El precio de los secretos - Desear lo prohibido - Yvonne Lindsay - E-Book

El precio de los secretos - Desear lo prohibido E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

El precio de los secretos Proteger a sus padres de acogida era lo más importante para Finn Gallagher. Por eso, cuando la bella Tamsyn Masters apareció en la puerta de su casa buscando a su madre, Finn hizo lo que tenía que hacer: mentirle. Tamsyn había hecho cosas peores y si una inofensiva seducción la mantenía donde él quería, ¿por qué no iba a hacerlo? Pero Finn guardaba otro secreto: estaba enamorándose de ella. Tamsyn no era la persona que había creído y el tiempo se les iba de las manos. La elección estaba clara: Tamsyn o la verdad. No podía tener ambas cosas. Desear lo prohibido El millonario Raoul Benoit permitió que Alexis Fabrini, la mejor amiga de su difunta mujer, se convirtiera en la niñera de su hija solo por una razón: la bebé merecía amor y atención. Él no lo merecía… porque tenía que pagar por sus pecados, lo que significaba mantenerse lejos de Alexis, por mucho que la deseara. Lo menos que Alexis podía hacer era ayudar con la niña. Pero no podía meterse en la cama de Raoul. Había vivido con un amor no correspondido durante demasiado tiempo… ¿qué importaba un poco más?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 448 - junio 2020

 

© 2013 Dolce Vita Trust

El precio de los secretos

Título original: The High Price of Secrets

 

© 2014 Dolce Vita Trust

Desear lo prohibido

Título original: Wanting What She Can’t Have

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-380-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

El precio de los secretos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Desear lo prohibido

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–¿Cómo que dejas tu puesto? ¡Solo faltan cuatro semanas y media para Navidad y estamos más ocupados que nunca con clientes y eventos! Mira, vamos a hablarlo… si no estás contenta, podemos llegar a un acuerdo. Puedes llevar otro departamento.

Tamsyn exhaló un suspiro. Llevar otro departamento… no, eso no resolvería nada. No podía culpar a su hermano Ethan por querer ayudarla, ya que lo había hecho toda la vida, pero su situación no tenía arreglo, por eso tenía que marcharse.

Además, llevaba algún tiempo pensando en tomarse unas vacaciones. Trabajar en Los Masters, que además de ser la casa familiar era un lujoso hotel viñedo a las afueras de Adelaida, en el sur de Australia, no le había satisfecho en mucho tiempo. Se sentía inquieta, como si aquel ya no fuera su sitio. El trabajo, la casa, su familia, incluso su compromiso la incomodaba.

Y la debacle de la noche anterior había sido la gota que colmaba el vaso.

–Ethan, no quiero hablar de eso ahora. Estoy en Nueva Zelanda.

–¿En Nueva Zelanda? Pensé que estabas en Adelaida, con Trent –la incredulidad de su hermano era evidente.

Tamsyn contó hasta diez antes de responder:

–He roto mi compromiso con Trent.

–¿Qué? –exclamo Ethan.

–Es una larga historia –Tamsyn tragó saliva, intentando controlar la angustia.

–No pasa nada, tengo tiempo.

–No, ahora no. No puedo… –la voz se le rompió y una lágrima le rodó por la mejilla.

–No sé qué te ha hecho, pero me lo cargo –dijo Ethan, tan protector como siempre.

–No, por favor. No merece la pena.

Su hermano suspiró, frustrado.

–¿Cuándo volverás?

–No lo sé.

No le parecía buen momento para decirle que solo había comprado un billete de ida.

–Bueno, al menos habías entrenado a tu ayudante para que llevase la oficina. ¿Zac está al tanto de todo?

Tamsyn negó con la cabeza.

–¿Tam?

–Lo he despedido.

–¿Que lo has despedido? –su hermano se quedó callado un momento, seguramente sumando dos y dos y llegando a la lógica conclusión–. ¿Zac y Trent?

–Sí –respondió ella, con voz estrangulada.

–Voy a buscarte ahora mismo. Dime dónde estás.

–No, por favor. Se me pasará. Ahora solo necesito… –Tamsyn intentó llevar oxígeno a los pulmones. No encontraba palabras para explicar lo que necesitaba–. Solo necesito estar sola durante un tiempo. Siento mucho marcharme así, pero todo está en mi ordenador. Ya conoces la contraseña, pero si no encontrases algo, llámame.

–Muy bien, de acuerdo. Nosotros nos encargaremos de todo.

La convicción de su hermano la animó un poco.

–Gracias, Ethan.

–De nada. Pero ¿quién va a cuidar de ti?

–Yo cuidaré de mí misma –respondió ella, con firmeza.

–Creo que deberías volver a casa.

–Yo sé lo que debo hacer y esto es importante para mí, ahora más que nunca –insistió Tamsyn–. Voy a buscarla, Ethan.

Su hermano se quedó en silencio un momento.

–¿Estás segura de que es el mejor momento para buscar a nuestra madre?

Habían pasado varios meses desde que supieron la verdad, pero descubrir que su madre, a la que creían muerta, estaba viva, era algo en lo que Tamsyn no podía dejar de pensar, día y noche.

Descubrir, tras la muerte de su padre, que les había mentido durante todos esos años había sido una terrible sorpresa. Saber que su madre había decidido alejarse de ellos y no volver a ponerse en contacto… bueno, eso le despertaba preguntas para las que Tamsyn quería respuestas.

–No se me ocurre mejor momento.

–Ahora mismo estás dolida, vulnerable. No quiero que vuelvas a llevarte otra decepción. Vuelve a casa, Tam. Deja que contrate a un investigador para que sepamos con qué vamos a encontrarnos.

–Quiero hacerlo yo misma, tengo que hacerlo. Además, no estoy lejos de la dirección que nos dio el abogado –dijo Tamsyn, mirando la pantalla del GPS.

–¿Vas a aparecer allí de improviso, sin avisarla?

–¿Por qué no?

–Tam, sé sensata. No puedes aparecer en su casa diciendo que eres su hija perdida.

–Pero yo no estoy perdida. Fue ella la que se marchó y no volvió nunca más.

No podía esconder su dolor. Un dolor cargado de resentimiento y rabia ante tantas preguntas sin respuesta. Apenas había podido pegar ojo desde que supo que su madre vivía…

Saber que la mujer con la que había fantaseado durante toda su vida, una madre que la quería y que jamás la hubiera dejado por voluntad propia, no existía en realidad le rompía el corazón. Necesitaba encontrarla para seguir adelante con su vida porque lo que había creído hasta aquel momento estaba basado en mentiras. La traición de Trent había sido el golpe final.

–Hazme un favor: busca un hotel y duerme un rato antes de hacer algo que puedas lamentar después –la voz de Ethan interrumpió sus pensamientos–. Hablaremos por la mañana.

–No, no me llames. Yo te llamaré dentro de unos días –replicó Tamsyn.

Cortó la comunicación antes de que Ethan pudiese decir una palabra más y escuchó la voz del GPS anunciando que debía tomar un desvío a quinientos metros. Por irracional y extraño que fuese para ella, la mujer que normalmente lo tenía todo planeado al milímetro necesitaba hacer lo que estaba haciendo.

Tamsyn atravesó la verja, flanqueada por un imponente muro de piedra, intentando calmarse. Pronto estaría cara a cara con su madre por primera vez desde que tenía tres años…

A la izquierda y a la derecha del camino había filas de viñedos que se perdían en el horizonte. Y, mirándolos con ojos de experta, Tamsyn pensó que ese año iban a tener una buena cosecha.

Subió por una pendiente y tomó una curva cerrada hasta que por fin vio la casa frente a ella: un edificio de piedra de dos plantas que dominaba la cima de la colina.

Tamsyn apretó los labios. De modo que no había sido un problema económico por lo que su madre no había vuelto a ponerse en contacto con ellos. ¿Era así como Ellen Masters usaba el dinero que su marido le había enviado en los últimos veintitantos años?

Ahora o nunca, pensó, saliendo del coche.

Respirando profundamente, llegó hasta la puerta y levantó el pesado llamador de hierro, dejándolo caer con un sólido golpe. Pero unos segundos después, al escuchar pasos al otro lado, sintió que se le encogía el estómago.

 

 

Finn Gallagher abrió la puerta y estuvo a punto de dar un paso atrás al ver a la mujer que estaba al otro lado. Era la hija de Ellen.

De modo que la princesita australiana había decidido visitarla. Pues llegaba demasiado tarde.

Las fotografías que había visto de ella no le hacían justicia, aunque tenía la impresión de que no estaba viéndola en su mejor momento. El largo pelo castaño le caía en cascada por los hombros, un poco despeinado, y las ojeras oscurecían una piel de porcelana. Sus almendrados ojos castaños le recordaban a los de Ellen, la mujer que había sido una segunda madre para él.

Su ropa estaba arrugada, pero era cara, y los ojos de Finn fueron directamente al escote de la blusa, que dejaba entrever el tentador nacimiento de sus pechos. La falda le llegaba por encima de la rodilla, ni demasiado larga ni demasiado corta; al contrario, de lo más tentadora.

Todo en ella hablaba de los lujos y privilegios que disfrutaba y le resultaba difícil no sentir amargura sabiendo lo que había trabajado su madre para tener una vida decente. Evidentemente, la familia Masters cuidaba de los suyos, pero no de los que huían de ellos. Los que no se conformaban.

Miró su rostro de nuevo y notó que sus generosos labios temblaban ligeramente.

–Quería saber si… Ellen Masters vive aquí –dijo ella por fin.

Hablaba en voz baja, como si le costase trabajo, y los últimos rayos del sol dejaban claro un rastro de lágrimas en su cara. Finn sintió una natural curiosidad, pero la mató con su habitual determinación.

–¿Y usted es? –le preguntó, sabiendo muy bien cuál sería la respuesta.

–Ah, disculpe, no me he presentado. Soy Tamsyn Masters y estoy buscando a mi madre, Ellen –respondió ella, ofreciéndole la mano.

Cuando se la estrechó, Finn notó de inmediato la fragilidad de sus huesos y tuvo que luchar contra el instinto de protegerla. Algo le ocurría a Tamsyn Masters, pero no era problema suyo.

Alejarla de Ellen sí lo era.

–Aquí no vive ninguna Ellen Masters –respondió Finn, soltándole la mano como si le quemara–. ¿Su madre sabe que está buscándola?

Tamsyn hizo una mueca.

–No, en realidad quería darle una sorpresa.

¿Darle una sorpresa? Desde luego que sí. Sin pensar si su madre querría o podría verla. Qué típico de esa clase de personas, pensó, furioso. Niños mimados, ricos, para quienes todo iba siempre como ellos querían y que, por mucho que les dieras, siempre esperaban más. Conocía bien a ese tipo de personas, demasiado bien desgraciadamente. Gente como Briana, su ex: preciosa, amable, privilegiada en todos los aspectos, pero a la fría luz del día tan avariciosa y miserable como Fagin, el personaje de Oliver Twist.

–¿Seguro que le han dado la dirección correcta? –le preguntó, intentando contener la rabia.

–Pues… yo pensé… –Tamsyn sacó un papel del bolso–. Es esta dirección, ¿no?

–Es mi dirección, pero aquí no vive ninguna Ellen Masters. Siento mucho que haya venido para nada.

Tamsyn tuvo que apoyarse en la pared, su rostro una máscara de tristeza. Tanto que Finn deseó hablarle del camino medio oculto entre los árboles, el que llevaba a la casita de Ellen y Lorenzo, en la que habían vivido los últimos veinticinco años.

Pero no pensaba contarle nada de eso.

¿Qué capricho la había llevado a buscar a su madre de repente? Y, sobre todo, ¿por qué no había ido a buscarla antes, cuando aún podría haber hecho feliz a Ellen?

–En fin… siento mucho haberle molestado. Parece que me han informado mal.

Tamsyn se puso unas elegantes gafas de sol, tal vez para esconder su torturada mirada, y al hacerlo Finn le vio una marca blanca en el dedo, como si se hubiera quitado un anillo recientemente. ¿Habría roto el compromiso sobre el que había leído un año antes? ¿Sería esa la razón de su repentina aparición?

Fuera lo que fuera, no era asunto suyo.

–No pasa nada –respondió, observándola mientras volvía a subir al coche. Cuando desapareció por el camino, sacó el móvil del bolsillo y marcó un número, pero saltó el buzón de voz–. «Lorenzo, llámame. Hay una pequeña complicación en casa».

Luego, se volvió a guardar el móvil en el bolsillo y cerró la puerta.

Sin embargo, tenía la sensación de que no había cerrado la puerta a Tamsyn Masters.

 

 

Tamsyn suspiró, tan decepcionada que las lágrimas contra las que había estado luchando mientras hablaba con el extraño empezaron a rodarle por las mejillas.

¿Por qué había pensado que sería tan sencillo? Debería haberle hecho caso a Ethan, pensó. Había ido a la dirección a la que el abogado de su padre había estado enviando cheques durante todos esos años y, sin embargo, su madre no estaba allí.

La decepción tenía un sabor amargo; algo que había descubierto no solo una sino dos veces en las últimas veinticuatro horas. Eso demostraba que, para ella, hacer algo de manera espontánea era un error. Ella no era impulsiva. Durante toda su vida había sopesado los pros y los contras antes de tomar una decisión, y en aquel momento entendía por qué: era lo más seguro. Tampoco se disfrutaba tanto de la vida, del riesgo, pero ¿merecía la pena el dolor que sentías cuando todo salía mal? No, para ella no.

Tamsyn pensó en el hombre que había abierto la puerta. Era tan alto que había tenido que echar hacia atrás la cabeza para mirarlo a los ojos. Tenía presencia. Era la clase de hombre que hacía que las mujeres girasen la cabeza. Frente alta, cejas rectas sobre unos ojos de color gris claro y una barba incipiente que ensombrecía una mandíbula cuadrada. Pero su sonrisa, una sonrisa amable, no tenía calidez.

Había visto algo en su mirada, como si… no, era su imaginación. Él no podía saber nada porque no lo había visto en toda su vida. Si lo hubiera visto antes, lo recordaría.

El sol empezaba a esconderse en el horizonte y ella estaba agotada. Tenía que encontrar alojamiento si no quería quedarse dormida al volante.

Tamsyn detuvo el coche a un lado de la carretera y consultó el GPS para buscar un hotel. Afortunadamente, había uno a quince minutos de allí y marcó el número desde su móvil para reservar habitación. Después, siguió las instrucciones de la pantalla para llegar a su destino, un pintoresco edificio de principios del siglo anterior.

Con los rayos dorados del sol acariciando el tejado, tenía un aspecto cálido e invitador, justo lo que necesitaba.

 

 

Finn paseaba por su despacho, incapaz de concentrarse en los planos abiertos sobre su escritorio. Unos planos que irían la papelera si no podía encontrar el camino de acceso a la parcela que necesitaba para aquel proyecto.

Se sentía tan frustrado que el sonido del teléfono fue una bienvenida distracción.

–¿Sí?

–Finn, ¿ocurre algo?

–Ah, Lorenzo, me alegro de que hayas llamado –Finn se dejó caer sobre el sillón, intentando ordenar un poco sus pensamientos; pensamientos que habían estado desordenados desde la visita de Tamsyn Masters.

–¿Qué ocurre? ¿Es algo malo? –le preguntó Lorenzo quien, a pesar de los años que llevaba en Australia y Nueva Zelanda, seguía teniendo acento italiano.

–Lo primero, ¿cómo está Ellen?

El hombre suspiró.

–No muy bien. Hoy tiene un mal día.

Cuando Ellen sufrió un fallo hepático, unido a la demencia senil, Lorenzo y ella se habían mudado a Wellington para que recibiese tratamiento.

–Lo siento.

–Le he pedido a Alexis que vuelva de Italia en cuanto pueda.

Alexis, la única hija de Lorenzo y Ellen, llevaba un año trabajando en el extranjero y en aquel momento estaba con la familia de Lorenzo en Toscana.

–¿Tan mal está Ellen?

–Ya no tiene fuerzas y me reconoce solo cuando tiene un buen día, aunque son pocos. Pero dime, ¿qué ocurre?

Finn decidió ir directo al grano:

–Tamsyn Masters ha venido a ver a Ellen.

Al otro lado hubo unos segundos de silencio.

–De modo que ha ocurrido por fin.

–Le he dicho que aquí no vivía ninguna Ellen Masters.

–Pero supongo que no le habrás dicho que existe una Ellen Fabrini.

–No, claro que no.

En realidad, no había mentido. Aunque Lorenzo y Ellen nunca habían formalizado su relación, ella era conocida por todos como la esposa de Lorenzo, Ellen Fabrini.

–¿Dices que se ha marchado?

–Y con un poco de suerte habrá vuelto a Australia.

–¿Y si no se va?

Finn apretó los labios.

–¿Por qué dices eso?

–Tú sabes que no siento el menor aprecio por esa familia después de lo que le hicieron a mi Ellen. He perdido la cuenta de las veces que la he visto llorar mientras escribía cartas a sus hijos… y ellos nunca respondieron a esas cartas, nunca intentaron ponerse en contacto con ella. Sin embargo, por mucho que yo los odie, sé cuánto los quiere Ellen y si su mente se aclarase un poco tal vez la visita de su hija sería beneficiosa para ella.

–¿Quieres que se vean? –exclamó Finn, incrédulo.

–No quiero que le digas dónde está Ellen o cómo está, pero si ocurriese lo peor… –la voz de Lorenzo se rompió.

–Lo entiendo –dijo Finn.

Lorenzo había sido un segundo padre para él cuando el suyo murió y su madre sufrió una crisis mental que la llevó al hospital. Entonces tenía doce años y los Fabrini, socios en la finca, lo habían acogido en su hogar como si fuera su propio hijo. La pareja había sido un ancla en su turbulenta adolescencia. Su apoyo y su cariño le habían dado estabilidad, de modo que estaba en deuda con ellos.

–Yo me encargaré de todo, no te preocupes –le aseguró, antes de cortar la comunicación.

Para empezar, tenía que descubrir el paradero de Tamsyn Masters. A juzgar por lo cansada que parecía, no creía que hubiera ido muy lejos.

Tardó apenas unos minutos en averiguarlo y no le sorprendió que hubiera ido a uno de los hoteles más caros de la zona. Ya sabía dónde estaba, pero no qué iba a hacer al respecto.

Finn se echó hacia atrás en el sillón, meciéndose adelante y atrás mientras miraba por la ventana.

El cielo se había oscurecido, reduciendo su mundo a los acres que lo rodeaban… sus acres, sus tierras, su hogar. Un hogar que no tendría de no haber sido por la determinación de Lorenzo y Ellen.

¿Qué podía hacer? Si para ayudarlos tenía que entablar amistad con una mujer que les había causado tanto dolor…

Había oído muchas cosas sobre los hijos de Ellen, a los que tuvo que dejar atrás cuando su matrimonio se rompió. Él sabía el dolor que le había causado separarse de ellos y cómo había buscado consuelo en el alcohol, que la había llevado por fin a la demencia, y en esos años se había preguntado muchas veces por qué no intentaban ponerse en contacto con una madre que los quería con todo su corazón.

En cuanto se hizo adulto investigó un poco y descubrió las privilegiadas vidas que habían vivido Ethan y Tamsyn Masters en el viñedo familiar. Se lo habían puesto todo en bandeja de plata. No habían tenido que trabajar después del colegio, ni pedir becas, ni contar el dinero…

No le importaba admitir que sentía un gran resentimiento hacia ellos, que lo habían tenido todo tan fácil mientras que Ellen se había visto obligada a vivir con tan poco, segura solo del amor del hombre que había estado a su lado desde entonces.

Un hombre que la había apoyado mientras luchaba contra el alcoholismo y que no se apartó de su lado cuando por fin la enfermedad se apoderó de ella. La salud de Ellen era tan precaria en aquel momento que no sabía si reconocería a Tamsyn o si reconocerla sería aún peor.

Después de todo, su propia madre había muerto cuando por fin le dejaron visitarla en el hospital. ¿Verle habría sido un recordatorio de todo lo que había perdido?

Finn sacudió la cabeza, intentando apartar de sí tales pensamientos.

Debía pensar en Tamsyn Masters y en su plan de hacer que se quedase por allí sin contarle la verdad sobre Ellen.

Sabía que tenía veintiocho años, cinco menos que él, y lo último que había leído era que estaba comprometida con un conocido abogado de Adelaida. No llevaba anillo de compromiso aquel día, pero eso podría significar cualquier cosa. Tal vez lo había llevado a la joyería para que lo limpiasen o ajustasen. O se lo había quitado para lavarse las manos y había olvidado volver a ponérselo.

Entonces se le ocurrió otra idea, una que despertó su interés.

Quizá había roto con su prometido y le apetecía flirtear un poco con un extraño… y tal vez de ese modo la animaría a quedarse unos días en el distrito de Marlborough.

Si era tan frívola como solían serlo las chicas de su ambiente sería una diversión sin compromisos y una oportunidad de vigilarla para que no descubriese nada sobre Ellen.

No sería fácil, pero estaba seguro de que podría hacerlo. Y así descubriría todo lo que pudiese sobre la señorita Masters.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Tamsyn escuchó voces en el vestíbulo mientras se dirigía al restaurante del hotel. Aún estaba un poco cansada, pero la cena de la noche anterior, el baño caliente y la cómoda cama le habían ayudado a recuperar un poco el equilibrio.

La noche anterior estuvo a punto de reservar un vuelo para Auckland, pero se había despertado con un nuevo propósito y estaba más decidida que nunca a aprovechar el tiempo.

Su madre tenía que estar en algún sitio. Que Ethan y ella supieran, el abogado seguía enviando los cheques allí y ninguno de ellos había sido devuelto al remitente. Una simple llamada a Ethan confirmaría la dirección.

Lo primero, después de desayunar, era ir a Blenheim para comprar algo de ropa. Había salido de Adelaida con tanta prisa que solo tenía lo que llevaba puesto. Estaba deseando librarse del conjunto de ropa interior, elegido cuidadosamente para excitar a su exprometido. Lo había lavado y secado en la habitación, pero estaba deseando tirarlo a la basura porque le recordaba lo ingenua que había sido y cómo la gente en la que más confiaba la había engañado.

Se le encogió el corazón al recordar la sorpresa que había querido darle a Trent dos noches antes. Había planeado una cena romántica que culminaría quitándose lentamente ese conjunto de ropa interior, pero la sorpresa había sido para ella al descubrir a Trent en la cama con otra persona… su ayudante personal, Zac.

Se había sentido tan tonta. ¿Qué clase de mujer no sabía que su prometido era homosexual? Peor, que solo quería casarse con ella para cubrir las apariencias y seguir escalando puestos en el conservador bufete en el que trabajaba.

Tamsyn sabía que si volvía a casa encontraría consuelo en su familia, pero no podía hacerlo. Todos habían mentido. Su padre, sus tíos, todos sabían que su madre estaba viva y se lo habían escondido. Incluso Ethan le había ocultado la verdad tras la muerte de su padre.

De repente, harta de secretos y mentiras, se había dirigido al aeropuerto, decidida a no volver hasta que tuviese alguna respuesta. Pero, por el momento, no había conseguido ninguna. Tragó saliva para contener la emoción.

–Buenos días, señorita Masters –escuchó la voz de la gerente del hotel, Penny–. ¿Ha dormido bien?

–Llámame Tamsyn, por favor. Sí, he dormido muy bien, gracias.

El hombre que estaba con Penny se levantó para saludarla y Tamsyn enarcó una ceja. Era el propietario de la casa en la que, supuestamente, vivía su madre. Y la última persona a la que había esperado ver allí.

–Me temo que ayer no me presenté. Soy Finn Gallagher, encantado de volver a verla.

Tamsyn le estrechó la mano, pero al hacerlo sintió un escalofrío y la apartó en cuanto fue posible.

–¿Encantado, señor Gallagher? Ayer daba la impresión de estar deseando que me despidiera.

–Me pilló en un mal momento –dijo él, con un brillo burlón en los ojos grises–. He venido para disculparme.

¿Cómo la había localizado?, se preguntó Tamsyn. ¿Y por qué? ¿Solo para disculparse?

–¿Ah, sí?

–Aquí nos conocemos todos y cuando se marchó me quedé un poco preocupado –le explicó él, con una sonrisa de disculpa.

–¿Preocupado por qué?

–Porque parecía cansada y los turistas tienen la mala costumbre de perderse por aquí. Así que llamé a un par de hoteles y, por fin, la localicé.

Eso no explicaba qué hacía allí en ese momento. Como si hubiera leído sus pensamientos, Finn Gallagher siguió:

–Sé que no me mostré muy simpático, así que he decidido ofrecerme a enseñarle Marlborough. ¿Piensa quedarse unos días?

Había hecho la pregunta con sutil énfasis, casi como si esperase una respuesta afirmativa.

–Pues sí, pensaba quedarme unos días –respondió Tamsyn–. Pero no tiene por qué hacer de cicerone, no se preocupe.

–Al menos, deje que la invite a comer o cenar para compensar mi antipatía de ayer.

Tal vez estaba siendo exageradamente suspicaz, pensó Tamsyn. Desde luego, parecía sincero.

¿Qué había de malo en pasar unas horas en su compañía? Finn Gallagher era un hombre muy atractivo y quería pasar un rato con ella. Al contrario que su exprometido.

La voz de Penny interrumpió sus pensamientos.

–Finn es un conocido filántropo de la zona. En serio, no podría estar en mejores manos.

–Pues…

Tamsyn miró esas manos, de dedos largos y cuadrados, y de repente las imaginó sobre su cuerpo… nerviosa, tuvo que apartar la mirada.

–No quiero molestar –consiguió decir, sintiendo que le ardían las mejillas–. Además, había pensado ir de compras porque no he venido preparada para el viaje.

–¿Por qué no va de compras esta mañana? Yo vendré a buscarla a la hora del almuerzo, a las dos si le parece bien. Le enseñaré la zona y la traeré de vuelta por la noche.

Hacía que todo pareciese tan razonable que Tamsyn no podía negarse. Además, Penny había dado su aprobación y confiaba en que no lo habría hecho de no estar absolutamente segura de que era fiable ir con él.

–Muy bien, de acuerdo. Iré con usted, señor Gallagher.

–Finn, por favor.

–Muy bien, Finn –asintió ella.

–Estupendo. Te dejo para que puedas desayunar. Gracias por el café, Penny.

–De nada. Te acompaño a la puerta –Penny se volvió hacia ella–. Si le apetece algo que no haya en el bufé, solo tiene que pedirlo y se lo harán en la cocina.

Finn le hizo un guiño antes de darse la vuelta y Tamsyn sintió un escalofrío de anticipación. ¿Por qué había aceptado?, se preguntó. Ella no estaba allí para ver el paisaje.

Suspirando, miró alrededor mientras se servía un plato de huevos revueltos y una taza de café. Todo allí era moderno y cómodo y, sin embargo, con el encanto del viejo mundo. En realidad, era muy parecido a su casa, en Los Masters.

Sentía cierta añoranza de su hogar, pero aún no podía volver. No lo haría hasta que hubiese obtenido respuestas. Después de lo que había pasado se sentía más perdida que nunca… Necesitaba aquel viaje, aquella búsqueda, para encontrarse de nuevo a sí misma.

Tamsyn hizo un esfuerzo para llevarse el tenedor a la boca y el sabor de la tortilla de champiñones le hizo sonreír.

–Espero que le guste el desayuno –escuchó la voz de Penny a su espalda–. ¿Quiere algo más?

–No, todo está muy bien. Gracias. Tutéame.

–No sabía que os conocierais Finn y tú.

–Me habían dado una dirección equivocada. Él no era la persona a la que estoy buscando.

–Bueno, pues si alguien puede ayudarte a encontrar a una persona de por aquí, ese es Finn Gallagher –dijo Penny–. ¿A quién buscas, Tamsyn?

–¿Has oído hablar de Ellen Masters?

Las tazas que Penny había tomado de la mesa de al lado, temblaron sobre sus platos.

–¿Ellen Masters? –repitió, esbozando una sonrisa que a Tamsyn no le pareció sincera del todo–. No, nunca he oído ese nombre. Bueno, te dejo con tu desayuno.

Tamsyn la observó entrando en la cocina. Su actitud le parecía un poco extraña… Alguien tenía que saber algo sobre su madre y cuanto antes lo encontrase, mejor. Una persona no podía desaparecer sin dejar rastro. ¿O sí?

 

 

Después de ir de compras a Blenheim, donde encontró casi todo lo que necesitaba, Tamsyn volvió al hotel. Convencida de que no tendría ningún problema gracias al GPS, se quedó sorprendida cuando tomó un giro equivocado y acabó en el centro del pueblo.

La calle principal estaba llena de cafés, boutiques y tiendas de arte… y se preguntó por qué Penny no le había aconsejado que fuese de compras allí. Después de aparcar, echó un vistazo a un par de escaparates antes de entrar en una boutique.

–¿Está buscando algo especial? –le preguntó la encargada, una mujer mayor, con una sonrisa en los labios.

–No buscaba nada en especial, pero me encanta esto –respondió Tamsyn, señalando un vestido sin mangas con estampado azul cobalto y algún toque malva.

–Le quedaría muy bien. El probador está a su izquierda.

–No sé si… –a punto de rechazarlo, Tamsyn vaciló. ¿Por qué no iba a comprar ese vestido tan bonito? En Blenheim solo había comprado vaqueros y camisetas–. Muy bien, me lo probaré.

Unos minutos después se miraba al espejo, satisfecha. El vestido era perfecto, como si lo hubieran hecho especialmente para ella. Si tuviera los zapatos adecuados podría ponérselo para ir a comer con Finn. Aunque no tenía intención de coquetear con él ni nada parecido, una chica necesitaba una armadura, y ese vestido lo era.

–¿Qué tal le queda? –le preguntó la mujer desde el otro lado de la cortina.

–Fantástico, pero no tengo zapatos.

–Tal vez yo tenga algo por aquí. ¿El treinta y siete?

–Sí.

–Vuelvo enseguida.

Tamsyn se miró al espejo mientras esperaba. Le encantaba la seda azul que acariciaba su cuerpo. La hacía sentir femenina, deseable.

¿Era para eso para lo que necesitaba una armadura? ¿La traición de Trent había hecho que se cuestionara su feminidad, su atractivo?

Pensar en su exprometido la puso furiosa. ¿Por qué había aceptado casarse con un hombre que nunca la había hecho sentir irresistible?

Cada vez estaba más segura de que aquel viaje era justo lo que necesitaba. Tenía que alejarse de la percepción y las expectativas de los demás para descubrir quién era en realidad. Aunque esperaba que su madre fuera parte de eso, parte de su nueva vida.

–¡Aquí están los zapatos! –la encargada abrió la cortina y lanzó una exclamación–. ¡Está guapísima! El vestido le queda perfecto. Tome, pruébeselo con esto.

Llevaba en la mano un par de sandalias azules con unos tacones altísimos. Pero eran perfectas, debía reconocerlo.

–Son muy bonitas.

–Venga a mirarse al espejo de fuera. Es más grande y podrá verse desde todos los ángulos –dijo la mujer, haciéndole un guiño.

Tamsyn fue con ella y tuvo que reconocer que el conjunto era perfecto.

–¿Le importa que me los lleve puestos?

–No, claro que no. Al contrario, es usted un anuncio fabuloso para la diseñadora del vestido, Alexis Fabrini.

–¿Tiene más prendas suyas en la tienda?

La mujer sonrió, abriendo los brazos para señalar la tienda entera.

–Elija lo que quiera. Espere, deje que guarde su ropa en una bolsa y le quite la etiqueta al vestido.

Mientras pagaba las compras, Tamsyn sonrió para sí misma. Se sentía como una mujer por primera vez en muchos días y estaba deseando comer con el enigmático Finn Gallagher. Más de lo que hubiera pensado.

–¿Está de paso? –le preguntó la mujer.

Tamsyn la miró, pensando que debía tener la misma edad que su madre. De hecho, había tanta gente de su edad en la calle, en las tiendas… Alguien tenía que conocerla.

–Pienso quedarme unos días. Estoy buscando a mi madre, Ellen Masters. ¿La conoce?

–Ellen Masters… no, no me suena ese nombre, pero yo soy nueva por aquí y aún no conozco a todo el mundo.

–En fin, no importa –Tamsyn intentó sonreír, a pesar de la decepción. La encontraría tarde o temprano, se dijo a sí misma.

Salió de la tienda sintiéndose un poco más positiva y al ver el cartel de una inmobiliaria se le ocurrió una idea: si alquilaba una casa allí, podría usarla como base para sus pesquisas. Miró los carteles en el escaparate y uno en concreto le llamó la atención. Era una casa en la misma carretera que la de Finn Gallagher, y relativamente cerca.

Se alquilaba por semanas y estaba amueblada. Lo único que debía hacer era dar de comer al gato y las gallinas de la propiedad. Podía hacerlo, pensó, empujando la puerta de la inmobiliaria. Veinte minutos después, salía con el contrato de alquiler en una mano y la llave en la otra.

Un Porsche Cayenne, modelo Turbo S, estaba aparcado frente al hotel. Sin duda sería de Finn, pensó mientras miraba el reloj. Llegaba un poco tarde, pero daba igual. A partir de ese momento tenía una casa en la que alojarse y tal vez la siguiente persona a la que preguntase sabría algo de su madre.

 

 

Finn observaba a Tamsyn por la ventana. Incluso desde allí podía ver que parecía contenta. Caminaba con energía, con vigor, y eso la hacía aún más guapa.

Tanto que tuvo que hacer un esfuerzo para contener una oleada de deseo. Si quería controlar aquella situación tendría que empezar por controlarse a sí mismo. La atracción física solo serviría para complicar aún más las cosas, y la llamada de la inmobiliaria que alquilaba la casa de Lorenzo y Elle diciendo que una princesita australiana estaba interesada en alquilarla temporalmente era ya de por sí una gran complicación.

Por tentador que hubiera sido decir que no cuando el agente inmobiliario le preguntó si seguía disponible, Lorenzo quería que Tamsyn siguiera por allí durante un tiempo y sería más fácil vigilarla si vivía cerca.

Y de ese modo no tendría que dar de comer a la gata negra de Ellen, Lucy, diminutivo de Lucifer. Un nombre más que apropiado para un felino que intentaba arañarlo todas las mañanas…

Además, él sabía que los efectos personales de Lorenzo y Ellen estaban guardados bajo llave en la antigua habitación de Alexis. Los había guardado él mismo cuando se marcharon a Wellington. ¿Qué daño podía hacer tener a Tamsyn tan cerca?

–Parece que ha ido de compras –comentó, al ver que sacaba varias bolsas del maletero del coche.

–Y no solo en Blenheim. Esa bolsa rosa es de una tienda del centro –dijo Penny.

–¿No le aconsejaste que fuera a Blenheim?

–Sí, pero no esperarás que controle todos sus movimientos, ¿no?

–Una pena –murmuró él, apartándose de la ventana para que Tamsyn no lo viera espiándola.

–Por lo visto, está ayudando a la economía local. El vestido que lleva es un diseño de Alexis y los dos sabemos que sus vestidos son caros.

Finn exhaló un suspiro. ¿Quién hubiera imaginado que Tamsyn Masters saldría del hotel para volver con un vestido diseñado por su hermanastra? Una hermanastra de la que no sabía nada, por supuesto.

Finn salió de la oficina y estuvo a punto de chocar con ella.

Olía muy bien y su perfume hizo que sintiera el loco deseo de acercarse y respirar ese aroma más de cerca.

–Ah, hola. Siento llegar tarde –dijo Tamsyn, sin saber lo que estaba pasando bajo su cinturón–. Solo tardaré un momento. Voy a dejar esto en mi habitación y soy toda tuya.

¿Toda suya? Finn lo dudaba. Pero podría ser interesante, pensó mientras la veía alejarse por el pasillo.

La criatura agotada que había aparecido en su puerta el día anterior había desaparecido. En su lugar, había una mujer preciosa y segura de sí misma, con unas piernas fabulosas sobre unos tacones que desafiaban la ley de la gravedad.

Finn sacudió la cabeza para salir de ese estupor porque empezaba a sentir la tentación de ir tras ella. Una tentación que empezaba a ser irresistible.

Tamsyn volvió unos minutos después con una tímida sonrisa en los labios.

–¿Estás lista? –le preguntó.

–Desde luego. ¿Adónde vamos?

–A un viñedo que está a quince minutos de aquí. Tiene un restaurante muy popular, se come muy bien.

–Espero que sea verdad, estoy muerta de hambre.

Mientras iban hacia allí, Finn iba contándole cosas sobre la zona.

–La verdad es que este sitio me recuerda a mi casa –comentó Tamsyn cuando llegaron a la finca–. Nosotros también tenemos un viñedo y será divertido ver cómo hacen las cosas aquí. Casi podría creer que estoy trabajando si no fuera por…

–¿Por? –preguntó Finn cuando no terminó la frase.

–Porque he decidido olvidarme del negocio durante un tiempo.

–¿Ah, sí? ¿Cansada de hacer siempre lo mismo?

Si era la princesita mimada que siempre había imaginado, seguramente no querría esforzarse.

–Algo así –murmuró ella, apartando la mirada.

«Algo así». Finn daría cualquier cosa por saber qué era ese algo así. Entonces tal vez podría resolver sus conflictivos sentimientos.

Se preguntó si alguna vez habría tenido que trabajar de verdad. Ella misma había admitido haberse alejado del negocio familiar y de las responsabilidades…

Era muy guapa, pero sus actos le restaban atractivo.

Entonces, ¿por qué demonios le seguía pareciendo irresistible?

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Tamsyn despertó a la mañana siguiente con renovado vigor para enfrentarse con el nuevo día. Comer con Finn había sido muy agradable, mucho mejor de lo que había anticipado, aunque el sitio le había hecho añorar Los Masters.

Su anfitrión parecía haber intuido esa tristeza y la había animado con sus conocimientos de la zona. Era evidente que le gustaba aquel sitio y la gente que vivía allí, porque varias personas se habían parado a saludarlo.

Y había algo más: se sentía protegida. Lo cual era extraño, porque acababa de conocer a Finn. Pero su comportamiento hacia ella era cariñoso y solícito, un lujo que no había experimentado en mucho tiempo.

Después de comer habían dado un paseo por el viñedo y Tamsyn se había enamorado del paisaje, de los valles, las colinas.

El día anterior había sido estupendo, pero aquel prometía ser diferente. Iba a mudarse a la casita que había alquilado y esperaba que no estuviera llena de polvo y moho.

Tamsyn no encontró el camino inmediatamente y tuvo que dar la vuelta, conduciendo despacio para no perderse de nuevo hasta que, por fin, encontró una entrada casi tapada por unos arbustos. Era un buen sitio para alguien que no quería ser encontrado, pensó, mientras recorría un camino de tierra en la ladera de la colina; la misma colina en la que estaba situada la opulenta casa de Finn Gallagher.

No sabía que iban a estar tan cerca. Podía saltar la cerca y recorrer el viñedo que los separaba en diez o quince minutos. Era algo inquietante y agradable al mismo tiempo. Al menos habría alguien cerca en caso de que necesitara ayuda… ¿pero Finn Gallagher precisamente?

Por atractivo que fuese, y por mucho que le gustara, en cierto modo seguía inquietándola. Como si Finn tuviese un motivo oculto…