El peregrino ruso - Anonimo - E-Book

El peregrino ruso E-Book

Anónimo

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Beschreibung

El peregrino ruso es una obra que contiene un mensaje trascendental: la necesidad de la oración continua. A lo largo de sus páginas, el Peregrino, con su propio itinerario físico y espiritual y con la ayuda de su director espiritual o staretz, nos guía en el aprendizaje de la oración continua y nos muestra los efectos positivos que causa en el alma y en el cuerpo de la persona que la practica.

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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Introducción

Primera parte

Primer relato

Segundo relato

Tercer relato

Cuarto relato

Segunda parte

Quinto relato

Sexto relato

Séptimo relato

Notas

6.ª edición revisada

© SAN PABLO 2011 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: [email protected]

www.sanpablo.es

Distribución: SAN PABLO. División Comercial

Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-285-6355-0

Depósito legal: M. 16.143-2011

Impreso en GAR.VI.

Printed in Spain. Impreso en España

A mis padres Bernardo y Rocío,

que me enseñaron

a dar los primeros pasos

en el camino de la oración.

A mi querida Familia Paulina,

que me acompaña

en mi peregrinar terreno.

Introducción

Querido lector:

He de comenzar confesándote una cosa. La primera vez que me acerqué a esta obra, pasó por mis manos sin pena ni gloria, creo que ni siquiera la leí al completo, posiblemente porque no estaba preparado. Sin embargo, la segunda vez la leí casi de una sentada. Tiene un algo especial, es capaz de llegar a tu corazón de una forma inexplicable. Ahora la tienes en tus manos. Estoy seguro de que si te abres al Espíritu, te llegará al corazón, a pesar de ser lo que podríamos llamar una obra clásica. Así es, aquí tienes una de las obras más importantes de la espiritualidad rusa del siglo XIX: El peregrino ruso. Es posible que no necesitaras de esta introducción o de las claves de lectura que te voy a ofrecer para sacarle mayor provecho, pero me parecía que el oriente cristiano es un gran desconocido para el público español. No pretendo realizar nada extraordinario, simplemente iluminarte o ayudarte a entender, lo mejor que pueda, algunos pasajes de esta obra, incomprensibles para nuestra cultura y mentalidad.

Ahora bien, querría dejarte un aspecto de la introducción, y también del contenido del libro, bastante claro. No existe en lengua moderna una edición de la obra que pueda servir de base o ser reconocida como tal por la mayoría de los especialistas en la materia. El original está en ruso del siglo XIX, pero además no poseemos ningún ejemplar completo del manuscrito, que parece datar de 1859, y ni siquiera de la primera edición, que al parecer es de 1865, lo cual no deja de ser un problema1. De aquí las diferencias que se encuentran entre unas ediciones y otras, algunas de ellas recogen textos que en otras se obvian2. El problema se incrementa cuando quien prepara la edición no sabe ruso, como es mi caso y el de la mayoría de los «autores» que preparan las ediciones modernas3. Eso sí, quiero que sepas que me he servido de diversas adaptaciones y traducciones, intentando que esta edición fuese lo más comprensible para que el lector español, sin grandes conocimientos de la espiritualidad del oriente cristiano, pudiera acercarse a su lectura. Tanto yo como el Equipo Editorial de San Pablo hemos cuidado mucho las notas, las cuales nos parece que son necesarias para poder realizar una lectura satisfactoria.

Estructura de la obra

El peregrino ruso es una obra dividida en dos partes. La más difundida, sin duda alguna, incluso en nuestros días, es la primera parte. Aun hoy se publican ediciones que sólo contienen dicha parte4. La Editorial San Pablo ha decidido editar las dos partes de la obra que, a pesar de ser muy distintas en diversos aspectos, como veremos más adelante, consideramos que son inseparables, complementándose la una a la otra.

La primera parte consta de cuatro capítulos y la segunda de otros tres. Cuando uno lee ambas partes, constata inmediatamente que la última tiene mucha menos movilidad que la anterior. Recordemos que la segunda parte se desarrolla dentro de una casa, al contrario de la primera, que es un continuo peregrinar de un lugar a otro. Aquella podríamos decir que es una especie de mesa redonda acerca de la oración del corazón en la que intervienen el peregrino, un profesor, un schimnik5, un sacerdote, un staretz6 y un eremita. Debido a las características anteriormente mencionadas, algunos estudiosos de nuestra obra consideran que el autor de la primera parte es distinto del de la segunda, lo cual creemos bastante probable. Lo que sí es seguro es que la segunda parte fue publicada por primera vez en 1911, y tendremos que esperar hasta 1930 para contar con una primera edición que ya incluya ambas partes. Pero adentrémonos un poco más en está fantástica obra maestra del siglo XIX.

Localización y autor

Nuestro relato nos introduce en la sociedad rusa del siglo XIX, más concretamente entre los años 18561861, bajo el reinado de Alejandro II Romanov. Acaba de concluir la guerra de Crimea y, como se constata en la obra, la esclavitud sigue aún vigente.

En 1854 Rusia intenta establecer un protectorado en Constantinopla. Su objetivo es desmembrar el Imperio turco y por ello se produce la guerra de Crimea. Los rusos invaden las provincias rumanas de Moldavia y Valaquia, que pertenecen a Turquía. Esta, con la ayuda de Inglaterra, Francia, Austria, Prusia y el Piamonte, quiere evitar que se forme en el Mediterráneo una gran potencia. A la muerte de Nicolás I, su sucesor, Alejandro II, firma la paz. En el Congreso de París (1856), Inglaterra, Francia, Austria, Prusia y el Piamonte se comprometen a garantizar la integridad del Imperio turco de Serbia y Rumanía. La guerra de Crimea, y su fracaso, hace que resurjan en Rusia las ideas liberales entre sus intelectuales, que consideran responsable del fracaso militar a la autocracia. Alejandro II declara la emancipación de los siervos, y por tanto el fin de la esclavitud en 1862. Los campesinos son declarados hombres libres y propietarios de las tierras que cultivan, aunque tendrán que pagar una serie de indemnizaciones a sus antiguos propietarios.

Nuestro relato es, sin duda, un fiel reflejo de la sociedad de aquella época. A este respecto podemos recordar, como ejemplo, el episodio de la muchacha que es obligada a casarse con un hereje, al estar su matrimonio amañado por su padre7. A pesar de ello, hemos de decir que nuestro Peregrino en ningún momento se detiene en hacernos descripciones, ni de paisajes, ni de personas; de la citada muchacha sólo sabemos que era joven, pero nada más.

El autor, desgraciadamente, es desconocido. Algunos especulan sobre una posible atribución a un monje, bien del monte Athos8, bien del Monasterio de Optina9. El Peregrino le podría haber contado sus aventuras a algún staretz de los monasterios citados. Es posible, también, que su autor sea un auténtico peregrino, alguien que ha hecho la experiencia del peregrinaje. Recordemos que nuestro protagonista sabía leer y escribir. ¿Podría ser que el Peregrino hubiese ingresado en un monasterio después de su peregrinar? Nada podemos afirmar desde el punto de vista estrictamente histórico; la verdad es que de su autor no sabemos absolutamente nada.

La obra, El peregrino ruso, fue publicada probablemente por primera vez en 1865, aunque no contamos con ningún ejemplar de esta edición. La segunda edición data de 1881, y la tercera, y más conocida por el gran público, es de 1884. Nos encontramos en plena época del naturalismo10 y del ascenso del socialismo. Por todo ello, es comprensible que el libro, en aquel contexto, no despertase la atención de sus contemporáneos. Como se podrá comprobar, el libro habla principalmente del recogimiento interior y de la oración continua, temas que poco importaban a los lectores de aquella época.

Serán, al fin, los exiliados de la Revolución Bolchevique quienes lo den a conocer masivamente en Occidente y lo conviertan en lo que hoy es: un clásico de la espiritualidad rusa del siglo XIX.

Estilo de la obra

En El peregrino ruso nos encontramos con un texto eminentemente narrativo, son relatos11, sobre todo en su primera parte. Pero, a la vez, es un texto muy sobrio. En ningún momento, su autor se detiene, como ya hemos indicado, en realizar descripciones ni de vehículos, ni de instrumentos, ni de paisajes, ni de personas. Os he de confesar que me he quedado con las ganas de conocer el aspecto físico de nuestro protagonista, del que únicamente sabemos que estaba impedido de su brazo izquierdo, por lo cual no podía trabajar. Pero nada más.

Desde la primera página te enganchará la obra, pues es un texto fácil de leer, por lo que cualquier persona puede sacar gran provecho de su lectura. En ningún momento te vas a encontrar con una terminología ininteligible. Y cuando te encuentres con palabras de la lengua rusa, o propias de la espiritualidad del oriente cristiano o del monacato, no te preocupes, intentaremos acompañarte con una nota a pie de página. En varios momentos respetaremos algunas palabras de la lengua original porque nos parece importante que las conozcamos así, tal cual; posiblemente nos ayuden a adentrarnos mejor en la experiencia y la espiritualidad del Peregrino y de la Santa Rusia.

El autor nos quiere invitar a todos, aunque sin hacerlo de manera explícita, a que practiquemos la oración del corazón y nos dejemos modelar por el Espíritu para convertirnos en santos.

El autor, no cabe duda, se autoimplica en el texto, que está escrito en primera persona, aunque nadie pueda asegurar que la narración sea de experiencias vividas en propia carne, como hemos apuntado anteriormente. Sin embargo, ya sean experiencias propias o ajenas, los relatos aquí contenidos, con toda seguridad, han sido vividos por un auténtico peregrino.

El tema de El peregrino ruso

Si tuviéramos que sintetizar el tema de esta obra en una sola frase, podríamos decir que es la llamada oración del corazón. Esta oración se denomina también oración de Jesús u oración a Jesús12.

A lo largo de sus páginas, mediante el género narrativo, su protagonista, el Peregrino, nos confirma la necesidad que tiene el creyente de la oración continua y nos enseña el método para aprenderla, el manual usado para este aprendizaje: la Filocalía13 y los efectos de esta oración en la persona.

Al ser su tema principal la oración del corazón, será interesante que dediquemos al menos unas líneas a explicarla.

La oración del corazón

¿Qué es la oración del corazón? La respuesta a esta pregunta nos la da el staretz del Peregrino:

«La oración interior continua a Jesús es la invocación ininterrumpida de su nombre divino con los labios, el corazón y la inteligencia; consiste en tenerlo siempre en nosotros e implorar su gracia en todo tiempo y lugar, e incluso, durante el sueño. Esta invocación se expresa con las siguientes palabras: Señor, Jesucristo, ¡ten piedad de mí, pecador!14. Quien se acostumbra a esta plegaria, encuentra en ella tanto consuelo y siente tal necesidad de repetirla, que no puede vivir sin que espontáneamente resuene en su interior»15.

La llamada oración del corazón está compuesta por una serie de elementos que conviene tener en cuenta y analizar:

El elemento principal, sin duda alguna, es la invocación del nombre de Jesús, nombre divino; es el nombre de la segunda Persona de la Santísima Trinidad y, por tanto, un nombre que tiene poder.

A la invocación del nombre se le suele añadir la oración pronunciada en el evangelio por el publicano: ¡Ten misericordia de mí, pecador! (cf Lc 18,13). Al unir ambas expresiones, la persona orante confiesa su condición de pecador, pero sobre todo asume y muestra su condición de criatura, necesitada de ayuda y de misericordia por parte de Dios16.

Esta invocación debe realizarse con los labios, el corazón, la inteligencia... y teniendo muy presente que estamos en presencia de Dios. Por eso no puede ser una repetición mecánica, sino que toda nuestra persona debe estar atenta, concordando lo que dicen nuestros labios con nuestro corazón, sabiendo que el Señor Jesús está junto al que ora.

Pero, ¿dónde está el origen de este método de oración? Algunos autores lo remontan a los mismos apóstoles. Sin embargo, creo que no es necesario que vayamos tan atrás en la historia. Hunde sus raíces en los orígenes del monacato oriental, pero será a partir del siglo V cuando esta invocación alcance un puesto destacado, aunque su forma no estaba totalmente precisada. Parece ser que la primera noticia explícita acerca de esta oración se encuentra en la obra Vida de san Dositeo. Dositeo17 (s. VI) era discípulo de Doroteo de Gaza18. En dicha obra puede leerse: «Pues Dositeo vivía en la memoria continua de Dios. Doroteo le había transmitido la regla de que debía repetir estas palabras: “¡Señor, Jesucristo, nuestro Dios, ten piedad de mí! ¡Hijo de Dios, sálvame!”»19.

Filemón20 parece ser que usaba esta oración aunque sin llamarla todavía de una manera específica. Al recomendar a un hermano un camino espiritual, le dice: «Ve, sé sobrio en tu corazón y repite sobriamente en tu mente con temor y temblor: “Señor, Jesucristo, ten piedad de mí”; en efecto, de esta manera es como el bienaventurado Diadoco forma a los principiantes».

También san Juan Clímaco (580-650), en su famosa Scala paradisi, que todavía es leída en los monasterios ortodoxos en el tiempo de cuaresma, recomienda que la memoria de Jesús esté unida a la respiración21.

Como podemos apreciar, ninguno de los primeros monjes tiene una fórmula precisa para la invocación del nombre de Jesús.

En los siglos XII y XIII todavía nos encontramos con fórmulas penitenciales que usan este tipo de jaculatorias. Aunque ya se va fijando la fórmula hasta llegar al método psicofísico de san Nicéforo el Hesicasta22, precisamente en el siglo XIII.

A partir de entonces esta oración caerá un poco en el olvido, hasta que en el siglo XVIII comienza su resurgimiento.

En el siglo XIX y gracias a la difusión de la obra que nos ocupa, la oración del corazón será progresivamente más conocida en Occidente.

El hesicasmo

La mayoría de los autores que hemos comentado anteriormente pertenecen a una corriente espiritual llamada hesicasmo. Por eso, es interesante que nos detengamos, aunque sea brevemente, en comentar algo acerca de ella.

El origen podemos encontrarlo en los primeros monjes que marchan al desierto, allá por el siglo IV. El desierto es un lugar de retiro y de silencio, como todos sabemos. A Dios no se le puede encontrar en la agitación y por ello los primeros monjes se retiraban al desierto. Aunque nosotros nos estamos refiriendo a los monjes, no quiere decir que sean ellos los únicos que pueden tener la experiencia de la hesiquía, como bien podemos ver por la propia experiencia de nuestro Peregrino, que tiene toda la traza de ser un laico.

Los hesicastas aspiraban a conseguir la paz o la quietud para llegar a la unión íntima con Dios o la contemplación. Para ello cultivaban el silencio, tanto exterior como interior, ante todo por medio del control de los pensamientos. Esta corriente espiritual dentro del cristianismo oriental es casi una constante hasta nuestros días y va muy unida a la oración del corazón.

Aproximación teológico-espiritual

Cualquiera que se acerque a la lectura de El peregrino ruso no dudará en afirmar conmigo que se trata de un verdadero «manual» de oración. Aunque este pueda resultar algo extraño para el lector occidental, pues la oración de la tradición cristiana de Oriente es distinta de la nuestra.

La oración en la tradición del Oriente cristiano es, ante todo, elevación del corazón a Dios. Y el corazón, en esta tradición, es el centro del ser humano. Es el ser humano entero, cuerpo, alma, espíritu, quien se está dirigiendo a Dios23.

Voy a dividir esta aproximación teológico-espiritual en dos partes, las mismas dos partes en las que está dividida la obra que nos ocupa.

Primera parte

Nada más abrir nuestro relato nos encontramos con el que podríamos denominar el texto vocacional de nuestro Peregrino:

«El domingo vigésimo cuarto después de Pentecostés entré en la Iglesia para orar durante la celebración de la Eucaristía. La lectura que estaban proclamando correspondía a la Epístola de san Pablo a los tesalonicenses, en el pasaje en que está escrito entre otras cosas: “Orad sin cesar” (1Tes 5,17). Estas palabras quedaron grabadas en mi memoria, y comencé a pensar cómo es posible orar sin cesar, cuando debemos ocuparnos de tantas cosas para ganarnos el sustento diario. Busqué en la Biblia y leí con mis propios ojos exactamente las mismas palabras que había oído en la iglesia: “Orad sin cesar” (1Tes 5,17); “orando sin cesar bajo la guía del Espíritu” (Ef 6,18); “orad en todo lugar levantando vuestras manos limpias” (1Tim 2,8). Reflexioné mucho acerca de estas palabras, pero sin encontrar ninguna solución24.

Una llamada que nuestro protagonista recibe de Dios al contacto con la Palabra, en la Iglesia, es como cualquier otra llamada. Llamada a ejercer un apostolado concreto y particular: orar sin cesar. No sólo él ha recibido esta llamada, son muchos los que la han recibido y los que la siguen recibiendo. Cada uno, en particular, la interpreta a su modo.

La invitación a orar sin cesar ha sido interpretada por las diversas escuelas de espiritualidad de forma distinta. Los mesalianos25, por ejemplo, rechazaban cualquier tipo de trabajo que no fuera la oración. Los acemetas26 de Constantinopla, por su parte, dividieron su comunidad entre los que trabajaban y los que oraban. Sin embargo, la gran solución vino por parte de Orígenes27, en su obra Sobre la oración: «Ora sin cesar el que a las obras debidas une la oración, y a la oración une las obras convenientes»28.

El objetivo que se pretende conseguir con la oración frecuente es poder llegar al llamado estado de oración continua. Lo cual consigue nuestro protagonista con la ayuda y los consejos de su staretz:

«Desde entonces camino sin parar y rezo incesantemente la oración a Jesús, que para mí es la cosa más preciosa y dulce del mundo. A veces recorro setenta verste en un día y no siento ningún cansancio: sólo sé que he rezado. Cuando siento mucho frío repito con más intensidad mi oración y me siento aliviado. Cuando siento hambre, invoco con más fuerza el nombre de Jesús y me olvido de mis deseos de comer. Si me siento enfermo y noto que me duele la espalda o las piernas, me concentro en la oración a Jesús y el dolor desaparece. Cuando alguien me ofende, pienso solamente en la oración a Jesús, la cólera y la tristeza desaparecen, y lo olvido todo.

A veces pienso, que me he vuelto un poco extraño, no tengo preocupaciones, nada me causa pesar, nada de lo externo me atrae, me agrada estar solo y la única necesidad que tengo es la de orar continuamente. Cuando lo hago me lleno de gozo. ¡Sólo Dios sabe lo que está haciendo en mí!

Mi staretz diría que este sentimiento tiene una explicación natural, es el efecto de la naturaleza y la costumbre adquirida.

Todavía no me atrevo a llegar a lo profundo de la oración interior. Me considero indigno e ignorante y espero la hora en que Dios me conceda tal gracia, plenamente confiado en la oración de mi difunto staretz»29.

Y en otro texto, tomado de san Pedro Damasceno30, el Peregrino nos dice:

«Es preciso acostumbrarse a invocar el nombre del Señor más que a respirar, en todo tiempo y lugar; y en todas las necesidades. El Apóstol dice: “Orad incesantemente”, lo que significa tener el recuerdo de Dios en todo tiempo, lugar o cosa. Puesto que, en cualquier cosa que uno realice, debe operar el recuerdo de Aquel que ha hecho todo lo que podemos tener entre las manos. Si, por ejemplo, ves la luz, no te olvides de Aquel que te la ha dado. Si ves el cielo, la tierra, el mar y todos los seres, admira y glorifica a Aquel que los ha hecho. Si llevas puesto un hábito, reconoce de quién es el don y canta himnos a Aquel que provee tu vida. En una palabra, que cada movimiento tuyo sea para ti ocasión de dar gloria a Dios y, de esa manera, verás que oras incesantemente. Por todo esto, el alma se alegrará»31.

De aquí podemos aprender lo que significa la oración de acción de gracias, de alabanza, e incluso de adoración como formas de dirigirnos a nuestro Padre Dios que en todo momento se muestra gratuito para con todos nosotros.

El aprendizaje de la oración del corazón es algo progresivo. Para una mentalidad posmoderna y utilitarista como la nuestra, nos podría parecer una pérdida de tiempo o una repetición mecánica y sin sentido. El staretz le aconseja repetir la oración primero tres mil veces, luego seis mil, por último, doce mil. Sin embargo, parece que, de esta forma, es como se consigue que la oración se convierta en algo espontáneo:

«Un buen día me desperté musitando la oración. Intenté rezar las oraciones de la mañana, pero mi lengua se confundía. Toda mi ilusión se centraba, de manera instintiva, en volver a la oración a Jesús. Cuando lo hice, sentí una gran felicidad y mis labios y mi lengua pronunciaban de forma espontánea la oración. Pasé el día lleno de gozo y no sentí apego por nada; me parecía estar viviendo en otro mundo»32.

Una vez transcurrido cierto tiempo, la oración pasará de los labios del protagonista de nuestra historia a su corazón:

«Después de un tiempo, sentí que mi oración había pasado de los labios al corazón. Me parecía que el corazón mismo, con sus latidos, iba diciendo las palabras de la oración. Rítmicamente el corazón parecía decir: 1. Señor; 2. Jesucristo; 3. Hijo; 4. de Dios; 5. ten piedad; 6. de mí. Dejé de mover mis labios y estuve atento al corazón, intentando también mirar en mi interior acordándome de la descripción que me había hecho mi staretz»33.

Además de la Sagrada Escritura, el libro que en mayor estima tiene nuestro Peregrino es la Filocalía. Sin duda alguna, un texto indispensable para conocer la pedagogía de la oración del corazón. Ahora bien, no se puede leer de cualquier modo, es necesario, también en esto, un método, el cual parece ser que se lo transmite su staretz en un sueño:

«Los no instruidos que, sin embargo, quieran aprender de este libro la oración interior, deben leerlo siguiendo un orden concreto: se debe comenzar por el libro del monje Nicéforo, en la segunda parte; después, el libro de Gregorio el Sinaíta, exceptuando los capítulos breves; en tercer lugar, las tres formas de oración de Simeón el Nuevo Teólogo y su Tratado de la fe; por último, el libro de Calixto e Ignacio. En estos escritos se encuentra la enseñanza completa sobre la oración interior del corazón, al alcance de todos. Y si quieres un texto más accesible todavía, abre por la cuarta parte, y lee lo que dice Calixto, Patriarca de Constantinopla, sobre el progreso en la oración»34.

Llegados a este punto, seguramente como persona práctica que eres, te habrás preguntado varias veces por el método o, si lo prefieres, por el modo de la oración del corazón: ¿Cómo se debe hacer esta oración? Es el mismo Peregrino, por medio de Simeón el Nuevo Teólogo35, quien responde:

«Comencé intentando individuar la posición del corazón, según la enseñanza de Simeón el Nuevo Teólogo. Cerré los ojos, concentrando todas las fuerzas de imaginación en el corazón. Este ejercicio me duraba media hora, y lo repetía varias veces. Al principio sólo sentía una impresión de oscuridad; pero no tardó en aparecer en mi corazón y sentir sus movimientos profundos. Luego traté de sincronizarlos con la oración a Jesús, como lo enseñan los santos Padres Gregorio el Sinaíta, Calixto e Ignacio. Aspirando el aire, dirigía la mirada hacia el corazón y decía: Señor Jesucristo. Y luego, expirando continuaba: ten misericordia de mí»36.

Pero, la oración está dentro de cada uno de nosotros. Sí, dentro de ti y de mí, aunque no seamos conscientes de ello:

«Con razón me decía un director espiritual que, en el fondo del corazón humano vive una secreta oración; el hombre no lo sabe, pero hay algo misterioso en su ser que le empuja a rezar como puede, según su entender»37.

No hay mayor alegría o mayor felicidad que la que brota de la unión con Dios. Dios sabe colmarnos de su gracia. Y estos son los frutos que se obtienen de su relación con Él, de estar junto a Él, de contemplar su rostro:

«La oración interior del corazón me hacía sentir tan feliz, que no podía pensar en una felicidad mayor sobre la tierra. Y no se trataba únicamente de una realidad interior; el mismo mundo exterior tenía para mí algo diverso; todo lo miraba con una luz especial. ¡Todo me llevaba a alabar más al Señor, y a darle gracias! Los hombres, las plantas, los animales... todo me parecía tener una presencia del Señor, que yo antes no descubría»38.

Sin embargo, El peregrino ruso no sólo habla de la oración del corazón, también nos propone orar mientras se medita un texto bíblico. Con ello pone de manifiesto la importancia de la llamada «rumia» de la Sagrada Escritura. Veámoslo:

«Se toma un texto de la Sagrada Escritura; se lee despacio; se concentra en él toda la atención, el mayor tiempo posible. Pronto comienzas a percibir que el alma se va iluminando. Para orar vocalmente se hace algo parecido, se elige una oración breve, de pocas palabras pero cargadas de sentido, se la repite con frecuencia y durante mucho tiempo, y así la oración se hace gustosa»39.

Permíteme que nos detengamos por un instante y nos adentremos en el tema de la meditación, pues creo que tiene bastante que ver con el texto citado arriba. Meditar, sobre todo en la tradición latina, significa reflexionar acerca de alguna «verdad» que tomamos en consideración. A partir de aquí, hago un propósito. Para la tradición oriental, resulta algo diferente. Nosotros podemos adoptar en nuestra vida una forma de meditación que no necesita preparación alguna. Es lo que arriba denominábamos «rumia». Meditar equivale al verbo griego µελεταω, que significa literalmente hacer miel. Al igual que las abejas que, una vez recogido el néctar de las flores, se encierran en su colmena y lo vuelven a traer a su boca, para elaborar la miel en la celda del panal. El oyente de la Palabra lo que hace es volver a traer a su memoria un pequeño fragmento de la Escritura que va repitiendo con frecuencia. Y para esto no hace falta ningún tipo de preparación, puedo hacerlo mientras viajo en el metro, estoy guardando cola para recoger las maletas en el aeropuerto, espero mi turno en la tienda o estoy en la parada del autobús.

Practicando una vida de oración podemos llegar a ser personas de oración, pero no pensemos que por ello estaremos exentos de las tentaciones; así nos lo apunta el Peregrino, poniendo las siguientes palabras en boca de su staretz:

«Mi venerable staretz me decía que las dificultades para la oración podían venir tanto de una parte como de su contraria, es decir, si el enemigo no logra distraer de la oración al alma con pensamientos vanos e imágenes malas, entonces hace revivir en él recuerdos edificantes y hermosos ideales. Lo que importa es distraer el alma de la oración como sea, porque no la soporta. También me enseñó que mientras se reza no se debe admitir ni el más puro y bello pensamiento. Tampoco sería oportuno dedicar largo tiempo, durante el día, a elegantes reflexiones o conversaciones devotas. Todo ello haría perder el tiempo de oración. Ello perjudica sobre todo a los principiantes, que deben dedicar más tiempo a la oración que a otras actividades piadosas»40.

Otro punto importante que nos propone esta obra es el desprendimiento de las cosas terrenas e incluso de las espirituales:

«Hay que vivir desprendido de las cosas de la tierra para poder ir más libremente hacia el cielo. Esto te sucede para que no estés atado a los gustos espirituales. Dios quiere cristianos que renuncien a todo aquello que les pueda atar para ofrecerse libremente al servicio de su voluntad. Todo lo que Él hace es para el bien de sus elegidos»41.

Al fin y a la postre no es otra cosa que el abandono total en las manos del Padre. Hemos de estar ligeros de equipaje y desprendidos de tal forma que nada nos impida, ni siquiera las cosas más sublimes y espirituales, cumplir la voluntad de Dios. Esto es lo más importante. Lo demás sobra. Recuérdalo siempre que descubras que estás apegado a algo o a alguien. Y se puede estar apegado a las cosas más santas, no lo olvides.

Nuestro Dios, a pesar de ser un Dios celoso, también sabe estar a nuestro lado consolando, escuchándonos, abrazándonos, colmándonos de felicidad. Esto es lo que llega a experimentar nuestro protagonista:

«Después de unas tres semanas comencé a sentir un dolor en el corazón, pero acompañado de un gran gozo y una feliz sensación de serenidad. Esto me dio más fuerza para intensificar la oración; dominaba mis pensamientos, sentía un gran gozo y parecía como si mi cuerpo estuviera libre de la ley de la gravedad. Me veía arrebatado y transformado, invadido por el entusiasmo. Sentía un amor ardiente por la persona de Jesús y por toda la creación. A veces las lágrimas se derramaban por mis mejillas, sin yo quererlo, eran un instrumento de agradecimiento a Dios, que había tenido realmente misericordia de mí, miserable pecador. A veces se iluminaba mi pobre entendimiento, y comprendía lo que en otros momentos me había parecido sumamente oscuro. Otras veces mi corazón se hacía eco de un sentido particular de presencia. Con sólo pronunciar el nombre de Jesús me sentía feliz. Entonces comprendí lo que significan las palabras del Evangelio: “El reino de Dios está en medio de vosotros” (Lc 17,21)»42.

Hemos visto un poco más arriba que el Peregrino tenía un cierto apego al libro de la Filocalía. Pero, además, tenía un gran amor por la Palabra. Una Palabra que a él le ayudaba en su combate, a correr hacia la meta y alcanzar la corona de los vencedores43. Una Palabra que es un arma letal contra las asechanzas del enemigo:

«Un santo dijo que si tú no entiendes la palabra de Dios, los malos espíritus sí la entienden, y tiemblan. Y tu embriaguez viene de los malos espíritus. Y te diré todavía más. San Juan Crisóstomo asegura que hasta el lugar donde se guardan las Escrituras aterra a los malos espíritus y es un obstáculo para sus intenciones»44.

Pasando a otro tema –será el último que tratemos comentando la primera parte–, nos encontramos con un gran contraste de pensamientos acerca del ascetismo o las mortificaciones. Se nos refiere cómo el guardabosque hacía grandes penitencias, pero no les había dado un sentido:

«Me levanto al canto del gallo y rezo mis oraciones ante siete cirios que enciendo a los santos iconos. Cuando salgo durante el día a inspeccionar el bosque, llevo sobre mi cuerpo cadenas que pesan dos pud. No blasfemo, no bebo, no fumo, no discuto, ni voy con mujeres»45.

Aquí entra en escena el Peregrino, dándole una serie de pautas y consejos para que esas penitencias o mortificaciones sean verdaderamente agradables a Dios. Citando a Hesiquio46 nos enseña cuál debe ser el verdadero sentido de la mortificación y la penitencia. Palabras, a mi parecer, de una aplastante actualidad.

«Es inútil querer dejar de pecar sólo por temor al castigo; que el alma no puede liberarse de los pensamientos culpables sino mediante la oración interior. Los santos Padres comparan la actitud del que sigue el camino del esfuerzo, no por temor sino por ganar el cielo, con la actitud de un mercenario; dicen que el que obra por temor es un esclavo, y el que obra esperando una recompensa es un mercenario. Dios quiere que vivamos y vayamos a él como hijos, quiere que lo que nos mueve a acercarnos a él sean el amor y el fervor, y quiere nuestra felicidad y que gocemos uniéndonos a él en el alma y el corazón»47.

Segunda parte

Como comentábamos más arriba, esta parte es algo distinta de la primera, ya que nos encontramos con una gran mesa redonda o un debate en el que se dialoga acerca de la oración del corazón.

Lo primero que nos gustaría destacar es el concepto de Dios como Padre y el de su bondad, contenido dentro de esta parte:

«San Juan Carpacio dice en la Filocalía que cuando en la oración invocamos el nombre de Jesús y decimos: “Ten misericordia de mí, pecador”, la voz del Señor responde en secreto: “Hijo, tus pecados te son perdonados”»48.

Y en otro texto nos presenta a ese Dios tierno y cercano que siempre se hace eco de nuestro esfuerzo en la oración:

«Ninguna oración, ya sea rica o pobre según nuestro juicio, se perderá ante Dios. El consuelo, fervor y dulzura manifiestan que Dios te premia y consuela por el esfuerzo realizado; la pesadez, tristeza y aridez significan que está purificando y fortaleciendo tu alma, salvándola con esta prueba saludable, disponiéndola a saborear con humildad la futura felicidad»49.

El tema principal de esta segunda parte, como ocurriera en la primera, es la oración del corazón. En un cierto punto nos ofrece una rica fundamentación bíblica de la oración del corazón, haciendo un repaso por los evangelios:

«Abre tu evangelio, lee y señala lo que te vaya diciendo, y me dio incluso un lápiz. Bien, busca en primer lugar el capítulo 6 de Mateo y lee los versículos del 5 al 9. Aquí tenemos la preparación e introducción a la oración; se nos enseña que hemos de comenzar a orar no por vanagloria y ruidosamente, sino en la paz de un lugar solitario: orar sólo para obtener el perdón de los pecados y la unión con Dios, evitando peticiones superfluas por las diversas necesidades de la vida, como hacen los paganos.

Lee, después, más adelante, en el mismo capítulo, desde el versículo 9 hasta el 14. Aquí nos presenta la forma de la oración; es decir, las palabras que hemos de usar. En estas palabras está concentrado, con extremada sabiduría, todo lo que es indispensable y deseable para nuestra vida. Sigue adelante y lee los versículos 14 y 15 del mismo capítulo, y verás las condiciones para que tu oración sea eficaz. [...]

Pasando al séptimo capítulo, encontrarás en los versículos 7-12 lo que tienes que hacer para que tu oración obre y sean más audaces tus esperanzas. […] Un ejemplo lo encuentras en Marcos, capítulo 14, versículos del 32 al 39, donde el mismo Jesucristo, en Getsemaní, repite más de una vez, orando, las mismas palabras»50.

Podríamos continuar con las citas, pero me parece innecesario por razones obvias de espacio, y porque tampoco deseo cansarte, ya que todo esto lo irás comprobando por ti mismo cuando leas el texto.

Siguiendo con el tema que nos ocupa, la oración del corazón, vamos a detenernos por un instante en las disposiciones y exigencias particulares que nuestro protagonista atribuye a la oración:

«La verdadera oración tiene sus particulares condiciones. La oración debe ser ofrecida con mente y corazón puros, con celo ferviente, atenta concentración, temor y temblor, y con profunda humildad»51.

Todos estaremos de acuerdo en que la oración es un don de Dios. Pero aunque sea un regalo, en muchas ocasiones debemos incluso pedirlo, al igual que hicieron los discípulos con Jesús. Nos tendremos que poner a los pies del Maestro para pedirle que envíe su Espíritu y que este nos enseñe a orar:

«San Macario el Grande escribe: “Orar, de un modo u otro (pero con asiduidad) es competencia de nuestra voluntad, pero orar de la manera justa es un don de la gracia”»52.

Además, como había apuntado brevemente con anterioridad, es el arma más poderosa para combatir la tentación y purificar el corazón.

«El beato Hesiquio afirma […] “sin la frecuente invocación del nombre de Jesús es imposible purificar el corazón”». […] El beato Diadoco de Fótice afirma que el hombre no caerá en tentación si, orando, invoca lo más frecuentemente posible el nombre del Señor.

[…] San Juan Clímaco escribe: «Si el alma se encuentra en tiniebla a causa de los pensamientos impuros, es necesario repetir frecuentemente el nombre de Jesús. No existe un arma más eficaz y fuerte que esta, ni en el cielo, ni en la tierra»53.

Al igual que en la primera parte, también aquí se insiste en que la oración del corazón puede ser practicada en cualquier lugar y ocasión; no importa la labor que estemos llevando a cabo:

«[…] De hecho, una vez que se ha aprendido la oración interior, el corazón puede orar siempre y sin obstáculos, invocando el nombre de Dios durante cualquier tipo de ocupación (tanto mecánica como intelectual) y también en cualquier situación, por muy ruidosa que esta resulte (quien la haya experimentado lo sabe bien, los demás deben aprenderlo de forma gradual). Pero, es más, se puede afirmar con total seguridad que ninguna distracción externa puede interrumpir la oración de quien desea verdaderamente orar. El pensamiento secreto del hombre no está sometido a ninguna presión externa, sino que goza de una total y absoluta libertad. El pensamiento puede, en cualquier momento, ser reclamado y redirigido hacia la oración; la misma lengua puede orar en secreto sin necesidad de emitir ningún sonido y esto puede hacerse en presencia de otras personas o en el transcurso de ocupaciones mundanas»54.

«[…] San Juan Crisóstomo, entonces, no nos lo habría pedido, sin embargo ha escrito en sus enseñanzas sobre la oración: “Nadie puede decir que quien está empeñado en las ocupaciones de la vida y lejos del templo no está en disposición de orar. Allí donde estás puedes ofrecer tu oración a Dios en tu mente. Por tanto se puede orar, también, mientras se está comerciando, mientras se viaja, mientras se vende en el mercado o se trabaja en la propia tienda. Se puede orar en cualquier lugar”. Y, verdaderamente, si el hombre dirige la atención a sí mismo, en cualquier lugar encontrará la posibilidad de orar, para ello debe convencerse de que la oración ha de constituir la principal ocupación de su existencia, ponerla en primer lugar, antes de cualquier otro empeño. En este caso, debe ordenar su trabajo con mayor rigor, reducir al máximo las conversaciones innecesarias, tender a la brevedad y al silencio, sin dedicarse a cosas superfluas. Llevando este tipo de vida, gracias a la invocación del nombre de Dios, todas sus acciones se verán coronadas por el éxito y aprenderá la oración continua a Jesucristo; experimentando entonces concretamente que la frecuencia en la oración, es el único medio de salvación, que aquella depende únicamente de su voluntad, que se puede orar en todo momento, lugar y situación, que es fácil pasar de la oración vocal a la mental, y de ella a la oración del corazón, la cual abre el Reino de los cielos dentro de nosotros»55.

Por último, me gustaría salir al paso de algo que os hemos comentado con anterioridad. Para muchos, este tipo de oración puede resultar mecanicista, repetitiva, cansada, inútil y, por qué no decirlo, incluso infantil. Esto no ocurre únicamente en nuestros días, también les ocurría a los contemporáneos de El peregrino ruso. A ellos y a las personas de nuestro tiempo que piensen así, se dirigen las siguientes consideraciones del schimnik:

«Muchos falsos sabios consideran inútil y, por tanto, frívola la repetición continua de la misma oración vocal, y la definen como una ocupación mecánica e insensata propia de personas incultas; pero desgraciadamente, desconocen el efecto beneficioso de este ejercicio mecánico; ignoran cómo esta invocación frecuentemente pronunciada por nuestros labios se convierte poco a poco en un auténtico gemido de nuestro corazón, ahonda en lo más profundo del ser humano, aportando gozo, transformándose en parte misma del alma, que la ilumina, alimenta y conduce a la unión con Dios»56.

Itinerario oracional de El peregrino ruso

Según la tradición del oriente cristiano, el itinerario oracional tiene, por así decir, tres etapas o grados: oración vocal, oración mental y oración del corazón57. En nuestra obra esto podemos apreciarlo perfectamente.

La primera etapa sería la oración vocal o recitación con los labios, nuestro Peregrino así comienza su itinerario oracional cuando el staretz le dice que recite tres mil veces al día la oración de Jesús, después, que la recite seis mil veces, y, por último, doce mil58, hasta que un día, según nos cuenta el propio protagonista de la historia, la oración brota espontánea. La lengua pronuncia las palabras, ejerciendo un acto deliberado de la voluntad. A la vez, concentramos nuestra mente en aquello que pronuncia nuestra lengua. Con esto lo que estamos haciendo es sosegar nuestro cuerpo y disponernos para que la gracia de Dios actúe en nosotros. Poco a poco, nuestra oración se transformará, siendo cada vez más profunda y espontánea.

La segunda etapa del itinerario de oración, la oración mental, es una etapa bastante corta, pues, a decir verdad, no tenermos mucho que reflexionar al ser una invocación sumamente simple y corta, aunque cargada de un alto contenido teológico. Sin embargo, con la recitación vocal a la vez estamos acallando nuestra mente, mantenemos silencio interior, para conseguir un estado de silencio y atención total, de este modo y de manera progresiva esta oración pasa a nuestro corazón.

La tercera etapa del itinerario es la oración del corazón. Es la etapa en la que hemos conseguido la quietud. Todos nuestros sentidos callan, nuestra mente guarda silencio, nuestro cuerpo está totalmente relajado, nuestros labios incluso han dejado de emitir sonido alguno... nuestro corazón se está uniendo poco a poco al corazón de Jesús. Esta etapa o grado de oración no se da con mucha frecuencia ni se permanece en ella por largo tiempo. Pero sí que, en este momento, no sólo nuestros labios, sino todo nuestro ser está orando aunque no gocemos de la visión tabórica.

Podríamos profundizar mucho más en este tema, pero creo que no es el objetivo de esta introducción. Lo que sí quisiera aclarar es que no podemos concebir el itinerario oracional, ni el itinerario espiritual de manera lineal. La imagen correcta sería la de una espiral, un muelle o, si lo preferimos, una escalera de caracol. Poco a poco vamos subiendo en nuestro itinerario, pero si trazamos una línea recta de arriba abajo, nos podemos encontrar en el mismo momento del itinerario pero algo más arriba, así iremos ascendiendo hasta nuestra deificación.

Actualidad de la oración del corazón

Espero que estas líneas te hayan ayudado a comprender mejor este clásico de la espiritualidad rusa del siglo XIX. Pero no me gustaría que pensaras que se trata únicamente de un clásico, o de algo trasnochado. La oración del corazón tiene plena vigencia y actualidad.

El mandato de orar constantemente no ha pasado de moda, no es algo pasajero. Es un mensaje que nos repite continuamente el Maestro para que nosotros lo vayamos haciendo vida en nuestro caminar diario. Es más, no existe en nuestra vida un tiempo que debamos dedicar al Señor y otro a los hermanos. Espiritualidad y acción tienen que ir de la mano. Mística y caridad han de marchar juntas en nuestra vida. Hemos de tenerlo muy presente para no caer en la esquizofrenia. Y creo que esto está bastante claro en la vida del protagonista de esta historia. Sí, podríamos decir que su oración es totalmente contemplativa: busca momentos de soledad, busca tiempo para estar a solas con Dios, incluso esto le produce felicidad y satisfacción. Sin embargo, inmediatamente vuelve al camino. Es en ese camino en el que se va encontrando con sus hermanos: ladrones, militares, posaderos, jóvenes, sacerdotes, familias... A todos ellos les brinda su ayuda, aunque sea únicamente compartiendo una palabra de aliento o lo que ha vivido en sus momentos de soledad e intimidad con Dios. La oración del corazón es síntesis entre acción y contemplación. La una nos debe llevar a la otra. Esta oración no es únicamente para monjes y monjas, es para todos y cada uno de los contemplativos en la acción.

Por supuesto que todo esto requiere tiempo, tiempo para dedicarlo a Dios, estando a solas con Él. Ya llegará el momento de estar también con los hermanos, aunque debemos llevarlos siempre en nuestros labios y en nuestro corazón para interceder por ellos. Requiere dedicarle tiempo, un tiempo suficientemente prolongado.

El beato Santiago Alberione59 destinaba a la oración, como tiempo material, alrededor de cinco o seis horas diarias, muchas de ellas dedicadas a la oración vocal (rosario, jaculatorias...). Pero, además, decía a los miembros de la Familia Paulina que para lograr un apostolado fecundo es necesario dedicar cada día, al menos, cuatro horas a la oración. Y Alberione, te puedo asegurar que no era ningún monje. Eso sí, era un contemplativo en la acción. Un místico evangelizador. Si no hubiese sido así, le hubiera resultado imposible realizar y desarrollar la obra editorial que llevó a cabo.

Tú, querido amigo, debes y puedes, de alguna manera, actualizar en tu vida la oración del corazón. Cuando estés esperando el autobús, estés en la cola del mercado, te pares ante un semáforo atrapado en el denso tráfico matutino, cuando te tomes un respiro ante el ordenador de la oficina o te levantas a estirar las piernas, cuando estés solo o sola fregando los platos... en estas y en otras múltiples ocasiones, vuelve todo tu ser hacia Aquel que te ha creado y que se hizo carne para sacarte del abismo y dile: Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador.

JOSÉ IGNACIO PEDREGOSA ORDÓÑEZ

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