Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
En el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica, la reedición de las novelas El problema (1899) del guatemalteco Máximo Soto Hall y La caída del águila (1920) del costarricense Carlos Gagini, busca motivar la reflexión sobre las avenidas imaginadas con respecto al futuro de la región.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 386
Veröffentlichungsjahr: 2022
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Máximo Soto Hall Carlos Gagini
El problema / La caída del águilaEdición anotada
Edición literaria, prólogo, glosario y notas
Verónica Ríos Quesada
A principios del siglo xx, los ideólogos nacionalistas latinoamericanos buscaban modelar símbolos e ideas que pudieran ayudar a establecer la gloria de sus países, a través de la historia, la geografía y la literatura. Por basarse en la anticipación política como premisa y no en la recreación histórica, las novelas El problema (1899) del guatemalteco Máximo Soto Hall y La caída del águila (1920) del costarricense Carlos Gagini, ambas publicadas en Costa Rica, resultan particularmente originales en dicho contexto latinoamericano. Además, la estrategia temporal desplegada en las novelas funcionó para canalizar literariamente la tensión de una región sin proyectos nacionales sólidos, ante el efervescente intervencionismo estadounidense. Se trata, por tanto, de dos novelas muy particulares en el panorama literario latinoamericano de fin de siglo xix.
Dicho esto, la adopción de dicha de premisa temporal no es casual, pues Gagini reescribe la novela de Soto Hall. Ambos textos aluden al devenir de las colonias caribeñas perdidas por España durante la Guerra del 98 contra los Estados Unidos. También revisitan, si nos remontamos medio siglo atrás, los deseos anexionistas de William Walker con respecto a Centroamérica.[2] Ante la anexión sin resistencia a los Estados Unidos y, con ella, la modernización que tantos pensadores latinoamericanos asociaban con la excolonia británica que se presenta en El problema; La caída del águila describe una revolución triunfadora ante la anexión forzada y marca el liderazgo costarricense, haciendo eco de la Campaña Centroamericana de 1856.
A modo de sinopsis, El problema (1899) transcurre en las ciudades ficticias de New Charleston y San Rafael, cerca de la frontera de Costa Rica con Nicaragua, y temporalmente se ubica en 1927. La novela de Soto Hall clausura la posibilidad del desarrollo nacional de los países centroamericanos, pues concluye con el matrimonio del antagonista del “norte”, Mr. Crissey, y Emma. Su matrimonio simboliza la anexión de Centroamérica a los Estados Unidos y subraya el camino de la asimilación de la raza latina vía el matrimonio. Julio Escalante, el protagonista, al ver a su prima y objeto de deseo, casada con el enemigo, se lanza contra el tren en movimiento que transporta a la pareja de recién casados. Su suicidio es un acto desesperado que responde a la lógica del determinismo, el más débil se elimina. En contraste, La caída del águila invierte el orden de la jerarquía racial. Esta novela, situada en 1928, gira en torno a una intervenida y modernizada isla del Coco, en la que el héroe costarricense Roberto Mora no solo destruye el imperio norteño, sino que conquista a Fanny Adams, la hija del Ministro de Marina de los Estados Unidos.
Hacer la lectura conjunta de ambas novelas evidencia cómo, a pesar de explorar caminos políticos divergentes desde sus respectivos espacios futuristas, los textos hacen eco del continúo revisitar del pasado que caracteriza a la ciencia ficción y se ubican en la misma sintonía de los ideólogos latinoamericanos nacionalistas mencionados en el primer párrafo. En ambos textos abundan las paradojas y aporías que no pueden disociarse de una fuerte nostalgia por un imposible pasado señorial, en combinación con unas ansias modernizadoras arrasadoras.
Máximo Soto Hall (1871-1943) fue uno de esos “centroamericanos errantes” finiseculares, como los llama Margarita Rojas, que se movieron constantemente por toda Centroamérica[3] a lo largo de sus vidas. Al llegar de Guatemala en 1896, Máximo Soto Hall se asoció con los escritores que la historiografía literaria costarricense agrupa bajo el nombre de Generación del Olimpo, a pesar de ser él bastante más joven que ellos.[4] Uno de los miembros más distinguidos de dicho grupo fue Carlos Gagini, el autor de La caída del águila.
Ese carácter regional que impregna su carrera literaria se transmite en la novela, pues se construye en un espacio ficticio y futurista que, desde un inicio, aspira a representar a Centroamérica. Para lograr ese efecto regional, no precisa los referentes geográficos ni simbólicos con tal de provocar cierta indefinición. Si bien se indica que New Charleston, la ciudad costarricense a la que arriba el protagonista proveniente de París, se ubica cerca del ficticio canal interoceánico construido sobre el río San Juan, límite entre Costa Rica y Nicaragua, es una ciudad que él no reconoce. Entre otros, se hace alusión a una bandera nacional descolorida, pero al no señalar cuáles son los colores, podría ser cualquier país centroamericano.[5] A diferencia de Centroamérica como palabra, son contadas las ocasiones en que se nombra a Costa Rica y menos todavía las veces en que se mencionan individualmente los países centroamericanos. El que se borren esos referentes, más allá de desradicalizar el planteamiento de la novela como afirma Iván Molina,[6] contribuye a desplazar la novela a un espacio prototípico que se reafirma en el desenlace, pues el narrador indica que la anexión de Centroamérica como un todo es el motivo político del suicidio de Julio.[7]
La difuminación de dicho anclaje regional realza la importancia de la sorprendente transformación. Se representa un espacio tropical que debe ser domesticado, intervenido por la modernidad porque de lo contrario inevitablemente permanecerá ligado a sensibilidades y emociones sin cauce. El narrador nos indica que hace un cuarto de siglo solo se movían embarcaciones pequeñas por el río y la selva lo rodeaba todo: ahora la “civilización” borró “la virgen naturaleza”.[8] Se reconfiguraron nuevas urbes, emergió la ciudad portuaria de New Charleston y se transformó San Rafael, donde vive la familia de Julio y transcurre la trama. Ahora San Rafael se presenta como una ciudad tropical cosmopolita. Se conjuga el entorno selvático con el mundo fabril, en este caso, representado por la fábrica de chocolate de la familia Escalante. Señala la crítica Ana Patricia Rodríguez acerca de New Charleston:
La ciudad canalera representa la modernización de Centroamérica y la reconfiguración de la nación costumbrista en una entidad despojada de las materias primas características y de imágenes folklóricas, ligada a nuevos signos de desarrollo y progreso como lo demuestra la construcción del canal ‘entre Dios y los hombres’, en la línea divisoria entre naturaleza y tecnología.[9]
El antagonista y empresario estadounidense Mr. Crissey comparte esa visión de mundo: él domina la naturaleza, le impone reglas y plazos, la somete. Al preguntarle cómo construiría la línea férrea encomendada por el tío de Julio, contesta marcando la disposición ad libitum de recursos humanos, materiales y financieros:
Es cosa fácil. Si un río se llevase un puente, antes que las aguas arrastren el último madero, ya estará tendiéndose otro puente; si faltan obreros se doblará el número; si los millones presupuestados no son suficientes, se invertirán otros millones más. Cuestión de cuidado es todo.[10]
Con respecto a cómo se dio esa transformación, los lectores nos ubicamos en la perspectiva de Julio, el recién llegado. Dado que Julio muy convenientemente ha estado fuera de Costa Rica el cuarto de siglo que separa el presente de Soto Hall y la fecha anticipada de la novela, su padre y su tío le explican a grandes rasgos cómo se ha transformado la región. Señalan que, con motivo de la Guerra del 98, hubo gran actividad en la esfera pública; sin embargo, los patriotas no pasaron de la retórica.[11] La colonización cultural centroamericana se produjo de manera paulatina. Tanto así que los “patriotas” no se dieron cuenta de que ya habían sido asimilados[12] a través de la adopción de hábitos de consumo y de la reproducción de costumbres foráneas. Entre otros, en la ficción, las municipalidades y los “Gobiernos”, en plural, sin nombres, ni apellidos ni tendencias políticas, otorgaron concesiones de tierras a un gran número de propietarios extranjeros.[13] La elite no intervino en la política nacional para contrarrestar los efectos de la penetración cultural mencionada e incluso gradualmente empezó a celebrar las efemérides de los Estados Unidos. Se explica por tanto que, al decir del tío Tomás, “no se hace sino lo que quiere que se haga el presidente de los Estados Unidos”.[14] No extraña que, en ese mundo futurista, el idioma oficial sea el inglés. Dicho en otras palabras, el trámite oficial únicamente ratifica una anexión que ya de por sí se había normalizado.
La familia Escalante se presenta como un estudio de caso de la complicidad de la elite costarricense, pues los hermanos Teodoro y Tomás son actores de peso en las relaciones socioeconómicas que modelan ese espacio ficcional. El tío Tomás no solo contrató a Mr. Crissey, el antagonista de Julio Escalante, para que se encargara de un tramo del ferrocarril que está levantando,[15] sino que establece relaciones comerciales en Honduras.[16] Por su parte, la empresa Saint Carlos Chocolate de Teodoro exporta su producción a los EE. UU. Es decir, el capital familiar de esta oligarquía se mueve de manera transístmica y crece gracias a las rutas comerciales que potencia influjo estadounidense en la región.
Ahora bien, en la novela resalta la ausencia de costarricenses de otras extracciones sociales, por lo que pareciera inferirse que la estratégica asimilación cultural solo atañe a la elite. Los únicos personajes costarricenses de El problema son los familiares de Julio. A su alrededor, incluso la mano de obra es sajona: desde el maletero[17] hasta la servidumbre de la casa familiar,[18] pasando por los operarios de la fábrica de chocolate. Desde las primeras páginas de la novela, se sabe que Teodoro solo emplea un operario nacional en su fábrica y este destaca negativamente porque más adelante se le atribuye la responsabilidad por una falla mecánica. La razón del desplazamiento laboral es la productividad atribuida a los sajones. En una de las discusiones, señala don Teodoro al referirse a la mano de obra americana:
Yo la utilizo como máquinas, como bestias de carga (…) Son una fuerza valiosa. Unos caballos inmejorables. Ellos no se enferman nunca, no se les muere nadie, no dejan de trabajar el lunes, no conocen más días festivos que los que uno quiere darles, no hablan, sobre todo no hablan. Y qué manera de trabajar. Cada uno vale por dos de los nuestros, en cantidad y en calidad.[19]
La cita es transparente: el padre de Julio necesita contar con acceso ilimitado a cuerpos dóciles y la práctica laboral de su empresa así lo demuestra.
Retomar la cita de Mr. Crissey con respecto a la domesticación del espacio permite evidenciar lo mucho que se parecen Teodoro y él a la hora de ejercer poder, haciendo valer su puesto en la jerarquía social, pues ese mundo sajonizado en el que se mueven también se basa en la división entre oligarcas y trabajadores. No se trata de una utopía social igualitaria y un episodio particular lo expone con claridad. Me refiero al estallido de una huelga en la fábrica de chocolates, en la que la mayoría de los trabajadores son estadounidenses. Dada la cita textual del parlamento de Teodoro, la protesta no sorprende. Curiosamente, este es incapaz de reaccionar y está a punto de ceder, cuando Mr. Crissey, el estereotípico hombre de acción, toma el control de la situación cual capataz de bananera apelando a su autoridad inherente, es decir, a su presencia física y su poder ante sus propios conciudadanos.[20]
Seguir el juego de ese errado planteamiento de superioridad racial hasta sus últimas consecuencias es una reducción al absurdo que lleva a la autodestrucción y la novela, tal vez a pesar de sí misma, lo ejemplifica. En El problema se establece muy claramente la jerarquía social patriarcal: en primer lugar, los empresarios sajones, después los oligarcas latinos de ascendencia española, luego los trabajadores sajones y de último, los trabajadores latinos. No está de más indicar que, según la ficción, los grupos indígenas se extinguieron durante la conquista y colonización de la región.[21] Siguiendo las coordenadas deterministas de la novela, los trabajadores latinos ya han desaparecido y ha llegado el turno de la supuestamente superior clase alta blanca latina. El matrimonio de sus mujeres con los hombres sajones es la estrategia de sobrevivencia que paradójicamente marca la desaparición paulatina de la sangre menos deseada, es decir, la latina.
Esa lectura determinista explica el éxito del matrimonio de Mr. Crissey y Emma, así como el suicidio de Julio que marca el punto final de la novela. El tío Tomás se casó con una estadounidense y su hija Emma, a su vez, se casa con un estadounidense; en otras palabras, los hijos de ese matrimonio serán ¾ sajones. Julio, quien inicialmente estaba comprometido con Margarita, una costarricense expatriada en París y que se describe como una mujer inferior, paulatinamente se olvida de ella y se enamora de su prima. Leyendo entre líneas podríamos especular que el padre solicita el regreso de Julio para provocar la ruptura del enlace matrimonial con Margarita.[22]
Al respecto de las uniones como puente para solidificar fortunas y simbolizar el futuro de las naciones alegóricamente, es importante señalar que, en la jerarquía ya mencionada, las mujeres ocupan el lugar más bajo porque no se consideran parte de la cadena más que por su capacidad de reproducción. Asimismo, dentro de dicha categoría se siguen las mismas reglas de orden: Emma, considerada menos delicada por su comportamiento y contextura está en una posición superior que Margarita, la prometida expatriada de Julio, pues esta última encarna los valores latinos con mayor intensidad, es decir, una sensibilidad exacerbada y una incapacidad racional que la infantiliza.
En función de dicha escala, no es de extrañar que el objeto afectivo de Julio cambie una vez llegado a San Rafael y a su hogar de infancia. Con Margarita, en París, Julio hacía recorridos imaginarios de esa selva que marcó su niñez, pero con Emma esa virtualidad desaparece. Con ella sí puede hacer esas caminatas, son reales. Se descarta la nostalgia por el espacio lejano y el deseo se abre camino mientras Julio enseña los secretos de su infancia a su prima: es su cascada, su bosque, etc. El cuerpo de Julio se extiende nostálgicamente hacia el paisaje y se fusiona con este.Sin embargo, esa poderosa seducción que Emma ejerce sobre Julio no puede competir con la autoridad de Mr. Crissey. Emma, responde al más fuerte, Julio se suicida y el peor temor de Margarita se materializa: la soltería.
En suma, la reproducción social de la pareja “latina” es imposible y, como señalé anteriormente, se diluye en la sangre sajona. La esperanza cifrada en Julio está condenada desde el principio. Su final trágico fragmenta el proyecto nacional, en vez de reforzarlo. Como indica el crítico Stephen Leopold al respecto de las novelas fundacionales latinoamericanas del siglo xix, estos desenlaces, “en vez del happy ending, enfocan la pérdida dolorosa de un personaje principal inconmensurable con el proyecto homogenizador de la nación postcolonial”.[23]
A diferencia de Soto Hall, la carrera de Gagini (1865-1925) como literato, educador y lingüista se desarrolló únicamente en Costa Rica. Identificado plenamente con los objetivos liberales y miembro de la generación del Olimpo, trabajó ampliamente en el sector educativo en Costa Rica.[24] Justamente ese sector fue uno en los que más se evidenció la lucha por el poder después de la corta dictadura de los hermanos Tinoco entre 1918 y 1919,[25] en la cual Gagini tuvo un rol menor como director de la Escuela Normal, punto que retomo más adelante por el contexto de publicación de la novela en 1920.
Como señalé anteriormente, La caída del águila se plantea como una recreación de la Campaña Nacional de 1856-1857, pues Carlos Gagini se basa en las amenazas de la colonización de Walker y la campaña por la liberación centroamericana. Gagini apela a dicha campaña militar, por ser piedra fundacional del proyecto nacional costarricense trazado por la élite liberal e impulsado a partir de 1880.[26] En la novela, la relación es directa: el narrador indica que Centroamérica ha sido anexada a los Estados Unidos[27] y que se ha abierto el canal interoceánico vía Nicaragua. Los colonizadores sustituyen los monumentos costarricenses en conmemoración de la gesta de 1856 por dos estatuas: una para el líder de los filibusteros y otra para el presidente estadounidense Wilson.[28] Además, el protagonista Roberto Mora resulta ser nieto del héroe costarricense Juan Rafael Mora Porras, quien lideró el esfuerzo centroamericano durante la intervención de Walker. En esta ocasión, los aliados no son únicamente centroamericanos, sino también miembros de casas reales y familias poderosas, así como ciudadanos de otras naciones que lideran la organización llamada Los caballeros de la libertad.[29]
Ante la violación de la soberanía, Roberto Mora despliega una estrategia militar basada en el poder de la invisibilidad, en resultar camaleónico. Dicha táctica motiva incluso su forma de relacionarse con la “raza sajona”, es decir, con aquellos que desprecian a la “raza latina”. Funciona, eso sí, únicamente porque su fenotipo es caucásico y, por tanto, presenta una idealizada depuración racial de la sociedad centroamericana. El narrador describe de la siguiente manera a Roberto: “Ante ellos estaba de pie un joven de melena rubia y ensortijada, ojos azules, cuerpo esbelto y alto”.[30] Gracias a su apariencia, Roberto estudió sin ser detectado como latino en el extranjero y con los conocimientos adquiridos ha creado submarinos híper potentes que cargan un explosivo especial, aeroplanos y barcos que cuentan con mecanismos de camuflaje, así como pantallas que confunden la visión. Todo ello forma parte de un arsenal que le guiña el ojo a Julio Verne, para hacer patente que la “raza latina” sí es capaz de competir y liderar e incluso superar a la “raza sajona”.
En ese futuro muy diferente al planteado en El problema, la “raza latina” también se reivindica en el plano alegórico amoroso. Al igual que en la novela de Soto Hall, se presenta un trío amoroso. En este caso, gana Roberto y este señala al final de la novela que, si la humanidad se puede redimir, lo será por “la energía y el amor de las almas superiores”,[31] haciendo alusión a la de Fanny y a la suya. Sin mayor contexto, se podría interpretar como un voto de equidad entre ambas razas y géneros, pero no es así pues Fanny simboliza el sometimiento de los Estados Unidos. Se ha quedado huérfana, no puede volver a su patria y su prometido se suicidó. Como antecedente, ella había sido cortejada por Roberto en el pasado, pero cuando este le reveló su ascendencia racial, ella lo rechazó. El reencuentro se produce años después, cuando los legionarios interceptan el barco en el que viajan ella, su prometido y su padre. Es de admitir que resulta altamente problemático que Fanny, después ser secuestrada y ver ante sus ojos la destrucción de su país, de repente vuelque su corazón hacia su victimizador; sin embargo, eso es lo que la novela plantea, pues se trata de un personaje tipo, sin mayor profundidad psicológica, cuya función consiste en ser objeto de deseo.
Roberto representa una nueva manera de ser “latino”, una que conjuga el dominio de la ciencia y la tecnología, el emprendedurismo asociado con la “raza sajona”, así como los valores distintivos de la “raza latina” según el esquema del pensador uruguayo José Enrique Rodó, a saber, la ética, la estética, la espiritualidad y la subjetividad.[32] Por eso, si bien está al mando de un ataque global para eliminar el imperialismo de los Estados Unidos, Mora se preocupa por no causar muertes innecesarias, así como por reconocer la valentía de su oponente y luchar por la libertad de los pueblos oprimidos. Señala el protagonista: “Nosotros queremos acabar con todo eso: que no haya opresores ni oprimidos, ni explotadores ni explotados, y que un modesto bienestar reine en todos los hogares de la tierra y haga sentir a sus habitantes la alegría de vivir”.[33]
Sin embargo, esa filosofía igualitaria no se refleja en la organización que él lidera y todavía menos en la base militar, a saber, la intervenida isla del Coco, un lugar ahistórico y virgen en el imaginario costarricense, perfecto para la utopía. En uno de los primeros encuentros de Mora con sus prisioneros en la isla, les dice: “nuestros pescadores nos traen diariamente ostras y gran variedad de pescados, nuestra vacada nos suministra leche, quesos y mantequilla y la huerta toda clase de verduras y delicadas frutas”.[34] Es el ejemplo de la vida campesina idílica del hacendado que se complementa con la dedicación a la música y la lectura de los legionarios en sus ratos libres. Además, los interiores de los submarinos revelan un lujo sin igual: “Imposible era hallar ni aun en los más suntuosos transatlánticos lujo parecido. Preciados muebles, alfombras persas, lunas de Venecia, columnas doradas, selecta biblioteca y cuantas comodidades pueda acumular en su yate un rumboso archimillonario”.[35] Se combina el pasado idílico con las ansias de consumo de la élite costarricense desde el siglo xix.[36] Si ni para Rodó ni para los modernistas el ascetismo no es sinónimo de virtud,[37] tampoco lo es para Roberto Mora.
Asimismo, la jerarquía de la liga es muy clara: los miembros cuyas voces sí escuchamos son las de multimillonarios como Roberto, el hondureño Francisco Valle o el conde Von Stein y la única excepción a esta regla es Amaru, el japonés. Además, en la isla, pululan los personajes secundarios cuya única función es servir a los legionarios. El único a quien se le asigna un nombre es Jiso, un empleado filipino, y esta deferencia resulta paradójica pues se le llama la atención por un error que desata la ira de Roberto.[38] Aprovecho para recalcar que, como ya vimos, en El problema también se nombra únicamente al subalterno que se equivoca. Tampoco hay representantes de las colonias europeas en Asia o África, de los pueblos indígenas o comunidades afroamericanas en la liga. Explícitamente Manuel Delgado, el representante salvadoreño de la liga, hace referencia a la fuerte población indígena de El Salvador,[39] pero su importancia no se traslada a la trama, ni siquiera a través de Delgado mismo, quien si acaso podría calificar como mestizo dado su “rostro moreno”.[40] Además, en un momento dado, Roberto lanza una perorata sobre la exterminación de los pueblos nativos por culpa de los españoles y los colonos ingleses particularmente ilustradora por la ironía involuntaria que encierra: “Si yo me siento feliz de vivir en una choza miserable, casi desnudo y alimentándome de frutas ¿por qué ha de venir un vecino, valido de la fuerza, a incendiar mi rancho, a obligarme a vestir decentemente, y a alimentarme de carne?”.[41] Los adverbios y el adjetivo subrayados por mí en la cita anterior evidencian su desprecio. En suma, la novela, si bien plantea el ideal de soberanía para todos los pueblos, no rompe con la homogeneidad racial que tanto anhelaban las élites latinoamericanas.[42] Se subraya así la ausencia de voz de los subalternos propia de la literatura de la “generación del Olimpo” costarricense.[43]
En definitiva, la sociabilidad tejida por Roberto Mora y sus legionarios dista de provocar ese movimiento de cambio hacia la igualdad. De cierta forma esto se explica por la imposibilidad de entablar un diálogo con miembros de otras clases sociales, con lo que el modernismo latinoamericano llamaba “muchedumbre”, pues solo pueden hablarse entre oligarcas. Al igual que en El problema, la ausencia de personajes costarricenses de otros estratos sociales es absoluta. Ni siquiera hay legionarios coterráneos en las filas de Los caballeros de la libertad. Roberto le da forma a su iniciativa liberadora a espaldas de la sociedad costarricense, así como de los movimientos de resistencia que cita al pasar. Por ejemplo, no hay conexión con la hostilidad apenas referenciada de obreros y artesanos en suelo costarricense,[44] tampoco se asocia con los movimientos de resistencia en contra de la anexión que supuestamente lo inspiraron a crear la liga y que surgieron en lugares como Puntarenas, Acajutla y Amapala.[45] El propio Mora indica que tres quintas partes de Centroamérica resistieron “con dignidad y entereza” la unión forzada.[46] Estos lugares no se vuelven a mencionar en la novela y ni el narrador ni Roberto explican qué fue lo que sucedió allí.
Priva el silencio y el desplazamiento paulatino hacia una problemática internacional en un plano abstracto y ahistórico.[47] El liderazgo de Roberto Mora en esta coalición internacional y su genio ingenieril refuerzan el deseo de marcar la superioridad de la elite costarricense ante la región, un rasgo identitario de larga data en Costa Rica, incluso desde tiempos de Mora Porras.[48] No se trata de una novela panhispánica, dado que no busca alianzas concretas con España o Suramérica; ni unionista, ya que no se alimenta del imaginario de la Patria Grande centroamericana. La ficción se vuelca sobre las potencias medias de Japón y Alemania[49] que, al igual que Centroamérica, se vieron afectadas por la política internacional de los Estados Unidos en esos años.
Por otra parte, llama la atención el desvanecimiento de rastros que permitirían identificar las problemáticas específicas de Costa Rica con respecto a los Estados Unidos. Este fenómeno sería menos evidente si los demás miembros de la liga no conectaran su participación en esta urdimbre bélica con la intervención directa de los Estados Unidos en sus respectivos países.[50] En el caso costarricense, la novela evita cualquier referencia a la United Fruit Company y su intervención en la política costarricense, así como toda alusión a la dictadura de los Tinoco y la política de no reconocimiento del gobierno estadounidense que explica parcialmente la corta vida[51] de dicha dictadura. Al respecto, es importante subrayar que esta llegó a su fin tan solo un año antes de la publicación de la novela.
Ese alejamiento con respecto a Costa Rica, tanto en términos de referentes históricos como de construcción de personajes, se torna más equívoco aún porque no se profundiza sobre los efectos de la dominación estadounidense en el tejido social, ni en la relación entre el héroe y el pueblo. Por una parte, está claro que se lucha por la recuperación de la soberanía, pero no cómo dicha liberación beneficiará concretamente a la sociedad en general, ni cómo representa los intereses de Costa Rica. Por otra, los lectores “vemos” al país únicamente a la luz de la mirada de Mr. Adams. La Costa Rica que nos describe este, tan solo unos días antes de su captura, calza paradójicamente con los ideales de modernidad que la Generación del Olimpo aspiraba a impulsar. El ministro se maravilla al ver a los saludables trabajadores desde el tren que lo lleva de Puntarenas, rebautizada “Sandpoint” a San José: “no individuos paliduchos y mugrientos roídos por la malaria y la miseria, sino trabajadores fornidos y de aspecto satisfecho”.[52] Las mejorías en vivienda y comunicación son extraordinarias. Cuando Mr. Adams y su comitiva visitan San José, se codean con una “multitud de criollos que se habían adaptado a las costumbres y habla yanquis y aceptado sin protesta la dominación extranjera”.[53]
Asimismo, la relación inexistente entre el pueblo costarricense y Roberto marca una gran diferencia con respecto a la modelación heroica del presidente Juan Rafael Mora Porras quien, como todo héroe, se representa siempre amado por sus seguidores, pero sobre todo por el pueblo. Esa desconexión supone una fisura importante en la calidad heroica del protagonista, pues los héroes políticos por definición necesitan una base que los ensalce y, en la novela, Roberto y sus legionarios no pertenecen a redes de resistencia propias de sus lugares de origen. De cierta forma, se plantean como benefactores apátridas.
Por otra parte, los patrones de sociabilidad de la Costa Rica anexada, es decir, puestos en marcha por influencia sajona, y de la isla del Coco coinciden en cuanto a cadenas de mando y disciplina, reinvención de la naturaleza en paisaje gracias a la tecnología, así como división social. La diferencia radica en que Mr. Adams se enfrenta, aunque sea indirectamente, a esa “masa” de artesanos. Roberto no tiene contrincantes u opositores en su campo de acción. Su espacio ideal, la isla del Coco, es justamente un lugar en donde ese enfrentamiento por el poder político y la gobernabilidad no existe, ya que su dominio no se cuestiona, simplemente se acepta. Definitivamente la apertura democrática no forma parte de esa nostalgia bucólica.
En suma, las novelas ilustran uno de los axiomas predilectos del pensamiento liberal: “América, como espacio sin historia, mundo nuevo, fuera del alcance de la civilización”.[54] Toma sentido el mecanismo de los espacios ficticios, arquetípicos: New Charleston y San Rafael en El problema, la isla del Coco en La caída del águila. Estos se modelan en función de una nostalgia de zonas rurales casi vírgenes y que fueron la contrapartida ideológica de la modernización cosmopolita. Comparten, además, mecanismos literarios similares para deshistorizar los espacios. Por ejemplo, la mirada de un forastero transmite al lector las transformaciones de los espacios: Mr. Adams en La caída del águila y Julio Escalante en El problema. Al no situar al espectador en el torbellino de la transformación, se obvian entonces las explicaciones sobre cómo se llegó al punto de la anexión en las dos novelas y eso previene herir susceptibilidades políticas de sus respectivas contemporaneidades. Además, no se explica cómo se dio la transformación de los espacios, solo se presenta, es decir, no se alude a los brazos responsables del esfuerzo físico.
Sin el lastre de la historia, Sandpoint y San José en la Costa Rica de La caída del águila, como las ciudades de New Charleston y San Rafael en El problema se modelan como espacios ideales, exóticos que representan la utopía de una modernidad tropical, cuyo mayor símbolo es el ferrocarril y las posibilidades de integración territorial que supone. Ahora bien, paradójicamente, más allá de la formalización de la anexión, esta cumple a cabalidad con los anhelos desarrollistas liberales y el modelo no se rebate. De hecho, en La caída del águila, los espacios de sociabilidad que comparten los legionarios liderados por Roberto Mora no se diferencian de la Costa Rica “civilizada” por los Estados Unidos. No se trata, por tanto, de una discordia de corte socioeconómico, sino de orden social y racial.
Dicha jerarquía implica, en ambos textos, que los protagonistas pertenecientes a la oligarquía emplean una servidumbre extranjera. En El problema, la mano de obra de la fábrica de chocolate es estadounidense y en La caída del águila, todos los miembros de la liga y los trabajadores a su servicio también son foráneos. Esa imposibilidad de integrar personajes latinos de clases sociales más bajas apunta, como diría la crítica Graciela Montaldo,[55] a la “sensibilidad amenazada” de la elite latinoamericana de fin de siglo. Se invisibiliza, por tanto, las representaciones populares, la “masa” latina y, por supuesto, las comunidades indígenas. En ese sentido, al comparar a los protagonistas de las novelas, resulta más verosímil la posición testimonial de Julio Escalante que la heroica de Roberto Mora, dado que este pretende ser el salvador de una sociedad “latina” con la que no ha mantenido nexos.
En definitiva, si bien La caída del águila invierte los términos de la resolución de El problema, no se trata de una reescritura subversiva. Ambas se basan en la misma lógica y, por tanto, giran alrededor de un grupo específico: la elite. Las dos exploran futuros alternativos, abstractos, abundantes en paradojas y nostalgias de un pasado señorial que nunca sucedió. Releerlas y contrastarlas nos permite preguntarnos si esos futuros que nos imaginamos son realmente distintos a nuestro presente, si no se basan en pasados imposibles.
La publicación de la novela El problema levantó cierta polémica en el ámbito costarricense durante los meses de setiembre y octubre de 1899.[56] Hubo quienes la interpretaron como una advertencia ante el empuje estadounidense en América Latina, otros más bien la consideraron ofensiva por representar la aniquilación de la raza latina. Más allá de las posiciones encontradas, señala Molina que paradójicamente quienes estaban más comprometidos con el proceso de invención de la nación costarricense en la esfera pública no se pronunciaron sobre la novela.[57] En términos concretos eso significa que, por ejemplo, Ricardo Fernández Guardia y Carlos Gagini, protagonistas de la primera parte de la polémica sobre literatura nacional de 1894, no se sumaron al debate sobre El problema en 1899. Además, en la segunda etapa de la polémica sobre literatura acaecida a lo largo del año siguiente, con motivo de la publicación de El moto (1900) de Joaquín García Monge, no se retomó el polvorín provocado por El problema, con respecto al futuro de Costa y Rica y Centroamérica en general, apenas unos meses antes.[58] El prejuicio contra la lectura de novelas, la hipótesis de corte literario de Molina, no parece ser entonces la explicación al silencio de los miembros más destacados de la Generación del Olimpo.[59] Tal vez privó el hecho de que Soto Hall fuera guatemalteco y, por tanto, se excluyó automáticamente su novela por no ser nacional.
Más allá de la recepción por parte de sus contemporáneos, a final de cuentas, el mayor acierto de El problema es su ambigüedad. Como indica la crítica Ana Patricia Rodríguez, el punto de vista desde el cual se presenta la novela es justamente el de las elites intelectuales nacionalistas que se beneficiaron con la entrada del imperialismo en Centroamérica.[60] En ese sentido, la hoja de vida de Máximo Soto Hall ilustra esas contradicciones, pues inmediatamente después de la publicación de la novela se convirtió en acérrimo colaborador de la emergente dictadura de Estrada Cabrera en Guatemala y durante esta el poder económico de la United Fruit Company en dicho país creció exponencialmente.[61]
Después de que la polémica de su publicación se apagara, la novela se relegó y no es sino hasta fines del siglo xx que volvió a cobrar notoriedad. El convulso contexto político centroamericano de los años ochenta y noventa impulsó las relecturas en Costa Rica, pues la presión de los Estados Unidos sobre Costa Rica aumentaba en función de la intensidad de las guerras civiles en los países vecinos.[62] La novela se calificó como antiimperialista y eso provocó una segunda polémica que tuvo lugar en revistas académicas y dejó un legado importante. No solo dio paso a las primeras lecturas críticas de la novela por parte de estudiosos como Álvaro Quesada Soto y Juan Durán Luzio, sino que también motivó la segunda edición de la novela en Costa Rica en 1992.[63]
En cuanto a la obra de Carlos Gagini, según el crítico Álvaro Quesada Soto, esta vocaliza la oposición al imperialismo a principios del siglo xx, en Costa Rica.[64] Sin embargo, en contraste con El problema, ante la publicación de la novela no hubo respuesta.[65] Podría atribuirse la ausencia de recepción en los medios al modelo comercial de la prensa que ya se había impuesto para 1920, debido a la consolidación del mercado interno. Ese giro implica que la opinión es reemplazada por la noticia y los periódicos cortan la posibilidad de armar discusiones personales y cobra más fuerza la seccionalización del periódico.[66] Simultáneamente, las pujantes revistas literarias de principio de siglo empiezan a desaparecer.[67] Tal vez, desde ese punto de vista, no hubo espacio donde plasmar un debate literario; sin embargo, es difícil concluir si realmente no hubo recepción por el acceso limitado a los periódicos de esa época o si se trata de un caso de censura silenciosa como sugiere al pasar Carlos Jinesta. [68]
Tomando en cuenta la necesidad de sanar las heridas causadas por la dictadura de los hermanos Tinoco, paradójicamente un debate sobre el texto habría hecho de Gagini un blanco fácil, dada su asociación con la dictadura. Posiblemente el haber sido nombrado como director de la Escuela Normal durante la dictadura, es decir, el haber formado parte del grupo de intelectuales que acuerpó a los Tinoco, ameritaba distancia por la conexión entre la dictadura y los intereses de las transnacionales estadounidenses.[69] De iniciarse una discusión, la participación de otros intelectuales en dicha dictadura, tales como Cleto González Víquez y Roberto Brenes Mesén, líderes de la generación del Repertorio Americano,[70] también habría sido puesta en evidencia.
Otra posible explicación para la recepción inexistente es el contexto político internacional. Dadas las relaciones entre los Estados Unidos y Centroamérica en ese momento, probablemente la trama en sí no apeló a la sensibilidad de los lectores. Cuando se publicó El problema era perfectamente plausible pensar en una futura colonización americana. Mal que bien el experimento de los Estados Unidos con Puerto Rico recién había empezado. Sin embargo, muy pronto se enturbió la situación política del territorio anexado. El dilema sobre la liminalidad política de Puerto Rico se explica por la amenaza de razas foráneas y sus costumbres que podrían introducir la anarquía en la unidad nacional de los Estados Unidos y, peor aún, una colonización autoinducida.[71] Definitivamente, ya para 1920, el año de publicación de La caída del águila, los Estados Unidos habían cambiado radicalmente de estrategia política, la colonización de nuevos territorios ya no era una opción.
Por otra parte, como ya lo vimos, La caída del águila no promulga una tesis socioeconómica ante el embate estadounidense, sino una más bien de orden jerárquico racial. La novela se aleja claramente de los parámetros de integración racial del movimiento unionista, antiimperialista y pacifista que recorre América Latina a partir de los años veinte,[72] al cual resulta más cercana la segunda generación literaria costarricense. De hecho, la distancia ideológica entre Gagini y dicho movimiento es tan grande que la investigadora Teresa García Giráldez no incluye las novelas El árbol enfermo y La caída del águila de Gagini en el cuadro sobre textos antiimperialistas centroamericanos y caribeños de la época que publicó hace una década.[73] En otras palabras, La caída del águila efectivamente articula una oposición a las políticas imperialistas de los Estados Unidos; sin embargo, se trata de una visión antiimperialista que ha sido desplazada por nuevas corrientes de pensamiento cuando se publica el texto.
Este breve repaso por la recepción de El problema de Soto Hall y La caída del águila demuestra que ambas novelas no han sido fácilmente incorporadas en la historiografía literaria costarricense y tampoco han sido abrazadas por la sociedad como, por ejemplo, sí lo ha sido la novela Mamita Yunai (1941) de Carlos Luis Fallas. Sin embargo, se le presenta a la sociedad costarricense y al público interesado una reedición anotada conjunta, en el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia de Costa Rica.
El propósito de esta reedición es motivar la reflexión sobre los futuros que nos imaginamos para Costa Rica y la región centroamericana. Estas dos novelas, publicadas hace ya más de un siglo, exploraron dos vías que, independientemente de que no se concretaran, nos transmiten una manera de pensar, de imaginarse un futuro distinto. Son parte de nuestro archivo cultural, de nuestra memoria. Leerlas con atención nos permite preguntarnos con más claridad qué queremos y qué tanto ha cambiado nuestra perspectiva de lo que significa un mundo mejor. Se parte del convencimiento de que la literatura es un laboratorio en el cual se ensayan nuevas configuraciones y, por tanto, leer estas novelas nos facilita un punto de partida para la discusión sobre nuestro futuro como sociedad.
En ese sentido, pensando en un público general amplio, esta edición anotada busca facilitar la lectura de las novelas. Se trata de textos cuyo vocabulario no es de uso frecuente y cuyos referentes intertextuales y contextuales están anclados a una realidad ya lejana a nuestro siglo xxi. Por tanto, para fomentar la lectura y la ubicación historiográfica de los textos, esta edición se acompaña de un estudio introductorio, un aparato de notas y un glosario. Con el afán de ser coherente con la necesidad de sintonizar con las generaciones más nuevas, conté con el apoyo de Meylin Quesada Chavarría, Jesús Sánchez Hernández y Guadalupe Vargas Díaz, profesionales en filología recientemente graduados y cuyo espíritu crítico nutrió sustancialmente la confección de estos materiales.
Dover, febrero del 2021.
[1] Una primera versión de este estudio con el título epónimo “De pasados señoriales idílicos y sueños modernizantes, las propuestas futuristas de Máximo Soto Hall y Carlos Gagini” se publicó en el número 53 del Boletín AFEHC. Ese número fue editado por los historiadores Ronny Viales e Iván Molina y publicado en junio del 2012. Desafortunadamente la revista electrónica ha sido descontinuada y ya no es posible acceder al artículo. Este era el enlace correspondiente: http://www.afehc-historia-centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=3089
[2] En 1854, el Partido Liberal de Nicaragua pidió el apoyo del mercenario William Walker, para derrocar al gobierno del Partido Conservador. El filibustero, apoyado por la élite nicaragüense que cifraba esperanzas de modernización gracias a su intervención, se invistió como Presidente. Su intención era anexar Centroamérica al sur esclavista de los Estados Unidos. Desde Costa Rica, el presidente Juan Rafael Mora Porras señaló la importancia de una coalición centroamericana. Intervino decisivamente y movilizó rápidamente a sus tropas. La alianza derrotó al filibustero y agente del Destino Manifiesto William Walker, con lo cual se frustró el avance de su imperio esclavista. Consultar Víctor H. Acuña Ortega, Memorias comparadas: Las versiones de la guerra contra los filibusteros en Nicaragua, Costa Rica y Estados Unidos (Siglos xix-xxi) (Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, 2008); Michel Gobat, Confronting the American Dream: Nicaragua Under U.S. Imperial Rule (Duke University Press, 2005).
[3] Margarita Rojas, “El centroamericano errante: nacionalismo y modernismo en la época liberal”, en Revista de Historia 24 (1991), pp. 9-20.
[4] Para una mayor contextualización de la obra de Soto Hall, consultar el artículo de Iván Molina Jiménez, “La polémica de El problema (1899) de Máximo Soto Hall”, en Revista Mexicana del Caribe 12 (2001), pp. 147-187.
[5] Máximo Soto Hall, El problema, p. 16.
[6] Independientemente del desconocimiento de la geografía del istmo y la descontextualización que atraviesa a la novela que señala Molina en “La polémica de El problema”; el que David Vela y Seymour Menton coincidan erróneamente en situar la trama en Nicaragua es significativo (Molina, “La polémica de El problema”, p. 171). La explicación reside en la importancia del canal interoceánico para ese país y los ecos de la historia nicaragüense en la novela, factores que posiblemente llevan a Teresa García, a señalar que el “sujeto” de El problema, no puede ser otro sino Nicaragua; Teresa García Giráldez, “La dicotomía imperialismo-antiimperialismo en las redes intelectuales unionistas centroamericanas (1890-1930)”, en Marta Casaús Arzú, editora, El lenguaje de los ismos: Algunos conceptos de la modernidad en América Latina (F&G Editores, 2010), pp. 271-273.
[7] Soto Hall, El problema, p. 91.
[8] Soto Hall, El problema, p. 6.
[9] Ana Patricia Rodríguez, Dividing the Isthmus: Central American transnational histories, literatures, and cultures, 1st (University of Texas Press, 2009), p. 36. La traducción en todos los casos es mía.
[10] Soto Hall, El problema, p. 71.
[11] Soto Hall, El problema, p. 23.
[12] Soto Hall, El problema, p. 23. De esta manera la novela plantea una situación histórica, pues desde 1850 esa penetración cultural europeizante modelaba a la sociedad de forma desigual. Ver Iván Molina Jiménez, “Deliciosos y revolucionarios: quesos de Holanda y jamones de Westfalia”, en Iván Molina Jiménez y Steven Palmer, editores, Héroes al gusto y libros de moda: Sociedad y cambio cultural en Costa Rica (1750-1900) (Editorial Porvenir; Plumsock Mesoamerican Studies, 1992), pp. 207-211.
[13] Soto Hall, El problema, p. 63.
[14] Soto Hall, El problema, p. 22.
[15] Soto Hall, El problema, p. 66.
[16] Soto Hall, El problema, p. 45.
[17] Soto Hall, El problema, p. 8.
[18] Soto Hall, El problema, p. 24.
[19] Soto Hall, El problema, p. 17.
[20] Soto Hall, El problema, pp. 80-81.
[21] Costa Rica, para fines del siglo xix, había logrado promocionarse como nación homogénea y blanca. Tan exitosa había resultado la campaña costarricense que, en la novela Edmundo (1896) del guatemalteco José Beteta, el protagonista se marcha de Guatemala y se asienta en Costa Rica y, en la última escena, se describe al protagonista en un ambiente paradisíaco y, sobre sus rodillas, juega un bebé de cabellos rubios. Ver Steven Palmer, “Racismo intelectual en Costa Rica y Guatemala, 1870-1920”, en Mesoamérica 17: 31 (1996), p. 108.
[22] Don Teodoro llamó a Julio, su hijo, para que volviera a Costa Rica por razones desconocidas para los lectores. Solo sabemos que sería solo una interrupción en su carrera de medicina y su vida en París, en donde lo espera su prometida Margarita. Soto Hall, El problema, p. 38.
[23] Stephan Leopold, “Entre nation-building y Trauerarbeit. Asimilación, melancolía y tiempo mesiánico en María de Jorge Isaacs”, en Robert Folger y Stephan Leopold, editores, Escribiendo la independencia: Perspectiva postcoloniales sobre la literatura hispanoamericana del siglo xix (Iberoamericana; Vervuert, 2010), p. 212.
[24] María E. Acuña Montoya, “Carlos Gagini su vida y su obra en el contexto hispanoamericano” (Tesis de Maestría en Literatura, Universidad de Costa Rica, 1984).
[25] Astrid Fischel Volio, “La educación costarricense entre el liberalismo y el intervencionismo”, en Jorge M. Salazar Mora, editor, Historia de la educación costarricense (Editorial Universidad Estatal a Distancia; Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2003), pp. 75-77.
[26] Steven Palmer, “Sociedad anónima, cultura oficial: inventando la nación en Costa Rica (1848-1900)”, en Iván Molina Jiménez y Steven Palmer, editores, Héroes al gusto y libros de moda: sociedad y cambio cultural en Costa Rica (1750-1900) (Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2004), pp. 261-312.
[27] A pesar de que ya se había inaugurado el Canal de Panamá, el fantasma del canal interoceánico seguía rondando en el imaginario colectivo. En la novela de Máximo Soto Hall, La sombra de la Casa Blanca (1927), el protagonista intenta impedir que Nicaragua otorgue dicha obra en concesión a los Estados Unidos, lo cual demuestra lo amenazante de su construcción. Con respecto a las novelas y textos en general sobre la temática del canal y el río San Juan, consultar los artículos pioneros de Sophie Esch. Véase Sophie S. Esch, “Fantasmas del canal, frontera y el poeta en la orilla del río: La constitución del espacio río San Juan en los textos literarios Rápido tránsito, Trágame tierra, Waslala y Al otro lado del San Juan”, en Istmo: Revista Virtual de Estudios Literarios y Culturales Centroamericanos 17 (2008); y Sophie S. Esch, “Travelers and Littérateurs at the Banks of the San Juan River: Intertextual Fluxion and the Desire for Universality (in Texts by Ephraim G. Squier, Mark Twain, José Coronel Urtecho y Gioconda Belli)”, en Ciberletras 21 (2009) [http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v21/esch.htm].
[28] Carlos Gagini, La caída del águila, p. 222.
[29] Los caballeros de la libertad, el grupo liderado por Mora, está conformado por un un alemán, un hondureño, un salvadoreño, un mexicano y un japonés.
[30] Gagini, La caída del águila, p. 121.
[31] Gagini, La caída del águila, p. 235.
[32] N. Miller, Reinventing Modernity in Latin America: Intellectuals Imagine the Future, 1900-1930 (Palgrave Macmillan, 2007), p. 47.
[33] Gagini, La caída del águila, p. 185.
[34] Gagini, La caída del águila, p. 153.
[35] Gagini, La caída del águila, p. 190.
[36] Molina Jiménez, “Deliciosos y revolucionarios”, pp. 207-211.
[37] Miller, Reinventing Modernity.
[38] Gagini, La caída del águila, p. 174.
[39] Gagini, La caída del águila, p. 138.
[40] Gagini, La caída del águila, p. 131. En el caso de Gagini, negar la sobrevivencia de los pueblos indígenas supone una aparente contradicción, dados sus aportes al estudio de las lenguas indígenas en territorio costarricense. La paradoja se explica al tomar en cuenta que disciplinas como la arqueología, la antropología, la lingüística y la filología, nacieron como parte de los procesos de construcción nacional en América Latina. A la hora de modelar dichos procesos, por una parte se idealizaba el pasado indígena como fuente de orgullo patrio y, por otra, se reducía a su mínima expresión a las culturas indígenas contemporáneas, Gustavo Verdesio, “An Amnesic Nation: The Erasure of Indigenous Pasts by Uruguayan Expert Knowledges”, en Sara Castro-Klarén y John C. Chasteen, editores, Beyond Imagined Communities: Reading and Writing the Nation in Nineteenth-Century Latin America