El mandato del jeque - Olivia Gates - E-Book

El mandato del jeque E-Book

Olivia Gates

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Beschreibung

El hijo del jeque Lujayn Morgan había dejado al príncipe Jalal Aal Shalaan para casarse con otro hombre… que había muerto poco después. Antes de su matrimonio, Jalal y Lujayn habían compartido una noche inolvidable, de modo que no había manera de negar que el hijo de Lujayn también lo era de Jalal. El matrimonio era la única respuesta, pero Jalal era uno de los candidatos al trono de Azmahar. Aquel inesperado heredero podría destruir sus posibilidades o ser la clave para conseguirlo. Si pudiese demostrarle a Lujayn que la quería a su lado no por su hijo o por el trono sino por ella misma…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Olivia Gates. Todos los derechos reservados.

EL MANDATO DEL JEQUE, N.º 1913 - mayo 2013

Título original: The Sheikh’s Claim

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3060-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

Veintisiete meses atrás

–De modo que esta vez te has salido con la tuya.

Jalal Aal Shalaan estaba en la puerta de un opulento salón, en una de las mansiones más fabulosas de los Hampton, en la costa Este de los Estados Unidos, donde había sido recibido durante años como el más estimado y querido de los invitados. Pero había pensado que nunca volvería a poner el pie allí por culpa de la mujer que estaba de espaldas a él. La mujer que era en aquel momento la señora de la casa.

Lujayn Morgan, su examante.

Estaba revisando el correo frente a una antigua consola de mármol cuando lo vio a través del espejo y, después de dar un respingo, se había quedado inmóvil.

También Jalal estaba tenso, los puños apretados. No había querido mostrar hostilidad o ninguna otra emoción… de hecho, creía que no le quedaba ninguna. Había ido allí por una sola razón: para verla sin el deseo que lo había cegado mientras mantenían una aventura. Estaba allí para cerrar el círculo, algo que ella le había robado cuando se marchó de su vida, dejándolo atónito, furioso y buscando una explicación.

Creía haberse recuperado durante esos dos años, matando sus sentimientos hasta que no quedaba más que curiosidad y cierta aversión, pero se había engañado a sí mismo. Lo que sentía por Lujayn seguía siendo poderoso.

Él siempre se mostraba ante los demás como alguien despreocupado y sin sentimientos. Era en parte su naturaleza, en parte un modo de defenderse. Tener a Sondoss, la notoria reina de Zohayd, por madre; y a Haidar, el enigma que lo había atormentado desde la infancia, como hermano gemelo, hacía que estuviese perpetuamente a la defensiva. Ellos eran los únicos que lo hacían perder el control.

Y entonces había aparecido Lujayn, que seguía afectándolo como nadie… aunque aún no se había dado la vuelta.

Pero entonces lo hizo.

El oxígeno escapó de sus pulmones, su corazón latió al galope. Su belleza siempre lo había hipnotizado. Sus genes árabes e irlandeses conspiraban para crear lo mejor de los dos mundos.

Cuando lo dejó, las casas de moda competían para que luciera sus prendas con su delicada y elegante figura y las empresas de cosméticos querían su inolvidable rostro, de ojos únicos.

Pero durante su aventura había perdido mucho peso y lo había enfadado que esa obsesión por avanzar en su carrera como modelo no le permitiese ver la realidad: que estaba haciéndose daño para obtener una perfección que ya poseía.

Pero la mujer demacrada que era al final de su aventura había desaparecido y, en su lugar, estaba mirando el paradigma de la salud y la feminidad, con unas curvas que ni siquiera un severo traje negro podía disimular. Unas curvas que excitarían a cualquier hombre.

El matrimonio le había sentado bien, pensó. Se había casado con un hombre al que Jalal había considerado amigo una vez. Un hombre que había muerto dos años después de la boda. Un hombre al que él acababa de acusarla de haber matado.

Lujayn inclinó la cabeza, el movimiento destacó su cuello de cisne.

Aunque intentaba mostrar una frialdad que no sentía, sus pupilas grises, tan plateadas como el significado de su nombre en árabe, creaban la ilusión de emitir chispas de luz.

–No es que me sorprenda, claro –le dijo–. Has conseguido engañar a todo el mundo, incluso a mí. No debería sorprenderme que ni los más avezados neoyorquinos pudieran competir con tu astucia.

–¿Qué haces aquí?

Su voz, que había sido una vez una caricia apasionada, sonaba oscura, llena de ecos.

–¿Cómo has llegado aquí?

Jalal se detuvo a un metro de ella, aunque hubiese querido acercarse más, mucho más. Como cuando eran amantes, cuando ella siempre estaba dispuesta, impetuosa, tempestuosa…

Maldiciendo en silencio, Jalal metió las manos en los bolsillos del pantalón para disimular.

–Tu ama de llaves me ha dejado entrar.

Ella sacudió la cabeza, como si la respuesta le pareciese ridícula.

–La has intimidado, como es tu costumbre.

Algo se encogió dentro de Jalal. En el pasado, Lujayn lo había hecho creer que podría caminar sobre el agua, pero en aquel momento parecía pensar lo peor de él.

¿Pero por qué lo disgustaba eso? Había aceptado tiempo atrás que el cariño de Lujayn había sido una farsa, una que no había querido mantener cuando sospechó que no conseguiría su propósito. Pero él no quiso verlo hasta que fue demasiado tarde.

Había querido creer que lo dejaba por el estrés de su competitivo trabajo y por lo dominante que se mostraba con ella. Aunque había pensado que las fricciones entre los dos animaban su incendiaria relación y que Lujayn disfrutaba de ello hasta el punto de instigar esas fricciones.

Se había engañado a sí mismo de tal modo que cuando rompió con él se había quedado estupefacto.

Pero después de dos años diseccionando el pasado, Jalal lo veía todo con claridad. Había querido cerrar los ojos para mantener la ilusión porque no podía vivir sin la pasión de Lujayn. O eso había pensado.

Ella irguió su casi metro ochenta, mirándolo con gesto hostil.

–Puede que hayas asustado a Zahyad, pero a mí no vas a asustarme. Vete por donde has venido o llamaré a seguridad. O mejor aún, a la policía.

Jalal no hizo caso de la amenaza, le ardía la sangre; era un ardor que Lujayn podía crear con una sola mirada, un gesto.

–¿Y qué vas a decirles? ¿Que tu ama de llaves me ha dejado entrar sin consultarte?

En otra ocasión habría recomendado que el ama de llaves fuese amonestada por su comportamiento, pero por el momento se alegraba de que hubiera actuado como lo había hecho.

–Zahyad les dirá que no la he intimidado en absoluto. Habiendo sido compañera de tu madre, era natural que me dejase pasar.

–¿Quieres decir que, como antigua compañera de mi madre, Zahyad también era una de las criadas de tu madre?

Jalal se puso tenso. La conspiración que depuso a su padre, el rey Atef, y apartó a sus hermanastros de la sucesión al trono de Zohayd era un tema que seguía sacándolo de quicio.

Pero Lujayn no sabía nada sobre esa conspiración. Nadie más que ellos lo sabían y lo mantenían en secreto hasta que el asunto quedase resuelto. Pero la resolución llegaría solo cuando descubrieran dónde había escondido su madre las joyas, llamadas El Orgullo de Zohayd.

Era una situación que lo enfurecía, dictada por la leyenda y reforzada por la ley. La posesión de las joyas confería el derecho a regir Zohayd, de modo que en lugar de pedir que se castigase a quien las hubiera robado, la gente de Zohayd pensaba que su padre y sus herederos, las habían «perdido» y no merecían ocupar el trono. La creencia de que las joyas querían ser poseídas por quien merecía regir el país era tan arcaica como intocable.

Pero incluso bajo amenaza de acabar en prisión, su madre se negaba a confesar dónde las había escondido. Según ella, cuando el trono fuese ocupado por Haidar, con él como príncipe heredero, le darían las gracias.

Jalal sacudió la cabeza para apartar tan oscuros pensamientos.

–Quería decir que Zahyah, como ciudadana de Azmahar que ha pasado años en el palacio real de Zohayd…

–Como esclava de tu madre, igual que la mía.

Otro de los crímenes de la reina Sondoss.

Desde que se conoció la conspiración habían descubierto muchas de sus transgresiones. «Esclava» podía ser una exageración, pero era evidente que había maltratado a sus criados y la madre de Lujayn, como dama de compañía, había tenido que soportar sus caprichos durante años. Pero Badreyah había dejado el puesto en cuanto Lujayn se casó con Patrick McDermott porque ya no necesitaba trabajar para vivir.

Seguramente esa era la única razón por la que Lujayn se había casado con Patrick.

Debería haberle dicho que su madre sufría a manos de la reina Sondoss, debería haber acudido a él.

Jalal respondió a la fría furia de Lujayn con la suya propia.

–No sé lo que Zahyah piensa de mi madre, pero está claro que sigue viéndome como su príncipe, por eso me ha dejado pasar.

–No me digas que la gente sigue creyendo esas tonterías del «príncipe de dos reinos».

La burla hizo que Jalal se enfureciese aún más. Eran príncipes de Azmahar y de Zohayd, pero Haidar y él jamás habían sido llamados así. No podía hablar por su hermano, pero él nunca se había sentido príncipe de ninguno de los reinos. En Zohayd no podía acceder al torno por ser impuro y en Azmahar… bueno, podía contar las razones por las que nadie allí lo consideraba su príncipe.

–Sea lo que sea, Zahyah me ha dado la bienvenida y tus guardias de seguridad antes que ella. He venido aquí suficientes veces como para que no les sorprendiera mi visita.

–Los has engañado usando tu antigua relación con Patrick…

–Que ya no está con nosotros –la interrumpió él–. Pero tú no has revocado la invitación.

Jalal la tomó del brazo cuando iba a pasar a su lado, apretando los dientes cuando su perfume lo envolvió, una mezcla de jazmín y noches de placer.

–No te molestes, esta visita no se repetirá.

Lujayn se soltó de un tirón.

–No sé cómo te atreves a venir aquí después de lo que hiciste.

Se refería a su pelea con Patrick, que había dado como resultado graves pérdidas económicas para los dos. Otro daño del que Lujayn era responsable.

Pero Jalal decidió malinterpretarla a propósito.

–No soy yo quien te dejó y se casó con una de tus mejores amigas para ponerla contra ti.

–No conocías a Patrick si crees que yo podía influir en sus decisiones.

–Tú podrías influir en el mismo demonio –replicó Jalal–. Y los dos sabemos que Patrick era la presa perfecta para la viuda negra que tú has resultado ser.

Ella lo miró de arriba abajo, desdeñosa.

–Déjate de melodramas, Jalal. Has atravesado el mundo para dar a entender que yo he matado a mi marido, así que puedes volver a tu desierto para disfrutar de un poder que no te has ganado.

Él apretó los dientes, airado.

–Nunca me habías hablado en ese tono.

–Porque tú nunca me escuchabas. Aunque ese no era un privilegio que reservases para mí. Su Alteza no creía que mereciese la pena escuchar a nadie. Aunque en parte tienes razón: una vez, mi actitud y mi opinión sobre ti eran diferentes. Pero ya no soy esa persona.

–Eres la misma persona de siempre, pero ahora que eres la heredera de un imperio que vale miles de millones, crees que puedes permitirte el lujo de mostrarte tal y como eres.

–No es por eso por lo que tengo que contener el horror que me produces, pero como no me apetece explicarte mis razones, gracias por venir y adiós.

–¿Gracias?

–Llevo dos años furiosa por no haberte dicho todo lo que quería la última vez que nos vimos, así que gracias por darme la oportunidad de hacerlo. Y ahora, como ya has hecho lo que habías venido a hacer, puedes…

–No es eso para lo que he venido –antes de que Lujayn pudiese replicar, y sin pensarlo siquiera, Jalal tiró de ella para apretarla contra su cuerpo–. Y no es ese el deseo que estoy conteniendo.

Se inclinó para tomar sus labios, sintiendo que invadía sus sentidos, como había ocurrido siempre. Sabía a delirio, a noches de placer…

–Por muchas cosas que odies de mí, siempre te ha gustado esto –murmuró sobre su boca, deslizando la lengua por sus generosos labios–. Deseas mis caricias, mis besos, el placer que te doy. Aunque todo lo demás fuese fingimiento, esto es real.

–No es verdad… –Lujayn no terminó la frase, temblando.

Siempre había sido así. Una simple caricia los incendiaba, provocando una reacción en cadena que ninguno de los dos podía controlar.

–Sí, Lujayn, es así. Es un deseo que se enciende y que solo tú y yo podemos satisfacer.

Sus alientos se mezclaron cuando ella dejó escapar un gemido.

Por fin, Lujayn se rindió, buscando el placer que solo él podía darle. El primer beso le provocó un escalofrío de placer que la electrificó, haciendo que diera un respingo e intentase escapar.

Pero Jalal la sujetaba por la cintura y, casi involuntariamente, Lujayn se arqueó hacia él, encendiéndolo aún más.

–Dime que permaneces despierta por las noches, como yo, deseando que te haga mía. Dime que te has vuelto loca como yo, dime que recuerdas todo lo que hemos compartido, que aunque me odiabas, lo único que querías era que te hiciese mía.

Jalal levantó la cabeza para mirarla a los ojos y ver en ellos la confirmación.

Y lo hizo.

Seguía deseándolo. Nunca había dejado de hacerlo.

Estaba en sus ojos.

No sabía qué se había dicho a sí misma desde que lo dejó, pero su explosiva respuesta la había forzado a enfrentarse con la verdad.

Sin dejar de mirarla a los ojos, Jalal la tomó en brazos y Lujayn se apretó contra él, dándole una prueba más de su consentimiento.

Con el corazón galopando de alivio y urgencia, la llevó hasta una habitación. Solo cuando la dejó sobre la cama se dio cuenta de que la había llevado al dormitorio principal.

Se colocó sobre ella, capturando sus muñecas con una mano para poner los brazos sobre su cabeza y acariciando su cara con la otra. Luego, sosteniendo su mirada nublada de deseo, se inclinó para capturar sus labios.

Ella volvió la cara, como si se sintiera tímida de repente, y Jalal besó el terciopelo de su cuello. Cuando empezó a chupar el lóbulo de su oreja, Lujayn se arqueó, levantando sus pechos hacia él, temblando al sentir el contacto, sus pezones marcándose bajo la blusa.

Jalal sonrió, satisfecho ante lo explícito de su respuesta, y volvió a hacerlo cuando ella dejó escapar un gemido de decepción al notar que se apartaba.

Su sonrisa la aplacó mientras se quitaba la chaqueta y luego, lentamente, empezaba a desabrochar su camisa.

Su deliberada lentitud le daba a Lujayn oportunidad para marcharse si no quería seguir adelante y a él tiempo para observarla mientras desnudaba su cuerpo; el cuerpo que Lujayn había adorado durante cuatro años y en el que había dejado su huella. Vio que los recuerdos encendían sus ojos, sus labios, oscureciendo sus mejillas.

–¿Esto es lo que deseas? –le preguntó.

Lujayn asintió con la cabeza, una confesión silenciosa que lo hizo temblar.

Jalal le tomó la mano para ponerla sobre su abdomen y cuando ella no la apartó, la invitó a seguir hacia abajo, dejando escapar un ronco gemido de deseo mientras lo acariciaba; el placer tan largamente esperado haciendo que perdiese la cabeza.

–Tócame, Lujayn. Toma lo que siempre has querido. Devórame como solías hacer, ya’yooni’l feddeyah.

Ella dio un respingo al escuchar el cariñoso apelativo: «Mis ojos de plata».

Y esos ojos se oscurecieron hasta volverse del color del atardecer en Zohayd mientras lo exploraba, cada vez con menos timidez.

La intención de Jalal de ir despacio hasta que le suplicase empezaba a resultar imposible, pero cuando vio que Lujayn cerraba los ojos, esa intención se esfumó por completo.

Iba a hacerla suya cuando ella abrió los ojos como si saliera de un trance.

–Jalal, tenemos que parar…

–Dime por qué.

Lujayn cerró los ojos de nuevo.

–Patrick…

Jalal tomó su cabeza con las dos manos, obligándola a abrir los ojos.

–Patrick ha muerto y tú y yo no, pero tampoco estamos vivos. Dime que has podido vivir de verdad sin esto…

Volvió a buscar sus labios mientras se colocaba sobre ella hasta que la tensión se disolvió, hasta que Lujayn se rindió del todo.

–Dime que has obtenido placer sin mí. Di que no me deseas tanto como yo a ti y me marcharé.

La verdad estaba en sus ojos y, sin embargo, ella respondió:

–Desear no lo es todo.

–Pero es suficiente –Jalal enterró los dedos en su moño, liberando el pelo negro como ala de cuervo para enterrar la cara en él.

–Es los que tenemos, lo que necesitamos. Contra lo que no podemos luchar.

Lujayn tiró de su pelo para apartarlo.

–Esto no cambiará nada.

Estaba poniendo condiciones para aquel encuentro. ¿Que solo sería algo físico o que solo ocurriría una vez?

Sin embargo, Jalal se negaba a aceptar condiciones.

–Admítelo, te mueres por tenerme otra vez como yo me muero por tenerte a ti. Te entregarás, como has hecho siempre. Deja que yo te dé todo lo que siempre suplicaste que te diera.

Después de unos segundos, Lujayn asintió. Y luego, bajando las pestañas para esconderle los ojos, empujó su cabeza para apoderarse de sus labios.

Jalal dejó escapar un gemido de satisfacción cuando sus lenguas se encontraron, su fervor intensificándose, el ansia y la pasión calentando su sangre como una droga.

Empezó a desabrocharle la blusa con una mano, levantando la falda con la otra y, por fin, le desabrochó la cremallera del pantalón. Tuvo que tragarse un grito de alivio, de placer, mientras se frotaba contra ella hasta que Lujayn le suplicó:

–Lléname, ahora. Hazme tuya, Jalal…

Él arrancó sus braguitas para acariciar sus satinados pliegues, deslizando un dedo en su interior hasta que Lujayn se onduló contra él, frenética. Cuando no pudo soportarlo más, enredó las piernas en su cintura y fue entonces cuando entró en ella, haciéndola gritar.

Era tan estrecha como siempre, el placer que provocaba, inenarrable. Lujayn se arqueó, apretándose contra su cuerpo, con el deseo de sentirse dominada.

Abrumado de sensaciones, Jalal se enterró en ella hasta el fondo, gimiendo su nombre, apartándose para enterrarse de nuevo una y otra vez, haciendo que Lujayn gritase con cada penetración.

La cópula era primitiva, salvaje. Se tocaban y mordían con abandono. No existía nada más que la necesidad de saciar el deseo que los volvía locos.

El primer espasmo del orgasmo lo golpeó como una apisonadora, apretando su miembro con tal fuerza que Jalal se apartó para poder respirar. Un segundo después, mientras ella apretaba íntimamente su erección, sintió la fuerza de su propio clímax y se dejó ir, sintiendo que estaba volcando su fuerza vital en ella.

Liberado de las garras del éxtasis, cuando los gritos de Lujayn se convirtieron en gemidos, cayó sobre ella sin pensar en nada más que en los caóticos latidos de su corazón, que intentaba recuperarse del esfuerzo.

Podría haberse quedado dormido o tal vez se había desmayado durante unos segundos. O durante una hora. Lo único que sabía era que volvía a la tierra, a un cuerpo ahíto y feliz.

Entonces, un movimiento hizo que diera un respingo…

Lujayn. Debía haberla aplastado.

Jalal se apartó a toda prisa. Se inclinó para besarla y cuando ella se apartó se le encogió el corazón.

Lujayn se sentó al borde de la cama, la larguísima melena negra cayendo por su espalda, su cuerpo rígido.

Iba a alargar una mano para tocarla cuando ella se volvió. Y la frialdad en sus ojos grises hizo que se quedase inmóvil.

–Te odio cuando yo nunca he odiado a nadie, de modo que considera esto una despedida definitiva. No volverá a ocurrir jamás.

Después se levantó como una autómata y desapareció en el cuarto de baño.

Jalal miró la puerta cerrada con el corazón acelerado, pero había recuperado algo: la satisfacción de saber que su cuerpo era suyo. Si iba tras ella la haría suplicar de nuevo, pero su antipatía parecía real. No sabía qué había hecho para ganársela, pero fuera lo que fuera, lo había cambiado todo.

Y eso explicaría por qué lo había dejado.

Casi una hora después, la puerta del baño se abrió de nuevo y Lujayn salió vestida. También Jalal se había vestido. Sabía que aquel interludio no iba a repetirse, al menos hasta que supiera qué estaba pasando.

–Siento mucho haber dicho que te odio, no es cierto.

El corazón de Jalal se hinchó de nuevo, las piezas rotas volviendo a unirse.

Pero sus siguientes palabras fueron lo que una bala para un pájaro: