El siglo - Alain Badiou - E-Book

El siglo E-Book

Alain Badiou

0,0

Beschreibung

"El siglo XX ha sido juzgado y condenado: siglo del terror totalitario, de las ideologías utópicas y criminales, de las ilusiones vacías, de los genocidios, de las falsas vanguardias, de la abstracción como sustituto ubicuo del realismo democrático. No deseo abogar por un acusado que sabe defenderse solo. Tampoco quiero, como Frantz, el héroe de la pieza de Sartre Los secuestrados de Altona, proclamar: 'Me eché El siglo al hombro y dije: ¡Responderé por él!'. Sólo quiero examinar lo que este siglo maldito, desde el interior de su propio devenir, ha dicho que era. Quiero abrir el legajo del siglo, tal como se constituye en El siglo y no por el lado de los sabios jueces ahítos que pretendemos ser. Para hacerlo, utilizo poemas, fragmentos filosóficos, pensamientos políticos, obras teatrales. Todo un material, que algunos presumen anticuado, a través del cual El siglo declara en pensamientos su vida, su drama, sus creaciones, su pasión. Y veo entonces que a contrapelo de todo el juicio pronunciado, esa pasión, la del siglo XX, no fue en modo alguno la pasión por lo imaginario o las ideologías. Y menos aún una pasión mesiánica. La terrible pasión del siglo XX fue, contra el profetismo del siglo XIX, la pasión de lo real. La cuestión era activar lo Verdadero, aquí y ahora" (Alain Badiou).

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 350

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Alan Badiou

El siglo

MANANTIAL

Alan Badiou

El Siglo

1a. edición impresa - Buenos Aires: Manantial, 2005

1a. edición digital - Buenos Aires: Manantial, 2014

ISBN edición impresa: 978-987-500-088-9

ISBN edición digital: 978-987-500-203-6

1. Ensayo Filosófico Político Francés. I. Pons, Horacio, trad. II. Título

CDD 844

Título original: Le siècle

© Éditions du Seuil, 2005

Traducido por: Horacio Pons

Diseño de tapa: Eduardo Ruiz

Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d’Aide à la Publication Victoria Ocampo, bénéficie du soutien du Ministère français des Affaires Etrangères et du Service de Coopération et d’Action

Culturelle de l’Ambassade de France en Argentine.

Esta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación Victoria Ocampo, recibió el apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y del Servicio de Cooperación y Acción

Cultural de la Embajada de Francia en la Argentina.

“Derechos reservados

Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

© 2005, Ediciones Manantial SRL,

Avda. de Mayo 1365, 6º piso

(1085) Buenos Aires, Argentina

Tel: (54-11) 4383-7350 / 4383-6059

[email protected]

www.emanantial.com.ar

Indice

Dedicatoria

1. Cuestiones de método

2. La bestia

3. Lo irreconciliado

4. Un mundo nuevo, sí, pero ¿cuándo?

5. Pasión de lo real y montaje del semblante

6. Uno se divide en dos

7. Crisis de sexo

8. Anábasis

9. Siete variaciones

10. Crueldades

11. Vanguardias

12. Lo infinito

Dedicatoria

La idea misma de estos textos sólo pudo ocurrírseme gracias a que Natacha Michel, a contrapelo de los anatemas pronunciados sobre las revoluciones y los militantes, y despreciando la anulación de todo ello por los “demócratas” de la actualidad, sentenció un día: “El siglo xx ha sucedido”.

La matriz de estas trece clases proviene de un seminario dictado en el Collège international de philosophie durante los ciclos lectivos universitarios de 1998-1999, 1999-2000 y 2000-2001.

Agradezco por lo tanto a la institución, y sobre todo a su presidente de esos años, Jean-Claude Milner, por haberme dado refugio para la exposición pública de estas consideraciones.

Agradezco a los oyentes del seminario, cuyo apoyo colectivo permitió dar sentido a la iniciativa.

Y agradezco, para terminar, a Isabelle Vodoz, cuyas excelentes notas tomadas al calor de las improvisaciones, así como su dactilografía, sirvieron de materia prima para este pequeño libro.

1

Cuestiones de método

21 de octubre de 1998

¿Qué es un siglo? Evoco el prefacio que Jean Genet escribió para su obra Les Nègres.[1] En él, Genet plantea irónicamente la siguiente pregunta: ¿qué es un negro?, para agregar: “Y ante todo, ¿de qué color es?”. Yo también tengo ganas de preguntar: ¿cuántos años son un siglo? En este caso se impone la pregunta de Bossuet:[2] “¿Qué son cien años, qué son mil años, cuando un solo instante los borra?”. ¿Nos preguntaremos, entonces, cuál es el instante de excepción que borra el siglo xx? ¿La caída del Muro de Berlín? ¿El secuenciamiento del genoma? ¿El lanzamiento del euro?

Aun cuando nos supusiéramos capaces de construir el siglo, de constituirlo como objeto para el pensamiento, ¿se trataría de un objeto filosófico, expuesto a esa voluntad singular que es la voluntad especulativa? ¿El siglo no es ante todo una unidad histórica?

Dejémonos tentar por esa amante del momento, la historia. La historia, ese presunto soporte macizo de toda política. Yo podría decir con toda razonabilidad, por ejemplo: el siglo comienza con la guerra de 1914-1918, guerra que incluye la revolución de octubre de 1917, y termina con el derrumbe de la URSS y el final de la Guerra Fría. Es el pequeño siglo (75 años), fuertemente unificado. El siglo soviético, en suma. Lo construimos por medio de parámetros históricos y políticos completamente reconocibles y clásicos: la guerra y la revolución. Guerra y revolución reciben aquí el calificativo de “mundiales”. El siglo se articula en torno de dos guerras mundiales, por un lado, y del origen, el despliegue y el hundimiento de la llamada empresa “comunista” como empresa planetaria, por el otro.

Otros, en verdad, igualmente obsesionados por la historia o por lo que denominan “la memoria”, cuentan el siglo de manera muy distinta. Y puedo seguirlos sin dificultad. Esta vez, el siglo es el lugar de acontecimientos tan apocalípticos, tan espantosos, que la única categoría apropiada para decretar su unidad es el crimen. Crímenes del comunismo stalinista y crímenes nazis. En el corazón del siglo, entonces, está el Crimen que da la medida de todos los crímenes, el exterminio de los judíos de Europa. El siglo es un siglo maldito. Para pensarlo, los principales parámetros son los campos de exterminio, las cámaras de gas, las masacres, la tortura, el crimen estatal organizado. El número interviene como calificación intrínseca, porque la categoría de crimen, por estar ligada al Estado, designa la masacre masiva. El balance del siglo plantea de inmediato la cuestión del recuento de los muertos.[3] ¿Por qué esa voluntad contable? Ocurre que el juicio ético sólo encuentra aquí su real en el exceso aplastante del crimen, la cuenta de las víctimas por millones. El recuento es el punto en que la dimensión industrial de la muerte se cruza con la necesidad del juicio. Es lo real que suponemos en el imperativo moral. La conjunción de ese real y el crimen de Estado lleva un nombre: este siglo es el siglo totalitario.

Notemos que es aún más breve que el siglo “comunista”. Comienza en 1917 con Lenin (algunos lo harían comenzar de buena gana en 1793, con Robespierre, pero en ese caso sería demasiado extenso),[4] alcanza su cenit en 1937 por el lado de Stalin y en 1942-1945 por el lado de Hitler, y culmina en sus aspectos esenciales en 1976, con la muerte de Mao Tsé Tung. Dura, por ende, unos sesenta años. Eso, si ignoramos a algunos supervivientes exóticos, como Fidel Castro, o ciertos resurgimientos diabólicos y descentrados, como el islamismo “fanático”.

Sin embargo, para quien pase con frialdad por encima de ese pequeño siglo en su furor mortífero, o para quien lo transforme en memoria o conmemoración contrita, sigue siendo posible pensar históricamente nuestra época a partir de su resultado. En definitiva, el siglo xx será el siglo del triunfo del capitalismo y el mercado mundial. Por fin, al enterrar las patologías de la voluntad desatada, la correlación bienaventurada del Mercado sin restricciones y de la Democracia sin orillas habría instaurado el sentido del siglo como pacificación o sabiduría de la mediocridad. El siglo expresaría la victoria de la economía, en todos los sentidos del término: el Capital, como economía de las pasiones irrazonables del pensamiento. Es el siglo liberal. Este siglo en que el parlamentarismo y su soporte abren la vía regia de las ideas minúsculas es el más corto de todos. Iniciado a lo sumo luego de la década de 1970 (últimos años de exaltación revolucionaria), dura treinta años. Siglo feliz, se dice. Siglo parvo.

¿Cómo meditar filosóficamente sobre todo esto? ¿Qué decir, según el concepto, acerca del entrecruzamiento del siglo totalitario, el siglo soviético y el siglo liberal? La elección de un tipo de unidad objetiva o histórica (la epopeya comunista, el mal radical, la democracia triunfante…) no puede sernos de utilidad inmediata. Pues para nosotros, filósofos, la cuestión no es qué pasó en el siglo, sino qué se pensó. ¿Qué pensaron los hombres de este siglo que no fuera el mero desarrollo de un pensamiento anterior? ¿Cuáles son los pensamientos no transmitidos? ¿Qué se pensó que antes fuera impensado y hasta impensable?

El método será el siguiente: tomar de la producción del siglo algunos documentos, algunas huellas que indiquen cómo se pensó el siglo a sí mismo. Y más precisamente, cómo pensó su pensamiento, cómo identificó la singularidad pensante de su relación con la historicidad de su pensamiento.

Para ilustrar este aspecto metodológico, permítanme plantear la pregunta hoy provocadora y hasta prohibida, que es ésta: ¿cuál era el pensamiento de los nazis? ¿Qué pensaban? Hay una manera de volver siempre de manera generalizada a lo que hicieron (se propusieron exterminar a los judíos de Europa en las cámaras de gas) que impide absolutamente todo acceso a aquello que, al hacerlo, pensaban o creían pensar. Ahora bien, el hecho de no pensar lo que pensaban los nazis impide también pensar lo que hacían y, en consecuencia, veda toda política real de prohibición del retorno de ese accionar. Mientras no se lo piense, el pensamiento nazi permanecerá entre nosotros impensado y, por consiguiente, indestructible.

Cuando se dice con ligereza que lo que hicieron los nazis (el exterminio) es del orden de lo impensable o lo inabordable, se olvida un punto capital: que lo pensaron y lo abordaron con el mayor de los cuidados y la más grande de las determinaciones.

Decir que el nazismo no es un pensamiento o, en términos más generales, que la barbarie no piensa, equivale de hecho a poner en práctica un procedimiento solapado de absolución. Se trata de una de las formas del “pensamiento único” actual, que es en realidad la promoción de una política única. La política es un pensamiento, la barbarie no es un pensamiento: por lo tanto, ninguna política es bárbara. Este silogismo no apunta sino a disimular la barbarie –evidente, sin embargo– del capital-parlamentarismo que hoy nos determina. Para salir de ese disimulo es preciso sostener, en y por el testimonio del siglo, que el nazismo mismo es una política, es un pensamiento.

Se me dirá, entonces: usted no quiere ver que, ante todo, el nazismo y por añadidura el stalinismo son figuras del Mal. Sostengo, por el contrario, que al identificarlos como pensamientos o como políticas me doy, finalmente, los instrumentos para juzgarlos, mientras que ustedes, al hipostasiar el juicio, terminan por proteger su repetición.

De hecho, la ecuación moral que identifica lo “impensable” nazi (o stalinista) con el Mal es una teología débil. Pues somos herederos de una larga historia, la de la identificación teológica del Mal con el no ser. En efecto, si el Mal es, si hay una positividad ontológica del Mal, debe deducirse que Dios es su creador y por lo tanto su responsable. Para absolver a Dios hay que negar todo ser al Mal. Quienes afirman que el nazismo no es un pensamiento o no es una política (contrariamente a su “democracia” que ellos exaltan), no quieren más que declarar la inocencia del pensamiento o de la política. Es decir, camuflar el parentesco secreto y profundo entre lo real político del nazismo y lo que en la pretensión de esta gente es la inocencia democrática.

Una de las verdades del siglo es que las democracias aliadas en guerra contra Hitler casi no se preocupaban por el exterminio. Estratégicamente, estaban en guerra contra el expansionismo alemán y en modo alguno contra el régimen nazi. Tácticamente (ritmo de las ofensivas, lugares de los bombardeos, operaciones comando, etc.), ninguna de sus decisiones tenía el objetivo de impedir y ni siquiera limitar el exterminio. Y ello a pesar de que desde los primeros momentos estuvieron perfectamente al tanto de su existencia.[5] Y aún hoy, nuestras democracias, muy humanitarias cuando se trata de bombardear Serbia o Irak, apenas se inquietan por el exterminio de millones de africanos a causa de una enfermedad, el sida, que saben controlar y controlan en Europa o Estados Unidos, pero contra la cual, por razones de economía y propiedad intelectual, razones de derecho comercial y de prioridad de los financiamientos, razones imperiales, razones completamente pensables y pensadas, no se darán medicamentos a los moribundos africanos. Sólo a los blancos demócratas. En ambos casos, el verdadero problema del siglo es el acoplamiento entre las “democracias” y lo que éstas designan a posteriori como su Otro, la barbarie de la cual son inocentes. Y lo que debe deshacerse es este procedimiento discursivo de absolución. Sólo así podrán construirse algunas verdades acerca de este aspecto.

La lógica de esas verdades supone determinar su sujeto, esto es, la operación efectiva que se pone en juego en la negación de tal o cual fragmento de lo real. Y eso es lo que intentaremos hacer en relación con el siglo.

Mi idea es que nos mantengamos lo más cerca posible de las subjetividades del siglo. No de una subjetividad cualquiera, sino de la que se relaciona precisamente con el siglo mismo. La meta es tratar de ver si el sintagma “siglo xx”, más allá de la simple numeración empírica, tiene pertinencia para el pensamiento. Utilizamos un método en interioridad máxima. La cuestión no pasa por juzgar el siglo como un dato objetivo, sino por preguntarse cómo ha sido subjetivado, captarlo a partir de su convocatoria inmanente, como categoría del siglo mismo. Nuestros documentos privilegiados serán los textos (o cuadros, o secuencias…) que apelan al sentido del siglo para sus propios actores. O que hacen del término “siglo”, cuando éste está en curso e incluso apenas iniciado, una de sus palabras clave.

De ese modo, quizá lograremos reemplazar los juicios por la resolución de algunos problemas. La inflación moral contemporánea hace que el siglo sea juzgado y condenado por doquier. No tengo la intención de rehabilitarlo; sólo quiero pensarlo y, por lo tanto, disponer su ser-pensable. Lo que debe suscitar interés no es, en primer lugar, el “valor” del siglo ante un Tribunal de Derechos del Hombre tan mediocre en el plano intelectual como el Tribunal Penal Internacional instalado por los norteamericanos lo es en el plano jurídico y político. Intentemos, mejor, aislar y abordar algunos enigmas.

Para terminar esta clase indico uno de ellos, de enorme alcance.

El puntapié inicial del siglo xx es excepcional. Consideremos como su prólogo los dos grandes decenios transcurridos entre 1890 y 1914. En todos los órdenes del pensamiento, esos años representan un período de invención extraordinaria, de creatividad polimorfa sólo comparable con el Renacimiento florentino o el siglo de Pericles. Es un tiempo prodigioso de suscitación y ruptura. Véanse simplemente algunos puntos de referencia: en 1898 muere Mallarmé, después de haber publicado lo que es el manifiesto de la escritura contemporánea, “Un coup de dés jamais…” En 1905 Einstein inventa la relatividad restringida –a no ser que Poincaré se le haya anticipado– y la teoría cuántica de la luz. En 1900 Freud publica La interpretación de los sueños y da así a la revolución psicoanalítica su primera obra maestra sistemática. Siempre en Viena y durante la misma época, Schoenberg funda en 1908 la posibilidad de una música no tonal. En 1902 Lenin crea la política moderna, explicitada en ¿Qué hacer? De esos mismos comienzos de siglo datan las inmensas novelas de James o de Conrad, y en ellos se escribe lo esencial de En busca del tiempo perdido de Proust y madura el Ulises de Joyce. Puestas en marcha por Frege, con Russell, Hilbert, el joven Wittgenstein y algunos otros, la lógica matemática y su escolta, la filosofía lenguajera, se despliegan tanto en el continente como en el Reino Unido. Pero he aquí que hacia 1912 Picasso y Braque estremecen la lógica pictórica. Con su encarnizamiento solitario, Husserl despliega la descripción fenomenológica. Paralelamente, vigorosos genios como Poincaré o Hilbert refundan, en la estirpe de Riemann, Dedekind y Cantor, todo el estilo de la matemática. Justo antes de la guerra de 1914, en el pequeño Portugal, Fernando Pessoa asigna a la poesía tareas hercúleas. El cine mismo, recién inventado, encuentra en Méliès, Griffith y Chaplin a sus primeros genios. Nunca acabaríamos de enumerar los prodigios de este breve período.

Ahora bien, inmediatamente después se inicia una larga tragedia cuyo color fijará la guerra de 1914-1918, la de la utilización sin escrúpulos del material humano. Hay sin duda un espíritu de la década de 1930, y dista de ser estéril; volveremos a ello más adelante. Pero es tan masivo y violento como inventivo y sutil era el de principios de siglo. El sentido de esta sucesión es un enigma.

O un problema. Preguntémonos lo siguiente: los terribles años de las décadas de 1930, 1940 e incluso 1950, con las guerras mundiales, las guerras coloniales, las construcciones políticas opacas, las masacres masivas, las empresas gigantescas y precarias, las victorias de costo tan elevado que parecen derrotas, ¿todo eso está relacionado o no con el inicio en apariencia tan luminoso, tan creador, tan civilizado que constituyen los primeros años del siglo? Entre esos dos fragmentos temporales está la guerra de 1914. ¿Cuál es, entonces, la significación de ésta? ¿Es el resultado o el símbolo de qué?

Digamos que no hay posibilidad alguna de resolver el problema si no se recuerda que el período bienaventurado es también el del apogeo de las conquistas coloniales, la dominación europea sobre la tierra entera, o casi. Y de ese modo, en otra parte, lejos, pero también muy cerca de las almas, y en cada familia, la servidumbre y la masacre ya están presentes. Antes de la guerra de 1914 está ya África entregada a lo que algunos escasos testigos o artistas calificarán de salvajismo conquistador y bienpensante.[6] Yo mismo miro con espanto ese diccionario Larousse de 1932, heredado de mis padres, donde, en la entrada correspondiente a la jerarquía de las razas, considerada como una evidencia para todos, aparece el dibujo del cráneo del negro entre el cráneo del gorila y el del europeo.

Luego de dos o tres siglos de deportación de la carne humana con fines de esclavitud, la conquista logra hacer de África el reverso de horror del esplendor europeo, capitalista y democrático. Y la cosa prosigue en nuestros días. En el negro furor de la década de 1930, en la indiferencia a la muerte, hay algo que proviene sin duda de la Gran Guerra y las trincheras, pero también, como un retorno infernal, de las colonias, de la manera como en ellas se consideran las diferencias en la humanidad.

Admitamos que el nuestro es el siglo en que, como decía Malraux, la política se convirtió en tragedia. A principios de siglo, en la apertura dorada de la Belle Époque, ¿qué elementos preparaban esta visión de las cosas? En el fondo, a partir de determinado momento, el siglo se obsesiona con la idea de cambiar al hombre, de crear un hombre nuevo. Lo cierto es que la idea circula entre los fascismos y los comunismos, y las estatuas son más o menos las mismas, la del proletario de pie en el umbral del mundo emancipado, pero también la del ario ejemplar, el Sigfrido que da por tierra con los dragones de la decadencia. Crear un hombre nuevo equivale siempre a exigir la destrucción del viejo. La discusión, violenta e irreconciliable, se refiere a la definición del hombre antiguo. Pero en todos los casos el proyecto es tan radical que en su realización no importa la singularidad de las vidas humanas; ellas son un mero material. Así como, arrancados a su armonía tonal o figurativa, los sonidos y las formas son, para los artistas del arte moderno, materiales cuyo destino debe reformularse. O así como los signos formales, despojados de toda idealización objetiva, proyectan la matemática hacia una consumación susceptible de mecanizarse. En ese sentido, el proyecto del hombre nuevo es un proyecto de ruptura y fundación que exhibe, en el orden de la historia y el Estado, la misma tonalidad subjetiva que las rupturas científicas, artísticas y sexuales de principios de siglo. Es posible sostener entonces que el siglo fue fiel a su prólogo. Ferozmente fiel.

Lo curioso es que hoy esas categorías están muertas, ya nadie se preocupa por crear políticamente un hombre nuevo y, al contrario, se exige en todas partes la conservación del hombre antiguo, y por añadidura la de todos los animales en peligro, y hasta la del viejo maíz, en el preciso momento en que hoy, gracias a las manipulaciones genéticas, las cosas están listas para cambiar realmente al hombre y modificar la especie. Toda la diferencia radica en que la genética es profundamente apolítica. Me creo autorizado a decir incluso que es estúpida, o al menos que no es un pensamiento; a lo sumo, una técnica. Es coherente, por lo tanto, que la condena del proyecto político prometeico (el hombre nuevo de la sociedad emancipada) coincida con la posibilidad técnica –y en última instancia financiera– de cambiar la especificidad del hombre. Pues ese cambio no corresponde a ningún proyecto. Los diarios nos informan que es posible, que podremos tener cinco extremidades o ser inmortales. Y esto sucederá justamente porque no es un proyecto. Sucederá en el automatismo de las cosas.

Vivimos, en suma, la revancha de lo que la apropiación económica de la técnica tiene de más ciego y objetivo, contra lo que la política tiene de más subjetivo y voluntario. Y en cierto sentido, hasta la revancha del problema científico sobre el proyecto político. Pues es así: la ciencia, y ésa es su grandeza, tiene problemas; no tiene proyecto. “Cambiar al hombre en lo que tiene de más profundo”[7] fue un proyecto revolucionario, sin duda un mal proyecto, y se convirtió en un problema científico o acaso solamente técnico; en todo caso, un problema que tiene soluciones. Sabemos o sabremos hacerlo.

Desde luego, podemos preguntar: ¿qué hacer con el hecho de que sabemos hacerlo? Pero para responder a esta pregunta hace falta un proyecto. Un proyecto político, grandioso, épico, violento. Créanme, no serán las benditas comisiones de ética las que responderán a la pregunta: “¿Qué hacer con este hecho: la ciencia sabe hacer un hombre nuevo?”. Y como no hay proyecto, o mientras no lo haya, la única respuesta es bien conocida. El lucro dirá qué hacer.

Pero, en fin, hasta el último minuto el siglo habrá sido el siglo del advenimiento de otra humanidad, de un cambio radical de lo que es el hombre. Y en ese sentido se habrá mantenido fiel a las extraordinarias rupturas mentales de sus primeros años. Con la salvedad de que habremos pasado, poco a poco, del orden del proyecto al orden de los automatismos de la ganancia. El proyecto habrá matado mucho. El automatismo también, y seguirá haciéndolo, pero sin que nadie pueda designar un responsable. Convengamos, para dar razón de ello, que el siglo ha sido la ocasión de vastos crímenes. Agreguemos que no ha terminado: los criminales nominales son sucedidos por criminales tan anónimos como lo son las sociedades por acciones.

Notas

1. Como casi todos los textos de Genet posteriores a sus novelas iniciales (y por lo tanto posteriores al enorme Saint Genet, comédien et martyr de Sartre), Les Nègres es un documento crucial sobre el siglo, en cuanto se trata de formular las relaciones de los occidentales blancos con lo que podríamos llamar su inconsciente histórico negro. Del mismo modo, Les Paravents intenta teatralizar, no las anécdotas de la aterrorizadora guerra colonial de Argelia, sino lo que en ella se despliega en cuanto a los sujetos, única tentativa de ese tipo si se exceptúa, desde luego, la espléndida y solitaria Tombeau pour cinq cent mille soldats de Pierre Guyotat, que hace de la guerra una especie de poema materialista, similar al poema de Lucrecio.

La empresa literaria de Genet encuentra su consumación en la que es, a mi juicio, su obra maestra, Un captif amoureux, un escrito en prosa, esta vez, y ya no una pieza teatral, que lleva a la eternidad un momento crucial de la guerra de los palestinos contra Israel y también, con las Panteras Negras, un momento de esa perpetua y secreta guerra civil que llamamos Estados Unidos.

2. No creo que siga leyéndose mucho a Bossuet, y menos aún el “Sermon sur la mort”, que cito aquí. Se trata, con todo –y en esto hay que hacer justicia a Philippe Sollers, que sostiene esta idea desde hace tiempo, y con obstinación–, de una de las lenguas más vigorosas de nuestra historia. Para quien se interesa además, como suponemos que lo hace el lector del presente opúsculo, en el balance de los siglos, es importante ver en Bossuet al defensor más consecuente de una visión providencialista, y por lo tanto racional, aunque superior a los recursos de nuestro intelecto, de la historia humana.

3. Que el recuento de los muertos vale como balance del siglo es lo que sostienen desde hace más de veinte años los “nuevos filósofos”, que se han propuesto someter toda reflexión sobre las políticas a la exhortación “moral” más regresiva. Debemos considerar la aparición reciente del Livre noir du communisme como una apropiación historiográfica totalmente malhadada de esa regresión. En ese balance contable no puede entenderse nada en absoluto de lo que se aborda bajo el término comodín de “comunismo”, en relación con políticas inmensamente diferentes en sus inspiraciones y sus etapas, y extendidas a lo largo de setenta años de historia. Si se siguen los métodos de este libro que pretende consagrarse a ellas, las enormes masacres y pérdidas inútiles de vidas humanas que, de hecho, acompañaron algunas de esas políticas, quedan completamente sustraídas a todo pensamiento. Ahora bien, lo que no se piensa insiste. Al contrario de lo que suele decirse, la prohibición de una repetición proviene del pensamiento y no de la memoria.

4. En la estela del discurso sobre la identidad “totalitaria” de las políticas de emancipación, o de las políticas no liberales, algunos creyeron acertar al buscar sus raíces por el lado de la Revolución Francesa, y sobre todo de su episodio central jacobino. Así, a partir de los últimos días de la década de 1970 pudimos leer algunas necedades sobre un Robespierre-Stalin e incluso, como contraprueba, sobre el genio liberador de los vendeanos frente al “genocidio” provincial que los republicanos tenían en vista. En ese sentido, el siglo xx, si su esencia es la abominación totalitaria, comienza para algunos extremistas de la Restauración con el Comité de Salvación Pública.

5. En lo concerniente a las informaciones transmitidas a los Aliados sobre el proceso de exterminio y las cámaras de gas, conviene remitirse en particular al libro capital de Rudolf Vrba y Alan Bestic, Je me suis évadé d’Auschwitz, traducido del inglés por Jenny Plocki y Lily Slyper, París, Ramsay, 1988.

Puede completarse esta lectura con el artículo de Cécile Winter, “Ce qui a fait que le mot juif est devenu imprononçable”, en el cual se señala, entre otras cosas, la manera en que el montaje del filme Shoah, de Claude Lanzmann, corta el testimonio de Rudolf Vrba.

El libro fundamental sobre las etapas de la empresa genocida sigue siendo el de Raul Hilberg, La Destruction des Juifs d’Europe, París, Fayard, 1988 [trad. cast.: La destrucción de los judíos europeos, Madrid, Akal, 2005].

En Natacha Michel (comp.), Paroles à la bouche du présent. Le négationnisme: histoire ou politique?, Marsella, Al Dante, 1997, se encontrará una visión de conjunto de los problemas planteados al pensamiento por el balance de la política nazi, y también el revisionismo construido sobre la negación de la existencia de las cámaras de gas.

6. Entre los contados testimonios de artistas franceses del siglo sobre el salvajismo de la colonización, citemos por supuesto el Voyage au Congo de Gide. Pero también una minucia, una de las Chansons madécasses de Maurice Ravel, la que repite: “Desconfiad de los blancos, habitantes de la ribera”. Ravel es un hombre que rechazó la Legión de Honor porque el gobierno francés apoyaba en Rusia todas las maniobras posibles e imaginables contra la revolución bolchevique.

7. En la fase inicial de la Revolución Cultural, algunos dirigentes, entre ellos Lin Biao, sostuvieron la siguiente consigna: “Cambiar al hombre en lo que tiene de más profundo”. Muy pronto se advirtió que ese cambio de las profundidades humanas exigía en todo caso, y para obtener resultados muy aleatorios, una dictadura de hierro y arreglos de cuentas de la violencia más inusitada. Además, ese alumbramiento forzado del hombre nuevo fue denunciado, en una secuencia ulterior, como un exceso “izquierdista”. El propio Lin Biao, elevado al pináculo en 1969, dejó la vida en esa contracorriente en septiembre de 1971, probablemente liquidado entre bambalinas durante una reunión de dirigentes. En China, el episodio sigue amparado por el secreto de Estado.

2

La bestia

18 de noviembre de 1998

Para nuestro método, que consiste en partir de los caminos y las maneras a través de los cuales el siglo se relaciona consigo mismo, el poema “El siglo” del poeta ruso Osip Mandelstam constituye sin duda alguna un documento ejemplar. Tanto más cuanto que data de la década de 1920, luego de la guerra de 1914 y durante los primeros años del poder bolchevique.

Mandelstam[1] es hoy reconocido como uno de los más grandes poetas del siglo. Desde luego, no ocurría lo mismo en los años que nos ocupan. No es, sin embargo, un escritor oscuro. Ha pasado por el frenesí formal de las escuelas poéticas de la preguerra y, a su manera, es también un hombre de la guerra y la revolución. Los sucesos violentos e inauditos de su país lo afectan y suscitan su meditación poética. En la década de 1930 será, por cierto, una suerte de artista insurrecto contra el despotismo stalinista, sin contemplar jamás la posibilidad de que su destino esté en otra parte que en la Unión Soviética ni convertirse en un verdadero opositor político. Su juicio está siempre adosado a la poesía o al pensamiento muy sutil que la rodea. Es detenido una primera vez en 1934 después de escribir un poema sobre Stalin,[2] que es más una especie de advertencia sardónica y amarga que un poema de crítica política. Mandelstam, hombre imprudente, hombre de ingenua confianza en el pensamiento, muestra ese poema a una docena de personas, quizás ocho o nueve más de lo debido. Todo el mundo lo cree perdido, pero queda en libertad luego de una intervención personal del Jefe. Se trata de uno de los efectos teatrales que, en beneficio de los artistas, complacen a los déspotas. Stalin telefonea a Pasternak en plena noche para preguntarle si Mandelstam es verdaderamente un gran poeta de la lengua rusa. Ante la respuesta afirmativa del escritor, la muy probable deportación mortal se transforma en residencia vigilada. Sin embargo, esto es sólo un aplazamiento. Mandelstam será víctima de las grandes purgas de 1937 y morirá en Asia oriental, de camino a los campos.

El poema que estudiamos es muy anterior: data de 1923, año en que reina una actividad intelectual intensa.[3] El devenir de la URSS está todavía en suspenso. Mandelstam tiene la conciencia poética de que algo fundamental está en juego en el acontecer caótico de su país. Trata de dilucidar para sí mismo el enigma de ese momento de incertidumbre y oscilación que lo inquieta. Leamos ante todo el poema entero. Lo presento en una nueva traducción, debida a los esfuerzos de Cécile Winter y yo mismo, pero muy tributaria de los intentos anteriores de Henri Abril, François Kérel y Tatiana Roy.

1 Siècle mien, bête mienne, qui saura

2 Plonger les yeux dans tes prunelles

3 Et coller de son sang

4 Les vertèbres des deux époques?

5 Le sang-bâtisseur à flots

6 Dégorge des choses terrestres.

7 Le vertébreur frémit à peine

8 Au seuil des jours nouveaux.

9 Tant qu’elle vit la créature

10Doit s’échiner jusqu’au bout

11 Et la vague joue

12 De l’invisible vertébration.

13 Comme le tendre cartilage d’un enfant

14 Est le siècle dernier-né de la terre.

15 En sacrifice une fois encore, comme l’agneau,

16 Est offert le sinciput de la vie.

17 Pour arracher le siècle à sa prison,

18 Pour commencer un monde nouveau,

19 Les genoux des jours noueux

20 Il faut que la flûte les unisse.

21 C’est le siècle sinon qui agite la vague

22 Selon la tristesse humaine,

23 Et dans l’herbe respire la vipère

24 Au rythme d’or du siècle.

25 Une fois encore les bourgeons vont gonfler

26 La pousse verte va jaillir,

27 Mais ta vertèbre est brisée,

28 Mon pauvre et beau siècle!

29 Et avec un sourire insensé

30 Tu regardes en arrière, cruel et faible,

31 Comme agile autrefois une bête

32 Les traces de ses propres pas.

1 Siglo mío, bestia mía, ¿quién sabrá

2 Hundir los ojos en tus pupilas

3 Y pegar con su sangre

4 Las vértebras de las dos épocas?

5 El constructor de sangre a mares

6 Vomita cosas terrestres.

7 El vertebrador se estremece apenas

8 En el umbral de los días nuevos.

9 Mientras vive, la creatura

10 Debe deslomarse hasta el final

11 Y la ola juega

12 Con la invisible vertebración.

13 Como el tierno cartílago de un niño

14 Es el siglo recién nacido de la tierra.

15 Una vez más en sacrificio, como el cordero,

16 Se ofrece el sincipucio de la vida.

17 Para arrancar al siglo de su prisión,

18 Para comenzar un mundo nuevo,

19 Las rodillas de los días nudosos

20 Debe unirlas la flauta.

21 Es el siglo, si no, el que agita la ola

22 Según la tristeza humana,

23 Y en la hierba respira la víbora

24 Al ritmo de oro del siglo.

25 Otra vez se hincharán las yemas

26 Y brotará el retoño verde,

27 Pero tienes la vértebra quebrada,

28 ¡Pobre y bello siglo mío!

29 Y con una sonrisa insensata

30 Miras hacia atrás, cruel y débil,

31 Como ágil, antaño, una bestia,

32 Las huellas de sus propios pasos.

1. La figura fundamental del poema, la que prescribe su sentido, es la figura de la bestia, con la cual comienza y termina el texto. El siglo, ese siglo apenas iniciado, pero que en Rusia ha impuesto un corte mucho más radical que en otros lugares, es una bestia. Y el poema va a radiografiarlo, a producir la imagen del esqueleto, la osamenta. Al principio es una bestia viva. Al final, observa su huella. Entre uno y otro, la cuestión decisiva es la vertebración, la solidez de la espina dorsal de la bestia. ¿Qué propone todo esto al filósofo?

El poema intenta construir una visión orgánica y no mecánica del siglo. El deber del pensamiento es subjetivar el siglo como composición viviente. Pero todo el texto muestra que la cuestión de la vida de esa bestia es incierta. El poema pregunta: ¿en qué sentido podemos considerar que un siglo está vivo? ¿Qué es la vida del tiempo? ¿El nuestro es el siglo de la vida o de la muerte?

Nietzsche en lengua alemana, Bergson en lengua francesa (y portador, en comparación con el loco de Turín, de nuestra moderación nacional), son los verdaderos profetas de este tipo de cuestiones. Exigen, en efecto, que de toda cosa se elabore una representación orgánica unificada. Se trata de romper con los modelos mecánicos o termodinámicos propuestos por el cientificismo del siglo xix. El gran interrogante ontológico del siglo naciente xx es: ¿qué es la vida? El conocimiento debe convertirse en la intuición del valor orgánico de las cosas. Por eso la metáfora del conocimiento del siglo puede ser la tipología de una bestia. En cuanto a la cuestión normativa, se formula del siguiente modo: ¿qué es la verdadera vida, qué significa vivir verdaderamente, con una vida adecuada a la intensidad orgánica del vivir? Este interrogante atraviesa el siglo, en relación con la cuestión del hombre nuevo, del que el superhombre de Nietzsche es una anticipación. El pensamiento de la vida interroga la fuerza del querer vivir. ¿Qué es vivir según un querer vivir? Y si se trata del siglo: ¿qué es éste como organismo, como bestia, como poder osamentado y viviente? Pues copertenecemos a este siglo vital. Vivimos por fuerza una vida que es la suya. Como dice Mandelstam ya en el comienzo del poema, el siglo como bestia es “bestia mía”.

Esta identificación vital gobierna el movimiento del poema: pasaremos de la mirada posada en la bestia a la mirada de la bestia. Del cara a cara con el siglo al hecho de que éste mira hacia atrás. El pensamiento poético del tiempo consiste, aun cuando las cosas se vean con los propios ojos, en verlas con el ojo del siglo mismo. Tocamos aquí el historicismo asombroso de toda la modernidad, un historicismo que se instala incluso en el vitalismo del poema. Es que Vida e Historia son dos nombres de una misma cosa: el movimiento que arrebata de la muerte, el devenir de la afirmación.

¿Qué es, en definitiva, esa problemática narrativa y ontológica que recorrió el siglo, la problemática de la vida? ¿A qué se opone? A la idea de que la filosofía es una sabiduría personal. ¡No!, dice el siglo, al menos hasta la Restauración, que comienza alrededor de 1980. No, no hay sabiduría individual. Bajo los términos apareados de Vida e Historia, el pensamiento siempre se relaciona con mucho más que el individuo. Está en relación con una bestialidad mucho más poderosa que la del simple animal humano. Y esa relación impone una comprensión orgánica de lo que es, una comprensión frente a la cual puede ser justo sacrificar al individuo.

En ese sentido, el siglo es el del animal humano, como ser parcial trascendido por la Vida. ¿Qué animal es el hombre? ¿Cuál es el devenir vital de este animal? ¿Cómo puede concordar más profundamente con la Vida o la Historia? Estas preguntas explican la fuerza, en el siglo, de las categorías que exceden la singularidad, la categoría de clase revolucionaria, proletariado, partido comunista. Pero también, es preciso reconocerlo, el peso interminable de las cuestiones raciales.

El poema no cede a ese tipo de trascendencia. Pero anuda con firmeza el siglo a la imagen de los recursos vitales de una bestia.

2. “¿Quién sabrá hundir los ojos en tus pupilas…?” La cuestión del cara a cara es la cuestión heroica del siglo. ¿Puede uno mantenerse en pie frente al tiempo histórico? Se trata de mucho más que de estar en el tiempo de la historia. Para mirar fijamente al siglo-bestia es preciso tener una capacidad subjetiva muy superior a la que simplemente marcha a la par de su época. El hombre del siglo debe sostenerse frente a la masividad de la historia, debe sostener el proyecto prometeico de una posibilidad de comparación entre el pensamiento y la historia. La idea hegeliana del siglo xix consiste en entregarse al movimiento de la historia, “abandonarse a la vida del objeto”.[4] La idea del siglo xx es confrontarse con la historia, dominarla políticamente. Pues luego de la guerra de 1914-1918 ya nadie puede confiar en ella, al extremo de abandonarse al supuesto progreso de su movimiento.

Como subjetividad, la figura de la relación con el tiempo se convirtió en una figura heroica, aun cuando el marxismo todavía arrastrara, sin destinarla a uso alguno, la idea de un sentido de la historia. Entre el corazón del siglo xix y el comienzo del “pequeño siglo xx”, entre 1850 y 1920, se pasa del progresismo histórico al heroísmo político histórico, porque se pasa, tratándose del movimiento histórico espontáneo, de la confianza a la desconfianza. El proyecto del hombre nuevo impone la idea de que vamos a obligar a la historia, a forzarla. El siglo xx es un siglo voluntarista. Digamos que es el siglo paradójico de un historicismo voluntarista. La historia es una bestia enorme y poderosa, nos supera y, sin embargo, es preciso sostener su mirada de plomo y obligarla a servirnos.

El problema del poema, que es también el problema del siglo, radica en el lazo entre el vitalismo y el voluntarismo, entre la evidencia del poderío bestial del tiempo y la norma heroica del cara a cara. ¿Cómo se anudan en el siglo la cuestión de la vida y la del voluntarismo? También aquí Nietzsche es profético con su “voluntad de poder”. El filósofo develó la dialéctica mayor entre vida y voluntad. Hay una tensión muy grande entre ambas, cuyo símbolo se encuentra en el hecho de que, con respecto a lo ocurrido en el siglo, los actores protagónicos siempre sostuvieron que correspondía a una necesidad vital, una coacción histórica y, al mismo tiempo, que sólo podía alcanzarse por una voluntad tensa y abstracta. Existe una especie de incompatibilidad entre la ontología de la vida (homogénea, a mi juicio, a la ontología de la historia) y la teoría de la discontinuidad voluntarista. Pero esa incompatibilidad constituye la subjetividad activa de la bestia-siglo. Como si la continuidad vital sólo pudiera cumplir sus propios fines en la discontinuidad voluntarista. Desde un punto de vista filosófico, la cuestión es sin duda la de la relación entre vida y voluntad, que está en el centro del pensamiento de Nietzsche. La superhumanidad nietzscheana es la afirmación integral de todo, el mediodía dionisíaco como puro despliegue afirmativo de la vida. Y al mismo tiempo, en una angustia que se acelera a partir de 1886-1887, Nietzsche comprende que esa afirmación total es también una ruptura absoluta y que es preciso, según sus propias palabras, “romper en dos la historia del mundo”.[5]

Lo que debemos ver es que la imposición de un heroísmo de la discontinuidad a la continuidad vital se resuelve, políticamente, en la necesidad del terror. La cuestión subyacente es la relación entre vida y terror. El siglo sostuvo sin estremecerse que la vida sólo cumplía su destino (y su designio) positivo a través del terror. De allí una suerte de reversión entre la vida y la muerte, como si ésta no fuera sino el medio de aquélla. El poema de Mandelstam está recorrido por esa indecidibilidad entre una y otra.

3. La gran cuestión planteada por el poema a la bestia-siglo es la de su vertebración. ¿Cuál es su osamenta? ¿Cómo se sostiene? Vértebra, cartílago, sincipucio… Es la cuestión de la consistencia del siglo, un punto muy sensible en la metafórica de Mandelstam y que también ocupa un gran lugar en otro magnífico poema consagrado al tiempo y al sujeto del tiempo, el poema titulado “Aquel que ha encontrado una herradura”. El poeta dice tres cosas aparentemente contradictorias de esa osamenta de la bestia, de esa consistencia del tiempo histórico:

a) La osamenta es pesada, aplastante, nudosa (versos 3-4, 19). En filigrana, la radiografía revela una pesadez esencial. Antaño la bestia era ágil (verso 31), pero ya no lo es. En 1923 se acaba de salir de la carnicería de 1914-1918 y en Rusia, peor aún, de la guerra civil y el comunismo de guerra. La esencia del siglo-bestia es la vida, pero una vida que vomita sangre y muerte.