El Reino de Dios está en Vosotros - León Tolstoi - E-Book

El Reino de Dios está en Vosotros E-Book

léon tolstoï

0,0
2,14 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El reino de Dios está en vosotros es una profunda exploración de la no violencia, la conciencia personal y las implicaciones morales de las enseñanzas cristianas. León Tolstói  critica la religión institucionalizada y la autoridad del Estado, argumentando que el verdadero cristianismo reside en la transformación espiritual individual más que en los dogmas externos. A través de un examen riguroso de la historia, la filosofía y la teología, el libro desafía a los lectores a reconsiderar su complicidad en los sistemas de opresión y a adoptar una ética radical de amor y resistencia a la violencia. Desde su publicación, El reino de Dios está en vosotros ha sido reconocido como una de las obras filosóficas más influyentes de Tolstói. Su defensa de la resistencia no violenta inspiró a figuras clave como Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr., consolidando su legado como un pilar del pensamiento pacifista. La obra sigue resonando por su análisis de la tensión entre la convicción personal y las exigencias sociales, ofreciendo una crítica contundente a la coerción y la renuncia moral. La relevancia duradera del libro radica en su capacidad para desafiar a los lectores a enfrentar dilemas éticos en sus propias vidas. Al examinar la intersección entre fe, justicia y responsabilidad individual, El reino de Dios está en vosotros invita a reflexionar sobre el poder transformador del coraje moral y el potencial del cambio espiritual y social.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 621

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



León Tolstói

EL REINO DE DIOS ESTA EN VOSOTROS

Título original:

“Царство Божие внутри вас””

Primera edición

Sumario

PRESENTACIÓN

PREFACIO.

EL REINO DE DIOS ESTA EM VOSOTROS

CAPÍTULO I. – LA DOCTRINA DE LA NO RESISTENCIA AL MAL POR LA FUERZA HA SIDO PROFESADA POR UNA MINORÍA DE HOMBRES DESDE LA FUNDACIÓN MISMA DEL CRISTIANISMO.

CAPÍTULO II. – CRÍTICAS A LA DOCTRINA DE LA NO RESISTENCIA AL MAL POR LA FUERZA POR PARTE DE LOS CREYENTES Y DE LOS INCRÉDULOS.

CAPÍTULO III. – EL CRISTIANISMO MAL ENTENDIDO POR LOS CREYENTES.

CAPÍTULO IV. – EL CRISTIANISMO MAL ENTENDIDO POR LOS HOMBRES DE CIENCIA.

CAPÍTULO V. – CONTRADICCIÓN ENTRE NUESTRA VIDA Y NUESTRA CONCIENCIA CRISTIANA.

CAPÍTULO VI. – ACTITUD DE LOS HOMBRES DE HOY ANTE LA GUERRA.

CAPÍTULO VII. – IMPORTANCIA DEL SERVICIO OBLIGATORIO.

CAPÍTULO VIII. – LA DOCTRINA DE LA NO RESISTENCIA AL MAL POR LA FUERZA DEBE SER INEVITABLEMENTE ACEPTADA POR LOS HOMBRES DE HOY.

CAPÍTULO IX. – LA ACEPTACIÓN DE LA CONCEPCIÓN CRISTIANA DE LA VIDA EMANCIPARÁ A LOS HOMBRES DE LAS MISERIAS DE NUESTRA VIDA PAGANA.

CAPÍTULO X. – EL MAL NO PUEDE SER SUPRIMIDO POR LA FUERZA FÍSICA DEL GOBIERNO; EL PROGRESO MORAL DE LA HUMANIDAD SE REALIZA NO SÓLO POR EL RECONOCIMIENTO INDIVIDUAL DE LA VERDAD, SINO TAMBIÉN MEDIANTE EL ESTABLECIMIENTO DE UNA OPINIÓN PÚBLICA.

CAPÍTULO XI. – LA CONCEPCIÓN CRISTIANA DE LA VIDA YA HA SURGIDO EN NUESTRA SOCIEDAD, Y ACABARÁ INFALIBLEMENTE CON LA ACTUAL ORGANIZACIÓN DE NUESTRA VIDA BASADA EN LA FUERZA, CUANDO ESO OCURRA.

CAPÍTULO XII. – CONCLUID-REPENTÍOS, PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS ESTÁ CERCA.

PRESENTACIÓN

León Tolstoi

1828 – 1910

León Tolstói fue un escritor ruso, ampliamente reconocido como uno de los más influyentes de la literatura universal. Nacido en una familia aristocrática en Rusia, Tolstói es conocido por sus novelas monumentales que exploran temas como la guerra, la moralidad, la búsqueda del sentido de la vida y las complejidades de la naturaleza humana. Su legado literario, compuesto por obras de gran profundidad filosófica y psicológica, lo posiciona como una de las figuras clave del realismo del siglo XIX.

Primeros años y educación

León Tolstói nació en la finca de Yásnaia Poliana, en el seno de una familia noble. Quedó huérfano a temprana edad y fue criado por parientes cercanos. En su juventud, ingresó a la Universidad de Kazán para estudiar Derecho y Lenguas Orientales, pero abandonó sus estudios sin obtener un título. Durante estos años, llevó una vida despreocupada, pero su experiencia en el ejército durante la Guerra de Crimea marcó un punto de inflexión en su desarrollo personal y literario.

Carrera y contribuciones

Tolstói se destacó por su capacidad para retratar la vida con un realismo impresionante. Sus novelas más célebres, Guerra y paz (1869) y Anna Karénina (1877), son consideradas obras maestras de la literatura mundial.

Guerra y paz es un extenso fresco histórico que narra la invasión napoleónica de Rusia en 1812, explorando la interconexión entre la historia y el destino individual. A través de personajes inolvidables como Pierre Bezújov, Andréi Bolkonski y Natasha Rostova, Tolstói ofrece una profunda reflexión sobre la guerra, el heroísmo y la existencia humana.

Por otro lado, Anna Karénina es un drama social que examina el conflicto entre el deseo individual y las normas impuestas por la sociedad. La trágica historia de Anna y su amor prohibido por el conde Vronski la convierten en una de las protagonistas más memorables de la literatura.

Más adelante en su vida, Tolstói experimentó una transformación espiritual y se alejó de la aristocracia para adoptar un estilo de vida austero basado en principios de no violencia, simplicidad y amor al prójimo. Esta evolución se refleja en obras como La muerte de Iván Ilich (1886), un relato existencial sobre la inevitabilidad de la muerte y la búsqueda de significado en la vida.

Impacto y legado

Tolstói revolucionó la narrativa realista con su capacidad para representar la complejidad de la condición humana. Su influencia se extendió más allá de la literatura, impactando movimientos filosóficos, políticos y religiosos. Sus ideas sobre la resistencia pacífica inspiraron a figuras como Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr.

Sus novelas y relatos, caracterizados por un profundo análisis psicológico y moral, han sido estudiados y admirados por generaciones de lectores y escritores. Tolstói creó un estilo narrativo que combina una atención minuciosa al detalle con una exploración filosófica de los dilemas humanos, lo que lo convierte en una referencia obligada en la literatura universal.

León Tolstói falleció en 1910, a los 82 años, tras abandonar su hogar en un intento de vivir en total simplicidad. Murió en la estación de tren de Astápovo, dejando tras de sí un vasto legado literario y filosófico.

Hoy en día, Tolstói es reconocido como uno de los más grandes novelistas de la historia, y su obra sigue siendo objeto de análisis y admiración en todo el mundo. Su capacidad para plasmar con realismo la naturaleza humana y su búsqueda incesante de la verdad han asegurado su lugar en la literatura y el pensamiento universal.

Sobre la obra

El reino de Dios está en vosotros es una profunda exploración de la no violencia, la conciencia personal y las implicaciones morales de las enseñanzas cristianas. León Tolstói critica la religión institucionalizada y la autoridad del Estado, argumentando que el verdadero cristianismo reside en la transformación espiritual individual más que en los dogmas externos. A través de un examen riguroso de la historia, la filosofía y la teología, el libro desafía a los lectores a reconsiderar su complicidad en los sistemas de opresión y a adoptar una ética radical de amor y resistencia a la violencia.

Desde su publicación, El reino de Dios está en vosotros ha sido reconocido como una de las obras filosóficas más influyentes de Tolstói. Su defensa de la resistencia no violenta inspiró a figuras clave como Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr., consolidando su legado como un pilar del pensamiento pacifista. La obra sigue resonando por su análisis de la tensión entre la convicción personal y las exigencias sociales, ofreciendo una crítica contundente a la coerción y la renuncia moral.

La relevancia duradera del libro radica en su capacidad para desafiar a los lectores a enfrentar dilemas éticos en sus propias vidas. Al examinar la intersección entre fe, justicia y responsabilidad individual, El reino de Dios está en vosotros invita a reflexionar sobre el poder transformador del coraje moral y el potencial del cambio espiritual y social.

EL CRISTIANISMO NO COMO UNA RELIGIÓN MÍSTICA

PREFACIO.

En el año 1884 escribí un libro bajo el título "Lo que creo", en el que de hecho hice una sincera declaración de mis creencias.

Al afirmar mi creencia en la enseñanza de Cristo, no pude evitar explicar por qué no creo, y considero errónea, la doctrina de la Iglesia, que suele llamarse cristianismo.

Entre los muchos puntos en los que esta doctrina se aleja de la doctrina de Cristo, señalé como el principal la ausencia de cualquier mandamiento de no resistencia al mal por la fuerza. La perversión de la enseñanza de Cristo por la enseñanza de la Iglesia es más claramente aparente en este que en cualquier otro punto de diferencia.

Sé — como todos sabemos — muy poco de la práctica y la doctrina hablada y escrita de tiempos pasados sobre el tema de la no resistencia al mal. Sabía lo que habían dicho sobre el tema los padres de la Iglesia — Origen, Tertuliano y otros-, sabía también de la existencia de algunas de las llamadas sectas de menonitas, herrnhuters y cuáqueros, que no permiten a un cristiano el uso de armas y no entran en el servicio militar; pero sabía poco de lo que habían hecho estas llamadas sectas para exponer la cuestión.

Mi libro fue, como yo había previsto, suprimido por la censura rusa; pero en parte debido a mi reputación literaria, en parte porque el libro había despertado la curiosidad de la gente, circuló en copias manuscritas y litografiadas[viii] en Rusia y a través de traducciones en el extranjero, y evocó, por un lado, de aquellos que compartían mis convicciones, una serie de ensayos con una gran cantidad de información sobre el tema, por otro lado, una serie de críticas sobre los principios establecidos en mi libro.

Tanto la crítica hostil como la comprensiva, así como los acontecimientos históricos de los últimos años, me han aclarado muchas cosas y me han llevado a nuevos resultados y conclusiones, que ahora deseo exponer.

Primero hablaré de la información que recibí sobre la historia de la cuestión de la no resistencia al mal; luego de los puntos de vista sobre esta cuestión mantenidos por los críticos espirituales, es decir, por los creyentes profesos en la religión cristiana, y también por los temporales, es decir, los que no profesan la religión cristiana; y por último hablaré de las conclusiones a las que me ha llevado todo esto a la luz de los acontecimientos históricos de los últimos años.

L. Tolstoi.

ELREINO DE DIOS ESTA EM VOSOTROS

CAPÍTULO I. – LA DOCTRINA DE LA NO RESISTENCIA AL MAL POR LA FUERZA HA SIDO PROFESADA POR UNA MINORÍA DE HOMBRES DESDE LA FUNDACIÓN MISMA DEL CRISTIANISMO.

Del libro "Lo que creo"-La correspondencia suscitada por él-Cartas de cuáqueros-Declaración de Garrison-Adin Ballou, sus obras, La actitud del mundo ante las obras que aclaran las enseñanzas de Cristo —  El libro de Dymond "On War" —  "Non-resistance Asserted" de Musser —  La actitud del gobierno en 1818 hacia los hombres que se negaban a servir en el ejército —  La actitud hostil de los gobiernos en general y de los liberales hacia los que se niegan a colaborar en actos de violencia estatal, y sus esfuerzos conscientes por silenciar y suprimir estas manifestaciones de no resistencia cristiana.

Entre las primeras respuestas que suscitó mi libro se encontraban algunas cartas de cuáqueros estadounidenses. En estas cartas, expresando su simpatía con mis puntos de vista sobre la ilegalidad para un cristiano de la guerra y el uso de la fuerza de cualquier tipo, los cuáqueros me dieron detalles de su propia supuesta secta, que durante más de doscientos años ha profesado realmente la enseñanza de Cristo sobre la no resistencia al mal por la fuerza, y no hace uso de las armas en defensa propia. Los cuáqueros me enviaron también sus panfletos, revistas y libros, de los que aprendí cómo, años atrás, habían establecido más allá de toda duda el deber de un cristiano de cumplir el mandamiento de la no resistencia al mal por la fuerza, y habían expuesto el error de la enseñanza de la Iglesia al permitir la guerra y la pena capital.

En toda una serie de argumentos y textos que demuestran que la guerra — es decir, herir y matar a los hombres — es incompatible con una religión fundada en la paz y la buena voluntad hacia los hombres, los cuáqueros sostienen y prueban que nada ha contribuido tanto a oscurecer la verdad cristiana a los ojos de los paganos, y ha obstaculizado tanto la difusión del cristianismo por el mundo, como el desprecio de este mandamiento por los hombres que se llaman cristianos, y el permiso de la guerra y la violencia a los cristianos.

"La enseñanza de Cristo, que vino a ser conocida por los hombres, no por medio de la violencia y la espada — dicen-, sino por medio de la no resistencia al mal, la mansedumbre, la dulzura y la pacificación, sólo puede difundirse por el mundo mediante el ejemplo de paz, concordia y amor entre sus seguidores."

"Un cristiano, según la enseñanza del mismo Dios, sólo puede actuar pacíficamente con todos los hombres, y por lo tanto no puede haber autoridad capaz de obligar al cristiano a actuar en oposición a la enseñanza de Dios y a la principal virtud del cristiano en su relación con el prójimo."

"La ley de la necesidad del Estado", dicen, "sólo puede obligar a cambiar la ley de Dios a aquellos que, en aras de ganancias terrenales, intentan reconciliar lo irreconciliable; pero para un cristiano que cree sinceramente que seguir las enseñanzas de Cristo le dará la salvación, tales consideraciones de Estado no pueden tener ninguna fuerza."

El conocimiento posterior de la labor de los cuáqueros y sus obras — con Fox, Penn y especialmente la obra de Dymond (publicada en 1827) — me mostró no sólo que la imposibilidad de conciliar el cristianismo con la fuerza y la guerra había sido reconocida hacía mucho, mucho tiempo, sino que esta irreconciliabilidad había sido demostrada hacía mucho tiempo de manera tan clara e indudable que uno sólo podía preguntarse cómo esta imposible conciliación de la enseñanza cristiana con el uso de la fuerza, que ha sido y sigue siendo predicada en las iglesias, podría haberse mantenido a pesar de ello.

Además de lo que aprendí de los cuáqueros, recibí por la misma época, también de América, alguna información sobre el tema de una fuente perfectamente distinta y desconocida hasta entonces para mí.

El hijo de William Lloyd Garrison, el famoso campeón de la emancipación de los negros, me escribió que había leído mi libro, en el que encontraba ideas similares a las expresadas por su padre en el año 1838, y que, pensando que sería interesante para mí saberlo, me enviaba una declaración o proclama de "no resistencia" redactada por su padre hacía casi cincuenta años.

Esta declaración se produjo en las siguientes circunstancias: William Lloyd Garrison participó en una discusión sobre los medios de suprimir la guerra en la Sociedad para el Establecimiento de la Paz entre los Hombres, que existía en 1838 en América. Llegó a la conclusión de que el establecimiento de la paz universal sólo puede basarse en la profesión abierta de la doctrina de la no resistencia al mal mediante la violencia (Mt. v. 39), en todo su significado, tal como la entienden los cuáqueros, con quienes Garrison mantenía relaciones amistosas. Tras llegar a esta conclusión, Garrison redactó y presentó a la sociedad una declaración, que fue firmada en aquel momento (1838) por muchos miembros.

"DECLARACIÓN DE SENTIMIENTOS ADOPTADA POR LA CONVENCIÓN DE PAZ.

"Boston, 1838.

"Nosotros, los abajo firmantes, consideramos que es debido a nosotros mismos, a la causa que amamos, al país en que vivimos, publicar una declaración que exprese los propósitos que nos proponemos alcanzar y las medidas que adoptaremos para llevar adelante la obra de la reforma pacífica universal.

"No reconocemos lealtad a ningún gobierno humano. Sólo reconocemos un Rey y Legislador, un Juez y Gobernante de la humanidad. Nuestro país es el mundo, nuestros compatriotas son toda la humanidad. Amamos nuestra tierra natal como amamos todas las demás tierras. Los intereses y derechos de los ciudadanos americanos no nos son más queridos que los de toda la raza humana. Por lo tanto, no podemos permitir ninguna apelación al patriotismo para vengar cualquier insulto o injuria nacional....

"Concebimos que una nación no tiene derecho a defenderse contra enemigos extranjeros ni a castigar a sus invasores, y ningún individuo posee ese derecho en su propio caso, y la unidad no puede ser de mayor importancia que el conjunto. Si el pueblo o la magistratura no pueden oponer resistencia a los soldados que llegan del extranjero con la intención de cometer actos de rapiña y destruir vidas, entonces no debería oponerse resistencia a los perturbadores internos de la paz pública o de la seguridad privada.

"El dogma de que todos los gobiernos del mundo son ordenados por Dios, y que los poderes que existen en los Estados Unidos, en Rusia, en Turquía, están de acuerdo con su voluntad, no es menos absurdo que impío. Hace desigual y tiránico al Autor imparcial de nuestra existencia. No se puede afirmar que los poderes de ninguna nación estén animados por el espíritu o guiados por el ejemplo de Cristo en el tratamiento de los enemigos; por lo tanto, no pueden estar de acuerdo con la voluntad de Dios, y por lo tanto su derrocamiento por una regeneración espiritual de sus súbditos es inevitable.

"Consideramos anticristianos e ilegales no sólo todas las guerras, sean ofensivas o defensivas, sino todos los preparativos para la guerra; todo buque de guerra, todo arsenal, toda fortificación, los consideramos anticristianos e ilegales; la existencia de cualquier tipo de ejército permanente, todos los jefes militares, todos los monumentos conmemorativos de la victoria sobre un enemigo caído, todos los trofeos ganados en batalla, todas las celebraciones en honor de las hazañas militares, todas las asignaciones para la defensa por las armas; consideramos anticristiano e ilegal todo edicto de gobierno que exija a sus súbditos el servicio militar.

"Por lo tanto, consideramos ilegal portar armas, y no podemos ocupar ningún cargo que imponga a su titular la obligación de obligar a los hombres a hacer lo correcto so pena de prisión o muerte. Por lo tanto, nos excluimos voluntariamente de todo cuerpo legislativo y judicial, y repudiamos toda política humana, honores mundanos y puestos de autoridad. Si no podemos ocupar un escaño en la legislatura o en la judicatura, tampoco podemos elegir a otros para que actúen como nuestros sustitutos en tal capacidad. De esto se sigue que no podemos demandar a ningún hombre ante la ley para obligarle a devolver algo que nos haya quitado indebidamente; si se ha apoderado de nuestro abrigo, le entregaremos también nuestra capa antes que someterle a castigo.

"Creemos que el código penal de la antigua alianza — ojo por ojo y diente por diente — ha sido abrogado por Jesucristo, y que bajo la nueva alianza el perdón en lugar del castigo de los enemigos ha sido ordenado a todos sus discípulos en todos los casos. Extorsionar a los enemigos, encarcelarlos, exiliarlos o ejecutarlos no es, evidentemente, perdonar, sino tomar represalias.

"La historia de la humanidad está llena de pruebas que demuestran que la coerción física no es adecuada para la regeneración moral, y que las disposiciones pecaminosas de los hombres sólo pueden ser dominadas por el amor; que el mal sólo puede ser exterminado por el bien; que no es seguro confiar en la fuerza de un brazo para protegernos de cualquier daño; que hay una gran seguridad en ser amable, paciente y abundante en misericordia; que sólo los mansos heredarán la tierra, porque los que toman la espada perecerán por la espada.

"Por lo tanto, como medida de política sensata, de seguridad para la propiedad, la vida y la libertad, de tranquilidad pública y disfrute privado, así como por lealtad a Aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, adoptamos cordialmente el principio de no resistencia, confiando en que prevé todas las consecuencias posibles, está armado con poder omnipotente y debe triunfar en última instancia sobre toda fuerza atacante.

"No defendemos doctrinas jacobinas. El espíritu del jacobinismo es el espíritu de la represalia, la violencia y el asesinato. No teme a Dios ni considera al hombre. Queremos estar llenos del espíritu de Cristo. Si nos atenemos a nuestro principio fundamental de no oponernos al mal con el mal, no podremos participar en la sedición, la traición o la violencia. Nos someteremos a toda ordenanza y a todo requerimiento del gobierno, excepto aquellos que sean contrarios a los mandamientos del Evangelio, y en ningún caso resistiremos la operación de la ley, excepto sometiéndonos mansamente a la pena de la desobediencia.

"Pero mientras nos adherimos a la doctrina de la no resistencia y de la sumisión pasiva a los enemigos, nos proponemos, en un sentido moral y espiritual, atacar la iniquidad en los altos y en los bajos lugares, aplicar nuestros principios a todas las instituciones malvadas, políticas, legales y eclesiásticas existentes, y apresurar el tiempo en que los reinos de este mundo se hayan convertido en el reino de nuestro Señor Jesucristo. Nos parece una verdad evidente que todo lo que el Evangelio está destinado a destruir en cualquier período del mundo, por ser contrario a él, debe ser abandonado ahora. Si, pues, se predice el tiempo en que las espadas se convertirán en rejas de arado y las lanzas en podaderas, y los hombres no aprenderán más el arte de la guerra, se deduce que todos los que fabrican, venden o empuñan estas armas mortíferas se oponen así al dominio pacífico del Hijo de Dios sobre la tierra.

"Una vez expuestos nuestros principios, pasamos a especificar las medidas que nos proponemos adoptar para llevar a cabo nuestro objetivo.

"Esperamos prevalecer mediante la necedad de la predicación. Nos esforzaremos por promulgar nuestros puntos de vista entre todas las personas, cualquiera que sea la nación, secta o clase social a la que pertenezcan. Por lo tanto, organizaremos conferencias públicas, haremos circular folletos y publicaciones, formaremos sociedades y haremos peticiones a todos los órganos de gobierno. Nuestro principal objetivo será idear formas y medios para efectuar un cambio radical en las opiniones, sentimientos y prácticas de la sociedad con respecto a la pecaminosidad de la guerra y el trato a los enemigos.

"Al emprender la gran obra que tenemos ante nosotros, no ignoramos que en su realización se nos puede pedir que pongamos a prueba nuestra sinceridad como en una prueba de fuego. Puede someternos al insulto, al ultraje, al sufrimiento, sí, incluso a la muerte misma. Anticipamos no pocos malentendidos, tergiversaciones y calumnias. Pueden surgir tumultos contra nosotros. Los orgullosos y fariseos, los ambiciosos y tiránicos, los principados y las potestades, pueden unirse para aplastarnos. Así trataron al Mesías cuyo ejemplo nos esforzamos humildemente por imitar. No debemos temer su terror. Nuestra confianza está en el Señor Todopoderoso y no en el hombre. Habiéndonos retirado de la protección humana, ¿qué puede sostenernos sino esa fe que vence al mundo? No nos parecerá extraña la prueba de fuego que nos ha de aguijonear, sino que nos alegraremos de ser partícipes de los padecimientos de Cristo.

"Por lo cual encomendamos a Dios la guarda de nuestras almas. Porque todo el que abandone casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras por causa de Cristo, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.

"Confiando firmemente en el triunfo seguro y universal de los sentimientos contenidos en esta declaración, por formidable que sea la oposición que se levante contra ellos, estampamos nuestras firmas en ella; encomendándola a la razón y a la conciencia de la humanidad, y resolviendo, con la fuerza de Dios Nuestro Señor, soportar tranquila y mansamente el resultado."

Inmediatamente después de esta declaración, Garrison fundó una Sociedad para la No Resistencia y una revista llamada Non-resistant, en la que se defendía la doctrina de la no resistencia en todo su significado y con todas sus consecuencias, tal como se había expuesto en la declaración. Obtuve más información sobre el destino final de la sociedad y la revista en la excelente biografía de W. L. Garrison, obra de su hijo.

La sociedad y la revista no existieron por mucho tiempo. La mayoría de los colaboradores de Garrison en el movimiento por la liberación de los esclavos, temiendo que el programa demasiado radical de la revista, The Non-resistant, pudiera alejar a la gente del trabajo práctico de la emancipación de los negros, renunciaron a la profesión del principio de no resistencia tal como se había expresado en la declaración, y tanto la sociedad como la revista dejaron de existir.

Esta declaración de Garrison dio una expresión tan poderosa y elocuente de una confesión de fe de tal importancia para los hombres, que uno habría pensado que debería haber producido una fuerte impresión en la gente, y haberse hecho conocida en todo el mundo y objeto de discusión en todas partes. Pero no ocurrió nada de eso. No sólo era desconocida en Europa, sino que incluso los norteamericanos, que tienen tan buena opinión de Garrison, apenas conocían la declaración.

Otro campeón de la no resistencia ha sido pasado por alto de la misma manera: el estadounidense Adin Ballou, que murió recientemente, después de pasar cincuenta años predicando esta doctrina. Cuán grande es la ignorancia de todo lo relacionado con la cuestión de la no resistencia puede verse por el hecho de que Garrison el hijo, que ha escrito una excelente biografía de su padre en cuatro grandes volúmenes, en respuesta a mi pregunta de si existen ahora sociedades para la no resistencia, y adherentes de la doctrina, me dijo que hasta donde él sabía esa sociedad se había disuelto, y que no había partidarios de esa doctrina, mientras que en el mismo momento en que me escribía vivía, en Hopedale, Massachusetts, Adin Ballou, que había tomado parte en las labores del padre Garrison, y había dedicado cincuenta años de su vida a defender, tanto oralmente como por escrito, la doctrina de la no resistencia. Más tarde recibí una carta de Wilson, alumno y colega de Ballou, y entablé correspondencia con el propio Ballou. Escribí a Ballou, y él me respondió y me envió sus obras. He aquí el resumen de algunos extractos de ellas:

"Jesucristo es mi Señor y maestro", dice Ballou en uno de sus ensayos en los que expone la incoherencia de los cristianos que permitían el derecho a la autodefensa y a la guerra. "He prometido, dejando todo lo demás, seguirle, en el bien y en el mal, hasta la muerte misma. Pero soy ciudadano de la república democrática de los Estados Unidos; y en lealtad a ella he jurado defender la Constitución de mi país, si fuera necesario, con mi vida. Cristo me exige que haga a los demás lo que quiero que me hagan a mí. La Constitución de los Estados Unidos me exige que haga con dos millones de esclavos [en aquella época había esclavos; ahora uno podría aventurarse a sustituir la palabra "trabajadores"] todo lo contrario de lo que quisiera que me hicieran a mí, es decir, que ayude a mantenerlos en su actual condición de esclavitud. Y, a pesar de esto, sigo eligiendo o siendo elegido, propongo votar, incluso estoy dispuesto a ser nombrado para cualquier cargo en el gobierno. Eso no me impedirá ser cristiano. Seguiré profesando el cristianismo y no encontraré ninguna dificultad en cumplir mi pacto con Cristo y con el gobierno.

"Jesucristo me prohíbe resistir a los malhechores y quitarles ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre y vida por vida.

"Mi gobierno me exige todo lo contrario, y basa un sistema de autodefensa en la horca, el mosquete y la espada, para utilizarlos contra sus enemigos extranjeros y nacionales. Y la tierra está llena de horcas, prisiones, arsenales, barcos de guerra y soldados.

"En el mantenimiento y uso de estos costosos artefactos para asesinar, podemos ejercitar muy adecuadamente al máximo las virtudes de perdonar a quienes nos injurian, amar a nuestros enemigos, bendecir a quienes nos maldicen y hacer el bien a quienes nos odian.

"Para ello contamos con una sucesión de sacerdotes cristianos que rezan por nosotros e imploran la bendición del Cielo sobre la santa obra de la matanza.

"Veo todo esto (es decir, la contradicción entre profesión y práctica), y sigo profesando la religión y participando en el gobierno, y me enorgullezco de ser al mismo tiempo un devoto cristiano y un devoto servidor del gobierno. No quiero estar de acuerdo con estas insensatas nociones de no resistencia. No puedo renunciar a mi autoridad y dejar que sólo hombres inmorales controlen el gobierno. La Constitución dice que el gobierno tiene derecho a declarar la guerra, y yo lo acepto y lo apoyo, y juro que lo apoyaré. Y no por eso dejo de ser cristiano. La guerra también es un deber cristiano. ¿Acaso no es un deber cristiano matar a cientos de miles de semejantes, ultrajar a las mujeres, arrasar e incendiar ciudades y practicar todas las crueldades posibles? Es hora de desechar todos estos falsos sentimentalismos. Es el medio más verdadero de perdonar las injurias y amar a los enemigos. Si sólo lo hacemos con espíritu de amor, nada puede ser más cristiano que ese asesinato."

En otro panfleto, titulado "¿Cuántos hombres son necesarios para convertir un crimen en virtud?", dice: "Un hombre no puede matar. Si mata a un semejante, es un asesino. Si lo hacen dos, diez o cien hombres, también son asesinos. Pero un gobierno o una nación puede matar a tantos hombres como quiera, y eso no será asesinato, sino una acción grande y noble. Sólo hay que reunir a la gente a gran escala, y una batalla de diez mil hombres se convierte en una acción inocente. Pero, ¿cuánta gente debe haber para que sea inocente? Un solo hombre no puede saquear, pero toda una nación sí. Pero, ¿cuántos son necesarios para que sea permisible? ¿Por qué un hombre, diez, cien, no pueden quebrantar la ley de Dios, pero un gran número sí?".

Y he aquí una versión del catecismo de Ballou compuesta para su rebaño:

CATECISMO DE LA NO RESISTENCIA.

Q. ¿De dónde procede la palabra "no resistencia"?

A. Del mandamiento: "No resistáis al mal". (M. v. 39.)

Q. ¿Qué expresa esta palabra?

A. Expresa una elevada virtud cristiana que Cristo nos ha encomendado.

Q. ¿Debe tomarse la palabra "no resistencia" en su sentido más amplio, es decir, como si pretendiera que no ofreciéramos resistencia de ningún tipo al mal?

A. No; debe tomarse en el sentido exacto de la enseñanza de nuestro Salvador, es decir, no devolver mal por mal. Debemos oponernos al mal por todos los medios justos a nuestro alcance, pero no por el mal.

Q. ¿Qué hay que demuestre que Cristo ordenó la no resistencia en ese sentido?

A. Lo demuestran las palabras que pronunció al mismo tiempo. Dijo: "Habéis oído que antiguamente se decía: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al mal. Si alguien te hiere en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y si alguien va a pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto."

Q. ¿De quién hablaba al decir: "Habéis oído que se dijo antiguamente"?

A. De los patriarcas y los profetas, contenidos en el Antiguo Testamento, que los hebreos llaman ordinariamente la Ley y los Profetas.

Q. ¿A qué palabras se refirió Cristo cuando dijo: "Antiguamente se decía"?

A. Las declaraciones de Noé, Moisés y los demás profetas, en las que admiten el derecho de causar daño corporal a quienes lo infligen, con el fin de castigar y prevenir las malas acciones.

Q. Cite esas declaraciones.

A. "Quien derrame sangre de hombre, por hombre será derramada su sangre" — Gn. ix. 6.

"El que hiriere a un hombre de muerte, morirá sin remisión.... Y si alguna maldad siguiere, darás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, raya por raya."-Ex. xxi. 12 y 23-25.

"El que mate a alguien, morirá. Y si un hombre causa una mancha en su prójimo, como lo ha hecho, así se hará con él: brecha por brecha, ojo por ojo, diente por diente."-Lev. xxiv. 17, 19, 20.

"Entonces los jueces harán diligente inquisición; y he aquí, si el testigo fuere testigo falso, y hubiere testificado falsamente contra su hermano, entonces haréis con él lo que él hubiere creído hacer a su hermano..... Y tu ojo no se apiadará, sino que vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie" — Deut. xix. 18, 21.

Noé, Moisés y los Profetas enseñaron que quien mata, mutila o hiere a su prójimo hace el mal. Para resistir ese mal y evitarlo, el malhechor debe ser castigado con la muerte, la mutilación o algún daño físico. Al mal debe oponerse el mal, al asesinato el asesinato, al daño el daño, al mal el mal. Así lo enseñaron Noé, Moisés y los Profetas. Pero Cristo rechaza todo esto. "Os digo", está escrito en el Evangelio, "no resistáis al mal", no opongáis injuria con injuria, sino más bien soportad la injuria repetida del malhechor. Lo que estaba permitido está prohibido. Cuando comprendemos qué clase de resistencia enseñaban, sabemos exactamente qué resistencia prohibía Cristo.

Q. Entonces, ¿los antiguos permitían la resistencia de la lesión por la lesión?

A. Sí. Pero Jesús lo prohíbe. El cristiano no tiene en ningún caso derecho a dar muerte a su prójimo que le ha hecho mal, ni a hacerle daño a cambio.

Q. ¿Puede matarlo o mutilarlo en defensa propia?

A. No.

Q. ¿Puede acudir con una queja al juez para que se castigue a quien le ha agraviado?

A. No. Lo que hace a través de otros, en realidad lo hace él mismo.

Q. ¿Puede combatir en conflictos con enemigos extranjeros o perturbadores de la paz?

A. Por supuesto que no. No puede tomar parte en la guerra o en los preparativos para la guerra. No puede hacer uso de un arma mortal. No puede oponer injuria a injuria, esté solo o con otros, en persona o por medio de otras personas.

Q. ¿Puede votar voluntariamente o suministrar soldados para el gobierno?

A. No puede hacer nada de eso si quiere ser fiel a la ley de Cristo.

Q. ¿Puede dar dinero voluntariamente para ayudar a un gobierno que se basa en la fuerza militar, la pena capital y la violencia en general?

A. No, a menos que el dinero esté destinado a algún objeto especial, correcto en sí mismo, y bueno tanto en su finalidad como en sus medios.

Q. ¿Puede pagar impuestos a un gobierno así?

A. No; no debe pagar impuestos voluntariamente, pero no debe resistirse a la recaudación de impuestos. Un impuesto es recaudado por el gobierno, y es exigido independientemente de la voluntad del sujeto. Es imposible resistirse a él sin recurrir a algún tipo de violencia. Puesto que el cristiano no puede emplear la violencia, está obligado a ofrecer su propiedad de inmediato a la pérdida por la violencia infligida sobre ella por las autoridades.

Q. ¿Puede un cristiano dar su voto en las elecciones o participar en asuntos de gobierno o de derecho?

A. No; la participación en las elecciones, el gobierno o los asuntos legales es la participación en el gobierno por la fuerza.

Q. ¿Dónde reside el principal significado de la doctrina de la no resistencia?

A. En el hecho de que sólo ella permite la posibilidad de erradicar el mal del propio corazón, y también del del prójimo. Esta doctrina prohíbe hacer aquello por lo que el mal ha perdurado durante siglos y se ha multiplicado en el mundo. Quien ataca a otro y lo hiere, enciende en el otro un sentimiento de odio, raíz de todo mal. Herir a otro porque nos ha herido, incluso con el fin de vencer el mal, es duplicar el daño para él y para uno mismo; es engendrar, o al menos liberar e incitar, ese espíritu maligno que deberíamos desear expulsar. Satanás nunca puede ser expulsado por Satanás. El error nunca puede ser corregido por el error, y el mal no puede ser vencido por el mal.

La verdadera no resistencia es la única resistencia real al mal. Aplasta la cabeza de la serpiente. Destruye y al final extirpa el sentimiento maligno.

Q. Pero si ése es el verdadero significado de la regla de no resistencia, ¿puede ponerse siempre en práctica?

A. Puede ponerse en práctica como toda virtud ordenada por la ley de Dios. Una virtud no puede practicarse en todas las circunstancias sin abnegación, privaciones, sufrimientos y, en casos extremos, la pérdida de la propia vida. Pero quien estima la vida más que el cumplimiento de la voluntad de Dios está ya muerto para la única vida verdadera. Tratando de salvar su vida, la pierde. Además, en general, donde la no resistencia cuesta el sacrificio de una sola vida o de algún bienestar material, la resistencia cuesta mil sacrificios semejantes.

La no resistencia es la salvación; la resistencia es la ruina.

Es incomparablemente menos peligroso actuar con justicia que injustamente, someterse a las injurias que resistirlas con violencia, menos peligroso incluso en las relaciones con la vida presente. Si todos los hombres se negaran a resistir el mal con el mal, nuestro mundo sería feliz.

Q. Pero mientras sólo unos pocos actúen así, ¿qué pasará con ellos?

A. Si un solo hombre actuara así, y todos los demás se pusieran de acuerdo para crucificarlo, ¿no sería más noble para él morir en la gloria del amor que no se resiste, orando por sus enemigos, que vivir para llevar la corona de César manchada con la sangre de los asesinados? Sin embargo, un hombre, o mil hombres, firmemente resueltos a no oponerse al mal por el mal, están mucho más libres del peligro de la violencia que aquellos que recurren a ella, ya sea entre vecinos civilizados o salvajes. El ladrón, el asesino y el tramposo les dejarán en paz, antes que los que se oponen a ellos con las armas, y los que toman la espada perecerán por la espada, pero los que buscan la paz, y se comportan amable e inofensivamente, perdonando y olvidando las injurias, en su mayor parte gozan de paz, o, si mueren, mueren bienaventurados. De este modo, si todos guardaran la ordenanza de la no resistencia, evidentemente no habría mal ni crimen. Si la mayoría actuara así, establecerían la regla del amor y la buena voluntad incluso sobre los malhechores, sin oponer nunca el mal con el mal y sin recurrir nunca a la fuerza. Si existiera una minoría moderadamente numerosa de tales hombres, ejercerían una influencia moral tan saludable en la sociedad que todo castigo cruel sería abolido, y la violencia y la enemistad serían reemplazadas por la paz y el amor. Aunque sólo hubiera una pequeña minoría de ellos, rara vez experimentarían algo peor que el desprecio del mundo, y mientras tanto el mundo, aunque inconsciente de ello, y no agradecido por ello, se volvería continuamente más sabio y mejor por su invisible acción sobre él. Y si en el peor de los casos algunos miembros de la minoría fueran perseguidos hasta la muerte, al morir por la verdad habrían dejado tras de sí su doctrina, santificada por la sangre de su martirio. Paz, pues, a todos los que buscan la paz, y que el amor imperioso sea la herencia imperecedera de toda alma que obedezca voluntariamente la palabra de Cristo: "No resistáis al mal."

Adin Ballou.

Durante cincuenta años Ballou escribió y publicó libros que trataban principalmente de la cuestión de la no resistencia al mal por la fuerza. En estas obras, que se distinguen por la claridad de su pensamiento y la elocuencia de su exposición, la cuestión se examina desde todos los puntos de vista posibles, y se establece firmemente el carácter vinculante de este mandamiento para todo cristiano que reconozca la Biblia como la revelación de Dios. Se presentan todas las objeciones ordinarias a la doctrina de la no resistencia del Antiguo y Nuevo Testamento, como la expulsión de los cambistas del Templo, etc., y se presentan argumentos para refutarlas todas. La razonabilidad práctica de esta regla de conducta se muestra independientemente de las Escrituras, y se exponen y refutan todas las objeciones que normalmente se hacen contra su viabilidad. Así, un capítulo de un libro suyo trata de la no resistencia en casos excepcionales, y a este respecto afirma que si hubiera casos en los que la regla de la no resistencia fuera imposible de aplicar, se demostraría que la ley no tiene autoridad universal. Citando estos casos, demuestra que es precisamente en ellos donde la aplicación de la norma es necesaria y razonable. No hay ningún aspecto de la cuestión, ni por su parte ni por la de sus oponentes, que no haya seguido en sus escritos. Menciono todo esto para mostrar el interés inequívoco que tales obras deberían tener para los hombres que hacen profesión de cristianismo, y porque uno habría pensado que la obra de Ballou habría sido bien conocida, y que las ideas expresadas por él habrían sido aceptadas o refutadas; pero tal no ha sido el caso.

El trabajo de Garrison, el padre, en su fundación de la Sociedad de No Resistentes y su Declaración, incluso más que mi correspondencia con los cuáqueros, me convenció del hecho de que el alejamiento de la forma gobernante del cristianismo de la ley de Cristo sobre la no resistencia por la fuerza es un error que ha sido observado y señalado desde hace mucho tiempo, y que los hombres han trabajado, y siguen trabajando, para corregir. El trabajo de Ballou me confirmó aún más en esta opinión. Pero el destino de Garrison, y aún más el de Ballou, al pasar completamente desapercibido a pesar de cincuenta años de trabajo obstinado y persistente en la misma dirección, me confirmó en la idea de que existe una especie de conspiración tácita pero firme de silencio sobre todos esos esfuerzos.

Ballou murió en agosto de 1890, y se publicó una nota necrológica sobre él en una revista americana de opiniones cristianas (Religio-philosophical Journal, 23 de agosto). En esta nota laudatoria se dice que Ballou fue director espiritual de una parroquia, que pronunció de ocho a nueve mil sermones, casó a mil parejas y escribió unos quinientos artículos; pero no se dice una sola palabra del objeto al que dedicó su vida; ni siquiera se menciona la palabra "no resistencia". Exactamente igual que ocurrió con toda la predicación de los cuáqueros durante doscientos años, y también con los esfuerzos de Garrison el padre, la fundación de su sociedad y revista, y su Declaración, lo mismo ocurre con la obra vital de Ballou. Parece como si no existiera y nunca hubiera existido.

Tenemos un ejemplo asombroso de la oscuridad de las obras que tienen por objeto exponer la doctrina de la no resistencia al mal por la fuerza, y confutar a los que no reconocen este mandamiento, en el libro del Tsech Helchitsky, que sólo recientemente ha sido notado y no ha sido impreso hasta ahora.

Poco después de la aparición de mi libro en alemán, recibí una carta de Praga, de un profesor de la universidad de allí, informándome de la existencia de una obra, nunca impresa todavía, de Helchitsky, un Tsech del siglo XV, titulada "La red de la fe". En esta obra, me dijo el profesor, Helchitsky expresaba precisamente la misma opinión en cuanto al cristianismo verdadero y falso que yo había expresado en mi libro "Lo que creo". El profesor me escribió que la obra de Helchitsky iba a ser publicada por primera vez en lengua tsech en la Revista de la Academia de Ciencias de Petersburgo. Como no pude conseguir el libro en sí, traté de informarme sobre lo que se sabía de Helchitsky, y obtuve la siguiente información de un libro alemán que me envió el profesor de Praga y de la historia de la literatura tsech de Pypin. Este fue el relato de Pypin:

"'La red de la fe' es la enseñanza de Cristo, que debería sacar al hombre de las oscuras profundidades del mar de la mundanidad y de su propia iniquidad. La verdadera fe consiste en creer la Palabra de Dios; pero ahora ha llegado un tiempo en que los hombres confunden la verdadera fe con la herejía, y por eso es por la razón de señalar en qué consiste la verdadera fe, si alguien no lo sabe. Está oculta en las tinieblas a los hombres, y no reconocen la verdadera ley de Cristo.

"Para aclarar esta ley, Helchitsky señala la organización primitiva de la sociedad cristiana — la organización que, según él, es considerada ahora en la Iglesia romana como una abominable herejía. Esta Iglesia primitiva era su ideal especial de organización social, fundada en la igualdad, la libertad y la fraternidad. El cristianismo, según Helchitsky, conserva todavía estos elementos, y sólo es necesario que la sociedad vuelva a su doctrina pura para hacer innecesaria cualquier otra forma de orden social en la que reyes y papas sean esenciales; la ley del amor sería la única suficiente en todos los casos.

"Históricamente, Helchitsky atribuye la degeneración del cristianismo a los tiempos de Constantino el Grande, a quien el Papa Silvestre admitió en la Iglesia cristiana con toda su moral y vida paganas. Constantino, a su vez, dotó al Papa de riquezas y poder mundanos. A partir de ese momento, estos dos poderes gobernantes se ayudaron constantemente el uno al otro para luchar por nada más que la gloria exterior. Divinos y dignatarios eclesiásticos empezaron a preocuparse sólo de someter el mundo entero a su autoridad, incitaron a los hombres unos contra otros al asesinato y al saqueo, y en credo y vida redujeron el cristianismo a la nulidad. Helchitsky niega completamente el derecho a hacer la guerra y a infligir el castigo de la muerte; todo soldado, incluso el 'caballero', es sólo un malhechor violento, un asesino".

El libro alemán ofrece el mismo relato, con algunos detalles biográficos y extractos de los escritos de Helchitsky.

Habiendo aprendido de esta manera las líneas generales de la enseñanza de Helchitsky, esperé con impaciencia la aparición de "La red de la fe" en la revista de la Academia. Pero pasó un año, luego dos y tres, y el libro seguía sin aparecer. Sólo en 1888 supe que se había interrumpido la impresión del libro, que ya había comenzado. Conseguí las pruebas de imprenta y las leí por completo. Es un libro maravilloso desde todos los puntos de vista.

Su tenor general es descrito con perfecta exactitud por Pypin. La idea fundamental de Helchitsky es que el cristianismo, al aliarse con el poder temporal en los días de Constantino, y al continuar desarrollándose en tales condiciones, se ha distorsionado completamente, y ha dejado de ser cristiano por completo. Helchitsky tituló su libro "La red de la fe", tomando como lema el versículo del Evangelio sobre la llamada de los discípulos a ser pescadores de hombres; y, desarrollando esta metáfora, dice: "Cristo, por medio de sus discípulos, habría atrapado a todo el mundo en su red de la fe, pero los peces más grandes rompieron la red y escaparon de ella, y todos los demás se han colado por los agujeros hechos por los peces más grandes, de modo que la red ha quedado completamente vacía. Los peces más grandes que rompieron la red son los gobernantes, emperadores, papas, reyes, que no han renunciado al poder, y en lugar del verdadero cristianismo se han puesto lo que es simplemente una máscara del mismo." Helchitsky enseña precisamente lo que ha sido y es enseñado en estos días por los menonitas y cuáqueros no resistentes, y en tiempos pasados por los bogomilitas, paulicianos y muchos otros. Enseña que el cristianismo, que espera de sus adherentes gentileza, mansedumbre, pacificación, perdón de las injurias, poner la otra mejilla cuando uno es golpeado, y amor por los enemigos, es inconsistente con el uso de la fuerza, que es una condición indispensable de la autoridad.

El cristiano, según el razonamiento de Helchitsky, no sólo no puede ser gobernante ni soldado; no puede participar en el gobierno ni en el comercio, ni siquiera ser terrateniente; sólo puede ser artesano o labrador.

Este libro es una de las pocas obras que atacan al cristianismo oficial que ha escapado a la quema. Todas las obras llamadas heréticas fueron quemadas en la hoguera, junto con sus autores, de modo que hay pocas obras antiguas que expongan los errores del cristianismo oficial. El libro tiene un interés especial sólo por esta razón. Pero aparte de su interés desde todos los puntos de vista, es uno de los productos más notables del pensamiento por la profundidad de su objetivo, por la asombrosa fuerza y belleza de la lengua nacional en la que está escrito y por su antigüedad. Y, sin embargo, durante más de cuatro siglos ha permanecido sin imprimir y sigue siendo desconocida, salvo para unos pocos especialistas eruditos.

Uno habría pensado que todas esas obras, ya sean de los cuáqueros, de Garrison, de Ballou o de Helchitsky, afirmando y demostrando como lo hacen, sobre los principios del Evangelio, que nuestro mundo moderno tiene una visión falsa de la enseñanza de Cristo, habrían despertado interés, excitación, charla y discusión entre los maestros espirituales y sus rebaños por igual.

Obras de este tipo, que tratan de la esencia misma de la doctrina cristiana, uno habría pensado que deberían haber sido examinadas y aceptadas como verdaderas, o refutadas y rechazadas. Pero nada de eso ha ocurrido, y la misma suerte se ha repetido con todas esas obras. Hombres de las más diversas opiniones, creyentes y, lo que es sorprendente, también liberales incrédulos, como si estuvieran de acuerdo, guardan todos el mismo persistente silencio sobre ellas, y todo lo que han hecho los hombres para explicar el verdadero sentido de la doctrina de Cristo permanece ignorado u olvidado.

Pero es aún más asombroso que otros dos libros, de los que oí hablar al aparecer mi libro, sean tan poco conocidos. Me refiero al libro de Dymond "Sobre la guerra", publicado por primera vez en Londres en 1824, y al libro de Daniel Musser sobre la "No resistencia", escrito en 1864. Es particularmente sorprendente que estos libros sean desconocidos, porque, aparte de sus méritos intrínsecos, ambos tratan no tanto de la teoría como de la aplicación práctica de la teoría a la vida, de la actitud del cristianismo ante el servicio militar, que es especialmente importante e interesante ahora en estos días de reclutamiento universal.

La gente se preguntará, tal vez: ¿Cómo debe comportarse un súbdito que cree que la guerra es incompatible con su religión mientras el gobierno le exige que haga el servicio militar?

Esta pregunta es, en mi opinión, de lo más vital, y su respuesta es especialmente importante en estos días de reclutamiento universal. Todos, o al menos la gran mayoría del pueblo, son cristianos, y todos los hombres son llamados al servicio militar. ¿Cómo debe un cristiano responder a esta demanda? Esta es la esencia de la respuesta de Dymond:

"Su deber es negarse humilde pero firmemente a servir".

Hay algunas personas que, sin ningún razonamiento definido al respecto, concluyen de inmediato que la responsabilidad de las medidas gubernamentales recae enteramente sobre quienes las resuelven, o que los gobiernos y soberanos deciden la cuestión de lo que es bueno o malo para sus súbditos, y el deber de éstos es meramente obedecer. Creo que argumentos de este tipo sólo oscurecen la conciencia de los hombres. Yo no puedo participar en los consejos de gobierno y, por tanto, no soy responsable de sus fechorías. En efecto, pero somos responsables de nuestras propias fechorías. Y las fechorías de nuestros gobernantes se convierten en nuestras, si nosotros, sabiendo que son fechorías, ayudamos a llevarlas a cabo. Quienes suponen que están obligados a obedecer al gobierno y que la responsabilidad de las fechorías que cometen se transfiere de ellos a sus gobernantes, se engañan a sí mismos. Dicen: "Entregamos nuestros actos a la voluntad de otros, y nuestros actos no pueden ser buenos o malos; no hay mérito en lo que es bueno ni responsabilidad por lo que es malo en nuestras acciones, ya que no se hacen por nuestra propia voluntad."

Es notable que en las instrucciones a los soldados que les hacen aprender se diga exactamente lo mismo, es decir, que el oficial es el único responsable de las consecuencias de sus órdenes. Pero esto no es correcto. Un hombre no puede librarse de la responsabilidad de sus propios actos. Y eso queda claro en el siguiente ejemplo. Si tu oficial te ordena matar al hijo de tu vecino, matar a tu padre o a tu madre, ¿obedecerías? Si no obedecieras, todo el argumento caería por tierra, pues si puedes desobedecer a los gobernantes en un caso, ¿dónde trazas la línea hasta la que puedes obedecerles? No hay más línea que la establecida por el cristianismo, y esa línea es razonable y practicable.

Y, por lo tanto, consideramos que es deber de todo hombre que piense que la guerra es incompatible con el cristianismo, negarse mansa pero firmemente a servir en el ejército. Y que aquellos cuya suerte sea actuar así, recuerden que el cumplimiento de un gran deber recae sobre ellos. El destino de la humanidad en el mundo depende, en la medida en que depende de los hombres, de su fidelidad a su religión. Que confiesen su convicción y la defiendan, y no sólo con palabras, sino también con sufrimientos, si es necesario. Si crees que Cristo prohibió el asesinato, no prestes atención a los argumentos ni a los mandatos de quienes te piden que tomes parte en él. Al negaros firmemente a hacer uso de la fuerza, atraeréis sobre vosotros la bendición prometida a aquellos "que oyen estas palabras y las ponen en práctica", y llegará el momento en que el mundo os reconocerá por haber contribuido a la reforma de la humanidad.

El libro de Musser se titula "La no resistencia afirmada", o "Reino de Cristo y reinos de este mundo separados". Este libro está dedicado a la misma cuestión, y fue escrito cuando el Gobierno Americano estaba exigiendo el servicio militar de sus ciudadanos en la época de la Guerra Civil. Y tiene, también, un valor para todos los tiempos, al tratar de la cuestión de cómo, en tales circunstancias, la gente debe y puede negarse a entrar en el servicio militar. He aquí el tenor de las observaciones introductorias del autor: "Es bien sabido que hay muchas personas en Estados Unidos que se niegan a luchar por motivos de conciencia. Se les llama los 'indefensos', o cristianos 'no resistentes'. Estos cristianos se niegan a defender a su país, a portar armas, o al llamado del gobierno para hacer la guerra a sus enemigos. Hasta hace poco, este escrúpulo religioso parecía una excusa válida para el gobierno, y aquellos que lo defendían eran eximidos del servicio. Pero al comienzo de nuestra Guerra Civil, la opinión pública se agitó sobre este tema. Era natural que las personas que consideraban su deber soportar todas las dificultades y peligros de la guerra en defensa de su país sintieran resentimiento contra aquellas personas que durante mucho tiempo habían compartido con ellos las ventajas de la protección del gobierno, y que ahora, en tiempos de necesidad y peligro, no compartirían los trabajos y peligros de su defensa. Era incluso natural que declararan monstruosa, irracional y sospechosa la actitud de tales hombres."

Según nos cuenta nuestro autor, surgió una multitud de oradores y escritores para oponerse a esta actitud, y trataron de demostrar la pecaminosidad de la no resistencia, tanto desde las Escrituras como sobre la base del sentido común. Y esto era perfectamente natural, y en muchos casos los autores tenían razón, es decir, razón respecto a las personas que no renunciaban a los beneficios que recibían del gobierno y trataban de evitar las penurias del servicio militar, pero no razón respecto al principio de la no resistencia en sí. Por encima de todo, nuestro autor demuestra la naturaleza vinculante de la regla de la no resistencia para un cristiano, señalando que este mandamiento es perfectamente claro, y que Cristo lo impone a todo cristiano sin posibilidad de malinterpretación. "Pensad si es justo obedecer más a los hombres que a Dios", dijeron Pedro y Juan. Y esto es precisamente lo que debería ser la actitud de todo hombre que quiera ser cristiano ante la exigencia que se le hace del servicio militar, cuando Cristo ha dicho: "No resistáis al mal por la fuerza." En cuanto a la cuestión del principio en sí, el autor la considera decidida. En cuanto a la segunda cuestión, si tienen derecho a negarse a servir en el ejército las personas que no han rechazado los beneficios conferidos por un gobierno basado en la fuerza, el autor la considera en detalle, y llega a la conclusión de que un cristiano que sigue la ley de Cristo, puesto que no va a la guerra, tampoco debe aprovecharse de ninguna de las instituciones de gobierno, tribunales de justicia o elecciones, y que en sus asuntos privados no debe recurrir a las autoridades, la policía o la ley. Más adelante en el libro trata de la relación del Antiguo Testamento con el Nuevo, del valor del gobierno para los cristianos y hace algunas observaciones sobre la doctrina de la no resistencia y los ataques que se le hacen. El autor concluye su libro diciendo: "Los cristianos no necesitan el gobierno y, por tanto, no pueden ni obedecerlo en lo que es contrario a la enseñanza de Cristo ni, menos aún, participar en él". Cristo sacó a sus discípulos del mundo, dice. No esperan bendiciones mundanas ni felicidad mundana, sino que esperan la vida eterna. El Espíritu en el que viven los hace contentos y felices en toda posición. Si el mundo los tolera, son siempre felices. Si el mundo no los deja en paz, se irán a otra parte, ya que son peregrinos en la tierra y no tienen un lugar fijo de habitación. Creen que "los muertos pueden enterrar a sus muertos". Una sola cosa les es necesaria: "seguir a su Maestro".

Incluso dejando de lado la cuestión del principio establecido en estos dos libros en cuanto al deber del cristiano en su actitud ante la guerra, uno no puede dejar de percibir la importancia práctica y la necesidad urgente de decidir la cuestión.

Hay personas, cientos de miles de cuáqueros, menonitas, todos nuestros douhobortsi, molokani y otros que no pertenecen a ninguna secta definida, que consideran que el uso de la fuerza — y, en consecuencia, el servicio militar — es incompatible con el cristianismo. Por consiguiente, todos los años hay entre nosotros, en Rusia, algunos hombres llamados al servicio militar que se niegan a servir debido a sus convicciones religiosas. Entonces, ¿el gobierno los exime? No. ¿Los obliga a ir y, en caso de desobediencia, los castiga? No. Así los trataba el gobierno en 1818. He aquí un extracto del diario de Nicolás Myravyov de Kars, que no fue aprobado por el censor y no se conoce en Rusia:

"Tiflis, 2 de octubre de 1818.

"Por la mañana, el comandante me dijo que cinco campesinos pertenecientes a un terrateniente del gobierno de Tamboff habían sido enviados recientemente a Georgia. Estos hombres habían sido enviados como soldados, pero no querían servir; habían sido azotados varias veces y obligados a correr el guantelete, pero se sometían de buena gana a las torturas más crueles, e incluso a la muerte, antes que servir. Dejadnos marchar", dijeron, "y dejadnos en paz; no haremos daño a nadie; todos los hombres son iguales, y el Zar es un hombre como nosotros; ¿por qué habríamos de pagarle tributo; por qué habría de exponer mi vida al peligro para matar en batalla a un hombre que no me ha hecho daño? Puede cortarnos en pedazos y no seremos soldados. El que tenga compasión de nosotros nos dará caridad, pero en cuanto a las raciones del gobierno, no las hemos tenido y no queremos tenerlas". Estas fueron las palabras de aquellos campesinos, que declaran que en Rusia hay muchos como ellos. Los llevaron cuatro veces ante el Comité de Ministros, y al fin decidieron plantear el asunto ante el Zar, quien dio órdenes de que fueran llevados a Georgia para su corrección, y ordenó al comandante en jefe que le enviara un informe cada mes sobre su éxito gradual en hacer que estos campesinos mejoraran de opinión."

No se sabe cómo terminó la corrección, ya que todo el episodio fue en realidad desconocido, al haberse mantenido en profundo secreto.

Así se comportaba el gobierno hace setenta y cinco años; así se ha comportado en un gran número de casos, cuidadosamente ocultados al pueblo. Y así es como el gobierno se comporta ahora, excepto en el caso de los menonitas alemanes que viven en la provincia de Kherson, cuyo alegato contra el servicio militar se considera bien fundado. Se les hace cumplir su período de servicio trabajando en los bosques.

Pero en los recientes casos de negativa por parte de los menonitas a servir en el ejército por motivos religiosos, las autoridades gubernamentales han actuado de la siguiente manera:

Para empezar, recurren a todos los medios de coerción utilizados en nuestros tiempos para "corregir" al culpable y llevarlo a "una mente mejor", y estas medidas se llevan a cabo con el mayor secreto. Sé que en el caso de un hombre que se negó a servir en 1884 en Moscú, la correspondencia oficial sobre el tema se había acumulado dos meses después de su negativa en un gran folio, y se mantuvo en absoluto secreto entre el Ministerio.

Suelen comenzar enviando al culpable a los sacerdotes, y éstos, para su vergüenza, siempre le exhortan a la obediencia. Pero como la exhortación en nombre de Cristo para que renuncie a Cristo es en su mayor parte infructuosa, después de haber recibido las amonestaciones de las autoridades espirituales, lo envían a los gendarmes, y éstos, no encontrando, por regla general, en él ninguna causa política de ofensa, lo despachan de nuevo, y entonces es enviado a los sabios, a los médicos y al manicomio. Durante todas estas vicisitudes es privado de libertad y tiene que soportar toda clase de humillaciones y sufrimientos como un criminal convicto. (Todo esto se ha repetido en cuatro casos.) Los médicos le dejan salir del manicomio, y entonces se emplea todo tipo de maniobras secretas para evitar que salga libre — por lo que se animaría a otros a negarse a servir como él ha hecho — y al mismo tiempo para evitar dejarlo entre los soldados, por temor a que también ellos aprendan de él que el servicio militar no es en absoluto su deber según la ley de Dios, como se les asegura, sino todo lo contrario.

Lo más conveniente para el gobierno sería matar al que no se resiste azotándolo hasta la muerte o por algún otro medio, como se hacía antiguamente. Pero dar muerte abiertamente a un hombre por creer en el credo que todos confesamos es imposible. Dejar en paz a un hombre que se ha negado a obedecer también es imposible. Así que el gobierno trata de obligar al hombre mediante malos tratos a renunciar a Cristo, o de una manera u otra de deshacerse de él sin que se note, sin condenarlo abiertamente a muerte, y de ocultar de algún modo tanto la acción como al hombre mismo de los demás. Y así se ponen en marcha todo tipo de maniobras, artimañas y crueldades contra él. O lo envían a la frontera o lo provocan a la insubordinación, y luego lo juzgan por quebrantamiento de la disciplina y lo encierran en la prisión del batallón disciplinario, donde pueden maltratarlo libremente sin que nadie lo vea, o lo declaran loco y lo encierran en un manicomio. Enviaron así a un hombre a Tashkend, es decir, fingieron trasladarlo al ejército de Tashkend; a otro a Omsk; a un tercero lo condenaron por insubordinación y lo encerraron en la cárcel; a un cuarto lo enviaron a un manicomio.