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El Libro de los Espíritus de Allan Kardec es una obra seminal que explora las fundamentales preguntas sobre la existencia humana, la espiritualidad y el propósito de la vida. Publicado por primera vez en 1857, Kardec presenta una serie de preguntas y respuestas recopiladas a través de sesiones mediúmnicas, donde se abordan temas esenciales como la naturaleza de Dios, la inmortalidad del alma y la moralidad. Este texto fundacional del espiritismo busca proporcionar un marco filosófico para entender la relación entre el mundo espiritual y el terrenal. A través de las respuestas transmitidas por los espíritus, Kardec explora conceptos clave del espiritismo, incluyendo la ley de causa y efecto, la reencarnación y la influencia de los espíritus en la vida humana. El Libro de los Espíritus no solo presenta una visión integral del espiritismo, sino que también invita a la reflexión profunda sobre la naturaleza de la existencia y el significado más profundo de la vida. Esta obra atemporal sigue siendo un referente en el estudio de la espiritualidad y la conexión entre el mundo material y el espiritual.
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Veröffentlichungsjahr: 2024
El libro de los espíritus
Allan Kardec
Edición: 2024
© Aroha
© Grupo Editorial Neisa
© 2023 Nueva Editorial Iztaccíhuatl, S.A. de C.V.
Fuente de Pirámides No. 1, Int. 501-B,
Lomas de Tecamachalco, Naucalpan de Juárez,
C.P. 53950, Estado de México
Coordinación editorial: Arturo Romero Santeliz
Diseño de portada: Ana Karen López Brigido
Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin la autorización expresa de sus editores.
Editado en México.
LIBRO UNO. LAS PRIMERAS CAUSAS
.
Capítulo I. - Dios
1
Capítulo II - Elementos generales del universo
8
Capítulo III. -
Creación
16
Capítulo IV - Principio vital
26
LIBRO DOS. EL
MUNDO ESPIRITUAL O LOS ESPÍRITUS
.
Capítulo I. - Espíritus
. 33
Capítulo II - La encarnación de los espíritus
. 57
Capítulo III. -
Regreso de la vida corporal a la
vida espiritual 66
Capítulo IV - Pluralidad de existencias
74
Cap. V. - Consideración sobre la pluralidad de existencias
. 96
Capítulo VI - La vida espiritista
108
Capítulo VII. -
Retorno a la vida
corporal 149
Capítulo VIII. - La
emancipación
del alma 176
Capítulo IX. -
Intervención de los espíritus en el mundo
corporal 203
Cap. X. - Oficios y misiones de los espíritus
. 241
Capítulo XI. -
Los Tres Reinos
. 251
LIBRO TRES. LEYES MORALES
.
Capítulo I. - La ley divina o natural
265
Capítulo II - I. Ley de adoración
277
Capítulo III. - II. Derecho laboral
290
Capítulo IV - III. Ley de reproducción
294
Capítulo V. - IV. Ley de conservación
299
Capítulo VI - V. Ley de destrucción
308
Capítulo VII. - VI. Ley de la sociedad
321
Capítulo VIII. - VII. Ley de Progreso
325
Capítulo IX. - VIII. Ley de Igualdad
339
Cap. X. - IX. Ley de Libertad
347
Capítulo XI. - X. Ley de Justicia, Amor y Caridad
368
Capítulo XII. - La
perfección moral
377
LIBRO CUARTO. ESPERANZAS Y CONSUELOS
.
Capítulo I. - Los castigos y los placeres terrenales
393
Capítulo II - Penas y disfrute futuros
413
Conclusión
448
Índice de contenidos
469
Se necesitan palabras nuevas para cosas nuevas, como exige la claridad del lenguaje, para evitar la confusión que es inseparable de los múltiples significados de los mismos términos. Las palabras espiritual, espiritista y espiritismo tienen una significación bien definida; darles una nueva para aplicarlas a la doctrina de los espíritus, sería multiplicar las causas de la anfibología, que son ya tan numerosas. En efecto, el espiritismo es lo contrario del materialismo; quien cree que tiene en sí mismo algo distinto de la materia es un espiritista; pero de ello no se sigue que crea en la existencia de los espíritus o en sus comunicaciones con el mundo visible. En lugar de las palabras espiritual, espiritismo, utilizamos, para designar esta última creencia, las de espirita y espiritismo, cuya forma recuerda su origen y su sentido radical, y que por este mismo hecho tienen la ventaja de ser perfectamente inteligibles, reservando para la palabra espiritismo su sentido propio. Diremos, pues, que la doctrina del Espiritismo tiene como principios las relaciones del mundo material con los espíritus o seres del mundo invisible. Los seguidores del espiritismo serán los espiritistas o, si se quiere, los espiritistas.
Como especialidad, el Libro de los Espíritus contiene la doctrespiritista; como generalidad, está vinculado a la doctrina espiritista de la que presenta una de las fases. Por eso lleva en la cabecera de su título las palabras: Filosofía Espiritualista.
Hay otra palabra sobre la que es igualmente importante ponerse de acuerdo, porque es una de las piedras angulares de toda la doctrina moral, y porque es objeto de muchas controversias, por falta de un significado bien definido, que es la palabra alma. La divergencia de opiniones sobre la naturaleza del alma proviene de la aplicación particular que cada uno hace de esta palabra. Un lenguaje perfecto, en el que cada idea estuviera representada por su propio término, evitaría muchas discusiones; con una palabra para cada cosa, todo el mundo estaría de acuerdo.
Según algunos, el alma es el principio de la vida material orgánica; no tiene existencia propia y cesa con la vida: esto es puro materialismo. En este sentido, y a modo de comparación, se dice de un instrumento agrietado que ya no emite sonido: que no tiene alma. Según esta opinión, el alma es un efecto y no una causa.
Otros piensan que el alma es el principio de la inteligencia, un agente universal del que cada ser absorbe una porción. Según ellos, habría para todo el universo una sola alma que distribuye chispas entre los diversos seres inteligentes durante su vida; después de la muerte cada chispa vuelve a la fuente común donde se funde en el todo, como los arroyos y los ríos vuelven al mar del que proceden. Esta opinión difiere de la anterior en que, en esta hipótesis, hay en nosotros algo más que materia, y algo queda después de la muerte; pero es más o menos como si no quedara nada, ya que, al no tener más individualidad, ya no tendríamos conciencia de nosotros mismos. En esta opinión el alma universal sería Dios, y cada ser una porción de la Divinidad; esto es una variedad del panteísmo.
Finalmente, según otros, el alma es un ser moral distinto, independiente de la materia, y que conserva su individualidad después de la muerte.Este significado es sin duda el más general,porque, bajo un nombre u otro, la idea de este ser que sobrevive al cuerpo se encuentra en estado de creencia instintiva, e independiente de cualquier enseñanza, entre todos los pueblos, sea cual sea su grado de civilizaciónEsta doctrina, según la cual el alma esla causa y no el efecto, es la de los espiritistas.
Sin discutir los méritos de estas opiniones, y considerando sólo el aspecto lingüístico del asunto, diremos que estas tres aplicaciones de la palabra alma constituyen tres ideas distintas, cada una de las cuales requeriría un término diferente. Esta palabra tiene, pues, un triple significado, y cada uno tiene razón desde su punto de vista en la definición que da de ella; el fallo está en el lenguaje al tener una sola palabra para tres ideas. Para evitar cualquier ambigüedad, sería necesario restringir el significado de la palabra alma a una de estas tres ideas; la elección es indiferente, lo principal es ponerse de acuerdo, es una cuestión de convención. Nos parece más lógico tomarla en su sentido más vulgar; por eso llamamos alma al ser inmaterial e individual que reside en nosotros y que sobrevive al cuerpo. Si este ser no existiera, y si sólo fuera un producto de la imaginación, seguiríamos necesitando un término para designarlo.
A falta de una palabra especial para cada uno de los otros dos puntos, llamamos :
Principio vital el principio de la vida material y orgánica, sea cual sea su origen, y que es común a todos los seres vivos, desde las plantas hasta el hombre. Dado que la vida puede existir aparte de la facultad de pensar, el principio vital es algo separado e independiente. La palabra vitalidad no transmitiría la misma idea. Para algunos, el principio vital es una propiedad de la materia, un efecto que se produce cuando la materia se encuentra en determinadas circunstancias; según otros, y ésta es la idea más común, reside en un fluido especial, universalmente difundido, y del que cada ser absorbe y asimila una parte durante la vida, como vemos que los cuerpos inertes absorben la luz; éste sería entonces el fluido vital, que, según algunas opiniones, no sería otro que el fluido eléctrico animalizado, designado también bajo los nombres de fluido magnético, fluido nervioso, etc.
Sea como fuere, hay un hecho que no puede discutirse, pues es un resultado de la observación,los seres orgtienen en su interior una fuerza íntima que produce el fenómeno de la vida, mientras esta fuerza exista; que la vida material es común a todos los seres orgánicos, y que es independiente de la inteligencia y del pensamiento; Que la inteligencia y el pensamiento son facultades propias de ciertas especies orgánicas; y, por último, que entre las especies orgánicas dotadas de inteligencia y pensamiento, hay una dotada de un sentido moral especial que le confiere una superioridad incuestionable sobre las demás, a saber, la especie humana.
Es concebible que con un significado múltiple, el alma no excluya ni el materialismo ni el panteísmo. El propio espiritista puede muy bien entender el alma según cualquiera de las dos primeras definiciones, sin perjuicio del ser inmaterial distinto al que entonces dará algún nombre. Así, esta palabra no es el representante de una opinión: es un prototipo que cada uno acomoda a su gusto; de ahí la fuente de tantas disputas interminables.
También se evitaría la confusión, al utilizar la palabra alma en los tres casos, añadiendo un calificativo que especificara el punto de vista desde el que se considera, o la aplicación que se hace de ella. Sería entonces una palabra genérica, que representaría al mismo tiempo el principio de la vida material, de la inteligencia y del sentido moral, y que se distinguiría por un atributo, como se distinguen los gases, por ejemplo, añadiendo las palabras hidrógeno, oxígeno o nitrógeno. Podríamos decir así, y esto sería quizás lo mejor, el alma vital para el principio de la vida material, el alma intelectual para el principio de la inteligencia, y el alma espiritual para el principio de nuestra individualidad después de la muerte. Como vemos, todo esto es una cuestión de palabras, pero un asunto muy importante para ponerse de acuerdo. Según esto, el alma vital sería común a todos los seres orgánicos: plantas, animales y hombres; el alma intelectual sería propiedad de los animales y de los hombres, y el alma espiritual pertenecería únicamente al hombre.
Hemos creído necesario insistir tanto más en estas explicaciones cuanto que la doctrina espiritista se apoya naturalmente en la existencia en nosotros de un ser independiente de la materia y superviviente del cuerpo. Comola palabra alma aparecerá con frecuencia en el curso de este trabajo, era importante tener claro el significado que le damos para evitar cualquier malentendido
Pasemos ahora al objetivo principal de esta instrucción preliminar.
La doctrina espiritista, como todas las cosas nuevas, tiene sus seguidores y sus opositores. Intentaremos responder a algunas de las objeciones de estos últimos, examinando el valor de los fundamentos en los que se apoyan, sin tener, sin embargo, la pretensión de convencer a todos, pues hay personas que creen que la luz se ha hecho sólo para ellos. Nos dirigimos a personas de buena fe, sin ideas preconcebidas o fijas, pero sinceramente deseosas de aprender, y les mostraremos que la mayoría de las objeciones a la doctrina surgen de una observación incompleta de los hechos y de un juicio hecho con demasiada ligereza y precipitación.
Recordemos primero en pocas palabras la serie progresiva de fenómenos que dieron lugar a esta doctrina.
El primer hecho observado fue el de varios objetos puestos en movimiento; se designó vulgarmente bajo el nombre de mesas giratorias o table dance. Este fenómeno, que parece haber sido observado primero en América, o más bien que se renovó en ese país, pues la historia demuestra que se remonta a la más alta antigüedad, se produjo acompañado de circunstancias extrañas, como ruidos inusuales, golpes sin causa ostensible conocida. Desde allí se extendió rápidamente a Europa y otras partes del mundo; al principio despertó mucha incredulidad, pero la multiplicidad de experiencias pronto hizo imposible dudar de su realidad.
Si este fenómeno se hubiera limitado al movimiento de los objetos materiales, podría explicarse por una causa puramente física. Estamos lejos de conocer todos los agentes ocultos de la naturaleza, ni todas las propiedades de los que conocemos; la electricidad, además, multiplica cada día hasta el infinito los recursos que proporciona al hombre, y parece que va a arrojar una nueva luz sobre la ciencia. Por lo tanto, no era imposible que la electricidad, modificada porciertas circunstancias, o cualquier otro agente desconocido, fuera la causa de este movimiento La unión de varias personas que aumenta el poder de acción parecía apoyar esta teoría, pues se podía considerar este conjunto como una batería múltiple cuya potencia está en proporción al número de sus elementos.
El movimiento circular no era nada extraordinario: está en la naturaleza; todos los astros se mueven en círculo; podíamos, pues, tener en un pequeño objeto un reflejo del movimiento general del universo, o, para decirlo mejor, una causa hasta entonces desconocida podía producir accidentalmente para objetos pequeños, y en circunstancias dadas, una corriente análoga a la que mueve los mundos.
Pero el movimiento no siempre era circular; a menudo era espasmódico, desordenado, el objeto se agitaba violentamente, se volcaba, se llevaba en alguna dirección y, en contra de todas las leyes de la estática, se levantaba del suelo y se mantenía en el espacio. No hay nada en estos hechos que no pueda ser explicado por el poder de un agente físico invisible. ¿No vemos que la electricidad derriba edificios, arranca árboles, arroja los cuerpos más pesados, los atrae o los repele?
Los ruidos inusuales, los golpes, suponiendo que no sean uno de los efectos ordinarios de la expansión de la madera, o de cualquier otra causa accidental, podrían muy bien ser producidos por la acumulación del fluido oculto: ¿no produce la electricidad los ruidos más violentos?
Hasta aquí, como vemos, todo puede entrar en el ámbito de los hechos puramente físicos y fisiológicos. Sin salirse de este círculo de ideas, había allí material para estudios serios y dignos de la atención de los estudiosos. ¿Por qué no fue así? Es doloroso decirlo, pero se debe a causas que demuestran, entre mil hechos similares, la ligereza de la mente humana. En primer lugar, la vulgaridad del objeto principal que sirvió de base a los primeros experimentos no es quizás ajena. ¡Qué influencia ha tenido a menudo una palabra en las cosas más serias! Sin tener en cuenta que el movimiento puede impartirse a cualquier objeto, la idea de las mesas prevaleció, probablemente porque era el objeto más conveniente, y nos sentamos más naturalmente alrededor de una mesa que alrededor de cualquier otro mueble. Ahora bien,los hombres superiores son a veces tan infantiles que no sería imposible que ciertas mentes de la élite pensaran que estaba por debajo de ellos preocuparse por lo que se llamabael baile de la mesa. Incluso es probable que si el fenómeno observado por Galvani hubiera sido observado por hombres vulgares y hubiera quedado caracterizado con un nombre burlesco, seguiría relegado al lado de la varilla adivinatoria. ¿Qué científico, de hecho, no habría pensado que es una derogación tratar la danza de las ranas?
Algunos, sin embargo, lo suficientemente modestos como para convenir en que la naturaleza podría no haber dicho su última palabra por ellos, quisieron ver, por el bien de su conciencia; pero sucedió que el fenómeno no siempre cumplió con sus expectativas, y como no se produjo constantemente a su voluntad, y de acuerdo con su modo de experimentación, concluyeron en forma negativa; a pesar de su parada, las mesas, ya que hay mesas, siguen girando, y podemos decir con Galileo: ¡y sin embargo se mueven! Diremos más, que los hechos se han multiplicado hasta tal punto que ya se han aceptado, y que sólo es cuestión de encontrarles una explicación racional. ¿Podemos inferir algo en contra de la realidad del fenómeno por el hecho de que no se produzca siempre de forma idéntica según la voluntad y las exigencias del observador? ¿Acaso los fenómenos de la electricidad y la química no están sujetos a ciertas condiciones, y hay que negarlos porque no se producen fuera de esas condiciones? ¿Es de extrañar, pues, que el fenómeno del movimiento de los objetos por el fluido humano tenga también sus condiciones de ser, y deje de producirse cuando el observador, situándose en su propio punto de vista, pretende hacerlo funcionar según su capricho, o someterlo a las leyes de los fenómenos conocidos, sin considerar que para hechos nuevos puede y debe haber leyes nuevas? Ahora bien, para conocer estas leyes es necesario estudiar las circunstancias en que se producen los hechos, y este estudio sólo puede ser fruto de una observación sostenida, atenta y a menudo muy prolongada.
Pero, objetan algunos, a menudo hay un engaño evidente. Primero les preguntaremos si están realmente seguros de que hay engaño, y si no han tomado por tales efectos los que no podían realizar,más o menos como el campesino que tomó a un docto profesor de física que hacía experimentos por un astuto estafador Incluso suponiendo que esto pudiera haber ocurrido en ocasiones, ¿sería esto una razón para negar el hecho? ¿Hay que negar la física porque hay prestidigitadores que se hacen llamar físicos? Además, hay que tener en cuenta el carácter de las personas y el interés que puedan tener en engañar. ¿Es una broma? Uno puede divertirse por un momento, pero una broma que durara indefinidamente sería tan fastidiosa para el mistificador como para el mistificado. Además, habría algo al menos tan extraordinario como el propio fenómeno en una mistificación que se extiende de un extremo a otro del mundo, y entre las personas más serias, más honorables y más ilustradas.
Si los fenómenos de los que nos ocupamos se hubieran limitado al movimiento de los objetos, habrían quedado, como hemos dicho, en el dominio de las ciencias físicas; pero no es así: se dieron para ponernos sobre la pista de hechos de un orden extraño. Se creyó descubrir, no sabemos por qué iniciativa, que el impulso dado a los objetos no era sólo el producto de una fuerza mecánica ciega, sino que había en este movimiento la intervención de una causa inteligente. Una vez abierto este camino, era un campo de observación totalmente nuevo; era el velo levantado sobre muchos misterios. ¿Existe realmente un poder inteligente? Esa es la cuestión. Si este poder existe, ¿qué es, cuál es su naturaleza, su origen? ¿Está por encima de la humanidad? Estas son las otras preguntas que surgen de la primera.
Las primeras manifestaciones inteligentes tuvieron lugar mediante mesas que se ponían de pie y golpeaban con un pie un número determinado de golpes, y así respondían sí o no, según la convención, a una pregunta formulada. Hasta ese momento, nada era convincente para los escépticos, ya que era posible creer en un efecto del azar.Posteriormente, se obtuvieron respuestas más desarrolladas utilizando las letras del alfabeto: el objeto móvil daba un número de golpes correspondiente al númerode cada letra, y se formulaban palabras y frases en respuesta a las preguntas formuladas La exactitud de las respuestas y su correlación con la pregunta despertaron asombro. El misterioso ser que respondió de esta manera, al ser interrogado sobre su naturaleza, declaró que era unespíritu o genio, se dio un nombre y dio varias informaciones sobre sí mismo. Esta es una circunstancia muy importante a tener en cuenta. Por lo tanto, nadie ha imaginado a los espíritus como medio para explicar los fenómenos; son los propios fenómenos los que revelan la palabra. En las ciencias exactas, a menudo se formulan hipótesis para tener una base de razonamiento, pero este no es el caso.
Este medio de correspondencia era largo e incómodo. El espíritu, y esta es otra circunstancia digna de mención, indicaba otro. Fue uno de estos seres invisibles quien dio el consejo de encajar un lápiz en una cesta u otro objeto. Este cesto, colocado sobre una hoja de papel, es puesto en movimiento por el mismo poder oculto que mueve las mesas; pero en lugar de un simple movimiento regular, el lápiz dibuja caracteres por sí mismo, formando palabras, frases y discursos enteros de varias páginas, que tratan de las más altas cuestiones de filosofía, moral, metafísica, psicología, etc., y esto con tanta rapidez como si se escribiera con la mano.
Este consejo se dio simultáneamente en América, en Francia y en varios países. He aquí las palabras con las que fue dada en París, el 10 de junio de 1853, a uno de los más fervientes adeptos de la doctrina, que ya se ocupaba de la evocación de los espíritus desde hacía varios años, y ya en 1849: "Vaya y tome, en la habitación de al lado, el pequeño cesto; fije en él un lápiz; colóquelo sobre un papel; ponga los dedos en el borde. Luego, unos instantes después, el cesto se puso en movimiento, y el lápiz escribió de forma muy legible esta frase: "Lo que te digo aquí, te prohíbo expresamente que se lo digas a nadie; la primera vez que escriba, lo haré mejor.
Siendo el objeto al que se adapta el lápiz sólo un instrumento, su naturaleza y forma son completamente indiferentes; se ha buscado la disposición más conveniente; así es como mucha gente hace uso de una pequeña tabla.
La cesta o plancheta sólo puede ponerse en movimiento bajo la influencia de ciertas personas dotadas a estede un poder especial, y que se designan bajo el nombremédiums, es decir, de médiums o intermediarios entre los espíritus y los hombres. Las condiciones que dan este poder especial se deben a causas tanto físicas como morales, y que aún se conocen imperfectamente, pues se encuentran médiums de todas las edades, de todos los sexos y en todos los grados de desarrollo intelectual. Esta facultad, además, se desarrolla con el ejercicio.
Más tarde se reconoció que el cesto y la pizarra no eran en realidad más que un apéndice de la mano, y el médium que tomaba directamente el lápiz comenzaba a escribir por un impulso involuntario y casi febril. Gracias a este medio, las comunicaciones se hicieron más rápidas, más fáciles y más completas; ahora es el más extendido, sobre todo porque el número de personas dotadas de esta aptitud es muy considerable y se multiplica cada día. Finalmente, la experiencia ha dado a conocer otras variedades de la facultad mediadora, y se ha sabido que las comunicaciones pueden tener lugar también por el habla, el oído, la vista, el tacto, etc., e incluso por la escritura directa de los espíritus, es decir, sin ayuda de la mano o de la pluma del médium.
Una vez obtenido el hecho, quedaba por averiguar un punto esencial, a saber, el papel del médium en las respuestas, y el papel que puede desempeñar en ellas mecánica y moralmente. Dos circunstancias capitales, que no pueden escapar al observador atento, pueden resolver la cuestión. La primera es la forma en que la cesta se mueve bajo su influencia, por la mera imposición de los dedos en el borde; el examen muestra la imposibilidad de cualquier dirección. Esta imposibilidad se hace especialmente evidente cuando dos o tres personas se colocan al mismo tiempo en la misma cesta; necesitarían una concordancia de movimiento verdaderamente fenomenal entre ellas; también necesitarían una concordancia de pensamiento para poder ponerse de acuerdo en la respuesta que hay que dar a la pregunta formulada.Otro hecho, no menos singular, se suma a la dificultad, a saber, el cambio radical de la escritura según el Espíritu que se manifiesta, y cada vez que vuelve el mismo Espíritu, su escritura sereproduce Sería, pues, necesario que el médium se hubiera aplicado a cambiar su propia escritura de veinte maneras diferentes, y sobre todo que fuera capaz de recordar la escritura que pertenece a tal o cual espíritu.
La segunda circunstancia se deriva de la propia naturaleza de las respuestas, que la mayoría de las veces, sobre todo cuando se trata de cuestiones abstractas o científicas, están notoriamente fuera del conocimiento y a veces del alcance intelectual del médium, que, además, la mayoría de las veces no es consciente de lo que se escribe bajo su influencia; que muy a menudo ni siquiera oye o entiende la pregunta formulada, ya que puede estar en un idioma que le es ajeno, o incluso mentalmente, y la respuesta puede darse en ese idioma. Por último, suele ocurrir que la cesta escriba espontáneamente, sin ninguna pregunta previa, sobre algún tema totalmente inesperado.
Estas respuestas, en algunos casos, tienen tal impronta de sabiduría, profundidad y oportunidad; revelan pensamientos tan elevados, tan sublimes, que sólo pueden emanar de una inteligencia superior, imbuida de la más pura moralidad; otras veces son tan ligeras, tan frívolas, tan triviales incluso, que la razón se niega a creer que puedan proceder de la misma fuente. Esta diversidad del lenguaje sólo puede explicarse por la diversidad de las inteligencias que se manifiestan. ¿Estas inteligencias están dentro de la humanidad o fuera de ella? Este es el punto que hay que aclarar, y del que se encontrará una explicación completa en esta obra, tal como la dan los propios espíritus.
He aquí, pues, efectos patentes que se producen fuera del círculo habitual de nuestras observaciones, que no tienen lugar con misterio, sino a plena luz del día, que todo el mundo puede ver y observar, que no son privilegio de un solo individuo, sino que miles de personas repiten cada día a voluntad. Estos efectos tienen necesariamente una causa, y en cuanto revelan la acción de una inteligencia y una voluntad, salen del ámbito puramente físico.
Se han propuesto varias teorías sobre este tema; las examinaremos a continuación y veremos si pueden explicar todos los hechos que se producen. Mientras tanto, admitamos la existencia de seres distintos de la humanidad, ya que tales la explicación que dan las inteligencias que se revelan, y veamos qué nos dicen
Los seres que se comunican de este modo se llaman a sí mismos, como hemos dicho, espíritus o genios, y algunos de ellos, al menos, han pertenecido a hombres que han vivido en la tierra. Constituyen el mundo espiritual, al igual que nosotros constituimos el mundo corpóreo durante nuestra vida.
Resumimos aquí en pocas palabras los puntos más destacados de la doctrina que nos han transmitido para responder más fácilmente a ciertas objeciones.
"Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso, soberanamente justo y bueno.
Él creó el universo, que incluye todos los seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.
Los seres materiales constituyen el mundo visible o corpóreo, y los inmateriales el mundo invisible o espiritual, es decir, los espíritus.
El mundo espiritualista es el mundo normal, primitivo, eterno, preexistente y superviviente.
El mundo corpóreo es sólo secundario; podría dejar de existir, o no haber existido nunca, sin alterar la esencia del mundo espiritualista.
Los espíritus se revisten temporalmente de una envoltura material perecedera, cuya destrucción, mediante la muerte, les devuelve la libertad.
Entre las diferentes especies de seres corpóreos, Dios ha escogido la especie humana para la encarnación de los espíritus que han alcanzado un cierto grado de desarrollo, y esto es lo que le da la superioridad moral e intelectual sobre las demás.
El alma es un Espíritu encarnado del que el cuerpo es sólo la envoltura.
Hay tres cosas en el hombre: 1° el cuerpo o ser material análogo a los animales, y animado por el mismo principio vital; 2° el alma o ser inmaterial, el Espíritu encarnado en elcuerpo ; 3° el vínculo que une el alma y el cuerpo, el principio intermediario entre la materia y el Espíritu
El hombre tiene, pues, dos naturalezas: por su cuerpo, participa de la naturaleza de los animales cuyos instintos posee; por su alma, participa de la naturaleza de los espíritus.
El vínculo o periespíritu que une el cuerpo y el espíritu es una especie de envoltura semimaterial. La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera, y el espíritu conserva la segunda, que constituye para él un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en el estado normal, pero que puede hacer visible accidentalmente, e incluso tangible, como sucede en el fenómeno de las apariciones.
Un espíritu no es, pues, un ser abstracto e indefinido, que puede ser concebido por el solo pensamiento; es un ser real y circunscrito, que, en ciertos casos, puede ser apreciado por los sentidos de la vista, el oído y el tacto.
Los espíritus pertenecen a diferentes clases, y no son iguales ni en poder, ni en inteligencia, ni en conocimiento, ni en moralidad. Los del primer orden son los espíritus superiores, que se distinguen de los demás por su perfección, su conocimiento, su cercanía a Dios, la pureza de sus sentimientos y su amor al bien: son los ángeles o espíritus puros. Las otras clases de Espíritus se alejan cada vez más de esta perfección; los de los rangos inferiores se inclinan a la mayoría de nuestras pasiones: odio, envidia, celos, orgullo, etc.; se complacen en el mal. Entre el número hay algunos que no son ni muy buenos ni muy malos; son más desordenados y quisquillosos que malvados, y la malicia y la inconsistencia parecen ser suyas.
Los espíritus no pertenecen perpetuamente al mismo orden. Todos se perfeccionan pasando por los diferentes grados de la jerarquía espiritista. Esta mejora se produce a través de la encarnación, que se impone a unos como expiación y a otros como misión. La vida material es una prueba a la que deben someterse repetidamente hasta alcanzar la perfección absoluta; es una especie de estameña o epuratorium de la que salen más o menos purificados.
Al abandonar el cuerpo, el alma vuelve al mundo de los espíritus del que había salido, para reanudar una nuevaexistencia material después de un período más o menos largo durante el cual se encuentra en estado de espíritu errante[1].
Como el Espíritu tiene que pasar por varias encarnaciones, se deduce que todos hemos tenido varias existencias, y que tendremos otras, más o menos perfeccionadas, ya sea en esta tierra o en otros mundos.
La encarnación de los espíritus se produce siempre en la especie humana; sería un error creer que el alma o el espíritu puede encarnarse en el cuerpo de un animal.
Las diversas existencias corpóreas del Espíritu son siempre progresivas y nunca retrógradas; pero la rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hagamos para llegar a la perfección.
Las cualidades del alma son las del Espíritu que se encarna en nosotros; así el hombre bueno es la encarnación del Espíritu bueno, y el hombre perverso la de un Espíritu impuro.
El alma tenía su individualidad antes de su encarnación; la conserva después de su separación del cuerpo.
Al volver a entrar en el mundo de los espíritus, el alma encuentra allí a todos los que ha conocido en la tierra, y todas sus existencias anteriores son recordadas en su memoria con el recuerdo de todo el bien y todo el mal que ha hecho.
El espíritu encarnado está bajo la influencia de la materia; el hombre que supera esta influencia por la elevación y la purificación de su alma se acerca a los buenos espíritus con los que un día estará en contacto. El que se deja dominar por las malas pasiones, y pone todas sus alegrías en la satisfacción de los apetitos groseros, se acerca a los Espíritus impuros dando preferencia a la naturaleza animal.
Los espíritus encarnados habitan los distintos globos del universo.
Los espíritus que no están encarnados, o que vagan, no ocupan una región definida y circunscrita; están por todas partes, en el espacio y a nuestro lado, viéndonos y codeándonos sin cesar; son toda una población invisible que se agita a nuestro alrededor.
Los espíritus ejercen una acción incesante sobre el mundo moral, e incluso sobre el mundo físico; actúan sobre la materia y sobre el pensamiento, y constituyen una de las potencias de la naturaleza, la causa eficiente de una multitud de fenómenos hasta ahora inexplicados o mal explicados, y que sólo encuentran una solución racional en el Espiritismo.
Las relaciones de los Espíritus con los hombres son constantes. Los Espíritus buenos nos piden que hagamos el bien, nos apoyan en las pruebas de la vida y nos ayudan a soportarlas con valor y resignación; los Espíritus malos nos piden que hagamos el mal: es para ellos un placer vernos sucumbir y asimilarnos a ellos.
Las comunicaciones de los espíritus con los hombres son ocultas u ostensibles. Las comunicaciones ocultas tienen lugar por medio de la influencia buena o mala que ejercen sobre nosotros sin que lo sepamos; depende de nuestro juicio discernir las inspiraciones buenas y malas. Las comunicaciones ostensibles tienen lugar por medio de la escritura, la palabra u otras manifestaciones materiales, casi siempre a través de los médiums que les sirven de instrumento.
Los espíritus se manifiestan espontáneamente o por evocación. Podemos evocar todos los Espíritus: los que han animado a los hombres oscuros, así como los de los personajes más ilustres, cualquiera que sea la época en que hayan vivido; los de nuestros parientes, amigos o enemigos, y obtener de ellos, por comunicaciones escritas o verbales, consejos, informaciones sobre su situación de ultratumba, sobre sus pensamientos hacia nosotros, así como las revelaciones que se les permite hacernos.
Los espíritus son atraídos por su simpatía hacia la naturaleza moral del entorno en el que son evocados. Los Espíritus superiores se complacen en las reuniones serias en las que dominan el amor al bien y el deseo sincero de aprender y mejorar. Su presencia excluye a los Espíritus inferiores, que, por el contrario, encuentran libre acceso a ellos, y pueden actuar con total libertad entre las personas frívolas o guiadas sólo por la curiosidad, y allí donde se encuentran los malos instintos.Lejos de obtener de ellos un buen consejo o una información útil, no hay que esperar más que trivialidades, mentiras, chistes malos o mistificaciones,, pues a menudo toman prestados nombres venerables para engañar mejor
La distinción entre los buenos y los malos espíritus es extremadamente fácil; el lenguaje de los espíritus superiores es siempre digno, noble, imbuido de la más alta moralidad y libre de todas las bajas pasiones; sus consejos respiran la más pura sabiduría y tienen siempre por objeto nuestro mejoramiento y el bien de la humanidad. Los consejos de los espíritus inferiores, por el contrario, son incoherentes, a menudo triviales y hasta groseros; si a veces dicen cosas buenas y verdaderas, más a menudo dicen cosas falsas y absurdas por malicia o por ignorancia; juegan con la credulidad, y se divierten a costa de los que los interrogan, halagando su vanidad y adormeciendo sus deseos con falsas esperanzas. En resumen, las comunicaciones serias, en el pleno sentido de la palabra, sólo tienen lugar en centros serios, en aquellos cuyos miembros están unidos por una íntima comunión de pensamientos para el bien.
La moral de los espíritus superiores se resume, como la de Cristo, en esta máxima evangélica: "Actuar con los demás como queremos que los demás actúen con nosotros; es decir, hacer el bien y no hacer el mal". El hombre encuentra en este principio la regla universal de conducta para sus menores acciones.
Nos enseñan que el egoísmo, el orgullo y la sensualidad son pasiones que nos acercan a la naturaleza animal al apegarnos a la materia; que el hombre que, desde este mundo, se desprende de la materia despreciando las nimiedades mundanas y amando al prójimo, se acerca a la naturaleza espiritual; Que cada uno debe hacerse útil según las facultades y los medios que Dios ha puesto en sus manos para probarlo; que el Fuerte y el Poderoso deben apoyo y protección al Débil, pues quien abusa de su fuerza y poder para oprimir a su prójimo viola la ley de Dios. castigos y placeres que nos son desconocidos en la tierra
"Pero también nos enseñan que no hay faltas que sean irredimibles y que no puedan ser borradas por la expiación. El hombre encuentra los medios para ello en las diversas existencias que le permiten avanzar, según su deseo y sus esfuerzos, en el camino del progreso y hacia la perfección que es su meta final."
Tal es el resumen de la doctrina espiritista, tal como resulta de la enseñanza dada por los espíritus superiores. Examinemos ahora las objeciones a la misma.
Para muchas personas, la oposición de los organismos académicos es, si no una prueba, al menos una fuerte presunción de lo contrario. No estamos entre los que gritan haro a los doctos, pues no queremos que se diga que damos patadas al burro; al contrario, los tenemos en gran estima y nos honraría mucho que nos contaran entre ellos; pero su opinión no puede ser en toda circunstancia un juicio irrevocable.
En cuanto la ciencia deja atrás la observación material de los hechos, y en cuanto se trata de valorar y explicar estos hechos, el campo queda abierto a las conjeturas; cada uno aporta su pequeño sistema que quiere hacer prevalecer y apoya con determinación. ¿No vemos todos los días las opiniones más divergentes defendidas y rechazadas alternativamente? ¿Rechazadas a veces como errores absurdos, luego proclamadas como verdades incontestables? Los hechos son el verdadero criterio de nuestros juicios, el argumento sin réplica; a falta de hechos, la duda es la opinión de los sabios.
En cuestiones de notoriedad, la opinión de los científicos se toma, con razón, como autorizada, porque saben más y mejor que el común de la gente; pero en cuestiones de principios nuevos, de cosas desconocidas, su manera de ver es siempre sólo hipotética, porque no están más libres de prejuicios que los demás; incluso diría que el científico es quizá más prejuicioso que otro, porque una propensión natural le lleva a subordinar todo alpunto de vista que ha estudiado: El matemático sólo ve la prueba en una demostración algebraica, el químico lo relaciona todo con la acción de los elementos, etc. Todo hombre que ha hecho una especialidad se aferra a ella; sácalo de ahí, a menudo se desvía, porque quiere someter todo al mismo crisol: es una consecuencia de la debilidad humana. Por lo tanto, consultaré con gusto y confianza a un químico sobre una cuestión de análisis, a un físico sobre la potencia eléctrica, a un mecánico sobre una fuerza motriz; pero me permitirán, sin menoscabo de la estima de sus conocimientos especiales, que no tenga en cuenta su opinión negativa sobre el tema del Espiritismo, como no lo haría con el juicio de un arquitecto sobre una cuestión de música.
Las ciencias vulgares se basan en las propiedades de la materia, que pueden ser experimentadas y manipuladas a voluntad; los fenómenos espirituales se basan en la acción de inteligencias que tienen voluntad propia, y nos demuestran a cada momento que no están a nuestro antojo. Por lo tanto, las observaciones no pueden hacerse de la misma manera; requieren condiciones especiales y un punto de partida diferente; tratar de someterlas a nuestros métodos ordinarios de investigación es establecer analogías que no existen. La ciencia propiamente dicha, como ciencia, es, pues, incompetente para pronunciarse sobre la cuestión del Espiritismo: no le corresponde tratarla, y su juicio, cualquiera que sea, favorable o desfavorable, no puede tener ningún peso. El espiritismo es el resultado de una convicción personal que los científicos pueden tener como individuos, aparte de su capacidad como científicos; pero remitir la cuestión a la ciencia sería como hacer que una asamblea de físicos o astrónomos decidiera la existencia del alma; Porque el espiritismo trata de la existencia del alma y de su estado después de la muerte, y es totalmente ilógico pensar que un hombre sea un gran psicólogo por ser un gran matemático o un gran anatomista. El anatomista, al diseccionar el cuerpo humano, busca el alma, y porque no la encuentra bajo su bisturí, como encuentra un nervio, o porque no la ve volar como un gas, concluye que no existe, porque se sitúa en un punto de vista exclusivamente material; ¿se deduce que tiene razón contra la opinión universal? No. Usted veque el espiritismo no es competencia de la ciencia Cuando las creencias espiritistas se popularicen, cuando sean aceptadas por las masas, y si juzgamos por la rapidez con que se propagan, este momento no puede estar muy lejano, ocurrirá como con todas las ideas nuevas que han encontrado oposición, los científicos llegarán a la conclusión; Hasta entonces, es inoportuno desviarlos de su trabajo especial, para obligarlos a ocuparse de algo ajeno que no está ni en sus atribuciones, ni en su programa. Mientras tanto, los que, sin un estudio previo y profundo del tema, se pronuncian negativamente y desprecian a quien no está de acuerdo con ellos, olvidan que lo mismo ha ocurrido con la mayoría de los grandes descubrimientos que honran a la humanidad; Se exponen a ver sus nombres añadidos a la lista de ilustres proscriptores de nuevas ideas, e inscritos junto a los de los miembros de la docta asamblea que, en 1752, saludó con una inmensa carcajada la memoria de Franklin sobre los pararrayos, juzgándola indigna de figurar entre las comunicaciones que se le dirigían; y de aquella otra que hizo perder a Francia el beneficio de la iniciativa de la marina de vapor, al declarar que el sistema de Fulton era un sueño impracticable; y, sin embargo, eran cuestiones de su competencia. Por lo tanto, si estas asambleas, que incluían en su seno a la élite de los científicos del mundo, no tenían más que burlas y sarcasmos para las ideas que no entendían, ideas que, unos años más tarde, iban a revolucionar la ciencia, la moral y la industria, ¿cómo podemos esperar que una cuestión ajena a su trabajo obtenga más favor?
Estos errores de algunos, lamentables para su memoria, no pueden privarles de los títulos que en otros aspectos han adquirido en nuestra estima, pero ¿es necesario tener un título oficial para tener sentido común, y sólo se encuentran tontos e imbéciles fuera de las cátedras académicas? Pongamos nuestros ojos en los seguidores de la doctrina espiritista, y veremos si nos encontramos sólo con ignorantes, y si el inmenso número de hombres de mérito que la han abrazado nos permite relegarla al rango de las creencias de las mujeres buenas. Su carácter y sus conocimientos son dignos de mención: ya quetales hombres afirman, al menos debe haber algo
Repetimos que si los hechos que nos ocupan se hubieran limitado al movimiento mecánico de los cuerpos, la búsqueda de la causa física de este fenómeno habría entrado en el dominio de la ciencia; pero en cuanto se trata de una manifestación fuera de las leyes de la humanidad, cae fuera de la competencia de la ciencia material, pues no puede ser expresada ni por las cifras ni por la fuerza mecánica. Cuando surge un hecho nuevo que no surge de ninguna ciencia conocida, el científico, para estudiarlo, debe prescindir de su ciencia, y decirse a sí mismo que es un estudio nuevo que no puede hacerse con ideas preconcebidas.
El hombre que cree que su razón es infalible está muy cerca del error; incluso aquellos que tienen las ideas más falsas se apoyan en su razón, y es en virtud de ésta que rechazan todo lo que parece imposible. Todos los que en su día rechazaron los admirables descubrimientos de los que se enorgullece la humanidad apelaron a este juez para rechazarlos; lo que se llama razón no es a menudo más que orgullo disfrazado, y quien se cree infalible se erige en igual a Dios. Nos dirigimos, pues, a aquellos que son lo suficientemente sabios como para dudar de lo que no han visto, y que, juzgando el futuro por el pasado, no creen que el hombre haya alcanzado su cima, ni que la naturaleza haya pasado la última página de su libro para él.
Añadamos que el estudio de una doctrina, como la espiritista, que nos lanza súbitamente a un orden de cosas tan nuevo y tan grande, sólo puede ser realizado con fruto por hombres serios y perseverantes, libres de prejuicios y animados por un deseo firme y sincero de llegar a un resultado. No podemos dar este calificativo a quienes juzgan a priori, a la ligera y sin haberlo visto todo; que no aportan a sus estudios ni la continuidad necesaria, ni la regularidad, ni el recogimiento; menos aún podemos dárselo a ciertas personas que, para no faltar a su fama de ocurrentes, se desviven por encontrar un lado burlesco a cosas que sonmás verdaderas, o juzgadas como tales por personas cuyos conocimientos, carácter y convicciones merecen el respeto de cualquiera que se preocupe por vivir. Por lo tanto, que se abstengan de hacerlo aquellos que no consideran que los hechos sean dignos de su atención; nadie está pensando en violar sus creencias, pero que respeten las de los demás.
Lo que caracteriza a un estudio serio es el seguimiento que se le da. ¿Debería sorprendernos que a menudo no obtengamos ninguna respuesta sensata a preguntas, que son serias en sí mismas, cuando se hacen al azar y se lanzan con un montón de preguntas sin sentido? Además, una pregunta es a menudo compleja y requiere preguntas preliminares o complementarias para ser aclarada. Quien desee adquirir una ciencia debe estudiarla metódicamente, empezar por el principio y seguir la secuencia y el desarrollo de las ideas. Quien accidentalmente le hace a un científico una pregunta sobre una ciencia de la que no conoce la primera palabra, ¿estará más adelantado? ¿Puede el propio científico, con la mejor voluntad del mundo, darle una respuesta satisfactoria? Esta respuesta aislada será inevitablemente incompleta, y a menudo ininteligible, o puede parecer absurda y contradictoria. Es exactamente lo mismo en las relaciones que establecemos con los espíritus. Si queremos aprender en su escuela, debemos hacer un curso con ellos; pero, como entre nosotros, debemos elegir a nuestros maestros y trabajar asiduamente.
Hemos dicho que los espíritus superiores sólo acuden a las reuniones serias, y especialmente a aquellas en las que hay una perfecta comunión de pensamientos y sentimientos para el bien. La frivolidad y las preguntas ociosas los alejan, al igual que alejan a las personas razonables; entonces se deja el campo libre a la turba de espíritus mentirosos y frívolos, que siempre están al acecho de oportunidades para burlarse y divertirse a nuestra costa. ¿Qué se hace con una pregunta seria en una reunión así? Será respondido; pero, ¿por quién? Es como si en medio de un grupo de juerguistas se hicieran las preguntas: ¿Qué es el alma? ¿Qué es la muerte? y otras cosas igualmente recreativas. Si queréis respuestas serias, sed vosotros mismos serios en todo el sentido de la palabra, y poneos en todas las condiciones adecuadas:sólo así obtendréis grandes cosas; además, sed laboriosos y perseverantes en vuestros estudios, de lo contrario los Espíritus superiores os abandonarán, como un maestro a sus alumnos negligentes
El movimiento de los objetos es un hecho; la cuestión es si hay o no una manifestación inteligente en este movimiento, y si es así, cuál es la fuente de esta manifestación.
No hablamos del movimiento inteligente de ciertos objetos, ni de las comunicaciones verbales, ni siquiera de las que son escritas directamente por el médium; esta clase de manifestación, que es evidente para los que han visto y estudiado la materia, no es, a primera vista, suficientemente independiente de la voluntad para establecer la convicción de un observador novato. Por lo tanto, sólo hablaremos de la escritura obtenida por medio de cualquier objeto provisto de un lápiz, como una canasta, planchette, etc.; la forma en que los dedos del médium se colocan sobre el objeto desafía, como hemos dicho, la más consumada habilidad para poder participar de alguna manera en el trazado de los caracteres. Pero admitamos que, por una maravillosa habilidad, puede engañar al ojo más escrutador, ¿cómo vamos a explicar la naturaleza de las respuestas, cuando están fuera de todas las ideas y conocimientos del médium? Y obsérvese que no se trata de respuestas monosilábicas, sino a menudo de varias páginas escritas con la más asombrosa rapidez, ya sea de forma espontánea o sobre un tema determinado; Bajo la mano del médium menos familiarizado con la literatura, se producen a veces poemas de una sublimidad y pureza irreprochables, que los mejores poetas humanos no repudiarían; lo que añade a la extrañeza de estos hechos es que se producen en todas partes, y que los médiums son infinitamente numerosos. ¿Son estos hechos reales o no? A esto sólo tenemos una respuesta: vea y observe; no le faltarán oportunidades; pero sobre todo observe a menudo, durante mucho tiempo y en las condiciones adecuadas.
¿Qué dicen los antagonistas a estas pruebas? Ustedes son,dicen, los incautos de la charlatanería o el juguete de una ilusión.diremos que la palabracharlatanería debe descartarseno hay beneficio; los charlatanes no hacen su trabajo gratis. Por lo tanto, sería como mucho una mistificación. Pero, ¿por qué extraña coincidencia estos mistificadores se habrían puesto de acuerdo de un extremo a otro del mundo para actuar de la misma manera, para producir los mismos efectos y para dar respuestas idénticas sobre los mismos temas y en diferentes idiomas, si no en cuanto a las palabras, al menos en cuanto al significado? ¿Cómo se prestarían personas serias, honorables y educadas a tales maniobras, y con qué propósito? ¿Cómo se podría encontrar la paciencia y la habilidad necesarias en los niños? Porque si los médiums no son instrumentos pasivos, necesitan una habilidad y unos conocimientos incompatibles con una determinada edad y posición social.
Luego se añade que, si no hay engaño, ambas partes pueden ser engañadas por una ilusión. En buena lógica, la calidad de los testigos tiene cierto peso; y aquí hay que preguntarse si la doctrina espiritista, que hoy tiene millones de adeptos, los recluta sólo entre los ignorantes. Los fenómenos en los que se basa son tan extraordinarios que podemos concebir la duda; pero lo que no podemos admitir es la pretensión de ciertos incrédulos de tener el monopolio del sentido común, y que, sin ningún respeto por el decoro o el valor moral de sus adversarios, gravan sin miramientos a todos los que no están de acuerdo con ellos como inanes. A los ojos de toda persona juiciosa, la opinión de personas ilustradas que han visto, estudiado y meditado durante mucho tiempo sobre una cosa, será siempre, si no una prueba, al menos una presunción en su favor, ya que ha podido fijar la atención de hombres serios, que no tienen ni interés en propagar un error, ni tiempo que perder en nimiedades.
Entre las objeciones hay algunas que son más engañosas, al menos en apariencia, porque están sacadas de la observación y son hechas por personas serias.
Una de estas objeciones se desprende del lenguaje de ciertos espíritus, que no parece merecer la elevación que se supone a los seressobrenaturales . Si nos remitimos al resumen de la doctrina que hemos presentado anteriormente, veremos que los mismos espíritus nos enseñan que no son iguales ni en conocimientos ni en cualidades morales, y que no debemos tomar al pie de la letra todo lo que dicen. La gente sensata debe distinguir entre lo bueno y lo malo. Ciertamente, los que sacan de este hecho la conclusión de que sólo se trata de seres malignos, cuya única ocupación es desconcertarnos, no tienen conocimiento de las comunicaciones que tienen lugar en las reuniones en que sólo se manifiestan los espíritus superiores, pues de lo contrario no pensarían así. Es lamentable que la casualidad les haya servido para mostrarles sólo el lado malo del mundo espiritista, pues no queremos suponer que una tendencia simpática atraiga hacia ellos a los espíritus malos en lugar de los buenos, a los espíritus mentirosos o a aquellos cuyo lenguaje es repugnantemente grosero. A lo sumo podemos concluir que la solidez de sus principios no es lo suficientemente poderosa para alejar el mal, y que, encontrando algún placer en satisfacer su curiosidad a este respecto, los malos espíritus se aprovechan de ello para colarse entre ellos, mientras que los buenos se mantienen alejados.
Juzgar la cuestión de los espíritus por estos hechos sería tan ilógico como juzgar el carácter de un pueblo por lo que se dice y hace en la asamblea de unos cuantos tontos o mal afamados con los que no frecuentan ni los sabios ni los sensatos. Estas personas se encuentran en la situación de un extranjero que, al llegar a una gran capital a través del suburbio más vil, juzgaría a todos los habitantes por los modales y el lenguaje de ese pequeño barrio. En el mundo de los espíritus también hay una sociedad buena y otra mala; si estas personas quisieran estudiar lo que ocurre entre los espíritus de élite, se convencerían de que la ciudad celestial contiene algo más que la escoria del pueblo. Pero", dicen, "¿vienen los espíritus de la élite entre nosotros? A esto responderemos: "No se queden en los suburbios; vean, observen y juzguen; los hechos están ahí para que todos los vean; a menos que a ellos se apliquen estas palabras de Jesús: "Tienen ojos y no ven; oídos y no oyen".
Una variante de esta opinión consiste en ver en las comunicaciones espiritistas, y en todos los hechos materiales a los quedan lugar, sólo la intervención de un poder diabólico, un nuevo Proteo que asumiría todas las formas para engañarnos mejor No creemos que sea susceptible de un examen serio, por lo que no nos detendremos en ella: queda refutada por lo que acabamos de decir; sólo añadiremos que, si fuera así, tendríamos que estar de acuerdo en que el diablo es a veces muy sabio, muy razonable y sobre todo muy moral, o que también hay diablos buenos.
¿Cómo podemos creer, en efecto, que Dios sólo permite que se manifieste el espíritu del mal para perdernos, sin darnos los consejos de los espíritus buenos como contrapeso? Si no puede hacerlo, es impotencia; si puede hacerlo y no lo hace, es incompatible con su bondad. Obsérvese que admitir la comunicación de los espíritus malignos es reconocer el principio de las manifestaciones; pero, mientras existan, sólo pueden ser con el permiso de Dios; ¿cómo creer, sin impiedad, que Él sólo permite el mal con exclusión del bien? Tal doctrina es contraria a las más simples nociones de sentido común y de religión.
Se añade que es extraño que sólo se hable de los espíritus de personas conocidas, y uno se pregunta por qué sólo se manifiestan ellos. Se trata de un error que, como muchos otros, se debe a la observación superficial. Entre los espíritus que vienen espontáneamente, hay aún más desconocidos que los ilustres, que se designan por algún nombre, y a menudo por un nombre alegórico o característico. En cuanto a los evocados, a menos que se trate de un pariente o un amigo, es muy natural dirigirse a los que conocemos antes que a los que no conocemos; los nombres de las personas ilustres son más llamativos, y por eso se les presta más atención.
Es todavía singular que los Espíritus de los hombres eminentes acudan familiarmente a nuestra llamada, y que a veces se ocupen de asuntos minúsculos en comparación con los que han realizado durante su vida. Esto no sorprende a los que saben que el poder o laconsideración de que han gozado estos hombres aquí en la tierra no les da ninguna supremacía en el mundo espiritista; en esto los Espíritus confirman aquellas palabras del Evangelio Los grandes serán humillados y los humildes exaltados, lo que debe entenderse en términos del rango que cada uno de nosotros ocupará entre ellos; así, el que fue el primero en la tierra puede encontrarse entre los últimos; aquel ante quien inclinamos la cabeza durante su vida puede, por tanto, venir entre nosotros como el más humilde artífice, pues al dejar la vida ha dejado toda su grandeza, y el monarca más poderoso puede estar por debajo del último de sus soldados.
Un hecho comprobado por la observación y confirmado por los propios espíritus, es que los espíritus inferiores toman a menudo nombres conocidos y venerados. ¿Quién puede asegurar entonces que quienes dicen haber sido, por ejemplo, Sócrates, Julio César, Carlomagno, Fenelón, Napoleón, Washington, etc., han animado realmente a estos personajes? Esta duda existe entre ciertos seguidores muy fervientes de la doctrina espiritista; admiten la intervención y la manifestación de los espíritus, pero se preguntan qué control se puede tener sobre su identidad. En efecto, este control es bastante difícil de establecer; si no puede establecerse de manera tan auténtica como mediante un certificado de estado civil, puede al menos establecerse por presunción, según ciertos indicios.
Cuando se manifiesta el espíritu de una persona personalmente conocida por nosotros, por ejemplo, un pariente o un amigo, sobre todo si ha muerto hace poco tiempo, sucede generalmente que su lenguaje está en perfecta concordancia con el carácter que conocemos; esto es ya un indicio de su identidad; pero la duda casi no se permite cuando este espíritu habla de asuntos privados, o recuerda circunstancias familiares que sólo conoce la persona a la que habla. Un hijo no entenderá ciertamente el lenguaje de su padre y de su madre, ni los padres el de su hijo. A veces en este tipo de evocaciones íntimas suceden cosas sorprendentes, como para convencer al más incrédulo. El escéptico más empedernido suele estar aterrorizado por las revelaciones inesperadas que se le hacen.
Otra circunstancia muy característica apoyala identidad Hemos dicho que la escritura del médium cambia generalmente con el espíritu evocado, y que esta escritura se reproduce exactamente igual cada vez que se presenta el mismo espíritu; se ha observado muchas veces que, sobre todo en el caso de personas que han muerto recientemente, esta escritura tiene una semejanza sorprendente con la de la persona en vida; se han visto firmas de perfecta exactitud. Además, estamos lejos de afirmar este hecho como una regla, y especialmente como una constante; lo mencionamos como algo digno de mención.
Los espíritus que han llegado a cierto grado de purificación son los únicos que están libres de toda influencia corporal; pero cuando no están completamente desmaterializados (esta es la expresión que utilizan), conservan la mayor parte de las ideas, de las inclinaciones y hasta de las manías que tenían en la tierra, y esto es todavía un medio de reconocimiento; pero se encuentra sobre todo en una multitud de hechos detallados que sólo pueden ser revelados por una observación atenta y sostenida. Vemos a escritores que discuten sus propias obras o doctrinas, aprobando o condenando ciertas partes de ellas; a otros espíritus que recuerdan circunstancias desconocidas o poco conocidas de su vida o de su muerte, todo lo cual es, al menos, una prueba moral de identidad, la única que puede invocarse en materia de cosas abstractas.
Si, pues, la identidad del espíritu evocado puede establecerse hasta cierto punto en algunos casos, no hay razón para que no lo sea en otros; y si, en el caso de las personas cuya muerte es más antigua, no tenemos los mismos medios de control, tenemos siempre el del lenguaje y el del carácter; porque ciertamente el espíritu de un hombre bueno no hablará como lo hace el espíritu de un hombre perverso o de un libertino. En cuanto a los espíritus que se adornan con nombres respetables, pronto se traicionan por su lenguaje y sus máximas. Un espíritu que se llama a sí mismo Fenelón, por ejemplo, y que, aunque sólo sea accidentalmente, ofende al sentido común y a la moral, se mostraría así como un fraude.Si, por el contrario, los pensamientos que expresa son siempre puros, sin contradicciones y constantemente acordes con el carácter de Fénelon, no hay razón para dudar de su identidad; de lo contrario, habría que suponer que un Espíritu que sólo predica el bien puede emplear a sabiendas lamentira , y eso sin uso La experiencia nos enseña que los espíritus del mismo grado, del mismo carácter y animados por los mismos sentimientos, se reúnen en grupos y familias; pero el número de espíritus es incalculable, y estamos lejos de conocerlos a todos; la mayor parte de ellos ni siquiera tienen nombre para nosotros. Un espíritu de la categoría de Fenelón puede, pues, venir en su lugar, y a menudo puede ser enviado por él como su representante; se presenta bajo su nombre, porque es idéntico a él y puede ocupar su lugar, y porque necesitamos un nombre para fijar nuestras ideas; Pero ¿qué importa, en definitiva, que un Espíritu sea realmente el de Fénelon o no? Mientras diga sólo cosas buenas y hable como el propio Fénelon habría dicho, es un buen Espíritu. No puede decirse lo mismo de las evocaciones íntimas; pero ahí, como hemos dicho, la identidad puede establecerse mediante pruebas que son, en cierto modo, patentes.
Esta es una de las dificultades del Espiritismo práctico; pero nunca hemos dicho que esta ciencia fuera fácil, ni que pudiera aprenderse jugando, más que cualquier otra ciencia. No podemos repetir demasiado que requiere un estudio asiduo y, a menudo, muy largo; ya que no podemos provocar los hechos, debemos esperar a que se presenten, y a menudo se producen por circunstancias que menos pensamos. Para el observador atento y paciente, los hechos abundan, porque descubre miles de matices característicos que son, para él, rasgos de luz. Es así en las ciencias vulgares; mientras que el hombre superficial ve en una flor sólo una forma elegante, el erudito descubre en ella tesoros para el pensamiento.
Las observaciones anteriores nos llevan a decir unas palabras sobre otra dificultad, la de la divergencia que existe en el lenguaje de los espíritus.
Siendo los Espíritus muy diferentesconocimiento y a la moral , es evidente que la misma pregunta puede ser contestada en sentido opuesto, según el rango que ocupen, absolutamente como si fuera planteada entre los hombres alternativamente a un sabio, a un ignorante o a un mal bromista Lo esencial, como hemos dicho, es saber a quién se dirige uno.
Pero, se añade, ¿cómo es que los espíritus que se reconocen como superiores no están siempre de acuerdo? Diremos, en primer lugar, que, independientemente de la causa que acabamos de mencionar, hay otras que pueden ejercer cierta influencia sobre la naturaleza de las respuestas, al margen de la calidad de los espíritus; este es un punto de capital importancia, cuya explicación se encontrará en el estudio de la materia; y por eso decimos que estos estudios requieren una atención sostenida, una observación profunda y, sobre todo, como todas las ciencias humanas, continuidad y perseverancia. Se necesitan años para hacer un médico mediocre, y tres cuartos de vida para hacer un erudito, ¡y uno quisiera adquirir la ciencia del infinito en unas horas! No nos equivoquemos: el estudio del Espiritismo es inmenso; toca todas las cuestiones de metafísica y de orden social; es todo un mundo que se abre ante nosotros; ¿hay que sorprenderse de que se necesite tiempo, y mucho, para adquirirlo?
