El ritual del vampiro 2 y El amuleto de los condenados - Cielo Montiel - E-Book

El ritual del vampiro 2 y El amuleto de los condenados E-Book

Cielo Montiel

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Beschreibung

Este mundo no está habitado solamente por humanos y animales. También conviven (aunque ignoremos su presencia) otros seres. Vampiros, brujas, larvas astrales, arpías y también demonios llamados Arcontes. Ellos tienen una inteligencia tan desarrollada que manejan nuestras vidas a su antojo. Así como cambiaron el destino de Cel rãu y de Celith, también lo hacen con nosotros, desde hace siglos.

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CIELO MONTIEL

El ritual del vampiro 2 y El amuleto de los condenados

Montiel, Cielo El ritual del vampiro 2 y El amuleto de los condenados / Cielo Montiel. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3074-

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

Parte 1

Parte 2

Parte 3

Parte 4

Parte 5

Parte 6

Parte 7

Parte 8

Parte 9

Parte 10

Parte 11

Parte 12

Parte 13

Parte 14

Parte 15

Parte 16

Parte 17

Parte 18

Parte 19

Parte 20

Parte 21

Parte 22

Parte 23

Parte 24

Parte 25

Parte 26

Parte 27

Parte 1

La temporada de verano llegaba a su fin antes de tiempo, sobre aquel pequeño pueblito con playa. Y eso se debía a que las noches ya no eran cálidas como antes. Pero eso no era lo más preocupante, lo más alarmante allí era que por las noches el cielo se tornaba rojizo, dándole al paisaje, un efecto apocalíptico, bastante macabro.

La mayoría de las personas que vacacionaban allí pensaban que esto se debía al resultado de algún factor de naturaleza climática. Pero igual sentían pavor al ver este evento de apariencia espeluznante y por eso ya se habían marchado. Quedando solo unos pocos turistas, prestos a dejar el lugar. Pero, además de eso, el calendario iba a quedar marcado con sangre, por la insólita tragedia que se presentaría ante los ojos de todos.

Caía el atardecer sobre el camino que conducía hacia la playa de Monte, y allí se encontraban los únicos dos vehículos patrulleros del pueblo y varios policías que estaban observando el horrendo hallazgo sobre la calle polvorienta. El cuerpo sin vida de un joven que yacía tirado, sobre un charco de sangre a cada lado de sus manos, rodeado de moscas negras, era el motivo de reunión de las autoridades policiales. El cadáver mostraba una herida con algo punzocortante en las venas de sus brazos, que habrían sido indudablemente las causas de la muerte. Murió desangrado.

—¡El deceso de este joven no ha sido producto de muerte natural!— Comentó inequívocamente el comisario, mientras revisaban el cuerpo —. La pregunta es… ¿Robo seguido de muerte?

—¡No creo, señor comisario! Este muchacho es de aquí. Tiene casi todas sus pertenencias y algo de dinero en su billetera— Afirmó uno de los policías—. ¡Y tiene las venas cortadas!

—¡Sí, a simple vista esa es la primera impresión que se puede ver! ¡Se suicidó! Pero igual se debe analizar bien el lugar y alguna información que arroje luz sobre este suceso y no deje dudas ni sospechas. Se dará comienzo a una exhaustiva investigación, desde este mismo momento— continuó diciendo seriamente. Y dando órdenes a sus camaradas retiraron al occiso en una ambulancia hacia la morgue. Unos tres policías se quedaron en el lugar por órdenes de su superior, a observar e investigar, inspeccionarían la zona en busca de alguna otra prueba, que pudiera ayudar a entender que pasó en ese lugar.

Solo encontraron huellas de unos pies descalzos en una parte blanda de la arena, que pertenecían a las pisadas de aquel joven muerto, pero de poco serviría esa huella, ya que estaba borrada la mitad por efecto del viento sobre la misma. Las dunas de Monte viven en constante movimiento, como consecuencia del mar y de la corriente briza que arrastra y entierra casi todo a su paso, que dificulta la búsqueda de evidencias. La noticia causaría una sensación de inseguridad y desconfianza, en la población del pequeño pueblo de Monte.

—¡Será fácil comprobar que fue suicidio!— dijo el policía más joven a su compañero que transpiraba sofocado por la incomodidad del momento: la visión viscosa de la sangre y los guantes de goma.

—¡Sí!, Pero desde que se reportó la denuncia de los tres cazadores, que nunca más volvieron a aparecer y esta muerte, es obvio que algo raro está pasando por aquí— contesto el otro policía mientras tomaba fotos.

—¡Se habrán ahogado en el mar!— dijo a modo de respuesta el compañero.

El otro no dijo más nada. Solo hizo un gesto negando con la cabeza. Y siguió observando el panorama, apurado, porque la noche comenzaba a tapar toda visión sobre el terreno boscoso. En el lugar se hallaba algo de basura enterrada en la arena: residuos que muchas veces dejaban tirados algunos irresponsables turistas.

Decepcionados por no hallar ningún otro indicio que mostrara una prueba de lo que allí pasó, sacaron algunas fotos más con sus celulares de las huellas sobre el suelo y emprendieron su retorno hacia el pueblo. La investigación no sería para nada complicada. Era muy evidente que fue suicidio, pero igual serían cautos. Una noticia así en aquel lugar turístico, causaría conmoción y desconfianza. Monte tenía fama de ser un territorio tranquilo, de amaneceres pintorescos y noches iluminadas por las estrellas. Deberían ser moderados para no empañar su popular costumbre.

Parte 2

Cel Rãu regresaba del Monte bastante animado, su cacería lo había dejado conforme, después de alcanzar con un disparo y matar un tierno cervatillo. Pensaba que sería un exquisito manjar para alimentar a su amada Celith y para el mismo. Su ánimo fluctuaba entre la seguridad y la duda, estaba algo intranquilo, al recordar aquel momento en el que logró llevar a cabo su tan planeado, estudiado y antiguo ritual de sangre con Celith, varios días atrás. Su instinto ahora le decía, que algo no había salido tan bien como se esperaba, sobre todo en esos momentos donde la imprudencia se apoderaba de las actitudes de ella. Pero tendría que esperar, él pensaba que todo volvería a la normalidad con el pasar de los días y se calmarían esos estados de ánimo, impulsivos y arriesgados.

Ni en sus más horribles pesadillas, él hubiera imaginado lo que el tiempo, con sus misterios cambios, estaría a punto de manifestarle. Cel rãu observó el cielo con extrañeza. Otra noche roja y oscura comenzaba a perfilarse sobre Monte que se adueñaba de cada rincón. Seguramente aquel color púrpura se debía a alguna condición meteorológica, como la niebla y la llovizna, que provocan la refracción de la luz roja.Cel rãu había leído en sus viejos libros sobre esas condiciones, que raras veces sucedían, así que no se preocupó demasiado. El mar como siempre lo guiaba desde cerca con su estrepitoso oleaje.

Observó su presa que yacía, ya sin vida sobre el suelo. Impulsivamente, colocó su mano a modo de cuenco cerca de la herida del animal y bebió un poco de la sangre que chorreaba por la abertura que dejó el disparo. Últimamente y más después del ritual, Cel rãu sentía, con desesperación, la necesidad de saborear sangre en su boca. Una sensación que regresó con asombrosa intensidad.

Cuando alimentaba al vampiro que vivía dentro de él, sentía recobrar sus fuerzas. Un fuerte vigor que recorría todo su torrente sanguíneo, le daba un impulso a sus habilidades, que ahora eran más extraordinarias de las que poseía desde hacía mucho tiempo. Y aunque él trataba de controlarse, inevitable eran esos momentos en que lo dominaba el deseo y sus ansias de sangre gobernaban con total dominio todo su ser. El éxtasis causado por el trance en el que entraba cuando ingería aquel líquido color purpura, era una sensación casi adictiva y poderosamente mágica en la que se dejaba perder inconscientemente.

Luego de alimentarse puso a prueba su poder, saltó desde una altura que sería algo peligrosa para cualquier otro ser, pero no para un vampiro renovado como él. Por fin logró casi volar de un lugar a otro del acantilado. Su fuerza era asombrosa.

La que todavía no podía controlarse era Celith, rechazaba y vomitaba todo alimento que probaba. Todavía debía sedarla y encerrarla, y hasta casi sujetarla y no perderla de vista cuando le daban esos arranques de furia. Parecía que mil demonios poseían su espíritu cuando intentaba alimentarse. Ella se estaba convirtiendo en otra cosa. Cada día que pasaba se tornaba más extraña, como poseída. Olvidando casi por completo su pasado humano o quién era.

—¡Ella solo necesita más tiempo!— pensó, intranquilo, para sí, Cel Rãu.

Cargó el cadáver del animal en su camioneta y emprendió el retorno a su vieja caverna. Atravesaba el monte selvático, inmerso en sus pensamientos, cuando de pronto vio un bulto en el suelo en medio del camino, alguien que se arrastraba levanto su mano pidiendo ayuda. Esto le hizo clavar los frenos del vehículo.

Desde su camioneta podía ver que era un hombre. Tenebrosos presentimientos afloraron en su psiquis, oscuras premoniciones de lo que no debía, pero podría estar pasando. Bajó de la camioneta con su escopeta en la mano, lentamente, para ver mejor de quién se trataba y porque estaba ese hombre allí en el medio del camino. Su cuello presentaba una herida profunda y se estaba desangrando. Además de la sangre, el vampiro podía oler el rastro del aroma de Celith, que había quedado impregnado, en la ropa de aquel viejo. Algo estaba muy mal.

—¡Ayúdame amigo!— dijo el hombre, tomándose el cuello.

—¿Qué le sucede?— preguntó Cel rãu

—Una mujer rubia y un muchacho que aparecieron por este camino se me acercaron, me hirieron con un puñal y robaron mi camioneta— comentó el hombre que apenas podía gesticular unas palabras sin sentir que se asfixiaba —. ¡Él estaba como poseído o drogado!, me atacó hiriéndome. Robaron mi camioneta y se fueron por allí— continuó diciendo el moribundo hombre mientras señalaba el camino hacia su caverna escondida.

Cel rãu podía oler instintivamente la maldad en aquel hombre. Él sabía a quién se refería. Tomó su escopeta y, sin remordimiento alguno, le apuntó directamente hacia la cabeza. Este, al ver el peligroso movimiento del hombre al que le pidió ayuda, gritó: —¡Qué hace muchacho! ¡Ayúdeme!

Cel rãu efectuó un disparo sin contemplación alguna, reventándole la cabeza de un tiro al sujeto que los había descubierto, y que no podría nunca contar su historia. Luego lo arrastró detrás de una roca ocultándolo en la maleza. No tenía tiempo de esconderlo mejor. Regresaría luego por él. Ambiguos pensamientos lo llevaron de prisa otra vez hacia su camioneta y arrancando con velocidad, prosiguió el camino hacia su caverna.

Ya la noche con sus nubes sangrientas cubría todo el territorio, mostrando su mágico poder sobre la tierra.

—¡Celith!, ¡Celith!— repetía a sí mismo, con impaciencia y rabia por los presentimientos que lo desbordaban.

El tiempo pareció detenerse cuando llegó a su caverna y vio las trancas arrancadas y tiradas sobre el paso mismo. Y al adentrarse en el interior de la misma, vio que la puerta de su dormitorio también estaba rota y abierta. Para su sorpresa sobre la cama se encontraba un muchacho joven, desconocido. Estaba vivo pero inconsciente, con sus brazos atados con unas cuerdas. Nadie más que ella pudo haber arrastrado a ese joven hasta allí. Una botella de whisky vacía estaba tirada al lado del muchacho que seguramente dormía por la borrachera. Junto a él, pudo ver un puñal ensangrentado tirado sobre el piso de roca.

Cel rãu que no dejaría cabos sueltos que pudieran amenazar su permanencia en esa playa, sujetó con más fuerza aún al individuo desmayado en su habitación.

El fuego de la hoguera se había apagado. Eso hizo que sintiera el olor a humedad y una extraña sensación de que algo muy malo había entrado en su refugio.Sin tiempo de acomodar todo ese desastre, comenzó a buscar a la mujer. Llamándola sin respuesta alguna recorrió todo el lugar. Caminó hacia la playa con la esperanza de encontrarla, pero tampoco estaba allí.

La locura amenazaba con dominar su mente. Pensamientos confusos de lo que no pudo ser de otra manera. La energía y los olores del lugar le daban telepáticamente la respuesta de que nadie más que de Celith era de quien hablaba el hombre que dejo muerto en el camino. Todo era caos y confusión en el lugar y en su mente.

Su tranquilidad y sus planes se fueron al demonio. Debía actuar ya mismo, buscarla hasta encontrarla. Sus vidas estaban en riesgo una vez más. Celith no calculaba el riesgo que corría. No podían salir del anonimato en el que estaban ligadas sus vidas hasta ese momento. Ellos eran seres con características especialmente más desarrolladas que los simples mortales. Si lo hacían debían planearlo muy bien todo. Pero nadie los entendería: los tildarían de locos.

Los seres humanos viven en la ignorancia total, adoctrinados por un sistema que los ha esclavizado, mental y culturalmente por miles de años y no podrían interpretar sus cualidades mentales, energéticas y prodigiosas.

El enojo recorría su cuerpo, su sangre parecía hervir de coraje por haberse descuidado así. Buscó entre las pertenecías de ella y al revisar, notó que faltaban su mochila, las llaves de su auto y del departamento que ella alquilaba aún, el celular, la computadora portátil, además de algunas prendas. La colilla de un cigarro sin terminar consumido en un improvisado cenicero dejaba entrever que hacia un buen rato que Celith partió de allí premeditada y raudamente. Acomodó aquel desorden de su escondite lo más rápido que pudo y dejó bien encerrado al muchacho, atrancó por fuera y se fue. Luego aclararía las cosas cuando vuelva por él.

Salió como un rayo de su caverna, puso nuevamente en marcha el motor de su vehículo y tomó por el camino que lo llevaría a la casa de esa mujer de la que vivía obsesionado desde que se apareció en su vida, y que lo volvía loco a cada momento.

—¡Por favor! ¡Qué se encuentre allí!— pensaba el vampiro en voz alta, mientras circulaba velozmente por ese camino apenas marcado y densamente oscuro hacia el pueblo de Monte.