El profeta - Khalil Gibran - E-Book

El profeta E-Book

Khalil Gibran

0,0
0,50 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Pocos libros poseen al mismo tiempo una profundidad, una frescura y una poesía comparables a las de "El profeta", de Khalil Gibran, publicado en 1923. 
Gibran trata de impulsar al lector a cambiar su forma de vida basándose principalmente en llevarla de una forma equilibrada con respecto a la divinidad y la paz interior. Para Gibran los obstáculos y vicisitudes del mundo son solo pruebas que permiten al hombre evolucionar y avanzar por el camino hacia la purificación, así nos demuestra que el mundo será mejor cuando los hombres sean capaces de acercarse y convivir.
"El profeta" se nos ofrece como una revelación sobre la verdad de la vida en este mundo. Con estilo sencillo, de estructura dialógica y cierto sentido de parábola, el autor, imbuido de su papel de profeta, nos alecciona sobre el amor, el matrimonio, los hijos, el trabajo, el bien, el mal…, la muerte. Cada capítulo del libro se resuelve en una serena meditación de intención utilitaria.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Tabla de contenidos

EL PROFETA

El profeta

Del amor

Del matrimonio

De los hijos

De las dádivas

De la comida y de la bebida

Del trabajo

De la alegría y de la tristeza

De las casas

De la vestimenta

De la compra y de la venta

Del crimen y del castigo

De las leyes

De la libertad

De la razón y de la pasión

Del dolor

Del conocimiento de uno mismo

De la enseñanza

De la amistad

De la conversación

Del tiempo

Del bien y del mal

De la oración

Del placer

De la belleza

De la religión

De la muerte

Despedida

EL PROFETA

Khalil Gibran

El profeta

Almustafá, el elegido, el bienamado, aurora de su propio día, había aguardado durante doce años en la ciudad de Orfalís el regreso del barco que debía devolverlo a la isla que lo vio nacer.

Y en el duodécimo año, el séptimo día de Ailul, mes de las cosechas, subió a la colina que se alzaba junto a los muros de la ciudad, y miró el mar: y divisó su barco surgiendo entre la bruma.

Se abrieron entonces de par en par las puertas de su corazón, y dejó volar su júbilo sobre el mar, a lo lejos. Y cerrando los ojos, meditó en el silencio de su alma.

Pero cuando bajaba de la colina una honda tristeza se apoderó de él y pensó en su corazón: «¿Cómo podré marcharme en paz y sin pesar?… No… No podré abandonar esta ciudad sin un desgarrón en mi alma.

Muchos han sido los días del dolor que pasé entre sus muros y largas las noches de soledad infinita… ¿Quién puede separarse sin pena de su dolor y de su soledad?

Muchos fragmentos de espíritu he derramado yo en estas calles, y muchos son los hijos de mis anhelos que caminan desnudos entre estas colinas; ¿cómo alejarme de ellos sin agobio y sin aflicción?

No es una túnica lo que hoy me quito, es una piel lo que desgarro con mis propias manos.

Ni es un corazón suavizado por el hambre y por la sed.

Pero más no puedo detenerme.

El mar, que llama todo hacia su seno, me llama ahora a mí, y debo embarcarme.

Porque quedarse aquí, aunque las horas ardan en la noche, es helarse, cristalizarse, quedar preso en un molde.

Gustoso llevaría conmigo todo cuanto hay aquí, pero ¿cómo llevármelo?

Una voz no puede llevarse consigo la lengua y los labios que le prestaron alas. Una voz debe buscar el éter.

Y sola, sin su nido, volará el águila desafiando al sol».

Cuando hubo llegado al pie de la colina, miró de nuevo al mar, vio su barco acercándose a puerto, y en la proa marineros, hombres de su propia tierra.

Y su alma desde el fondo les gritó:

«Hijos de mi antigua madre, jinetes de las mareas: ¡cuán a menudo habéis surcado mis sueños!

Y ahora venís en mi despertar, que es mi más profundo sueño.

Dispuesto estoy a partir, y mi impaciencia, con las velas desplegadas, sólo aguarda el viento.

Una vez más, la última, aspiraré una bocanada de este aire quieto, sólo una vez más miraré hacia atrás amorosamente.

Y luego estaré entre vosotros, navegante entre los navegantes.

Y tú, ancha mar, madre sin sueño, la única que eres paz y libertad para el arroyo y el río.

Permite un meandro más a esta corriente, un murmullo más a esta cañada; y luego iré a tu encuentro, como gota infinitesimal en un océano sin límites».

Y mientras caminaba veía a lo lejos a los hombres y mujeres dejar sus campos y sus viñas y dirigirse presurosos hacia las puertas de la ciudad.

Y oyó sus voces que lo llamaban por su nombre, y que a gritos, de un campo a otro, se participaban la llegada del barco.

Y se dijo a sí mismo:

«¿Será acaso el día de la partida el del encuentro?

¿Será mi crepúsculo en realidad mi aurora?

¿Y qué ofreceré yo a quien dejó su arado en la mitad del surco, o a quien detuvo la rueda de su lagar?

¿Se convertirá mi corazón en un árbol cargado de frutos que yo pueda recoger para regalárselos?

¿Manarán mis deseos como una fuente para que yo llene sus copas?

¿Seré un arpa bajo los dedos del Poderoso, o una flauta por la que fluya su aliento?

Buscador de silencios: eso es lo que soy; mas ¿he hallado acaso en los silencios un tesoro que pueda ofrecer sin desconfianza?

Si es este mi día de cosecha, ¿en qué campos sembré la semilla, y en qué olvidadas estaciones?

Si es esta, en verdad, la hora en que debo levantar mi antorcha, no será mi llama la que arderá en ella.

Vacía y oscura alzaré mi antorcha.

Y el guardián de la noche la llenará de aceite y la encenderá».

En palabras dijo estas cosas. Pero en su corazón quedó mucho sin decir. Ni él mismo podía expresar su secreto más profundo.

Y cuando entró en la ciudad, toda la gente fue a su encuentro y a gritos lo llamaban con voz unánime.

Y los ancianos de la ciudad se acercaron y dijeron:

«No nos abandones todavía.

Fuiste un mediodía en nuestro crepúsculo y tu juventud nos ha enseñado a soñar.

No eres extranjero entre nosotros; tampoco un huésped, sino nuestro hijo y nuestro bienamado.

Que no tengan que sufrir nuestros ojos hambre de tu rostro».

Y los sacerdotes y las sacerdotisas le dijeron:

«No permitas que las olas del mar nos separen, ni que los años que viviste entre nosotros se conviertan en recuerdo.

Como espíritu has caminado entre nosotros, y tu sombra fue luz sobre nuestros rostros.

Mucho te hemos amado, mas nuestro amor no tuvo palabras, y estuvo cubierto con velos.

Mas ahora clama en voz alta y se alza para revelarse ante ti.

Así ocurrió siempre: el amor no conoce su honda profundidad hasta el momento de la separación».

Y otros vinieron también a suplicarle. Mas él no respondió. Sólo se limitó a inclinar la cabeza y quienes estaban a su lado vieron rodar lágrimas por su pecho.

Y él, y la gente con él, se dirigió hacia la gran plaza, frente al templo.

Y del santuario salió una mujer llamada Almitra. Que era vidente.

Y él la miró con inefable ternura, porque fue la primera que lo buscó y creyó en él cuando apenas llevaba un día en la ciudad.

Y ella lo saludó diciendo:

«Profeta de Dios, buscador de infinitos; mucho tiempo has horadado la distancia en busca de tu barco; ahora tu barco es llegado, y te urge el partir.