente.
—Y me cuentas todo esto porque lo de hoy no ha sido una emboscada.
Miller sonrió.
—Eso es verdad.
—Voy a por una bebida y vuelvo enseguida para ver el partido.
Se bebió el resto del vino y me pasó la copa.
—Mientras tú haces eso, yo necesito ir al baño.
Travis sonrió cuando nos sentamos con ellos en el exterior. Miller estaba en lo cierto, tenía una sonrisa bonita. Pero, de repente, la estaba comparando con la de Christian, algo absolutamente ridículo.
—Entonces, ¿cómo es dirigir un equipo de fútbol? —preguntó.
—Bueno, solo llevo dos semanas, pero básicamente consiste en ir de reunión en reunión. No estoy acostumbrada a eso. Creo que a mucha gente le gusta escucharse hablar.
Travis se rio entre dientes.
—Yo tampoco soy mucho de reuniones. De hecho, cambié de trabajo por ello.
—Miller me ha dicho que eres contratista. ¿Qué hacías antes?
—Estudié arquitectura. Cuando me gradué, tardé menos de un año en darme cuenta de que, aunque me encantaba construir cosas, no estaba hecho para el trabajo. Pasaba más de la mitad del tiempo enfrascado en reuniones con propietarios, inspectores, miembros del departamento de construcción o con los jefes. Así que dimití y me compré una casa en ruinas cerca de donde vivía. Alquilé una habitación mientras la arreglaba y luego la vendí. A un amigo de mi padre le encantaron las reformas que había hecho y me pidió que lo hiciera con su casa de verano. A partir de ahí, todo se multiplicó e hice la transición a contratista.
—¿Te gusta tener tu propia empresa?
Se giró en el asiento para mirarme a la cara.
—Sí. Lo bueno de ser el jefe es que, si hay ciertas cosas de tu trabajo que no te gustan, puedes encargárselas a otra persona. Mi asistente se ocupa de todos los problemas del departamento de construcción y el gerente lleva los asuntos de los propietarios, así que yo me concentro en la parte de la construcción, que es lo que me gusta.
—Me encantaría hacer algo así, aunque estoy segura de que todavía no conozco todas las partes de mi trabajo.
—Pronto lo harás. Cuando empecé en la empresa de arquitectura, tuve que hacer un montón de preguntas a los contratistas con los que iba a trabajar. Pensándolo bien, veo que en ese momento ya estaba más interesado en la parte de los contratistas que en la de los arquitectos.
Sonreí.
—El otro día le hice un millón de preguntas al responsable de los datos.
—¿Qué hace exactamente esa persona?
—Se encarga de gestionar las estadísticas que los entrenadores usan en las sesiones de trabajo con los jugadores y para preparar los partidos.
—¿Supongo que eso te gusta?
Golpeé la carpeta de tres anillas que tenía sobre el regazo. Llevaba todo el día anotando cosas en ella.
—He empezado a trabajar en un algoritmo que predice estadísticas del partido, pero solo por diversión, en mi tiempo libre. Se me dan mejor los números que las personas.
—No estoy de acuerdo con eso. Ahora mismo, lo estás haciendo muy bien.
Parecía un tipo bastante encantador, pero necesitaba concentrarme en el equipo y si hablaba con él, no podía seguir las estadísticas que quería apuntar. Así que, poco después, me disculpé y fui a sentarme con mi abuelo. Aprendí más en un rato con él que en los dos últimos años leyendo centenares de libros de fútbol americano.
Cuando terminó el partido y ya empezábamos a salir, Christian Knox apareció en el banquillo que había justo debajo de nosotros.
Golpeó la barrera.
—Bonita camiseta, ¡viejo!
—La usaré como trapo cuando llegue a casa —gritó mi abuelo—. Por cierto, has estado genial hoy en el campo… Oh, espera, no eras tú el que ha llevado al equipo a la victoria. El chico ha hecho tu trabajo.
Christian se llevó las manos al pecho.
—Golpe bajo, entrenador. Golpe bajo.
Los dos sonrieron. Christian levantó la barbilla hacia mí.
—¿Qué pasa, jefa?
—No mucho. Acabo de recibir más cultura futbolística en una hora que en los dos últimos años en los que he intentado aprender por mi cuenta.
—Es un rollo, ¿verdad? Yo también creo que lo sé todo hasta que me siento con él. ¿Os vais a quedar por aquí un rato? —preguntó y señaló con el pulgar por encima del hombro—. Ahora voy a la reunión que hay después del partido, pero, si quieres, entrenador, puedo quitarle la camioneta al médico y llevarte a casa. —Me miró—. Está adaptada para silla de ruedas y no les importa que la tome prestada para llevarlo a casa.
Mi abuelo levantó un dedo.
—Vale. Me ha traído Lenny Riddler, pero sé que su hija está en la ciudad, así que preferiría no molestarlo más. —Señaló a Christian—. Por otro lado, no me importa hacerte perder el tiempo.
Christian se rio.
—¿Os quedaréis por aquí?
—En realidad —añadí—, tengo unos amigos en el palco. ¿Por qué no pasas a buscarnos por allí?
Asintió con la cabeza.
—Hecho.
* * *
Cuarenta y cinco minutos más tarde, Christian entró en el palco con tres pizzas. Me guiñó el ojo.
—He pensado que tendríais hambre.
Negué con la cabeza con una sonrisa.
—Nunca me libraré de esto, ¿verdad?
Él sonrió.
—No lo creo.
Miller y su novio se acercaron, con Travis detrás. Vi chiribitas en sus ojos, así que los presenté.
—Christian, este es mi amigo Miller, su novio Trent y el hermano de Trent, Travis.
Christian les estrechó la mano a todos.
—Soy un gran admirador —dijo Miller.
—Sí, un gran admirador. —Puse los ojos en blanco—. Antes me ha preguntado en qué entrada estábamos, como si fuera un partido de béisbol.
Christian se rio entre dientes.
—Bueno, al menos dan comida y alcohol en los partidos.
Miller se inclinó y tomó una fuente llena de entremeses.
—No solo comida. Caviar y champán. Si hubiera sabido que los partidos eran así, lo habría intentado con el fútbol en vez de con el bádminton.
—Um… En realidad, no lo intentaste con el bádminton —le recordé—. Fuiste el chico del agua porque estabas enamorado del entrenador, que tenía veinticinco años.
Miller me hizo un gesto con la mano.
—No es necesario dar tantos detalles ahora…
Le quité las cajas de pizza a Christian mientras me reía.
—¿Qué te traigo de beber?
—Lo mismo que estés tomando me parece bien.
—Se está tomando una limonada Mike’s Hard —dijo Miller—. He tenido que meterla a escondidas en el estadio. Imaginaba que no habría en los elegantes refrigeradores de vino del palco.
Christian parecía divertido.
—Creo que no he bebido una de esas cosas desde el instituto, pero me tomaré una.
Travis giró la cabeza y estornudó. Estaba a más de un metro y medio de mí y se cubrió la boca, pero, de todos modos, contuve la respiración y comencé a contar. Miller se dio cuenta de lo que estaba haciendo y sonrió, mientras que Christian nos observaba a uno y a otro.
—¿Qué me estoy perdiendo? —quiso saber.
Señalé a Miller, ya que todavía no había llegado a quince.
Él se balanceó sobre los talones hacia delante y hacia atrás.
—Cuando alguien estornuda, contiene la respiración durante quince segundos.
Christian dibujó una sonrisa torcida.
—¿Por qué?
—Gérmenes.
Christian se rio entre dientes, pero no dijo nada más.