El mejor mundo posible - Emilio Lezama - E-Book

El mejor mundo posible E-Book

Emilio Lezama

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Beschreibung

Se conocen en una ciudad extranjera. Poco a poco comienzan a construir un universo propio, lleno de complicidades y secretos compartidos: ese brevísimo reino en el que el amor es soberano. En El mejor mundo posible podrían seguir así para siempre –como un Dante y una Beatriz posmodernos–. Pero éste no es el mundo que conjeturó Leibniz, y en el fondo esta es una novela de desencuentros en la que un idealista se da un duro golpe contra la realidad. A pesar de sus deseos y sus esfuerzos, ella y él asisten, atónitos, al lento derrumbe de su relación. Para intentar salvar algo de entre los escombros, él emprende una misión que termina por incidir en la historia de un país. Logra acercarse a ella, pero acaso ya es demasiado tarde. Esta historia busca adentrarse en el terreno de lo posible mediante una investigación sobre el presente: lo que somos y lo que es, pero sobre todo acerca de lo que podría ser, lo que casi pero no. En El mejor mundo posible el "hubiera" sí existe, pero ¿existe ese mundo?

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El mejor mundo posible

Una historia de amor posmoderno

Emilio Lezama

Amor posmoderno

¿Por qué hay algo en lugar de nada?

g.w. leibniz

Amor posmoderno. Él espera en una cafetería. Observa con atención las camionetas que llegan. Busca un viejo jeep; color gris, algo acabado. En esta misma cafetería estuvieron ayer. Todavía la ve en la mesa de la esquina. Platicaron sobre sus vidas, se contaron todo. El reloj no ha dejado de andar. Parece increíble pero el reloj sigue. Él no quiere irse. Se quedaría ahí para siempre. Lo que más lo desgarra es la idea de la cercanía. Podría cruzar la calle y tocar la puerta. Después de todo, eso es lo que hizo ayer. Pero no ahora. Podría hacerlo pero no lo va a hacer. ¿Por qué? Su vuelo ya no tarda en salir. En cuestión de segundos tendrá que darse por vencido. Ella no vendrá. Entonces ejecutará su último acto. Caminará por la calle hasta sentirse en línea recta con ella. Se detendrá del otro lado de la acera. Amor posmoderno: frente al McDonald’s. “Te amo”, le dirá en una voz que ella nunca va a escuchar. Hace calor. Difícil tener ánimo para caminar. Es el punto medio de la Tierra, siempre hace calor y el cuerpo suda y suda. ¿Cierra la computadora o no? ¿Hay alguna posibilidad de que ella de pronto sienta una necesidad apremiante de verlo antes de irse? Ahora sabe que no. Ella sabe que él está ahí. Pero no vendrá. Las camionetas vienen y van pero ninguna es la que él espera. Ella siempre tuvo mucha fe. Nació en una familia religiosa. Él no. Los milagros no existen para él. El calvario existe para ella. Dos camionetas llegan al mismo tiempo. Andan lentamente en busca de un sitio para estacionarse. Amor posmoderno: suena su teléfono. Es un mensaje de ella. “Ya no quiero que me escribas.” No vendrá. Él cierra su computadora y se va. Nunca más se van a ver.

Regresar al principio. Amor posmoderno: Él entra al supermercado y se sienta en una banca. Este es el lugar en el que come diario. Es Estados Unidos. Uno de esos lugares de moda con comida insípida pero de buena procedencia. Él pide una hamburguesa. Doble queso y jalapeño. La misma de siempre. Está comiendo cuando se insinúa su presencia. Ellos no se conocen. No aún. Ella busca un lugar para sentarse; su siguiente movimiento definirá los próximos dos años de sus vidas. De alguna forma definirá su vida entera. Hay varias mesas, pero ella se sienta en la de al lado. Amor posmoderno: los más cursis lo llamarían destino. Él no. Pero no puede dejar de observarla. Siente su presencia apabullante. Sabe que de alguna forma tiene una cita con el futuro. ¿Quién encuentra el amor en un supermercado? Amor posmoderno: la hamburguesa toma aires trascendentales. Dante y Beatriz se conocieron en la iglesia. Maximiliano y Carlota en un castillo. Breton y Nadja en París. Él y ella en la sección de embutidos. Su equipo favorito también tiene nombre de embutido. ¿Será un signo? Detiene el flujo de la conciencia. ¿Por qué piensa en estas nimiedades? Su concentración regresa. De todas formas él no es escritor ni mártir. ¿Cómo acercarse? ¿Qué decirle? Se queda callado. Él, que habla tanto, está pasmado. Lo intenta tres veces pero no sabe cómo comenzar. ¿Alguna broma sobre el vegetarianismo? Amor posmoderno: desde arriba una cámara de seguridad los graba. La cámara nunca escuchará lo que se dice, pero al menos puede ver. Por fin se atreve.“In my country it’s impolite to eat alone.” Eso le dice. Inmediatamente se arrepiente. ¿Habría Divina comedia si Dante le hubiera dicho a Beatriz que era poco cortés rezar sola? Ella voltea, su cara es de curiosidad pero sus cejas se arquean sin dar lugar a la compasión ajena. “What is your country?”, pregunta con voz seca. Su inglés es más esforzado. Amor posmoderno: México, contesta él. Soy de Ecuador, dice ella.

Amor posmoderno. Ella no viene sola. Él se da cuenta y se pone nervioso; es claro que espera a alguien. Ella alimenta el suspenso. Un hombre se acerca. Es alto y rubio, como un actor cualquiera de película palomera. No le sorprendería que fuera su novio. Pero no. El rubio se sienta en la mesa de enfrente. Amor posmoderno: Una mujer alta se acerca a la mesa. ¿Qué emoji se usa para describir un alivio así? “Te presento a mi amiga”, dice ella. Él la ve complacido. Vuelve a respirar y huele el aceite frito. El aceite frito siempre huele igual, venga de donde venga, cueste lo que cueste. Aquí venden aceite muy caro. Él no entiende por qué su mente insiste en distraerse con esta clase de insignificancias. Así es él. Pero también tiene una cierta capacidad de disciplina. Se reprime y retorna su atención a lo inmediatamente importante. Él habla. Ella responde. Parece que todo va bien. Amor posmoderno: Él le pide su teléfono. Ella le da su email. Es un correo redundante: [email protected]

Amor posmoderno: Es un correo profesional. Él le escribe un email en ese tenor. “Hola, quizá me recuerdes. Me encantaría tomar un café contigo.” Se pasa el día revisando su bandeja de entrada. Nada. Ella no contesta.

Amor posmoderno: Sería inútil escribir sobre los días en los que no sucede nada. Cocinar, ir al baño, revisar el correo. Nada. En otros tiempos los escritores creaban suspenso alrededor de estos no-hechos (si alguien ya inventó el no-lugar, ¿por qué no inventar el no-hecho?). Ya no, amor posmoderno; el lector de hoy tiene poca paciencia. Amor posmoderno: además está mal visto gastar papel de forma innecesaria. Ella es ecologista. No se lo perdonaría. El escritor no es ingenuo. Sabe que hay muchos libros en la competencia; más vale apurar el relato. ¿A quién engañar? El lector ya sabe que ella ha de responder.

Amor posmoderno. Ella le responde una semana después. “Escríbeme” y un número de celular. Él rápidamente lo agrega a su WhatsApp. Hola, soy yo —le escribe. Ella no le da vueltas. “Te veo mañana a las 7 am en el café bajo el puente.” ¿7 am? Eso es inhumano. ¿Habría Divina comedia si Beatriz hubiera citado a Dante tan temprano? ¿Habría patria si Santa Anna hubiese tenido que despertarse tan temprano? Lo comenta con un amigo y deciden que es probable que no. Su conclusión es históricamente cuestionable, pero los tranquiliza. Santa Anna perdió Texas por quedarse dormido en una hamaca. Él no está dispuesto a sufrir pérdidas por falta de reposo. Él se duerme temprano.

Amor posmoderno: Él odia despertar temprano. Él odia caminar en el frío. Él no toma café. Aun así, cuando ella llega a la cafetería él ya está ahí. Las luces del lugar son brillantes. La puerta no cierra bien y el frío del invierno se cuela. A él todo le parece más bien desagradable. Amor posmoderno: A ella le gustan mucho las cafeterías. Es de las que llevan su propio termo. Él intenta acordarse de la última vez que tuvo un termo. Debió haber sido en la primaria. A él siempre le ha disgustado el olor del plástico que inunda la nariz cuando se da un trago en un termo. Además siente que son difíciles de lavar. Uno nunca sabe qué residuos se quedan ahí. ¿Licuado de plátano y sopa de espinaca? Amor posmoderno: los termos le causan desconfianza. Él nunca había pensado en eso pero ahora no tiene ninguna duda: sólo espera que ella no lo obligue a usarlos. Amor posmoderno: Ella lo lleva a una mesa del fondo. El frío no llega hasta allá. Platican de sus vidas; cosas banales. Lo normal. Así se conocen las personas. A ella le gusta escalar. Él alguna vez lo intentó pero le da vértigo. No le gusta el café, no le gusta escalar y no le gustan los termos. ¿No será mejor que se vaya ahora que puede? No puede. Es muy pronto y ya es demasiado tarde. Le gusta. Le gusta con todos sus gustos raros. Ella empieza a hablar de religión. Le cuenta que es muy creyente, que tiene una relación muy especial con Dios. Él sabe que es muy pronto para hablarle de Leibniz. De su propia y particular creencia en Dios. No cree en milagros, pero sí en que Dios ha creado el mejor de los mundos posibles. Ella le confiesa que su familia es del Opus Dei. ¡Corre! Eso piensa. Pero se queda.

Amor posmoderno. Él la invita a tomar vino a su azotea. Es un día soleado y desde la terraza se ven los monumentos de Washington. Hoy la ciudad es bermeja y él, adecuadamente, abre un rosado. Es un Côte de Provence 2012. ¿Se acordará de eso todavía? El vino rosado está frío y sabe bien contra el calor humeante. El ruido espumoso se adueña del silencio cuando lo sirve. Amor posmoderno: ella trae una mochila negra con su computadora marca Apple dentro. Viene nerviosa. “Acabo de cortar con mi novio, no busco nada.” le dice a bocajarro. Lo dice más para tranquilizarse a sí misma que a él. Amor posmoderno: ¿Le habŕa dicho lo mismo al siguiente? Él identifica que es un mecanismo de autodefensa, pero aun así su racionalidad no le impide la tristeza. Ella le gusta. Ella le gusta mucho. El sol se refleja sobre sus piernas. Él la observa, la admira. Su nariz es perfecta. ¿Qué significará esa mancha en la cabeza? Ese día él se enamora de ella. ¿Cuándo se habrá enamorado ella? Amor posmoderno: Le propone ir a jugar futbol al parque de enfrente. Caminan juntos por primera vez. Ella se burla de él, es un juego, una forma de demostrarle que le ha tomado confianza. Él se deja. Le gusta sentir que a ella le interesa. El partido se ejecuta de manera rápida. Él empieza jugando suave, pero ella le avienta una barrida directo a la espinilla. Él se queja. Ella se ríe. El amor duele, pero no quería lastimarlo. Es algo que están aprendiendo juntos. Pronto lo van a perfeccionar. Es su primera complicidad. El pasto es largo y la luz cae plena. Ella 1, él 0. ¿Alguna vez la alcanzará? Él siempre ha soñado con anotar un gol que enamore a una mujer. Pero hoy no ha metido gol y de todas formas sospecha que ese gol no existe. Él propone ir a cenar y ella acepta. ¿Cuánta distancia hay entre la nada y el uno? Él sabe que hace muchos años Giordano Bruno habló del infinito. A Bruno le prendieron fuego.

Él tiene un recuerdo remoto de Washington. Tenía 8 años cuando sus papás lo trajeron a Georgetown. Recuerda bien una calle ascendente junto al río y un restaurante italiano. ¿Será ese mismo? Ellos cenan pizza. Ella le hace bromas. A él le dolían mucho los recuerdos. Ya no.

Amor posmoderno. Él llegó a Washington para una capacitación de su trabajo de mierda. Ella vino a Washington por un error geográfico. Él estudió filosofía pero se dedica a vender seguros. Como sabe inglés lo mandaron unos meses a la filial americana; quieren que aprenda cosas y las enseñe en su oficina en México. Ella es artista y vino por un trabajo de diseñadora. Ella creyó que la oferta que le hacían era en el estado de Washington; al aterrizar supo que había llegado al lugar incorrecto. A él le advirtieron que su carrera era inútil. Su papá se lo dijo varias veces. A ella no le avisaron que Seattle estaba muy lejos. Él pensó que su vida podía ser diferente; creyó que podía ser filósofo como lo fueron Leibniz y Spinoza. Ella no sabe quién es Leibniz pero tiene un seguro de vida. Él no fue quien se lo vendió. A ella le interesa la ecología. Amor posmoderno: de nada sirve saber quién es Leibniz hoy en día.

Ellos empiezan a salir. Es algo súbito pero inescapable. Se ven para comer y a veces para cenar. Amor posmoderno: Él le cocina en las noches mientras ella trabaja. Es que su oficina está enfrente de su casa. Él es de buen comer. A ella le gusta la sencillez. Encuentran un punto medio en las tostadas de atún con aguacate. En la música no es tan fácil. Aún tienen problemas. Sus gustos musicales son tan distintos como su gusto por los termos. ¿Habría Dante escrito tremendo homenaje a Beatriz si ella le hubiera confesado que le gustaba el reggaetón? Es un tema delicado. Él pretende ser tolerante, pero le molesta escuchar sus playlists. Es que un ratito está bien, pero aturden después de un tiempo. ¿Habría Leibniz hablado del mejor de los mundos si hubiera sabido del éxito despavorido de Maluma? Ella le quiere enseñar a un dj ecuatoriano. Él teme por sus oídos. La canción empieza con un beat electrónico, pero de la nada una voz conocida se abre paso. Suena a años y a mezcal. A muchos años y a mucho mezcal. Es Chavela Vargas cantando “La llorona”. Él ama a Chavela Vargas. “Eso no es ecuatoriano”, le dice él. Ella lo voltea a ver sorprendida. “¡Claro que sí!” Lo discuten ampliamente. Podría considerarse su primer desacuerdo. El veredicto: Un dj ecuatoriano le puso una cama de sonidos a una canción de Chavela Vargas. Al menos es una muestra del éxito de la colaboración binacional. Una canción que los dos pueden disfrutar. Ella es ecuatoriana. Él es mexicano. Ella vive en Virginia, él vive en Foggy Bottom. Es un amor interestatal. Es un amor que se volverá intercontinental. No será fácil. Si al menos lograran lo que ese dj y Chavela, entonces habría esperanza. Añadir un poco de ritmo y frescura ecuatoriana a la íntima melancolía de la mexicanidad. ¿Lo lograrán? La canción acaba pero aún queda un par de tostadas. Tanto pensar en la distancia y en Chavela lo ha puesto melancólico. Decide enseñarle su canción favorita de Chavela. Pone “Las ciudades”.

Ella tiene una marca en la frente. Parece un lunar deslavado. La omisión imperfecta de una goma de lápiz. Alguna caída, pensaría cualquiera. Él no. Para él esa marca es la entrada a un mundo inaccesible. A partir de ahí todo es inconmensurable. Todos los misterios del universo se resumen en esa sola duda. Descifrar esa marca y todo se acaba. El fin de la historia del mentado Fukuyama. ¡Tanto lo criticaron y sólo se adelantó unos cuantos años! Explicar la marca y las luces de la ciencia se apagarían y los laboratoristas se irían a la cama. ¡Qué exagerado! Lo que realmente quiere decir es que a partir de ese punto empieza el terreno de la incertidumbre. ¿Qué piensa ella? Él no lo sabe. Ese es el problema. Él no tiene idea. ¿Lo sabrá ella? A él le es inevitable recordar el poema de Gilberto Owen. “No saber quién eres o en qué estarás pensando. Hoy te destruiría por saberlo.” Él no está de acuerdo. Él nunca la destruiría. Aunque lo hará. Sin querer. A propósito. Pero todavía no. Hay mucho supermercado aún por delante. A él le gustaría besarla ahí. En la frente, no en el supermercado. Siente que es la única forma de acariciar el misterio. Coquetear con un mundo que le es inaccesible. Ella lo ve con ojos lejanos. Dudosos. No parece del todo convencida. Ella es artista. Él piensa las cosas demasiado.

Él tiene cuatro axiomas básicos de su entendimiento del mundo. 1. En lo romántico cree en el amor de Dante por Beatriz como la consumación máxima del amor (y, por lo tanto, inconscientemente cree en la tragedia). 2. Como mexicano se reprocha de la pérdida de territorio ante los Estados Unidos. 3. Como idealista cree que es posible enamorar a una mujer con un gol. 4. En todo lo demás cree inescrutablemente en Leibniz y asume que si el siglo de las luces hubiera sido mucho más Leibniz y menos Descartes, el mundo sería un mejor lugar.

Él está a punto de graduarse de su curso de mierda. Un señor pelón le habla de la importancia de los servicios que ofrecen al mundo. “Estamos vendiendo tranquilidad”, le dice. Él se siente más bien intranquilo. Después de su graduación ellos se ven. Van a un concierto de jazz. Amor posmoderno: hay una foto de ellos ahí. Ella ve hacia el horizonte, él la ve a ella. Ella trae unos leggings; él, su mejor traje. No es que tenga muchos. Sólo los necesarios para vender seguros. En la noche él la invita a Haydee’s, un karaoke salvadoreño donde pasa sus fines de semana. Él ha perfeccionado la ingesta de alcohol. Eso es lo que pasa cuando se toma un curso de mierda en una ciudad de mierda. Lo reconocen en la entrada. “Bienvenido.” Entran y toman varios tequilas. Detrás de la barra Doña Haydee los observa. Doña Haydee debe tener unos sesenta años. Hay un retrato de ella con un gato sobre el muro. La historia cuenta que un cliente se enamoró de la cantinera, compró el bar, le puso su nombre y mandó a hacer el retrato. ¡Eso es amor, chingao! El enamorado no pretendió salvar a Haydee sacándola del bar y ofreciéndole una vida menos jodida; eso hubiera sido contraproducente. El enamorado se enamoró de una cantinera y decidió construirle el mejor mundo donde ella pudiera seguir siendo lo que lo había enamorado: cantinera. El tequila que Haydee les sirve los ayuda a apreciar este mundo. El mejor de los mundos de Leibniz no incluía a Haydee como cantinera. Pero, ¿qué importa hoy en día lo que Leibniz haya dicho?

De pronto todo empieza a cobrar sentido. Ellos bailan y sienten sus cuerpos convertirse en uno solo. Otra pareja intenta seguirles el ritmo. Imposible: sus cuerpos se han pegado como gelatina. Han cuajado. Es una cosa increíble, nunca han sentido algo así. Él sabe que la gelatina está hecha con restos de cartílago y hueso. Ella no sabe eso. A veces las cosas cuajan mejor cuando hay menos corazón y más cartílago y más hueso. Así pasa cuando bailan. Amor posmoderno: es música de banda norteña. Ellos sienten que vuelan. Es un decir: no saben qué se siente volar. El amor está lleno de clichés, pero así funciona mejor. Ella lo siente muy cerca, él no la quiere soltar. Sudan. Haydee observa desde detrás de la barra. El bar cierra a las tres. Es el reglamento de esta ciudad de mierda. En algún momento se tienen que ir.

Ella tiene un lunar diminuto junto a la boca; es una posición casi geométrica, arquitectónica. Es una oposición a la luna creciente de sus labios. Cuando ella sonríe, el lunar se esparce por su mejilla como si fuera un eclipse. A primera vista no se puede ver demasiado. Es muy pequeño. Pero con un poco de arqueología, el lunar aparece. Él se pregunta si habrá nacido con esa marca o si habrá surgido más tarde. ¿Por qué decide el cuerpo producir una mancha tan sutil como ésa? ¿Qué nos quiere decir? Entre más lo observa más le parece extraña su belleza. Quizá considera que ese lunar es un secreto que sólo él puede apreciar. La llave de entrada. La contraseña. A él le gusta mirarlo de cerca, acariciarlo con sus labios, está seguro de que es un mensaje en braille escrito sólo para la lectura de su boca. Es el punto final de las palabras que le dice. ¡Calla y bésame!

Leibniz se escribe sin t. También se escribe sin muchas otras letras pero la t es la más importante. Leibniz con t es una ciudad en Austria. Él ha estado en Leibnitz. No le gustó mucho. Leibniz sin t fue un filósofo alemán. Él está enamorado de la filosofía de Leibniz. Nadie en su compañía de seguros sabe quién es Leibniz, pero dos compañeros lo acompañaron al congreso en Austria.

Ella toma un vuelo a California. Un viaje con viejos amigos que ya tenía programado. Eso le dice. Ella sabe que no sólo es eso. El mexicano le gusta pero ahora ella está con alguien más. Un americano que conoce desde hace tiempo. Ellos van a la montaña a escalar. A él sí le gusta escalar; ¿será que quizá también le gusten los termos? Durante una semana ella no le escribe. Ella es cada vez más fría. Ella se va cada vez más. Es imposible entender la mente humana. Hace unas horas, mientras bailaban, ninguno de los dos tenía duda de que habían encontrado el amor. Ahora ella se enamora de alguien más. Ahora él sufre el silencio, con su orgullo. Son semanas lentas.

Ella regresa y él quiere pretender que todo está bien. Él quiere abrazarla y decir que la extrañó. Tiene miedo. Sabe que algo sucedió en las montañas. No fue un viaje cualquiera. Ella le dice que todo está bien pero que lo suyo ya terminó. No lo quiere tocar.

Es cierto que si la historia acabara aquí no habría razón de contarse. Pero también es cierto que esto jugará un papel importante en el futuro. Un papel que nunca más se discutirá. Él nunca lo aceptaría, es muy orgulloso, pero este episodio lo llenará de inseguridad y de cierto rencor. No podrá nunca excusar sus errores en ello, pero también siente que es injusto que esto no se recuerde. El amor no se resuelve en una corte. No gana el mejor caso. Pero ahora él quiere decirle cómo le dolió. Él quiere decirle que siempre tuvo miedo de que ella lo abandonara otra vez. Con el tiempo y la distancia su mejor arma fue pretender que ella no le importaba tanto. Que ella era libre y él también. Ella pensó que él lo decía porque estaba acostumbrado a relaciones libres y fluidas. Nadie se acostumbra a relaciones libres.

Ella lo aleja. Ella lo rechaza. Él sufre. Ella también.

Ella lo quiere más de lo que está dispuesta a aceptar. Él la invita a una fiesta a su casa. Ella acepta pero trae a su amiga. Así se siente más protegida. A ella no le caen bien sus compañeros de trabajo. A él tampoco. Sus amigos comen pizza, toman vino y hablan sobre los diferentes tipos de seguros. Ella se aburre. Pone música latina y lo invita a bailar. Ella lo toma de la mano y acerca su cuerpo al de él. Quiere volver a sentir esa magia. Quiere cerciorarse de que haya sido cierta. Se mueven poco a poco; son los únicos. Los gringos siguen bebiendo y diciendo pendejadas. ¡Qué horror! Su baile confirma la química de Haydee’s. Es que ella sí lo quiere pero está confundida. Le han dicho que no debe enamorarse tan rápido. Que debe ser moral. Y ahora en unas cuantas semanas de soltería ya ha estado frecuentando a dos personas. Un gringo y un mexicano. El alcohol la ayuda a tranquilizarse. Se toma un shot y se acerca a él. Lo quiere. Lo toma de la cara y le da un beso. Es su primer beso. Un beso pasional y líquido. Un beso tequilero. Es un beso al mexicano que despide para siempre al gringo. Él la mira confundido. ¿Qué pasa detrás de esa marca en su frente? ¿Cómo descifrar ese mundo? ¿Qué pasa cuando un beso se ajusta a la medida de los labios y el deseo? Leibniz dijo que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Hoy él está de acuerdo, él quiere gritar. Ella ha regresado.

Ellos bailan en su departamento toda la noche. Él le pide que se quede. “Pasa la noche aquí”, le dice. Ella no quiere ceder tan fácilmente. Tiene un poco de miedo. Le pide que deje que su amiga se quede también. Él concede. Ellas dos duermen en su cama. Él duerme en el piso. Es un náufrago en medio de la sala. Ella lo escucha allá abajo, lo siente abandonado. Ella se siente igual. Lo que la confunde es la idea de lo que debe hacer. Ha sido educada con culpa. ¿Está mal querer dormir con él? Ella lo escucha moverse en el piso. No lo va a dejar abandonado. No a él. Prepara su cruzada poco a poco. Se siente nerviosa. ¿Qué dirá? ¿Cómo debe aproximarse? A media noche se levanta, atraviesa el cuarto y se acurruca con él. Él la abraza. Sienten una conexión profunda. Un calor humano irresistible. Él abraza su pequeño cuerpo. Ella sabe que si se deja ir, acabarán enamorados. ¿Qué no lo están ya? Ella se resiste. Vuelve a su cama. Él se queda solo. No hay vacío más grande que su ausencia pero aún recuerda el olor de su cabello contra su cara. Ella está tan cerca, pero ahora que la tuvo entre sus brazos y se fue, conoce el precio de la lejanía. Esto lo va a olvidar con el tiempo. Cuando sus defensas se activen. Cuando él tenga miedo.

Él va con regularidad a su casa, Es una casa en la periferia de la ciudad, una zona boscosa y residencial. La casa tiene tres pisos, aunque él solo conoce dos. Ella le cocina tostadas con camote y aguacate. Siempre. Pasan las tardes ahí. Ella le habla sobre arte y ecología. Tiene mucho que decir al respecto. Él le habla sobre los tipos de seguros de vida. “No hay que dejarse engañar por los vendedores.” A él le da miedo hablarle de Leibniz. Siente que la puede aburrir. Una vez, mientras untan el aguacate, él toma la semilla y la alza pretendiendo que es la Tierra flotando en el universo; entonces le menciona algo de Leibniz o de Spinoza. Ya no se acuerda bien pero seguro no fue de Bruno. Bruno sí la habría asustado. ¿Habría Divina comedia si Dante le hubiera hablado a Beatriz de Bruno? La pregunta es absurda porque Dante es anterior. Aun sin Dante, ellos empiezan a construir una complicidad. Ella es muy a la antigua y no lo deja subir a su cuarto, mucho menos dormir en su cama. Pero el conservadurismo resiste poco al ingenio y mucho menos a las ganas. Duermen en el sofá. Amanecen abrazados pero sin los brazos dormidos o dolores en el cuello. Han aprendido una axiología de los cuerpos. Sus figuras aprenden la morfología del otro: se moldean, cuajan, se asientan, es como si fueran uno mismo. Luego despiertan y salen a caminar por el bosque o a hacer el súper.

Ella va aun más seguido a su departamento. Ella llega con su mochila negra y la coloca junto al sofá. Lo abraza tiernamente. Lo abraza despacio; de forma dulce pero natural. Él siente cómo ella trabaja el abrazo, lo labra. Ella se sienta en la mesa y abre su computadora. A veces él la deja ahí mientras va a comprar los ingredientes para la cena: magret de pato o cordero a la menta. Hay que decirlo, para ser vendedor de seguros su apetito es muy iconoclasta, casi refinado. Pero el amor permite lujos así. Su elaboración gastronómica se ha ido imponiendo al minimalismo de ella; es fácil acostumbrarse a la opulencia. En las tardes trabajan juntos en una mesa. Amor posmoderno: En la noche quitan las computadoras y ponen un mantel de cuadros para cenar. Es un departamento sencillo: una cama, una mesa y un sofá: todos comprados en Ikea. A él le gusta que el piso sea laminado, se siente en un lugar moderno y de buen gusto. A ella le gusta la sensación de espacio. A él le gusta que ella esté aquí.

Ellos pasan algunas tardes en las cafeterías de Washington. Ya no van en las mañanas. Ella le ha permitido no llevar termo, pero ha impuesto una nueva norma anti-popótica. Puede tomar lo que quiera, en el recipiente que quiera, siempre y cuando no use popote. Es una cuestión ecológica. Cada vez que no usa un popote salva a una tortuga. ¿Significa eso que ha matado a cientos de reptiles durante su vida? Su abuela cocinaba una deliciosa sopa de tortuga. Eran otros tiempos. Otros lugares. Era lo que había. Pero la sopa era buena. Prefiere no decirle. Compensará aquella sopa con cuatro meses de no usar popotes. Amor posmoderno: a ella le gusta el ambiente de las cafeterías hipsters. A él no le molesta escuchar jazz junto a ella. Las cafeterías hipsters invitan a artistas de jazz a tocar en un rincón del lugar. Ella trabaja en su computadora. Él pretende ocuparse. ¿Qué ocupación puede tener un vendedor de seguros en sus días libres? Ella lo observa de reojo, él pretende no darse cuenta. A él le gusta que ella lo mire. A ella le gusta que él pretenda que no se da cuenta.

Ella va a misa los domingos. Él la acompaña. Nunca ha ido a misa. Ha ido a bodas y bautizos pero nunca a misa. Él la ama pero no cree en su Dios. Él cree en el Dios de Leibniz. En una fuerza que ha ideado el mejor de los mundos. El padre habla sobre el pecado original. A ella le gusta que él lo haya acompañado. Significa que esto es serio. Que está dispuesto a ceder, a otorgar, a cambiar. El padre habla sobre Pablo. Balbucea algo sobre el arrepentimiento y el cambio. “Epifanía” grita inesperadamente. “¡Epifanía, Epifanía!”, repite. Ella le toma la mano. Él siente que su gesto busca revelar algo. El padre vuelve a gritar “¡Epifanía!” como quien dice “¡Carajo!”. Esta historia no acaba con él encontrándose con el Dios judeocristiano-apostólico-romano. El lector no debe preocuparse.

El tiempo pasa rápido. Y además no es mucho tiempo. Hay que decirlo. Un par de meses en el mejor de los casos. En el mejor de los mundos. Un par de meses en el calor del verano washingtoniano. Washington D. C., no el estado de Washington. Llega el día en el que él tiene que irse. Es momento de regresar a México a compartir el conocimiento adquirido con sus colegas. Odia su trabajo. Amor posmoderno: ella lo ayuda a empacar; dobla cuidadosamente sus boxers y los va acomodando en una maleta abierta. Él escoge qué libros llevar. ¿Qué hará con los demás? Savonarola quemaba libros; ¿será esa la mejor solución? Ella lo lleva al aeropuerto. Van tomados de la mano.