El Nuevo Vecino - Rod Mandelli - E-Book

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Rod Mandelli

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Beschreibung

El Nuevo Vecino

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Veröffentlichungsjahr: 2016

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El nuevo vecino

Rod Mandelli

––––––––

Traducido por José Atchen Hernández Morales 

“El nuevo vecino”

Escrito por Rod Mandelli

Copyright © 2014 Rod Mandelli

Todos los derechos reservados

Distribuido por Babelcube, Inc.

www.babelcube.com

Traducido por José Atchen Hernández Morales

“Babelcube Books” y “Babelcube” son marcas registradas de Babelcube Inc.

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El nuevo vecino

El nuevo vecino

Cuando estaba en mi último año de instituto un tiarrón se mudó a nuestro vecindario. Estaba casado, tenia unos treinta y tantos; era un macizo de metro ochenta y cinco, unos 86kg de puro músculo y pelo castaño. (Vaya, no podía creer que fuera capaz de describirlo de esta forma el primer día que lo conocí). Fue durante las vacaciones de verano cuando lo vi a él y a su mujer traer sus cosas y muebles a su nueva casa. Yo miraba desde el otro lado de la calle: el miró y saludó discretamente... yo hice lo mismo. Entonces fue cuando se quitó la camiseta, que estaba empapada, y pude ver su pecho peludo que brillaba por el sudor del trabajo de la mudanza. Justo después su mujer salió de la casa, le acarició el pecho y le ofreció lo que parecía ser un vaso de limonada (aunque estaba lo suficientemente lejos como para no ver lo que era exactamente). Seguidamente lo besó apasionadamente, como marcando territorio o algo así.

Eso fue lo que me devolvió a la realidad. ¿En qué diablos estaba pensando? Por momento me imaginé en su lugar, sintiendo ese sudoroso y empapado pecho, y teniendo sus brazos alrededor de mi cuello mientras nuestros labios se abrazan en un beso apasionado. Pero me dije que tenía que volver a la realidad. Yo no era gay ni nada de eso; nunca había mirado a ningún chico de aquella forma. Dios, ¡si incluso tenía novia! (Aunque se pusiera estúpida cuando yo necesitaba una mamada, lo cual a mi edad era todo el tiempo).

Aunque sí que es cierto que un día en el vestuario después de educación física, me empalmé de mala manera: un chico salió de la ducha y se me acercó; me estaba poniendo los zapatos así que estaba sentado en un banco inclinado hacia adelante. Levanté la mirada cuando escuché su voz.  Allí estaba, colgando delante de mí a la altura de mis ojos. Su trozo de dieciocho centímetros se balanceaba cada vez que el tío cambiaba su peso de su pierna derecha derecha a la izquierda.

Él se quedó allí de pie haciéndome estúpidas preguntas sobre un examen de historia mientras su polla se contoneaba seduciéndome a cinco centímetros de mi boca. Me alegraba tanto de haberme puesto ya el pantalón y de estar sentado... ambas cosas escondieron perfectamente la erección que no paraba de crecer en mi entrepierna. Sentí una necesidad horrible de agarrar ese rabo y metérmelo entero en la boca mientras el seguía hablando sobre quién había dicho «Give me liberty or give me death». Por primera vez en mi vida sentí que me daba igual ocho que ochenta, carne o pescado. Conseguí controlarme (a mí y a mi empalme) obligándome a mirar al tío a la cara.

La verdad es que de este incidente hace ya un buen tiempo y nunca antes había tenido pensamientos sexuales con hombres de nuevo hasta que vi a este nuevo vecino. Fingí que estaba arreglando el patio mientras observaba como se contraían los músculos de aquel hombre al levantar aquellas cajas tan pesadas. El sol se fue poniendo durante la tarde, y yo también; pero en lugar de seguir fantaseando decidí volver dentro de casa y sacármelo de la cabeza.