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Nicolás, el protagonista, es un niño de escuela primaria con sus inquietudes y sus inocentes travesuras. Si bien el relato fue concebido en la Francia de los años sesenta, sus ocurrencias pueden ser las mismas que las de cualquier niño en la actualidad. La universalidad es un concepto que guía todas las obras de René Goscinny (el genial coautor de Asterix y guionista de Lucky Luke), posiblemente porque él mismo fue producto de una familia con distintos orígenes y de una sociedad cosmopolita, como lo fue la Argentina en donde vivió sus años de crianza y juventud. Además, lo que potencia a los textos y los hace únicos e irrepetibles, es el talento descomunal del gran maestro del "sentimiento dibujado", Jean-Jacques Sempé. Sus ilustraciones están compuestas por la soltura de un trazo que se deja volar por la página, con una danza de líneas que siempre muestran el detalle preciso para el hecho humorístico: una mirada, una pose, una acción. Las aventuras del pequeño Nicolás se convirtieron en un gran fenómeno de la literatura infantil mundial. Goscinny desborda en un humor y creatividad sin límites con Nicolás, su familia y toda esa galería de personajes entrañables. Entre ellos, Alcestes, Eudes, Agnan, Joaquín, Clotario, Rufo, Godofredo, Majencio, María Eduvigis, Luiseta, y adultos como Blédurt, la maestra, el Caldo… El presente volumen, que es el primer compilado realizado en 1960 por la editorial francesa Denoël, cuenta con los siguientes relatos publicados originalmente en el periódico Sud-Ouest Dimanche y en la revista Pilote: - "Un recuerdo que atesoraremos" - "Los cowboys" - "El Caldo" - "Fútbol" - "Vino el inspector" - "Rex" - "Chochó" - "El hermoso ramo" - "Los boletines" - "Luiseta" - "Ensayamos para el ministro" - "Fumo" - "Pulgarcito" - "La bicicleta" - "Estoy enfermo" - "Nos divertimos mucho" - "Frecuento a Agnan" - "Al señor Bordenave no le gusta el sol" - "Me voy de casa".Hoy, la colección ostenta 14 títulos publicados en 45 países, en muchos de los cuales El Pequeño Nicolás es lectura obligatoria en las escuelas.
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Seitenzahl: 127
Veröffentlichungsjahr: 2025
René Goscinny y Jean-Jacques Sempé
El Pequeño Nicolás
El Pequeño Nicolás
Título original: Le Petit Nicolas
© 2004 IMAV éditions / Goscinny – Sempé
Le Petit Nicolas®
www.petitnicolas.com
© Familias Goscinny y Sempé por las fotos de las solapas.
© Libros del Zorzal, 2024Derechos exclusivos de edición para América Latina.
<www.delzorzal.com>
Traducción: Leopoldo Kulesz
Colaboraron: Carolina Uribe – Esteban Feune de Colombi – Sara Mendoza – César Da Col – Fernando Chorny – Roberto Gárriz – Federico Juega Sicardi – Osvaldo Gallese – Marcelo Lacanna.
Diseño de portada: Osvaldo Gallese
ISBN 978-84-129902-0-1
Le Petit Nicolas, los personajes, las aventuras y los elementos característicos del universo del Pequeño Nicolás son una creación de René Goscinny y Jean-Jacques Sempé. Derechos de registro y de uso de las marcas relacionadas al universo del Pequeño Nicolás reservados a IMAV éditions. Le Petit Nicolas® es una marca verbal y figurativa registrada. Quedan prohibidos y reservados todos los derechos de reproducción o imitación de la marca y de todos los logotipos.
Impreso en China / Printed in China
Índice
Prólogo de Anne Goscinny | 9
Un monumento a la infancia | 11
Acerca de la traducción | 14
El Pequeño Nicolás | 16
Un recuerdo que atesoraremos | 18
Los cowboys | 26
El Caldo | 34
Fútbol | 42
Vino el inspector | 49
Rex | 57
Chochó | 65
El hermoso ramo | 73
Los boletines | 81
Luiseta | 89
Ensayamos para el ministro | 97
Fumo | 104
Pulgarcito | 112
La bicicleta | 120
Estoy enfermo | 128
Nos divertimos mucho | 136
Frecuento a Agnan | 144
Al señor Bordenave no le gusta el sol | 152
Me voy de casa | 159
Glosario | 166
Prólogo
Si les dijera que Le Petit Nicolas es argentino, ¿se sorprenderían? Mi padre, cocreador de este niño que se convirtió en una estrella de la literatura infantil a finales de los años cincuenta, llegó a Buenos Aires en 1928, cuando tenía 2 años. Se educó en un colegio francés y no abandonó la Argentina hasta después de la guerra, en septiembre de 1945. La familia de su madre se había quedado en Francia y la de su padre no había podido salir de Polonia. En 1940, las cartas que llegaban de Francia eran explícitas: “Quédense donde están”.
Lejos de esta Europa de fuego y sangre, lejos de lo que descubriríamos sería la mayor tragedia de la historia de la humanidad, mi padre ya inventaba historias, dibujaba, escribía, imaginaba, creaba personajes y los ponía en escena.
Mi padre y todas las criaturas de papel nacidas de su mente le deben la vida a ese exilio argentino.Si mis abuelos y sus hijos se hubieran quedado en Europa, probablemente yo no estaría aquí hoy. Como el Pequeño Nicolás, yo también le debo a la Argentina la felicidad de haber venido al mundo. Y son de los viajes a la Argentina los mejores recuerdos de mi infancia.
Todos los años volvíamos a Buenos Aires, yo jugaba en la plaza San Martín, paseaba de la mano de mi padre, que estaba encantado de enseñarme los lugares que había conocido de niño y presentarme a sus amigos de la infancia.
En Francia, mi padre era un adulto, un poco rígido, bastante estricto. En la Argentina, volvía a tener 10 años y, si su contextura se lo hubiera permitido, habría estado encantado de hamacarse conmigo en la plaza San Martín, ¡cantando el “Arroz con leche”! Sí, en Buenos Aires, mi padre tenía los ojos de un niño y la actitud despreocupada de alguien que quería olvidar que treinta años antes, al otro lado del Atlántico, su familia había sido asesinada.
Así que, para mí, el argentino es naturalmente la lengua materna del Pequeño Nicolás. La lengua materna es ciertamente la de la madre, pero ¿no es sobre todo la del territorio de la infancia? Este tema está en el centro de la vida y la obra de mi padre.
Así que es natural que el Pequeño Nicolás hable argentino, y si la puerta de su escuela se parece a la de la escuela francesa de Buenos Aires, no es de extrañar. Mi padre, sus personajes y mi corazón son decididamente argentinos.
Anne Goscinny
Un monumento a la infancia
Nicolás, el protagonista, es un niño de escuela primaria. Si bien el relato fue concebido en la Francia de los años sesenta, sus ocurrencias pueden ser las mismas que las de cualquier niño en la actualidad. La universalidad es un concepto que guía todas las obras de René Goscinny, posiblemente porque él mismo fue producto de una familia con distintos orígenes y de una sociedad cosmopolita, como lo fue la Argentina en donde vivió sus años de crianza y juventud entre 1928 y 1945. “Hice la escuela en español, y también en francés. […] Luego entré en el Colegio Francés de Buenos Aires. Es gracias a eso que hoy puedo decir así, con facilidad y sin dudar, que ‘dos más dos son quatre’”, escribió el autor en el libro autobiográfico Del Panteón a Buenos Aires (Libros del Zorzal, 2009). Las experiencias y los recuerdos escolares de René son el motor que hace rodar a toda la maquinaria literaria de la colección de El Pequeño Nicolás.
Pero esta serie no está conformada sólo por textos. Lo que la potencia, la completa y la hace realmente única e irrepetible es el talento descomunal del gran maestro del “sentimiento dibujado”, Jean-Jacques Sempé. Sus ilustraciones están compuestas por la soltura de un trazo que se deja volar por la página, con una danza de líneas que siempre muestran el detalle preciso para el hecho humorístico: una mirada, una pose, una acción. Sus personajes saben expresarse por sí mismos, tienen vida propia, no precisan los globos de diálogo típicos del humor gráfico y la historieta. Goscinny y Sempé fusionan sus mentes y sus talentos, y el resultado es un trabajo a cuatro manos que no nos permite disociar el texto de la imagen.
Génesis de un clásico
Sempé fue quien dio el puntapié inicial en esta historia, ya que en 1954 se encontraba realizando cartoons (chistes de una viñeta) para la revista belga Le Moustique. Y fue en una serie de esos trabajos que comenzó a utilizar a un personaje, un niño travieso al que bautizó como “el Pequeño Nicolás”. Aquel año, el dibujante conoció a René Goscinny, que también colaboraba con textos e ilustraciones para el semanario belga. El director del periódico propuso la idea de convertir al formato de historieta las travesuras de ese niño inquieto. Sempé unió sus fuerzas a las de René, quien se hizo cargo del guion utilizando el seudónimo “Agostini”. Así nacieron Las aventuras del Pequeño Nicolás bajo la forma de una serie de historietas compuestas por veintiocho entregas de una página semanal a color y autoconclusivas, es decir, cada relato comprendido por doce viñetas secuenciadas, muy divertidas y con un hilarante gag a modo de remate final.1
Un éxito francés ¡y mundial!
Tras la experiencia como historieta, El Pequeño Nicolás renació con el formato de relato ilustrado.
El escritor desborda con un humor y creatividad sin límites, donde Nicolás y su familia cobran su estado definitivo y donde nace toda esa galería de personajes entrañables, entre ellos, Alcestes, Eudes, Agnan, Joaquín, Clotario, Rufo, Godofredo, Majencio y adultos como Blédurt, la maestra, el Caldo… Y Sempé, al no sentirse atado a las reglas de las tiras cómicas, pudo volar y dar rienda suelta a su arte, de a dos o tres ilustraciones por relato. Semejante volumen de talento fusionado le deparaba a esta dupla un triunfo asegurado y el amor eterno de generaciones de lectores de todas las edades.
Hoy, la colección cuenta con 14 títulos publicados —el presente libro es uno de ellos— en 45 países en muchos de los cuales El Pequeño Nicolás es lectura obligatoria en las escuelas.
Acerca de la traducción
El lanzamiento de la colección de El Pequeño Nicolás para toda América Latina es un motivo de orgullo y felicidad. Nicolás pinta con candidez la riqueza infinita del mundo de los niños y con mucha curiosidad las pasiones de los adultos, que a menudo le cuesta comprender. Por esto, traducir las historias narradas por Nicolás y escritas por René Goscinny implica una enorme responsabilidad, y hubo una pregunta que acompañó el trabajo: ¿cómo ofrecer una traducción que pueda ser comprendida por niños de toda América Latina si, al cruzar una frontera, la heladera pasa a llamarse refrigerador, frigorífico o nevera; los negocios o las tiendas tienen vidrieras, vitrinas o escaparates; unos manejan autos en rutas y otros conducen coches en carreteras; para viajar en tren se compran billetes, boletos o pasajes; el que se encarga de impedir que la pelota o el balón se convierta en gol —ese mismo que usa medias o calcetines largos— es el arquero, el portero o el golero, y uno puede zambullirse en la pileta, la piscina o la alberca con una malla, un bañador o un traje de baño?
Afortunadamente, vinieron a mi auxilio recuerdos de mi propia infancia —que extraño o echo de menos— cuando descubrí Asterix y Lucky Luke, ambas historietas también escritas por René Goscinny. Las traducciones estaban hechas en España y, efectivamente, usaban muchísimas palabras y expresiones que, a mis 8 años, no se utilizaban en mi Buenos Aires natal y yo no conocía. Ahora bien, cuando leía estas historietas geniales, las palabras y expresiones que no me eran familiares, lejos de constituir obstáculos, eran promesas de mundos por descubrir y chistes por entender: me encantaban. Porque allí donde los adultos pueden encontrar motivos para enojarse, enfadarse o arrecharse con el traductor por usar determinados localismos de otros lugares o sitios, los niños, nenes, gurises o pibes siguen disfrutando.
Entonces, como no resulta muy elegante aclarar en el medio de un relato de Nicolás que una heladera también puede llamarse refrigerador, frigorífico o nevera, hubo que tomar decisiones y elegir (o escoger) algunos términos en desmedro de otros. Pero para que nada de la riqueza de nuestro idioma quede afuera y los adultos no se enojen (ni se enfaden o se arrechen) se incluye, al final de cada volumen, un glosario completo que el lector puede consultar en todo momento.
Aclarado esto, no perdamos más tiempo: la primera historia de este libro está a punto de comenzar.
Leopoldo KuleszLibros del Zorzal
1 Estas historietas fueron compiladas en el libro El Pequeño Nicolás. La historieta original, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2023.
El Pequeño Nicolás
Un recuerdo que atesoraremos
Esta mañana llegamos a la escuela muy contentos, porque nos iban a sacar la foto del curso que será un recuerdo que atesoraremos toda la vida, como nos dijo la maestra. También nos dijo que viniéramos limpios y bien peinados.
Entré al patio del recreo con el pelo cubierto de gel. Mis amigos ya estaban todos allí, y la maestra estaba retando a Godofredo, que había venido vestido de marciano. Godofredo tiene un papá muy rico que le compra todos los juguetes que quiere. Godofredo le decía a la maestra que quería sí o sí salir en la foto como un marciano y que, si no, se iría.
El fotógrafo también estaba allí, con su cámara, y la maestra le dijo que debíamos apurarnos para no perder la clase de aritmética. Agnan, que es el primero de la clase y el preferido de la maestra, dijo que sería una pena no tener aritmética, porque a él le gustaba y había resuelto todos los problemas. Eudes, un amigo que es muy fuerte, quería darle un puñetazo en la nariz a Agnan, pero Agnan usa lentes y no se le puede pegar tan seguido como uno quisiera. La maestra se puso a gritar que éramos insoportables y que, si seguíamos así, no habría foto y volveríamos a clase.
Entonces, el fotógrafo dijo:
—Vamos, vamos, vamos, calma, calma. Yo sé cómo hablarles a los niños. Todo saldrá muy bien.
El fotógrafo decidió que debíamos ubicarnos en tres filas: la primera fila sentada en el piso, la segunda de pie alrededor de la maestra, que estaría sentada en una silla, y la tercera parada sobre unas cajas. La verdad es que el fotógrafo tenía buenas ideas.
Fuimos a buscar las cajas al sótano de la escuela. Fue muy divertido, porque no había mucha luz en el sótano y Rufo se había puesto una bolsa vieja en la cabeza y gritaba: “¡Bu! Soy un fantasma”. Y entonces vimos llegar a la maestra. Como no parecía contenta, salimos rápidamente con las cajas. El único que se quedó fue Rufo. Con la bolsa, no veía lo que pasaba y seguía gritando: “¡Bu! Soy un fantasma”, y la maestra le sacó la bolsa. Rufo quedó muy sorprendido.
De vuelta al patio, la maestra soltó la oreja de Rufo y se golpeó la frente con la mano.
—Pero si están todos negros —dijo.
Era cierto. Nos habíamos ensuciado un poco haciendo payasadas en el sótano. La maestra no estaba contenta, pero el fotógrafo le dijo que no pasaba nada, que teníamos tiempo para asearnos mientras él colocaba las cajas y la silla para la foto. Además de Agnan, el único que tenía la cara limpia era Godofredo, porque tenía la cabeza metida en su casco de marciano, que parece un frasco.
—¿Lo ve? —le dijo Godofredo a la maestra—. Si todos hubieran venido vestidos como yo, no habría problemas.
Vi que la maestra tenía muchas ganas de tirarle de las orejas a Godofredo, pero no había manera de agarrar el frasco. ¡Es un invento asombroso ese disfraz de marciano!
Volvimos después de lavarnos y peinarnos. Estábamos un poco mojados, pero el fotógrafo dijo que no pasaba nada, que no se vería en la foto.
—Bueno —dijo el fotógrafo—, ¿quieren complacer a su maestra?
Respondimos que sí, porque nos cae bien la maestra. Es muy buena cuando no la hacemos enojar.
—Entonces —dijo el fotógrafo—, ocuparán tranquilamente sus lugares para la foto. Los más altos, arriba de las cajas; los medianos, parados; los pequeños, sentados.
Mientras nos ubicábamos, el fotógrafo le explicaba a la maestra que se consigue todo de los niños cuando se tiene paciencia, pero ella no pudo escucharlo hasta el final.
Tuvo que separarnos, porque todos queríamos estar arriba de las cajas.
“¡Aquí sólo hay un alto, y soy yo!”, gritaba Eudes y empujaba a los que querían subirse a las cajas. Como Godofredo insistía, Eudes le dio un puñetazo en el frasco y se hizo mucho daño. Tuvimos que ir de a varios para sacarle el frasco a Godofredo, que se había quedado trabado.
La maestra dijo que nos daba una última advertencia, después de la cual haríamos aritmética, así que pensamos que debíamos portarnos bien y empezamos a ubicarnos. Godofredo se acercó al fotógrafo:
—¿Y ese aparato qué es? —preguntó.
El fotógrafo sonrió y dijo:
—Es una caja de la que saldrá un pajarito, muchacho.
—Su cámara es vieja —dijo Godofredo—. Mi padre me regaló una con parasol, objetivo de corta distancia focal, teleobjetivo y, por supuesto, pantallas...
El fotógrafo pareció sorprendido, dejó de sonreír y le dijo a Godofredo que volviera a su lugar.
—¿Tiene por lo menos una célula fotoeléctrica? —preguntó Godofredo.
—¡Por última vez, vuelve a tu lugar! —gritó el fotógrafo, que de repente parecía muy nervioso.