El regreso del heredero - Janice Maynard - E-Book

El regreso del heredero E-Book

Janice Maynard

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Beschreibung

Deseo 2168 Pedirle a una ex que se convirtiera en su niñera era escandaloso… El multimillonario Wynn Oliver había tenido que hacerse cargo de la hija de su hermana. Necesitaba que su ex, Felicity Vance, se mudara con él y lo ayudara. Ella sabía muy bien lo que era crecer sin madre y lo conocía a él, por lo que a Wynn no le servía ninguna otra niñera. Debería ser algo tan sencillo como hacerle un favor a un viejo amigo, pero la tórrida atracción que hervía entre ellos lo convirtió en algo muy complicado. ¿Se interpondrían entre ellos una vez más los secretos que los habían separado quince años atrás?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Janice Maynard

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El regreso del heredero, n.º 2168 - febrero 2023

Título original: The Comeback Heir

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411414944

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Los entierros de noviembre eran los peores. El día era crudo y gris, con una gélida llovizna. A lo lejos, unas nubes bajas envolvían en un sudario las laderas de las montañas Great Smoky. Felicity Vance se arrebujó el abrigo y deseó haberse puesto pantalones. Mantenía la distancia del resto de los asistentes al sepelio.

Ver el ataúd, aun desde la distancia, había sido un golpe muy duro. Más aún lo había sido ver al hermano de la fallecida, Wynn Oliver. El hombre que había sido su mundo entero.

Lo estaba observando, a pesar de que lo único que podía ver desde atrás eran sus anchos hombros, elegantemente cubiertos por un abrigo de lana confeccionado a medida. Tenía la cabeza al descubierto, pero su cabello, oscuro y ondulado, parecía inmune a la pesada bruma.

Felicity sufría por él. A pesar de una sórdida infancia, o precisamente por ella, Wynn y su hermana habían estado siempre muy unidos. Shandy solo tenía veintinueve años… demasiado joven para morir. Un cáncer muy agresivo le había arrebatado la vida, dejando a su desconsolado hermano a cargo de su hija de diez meses.

Wynn y Felicity tenían cuatro años más. Y Felicity siempre había pensado que Shandy se convertiría en su cuñada.

Mientras la voz del pastor envolvía a los escasos asistentes, leyendo las palabras de consuelo de los salmos, Felicity se echó a temblar y apretó las manos enguantadas. Tal vez no debería haber acudido.

Había visto el anuncio del entierro en las redes sociales. Quince años atrás, Felicity se marchó del pequeño pueblo de Falcon’s Notch y, en aquellos momentos, vivía en Knoxville. Falcon’s Notch era un pueblo muy pequeño, tanto que los niños y jóvenes tenían que tomar un autobús para asistir a clase en la ciudad más cercana. Wynn y Felicity habían deseado ver mundo.

Apartó el pasado y se centró en el triste momento. La marquesina verde tenía como objetivo proporcionar refugio del sol o la lluvia a la familia del fallecido. Había diez sillas blancas, en dos filas de cinco, que se habían colocado sobre el irregular terreno. Las diez sillas estaban vacías. Wynn era el único pariente vivo. Permaneció de pie, firme y erguido, hasta que el pastor pronunció la última oración.

Entonces, en un gesto que rompió el corazón de Felicity, Wynn se arrodillo y dejó una rosa sobre el ataúd. Después volvió a ponerse de pie y dio un paso atrás mientras los empleados de la funeraria bajaban a Shandy al lugar en el que iba a descansar eternamente.

Los ojos de Felicity se llenaron de lágrimas. Tenía un nudo en la garganta. Aquel hermoso rincón de las montañas ocultaba tanto dolor… Pobreza endémica. Adicción. Esa última había sido la razón por la que Shandy nunca había conseguido escapar. Sin embargo, se había redimido limpiándose antes de que su hija naciera.

Y después…

El modesto grupo empezó a dispersarse. Algunos de ellos habían acudido, sin duda, por compasión y aflicción. Otros, solo por husmear. Muchos habrían ido solamente a ver al hijo más famoso de la comunidad. Un millonario que se había hecho a sí mismo. Tal vez multimillonario. Wynn Oliver era como una criatura mítica para todos.

Tras alcanzar el éxito, Wynn se había construido una casa en la boca del valle, sobre una ladera de las altas montañas cerca de los límites del parque nacional. Pocos la habían visto, pero los rumores de cómo era circulaban por todas partes.

En realidad, Wynn residía en Nueva York. Felicity se preguntó por qué había sentido la necesidad de establecer una segunda residencia.

Había estado mirando al suelo, pasando el peso de su cuerpo de un pie a otro para tratar de volver a sentir los dedos de los pies, cuando una voz profunda pronunció su nombre.

–¿Fliss?

Atónita, levantó la cabeza. Se reflejó en unos ojos que eran tan verdes como el musgo sobre el tronco de un olmo. El aliento se le heló en la garganta.

–Wynn… –susurró a duras penas.

–Te vi en la funeraria –dijo él con el ceño fruncido.

–Había muchas personas esperando para hablar contigo… decidí que yo sobraba –dijo. Se detuvo un instante para encontrar las palabras adecuadas–. Lo siento mucho, Wynn. Lo siento muchísimo. Shandy tenía toda la vida por delante. Es tan injusto…

Wynn sonrió débilmente.

–La vida es pocas veces justa. Pensaba que ya lo sabrías.

El sarcasmo que notó en su voz le dijo a Felicity que lo mejor sería marcharse, pero los pies no le obedecían. Parecía que no se iban a mover nunca.

Wynn le agarró el codo cuando notó que ella se echaba a temblar.

–Dios mío, estás helada –le dijo mirándole las piernas. El gesto hizo que Felicity sintiera una extraña sensación en el vientre–. Shandy no habría querido que te diera una hipotermia.

–Debería marcharme –replicó ella. A pesar de los años, había vuelto a experimentar la atracción de la arrogante sexualidad de Wynn.

–No. Tengo que hablar contigo. Vamos a mi casa. Ese SUV negro es mío. Después, te volveré a traer aquí para que recojas tu coche.

–¿Por qué tendría yo que hacer algo así? –le preguntó ella. En aquellos momentos, su propia voz sonó cortante y sarcástica.

La expresión de Wynn se volvió gélida. Sus ojos parecían esquirlas de cristal.

–Me lo debes, Fliss. Es importante.

Antes de que Felicity pudiera responder, Wynn se dio la vuelta. Se puso a charlar con otras personas que estaban esperando para presentarle sus respetos.

Wynn Oliver no podía obligarla a hacer nada. Lo único que Felicity tenía que hacer era meterse en el coche y marcharse. Sin embargo, un par de detalles se lo impedían. El primero, sentía curiosidad. El segundo, Wynn tenía razón. Estaba en deuda con él y llevaba quince años cargando con ese peso.

Se dirigió al lugar en el que estaban aparcados los vehículos. Como Wynn había prometido, las puertas del suyo no estaban bloqueadas. Felicity se montó y suspiró de alivio.

Quince minutos más tarde, se abrió la puerta del conductor y Wynn se deslizó en su asiento.

–Gracias por venir –dijo él–. No sabía que Shandy y tú seguíais siendo buenas amigas.

–Yo no lo describiría así –respondió Felicity–. Nos escribíamos tarjetas para felicitarnos la Navidad y, de vez en cuando, un correo electrónico. Recibí el anuncio del nacimiento de su hija y compartió su diagnóstico conmigo. La vi una vez en el hospital. Se mostraba muy valiente, pero sé que se preocupaba mucho por su bebé.

–De eso es de lo que quiero hablar contigo.

Wynn arrancó el coche. Su casa, a vuelo de pájaro, no estaba lejos del cementerio, pero las carreteras eran estrechas y con muchas curvas. Felicity se agarró a la manilla de la puerta mientras empezaban a ascender.

–Eres rico –musitó–. ¿Por qué no arreglas esto?

Wynn dio un volantazo para evitar un agujero aún mayor.

–El estado de la carretera desanima a los visitantes no deseados.

–Ah.

Por fin, llegaron a la verja de hierro. Wynn marcó un código de acceso y esperó a que la verja se abriera. Entonces, por fin, accedieron a un camino perfectamente pavimentado.

–Gracias a Dios –dijo Felicity–. Creo que me he roto un diente por el camino.

Wynn soltó una carcajada, que sonó oxidada, como si hiciera mucho tiempo que no se había reído.

–Siempre fuiste una listilla.

Felicity calló. No le gustaba hablar sobre el pasado. Prefería concentrarse en el presente.

Cuando la casa de Wynn apareció por fin, ella contuvo la respiración. Era magnífica. En un claro del bosque, la casa se erguía regia y majestuosa.

–Es preciosa, Wynn –dijo. Perfecta para un solitario sin remordimientos–. ¿Cómo diablos la puedes mantener limpia?

Wynn aparcó el vehículo y lo detuvo.

–Tengo un ama de llaves que viene dos veces al mes. Discreta e increíblemente eficaz.

–Me alegro por ti.

Salieron del vehículo a la vez. El viento era mucho más fuerte y la temperatura más baja. La lluvia había empezado a transformarse en aguanieve. Wynn le agarró del brazo cuando subieron las escaleras. Aunque a ella le resultó extraño, agradeció el gesto.

La casa estaba muy silenciosa. Wynn empezó a encender las luces mientras Felicity giraba sobre sí misma para verlo todo.

–Madre mía, Wynn… Esta casa es increíble.

Wynn se agachó delante de la chimenea.

–Gracias. Me gusta, aunque no estoy aquí tanto tiempo como había pensado cuando la construí –dijo. Encendió una cerilla. La madera y las astillas ya estaban preparadas y las llamas cobraron vida inmediatamente. Los leños más grandes no tardaron en prenderse y el calor llegó al sofá sobre el que Felicity se había apoyado.

Se quitó los zapatos húmedos y se sentó sobre el sofá, recogiéndose las piernas por debajo del cuerpo. Entonces, se cubrió con una manta roja. Wynn se había quitado el abrigo y ella podía ver perfectamente cómo los pantalones se le estiraban sobre los poderosos muslos y el trasero. Era un hombre imponente, en todos los sentidos.

Cuando por fin se puso de pie, Wynn se volvió para mirarla.

–¿Quieres un café? ¿Un chocolate caliente?

–Un chocolate caliente, por favor.

Wynn asintió. La expresión de su rostro era inescrutable.

–Vengo enseguida.

Veinte minutos más tarde, Wynn regresó con una enorme bandeja de madera, que colocó sobre la amplia otomana de cuero. Se había quitado la corbata y se había desabrochado un par de botones de la camisa.

El café que se había preparado para él era solo. Para Felicity, había preparado una taza de humeante chocolate caliente, coronado con nata montada.

–Está delicioso. Muchas gracias.

–No hay de qué –respondió él mientras se sentaba en otro sofá, en ángulo con respecto a ella–. ¿Has entrado ya en calor?

–Sí.

Felicity se centró en su chocolate. Su cuerpo vibraba de placer, un estúpido e imaginario placer. Felicity notaba que sus huesos, sus músculos, e incluso sus células, aún respondían ante el hombre que había sido su primer amor, su primer amante, quince años atrás… Quince largos años.

Lo habían compartido todo. Esperanzas, sueños, cuerpos, amor… Desgraciadamente, al final, nada de eso había sido suficiente. El dolor y la pérdida los habían desgarrado por completo.

Se terminó su chocolate y dejó la taza en la bandeja.

–¿Por qué estoy aquí, Wynn? Me ha gustado conocer tu casa, pero me gustaría volver a la mía antes de que oscurezca.

–¿A qué viene tanta prisa? ¿Acaso tienes una cita esta noche?

Ella se sonrojó. ¿Estaba tanteándola?

–Mis planes no tienen nada que ver contigo. Si quieres hablar conmigo, habla.

–Está bien –dijo Wynn. Se puso de pie y comenzó a andar por la sala. De vez en cuanto se detenía y añadía más astillas al fuego.

Felicity esperó. No tenía ni idea de lo que él quería decirle. Por fin, vio cómo él se apoyaba contra la pared y se cruzaba de brazos.

–Shandy me nombró tutor de Ayla.

–Ya lo he oído. Es una gran responsabilidad. ¿No hay nadie más?

Wynn se encogió de hombros.

–El padre de la niña nunca ha estado presente y, como ya sabes, nuestros padres fallecieron.

–Sí, lo sé. Siento que no formaran parte de vuestras vidas.

Los padres de Wynn y de Shandy murieron de sobredosis la misma noche. Como adultos, como padres, lo máximo que se podía decir de ellos era que habían estado ausentes. Cuando Wynn estaba en la escuela elemental, un vecino descubrió que los dos hermanos llevaban horas solos. Llamaron a los servicios sociales para que se llevaran a los niños de la casa.

Los padres de Wynn y Shandy trataron de apelar a la misericordia del tribunal con una historia muy elaborada y suplicaron que les devolvieran a sus hijos. Tras dos meses en una casa de acogida, Wynn y Shandy regresaron con ellos.

Las cosas fueron mejor durante un par de años. Felicity sabía que Wynn había aprendido la lección. Ni él ni Shandy volvieron a decir a nadie las veces que se quedaban solos.

–Y, aunque estuvieran vivos, no dejaría bajo ningún concepto que mi madre se quedara con la inocente hija de mi hermana.

–Lo comprendo. ¿Dónde está Ayla ahora?

–Mi ama de llaves ha accedido a quedársela durante unos días. Yo tenía que ocuparme del entierro y… aún tengo que vaciar el apartamento de Shandy.

–¿Y tu empresa en Nueva York?

–Por suerte, tengo buenos empleados trabajando para mí. Con unas llamadas de teléfono, basta.

–Yo no tengo hermanos, pero estoy segura de que esto no ha sido fácil.

El rostro de Wynn se ensombreció, revelando por fin el agotamiento y la tristeza que había logrado mantener a raya todo el día.

–Es una tragedia tan grande…

En ese momento, Wynn cruzó la sala, apartó la otomana. Sus rodillas prácticamente tocaban las de ella.

–Necesito tu ayuda, Fliss –le dijo, mientras la observaba atentamente con sus hermosos ojos. A Felicity le costaba tragar e incluso respirar. Quería apartarse, pero se obligó a permanecer inmóvil. Su corazón y su cabeza se enfrentaron para encontrar la respuesta adecuada.

–Estoy libre durante los próximos cinco días –dijo–. Te puedo ayudar con el apartamento. Entre los dos lo recogeremos todo más rápido.

–No se trata de eso.

–No te entiendo, Wynn.

Un extraño gesto apareció en el rostro de Wynn.

–Da la extraña casualidad de que conozco a tu jefe. Él y yo servimos juntos en el comité asesor de la Administración Federal de Aviación hace un par de años.

Wynn y Felicity habían terminado cumpliendo ambos su sueño de volar por todo el mundo, pero con trayectorias profesionales diferentes.

–Ah, vaya… –dijo ella muy confusa.

–Le expliqué mi situación. No mencioné tu nombre, pero le pedí, que, en ciertas circunstancias, a un empleado se le podría conceder una excedencia larga para luego volver más tarde con la antigüedad que le corresponde y todos sus beneficios.

Felicity sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Era imposible que Wynn estuviera diciendo que…

–No te entiendo –dijo ella.

Wynn le agarró las manos entre las suyas.

–Te necesito, Fliss.

–Eso ya lo has dicho, pero ¿para qué? –le preguntó. El pulso se le había acelerado.

–Quiero que cuides de Ayla durante nueve meses, incluso un año. Vivirías conmigo en Nueva York. Cuidarías de ella. Luego, cuando yo esté en casa al final del día, podría tratar de establecer una relación con ella.

Felicity apartó inmediatamente las manos y se tensó. Wynn le estaba pidiendo lo imposible.

–Eso es absurdo. En Nueva York, más que en ningún otro sitio, debe de haber al menos media docena de agencias de niñeras de alto standing. Puedes pagarles todo lo que te pidan. Tendrás candidatas para elegir.

–No –insistió él–. No quiero una desconocida en mi casa ni en la vida de Ayla.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

El corazón a Felicity le latía a toda velocidad.

–Yo también soy una desconocida, Wynn. Esa niña no me ha visto nunca.

Él frunció el ceño.

–Es cierto, pero no eres una completa desconocida. Conocías a Shandy. Me conoces a mí. Además, eres hija de Falcon’s Notch.

–¿Y qué importa eso?

–Valores. Historia. Raíces.

–Tú y yo, los dos, odiábamos este lugar. Nos moríamos de ganas de salir de aquí.

–Tal vez eso era lo que nos decíamos. Resulta difícil escapar de las cosas intangibles que constituyen la infancia. Ninguno de los dos tenemos buenos recuerdos de esa época, pero las montañas siempre formaron parte de nuestra vida. Nos encantaba dar paseos. Incluso cuando el día a día era complicado, lo único que teníamos que hacer era levantar la vista y admirarlas.

Dios… Si se iba a poner así de filosófico, Felicity estaba perdida. Aquello era una de las cosas de las que se había enamorado hacía ya tantos años. Del muchacho que creció sin nada más que un tesoro de conocimientos y de imaginación, además de una profunda sabiduría.

–Lo primero –dijo con voz seca–, no tenías ningún derecho a hablar con mi jefe, ni siquiera de pasada. En segundo lugar, me gusta mi trabajo y se me da muy bien.

Wynn entornó la mirada.

–¿Y tercero?

Felicity tragó saliva.

–No sé cómo cuidar a un bebé.

–Técnicamente, Ayla ya no es un bebé. Tiene diez meses. Además, me rompió el corazón verlo, pero mi hermana moribunda preparó un dossier con todos los detalles referentes a la comida y al sueño, junto con las revisiones médicas…

Las palabras de Wynn se convirtieron en un hilo de voz. Se le había hecho un nudo en la garganta. Además, tenía los ojos húmedos.

–Oh, Wynn… –susurró ella. Le dolía verlo sufrir.

–Probablemente, esta va a ser mi única oportunidad de ser padre –murmuró con voz ronca–. No quiero fastidiarla.

–Tienes treinta y tres años. Estoy segura de que has tenido relaciones con mujeres en Nueva York.

–Mujeres, sí. Relaciones, no.

Felicity no pudo soportarlo más. Se levantó para escapar de aquella conversación.

–Es imposible. Lo sabes. Tal vez esta sea tu manera de atormentarme.

Wynn se puso también de pie y se acercó a ella.

–Quiero ser un buen padre para Ayla. Necesito que tú hagas que eso ocurra. Es lo mínimo que puedes hacer, Fliss.

–Eso no es justo –replicó ella. Su voz apenas había podido superar el nudo que se le había formado en la garganta–. Sabes que no hice nada malo.

Hacía quince años, Felicity había sufrido un aborto. Un bebé del que ni siquiera sabía que estaba embarazada. El trauma y el dolor habían terminado su relación con Wynn, los dos habían sido demasiado inmaduros como para soportar la pena. Ella se había centrado en su propia pérdida y no había podido llegar a comprender los sentimientos de Wynn. Él se había sentido furioso, herido, sin nadie a quien poder echar la culpa. Durante un instante, se había llegado a preguntar si Felicity había sabido lo del embarazo y no se lo había dicho. Ella le había asegurado que no lo sabía, pero comprendía las dudas que atenazaban a Wynn. Sus padres habían sido unos mentirosos compulsivos. Felicity no era capaz de contar las veces en las que ellos habían roto las promesas que les habían hecho a sus hijos. Era una realidad que Wynn tenía problemas para confiar en la gente.

Siete días después del aborto, Wynn le pidió que se casara con él. Felicity no comprendía por qué ni siquiera después de tantos años. En cualquier otro momento de su relación, Felicity se habría sentido encantada. Amaba a Wynn, pero su cuerpo y su corazón aún se estaban recuperando. Y lo rechazó.

Eso fue un error. Wynn se convirtió en una sombra de sí mismo. Se sintió rechazado. No tardó mucho en marcharse de la ciudad. Dejó a Felicity atrás y se alistó en la Marina.

Tanta pérdida, tanto dolor…

–Te ruego que me lleves adonde está mi coche –le dijo ella. Le dolía el pecho y los ojos le escocían.

Wynn se mesó el cabello con las manos.

–No puedo, Fliss. No voy a dejar que te marches hasta que me digas que aceptas.

La ira se apoderó de Felicity.

–¿Ahora te ha dado por secuestrar mujeres?

–Nada de mujeres. Solo a ti. Y hay una cosa más…

–No te molestes. Nada de lo que me puedas decir va a hacer que cambie de opinión. Esto es absurdo.

Wynn esbozó una triste sonrisa.

–Recuerdo todas y cada una de las veces que me dijiste lo difícil que era para ti no tener madre. Cuando empezaste con la regla. Cuando necesitabas un peinado para una ocasión especial y no había dinero. Cuando no te decidías a acostarte conmigo.

Felicity lo miró fijamente. Wynn parecía dispuesto a echar mano de todas sus debilidades para conseguir lo que quería.

–Eres un canalla…

–Piénsalo, Fliss. Toda la vida has soñado con tener una madre porque la tuya te abandonó y tu padre jamás le encontró una sustituta. Las niñas necesitan una madre. ¿No le vas a dar a Ayla lo que tú nunca tuviste? Nueve meses. Doce como mucho. Redactaremos un contrato para dejarlo todo bien atado. Y, por supuesto, te compensaré por lo que pierdas de sueldo en la aerolínea.

–Maldito seas.

Wynn comprendió que había ganado.

–Te aseguro que no será tan malo. Nueva York es una gran ciudad. Y tendrás tiempo libre. No soy ningún monstruo.

–Vamos a dejar una cosa bien clara. Si lo hago, es por Shandy y por Ayla. No te debo nada. El pasado es pasado. Lo que hubo entre tú y yo desapareció hace ya mucho tiempo.

–Comprendido –dijo él encogiéndose de hombros. Tenía el rostro inescrutable.

–Y no pienso ayudarte con el apartamento de Shandy. Si me mudo, yo también tengo cosas que hacer.

–De acuerdo.