El libro del Yoga I - Osho - E-Book

El libro del Yoga I E-Book

OSHO

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El yoga es una práctica espiritual concebida para lograr que la mente salga de su ensueño. Es la ciencia que nos enseña a estar en el aquí y en el ahora. Cuando dejamos de proyectarnos hacia el futuro o de retroceder al pasado, esto es, cuando nos fundamentamos en el eterno momento presente, realmente somos capaces de avanzar hacia nuestro interior y podemos afrontar la realidad tal cual es. Los Sutras de Patanjali, transmitidos hace más de dos mil años, describen la esencia del yoga y muestran el potencial transformador y liberador de esta práctica. En El libro del Yoga, Osho nos guía -con su habitual humor y claridad- a través de los aforismos de Patanjali, que interpela a la luz de su propia experiencia y su profunda visión de la vida. El conjunto es una obra maestra, en dos volúmenes, indispensable para aquellos embarcados en un camino espiritual de vida.

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OSHO

EL LIBRO DEL YOGA I

El nacimiento del individuo

Traducción del inglés de Elsa Gómez

Titulo original: YOGA: THE SCIENCE OF THE SOUL. ABRIDGE VERSION. VOL. I, BY OSHO

© 1976, 2004 OSHO International Foundation

www.osho.com/copyrights. All rights reserved

© de la edición en castellano:

2011 Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

© de la traducción del inglés: Elsa Gómez

Primera edición en papel: Septiembre 2011

Primera edición en digital: Junio 2021

ISBN papel: 978-84-7245-999-1

ISBN epub: 978-84-9988-936-8

ISBN kindle: 978-84-9988-937-5

Composición: Pablo Barrio

Cubierta: Katrien Van Steen

OSHO® es una marca registrada de Osho International Foundation.

www.osho.com/trademarks

El material de este libro es una versión abreviada con una selección de textos de una serie de discursos titulados YOGA: THE SCIENCE OF THE SOUL dados por OSHO ante una audiencia. Todos los discursos de OSHO han sido publicados en forma de libros y están también disponibles en audio. Las grabaciones originales de audio y el archivo completo de textos se pueden encontrar on-line en la biblioteca de la www.osho.com

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

1. Introducción al sendero del yoga2. El conocimiento verdadero y el falso3. El no apego y una constante práctica interior hecha con devoción4. Esfuerzo total y rendición5. El sonido universal6. Cultivar la actitud interior7. La transformación espontánea del control mental8. El puro mirar9.Samadhi: liberarse del ciclo del renacer10. La falta de percepción consciente y el miedo a la muerte11. La percepción consciente es el fuego que quema el pasado12. Los ocho miembros del yoga13. Muerte y disciplinaSobre el autorOSHO International Meditation ResortMás información

1. Introducción al sendero del yoga

Sutras de Osho

Vivimos en una profunda ilusión: la ilusión de la esperanza, del futuro, del mañana.

El yoga es un método para despertar a la mente de su ensoñación.

Las creencias son como la ropa que vestimos: no transforman nada esencial; seguimos siendo los mismos.

El yoga es existencial, experiencial, experimental. No exige creencia alguna; solamente valor para experimentar.

Vivimos en una profunda ilusión: la ilusión de la esperanza, del futuro, del mañana. Tal como es hasta hoy el ser humano, no puede existir sin engaños; tal como es, no puede vivir con la verdad. Y esto es algo que tenemos que comprender muy seriamente, porque, sin comprenderlo, no podremos iniciar la indagación a la que llamamos yoga.

Tenemos que comprender la mente hasta sus capas más profundas; esa mente que necesita mentiras, que necesita ilusiones, que no es capaz de vivir con lo real; esa mente que necesita sueños. Porque no sólo sueñas cuando estás dormido; cuando estás despierto sigues soñando sin cesar.

Día y noche la mente va pasando de la ensoñación a la ausencia de ella y, de esa ausencia, una vez más a la ensoñación; así, una y otra vez, atendiendo a una especie de ritmo interno. Y no sólo soñamos continuamente, sino que además, durante la vigilia, proyectamos nuestras esperanzas en el futuro.

El presente es casi siempre un infierno, y si eres capaz de sobrellevarlo, es sólo por esa esperanza que has proyectado. Soportas el hoy porque existirá el mañana; confías en que mañana ocurrirá algo…, en que se abrirán las puertas del paraíso. No hoy, sino mañana; pero cuando mañana llegue, no llegará como mañana sino como hoy, aunque, para entonces, la mente habrá vuelto a avanzar hasta el mañana siguiente. Y así vives, siempre un paso por delante de la realidad; eso es lo que significa soñar. No eres uno con lo real, con lo que sucede aquí y ahora; estás siempre en otra parte, adelantándote en el tiempo, escapando en el tiempo.

A ese mañana, a ese futuro, se le han dado infinidad de nombres. Hay quien lo llama cielo, hay quien lo llama moksha; pero está invariablemente en el futuro. Quien ambiciona riquezas imagina que le llegarán en el futuro, y quien anhela el paraíso, que lo alcanzará después de muerto, en un futuro aún más lejano. Así, desperdicias el presente acariciando algo que no tiene realidad; eso es lo que significa soñar. Eres incapaz de estar aquí y ahora; te parece una tarea demasiado ardua vivir sencillamente el momento.

Puedes estar en el pasado, puesto que también es soñar recrearse en el recuerdo de aquello que ya no existe, o puedes estar en el futuro, que no es sino una proyección basada igualmente en el pasado, más pintoresca quizá, más hermosa y placentera, pero igual de irreal que el pasado. Lo real es el presente, y nunca estás en él. Esto es lo que significa soñar.

El yoga es un método para lograr que la mente salga de su ensueño. El yoga es la ciencia que nos enseña a estar aquí, en el ahora. Yoga significa que uno está preparado para no tener que escapar al futuro, preparado para no necesitar la esperanza, para no vivir un paso por delante de su ser. Yoga significa afrontar la realidad tal como es.

Así pues, podrás tomar el sendero del yoga sólo una vez que te sientas totalmente frustrado por el estado actual de tu mente; mientras conserves la esperanza de que quizá aún consigas obtener algo valioso por medio de la mente, el yoga no es para ti. Es necesaria una frustración total: la revelación de que esa mente que proyecta es una mente inútil, de que la mente que vive en la esperanza es una mente absurda que no te conducirá a ninguna parte, de que no hará sino cerrarte los ojos, embriagarte, e impedir que la verdad te sea revelada. Una mente así te protege contra la verdad.

Tu mente es una droga, que falsea la realidad. Por eso, sólo si has llegado al límite y no soportas ya más ni sus tretas ni tu comportamiento ni la forma en que has vivido hasta ahora, y estás por tanto dispuesto a renunciar a ellos sin condiciones, podrás empezar a caminar por el sendero del yoga.

Porque son muchos los que se sienten atraídos por él, pero muy pocos quienes lo recorren, ya que tal vez ese interés sea sólo producto de la mente, y esperen entonces obtener alguna ganancia personal por medio del yoga. Pero el yoga tiene un único objetivo, que es el perfeccionamiento humano, que es alcanzar el dichoso estado de perfección, que es ser uno con lo Absoluto, hacer realidad satchidananda. Quizá ése sea también el motivo de tu interés por el yoga; si es así, no podrás dar más allá de un paso por este sendero, ya que tu motivación está en total oposición a su esencia, se halla en una dimensión absolutamente contraria.

Yoga significa que en este momento no hay ninguna esperanza, ningún futuro, ningún deseo, que uno está preparado para conocer lo que es; no lo que podría o debería ser, ¡eso no le interesa! Le interesa únicamente lo que es, porque sólo aquello que es real puede liberarnos, sólo en la realidad puede haber liberación.

Es necesario llegar a la desesperación total. Por eso, si te sientes auténticamente desgraciado, no albergues esperanzas, pues la esperanza sólo prolongará tu desdicha. La esperanza es una droga, que no puede ayudarte a alcanzar más que la muerte. La muerte es el único destino al que pueden conducirte tus esperanzas, y hacia él te conducen.

Siéntete absolutamente desesperado; sin futuro, sin esperanza. Es difícil. Hace falta valor para enfrentarse a la realidad. Pero, tarde o temprano, a todo ser humano le llega un momento así, en que siente una total desesperanza, en que todo le parece absurdo, en que se da cuenta de que haga lo que haga es inútil, de que ningún camino que emprende le lleva a ninguna parte, de que la vida entera carece de sentido; se queda de repente sin esperanzas, sin futuro, y por primera vez en su vida está en sintonía con el presente; por primera vez en su vida se encuentra cara a cara con la realidad.

El yoga es un giro hacia dentro, un giro en redondo. Cuando no saltas hacia el futuro ni retrocedes al pasado, empiezas a avanzar hacia tu interior, puesto que tu ser está aquí, en este momento, no en el futuro. Estás presente aquí y ahora, y por eso puedes adentrarte en esta realidad. Ahora bien, para ello, la mente ha de estar aquí; y a ese momento se refiere el primer sutra de Patañjali.

Pero antes de hablar de él, debemos entender varias cuestiones. La primera es que el yoga no está vinculado a ninguna religión. El yoga no es ni hindú ni musulmán; es una ciencia pura, como lo son la física, la química o las matemáticas. La física no es ni budista ni cristiana. No la hace cristina el hecho de que los cristianos descubrieran las leyes de la física; el que lo hicieran fue meramente accidental, y la física continúa siendo únicamente una ciencia. Lo mismo ocurre con el yoga. Es un mero accidente el que los hindúes lo descubrieran, y por eso no es hindú: es la matemática pura del ser interior.

El yoga es una ciencia pura, y Patañjali es el nombre más importante en lo que al mundo del yoga se refiere. Fue un hombre excepcional; no hay nadie que pueda comparársele, pues, por primera vez en la historia de la humanidad, dio a la religión la categoría de ciencia. Hizo de ella una ciencia basada en leyes estrictamente científicas, desprovistas de cualquier otra connotación, e independiente por completo de cualquier creencia.

Porque las denominadas religiones sí necesitan creencias, y la única diferencia entre ellas es la de sus creencias respectivas. El musulmán, el hindú y el cristiano tienen cada uno sus creencias particulares, y son éstas las que los diferencian entre sí. El yoga, en cambio, no entraña creencia alguna ni exige, por tanto, creer en nada. Está basado en la experiencia, y lo único que exige es eso: experimentar, al igual que lo hace la ciencia. Por eso el experimento y la experiencia son lo mismo; varía solamente su dirección. El experimento es algo que se hace fuera de nosotros, y la experiencia, dentro; la experiencia es un experimento interior.

La ciencia dice: «No creáis en nada, dudad todo lo que podáis; pero tampoco descreáis, pues el descreimiento vuelve a ser una forma de creencia». Hay quien cree en Dios, y quien cree en el concepto de no-Dios; quien afirma con fanatismo que Dios existe, y quien, con el mismo fanatismo, afirma lo contrario. El teísta y el ateo son creyentes, ambos, y las creencias son un ámbito en el que la ciencia no tiene cabida, dado que la ciencia experimenta exclusivamente con la realidad.

Así pues, lo segundo que debemos recordar es que el yoga es existencial, experiencial y experimental; no exige creer en nada, sino únicamente tener valor para experimentar. Y eso es lo que nos falta. Nos resulta fácil creer, porque la creencia no va a transformarnos; es simplemente algo que añadimos a lo que somos, algo superficial, que no cambia nada sustancial de nuestro ser, que no nos hace pasar por ninguna mutación. Puede que hoy seas hindú y mañana te hagas cristiano, y lo único que habrá cambiado es que ahora leerás la Biblia en vez de la Gita; o podrías cambiarla por el Corán. Pero la persona que sujetaba la Gita y ahora sujeta la Biblia permanece igual, solamente ha cambiado de creencias.

Las creencias son como las ropas que vestimos; no cambian nada sustancial en nosotros, seguimos siendo los mismos. Y si diseccionamos a un hindú y a un musulmán, veremos que por dentro son iguales: el hindú va a rezar al templo y el musulmán odia el templo; el musulmán va a la mezquita y el hindú odia la mezquita; pero el ser humano que hay en su interior es el mismo.

Profesar una creencia es muy fácil, porque en realidad no te exige que hagas nada; es un mero atavío superficial, un ornamento que puedes dejar de lado en el momento que lo desees. Pero el yoga no es una creencia, y por eso es tan difícil, tan arduo y, a veces, parece incluso imposible, porque significa adoptar una actitud experiencial. Te conducirá a la verdad, pero no por medio de creencias, sino de tu propia experiencia, de tu propia realización, y eso significa que tendrás que cambiar radicalmente. Tus puntos de vista, tu forma de vida, tu mente, tu psique tienen que quedar completamente arrasados para que pueda crearse algo nuevo. Porque sólo cuando cuentes con ese algo nuevo podrás entrar en contacto con la realidad.

De modo que el yoga es a la vez una muerte y una vida nueva. Tendrá que morir lo que eres en la actualidad, porque, a menos que mueras, no podrás nacer de nuevo, y lo nuevo existe ya, oculto, dentro de ti. Tú eres simplemente su semilla, y la semilla ha de caer para que la tierra la absorba; la semilla ha de morir, y sólo entonces lo nuevo aflorará. Tu muerte será tu nueva vida. El yoga es tanto una muerte como un nuevo nacimiento, y, a menos que estés dispuesto a morir, no podrás renacer. Así pues, no es meramente cuestión de cambiar de creencias.

El yoga no es una filosofía. No es ni una filosofía ni una religión, ni es algo en lo que se pueda pensar. Es algo que tendrás que ser; pensar en ello no te servirá de nada, porque el pensamiento vive en la cabeza, no penetra hasta las raíces más profundas de tu ser no es tu totalidad, sino solamente una parte, una parte funcional a la que se puede adiestrar. Con él podrás encontrar argumentos lógicos, podrás razonar, pero tu corazón, que es tu centro más profundo, permanecerá intacto. El intelecto no es más que una rama, y puedes vivir sin ella, puesto que no constituye una parte sustancial. Pero no puedes vivir sin el corazón.

El yoga se ocupa de la totalidad de tu ser, incluidas tus raíces. No es filosófico, y por eso estudiar a Patañjali no significa pensar, especular, sino tratar de conocer las leyes supremas del ser: las leyes de su transformación, las leyes de cómo morir y volver a nacer, las leyes de un estado de ser nuevo. Por eso digo que es una ciencia.

Y ahora la disciplina del yoga.

Tenemos que entender cada palabra de Patañjali, porque ni una sola de sus palabras es superflua. Trata de comprender primero la palabra “ahora”. Ese “ahora” indica la disposición mental a la que me refería hace un instante.

Si estás desilusionado, desesperanzado, si te has dado cuenta plenamente de la futilidad de todos los deseos y sientes que tu vida carece de sentido, pues lo que sea que hayas estado haciendo hasta ahora se ha muerto de repente y no queda nada con lo que forjar un futuro; si estás completamente desesperado, sumido en eso a lo que Kierkegaard llama angustia…; si estás angustiado, y sufres, y no sabes qué hacer ni adónde ir ni con quién hablar, al borde mismo de la locura, del suicidio, de la muerte, porque todo tu esquema de vida se ha vuelto de pronto absurdo…; si ha llegado ese momento, dice Patañjali: «Ahora, la disciplina del yoga». Sólo ahora puedes comprender la ciencia y la disciplina yóguica.

Si ese momento no ha llegado, puedes seguir estudiando yoga y llegar a ser un gran erudito; puedes escribir tesis y dar discursos sobre yoga, pero no serás un yogui. Aún no te ha llegado el momento. Quizá tengas un enorme interés intelectual por el yoga y te relaciones mentalmente con él; pero, si no es una disciplina, el yoga no es nada. El yoga no es shastra, no es una escritura; es una disciplina, algo que se ha de hacer. No está hecho para satisfacer la curiosidad, ni es una mera especulación filosófica. Es mucho más profundo que eso. Es una cuestión de vida o muerte.

Si ha llegado el momento en que, mires donde mires, todo es confusión, y no hay ya direcciones ni caminos; si el futuro se ha vuelto oscuro, y cada deseo, amargo, pues sólo has conocido el desengaño al final de todos los deseos; si la esperanza y los sueños han cesado por completo: ahora, el yoga.

¿Estás verdaderamente insatisfecho? Todo el mundo responderá que sí, pero eso no es insatisfacción verdadera. Puede que estés descontento con esto y con aquello, pero no estás descontento por completo; todavía tienes esperanzas. Estás insatisfecho en cuanto a tus esperanzas pasadas, pero aún tienes esperanza en el futuro. Tu descontento no es total; todavía sueñas con encontrar un poco de satisfacción en algo, un poco de gratificación.

A veces te sientes desesperado, pero no es verdadera esa desesperanza. Tu desesperación se debe a que ciertas esperanzas no se han hecho realidad, a que se han truncado; pero sigues y seguirás esperando, pues la esperanza no ha desaparecido. Con lo que estás descontento es con esta y con aquella esperanza concretas, pero no con la esperanza en sí. El día que la esperanza en sí te decepcione, habrá llegado el momento de adentrarte en el yoga; y entonces no será ya una entrada en el proceso mental y especulativo, sino una entrada en la disciplina.

¿Y qué es la disciplina? Disciplina significa crear orden en tu interior. En la actualidad, eres caótico; en la actualidad, eres un ser totalmente desordenado.

Un hombre –posiblemente un reformador social, un revolucionario– se acercó una vez al Buddha y le dijo: «El mundo está sumido en la desdicha, estoy de acuerdo contigo». El Buddha nunca había dicho que el mundo fuera desdichado, sino que el ser humano vive en la desdicha, que la vida es desdicha, que es desdicha la mente, pero no el mundo. Sin embargo, el revolucionario pronunció estas palabras y luego le preguntó: «Dime, ¿qué puedo hacer? Siento una profunda compasión, y quiero servir a la humanidad».

Servir al prójimo debía de ser su lema. El Buddha lo miró y se quedó en silencio. El discípulo del Buddha, Ananda, le dijo al maestro: «Este hombre parece sincero. Aconséjale. ¿Por qué te quedas callado?». El Buddha entonces se dirigió al revolucionario diciendo: «Quieres servir al mundo, pero ¿dónde estás? No veo a nadie dentro de ti. Miro en tu interior, y no hay nadie».

En la actualidad, no tenéis centro, y, a menos que estéis centrados, cualquier cosa que hagáis sólo aumentará el daño. Todos vuestros reformadores sociales, vuestros revolucionarios y líderes son malhechores, ellos son los auténticos instigadores de la maldad. Al mundo le iría mucho mejor si no hubiera líderes. Pero no lo pueden evitar, sienten que deben hacer algo porque el mundo está sumido en la desdicha; y el problema es que, como no están centrados, cualquier cosa que hagan sólo generará una desdicha aún mayor. La compasión sola, el servicio a los seres humanos por sí solo, no será de ninguna ayuda. La compasión que siente un ser centrado en sí mismo es algo muy diferente; pero la compasión de la multitud es perversidad, esa compasión es veneno.

Disciplina significa capacidad de ser, capacidad de saber, capacidad de aprender. Y debemos entender estos tres conceptos.

La capacidad de ser. Las posturas de yoga no se ocupan en realidad del cuerpo, sino de la capacidad de ser. Dice Patañjali que, si eres capaz de estar sentado en silencio y sin moverte durante varias horas, la capacidad de ser empezará a desarrollarse en ti. ¿Por qué te mueves? Eres incapaz de sentarte quieto ni siquiera unos segundos. Pronto empiezas a menear el cuerpo: sientes picor en algún lado, se te duermen las piernas, te suceden todo tipo de cosas… No son más que excusas para moverte.

No eres el dueño y señor, puesto que no puedes ordenarle al cuerpo que se esté quieto durante una hora. Aunque lo intentes, inmediatamente el cuerpo se rebela; inmediatamente te obliga a moverte, a hacer algo, y te da sus razones: «Tienes que moverte porque te está picando un insecto», pese a que probablemente, cuando lo busques, no encuentres insecto alguno. No eres un ser, eres una temblorosa y frenética actividad continua. Las asanas de Patañjali –las posturas yóguicas– no están en realidad dirigidas a ningún tipo de adiestramiento fisiológico, sino a la formación interior del ser, a que puedas simplemente ser, sin hacer nada, sin ningún movimiento, sin ninguna actividad; a que puedas ser, sencillamente. Y ese ser te ayudará a centrarte.

Cuanto más te obedezca el cuerpo, más cabal y más fuerte se hará tu ser interior. Y recuerda que, si el cuerpo no se mueve, la mente no puede moverse, porque el cuerpo y la mente no son dos entes separados, sino los polos opuestos de un solo fenómeno. No eres cuerpo y mente, sino cuerpo-mente. Tu personalidad es psicosomática, es la unión de la mente y el cuerpo; la mente es la parte más sutil del cuerpo, o bien, a la inversa, el cuerpo es la parte más basta de la mente.

Patañjali empieza hablando de la respiración, y centra su atención en ella, porque la respiración es nuestra vida. Primero trabaja sobre el cuerpo; después, sobre prana, la segunda capa de la existencia, y por último trabaja sobre los pensamientos.

Hay muchos métodos que empiezan directamente por los pensamientos, pero no son tan lógicos ni científicos, ya que, si la persona sobre la que vamos a trabajar está enraizada en el cuerpo –es cuerpo, es soma–, un método científico tiene que empezar por ahí, por cambiar el cuerpo en primer lugar. Una vez que el cuerpo haya cambiado, se puede cambiar la respiración; una vez que la respiración haya cambiado, se pueden cambiar los pensamientos, y cuando hayan cambiado los pensamientos, se puede cambiar a la persona.

La parte más basta es el cuerpo, y la más sutil, la mente. No empieces por la más sutil, porque será más difícil; es vaga, no se puede aprehender. Empieza por el cuerpo. Por eso Patañjali comienza por las posturas corporales. Tal vez no te hayas dado cuenta –¡ya que vivimos con tan poca atención!– de que cada vez que te encuentras en cierto estado mental adoptas una postura corporal asociada con él. Si estás furioso, ¿puedes sentarte relajado? Si estás furioso, la postura de tu cuerpo cambia, lo mismo que cambia cuando estás atento, o cuando tienes sueño.

Si estás en silencio total, te sentarás como el Buddha, caminarás como el Buddha. Y si caminas así, sentirás que cierto silencio se fusiona con tu corazón, que tu caminar crea un puente silencioso. Prueba a sentarte bajo un árbol como un buddha. Simplemente siéntate, deja que se siente sólo el cuerpo, y verás que de pronto tu respiración cambia, que se hace más relajada, más armoniosa. Y cuando la respiración sea armoniosa y relajada, sentirás que la mente está menos tensa, que hay menos pensamientos, menos nubes, más espacio, más cielo. Sentirás un silencio que fluye, que entra y sale de ti.

Por eso digo que Patañjali es científico. Si quieres cambiar la postura de tu cuerpo, Patañjali te dirá que cambies tus hábitos alimenticios, porque cada uno de ellos crea sutiles posturas corporales. Si comes carne, no podrás sentarte como un buddha. Si no eres vegetariano, tu postura será distinta de si lo eres, ya que los alimentos que comes dan forma a tu cuerpo. No es un mero accidente; lo que quiera que introduzcas en tu cuerpo se reflejará en él.

De ahí que, para Patañjali, el vegetarianismo no sea una doctrina moralista, sino un método científico. Cuando comes carne, no sólo ingieres un alimento, sino que permites que el animal del que procede la carne entre en ti. Esa carne formaba parte de un cuerpo, formaba parte de un determinado patrón instintivo; sólo unas horas antes, esa carne era un animal, y lleva consigo todas las impresiones del animal, todos sus hábitos. Por eso, cuando la comes, esa carne influye en tu actitud y en tu postura.

Si eres una persona sensible, podrás darte cuenta de que, cada vez que ingieres ciertos alimentos, se producen de inmediato ciertos cambios. Si tomas una bebida alcohólica, de repente ya no eres el mismo; inmediatamente aflora una nueva personalidad. El alcohol no puede crear una personalidad, pero, al cambiar la química del cuerpo, cambia el patrón de comportamiento corporal. Es decir, cuando la química del cuerpo cambia, la mente tiene que cambiar de patrón, y, cuando la mente cambia de patrón, entra una personalidad nueva.

Patañjali es científico porque tiene en cuenta todo: la comida, la postura, la forma de dormir, la forma de despertarse por la mañana, la hora de levantarse, de dormirse. Lo tiene todo en cuenta, a fin de que el cuerpo llegue a constituir el ambiente propicio para algo más elevado. Y luego tiene en cuenta la respiración.

Si estás triste, el ritmo de la respiración cambia. ¿Quieres comprobarlo? Puedes hacer un experimento muy interesante. La próxima vez que estés triste, observa tu respiración: cuánto tardas en inspirar y cuánto en espirar. Toma nota de ello. Simplemente ve contando: un, dos, tres, cuatro, cinco… Cuentas hasta cinco y la inspiración ha terminado. Después cuenta cuánto dura la espiración; habrá terminado para cuando hayas contado hasta diez. Obsérvalo meticulosamente para saber cuál es la proporción exacta. Luego, en cualquier momento en que te sientas feliz, adopta de inmediato ese patrón de respiración –cinco, diez–, y verás que la felicidad se desvanece.

Pero lo contrario también es verdad. Cuando te sientas feliz, toma nota de cómo respiras, y la próxima vez que estés triste, aplica ese patrón. Verás que inmediatamente desaparece la tristeza, pues la mente no puede existir en un vacío; existe dentro de un sistema, y, para la mente, no hay sistema más profundo que la respiración. La respiración es pensamiento. Si dejas de respirar, los pensamientos se detienen al instante. Haz la prueba por un segundo. Detén la respiración. Inmediatamente se produce una interrupción en el proceso de pensamiento; se interrumpe el proceso. Pensar es la parte invisible de la respiración visible.

A esto me refiero al decir que Patañjali es científico. No es un poeta. Si dice: «No comas carne», no es porque comer carne implique violencia, no; lo dice porque comer carne es autodestructivo. Muchos poetas han dicho que la no violencia es hermosa; Patañjali dice que la no violencia es salud, que ser no violento es cuidar del propio ser. Sí, no es tener compasión de los demás, sino tener compasión de ti mismo.

A Patañjali le importas tú, le importa tu transformación, y para cambiar las cosas, no basta con pensar en el cambio, sino que hay que crear la situación propicia. En todo el mundo se ha enseñado el amor, pero no hay amor en ninguna parte porque no existe la situación adecuada. ¿Cómo puede haber amor en ti si comes carne? Si te alimentas de carne, te alimentas de violencia, y, con esa violencia profundamente arraigada en ti, ¿cómo puedes amar? El amor que muestres será falso, o tal vez sea simplemente una forma de odio.

Patañjali no te dirá que amar es bueno, sino que te ayudará a crear la situación en la que el amor pueda florecer. Por eso digo que es científico. Si sigues sus instrucciones paso a paso, verás florecer en ti cosas que antes habrían sido inconcebibles, inimaginables; cosas con las que no habrías podido soñar siquiera. Si cambias tu forma de alimentarte, y cambias tu postura corporal, los patrones de sueño y los hábitos cotidianos, verás aflorar en ti una persona nueva, lo cual a su vez permitirá que se produzcan muchos otros cambios. Después de un cambio, se hace posible otro, y de este modo, paso a paso, se irán abriendo nuevas posibilidades. Por eso digo que Patañjali es lógico; no un filósofo lógico, sino un hombre lógico, un hombre práctico.

Así pues, lo que quiera que ocurra en el cuerpo ocurre también en la mente, y viceversa: lo que ocurre en la mente ocurre en el cuerpo. Si el cuerpo está inmóvil y puedes conseguir estar en cierta postura, si puedes ordenarle al cuerpo que se esté quieto, la mente se quedará en silencio. En realidad, la mente empieza a moverse y trata de mover al cuerpo, porque, si el cuerpo se mueve, ella puede moverse a placer. Pero en un cuerpo inmóvil, la mente no se puede mover; para moverse, necesita que el cuerpo esté en movimiento.

Y si el cuerpo está inmóvil y está inmóvil la mente, estás centrado, ya que esa postura de inmovilidad no es sólo un adiestramiento físico, sino que crea una situación en la que el ser puede centrarse, en la que puedes volverte disciplinado. Cuando lo estés, cuando te hayas centrado, cuando sepas lo que significa encontrar el centro, podrás aprender, porque serás humilde; podrás rendirte, porque ningún ego conseguirá aferrarse a ti –pues, al estar centrado, sabrás que todos los egos son falsos–; podrás inclinarte en reverencia, porque tendrás disciplina.

Un ser humano disciplinado es un buscador que no es multitud; que intenta estar centrado y cristalizar, que al menos lo intenta y se esfuerza sinceramente por hacerse un individuo, por sentir su ser, por ser su propio dueño. La disciplina del yoga es de principio a fin un esfuerzo por hacerte dueño de ti mismo. En la actualidad, eres sólo un esclavo de los innumerables deseos; tienes innumerables amos, y tú no eres más que un esclavo, arrastrado en todas las direcciones.

El yoga es un estado de no mente. La palabra mente lo abarca todo: tu ego, tus deseos, tus esperanzas, tus filosofías, tus religiones y tus escrituras. La mente lo abarca todo. Todo aquello en lo que puedas pensar es mente. Todo lo que conoces y puedes llegar a conocer, todo lo cognoscible, está dentro de la mente. Por eso, el cese de la mente significa el cese de lo conocido, el cese de lo cognoscible; es un salto a lo desconocido. Cuando no hay mente, es ahí donde te hallas; eso es el yoga: un salto a lo desconocido… Aunque “desconocido” no es la palabra adecuada; deberíamos decir, un salto a lo incognoscible.

¿Qué es la mente? ¿Qué papel desempeña? Habitualmente pensamos que la mente es algo sustancial que existe dentro de la cabeza; pero Patañjali no está de acuerdo con esto, ni lo estará nadie que haya rebuscado en las entrañas de la mente. Tampoco la ciencia moderna está de acuerdo. La mente no es algo sustancial que existe encerrado en nuestra cabeza. La mente no es más que una función, una actividad.

Caminas, y yo digo que estás caminando; pero ¿qué es caminar? ¿Dónde está el caminar, si te paras? ¿Qué ha pasado con el caminar, si te sientas? Caminar no es algo sustancial; es una actividad. Por eso, cuando te sientas, nadie te pregunta: «¿Qué has hecho con el caminar, dónde lo has puesto? Hace un momento estabas caminando; ¿adónde se ha ido el caminar?». Si alguien te hiciera estas preguntas, te reirías; contestarías: «Caminar no es algo sustancial, es una actividad simplemente. Puedo caminar de nuevo, y me puedo detener; no es más que una actividad».

Pues lo mismo sucede con la mente; sólo que, debido al nombre que le hemos dado, “mente”, parece que se tratara de una entidad fundamental. En realidad, sería más apropiado llamarla “mentando”, igual que decimos “caminando”; porque eso es lo que significa “mente”; mente significa pensar, es una actividad.

Bodhidharma fue a China, y el emperador de China acudió a verle y le dijo:

–Tengo la mente inquieta, desasosegada. Tú eres un gran sabio, y he estado esperando a que vinieras. Dime qué debo hacer para tener la mente en paz.

Bodhidharma le contestó:

–No hagas nada; sólo, tráeme tu mente.

–¿Qué quieres decir? –le preguntó, sin entender, el emperador.

–Ven a las cuatro de la madrugada, cuando no haya nadie –respondió Bodhidharma–. Ven solo, y acuérdate de traer tu mente.

El emperador no durmió en toda noche. Infinidad de veces pensó en olvidarse de todo: «Este hombre debe de estar loco –se decía–; ¿a qué se refiere con “ven con tu mente”?». Pero el sabio era un hombre tan fascinante, tan carismático, que no quería cancelar la cita. Así que, como si un imán tirara de él, a las cuatro de la madrugada saltó de la cama y pensó: «Ocurra lo que ocurra, debo ir. Puede que, después de todo, este hombre sea de verdad un sabio; sus ojos dejan traslucir algo especial. Parece estar un poco loco, pero, aun así, debo ir y ver qué pasa».

De modo que se dirigió hacia allí y encontró a Bodhidharma sentado, con su gran báculo en la mano.

–Así que has venido –le dijo al verlo llegar–. ¿Y dónde está tu mente? ¿La has traído o no?».

–Tu pregunta es absurda –le contestó el emperador–. Si estoy aquí, es obvio que mi mente también está aquí; no es algo que pueda olvidarme en cualquier lado. Está dentro de mí.

–Bien –dijo entonces Bodhidharma–, o sea que lo primero ya está decidido: que tu mente está dentro de ti –el emperador asintió, y Bodhidharma siguió hablando–. Ahora cierra los ojos y averigua dónde está, y si consigues dar con ella, indícame de inmediato dónde se encuentra, para que pueda apaciguarla.

Siguiendo sus instrucciones, el emperador cerró los ojos. Buscó y buscó, miró por todas partes, y, cuanto más lo hacía, más se daba cuenta de que no hay nada sustancial llamado mente, nada que se pueda señalar con el dedo; de que la mente es una actividad. A la vez, el darse cuenta de esto le hizo comprender el sinsentido de su petición: si no hay nada sustancial, nada se puede hacer con ello. Si es una actividad, bastará con no realizarla, eso es todo; como en el caminar, basta con no caminar.

Abrió los ojos, se inclinó ante Bodhidharma y dijo:

–No hay mente que pueda encontrarse.

–En ese caso, ya la he apaciguado. Cada vez que te sientas intranquilo, mira en tu interior para averiguar dónde está la intranquilidad, porque esa mirada es en sí “antimente”; mirar no es un pensamiento. Si miras con intensidad, toda tu energía se convierte en mirada, y esa energía misma se hace entonces movimiento y pensar –contestó Bodhidharma.

Ésta es la definición que da Patañjali:

Yoga es el cese de la mente.

Cuando no hay mente, estás en yoga; cuando hay mente, no lo estás. Esto significa que, aunque hagas todas las posturas, si la mente sigue funcionando, si sigues pensando, no estás en yoga. Yoga es el estado de no mente. Y si eres capaz de estar sin mente sin hacer ninguna postura, eres un perfecto yogui. Les ha sucedido a muchos, que no han hecho ninguna postura, y no les ha sucedido a muchos que han hecho todas las posturas durante vidas enteras.

Porque el hecho fundamental que se ha de comprender es que, cuando la actividad del pensamiento está ausente, tú estás presente; cuando la actividad de la mente está ausente y todos los pensamientos –que no son más que nubes– han desaparecido, tu ser, como el cielo, se revela. Siempre está y ha estado presente, sólo que cubierto de nubes, cubierto de pensamientos.

Patañjali dice: «¡Simplemente mira!».

Desvincúlate de la mente; déjala hacer lo que quiera que esté haciendo. Tú simplemente mira, no interfieras, sé un testigo, un observador indiferente, como si la mente no te perteneciera, como si no fuera de tu incumbencia. ¡No te ocupes de ella! Simplemente mira, y déjala que fluya. Si fluye, es por el impulso pasado, porque siempre la has ayudado a fluir; su actividad tiene ahora dinamismo propio, y por eso fluye. Tú, sencillamente, no cooperes con ella; mira y déjala hacer.

Durante incontables vidas, millones de vidas quizá, has cooperado con ella, la has ayudado, le has dado tu energía, y por eso el río fluirá durante un tiempo. Pero si no cooperas, si te limitas a mirar con despreocupación –el término que emplea el Buddha es “indiferencia”, upeksha, es decir, mirar sin ninguna ansiedad ni inquietud, sólo mirar, sin hacer nada en ningún sentido–, la mente fluirá durante cierto tiempo y luego se parará por sí sola; en cuanto pierda impulso, en cuanto la energía la abandone, se detendrá. Y cuando la mente se detiene, estás en yoga: has conseguido la disciplina.

Cuando eres capaz de observar, sin identificarte con la mente, sin juzgar, sin evaluar, sin condenar, sin elegir…, de mirar y dejar que la mente que siga su curso, llega el momento en que ésta por sí misma se detiene.

Cuando no hay mente, se consolida tu papel de observador; te has convertido en testigo.

Ya no eres ni el hacedor ni el pensador; eres simplemente ser puro, eres ser en toda su pureza. Entonces el testigo se establece en ser.

2. El conocimiento verdadero y el falso

Sutras de Osho

El correcto uso de la mente es meditación; su uso incorrecto conduce a la locura.

Deja de lado tus prejuicios, tus conocimientos, conceptos y nociones preconcebidas, y mira como si miraras por primera vez; sé un niño de nuevo.

Recuerda que el ser testigo consciente es lo único real, que sólo observando como testigo se desvanece la identificación.

La mente puede ser fuente de esclavitud o fuente de libertad. Es la puerta de acceso a este mundo, la entrada, pero puede ser también la salida. La mente te lleva al infierno, y puede llevarte también al cielo; todo depende de cómo la utilices: si la utilizas con rectitud, será meditación; si haces mal uso de ella, se convertirá en locura.

La mente está presente en todos los seres humanos, y la posibilidad tanto de la oscuridad como de la luz está implícita en ella. En sí misma, no es ni amiga ni enemiga; puedes hacer de ella tu enemiga o tu amiga, de ti depende –de ti, que estás oculto detrás de la mente–. Si eres capaz de hacer de ella tu instrumento, de hacerla tu esclava, será el pasaje por el que puedas alcanzar lo supremo; si, por el contrario, eres tú el esclavo y permites que la mente sea tu dueña, esa mente que se ha adueñado de ti te conducirá a una angustia y oscuridad infinitas.

Todos los métodos, técnicas y senderos del yoga tienen un solo objetivo verdadero, un solo y fundamental interés, y es enseñarnos a utilizar la mente. Si la empleamos bien, llegará un momento en que la mente se convertirá en no mente; si la empleamos mal, se convertirá en puro caos, en una multitud de voces enfrentadas unas a otras, contradictorias, confusas, enloquecidas.

El loco que vive recluido en un sanatorio psiquiátrico y el Buddha sentado bajo el árbol de bodhi1 utilizaron ambos la mente; ambos han pasado por ella. El Buddha alcanzó un estado en el que la mente desapareció, pues eso es lo que sucede cuando se utiliza de la manera correcta: va desapareciendo, hasta que llega un momento en que ya no está. El loco también ha hecho uso de la mente, pero un uso incorrecto; y cuando así se usa, la mente se divide, se convierte en muchas, en una multitud, y, al final, la mente trastornada es lo único que está presente, mientras que tú estás ausente por completo.

La mente del Buddha ha desaparecido, y el Buddha está presente en su totalidad. La mente del loco se ha hecho con la totalidad, y es el loco el que ha desaparecido del todo.

El Buddha también utiliza la mente, pero su mente es como tus piernas. La gente sigue viniendo a preguntarme: «¿Qué le sucede a la mente del ser iluminado? ¿Desaparece sin más? ¿Significa que esa persona ya no podrá utilizarla?».

Desaparece como dueña, y permanece como esclava, como instrumento pasivo. Si un buddha quiere hacer uso de ella, puede hacerlo. Cuando hable contigo, la tendrá que utilizar, porque no hay posibilidad de hablar sin emplear la mente. Si vas a ver al buddha y él te reconoce, para acordarse de que ya habías estado allí habrá tenido que usar la mente, porque sin mente no es posible reconocer nada; sin mente no hay memoria. Así que él hace uso de la mente; la diferencia está en que, en tu caso, la mente hace uso de ti. Él, cuando quiere usarla, la usa; cuando no, no la usa, pues es un mero instrumento pasivo, desprovisto por completo de poder.

El buddha permanece, por tanto, como un espejo. Si te pones delante de un espejo, ves en él tu reflejo; si te apartas, el reflejo desaparece y el espejo queda vacío. Tú no eres como un espejo. Ves a un hombre pasar, e incluso cuando se ha ido y ya no lo ves, el pensamiento continúa, el reflejo persiste; sigues pensando en él, y, aunque quieras parar, la mente no te escucha.

Tener poder sobre la mente es yoga. Cuando Patañjali habla de la cesación de la mente, se refiere al cese de su señorío, al cese de la mente como autoridad. Entonces deja de estar activa; es un instrumento pasivo: si le das órdenes, responde, y, si no se las das, permanece en estado de quietud, simplemente a la espera. Ya no puede afirmarse por sí misma, pues ha perdido esa capacidad, ha perdido su violencia; luego no intentará controlarte.

La meditación consiste en lograr equilibrio interior. Cuando logres ese equilibrio y no haya en ti el menor temblor, es decir, cuando el cuerpo-mente como un todo esté quieto por completo, se activará el centro de conocimiento verdadero, y lo que quiera que sepas a través de ese centro será verdad.

Pero ¿dónde estás actualmente? No estás en el centro, sino en medio de los dos centros: el de conocimiento correcto y el de conocimiento erróneo; de ahí que estés tan confundido. A veces de pronto tienes vislumbres; te has inclinado un poco hacia el centro del conocimiento correcto y te llegan ciertos vislumbres de la verdad. Después te inclinas hacia el centro de la perversión y es la perversión la que entra en ti; entonces todo se mezcla y te encuentras sumido en el caos.

Al Buddha se le hacían miles y miles de preguntas. Un día una persona le dijo: «¿Cómo es posible? Llegamos aquí con preguntas nuevas y, antes siquiera de que las expongamos, empiezas a responder, sin haber tenido que pensar en ellas ni un instante».

El Buddha le contestó: «No es cuestión de pensar. Llegáis con la pregunta y sencillamente la miro, y lo que es verdad se revela. No se trata de pensar, de cavilar sobre ella, ya que la respuesta no aparecerá en forma de silogismo lógico. Sólo hace falta enfocarse en el centro correcto.

El Buddha es como una linterna; allá donde alumbra, revela la esencia, independientemente de cuál sea la pregunta. El Buddha tiene la luz, y cada vez que con ella ilumina cualquier pregunta, la respuesta se revela, porque la respuesta nace de esa luz. Es un fenómeno sencillo, una simple revelación.

El conocimiento verdadero tiene tres fuentes: la cognición directa, la inferencia y la palabra de los iluminados.

Pratyaksha, la cognición directa, es la primera fuente de conocimiento verdadero. Cognición directa significa un encuentro cara a cara con la verdad, sin ningún intermediario, sin ningún agente mediador. Cuando se sabe algo directamente, el que sabe tiene un encuentro instantáneo con lo sabido; no hay nadie que lo describa, no hay puente. Entonces es conocimiento verdadero… Pero, también entonces, surgen muchos problemas.

Las traducciones, interpretaciones y comentarios que generalmente se han hecho de pratyaksha, la cognición directa, han sido totalmente desacertados. La palabra en sí, pratyaksha, significa “ante los ojos”, “delante de los ojos”. Pero los ojos son en sí mismos una mediación, un intermediario; “el que sabe” está oculto detrás de ellos. Aunque en este momento oyes lo que digo, no es una acción directa, inmediata, sino que me oyes por medio de los sentidos, por medio de los oídos, igual que me ves por medio de los ojos. Y tanto los ojos como los oídos pueden darte un informe erróneo de la realidad. No se les puede creer, no se puede creer a ningún mediador, porque ninguno es de fiar. Si tienes los ojos enfermos, si están bajo los efectos de una droga o llenos de recuerdos, la información que te hagan llegar será en cada caso distinta.

Si estás enamorado, ves las cosas de cierta manera, de una manera en la que jamás podrías verlas si no estuvieras enamorado. Una mujer común puede convertirse en la persona más hermosa del mundo si la miras a través del amor. Cuando los ojos están llenos de amor, la información que transmiten cambia por completo; y esa misma mujer podría parecerte espantosamente fea si tus ojos estuvieran llenos de odio. Por lo tanto, en los ojos no se puede confiar.

Otro tanto les ocurre a los oídos. Son el instrumento que te permite oír, pero pueden funcionar de manera equívoca; pueden oír algo que no se haya dicho, o pasar por alto algo que se haya dicho. Así pues, los sentidos no son fiables; son meros dispositivos mecánicos.

Luego ¿qué es pratyaksha, qué es la cognición directa? “Directo” significa que no hay intermediario, ni siquiera los sentidos. Patañjali dice que entonces el conocimiento es verdadero, y ésta es la primera fuente de la que recibirlo: cuando sabemos algo sin necesidad de depender de nadie.

Pero sólo en profunda meditación trascendemos los sentidos, y sólo entonces se hace posible la cognición directa. Cuando el Buddha logra al fin conocer su ser más íntimo, ese ser es pratyaksha. En ese saber, no ha intervenido ningún sentido, no ha habido nadie que haya transmitido ninguna información, no ha habido nada parecido a un agente; el que sabe y lo sabido se encuentran cara a cara, sin nada que se interponga. Eso es inmediatez,2 y sólo la inmediatez puede ser verdad.

Así que el primer conocimiento verdadero puede ser sólo el del ser interior. Aunque tengas todos los conocimientos del mundo, si no has conocido el núcleo más íntimo de tu ser, todos tus conocimientos serán absurdos, no habrá verdad en ellos, puesto que el primer, fundamental y verdadero saber aún no te ha sucedido, y eso significa que tu gran edificación es falsa. Sabrás muchas cosas, pero si no te conoces a ti mismo, todos tus conocimientos estarán basados en la información que han aportado los sentidos; y ¿cómo puedes tener la certeza de que los sentidos te han informado con veracidad? De noche, sueñas, y mientras estás soñando crees que el sueño es verdad. Los sentidos transmiten la información del sueño: los ojos lo ven, los oídos lo oyen, incluso lo tocas; los sentidos te informan de todo ello y tú tienes la ilusoria sensación de que es real. Ahora estás aquí…, pero podría ser simplemente un sueño. ¿Cómo puedes estar seguro de que de verdad te estoy hablando, de que ésta es la realidad? Podría ser un sueño nada más, podría ser que estuvieras soñando conmigo, ya que todos los sueños son verdad mientras los sueñas.

Chuang Tzu vio una vez en un sueño que se había convertido en mariposa. Por la mañana, estaba tan triste que sus alumnos le preguntaron el motivo.

–Estoy en un aprieto –respondió Chuang Tzu–; un aprieto como nunca he conocido antes. Este enigma se me antoja imposible de resolver. Anoche, en un sueño, me vi convertido en mariposa.

Los discípulos se rieron.

–¿Dónde está el problema? –dijeron–. No hay ningún enigma. Un sueño no es más que un sueño.

–Pero escuchad –siguió el maestro–, estoy preocupado; porque si Chuang Tzu ha podido soñar que se ha convertido en mariposa, la mariposa podría estar soñando en este momento que se ha convertido en Chuang Tzu. Así que ¿cómo decidir si lo que vivo ahora es la realidad o es simplemente otro sueño? Si Chuang Tzu puede convertirse en una mariposa, ¿por qué no iba a poder soñar la mariposa que se ha convertido en un Chuang Tzu?

No es imposible; podría suceder a la inversa. No puedes fiarte de los sentidos. Cuando sueñas, los sentidos te engañan, y si tomas una droga, LSD u otra similar, los sentidos empiezan a falsear la realidad; empezarás a ver cosas que no existen. Pueden engañarte hasta el punto de hacerte creer tan firmemente en lo que ves que acabes corriendo un serio peligro.

No se puede creer a los sentidos. ¿Qué es, entonces, la cognición directa? Es saber algo sin mediación de los sentidos. De ahí que el primer conocimiento verdadero sólo pueda ser el del sí mismo interior, ya que es el único lugar en el que los sentidos no son necesarios; para todo lo demás, los necesitas. Si quieres verme a mí, tienes que hacer uso de los ojos, pero si quieres verte a ti mismo, no te hacen falta; incluso un ciego puede verse a sí mismo. Si quieres verme a mí, necesitas que haya luz, pero para verte a ti mismo, da igual que estés a oscuras, no hace falta que haya luz, puedes conocerte a ti mismo incluso en la cueva más tenebrosa, porque no es necesaria ninguna mediación: ni la luz, ni los ojos, nada. La experiencia interior es inmediata, y esa experiencia inmediata es la base de todo conocimiento verdadero.

Una vez que estés enraizado en esa experiencia, empezarán a sucederte muchas cosas, cosas que ahora mismo te serían imposibles de entender. A quien está enraizado en su centro, en su ser interior, a quien lo ha hallado y ha tenido una experiencia directa de sí mismo, los sentidos no le pueden engañar. Está despierto, y no pueden engañarle ni sus ojos ni sus oídos ni nada. El engaño se ha terminado.

Los sentidos te podrán engañar mientras vivas en la ilusión, pero una vez que hayas experimentado el verdadero saber, ¡nada podrá engañarte! Entonces, poco a poco, todo irá tomando la forma del conocimiento correcto. Una vez que te conozcas a ti mismo, cualquier conocimiento que adquieras adoptará automáticamente cualidad correcta, porque tú mismo estarás enraizado en la corrección. Es importante que recuerdes esto que te voy a decir: si estás enraizado en la corrección, todo se volverá correcto, mientras que si has echado tus cimientos en la ruindad, tu vida será una ruina. Así que la cuestión no es hacer algo en el exterior, sino hacer algo dentro de ti.

No se puede engañar a un buddha; es imposible. ¿Cómo pretendes hacerlo, cuando está enraizado en sí mismo? Para él eres transparente, no le puedes engañar. Antes de que te des cuenta, ya te conoce; incluso el más leve indicio de pensamiento tuyo, él lo ve con claridad absoluta, pues es capaz de penetrar hasta lo más profundo de tu ser.

Somos capaces de penetrar en otros en la misma medida en que hayamos profundizado en nosotros mismos. Si eres capaz de penetrar en tu interior, podrás penetrar en todo lo que te rodea en la misma medida. Cuanto más ahondes dentro de ti, más podrás ahondar en todas las demás cosas; pero si no has avanzado ni un centímetro hacia tus profundidades, cualquier cosa que hagas afuera será meramente un sueño.

Patañjali dice que la segunda fuente de conocimiento verdadero es la inferencia, es decir que aplicar la lógica, la duda y la argumentación apropiadas pueden darte algo que te ayudará a avanzar hacia el conocimiento verdadero. Inferencia, anuman, significa que, aun no habiendo “visto” directamente, todo prueba la verdad de dicho conocimiento; o sea, se dan situaciones que prueban que sólo puede ser así.

Ahora bien, aunque Patañjali afirme que la inferencia puede ayudarnos a descubrir el conocimiento verdadero, tiene que ser una inferencia correcta. Porque la lógica es peligrosa, es un arma de doble filo, y el emplearla equivocadamente nos llevará asimismo a sacar conclusiones equivocadas.

Una inferencia correcta es aquella que te hace crecer…, es sólo aquella que te hace crecer; mientras que una inferencia incorrecta es aquella que, a pesar de su apariencia perfecta, detiene tu crecimiento. La inferencia puede ser una fuente legítima de conocimiento verdadero; incluso la lógica puede utilizarse como fuente de verdadero saber, pero tienes que estar muy atento a lo que haces. Si te limitas a ser lógico, puede que las conclusiones que saques te lleven a suicidarte. La lógica puede ser un suicidio…, y para muchos lo es.

Hace tan sólo unos días estaba aquí un aspirante llegado de California. Había hecho un viaje muy largo para venir a conocerme, y me dijo: «Antes de que pueda meditar, o antes de que usted me diga que medite –porque he oído que, a cualquiera que venga a verle, usted le presiona para que haga meditación–, o sea que, antes de que me presione, tengo muchas preguntas que hacerle». Y tenía una lista de al menos cien preguntas. Creo que no había omitido ningún interrogante posible: sobre Dios, sobre el alma, sobre la verdad, sobre el cielo y el infierno… En fin, traía una hoja llena de preguntas, y me desafió: «A menos que responda usted primero a estas preguntas, no voy a meditar».

En cierto modo, es un hombre de carácter lógico, al decir: «A menos que responda usted a mis preguntas, ¿cómo puedo meditar? A menos que confíe en que tiene usted razón, en que ha resuelto mis dudas, ¿cómo puedo caminar en la dirección que usted me indique? Podría ser que estuviera usted equivocado, luego su única forma de demostrar que tiene verdadera sabiduría es haciendo que desaparezcan todas mis dudas».

Pero sus dudas son de tal naturaleza que no desaparecerán. He aquí el dilema: si medita, pueden desaparecer, sin embargo dice que meditará sólo cuando las dudas hayan desaparecido. ¿Qué hacer? Dice: «Primero demuéstreme que hay un Dios». Pero es absurdo; nadie lo ha demostrado nunca ni nadie podrá hacerlo jamás. Eso no significa que Dios no exista, sino que no se puede demostrar. Dios no es una insignificancia que pueda demostrarse o desmentirse, sino algo tan vital que hay que vivirlo para conocerlo, y no hay prueba posible que nos pueda ayudar.

Desde un punto de vista puramente lógico, este hombre tiene razón al decir: «A menos que me dé usted alguna prueba, ¿cómo puedo empezar? ¿Quién va a meditar, si resulta que el alma no existe? Demuéstreme primero que hay un ser, y podré meditar entonces».

Pero, a la vez, su actitud es un suicidio, porque nadie podrá demostrárselo jamás. Ha erigido a su alrededor un sinfín de barreras, y, encerrado tras esas barrearas, no será capaz de evolucionar. Por otro lado, lo que propone tiene lógica; ¿qué debo hacer entonces con una persona así? Si empiezo a responder a sus preguntas… Alguien que ha creado cien preguntas puede crear un millón, porque dudar es una actitud, un estilo mental. Si respondo a una pregunta, mi respuesta le dará pie a formular diez preguntas más, porque la mente sigue siendo la misma. Si a quien busca dudas se le responde con lógica, lo único que se consigue es alimentar su mente lógica, fortalecerla, y, en definitiva, eso no le va a ayudar. Lo que hay que hacer es sacar a esa persona de su mecánica lógica.

De modo que le pregunté:

–¿Alguna vez te has enamorado?

–¿Por qué me pregunta esto? Está cambiando de tema –respondió.

–No estoy intentando eludir tu pregunta; es sólo que, de repente, me ha parecido importante preguntarte si alguna vez has estado enamorado.

–¡Sí! –contestó, y la expresión de su rostro cambió.

–Pero ¿amabas ya antes, o, antes de enamorarte, tenías dudas sobre todo el fenómeno del amor?

Se puso nervioso; de pronto se sentía incómodo.

–No, nunca había pensado en ello; simplemente me enamoré, y sólo entonces comprendí lo que era el amor.

–Pues ahora haz lo contrario –le dije–: primero piensa en el amor, en si el amor es posible, en si el amor existe o puede existir. Primero haz que te demuestren que existe, y toma la determinación de que, a menos que alguien te dé una prueba fehaciente de su existencia, no amarás a nadie.

–¿Qué dice? Eso destruiría mi vida. Si hago de eso una condición, no podré amar.

–Pero eso es precisamente lo que estás haciendo con la meditación. La meditación es como el amor, primero tienes que conocerla. Dios es como el amor; por eso Jesús repite una y otra vez que Dios es amor. Es exactamente lo mismo: primero hay que experimentarlo.

Una mente lógica puede cerrarse, pero su argumentación lógica tiene tanto peso que la persona nunca se dará cuenta de que se ha cerrado a sí misma la puerta a todas las posibilidades de evolucionar. La inferencia, anuman, significa, por tanto, pensar de una manera que ayude a nuestro crecimiento; entonces sí puede ser una fuente de conocimiento verdadero.

Y, por último, la tercera es una fuente que en ninguna otra parte se ha reconocido como fuente de verdadero saber; es una fuente muy hermosa: agama, la palabra de los iluminados. Ha habido una gran controversia acerca de esta tercera fuente. Patañjali dice que puedes recibir conocimiento directo, y en ese caso es imposible ponerlo en duda, y dice que puedes inferir correctamente, lo cual te llevará asimismo por el buen camino y alcanzarás la fuente suprema.

Ahora bien, hay ciertas cosas que ni siquiera se pueden inferir, y que no conoces. Pero tú no eres el primer ser humano que ha habido en esta Tierra, ni eres el primer buscador de la verdad. Ha habido millones de seres humanos que han buscado la verdad durante millones de eras, y no sólo en este planeta, sino en otros también. La búsqueda es eterna, y son muchos los que han llegado, los que han alcanzado la meta y han entrado en el templo. Por eso, sus palabras son igualmente fuente de conocimiento verdadero.

Agama significa “las palabras de los que han sabido”. Si el Buddha o Jesús dicen algo, nosotros no sabemos lo que dicen, no lo hemos experimentado, así que no tenemos forma de juzgarlo. No sabemos cómo ni qué deducir de sus palabras, y, dado que sus palabras son a menudo ilógicas y contradictorias, podemos deducir lo que se nos antoje.

Y es que todo aquel que ha sabido se ha visto obligado a hablar paradójica y contradictoriamente, porque la verdad es de tal naturaleza que sólo se puede expresar por medio de paradojas. Las frases de los iluminados no son claras, están llenas de misterio, y si tratas de deducir lo que quisieron decir con ellas, puedes llegar a cualquier conclusión. Como va a ser la mente la que haga la inferencia, eso significa que será tu inferencia, tu interpretación. Por eso Patañjali dice que hay una tercera fuente.

Si tienes contacto directo con la verdad, no hay nada más que decir; en ese caso no necesitas de ninguna fuente más. Si tienes una cognición directa, no te harán falta ni la deducción ni las palabras de los iluminados, puesto que tú mismo te habrás iluminado; en ese caso, puedes olvidarte de las dos fuentes restantes. Luego está la inferencia, pero, como decía, esa inferencia será tuya; o sea, si estás loco, lo que deduzcas será una locura. Y si ni una ni otra han sucedido, vale la pena probar la tercera fuente: las palabras de los iluminados.

No las puedes demostrar ni desmentir, sólo puedes confiar en ellas, y esa confianza es de naturaleza hipotética, es auténticamente científica. Tampoco en la ciencia se puede avanzar sin una hipótesis. Ahora bien, una hipótesis no es una creencia, es una mera configuración que nos permite enfocar el trabajo. Una hipótesis es una dirección, pero después hay que experimentar. Si el experimento demuestra que la hipótesis era cierta, ésta será ahora una teoría, y si el experimento es un fracaso, la hipótesis se descarta. Así es como se han de tomar las palabras de los iluminados: con confianza, como una hipótesis. A continuación, tendrás que experimentar con ellas en tu vida, y, si demuestran ser verdad, la hipótesis se habrá convertido en fe, y si demuestran ser falsas, la hipótesis se puede desechar definitivamente.

Si acudimos a un buddha