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La imagen de la Antigüedad clásica que la mayoría aprendimos en la escuela pasa por alto la misoginia a la vez que omite la semilla de la resistencia feminista. Muchas de las prácticas nocivas de nuestros días, como los códigos de la vestimenta escolar, la explotación del medio ambiente o la cultura de la violación, tienen sus raíces en el mundo antiguo. Pero en El resurgir de Antígona la clasicista Helen Morales nos recuerda que los mitos tienen un poder subversivo, porque se cuentan –y pueden leerse– de modos muy variados. A través de estas historias, ya sea la valiente actitud de Antígona contra la tiranía o la del indestructible Céneo, que inspira a las personas transgénero y no binarias de hoy, Morales desvela verdades ocultas sobre la solidaridad, el empoderamiento y la catarsis. El resurgir de Antígona nos ofrece una nueva manera de entender las historias que damos por sabidas y nos muestra cómo podemos recuperarlas para desafiar el statu quo y criticar los regímenes injustos.
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Seitenzahl: 272
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Helen Morales
El resurgir de Antígona
El poder subversivo de los mitos
Traducción del inglés de Fina Marfà
Título original: ANTIGONE RISING
© 2020 Helen Morales
© de la edición en castellano:
2021 Editorial Kairós, S.A.
www.editorialkairos.com
© de la traducción del inglés al castellano: Fina Marfà
Edición publicada por acuerdo con Bold Type Books, un sello de Perseus Books, LLC, una editorial de Hachette Book Group, Inc., Nueva York, EE.UU.
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Katrien Van Steen
Primera edición en papel: Mayo 2021
Primera edición en digital: Noviembre 2021
ISBN papel: 978-84-9988-851-4
ISBN epub: 978-84-9988-976-4
ISBN kindle: 978-84-9988-977-1
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
Para Jennie Ransom y para mi hija, Athena Boyle
Sin duda la muchacha muestra un espíritu fiero [...] Todavía no sabe rendirse ante circunstancias adversas.
Ancianos de Tebas sobre Antígona en la Antígona de SÓFOCLES
Algunas personas pueden dejar pasar las cosas. Yo no puedo.
GRETA THUNBERG1
De niña tuve la suerte de leer un libro titulado Tales of the Greek Heroes [Cuentos de los héroes griegos]. Me fascinó. Nadie como los dioses y los mortales de la mitología antigua para representar el poder y la rebeldía, el amor y el odio. Me encantó saber que los ojos que los pavos reales tienen en su cola están ahí porque cuando un gigante amante de Hera, la reina de los dioses, fue asesinado, ella le arrancó sus cien ojos y los puso como homenaje en su pájaro favorito. Me sigue maravillando cómo los mitos nos brindan nuevas maneras de mirar el mundo.
Lo que hace que un mito sea un mito, y no solo una historia, es que se ha contado una y otra vez a lo largo de los siglos y ha llegado a cargarse de significado para una cultura o comunidad.2 Los mitos griegos y romanos se han engastado en nuestra cultura y son una parte influyente de esta. Constituyen los cimientos y los andamios de las creencias que modelan nuestra política y nuestra vida. Los mitos pueden ser limitadores y destructivos, pero también estimulantes y liberadores.
El mito de Antígona, contado por el dramaturgo griego Sófocles, es uno de los mitos griegos más conocidos y uno de los más significativos para el feminismo y para la política revolucionaria.3 Antígona se ha convertido en un icono de la resistencia. Representa el enfrentamiento de la convicción personal a la ley del Estado; el decir la verdad ante el poder.
Antígona se empeña en enterrar a su hermano Polinices, a quien matan mientras lucha contra Tebas, la ciudad de Antígona, a pesar de que su tío Creonte, gobernante de Tebas, prohíbe expresamente el entierro y le impondrá la pena de muerte por su osadía. Antígona, una niña de no más de 13, 14 o 15 años, se enfrenta a un adulto poderoso, algo que ni siquiera su hermana se atreverá a hacer y que los ciudadanos de Tebas temen demasiado. Antígona también desafía la autoridad masculina y se encara a la actitud de Creonte, que insiste en que las mujeres son inferiores a los hombres y que los hombres deben gobernar sobre ellas. Antígona es vulnerable y está aterrorizada, pero eso no le impide incumplir la ley.
Antígona se representó por primera vez en Atenas en el año 442 a.C. (o eso se cree). Hoy se representa en todo el mundo; desde el año 2016 se está representando, con una nueva intencionalidad, en Ferguson, Missouri, y en la ciudad de Nueva York. Antigone in Ferguson fue concebida por Bryan Doerries tras el asesinato de Michael Brown Jr., de 18 años, a manos de un oficial de policía en 2014, en Ferguson. La obra consiste en una lectura teatralizada de una adaptación de la obra de Sófocles, seguida de un debate con miembros de la comunidad, agentes de policía y activistas sobre justicia social y raza.4
¿Por qué no escribir simplemente una obra sobre la muerte de Michael Brown? ¿Por qué recurrir a Antígona para analizar esta tragedia? Parte de la respuesta debe ser que utilizar el mito nos permite explorar situaciones extremas sin arriesgarnos a la dureza de dramatizar los acontecimientos concretos de la muerte de un joven. Esta fue la razón por la que los antiguos griegos recurrieron a la mitología como material para sus tragedias: cuando se habían representado obras sobre sucesos contemporáneos, el público las había encontrado demasiado dolorosas. Los mitos griegos también analizan temas difíciles sobre abusos de poder y debilidades humanas. El poder indagar en cuestiones como en qué consiste un buen liderazgo o cómo resistir ante el fascismo del estado permite al público reflexionar sobre esos temas y relacionarlos con hechos locales concretos, pero alejado de estos.
Relacionado con lo anterior es lo que el novelista Ralph Ellison llamó ampliación: los mitos amplían a las personas y los personajes literarios cuando se les superponen atributos y logros de las figuras de las leyendas antiguas.5 Como explica el profesor Patrice Rankine, Ellison presentaba a sus personajes como figuras de mitos antiguos lo cual le permitía construirlos «desde el exterior de un marco contemporáneo limitado». Esto les daba «posibilidades [que] trascendían las limitaciones que la sociedad les imponía».6 Ver un personaje o a una persona con una visión dual, como uno mismo y en el papel de una figura de un mito, da al lector una perspectiva mejorada mediante la cual entenderlos.
Una iniciativa dirigida por uno de mis colegas, Michael Morgan, es una buena ilustración de lo anterior. El proyecto Odyssey consiste en dar una clase sobre el mito del viaje de regreso de la guerra del héroe griego Ulises a jóvenes y estudiantes universitarios encarcelados.7 En la clase se pide a los estudiantes que se fijen en cómo los episodios del mito resuenan con su propia experiencia. A los alumnos les parece una idea potente que Ulises cometa errores terribles con consecuencias devastadoras para su tripulación, pero que siga siendo un héroe y logre volver a casa, después de muchos años. Quizás pueden parecérsele o hacer algo similar si se ven a sí mismos como Odiseo (o Telémaco o Circe, hay muchas posibilidades). Usar el mito para ampliar su vida ofrece a los estudiantes un sentido diferente de quiénes son y de lo que pueden lograr.
En el mito de Antígona nadie tiene un buen final, pero vamos a dejar ese problema para la última parte del libro. De momento quiero insistir en el valor y la resistencia del personaje de Antígona, que lo arriesga todo por una causa en la que cree y se niega a dejarse intimidar por políticos poderosos, o por lo que alguien piense. El espíritu de Antígona vive en Iesha Evans, fotografiada de pie y firme en su delicado vestido veraniego frente a una fila de agentes de policía con equipo antidisturbios en un protesta de Black Lives Matter en Baton Rouge. Vive en Malala Yousafzai, que hizo campaña por los derechos de las niñas de Pakistán a recibir educación, a pesar de que era peligroso infringir la ley de los talibanes (que intentaron matarla, sin lograrlo, en 2012). Y vive en la firme oposición al cambio climático mostrado por Greta Thunberg, quien, a los 16 años, siguió su huelga escolar para protestar frente al Parlamento sueco: otrora figura solitaria con un cartel de cartón, hoy el estímulo para un movimiento global.
El escenario de «niña contra el mundo» tiene un atractivo glamuroso; nos gusta ver cómo triunfa el desvalido. La Antígona de Sófocles se enseña a menudo en los institutos de secundaria de los Estados Unidos, y cada vez que hablo de la obra en las escuelas locales, los estudiantes siempre se ponen de parte de Antígona. Es una heroína, dicen, y Creonte es un fascista absoluto que se merece todo lo que le pasa.
Es poco probable que el público original de la obra fuera tan parcial en sus simpatías. Seguramente, los griegos eran más críticos con Antígona, una joven que hablaba y actuaba como le daba la gana, aunque también muchos debían de reconocer las faltas del rey, Creonte.
Según un texto médico de la época titulado On the Diseases of Virgins [Sobre las enfermedades de las vírgenes], se creía que las niñas en la situación de Antígona, lo bastante mayores para contraer matimonio, pero que aún no se habían casado, estaban enfermas.8 Se volvían locas y tenían visiones de la muerte. En Antígona, Antígona anhela la muerte; imagina obsesivamente su propia muerte y nos dice que le da la bienvenida. La obra también presta mucha atención a que no se ha casado, aun teniendo edad suficiente para ello. El nombre de Antígona es una pista: puede significar «contra» (anti) y «procreación» (gonē). El texto médico nos da un nuevo marco en el que entender la resolución de Antígona. En lugar de verla como una heroína decidida a hacer lo correcto, incluso a riesgo de ser ejecutada, ahora la vemos como si mostrara síntomas de la «enfermedad de las muchachas jóvenes», disfuncionales, desquiciadas, locas.
A veces, simplemente yuxtaponiendo lo antiguo y lo moderno nos revela perspectivas nuevas e inesperadas. El comportamiento de Greta Thunberg también se ha calificado de patológico: ha sido criticada y menospreciada por tener síndrome de Asperger, lo cual, según dicen los críticos, la ha expuesto más a la explotación por parte de otros. Pero la propia Thunberg ha contado que tener Asperger la ha ayudado con su activismo: es un regalo que le «permite ver las cosas desde perspectivas diferentes».9 No ha dejado que la definieran negativamente, sino que ha convertido su patología en algo positivo. Quizás también nosotros podemos adoptar este enfoque de Antígona. Podemos entender su locura y su disfunción, como algunos antiguos lo habrían considerado, como si le diera a Antígona una cierta ventaja política, como si se le permitiera no temer a la muerte y como si le alimentara su resolución. A través de esta lente, los mitos antiguos no solo amplían las historias humanas; las figuras y los acontecimientos modernos también pueden invitarnos a ver los mitos antiguos desde nuevas perspectivas.
Para los antiguos griegos y romanos, los dioses eran más que personajes emocionantes. Eran muchos los que los adoraban y se tomaban muy en serio los rituales religiosos.10 Pero hay una diferencia crucial entre la antigua práctica religiosa griega y romana y las principales religiones que se practican hoy en día. A diferencia de nuestras religiones monoteístas, como el cristianismo, el islam y el judaísmo, la religión griega y la romana eran politeístas. Zeus o Júpiter (como lo llamaban griegos y romanos, respectivamente) era el dios más poderoso de todos, y lo prudente era no ponerse del lado equivocado de su rayo, pero todos los dioses exigían ser adorados, y no existía ningún texto o mandamiento religioso que seguir. (Cuando Antígona apela a las leyes eternas y no escritas, no está claro a qué se refiere, lo cual es parte del problema).
De esto se derivan un par de factores clave. El primero es que las narraciones mitológicas se convirtieron en una manera de pensar sobre complicados dilemas morales. Esto también los hace útiles para nosotros; seguimos volviendo a los mitos griegos y romanos precisamente porque se alejan de las historias simples de «el bien contra el mal», desde los cuentos de hadas hasta las películas de Disney, que constituyen una parte tan importante de nuestra cultura. En segundo lugar, los mitos, sobre todo los que se cuentan en la poesía y el teatro épicos, eran ampliamente conocidos y tenían autoridad. La población griega y romana, la culta por entero y gran parte de la inculta, conocían a su Homero. Nosotros no tenemos nada parecido: cuando pregunté en mi clase de 700 alumnos cuál era para ellos el libro más conocido, no respondieron que la Biblia, el Corán, Shakespeare o Walt Whitman, dijeron el Dr. Seuss.
La autoridad cultural de la épica y la tragedia continuó a través del advenimiento del cristianismo como religión principal. Los textos cristianos a menudo reescribían los mitos griegos y romanos dándoles un mensaje diferente. La mitología, griega y romana, y la antigüedad clásica en general han tenido una enorme influencia en la cultura occidental y más allá.11 Por antigüedad clásica me refiero al período en que las culturas griega y romana florecieron en el territorio que ahora llamamos Europa, el norte de África y el Asia occidental, desde el siglo VIII a.C., cuando los poemas épicos de Homero se cantaron por primera vez, hasta el siglo V d.C., cuando comenzó lo que hoy denominamos la Edad Media. (Soy completamente consciente del salto a través del tiempo y el espacio y de lo imprecisos que pueden ser los términos griego y romano). La historia intelectual, y con ello me refiero a los principales filósofos, novelistas, teóricos, dramaturgos, políticos y otros pensadores desde la antigüedad hasta hoy, nunca ha dejado de basarse en los mitos griegos y romanos. Eso significa para nosotros que entrar en conversaciones de carácter filosófico, histórico, artístico y político, la mayoría de las veces, implica enlazar con ideas y argumentos de las antiguas Grecia y Roma.
El propósito ideológico de estas conversaciones ha variado ampliamente. La antigüedad clásica se ha utilizado para justificar el fascismo, la esclavitud, la supremacía blanca y la misoginia. También ha desempeñado un papel fundamental en el idealismo político, y ha inspirado, de diversas maneras, a los padres fundadores (e influido en las declaraciones fundamentales como la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos), los movimientos sindicales, el marxismo y el movimiento por los derechos de los homosexuales.12 Como escribe el historiador de la antigüedad clásica Neville Morley, en su libro Classics: Why It Matters, «Siempre hay una lucha por su propiedad y por quién los reivindica y los define».13 Así pues, tal vez tenemos que comprender mejor de qué manera los mitos griegos y romanos de la antigüedad, y sus personajes, pueden ser reivindicados y definidos por todas las personas que queremos resistir ante el movimiento actual hacia un mayor control patriarcal y que trabajamos para hacer de este mundo un lugar más equitativo, empático e iluminado.
Este libro une dos partes de mi vida: mi yo profesional y mi papel como madre. Llevo más de 25 años investigando y enseñando mitología antigua en universidades de Inglaterra y Estados Unidos. Gracias a enseñar los mitos a mis alumnos me he dado cuenta de lo poderosas que pueden llegar a ser estas historias y de que leerlas desde una actitud crítica y creativa nos empodera. Desde luego, contar nuevas historias es esencial, pero ver nuestro mundo a través de la lente de los mitos antiguos también es valioso.
Por otra parte soy madre de una hija adolescente, Athena. Ella y sus compañeros han estudiado la antigua Grecia y sus mitos y cultura, pero sin darse cuenta de que lo que estaban aprendiendo era muy importante para su vida hoy, más allá de unas nociones vagas sobre la herencia de la democracia. Este libro se fue forjando a partir de mis intentos por explicarle a Athena que los temas que les preocupaban a ella y a su grupo de amigos —la seguridad de las niñas, los códigos de vestimenta en la escuela y la dieta, así como lidiar con un cambio de clima político en el que se restringían sus libertades y se revertían las protecciones ambientales— se sustentan todos en narrativas culturales. Uno de los pilares de este andamio ideológico es la mitología clásica. Una parte del empoderamiento y de la lucha implica comprender estos mitos y su impacto cultural, y emplearlos en nuestro propio beneficio. En cada uno de los capítulos, la relación entre lo antiguo y lo moderno es diferente. En algunos, ocupan un lugar central textos griegos y romanos concretos: Lisístrata de Aristófanes, Antígona de Sófocles, y las Metamorfosis de Ovidio. Veremos cómo se han leído, y mal leído, dichos textos, para servir (o dificultar) agendas progresistas. En el capítulo sobre la dieta se argumenta que el médico griego Hipócrates ha sido mal comprendido y mal citado en la literatura médica y en los textos modernos sobre dietas: aquí la relación entre lo antiguo y lo moderno es concreta y clara, puesto que lo moderno se apropia de lo antiguo de modos que son especialmente perjudiciales para las mujeres. Este capítulo y el que trata del control sobre las mujeres también nos dan información sobre actitudes ancestrales hacia ellas, más allá de lo que se puede deducir a partir del mito.
En el primer capítulo, y en el capítulo sobre los códigos de vestimenta escolar y la vigilancia de la vestimenta de las mujeres por las «mujeres controladoras» de la antigua Grecia, la relación entre lo antiguo y lo moderno es más flexible; se trata más de una relación lógica que de una influencia directa. O, para decirlo con otras palabras, la influencia directa a través de franjas de tiempo y espacio es difícil de cartografiar. A veces es imposible rastrear los orígenes precisos de una idea o de un comportamiento en la Grecia o la Roma antiguas, pero la mayoría de las veces ocurre que no tenemos ni idea de si algo se originó allí, o si les fue transmitido desde otra cultura, o incluso de si en realidad tuvo muchos orígenes diferentes.14 El objetivo de este libro no es rastrear genealogías históricas con precisión; sí lo es reconocer patrones culturales consolidados.
La segunda mitad del libro está dedicada a considerar las maneras distintas y sorprendentes en que la superestrella Beyoncé, el novelista Ali Smith y la justiciera asesina mexicana Diana, la cazadora de conductores de autobús, han reinventado los mitos antiguos convirtiéndolos en actos de resistencia: resistencia ante mitos misóginos, trillados y dañinos, incluidos los racistas y los transfóbicos.
Estas recreaciones de mitos antiguos preguntan una y otra vez: ¿De quién es la antigüedad clásica? ¿De quién es la cultura? La respuesta: son nuestras.
Este libro comienza donde termina la misoginia, con hombres que matan a mujeres. En seguida llegaremos a la realidad de los hombres que matan a mujeres (y a hombres), pero quiero empezar por la fantasía. Quiero empezar por una de las primeras fantasías documentadas sobre matar mujeres: los antiguos mitos griegos sobre la matanza de amazonas.
Las amazonas eran mujeres guerreras procedentes de tierras lejanas, además de ser uno de los adversarios más temibles de los héroes de los mitos griegos.15 Tenían fama de ser «iguales que los hombres».16 Según cuenta una de las historias mitológicas, el héroe Hércules fue enviado en una misión a recuperar la faja de la reina amazona Hipólita. («Faja» más bien nos remite a una versión antigua de las Spanx; probablemente «cinturón de guerra» describa mejor la prenda). Hércules la mata a golpes y le roba el cinturón. Algunas versiones de la historia describen cómo Hércules mata a una amazona tras otra: Aela, Filipis, Protoe, Eriboea, Celaeno, Euribia, Febe, Deyanira, Asteria, Tecmessa, Alcipe y Melanipa.17
No necesitamos otro héroe. (Aquiles mata a Pentesilea, ánfora del pintor Exekias, alrededor del 530 a.C.).
GETTY IMAGES / DEA PICTURE LIBRARY
Aquiles, el héroe griego, mató a la amazona Pentesilea cuando las amazonas unieron sus fuerzas a las de los troyanos para luchar contra los griegos en la guerra de Troya. En una versión de la historia, Pentesilea va montada a caballo y Aquiles le clava la lanza con tal fuerza que el arma atraviesa a la mujer y al caballo a la vez. Otras versiones cuentan cómo se enamoró de la muchacha mientras agonizaba e incluso que la deseó y profanó su cadáver.18
El héroe griego Belerofonte mató a muchas amazonas sobrevolándolas en su caballo alado y lanzándoles rocas hasta que morían aplastadas.
El héroe griego... bien, es fácil imaginárnoslo. Matar amazonas era parte de lo que convertía a los héroes griegos en héroes. Como dice Mary Beard: «El mensaje básico era que la única amazona buena era la que estaba muerta».19 Este mensaje se dejó bien claro repetidamente en la antigua Grecia. Las imágenes de amazonas muertas o moribundas se exhibían en el interior de los hogares (en las pinturas de los jarrones que han sobrevivido, las amazonas son el segundo tema más popular; Hércules es el primero), así como en monumentos públicos como el templo del Partenón en Atenas.
Existe una relación entre la fantasía antigua de matar mujeres y la realidad moderna. La noche del viernes 23 de mayo de 2014, estaba en casa, poniendo notas a trabajos de mis alumnos. Fui profesora del Departamento de Estudios Clásicos de la Universidad de California, Santa Bárbara, durante cinco años y, aunque en general disfruté de mi labor, odiaba poner notas a los trabajos. Para no aburrirme tanto, hojeaba artículos en un periódico en línea. Andaba buscando chismes de personajes famosos, pero lo que encontré fue una noticia de última hora de una masacre ocurrida en Isla Vista, una zona cercana al campus en la que viven muchos estudiantes. Llamé a mis colegas y mandé correos electrónicos a mis alumnos. Fue una batalla por conseguir información: ¿Todos estaban bien?
Poco a poco supimos que seis estudiantes, George Chen, Cheng Yuan «James» Hong, Weihan «David» Wang, Katherine Breann Cooper, Christopher Ross Michaels-Martinez y Veronika Elizabeth Weiss, fueron asesinados en lo que se conoció como los asesinatos de Isla Vista. Otros 14 estudiantes resultaron heridos antes de que el asesino se matara disparándose a sí mismo. Katie Cooper y Christopher Michaels-Martinez eran alumnos de nuestro departamento; a Katie le interesaba la historia del arte y la arqueología y a Christopher, la literatura inglesa y los clásicos. Uno de mis colegas se acababa de reunir con Christopher para hablar de la posibilidad de pasar un año en el extranjero, en Roma. Otro colega daba clases de griego antiguo en un aula que comenzó con siete estudiantes, Katie era una, y que ahora tenía seis. En cada una de las clases de griego antiguo que hemos impartido desde entonces, veo la ausencia de Katie Cooper, una chica preciosa, congelada para siempre a la edad de 22 años.
Recuerdo los siguientes días y semanas como una serie de imágenes confusas: la valentía de Richard Martinez, el padre de Christopher, cuando instó a la multitud en la celebración del funeral a cantar Not one more; un colega en un acto de homenaje del Departamento hablando del carácter alegre y divertido de Katie Cooper y de lo orgulloso que estaría si su hija de mayor se pareciera a Katie; el decano sugiriendo que enseñáramos a los estudiantes a encontrar consuelo en el arte y la literatura, a pesar de que los amigos de los estudiantes que habían muerto a duras penas se mantenían en pie. Mi hija, Athena, tenía entonces 13 años. Hacía cinco años que nos habíamos trasladado a California desde Inglaterra, donde existen problemas graves como el vandalismo, la embriaguez pública y los apuñalamientos, pero no violencia armada. Athena tenía muchas preguntas: ¿estaba segura en la escuela?, ¿me podían disparar a mí?, ¿por qué había personas que hacían estas cosas?
Supe que escribiría este libro cuando un joven cuyo nombre no tiene por qué recibir oxígeno de la publicidad mató a nuestros estudiantes. ¿El hecho de disponer de armas y los problemas de salud mental del perpetrador de la matanza contribuyeron a los asesinatos? Sí, por supuesto; sin ninguna duda. Pero la visión que el asesino tenía de las mujeres, fomentada por airados resentimientos hacia páginas de internet de «artistas del ligue» y detallados en un manifiesto de ciento cuarenta páginas que envió por correo electrónico a diferentes personas antes de la masacre, fue lo que lo impulsó a matar.
Esta visión se remonta a la antigüedad, y algunas de las creencias sobre las mujeres que hemos heredado de la Grecia y la Roma antiguas constituyen el andamiaje imaginativo que sustenta nuestras creencias sobre las mujeres hoy. Ignorar esta historia nos impide ver cuán arraigadas están realmente algunas estructuras sociales violentas. El primer paso para entender la misoginia y, por lo tanto, para hacer algo que la prevenga, es reconocer cómo y dónde está instalada culturalmente. Los asesinatos de Isla Vista fueron obra de un individuo, «un hombre solitario, silencioso y perturbado».20 Pero fueron también la labor de miles de años contando las mismas historias sobre las relaciones entre hombres y mujeres, el deseo y el control.
En su libro Down Girl, la filósofa Kate Manne explica qué es la misoginia y cómo funciona.21 Se entiende mejor, escribe Manne, «si se considera principalmente como una propiedad de los entornos sociales en los que las mujeres pueden encontrar hostilidad debido a la aplicación y vigilancia de las normas y expectativas patriarcales, a menudo, aunque no exclusivamente, en la medida en que violan la ley y el orden. Por lo tanto, la misoginia funciona para hacer cumplir y vigilar la subordinación de la mujer y defender el dominio masculino, en el contexto de otros sistemas de intersección de opresión y vulnerabilidad, dominio y desventaja».22
Su análisis nos aleja de pensar en la misoginia como una actitud hacia las mujeres que tienen hombres y mujeres como individuos y nos hace pensar en ella como fuerzas sociales que controlan las normas y expectativas de un mundo patriarcal. La misoginia es el brazo «ejecutor que hace cumplir la ley de un orden patriarcal, cuya función general es vigilar y aplicar su ideología dominante».23 Una de las principales maneras que utiliza la misoginia para ello es diferenciar entre «mujeres buenas» y «mujeres malas» y castigar a las «mujeres malas».
En el mito griego antiguo, las amazonas se consideraban mujeres malas. Eran malas porque rechazaban el matrimonio. Se esperaba que todas las mujeres griegas buenas contrajeran matrimonio. Las mujeres buenas se casaban, tenían hijos y cuidaban la casa, roles que las mantenían subordinadas a los hombres. En cambio, las amazonas vivían como nómadas, viajando de un lugar a otro. Libraban batallas. Disfrutaban de relaciones sexuales con hombres cuando y como querían (una historia cuenta que a Alejandro Magno le costó trece días satisfacer el deseo de la amazona Talestris), pero no vivían con ellos. Eran mujeres sin un hombre, o libres de hombres, y por ello fueron castigadas.24
El asesino de Isla Vista también castigó a las mujeres por no querer estar con él: «No sé por qué vosotras, las chicas, no os sentís atraídas por mí —se quejaba en su manifiesto—, pero os castigaré a todas por esto [...]. ¿Quién es el macho alfa ahora, perras?». Escribió sobre la necesidad de controlar el comportamiento sexual de las mujeres: «Las mujeres no han de poder escoger con quien se emparejan. Esa elección la deberían hacer por ellas hombres civilizados e inteligentes».25 El psicólogo clínico Jordan Peterson argumenta sin pelos en la lengua que la «solución racional» para evitar que hombres como el asesino de Isla Vista cometan actos violentos es la «monogamia obligatoria».26 No se da cuenta de que la monogamia obligatoria es en sí misma un acto violento.
Los héroes griegos se ganaron su estatus de superestrellas castigando a las mujeres sexualmente rebeldes. Cuando Hércules va en busca del cinturón de guerra de la amazona Hipólita es uno de sus doce trabajos, tareas que se imponían como castigo a la violencia doméstica: «en un ataque de locura», había matado a su esposa, Megara, y a sus hijos.27 Una vez cumplidas con éxito las tareas impuestas, Hércules habría purgado su crimen (nótese el amargo razonamiento: para expiar el asesinato de una mujer, mató a más mujeres). Cuando murió, su padre, Zeus, rey de los dioses, lo subió hasta el monte Olimpo: en la muerte, como en la vida, Hércules fue un semidiós.
Parte del delirio del asesino de Isla Vista era que, castigando a las mujeres a cuyo amor tenía todo el derecho, se convertiría en héroe, en semidivino. La violencia contra la mujer forma parte integral del heroísmo o, al menos, de un tipo concreto de heroísmo machista. El asesino de Isla Vista quería ser un Hércules, «más que humano [...] lo más parecido que hay a un dios viviente», un «macho alfa», como lo expresó en su manifiesto en línea. Quería mujeres que lo adoraran; también quería ser superior a otros hombres. El método que empleó para lograrlo puede que sea excepcional, pero no lo es el deseo en sí mismo.28 Por supuesto, decimos que el asesino tenía problemas de salud mental. Eso es lo que también dijeron los escritores antiguos sobre Hércules cuando mató a su esposa y a sus hijos. Quizás es difícil diferenciar entre delirio y trastorno e hiperheroísmo.
Un factor esencial del mito de las amazonas era que las mujeres guerreras eran extranjeras, no eran griegas. La fantasía no era solo de hombres que obtienen lo mejor de las mujeres, sino de hombres griegos que obtienen lo mejor de mujeres extranjeras. Matar amazonas era un acto de superioridad tanto étnica como sexual. En el caso del asesino de Isla Vista, el motor de la destrucción de mujeres era una ideología de la supremacía blanca. Se propuso matar lo que deseaba, «una chica rubia y guapa». Él era hijo de madre china de Malasia y padre británico blanco y, en su manifiesto, arremetía contra los hombres negros y morenos que no merecían, a su juicio, las atenciones de las mujeres blancas rubias. El motor que impulsa esta guerra contra las mujeres, la antigua y la moderna, es el odio racial y sexual. Está lejos de ser inusual en este sentido.29
Uno de los aspectos más seductores de las amazonas era que vivían en igualdad sexual. A diferencia de las mujeres reales que vivieron en la Grecia antigua, las amazonas disfrutaban de las mismas libertades que los hombres. Disfrutaban de las relaciones con ellos, pero no los necesitaban, ni sexual ni políticamente. «¿Quién creería que un ejército de mujeres, o una ciudad o una tribu, se podía organizar sin hombres?», exclamó un escritor griego.30
Por eso, en el siglo XIX, las feministas de la primera ola como Elizabeth Cady Stanton miraron a las amazonas como modelos de matriarcado: un gobierno de mujeres.31 Una de estas feministas fue una mujer llamada Sadie Elizabeth Holloway. Formada en Mount Holyoke, una universidad para mujeres, Holloway se convirtió en abogada y psicóloga. Junto con su esposo, William Moulton Marston, hizo algunas cosas extraordinarias, como desarrollar una primera versión de la prueba del detector de mentiras. En 1941, inspirándose en Holloway y Olive Byrne, la mujer con quien ambos tuvieron aventuras amorosas, Marston creó una amazona superheroína moderna: Wonder Woman.
Wonder Woman, también conocida como la princesa Diana de Temiscira, hija de Hipólita, es una amazona a la que finalmente se permite vivir, con la ayuda de su extraordinaria fuerza, «integridad y humanidad»,32 y de un lazo dorado capaz de decir cuándo los hombres están mintinedo (el test del detector de mentiras de Holloway y Marston inmortalizado como el arma de su superheroína). Wonder Woman fue llevada a la pantalla e interpretada por la ex Miss Mundo de America, Lynda Carter, y la ex Miss de Israel, Gal Gadot, y se convirtió, durante unos meses de 2014, en la embajadora honoraria de las Naciones Unidas para el empoderamiento de mujeres y niñas. La destituyeron después de que los manifestantes pusieran de relieve que las características del personaje del cómic, blanca y con aspecto de pinup girl, además del disfraz con la bandera estadounidense, la convertían en una elección inapropiada para el papel.