Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
"¿Leather o tradicional?", le preguntan a Pablo, un joven que vive con su tía en su casa de Barracas y que pasa los días ocupado entre su trabajo como traductor de artículos para una revista y los encuentros sexuales, algunos más casuales que otros, que busca por toda la ciudad. Le atraen las prácticas BDSM, y muchos de sus contactos son con otros hombres que empiezan a formar una comunidad leather en la Buenos Aires de finales del siglo XX. El sexo es la energía que guía todas sus acciones, hasta que un factor imprevisto se le cruza por el camino: el amor. El mendigo chupapijas fue una novela que originalmente se publicó como folletín, y que enseguida pasó a ser de culto entre los iniciados de aquellos años. Hoy, veinte años después de su primera edición en libro, la volvemos a hacer circular acompañada de una hermosa nota del autor y otros dos textos hasta hoy inéditos.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 107
Veröffentlichungsjahr: 2025
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
EL MENDIGO CHUPAPIJAS
Pablo Pérez
Cubierta
Portada
Nota del autor
Dedicatoria
El mendigo chupapijas
José, el astrólogo
La primavera
Fragmentos de mi diario íntimo
El comisario Báez
Un triángulo escaleno
El mendigo chupapijas
Pablo y el comisario Báez
Pablo y José, el astrólogo
Fragmentos de mi diario íntimo
La llegada del amor
Fragmentos de mi diario íntimo
Final
Apéndice
Guion cortometraje El mendigo chupapijas
En la tienda de deportes
Sobre el autor
Créditos
Tabla de contenidos
Una tarde de no recuerdo qué mes de 2004, recibí una llamada telefónica de Washington Cucurto para ponerme en contacto con Francisco Garamona, que quería editar El mendigo chupapijas entre los primeros títulos de su sello editorial Mansalva. Se publicó en 2005 y esa es la primera edición que estamos celebrando veinte años después: una tapa hermosa, un libro editado con amor de editor, algo que nunca hubiera imaginado cuando empecé con el proyecto de El mendigo…, que originalmente era una página A4 impresa en una impresora de punto metida en un sobre oficio (para mayor precisión, un sobre que ahora, googleando, veo que se llama “sobre oficio inglés”), con la historia de un mendigo que había visto varias veces en un cine porno y que una mañana descubrí pidiendo limosna a la salida de misa en una iglesia. La página terminaba con un enigmático “continuará” entre paréntesis. Sin haberlo pensado demasiado, había empezado a escribir un folletín.
La idea surgió poco tiempo después de haber publicado Un año sin amor para liberarme de la presión de publicar un segundo libro que tuviera la misma o mayor repercusión que mi primera novela, que había aparecido reseñada en varios suplementos literarios de diarios y revistas del país.
Si Un año sin amor había sido un libro urgente, que me sirvió como catarsis y de trampolín para zambullirme en los salones literarios y un consecuente aunque moderado “ascenso social” (me sirvió para conseguir varios trabajos), El mendigo chupapijas fue un proyecto que se me fue de las manos y creció inesperadamente. Mi idea era que, con semejante título, nunca sería mencionado en ningún medio periodístico importante y que quedaría nomás como una diversión entre amigos.
Durante uno de esos eventos en que repartía la hojita impresa a cambio de una moneda, le di una a Fernanda Laguna, que enseguida me dijo: “Tenés que escribir más, yo te lo publico”.
Así nació la primera entrega: ocho hojas oficio dobladas y cosidas a la mitad con una máquina de coser y una tapa de papel de calcar con una ilustración infantil y letras chorreantes (nunca hasta hoy me había puesto a pensar chorreantes de qué) metidas en una bolsita de plástico junto a un juguetito de cotillón.
Una tarde, cuando iba a entregar una reseña literaria al suplemento “Radar Libros” de Página/12 (uno de los trabajos que había conseguido gracias a Un año…), Daniel Link, por entonces director del suplemento, me dijo: “Me enteré de que estás publicando un folletín”. Le respondí que era algo sin importancia, una diversión entre amigos, y él insistió en que quería leerlo, así que se lo llevé. Al poco tiempo salió una pastilla en el suplemento, que empezaba: “Circula por Buenos Aires un folletín. Su nombre, El mendigo chupapijas”… De esta manera, con todas las letras, un título que yo pensaba imposible de nombrar en un diario de tirada nacional o cualquier otro medio que no fuera under, nació esta saga en cinco entregas que siguieron publicando Fernanda Laguna y Cecilia Pavón en su naciente polirrubro artístico Belleza y Felicidad, y que se convirtió en la fase inaugural de una disruptiva colección literaria que siguió con varios títulos, publicados también en fotocopias. Fueron un total de cinco entregas, que reescribí organizadas en capítulos para Mansalva, una novela que de a poco agotó su primera edición y que hoy tengo el placer de reeditar en De Parado.
Les propuse a los editores, además, agregar un cuento que escribí en 1987, mi primer cuento de temática gay y sadomasoquista (me enteré mucho después de que lo que había escrito era una práctica común y consensuada en la comunidad BDSM, que nunca había oído nombrar). Es el único cuento que pude rescatar de los que había escrito entre 1983 y 1987, mecanografiados en mi Underwood. Los otros los había perdido en un asalto a mano armada del que fui víctima en una escalera mecánica en la combinación de subte de la línea C con la línea E, que tomaba para ir al taller de narrativa de Susana Silvestre. El ladrón llegó a disparar un balazo contra la escalera, y sin dudarlo le entregué el morral de cuero donde llevaba todos los cuentos de los que no tenía ninguna copia (en esa época las copias se hacían usando un papel carbónico durante el tipeo). No lo lamento hoy, porque todos esos cuentos que había escrito durante los años que fui al taller, donde aprendí la manera de contar que sigue siendo mi manera de escribir hasta hoy, eran cuentos bastante malos. Me acuerdo de uno sobre un hombre que transportaba la estatua de una mujer en tamaño natural de la cama a la ducha. ¡La estatua era de mármol!
El cuento que se incluye en esta edición, y que cuando lo escribí se llamaba “Sigamos jugando” (ahora renombrado como “En la tienda de deportes”), fue la razón por la que abandoné ese taller. Varixs de mis compañerxs eran de izquierda, en particular una que por su militancia había estado exiliada en España hasta 1983 y lanzó una comparación de mi historia con las torturas durante la última dictadura militar, que prendió como una mecha los comentarios horrorizados del resto. No me acuerdo qué fue lo que dijo Susana Silvestre aquella vez, pero yo era el benjamín del taller y siempre me trató con respeto y cariño. Después de algunos años (yo ya había publicado Un año… y El mendigo…), volvimos a vernos; nos reunimos algunas veces para hablar de la vida y compartir lo que cada unx estaba escribiendo, hasta que ella decidió dejar el mundo en 2008. Pero me estoy yendo de tema…
Hoy estoy seguro de que cuando lean el cuento, se van a morir de ternura.
A pedido de los editores, agregamos también el guion de un cortometraje, el único que dirigí y que produjimos con un grupo de amigos, con el primer episodio de lo que pensaba ser una saga, manteniendo la estructura del folletín original. Era una película sin más presupuesto que alguna cartulina y unos celofanes para la iluminación. Todos los actores eran amigos de los clubes leather. El único profesional del equipo era el camarógrafo, que prefirió figurar en los créditos con un seudónimo. En el guion hay una escena de cigar play, que por dar un golpe de efecto visual decidimos reemplazarla durante el rodaje por un juego con cera de velas. El resultado no me conformó, aunque tiene algunos momentos muy logrados. Fue una experiencia divertidísima, pero producir sin dinero resultó ser un esfuerzo enorme y no pudimos completar el resto de los episodios. Además, el corto pasó sin pena ni gloria por algunos festivales, pero tuvo su coronación en el BAFICI de 2008, en una selección de cortometrajes. Como era el primero de la lista, quedó su nombre en la entrada de cartón y, lo más gracioso, en el cartel de leds sobre la entrada de las salas del cine del Abasto, durante los días en que se proyectó, se leía intermitentemente en letras rojas: “El mendigo chupapijas: funciones agotadas”.
Pablo Pérez
Junio 2025
Dedico este libro a mis amigos
del Club Fierro Leather,
del Buenos Aires Leather Club
y del Club Leather de México.
Agradezco a Nicolás Gelormini,
Raúl Escari y Daniel Link,
por la ayuda que me brindaron
y su esclarecedor criterio.
Muchas de las veces que voy al cine Box, encuentro allí a un hombre que, oculto en la oscuridad, le chupa la pija a cualquiera que se pare frente a él. Siempre agachado con la cabeza a la altura de cualquier bulto, siempre dispuesto a chupar todas las pijas que se le aparezcan. Su garganta no tiene fondo. Cada vez que me la chupa a mí, siento calor y humedad, sus labios en la base de mi pija, la lengua que se relame en el agujero infinito de su boca. Se la traga toda obedientemente, con una voracidad inigualable, sin morder y con mucha pasión. Parece disfrutar como un perro comiéndose el mejor cuarto kilo de carne de su vida o protegiendo con celo un hueso entre sus peligrosos colmillos. Insulta a gritos al que lo moleste y es capaz de morder al que se atreva a interrumpir su chupada ritual. Sí se lo puede interrumpir para ofrecerle otra pija, de mayor o menor tamaño, eso a él no le importa. Las pijas más pequeñas disfrutarán del aterciopelado calor de esa recámara tibia y las más grandes tendrán, en esa boca tan espaciosa, todas las ventajas para gozar.
Anda siempre con el mismo sobretodo negro, sin afeitarse, tiene el pelo grasiento aunque con un prolijo corte taza. Una vez pude percibir su suciedad al tacto cuando quise acariciarle la cabeza mientras me la chupaba.
El sábado pasado lo vi en el portal de la Iglesia de la Piedad, sentado en la escalera, mendigando. Y sentí la resonancia de una vida anterior. Estaba tan conmocionado al descubrir que ese hombre que tantas veces me había chupado la pija en el cine era un mendigo, que decidí caminar hasta la casa de José, el astrólogo, no muy lejos de ahí, para contarle lo que me había pasado y preguntarle si en mi carta natal podía ver algo relacionado con la presencia de este mendigo en mi vida.
Mientras le contaba las chupadas de pija del mendigo en el cine, veía que José se excitaba. Cuando terminé, desde el sillón donde estaba sentado me hizo una seña para que fuera a arrodillarme a sus pies. Me obligó a lamerle el bulto que se le marcaba perfecto a través del pantalón de cuero y se agrandaba bajo cada lamida. Al rato me ordenó que me desvistiera y lo esperara de rodillas con la frente apoyada en el suelo mientras él iba a prepararse. En cuatro patas, muerto de calentura, a través del piso de pinotea del living podía sentir las vibraciones de los cajones abriéndose y cerrándose y, a los pocos minutos, las pisadas de las botas que anunciaban cada paso de José acercándose a mí, hasta que me sorprendió el frío metálico de la cadena que me echó al cuello y cerró con un candado. Si él no me lo indicaba, no tenía permiso para levantar la vista. Solamente podía mirar sus botas mientras les pasaba la lengua feliz como un perro que se rencuentra con su dueño después de varios días sin haberlo visto. Una vez que estuvieron bien lamidas, brillosas de saliva, pude contemplarlo vestido con el uniforme leather y, con los guantes de cuero, me acarició la cabeza en señal de aprobación a mi actitud sumisa.
—¿Así que el mendigo chupapijas? Vamos a ver acá quién es el único chupapijas. Te voy a dejar el culo rojo hasta que no puedas más del dolor.
Me aprisionó la cabeza entre sus piernas y empezó a darme con manos de villano, con esos guantes curtidos, tan maltratados como mi culo rojo por el spanking que me ardía.
Me comí los gritos y soporté la paliza como un buen esclavo. Luego me levantó de la correa para que me pusiera de pie.
—Basta, por favor, Señor —dije, pero no hizo caso de mis súplicas.
—Yo decido cuándo es basta —contestó.
Me llevó de la cadena hasta un rincón contra la pared. Me dio varios golpes de puño en el estómago hasta que caí de rodillas al piso.
—¡Basta, por favor, Señor! ¡Ya no puedo más! ¡Piedad!
Solamente al oírme pronunciar la palabra “piedad” me soltó. Tuve permiso para servirme un whisky y tomarlo sentado en el sillón. José vino junto a mí, me abrazó, pude olfatear, lamer y disfrutar de todo su cuero. Al fin se me estaba dando lo que tanto había deseado, poder estar a solas con él. Ya me había enterado de que estaba saliendo con Ferdi –cada vez que lo menciona se le nota en la mirada que está enamorado de él y yo me muero de celos. Sabía que probablemente ese iba a ser nuestro último encuentro sexual y que tendría que conformarme con nuestra amistad. Pero no quería hablar de eso. También tenía pensado contarle que había tenido, la tarde anterior, una entrevista para entrar como acompañante en la agencia Etiquet’s Men, pero preferí no comentarle nada y en silencio disfrutar de ese momento en su abrazo.