El principito - Antoine de Saint-Exupery - E-Book

El principito E-Book

Antoine de Saint-Exupery

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Beschreibung

El mundo de fantasía y la mirada tierna y curiosa de El principito conquistó a grandes y chicos de distintas épocas. Catapulta editores presenta una nueva edición con las ilustraciones originales de Antoine de Saint-Exupéry, traducida por Cristina Piña. Incluye un exclusivo señalador para que el mismo principito acompañe el viaje por las páginas de su libro.

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El Principito

El Principito

Antoine de Saint-Exupéry

Traducción: Cristina Piña

Con ilustraciones del autor

Índice de contenido
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Legales
El Principito

Saint-Exupery, Antoine de

El principito / Antoine de Saint-Exupery. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Catapulta , 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga Traducción de: Cristina Piña.ISBN 978-987-815-086-4

1. Narrativa Francesa. 2. Narrativa Infantil y Juvenil Francesa. I. Piña, Cristina, trad. II. Título.

CDD 843

El Principito

Antoine de Saint-Exupéry

Título original: Le Petit Prince

Texto traducido al español por Cristina Piña

Ilustraciones originales del autor

Diseño gráfico: Pablo Ayala

Edición de texto y corrección: Vanesa Cuccia y Cristina Paoloni

Primera edición.

Colombia 260 - B1603CPH

Villa Martelli, Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.catapulta.net

ISBN 978-987-815-086-4

©2015, Catapulta Children Entertainment S.A.

Hecho el depósito que determina la ley N.o 11.723.

Libro de edición argentina.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión, o la transformación de este libro en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Digitalización: Proyecto451

Creo que, para evadirse, aprovechó una migración de pájaros salvajes.

A Léon Werth

Les pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una excusa seria: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor puede comprenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esa persona mayor vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Le hace mucha falta que la consuelen. Si todas estas excusas no bastan, quiero dedicarle este libro al niño que, en otro tiempo, fue esta persona mayor. Todas las personas mayores fueron antes niños. (Pero pocas de ellas se acuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria:

A Léon Werth cuando era niño

UNA VEZ, CUANDO TENÍA SEIS AÑOS, vi una imagen magnífica en un libro sobre la Selva Virgen que se llamaba Historias vividas. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera. Aquí tienen la copia del dibujo.

En el libro decía: “Las boas se tragan a su presa entera, sin masticarla. Después, ya no pueden moverse y duermen durante los seis meses que dura su digestión”.

Entonces reflexioné mucho sobre las aventuras de la selva y, a mi vez, con un lápiz de color, logré hacer mi primer dibujo. Mi dibujo número 1. Era así:

Les mostré mi obra maestra a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.

Me respondieron: “¿Por qué nos daría miedo un sombrero?”.

Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una boa que digería a un elefante. Entonces dibujé el interior de la boa, para que las personas mayores pudieran comprender. Siempre les hacen falta explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:

Las personas mayores me aconsejaron dejar de lado los dibujos de boas abiertas o cerradas e interesarme más bien por la geografía, la historia, la matemática y la gramática. Así fue como, a los seis años, abandoné una magnífica carrera de pintor. Me había desalentado el fracaso de mi dibujo número 1 y de mi dibujo número 2. Las personas mayores nunca comprenden nada por sí solas y para los niños es cansador darles explicaciones una y otra vez.

Tuve, entonces, que elegir otro oficio y aprendí a pilotear aviones. Volé por todas partes del mundo. Y la geografía, es cierto, me sirvió mucho. Sabía distinguir, de una primera ojeada, la China de Arizona. Es muy útil si uno se pierde de noche.

Así, a lo largo de mi vida, tuve un montón de contactos con un montón de gente seria. Viví mucho entre las personas mayores. Las vi bien de cerca. Eso no mejoró demasiado mi opinión.

Cuando encontraba a una que me parecía un poco lúcida, hacía con ella la experiencia de mi dibujo número 1, que siempre conservé. Quería saber si era verdaderamente comprensiva. Pero siempre me respondía: “Es un sombrero”. Entonces no le hablaba ni de boas, ni de selvas vírgenes, ni de estrellas. Me ponía a su altura. Le hablaba de bridge, de golf, de política y de corbatas. Y la persona mayor se quedaba de lo más contenta de haber conocido a un hombre tan razonable.

~ II ~

ASÍ QUE VIVÍ SOLO, sin nadie con quien hablar de verdad, hasta que tuve un accidente en el desierto del Sahara, hace seis años. Algo se había roto en mi motor. Y como no me acompañaban ni mecánico ni pasajeros, me dispuse a emprender con éxito, completamente solo, una reparación difícil. Para mí, era cuestión de vida o muerte. Apenas tenía agua para ocho días.

La primera noche me dormí sobre la arena a mil millas de cualquier lugar habitado. Estaba mucho más aislado que un náufrago sobre una balsa en medio del océano. Entonces, se imaginan mi sorpresa cuando, al rayar el día, una vocecita graciosa me despertó. Decía:

—Por favor, señor… ¡dibújame un cordero!

—¡Eh!

—Dibújame un cordero…

Me puse de pie de un salto, como si me hubiera herido un rayo. Me froté bien fuerte los ojos. Miré con atención. Y vi a un hombrecito absolutamente extraordinario que me miraba con gravedad. Aquí tienen el mejor retrato que, más adelante, logré hacer de él. Pero mi dibujo, por cierto, es mucho menos encantador que el modelo. No es culpa mía. Las personas mayores me habían desalentado en mi carrera de pintor cuando tenía seis años y no había aprendido a dibujar nada, salvo boas cerradas y boas abiertas.

Miraba, pues, esta aparición con los ojos redondos como platos del asombro. No se olviden de que me encontraba a mil millas de cualquier región habitada. Ahora bien, el hombrecito no me parecía ni extraviado, ni muerto de cansancio, ni muerto de hambre, ni muerto de sed, ni muerto de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en medio del desierto, a mil millas de cualquier región habitada. Cuando por fin logré hablar, le dije:

—Pero… ¿qué haces aquí?

Y me volvió a repetir, muy suavemente y como si fuera algo de suma seriedad:

—Por favor, señor… dibújame un cordero…

Cuando el misterio es demasiado impresionante, uno no se atreve a desobedecer. Por absurdo que me pareciera eso a mil millas de todos los lugares habitados y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma estilográfica. Pero entonces recordé que había estudiado sobre todo geografía, historia, matemática y gramática, y le dije al hombrecito (con un poco de malhumor) que no sabía dibujar. Me respondió:

—Eso no importa. Dibújame un cordero.

Aquí tienen el mejor retrato que, más adelante, logré hacer de él.

Como nunca había dibujado un cordero, rehíce, para él, uno de los dos únicos dibujos que era capaz de realizar. El de la boa cerrada. Y me quedé estupefacto al escuchar al hombrecito responderme:

—¡No! ¡No! No quiero un elefante dentro de una boa. Una boa es muy peligrosa y un elefante ocupa mucho espacio. En mi casa todo es pequeño. Necesito un cordero. Dibújame un cordero.

Entonces dibujé.

Él miró atentamente y dijo:

—¡No! Ese ya está muy enfermo. Haz otro. Yo dibujé.

Mi amigo sonrió gentilmente, con indulgencia:

—Se ve clarito… no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos…

Entonces rehíce una vez más el dibujo.

Pero lo rechazó, como los anteriores:

—Ese es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.

Entonces, sin la menor paciencia, porque tenía urgencia en emprender el desmontaje del motor, garabateé este dibujo.

Y proclamé:

—Esa es la caja. El cordero que quieres está dentro.

Pero me quedé muy sorprendido al ver que se iluminaba el rostro de mi joven juez:

—¡Es exactamente así como lo quería! ¿Te parece que a este cordero le hará falta mucha hierba?

—¿Por qué?

—Porque en mi tierra todo es pequeño…

—Seguro que le alcanzará. Te he regalado un corderito pequeño.

Inclinó la cabeza hacia el dibujo:

—No es tan pequeño como dices… ¡Mira! Se durmió.

Y así fue como conocí al principito.

~ III ~