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El viejo gobernante de Gran Bretaña, el rey Lear, decide renunciar al trono y entregar el reino a sus tres hijas. Pero primero, tienen que demostrarle cuánto lo aman. Mientras que sus dos mayores, Goneril y Regan, lo bañan de cumplidos, Cordelia, la más joven y su favorita, se niega a halagarlo, diciendo que no sabe las palabras para describir su amor. El rey Lear la rechaza con rabia, y pronto, se encuentra irrespetado y anulado por Goneril y Regan y se vuelve loco. King Lear es una de las obras más trágicas de Shakespeare, y también una de sus mayores obras maestras. En 2018, Antony Hopkins interpretó al rey, y Florence Pugh, a su hija Cordelia, en una película de televisión dirigida por Richard Eyre.
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Seitenzahl: 143
Veröffentlichungsjahr: 2020
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William Shakespeare
Saga
El rey LearOriginal titleKing Lear
Copyright © 1606, 2020 William Shakespeare and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726521344
. e-book edition, 2020
Format: EPUB 2.0
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Caballeros del séquito del rey Lear, oficiales, mensajeros, soldados.
La escena pasa en Bretaña.
(Entran el CONDE DE KENT, el CONDE DE GLOCESTER y EDMUNDO.)
EL CONDE DE KENT.-Siempre creí al rey más inclinado al duque de Albania que al duque de Cornouailles.
EL CONDE DE GLOCESTER.-Lo mismo creíamos todos; pero hoy, en el reparto que acaba de hacer entre los de su reino, ya no es posible afirmar a cual de los dos duques prefiere. Ambos lotes se equilibran tanto, que el más escrupuloso examen no alcanzaría a distinguir elección ni preferencia.
EL CONDE DE KENT.-¿No es ése vuestro hijo, milord?
EL CONDE DE GLOCESTER.-Su educación ha corrido a mi cargo, y tantas veces me he avergonzado de reconocerle que al fin mi frente, trocada en bronce, no se tiñe ya de rubor.
EL CONDE DE KENT.-No os entiendo.
EL CONDE DE GLOCESTER.-Su madre me entendería mejor; por haberme entendido demasiado vio un hijo en su cuna, antes que un esposo en su lecho. ¿Comprendéis, ahora, su falta?
EL CONDE DE KENT.-No quisiera yo que esa falta hubiese dejado de cometerse, pues produjo tan bello fruto.
EL CONDE DE GLOCESTER.-Tengo, además, un hijo legítimo, que le lleva a éste algunos años de ventaja, mas no por ello le quiero más. Verdad es que Edmundo nació a la vida antes que le llamasen; pero su madre era una beldad, y no hay que ocultar el vergonzoso fruto que dio a luz. ¿Conoces a este gentilhombre, Edmundo?
EDMUNDO.-No, milord.
EL CONDE DE GLOCESTER.-Es el conde de Kent. Desde ahora le respetarás como a uno de mis mejores amigos.
EDMUNDO.-Mis servicios están a las órdenes de vuestra señoría.
EL CONDE DE KENT.-Sois muy amable, y deseo captarme vuestro afecto.
EDMUNDO.-Procuraré, milord, hacerme digno de vuestra estimación.
EL CONDE DE GLOCESTER.-Ha permanecido nueve años lejos de su país, y aún será preciso que vuelva a ausentarse. (Oyese el toque de trompetas.) ¡El rey llega! (Entran el Rey Lear, los duques de Cornouailles y de Albania, Goneril, Regan, Cordelia y séquito.)
LEAR.-Id, Glocester, a acompañar al rey de Francia y al duque de Borgoña.
EL CONDE DE GLOCESTER.-Obedezco, señor. (Salen el conde y Edmundo.)
LEAR.-Ahora, nos vamos a manifestar nuestras más secretas resoluciones. A ver, el mapa de mis dominios. Sabed que hemos dividido nuestro reino en tres partes. De los motivos que a ello nos deciden, el primero es aliviar nuestra, vejez del peso de las tareas y negocios públicos, para asentarlo en hombros más jóvenes y robustos, y así, aligerados de tan onerosa carga, caminar sosegados hacia nuestra tumba. Cornouailles, hijo querido, y vos, duque de Albania, que no amáis menos a vuestro padre, nuestra firme voluntad es asignar públicamente en este día a cada una de nuestras hijas su dote, a fin de prevenir con ello todos los debates futuros. Los príncipes de Francia y de Borgoña, rivales ilustres en la conquista de nuestra hija menor, han permanecido largo tiempo en nuestra corte, donde el amor los retiene: hay que contestar a sus peticiones. Hablad, hijas mías: ya que hemos resuelto abdicar en este instante las riendas del gobierno, entregando en vuestras manos los derechos de nuestros dominios y los negocios de estado decidme cuál de vosotras ama más a su padre. Nuestra benevolencia prodigará sus más ricos dones a aquella cuya gratitud y bondadoso natural más los merezcan. Vos, Goneril, primogénita nuestra, contestad la primera.
GONERIL-Yo os amo, Señor, más tiernamente que a la luz, al espacio y a la libertad, muchísimo más que todas las riquezas y preciosidades del mundo. Os amo tanto, cuanto se puede amar, la vida, la salud, la belleza, y todos los honores y los dones todos; tanto, cuanto jamás hija amó a su padre; en fin con un amor que la voz y las palabras no aciertan a explicar.
CORDELIA (aparte.)-¿Qué hará Cordelia? Amar y callar.
LEAR.-Te hacemos soberana de todo este recinto, desde esta línea hasta ese límite, con todo cuanto encierra, frondosos bosques, y vasallos que los pueblan. Sean tu dote y herencia perpetua de los hijos que nazcan de ti y del duque de Albania. ¿Qué contesta nuestra segunda hija, nuestra querida Regan, esposa de Cornouailles?
REGAN.-Formada estoy de los mismos elementos que mi hermana, y mido mi afecto por el suyo, en la sinceridad de mi corazón, Ha definido, con verdad, el amor que os profeso, padre mío. Pero aún quedó corta, pues yo me declaro enemiga de todos los placeres que la vista, el oído, el gusto y el olfato pueden dar, y sólo cifro mi felicidad en un sentimiento único: el tierno amor que por vos siento.
CORDELIA (aparte.)-¿Qué te queda pues, pobre Cordelia? ¿Pobre? No; estoy segura que mi corazón siente más amor del que mis labios pueden expresar.
LEAR.-Tú y tu posteridad, recibid en dote hereditario esta vasta porción de mi reino; no cede en extensión, en valor, ni en atractivo a la que he donado a Goneril. Ahora, Cordelia, tú que hiciste sentir a tu padre el postrero, aunque no el más tierno transporte de gozo, tú cuyo amor buscan ambicionan los viñedos de Francia y el néctar de Borgoña ¿qué vas a contestar para recoger tercer lote, más rico aún que de tus hermanas? Habla.
CORDELIA.-Nada, señor.
LEAR.-¿Nada?
CORDELIA.-Nada.
LEAR.-De nada sólo puede nada. Habla de nuevo.
CORDELIA.-Desgraciada de mí, que no puedo elevar mi corazón hasta mis labios. Amo a vuestra majestad tanto como debo, ni más menos.
LEAR.- ¿Cómo, cómo Cordelia? Rectifica tu respuesta, si no quieres perder tu fortuna.
CORDELIA.-Vos, padre mío, me disteis la vida, me habéis nutrido y me habéis amado. Yo, por mi parte, os correspondo, tributándoos todos los sentimientos y toda la gratitud que el deber me impone; os soy sumisa, os amo y os respeto sin reserva. Mas ¿por qué mis hermanas tienen maridos, si dicen que es vuestro todo su amor? Tal vez cuando yo me case, el esposo que reciba mi fe obtendrá con ella la mitad de mi ternura, la mitad de mis cuidados y la mitad de mis deberes; de seguro, jamás me casaré como mis hermanas para dar a mi padre todo mi amor.
LEAR.-¿Está de acuerdo tu corazón con tus palabras?
CORDELIA.-Sí, padre mío.
LEAR.-¡Cómo! ¡tan joven y tan poco tierna! CORDELIA.-Tan joven y tan franca, señor. LEAR.-¡Está bien! Quédate con la verdad por dote; pues, por los sagrados rayos del sol, por los sombríos misterios de Hécate y de la noche, por todas las influencias de esos globos celestes que nos dan vida o nos matan, abjuro desde ahora todos mis sentimientos naturales, rompo todos los lazos de la naturaleza y de la sangre y te destierro para siempre de mi corazón.
EL CONDE DE KENT.-Mi buen soberano... LEAR.-Callaos, Kent. No os coloquéis entre el león y su furor. La amé con ternura y esperaba confiar el reposo de mis ancianos días a los cuidados de su cariño. (A Cordelia.) Sal, y aléjate de mí presencia. Que venga el príncipe de Francia y... ¿no se me obedece?... y el duque de Borgoña. Vos, Cornouailles, y vos, duque de Albania, repartíos el tercer lote, añadiéndole al dote de mis otras dos hijas. Sírvala a ella de esposo el orgullo que nos vende como ingenuidad. Os invisto a entrambos de mi poder, de mi soberanía y de todas las prerrogativas anejas a la majestad. Nos y cien caballeros que reservamos para nuestra guardia y que se alimentarán a vuestras expensas, viviremos alternativamente en vuestras dos cortes, cambiando cada mes de residencia. Para mí sólo conservo el nombre de rey, los honores a él inherentes; la autoridad, las rentas y la administración del imperio, vuestras son, hijos míos, y para rectificar este contrato, tomad mi corona (se la entrega) y repartíosla.
EL CONDE DE KENT.-Augusto Lear, vos, a quien siempre honré como a rey, a quien siempre amó como a padre, y a quien siempre seguí como a señor: vos, a quien en mis preces he implorado siempre como a mi ángel tutelar...
LEAR.-Armado está el arco y tendida la cuerda; evitad la flecha.
EL CONDE DE KENT.-Caiga sobre mí; aun cuando su punta me atraviese el corazón. Kent no olvida las conveniencias cuando su rey delira. Anciano ¿qué pretendes? ¿esperas que el miedo imponga silencio al deber, cuando, seducido por vanas palabras, inmolas tu poder a la lisonja? El honor debe la verdad a los reyes, cuando la majestad cae en demencia. Guarda tu soberanía. Enmienda, con más maduro juicio, tu monstruosa imprudencia. Te aseguro, bajo mi fe, que tu hija menor no es la que menos te ama; un timbre de voz tímido y modesto no es, ordinariamente, eco de un corazón vacío e insensible.
LEAR.-Kent, por tu vida, no prosigas.
EL CONDE DE KENT.-Nunca estimé mi vida sino como una prenda consignada por ti contra tus enemigos, ni nunca temeré perderla cuando en ello se interese tu seguridad.
LEAR.-¡Aparta de mi vista!
EL CONDE DE KENT.-Reflexiónalo bien, Lear; sufre en tu presencia a un hombre veraz.
LEAR.-¡Por Apolo!
EL CONDE DE KENT.-¡Por Apolo, ah rey!
¡en vano juras por tus dioses!
LEAR (echando mano a la espada.)¡Vasallo! ¡infiel!
LOS DUQUES DE CORNOAUILLES Y DE ALBANIA.-¡Deteneos, señor!
EL CONDE DE KENT.-Da, si quieres, la muerte a tu médico; pero al menos emplea en curar tu mal funesto el salario que le hubieses dado. Revoca tu decreto de partición, o mientras mis labios puedan articular una palabra, diré que obras mal.
LEAR.-Escucha, rebelde. Has intentado hacernos violar nuestro juramento, a lo cual nunca nos habíamos atrevido. Cediendo a un obstinado orgullo, has procurado interponerte entre nuestro decreto y su ejecución. Nuestro carácter y nuestro rango no pueden tolerar el primero de estos excesos, ni todo nuestro poder lograría legitimar el segundo. Recibe tu salario, pues. Te concedemos provisiones para que te alimentes durante cinco días, pero al sexto habrás de salir de nuestro reino, y si el décimo día tu cuerpo se encontrase en el recinto de nuestros dominios, será aquel momento el de tu muerte. Huye. ¡Por Júpiter! no esperes que revoque mi sentencia.
EL CONDE DE KENT.-¡Sé feliz, oh rey adiós! Ya que así quieres portarte, la libertad está lejos de tu presencia, y a tu lado el destierro. (A Cordelia) Joven, ¡protéjante, los dioses, ya que piensas con justicia y hablas con cordura! (A Regan y a Goneril) Y vosotras ¡ojalá vuestras acciones respondan al énfasis de vuestros discursos, y vuestras protestas de ternura queden justificadas por los efectos! De esta suerte ¡oh príncipes! se despide de vosotros Kent, transportando su vejez a nueva patria y entregándose, en su edad, a nuevas costumbres. (Sale.)(Entra el conde de Glocester con el rey de Francia, el duque de Borgoña y su séquito.)
EL CONDE DE GLOCESTER.-¡Noble soberano! He aquí a los príncipes de Francia y de Borgoña.
LEAR.-Duque de Borgoña: a vos dirigimos nuestras primeras palabras, a vos que os declarasteis rival del rey de Francia en demanda de la mano de nuestra hija. ¿Qué dote exigís con su persona? ¿Qué negativas paralizarían vuestros amorosos intentos?
EL DUQUE DE BORGOÑA.-Noble rey: no pido más que lo que vuestra alteza ofreció, y vos no querréis, ciertamente, cercenar nada de vuestras ofertas.
LEAR.-Noble duque de Borgoña,, mientras nos fue cara, la estimábamos digna de esa dote; pero hoy ha desmerecido mucho en precio. Vedla ante vos, señor: si alguna parte de su mezquina persona, o su persona entera, con nuestra aversión por añadidura, os conviniera y agradara, sin más acompañamiento, podéis tomarla, vuestra es.
EL DUQUE DE BORGOÑA.-No sé qué contestar.
LEAR.-Podéis tomarla con las desgracias inherentes a ella, desheredada de mi cariño, y adoptada recientemente por mi odio, dotada con mi maldición y proscripta de mi familia por juramento inviolable.
EL DUQUE DE BORGOÑA.-Perdonad, señor; una elección no se determina sobre semejantes condiciones.
LEAR.-Pues bien, señor, dejadla; pues, por la potencia que me creó, acabo de exponeros toda su fortuna. (Al rey de Francia): En cuanto a vos, ¡oh gran rey! no quisiera yo que vuestro amor os cegase hasta el punto de casaros con el objeto que odio. Así, pues, os conjuro que llevéis vuestra inclinación a otro objeto más digno que una desventurada de quien la misma naturaleza se avergüenza.
EL REY DE FRANCIA.-No atino a comprender cómo la que poco ha era vuestra hija predilecta, tema de vuestras alabanzas, y encanto de vuestra vejez, haya podido, en rápido instante, cometer una acción tan monstruosa que merezca verse despojada de todos cuantos dones la habíais prodigado. Seguramente su ofensa ha de ser de un género antinatural, un prodigio de atrocidad; o bien el afecto que antes le asegurasteis solemnemente, se ha pervertido por extraña manera. Y creer de ella ese prodigio, es un hecho sobrenatural que repugna a mi razón y que, sin un milagro, jamás creería.
CORDELIA.-Una postrera súplica dirijo a vuestra majestad. Confieso que no poseo ese lenguaje meloso, ese arte de prodigar vanas palabras. Lo que resolví lo hago antes de hablar de ello. Dignaos declarar que, si pierdo vuestro afecto y vuestras bondades, no es porque esté mancillada con algún crimen o vicio, ni por haber deshonrado mi sexo con alguna bajeza o acción indigna de mí, sino que toda mi falta consiste (y esta privación es mi riqueza) en no tener un ojo ávido que sin cesar mendigue, ni una lengua que dista mucho de envidiar, aun cuando me cuesta la pérdida de vuestra ternura.
LEAR.-Más te valiera no haber nacido, que el haberte hecho digna de mi desagrado.
EL REY DE FRANCIA.-¿Y ése es el único reproche? Un carácter avaro en abras, pero que sin hablar, obra. Duque de Borgoña ¿qué contestáis a la princesa? Deja el amor de ser amor, en cuanto intervienen consideraciones extrañas; su verdadero objeto no se cifra en intereses frívolos. Hablad, ¿deseáis tomarla por esposa? Su dote es ella misma.
EL DUQUE DE BORGOÑA.-Augusto Lear: con que sólo me deis la parte que antes ofrecisteis, acepto en el acto la mano de Cordelia, proclamándola duquesa de Borgoña.
LEAR.-Nada; lo he jurado; soy inflexible.
EL DUQUE DE BORGOÑA.-Deploro que a la vez que perdisteis el corazón de un padre, perdáis también un esposo.
CORDELIA.-Sea la paz con el duque de Borgoña. Ya que las consideraciones de fortuna constituyen todo su amor, no seré yo su esposa.
EL REY DE FRANCIA.-Hermosa Cordelia, vuestra falta de fortuna os hace más rica a mis ojos. Cuanto más os abandonen, más preciosa sois; cuanto más os desdeñen, más digna sois de amor. Tomo vuestra persona y vuestras virtudes; séame permitido adquirir el tesoro que los demás desprecian. ¡Oh dioses! por un contraste extraño, su frialdad y sus desdenes encienden más mi amor, exaltándolo hasta la idolatría. ¡Oh rey! tu hija sin dote y abandonada, como al azar, a mi elección, es mi reina, la reina de mis vasallos y de nuestra hermosa Francia. Todos los duques de la húmeda Borgoña no lograrían rescatar de mí esa joven rara e inapreciable. Cordelia, despedios de ellos; aun cuando os maltrataron, en otra región hallaréis algo más de lo que perdéis aquí.
LEAR.-Tuya es, rey de Francia; tómala entera. Por mi parte, no tengo hija de tal especie, ni mis ojos volverán a posarse en su rostro. Así, pues, sal de nuestra corte, sin nuestra gracia, sin nuestro cariño y sin nuestra bendición. Venid, noble duque de Borgoña. (Marcha militar, Salen Lear y el duque de Borgoña.)
EL REY DE FRANCIA.-Despedios de vuestras hermanas.
CORDELIA.-Con lágrimas en los ojos se despide Cordelia de vosotras, favoritas de mi padre. Os conozco perfectamente y sé lo que sois; mas yo, vuestra hermana, siento invencible repugnancia en designar vuestros defectos con sus verdaderos nombres. Amad mucho a vuestro padre; recomiendo su ancianidad a vuestro pecho tan fecundo en protestas. Pero ¡ah! si aún gozase yo de su afecto, quisiera darle un asilo mejor. ¡Adiós!
REGAN.-No vengáis a prescribirnos nuestro deber.
GONERIL.-Procurad más bien complacer a vuestro esposo que, cediendo a la piedad, se digna tomaros sin fortuna y salvaros de la mendicidad. Habéis faltado a la obediencia, y merecéis que vuestro esposo os pague con la indiferencia que mostrasteis hacia vuestro padre.
CORDELIA.-El tiempo desenvolverá los repliegues donde la astucia se esconde y oculta. Las faltas que al principio vela, al fin las descubre, exponiéndolas a la vergüenza.
EL REY DE FRANCIA.-Venid, mi bella Cordelia. (Salen el rey de Francia y Cordelia.)
GONERIL.-Hemos de hablar, sobre un punto que a las dos concierne. Creo que nuestro padre ha de partir esta noche.
REGAN.-Es verdad; va a vivir con vosotros; el mes próximo será nuestro turno.