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Buenos Aires, invierno de 1976. La madrugada irrumpe en la vida de la familia Alonso como una tormenta de botas y fusiles. Ricardo y Mario son secuestrados. María, con sus hijos pequeños, queda atrapada entre el silencio de los vecinos, el miedo y una búsqueda que la llevará por pasillos oscuros, oficinas sordas y cementerios sin nombre. El secreto de Santa Mónica narra la historia de una familia rota por el terrorismo de Estado. Carlos cae en los márgenes del sistema, entre la calle, la cárcel y la necesidad de encontrar una verdad que su madre nunca pudo contar del todo. Un camino de pérdidas, resistencia y redención atraviesa esta novela profundamente humana, inspirada en hechos reales. Rogelio Retuerto Escritor
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Seitenzahl: 46
Veröffentlichungsjahr: 2025
CECILIA ORONA
Orona, Cecilia El secreto de Santa Mónica / Cecilia Orona. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6631-7
1. Novelas. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Imagen de tapa: Lucía Sanchez de Bustamante
Agradecimientos
Tiempo 1
Tiempo 2
Tiempo 3
Tiempo 4
Tiempo 5
Tiempo 6
Tiempo 7
Tiempo 8
Tiempo 9
Tiempo 10
Tiempo 11
Tiempo 12
Tiempo 13
Tiempo 14
María Constanza y Lucía, por el acompañamiento incondicional.
Alberto, por haber puesto su historia en mis manos.
Felipe Gallardo Mora, por sus críticas e impulso.
Rogelio Retuerto por sus apotes.
Agosto es un mes muy frío en Buenos Aires. Ni los perros andan por las calles desoladas. La humedad que se levanta en la madrugada hiela los huesos y la sangre.
Es un barrio sencillo, de gente trabajadora, con casas humildes que muestran con orgullo sus fachadas pintadas y su pasto cortado ahora cubierto de las hojas del invierno. Las luces tenues de la calle traspasan las ramas de los árboles, dibujando figuras extrañas en la vereda y en las calles de tierra, surcadas por zanjas. El silencio se profundiza en cada hueco de las veredas.
De golpe, se oye un fuerte estallido: ruidos de vidrios que caen, sonidos de madera y chapa rompiéndose. La puerta de una casa es destrozada por los pies de muchos hombres, como un alud de barro y piedra. Se escuchan gritos, cosas que caen en la oscuridad.
Ricardo y María Alonso descansaban en el dormitorio. Sus hijos, Eduardo y Carlitos, en la habitación de enfrente. Mario Silva, dormía en el sillón del living, fue tirado al piso por el instinto con el primer sonido. Quiso escapar, pero la punta de un fusil se le hundió en la carne de la espalda.
—¡No se muevan! ¡Todos al piso, manos en la espalda! ¡Al piso, carajo, quietos! –entre gritos e insultos, la oscuridad protege a esos hombres y deja en carne viva a los habitantes de esa casa.
Los gritos de una mujer se distinguen entre las otras voces:
—¡Mis hijos! ¿Dónde están mis hijos? ¡Por favor, no nos hagan nada! –
—¡Qué pasa!... ¡No hicimos nada! –La cabeza de Mario recibe el golpe de un botín, y el dolor lo obliga a callar.
—¡Callate la boca, no grites más! –las armas apuntando hacia ella apresuran el silencio.
—Ricardo, ¿qué pasa? ¿Qué es esto? ¡Por favor, chicos! –
—Desde la oscuridad una voz enérgica le dice a los hombres– Ustedes vístanse y no hagan ningún movimiento, porque los fusilo acá mismo –.
—Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué nos hacen esto? –
—¡Vístanse, carajo! –
Afuera, hombres apostados en la vereda con las armas preparadas hacen pensar que, de golpe, hubiese estallado una guerra. Adentro, desde el dormitorio, se escuchan las voces de los niños entre gritos y llantos:
—¡Mami! ¿Dónde estás, mami? ¡¡Mami veni!! –
Mario y Ricardo buscan la ropa como pueden. A medio vestir, salen de la casa rodeados por los intrusos y desaparecen en la oscuridad del jardín. La mujer tiembla. Cree que ahora le tocará a ella y a sus niños, pero escucha las puertas cerrarse y los autos alejarse. No se mueve, sólo abraza a sus hijos. El mayor llora, sin saber si todo era parte de un sueño. Ella los envuelve, los acurruca contra su pecho y les dice:
—No lloren, ya va a pasar, tranquilos –mientras los besa.
Prende la luz. En el comedor hay sillas tiradas, el mantel de la mesa y las cosas que estaban sobre él, ahora están en el piso. La puerta, partida al medio. No entiende qué pasó. La soledad y el frío la atraviesan como un rayo.
Mientras tanto, las luces de las casas vecinas siguen apagadas. Pareciera que todos habían abandonado el barrio, que de un plumazo se hubiese transformado en un lugar fantasmagórico, donde sólo los árboles quedaban como mudos testigos. Ningún vecino aparece, a pesar de que Ricardo y su familia vivían allí desde hacía mucho tiempo. A lo lejos, se escuchan perros ladrar, como oliendo el peligro y el miedo.
El comienzo de la primavera suele ser frío y lluvioso en Buenos Aires. Cuando se llevaron a Ricardo y Mario, María quedó paralizada por el miedo y la incertidumbre. No sabía a quién contarle lo que había pasado, a quién preguntarle, en quién confiar, dónde ir. Esperó unos días, por si acaso Ricardo volvía, pero su intuición le decía que no volvería nunca más.
Se armó una carpetita con fotos de Ricardo y un documento viejo, por si acaso le pidieran algo.
Se levantaba temprano, preparaba a los chicos –que una vecina cuidaba de favor–, agarraba su cartera y salía. Llevaba en ella una lista de lugares donde quizás pudieran decirle algo y unos pocos pesos.
No obstante, cada día era un fracaso. Por donde pasaba, contaba su historia y volvía a casa con las manos y el alma vacías. Cuando llegaba, intentaba sonreír porque no quería que los chicos la vieran triste. Se ponía el delantal y preparaba la cena para los tres.
—¡Qué bronca sentí cuando el tipo que me atendió en el Ministerio de Seguridad me miró y ... se sonrió! ¡Qué ganas tuve de arrancarle los pocos pelos que tenía! …–
Y así muchas veces…
