El umbral de una vida - Enrique Garza Grau - E-Book

El umbral de una vida E-Book

Enrique Garza Grau

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Beschreibung

Una novela tan desgarradora como cercana, El umbral de una vida nos lleva a los dramáticos acontecimientos vividos durante un atentado a manos de terroristas del ISIS en el Museo del Bardo de Túnez. Basada en la experiencia directa de unos supervivientes al atentado, conocidos del autor, esta historia nos adentrará en el miedo, la fragilidad de la vida, el amor, el odio y la trascendencia a través de un testimonio escalofriante por su realidad.

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Seitenzahl: 225

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Enrique Garza Grau

El umbral de una vida

 

Saga

El umbral de una vida

 

Copyright © 2019, 2021 Enrique Garza Grau and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726712957

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PRO - LOGOS

Me van a permitir que me ponga algo pedante. Imagino que están acostumbrados a que cualquier libro de cierto empaque cuente con un prólogo. Es lo suyo. La verdad es que nadie tiene muy claro para qué son estas especies de introducciones puestas previamente a lo mollar de una novela, como si se tratara de títulos de crédito de una película de toda la vida. Si vamos a la etimología (ya avisé que me iba a poner pedante), veremos que son dos palabras. Como de hecho he titulado estas líneas. Pro, que significa «a favor de», y Logos, «discurso». Todo esto en griego clásico (si pedanteamos, pedanteamos en condiciones), querría decir en román paladino algo así como que el que lo escribe va a hacer una apología, bien de la obra, bien del autor. A persuadir al lector de que lo que viene a continuación es como para no perdérselo. A alabar al autor como un nuevo Homero, un redivivo Cervantes, un Premio Planeta en ciernes.

Lo normal es que el libro haya sido comprado por el potencial lector con un cierto conocimiento de causa. Tal vez porque ya saben del autor, a lo mejor hasta personalmente. O de otra obra suya anterior, como podría ser en este caso por su Historia de un legajo. Tal vez porque el título le ha llamado la atención, o la portada le ha atraído mientras curioseaba entre los anaqueles de una librería de barrio. A lo mejor en la de una estación de tren, o cuando esperaba en un aeropuerto las cienes de horas previas al viaje. Y la contra solapa le ha terminado de animar, con esa breve sinopsis sobre el tema o asunto de la novela, para acabar así en las manos del lector.

¿Qué pasa entonces? ¡Que me da la sensación que no me estará leyendo nadie! En serio. ¿Hay alguien ahí leyéndome…? ¿Hola…? Lo que yo decía. Lo que suele pasar. ¡Que la gente con el libro ya comprado lo que tiene ganas es de leerlo! ¿Qué necesidad hay de perder tiempo con algún amigacho del autor al que habrá metido en el embolado de un prólogo que lo único que hace es demorar la ansiada trama que promete el título? ¡A ver si va a ser, además, un metepatas de esos que por querer animarte (más) a la lectura, va y te suelta un spoiler como ahora se llama a que te destripen la trama! Además en plan sutil. Algo así como «y el lector disfrutará con los personajes y con esta historia, aunque la misma no va a acabar como desean ni piensan». Leñes. ¡Pero si aún no había pensado nada!

Ya hemos condicionado al lector. ¿Y para qué? Pues para reafirmarse en que va a ser el último prólogo que lea. Y harán bien. Decía Paolo Sorrentino que «Algunas veces […] sientes en el prefacio tal exceso de entusiasmo y tal alarde de observaciones y de vértigos culturales, que terminas sospechando que el libro mismo no podrá estar a la altura del prefacio». No teman. Si finalmente alguno le ha dado por ponerse con estas líneas antes que a devorar la trama que les aguarda, ya verán como para nada es el caso. El libro supera obviamente con creces el prefacio. Es más, de nuevo espero que nadie esté perdiendo el tiempo con estas líneas sino aprovechándolo con la fructífera lectura del mismo.

Porque desde ya les digo que no voy a hablar de su trama. Desvelarles hasta qué punto está basada en hechos reales (un secreto: todos los que escribimos basamos nuestros escritos en hechos reales. Hasta Tolkien y JK Rowling, no les digo más), y en qué partes van a encontrarse con giros inesperados. No piensen que les voy a hablar de su estilo o al tipo de novela con que van a enfrentarse cada noche antes de acostarse, o pasando las páginas mientras van viviendo otras vidas yendo a sus respectivos quehaceres cotidianos. No seré yo quien les ponga en prevención ante lo que ha sido la labor de meses de trabajo por parte del escritor. ¡Quiá!

Pero si fuera del escritor de quien esperan que hable… otra vez voy a defraudarles. Porque, como comprenderán, mal no voy a hablar de él. Quedaría feo la rotura de confianza que en mí ha puesto para elaborar este parachoques literario que un prólogo es. Y porque si les cuento lo bellísima persona que es (que lo es, y muy amigo de sus amigos, que dicen los cursis que no saben decir otra cosa de sí mismos), pues se creerán que, como vivimos ambos en San Lorenzo de El Escorial, esto le va a costar un cocido de los buenos en el mítico Charolés. Que le va a costar, conste.

Aunque ni falta haría. Si en algo valoré el hecho de aceptar un compromiso y una responsabilidad con el autor para escribir estas líneas, no es por intereses deliciosamente espurios, ni por la gran amistad que cada vez espero mayor, con el autor. ¡Es que me encanta lo que escribe! Disfruto con las líneas de sus artículos, lo primero que leí de él, y con su prosa. Porque es una maravilla poder perderse en las páginas de sus escritos de manera en que te demuestra con toda la humildad de la que se pueda hacer gala, cómo esto de la escritura es un oficio. Un oficio para el que se ha preparado como tremendo lector que es (no les cuento cómo es su biblioteca para no darles la envidia que a mí me dio, y de la mala), y donde se ve plasmada tal afición en lo que ahora podría ser su profesión.

Está claro que nadie vive de la escritura. ¡Si lo sabré yo! Pero precisamente este conocimiento hace que esté convencido de que el nuevo libro de don Enrique Garza Grau, es el de un escritor profesional. Este nuevo libro de Quique, como ustedes le llamarán con cariño cuando tengan la ocasión de que les dedique un ejemplar que tú, maldito lector, te has empeñado en demorar la lectura por culpa de estas inútiles líneas. Un nuevo libro que va a ser un regalo impagable para todo aquél enamorado de esas historias que parecen imposibles. Que sólo son posibles en la mente de un escritor. Que no pueden ser verdad. Y que, sin embargo, Quique las ha hecho posible. ¿Cuánto habrá de cierto? En el relato que viene ahora eso es lo de menos. En el autor del mismo, todo.

Pasen la página. Traspasen el umbral. Sean bienvenidos. Y disfruten. Yo lo hice.

Javier Santamarta del Pozo Politólogo y escritor

A mis padres, que tanto he querido.

Y se fueron juntos en el último capítulo.

1

Sabaudia

Amaneció. Una tenue y alegre lluvia de estrellas juguetea sobre el agua del lago: el reflejo, como chispas sobre el mar, lo acompaña una coral en oración de maitines de aves, peces y el eco suave de un sensual sonido que procede de la garganta del litoral boscoso. No recuerdo haber disfrutado nunca del alba como esta madrugada, mientras tomo notas en mi Moleskine recostada en la hamaca del jardín en el Hotel Il San Francesco. La luz de la aurora extrae sus enormes manos del vientre de la noche, comienza un nuevo día preñado de alegría y dolor; abrazos y odio; pasión y razón. Todo ello envuelto en celofán de verdes prados que lloran rocío, agua plata y oro y olor a primavera. La bruma atraviesa el lago sin rozarlo como un fantasma. Esta explosión de sensaciones me enturbia la pasión por vivir¿Cómo pudo ocurrir? Estoy aquí, viva, con una existencia repleta de pasado y enorme esperanza en el futuro. Tuve tiempo para pensar en el ser y el sentido de la vida, su temporalidad y la lógica de lo efímero. Todo ocurrió en un instante eterno. Benito Megalere intentó explicarme la sinrazón que mueve al hombre hasta convertirlo en asesino selectivo o indiscriminado: cómo actúan, cómo piensan y qué sienten esos monstruos. Suponiendo que pueda aceptar, aunque sea como hipótesis, que una persona de veintidós años capaz de causar aquella orgía de muerte y odio tiene sentimientos. Y si efectivamente los tiene, aunque sean turbios y sórdidos, he de plantearme: ¿qué gobierna su mente para que sus resortes intelectuales funcionen esclavizados por el Mal?

En una hora pasaré a desayunar junto a la chimenea francesa: me fascina la estética de este lugar. El juego del blanco en sus paredes y el negro del metal que en invierno recoge las brasas y su crepitar en mi corazón durante las tertulias horneadas con buena compañía y una copa de vino: la bebida de nuestra antigua Roma sobre la que tanto escribió Plinio El Viejo. El vino, es fuente de placer y vida, late su sangre en mi corazón como la libido de un adolescente. La calidez del ambiente calmado del hotel y su decoración exquisita, intemporal y victoriana, me transportan a la soledad en mi mundo interior.

Intenté recordar la versión oficial contada por Toul Abdel en su declaración a los Carabinieri. Confío ciegamente en que no se me turbe la memoria entre el sopor del sol, el cielo azul y la arena de la playa de Sabaudia. Quizá, es una buena terapia revivir el infierno y sobrellevar la ansiedad que desbrozó bajo el brocal del pozo de mi existencia:

–Siéntese señor Toul. Le voy a leer sus derechos ¿necesita traductor? –preguntó el comisario Aldo Abadinchi clavando su mirada desgarradoramente viva, tan natural como frecuente en los hombres italianos.

Sus ojos verdosos y el tronco algo orondo, le hacen un aspecto amable y sutil. La mirada la esgrime como su mejor arma en el interrogatorio: el rostro se perfila con trazos de aspecto bondadoso y cercano. Sus facciones amables, le resultan útiles para cautivar la voluntad del interrogado de forma paulatina, sin que este pueda percibir la intención del comisario. Aldo coloca las manos fuertes y blanquecinas sobre la mesa, tal y como le enseñaron en la academia. Los interrogatorios están totalmente medidos, estudiados gesto a gesto con un fin concreto: persuadir y escenificar lo necesario hasta que el interrogado subyugado por el diálogo, se someta a la impronta de los mensajes corporales del policía. Aldo va acorralando al interrogado como las realas lo hacen a los jabalíes en una montería.

–¿Conoce nuestro idioma?, ¿o necesita traductor? Sr. Toul.

–No necesito traductor. Entiendo italiano, español y francés.

–Pues bien, procedo. Tiene derecho a guardar silencio no declarar si no quiere; tiene derecho a no contestar alguna o algunas de las preguntas que le formulen, o manifestar si desea declarar directamente ante el Juez. Tiene derecho a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable, a hablar con su familia, a ser reconocido por un médico…

–Entiendo. Puede comenzar. Pregunte lo que quiera –dijo Toul, doblando el espinazo hasta adoptar en la silla, una posición casi fetal. Centró la mirada en sus sandalias de cuero hediondo marroquí. Volvió a levantar ligeramente la vista dispuesto a recibir con calma tensa la primera pregunta.

–¿Por qué vino a Italia en febrero? ¿Cómo llegó hasta aquí? –Aldo, es un maestro en el arte de la dialéctica persuasiva, freudiana. Maneja con paciencia y buen pulso cualquier interrogatorio. Su aspecto cándido, oculta la capacidad que tiene para usar con destreza toda la estrategia necesaria para desnudar la mente de un asesino; la misma que le permite seducir y desvestir a una mujer bella en minutos.

–Fui a Túnez a cumplir el mandato de Allah «A la persona que participe en la yihad por Su causa, y crea en la palabra, Allah le garantiza que le admitirá en el Paraíso o le traerá de regreso al hogar del que salió con la recompensa o el botín que haya ganado». Él me trajo. Llegué a Italia en una barcaza invivible, hacinado con noventa hermanos. Atravesé el Mediterráneo desde Al Huwariyah hasta Portoempedocle para liberar este mundo repugnante de infieles y canallas. Debo obedecer Su voluntad: luchar contra los enemigos del Islam. Pasé frío, mucho frío, me costó superar la hipotermia. Mis manos todavía están contraídas; algunos hermanos me vomitaban encima. Era consciente de que pasaría momentos de temblores y la piel cogería el color del mar. ¡Allah es grande! No me dejó perder el conocimiento para que pudiera cumplir mi misión. Lamento haber tirado al mar a los dos hermanos que se desmayaron, pero no hubo más remedio: si hubieran muerto en la barcaza, el pánico nos habría llevado a la deriva y se habría frustrado «Su misión». Gritaron como mujeres al caer al agua; los hermanos rogaban nuestra ayuda, sentí no poder ayudarles, pero de haberlo hecho habría muerto con ellos. La compasión es cosa de infieles, insana, Allah los acoge: él los arropa. Los elegidos, tenemos que cumplir Su voluntad sin dudas ni lamentaciones. Por un momento creí que se habían vuelto todos locos en esa barcaza: orinaban y acumulaban sus heces entre la ropa, el hedor mezclado con el salitre era insoportable. Esos hermanos no fueron llamados a la salvación; eran hombres oprimidos en este mundo perverso de infieles y débiles.

–Por su agilidad confesando ¿parece que no tiene usted respeto a la Justicia italiana? ¿o quizá le tiene tanto respeto que espera ser absuelto?

–Sigo los pasos del Profeta. Ustedes están enfrentándose a Dios y pisotean su palabra sagrada, el Corán. No importa la resistencia que oponga el gobierno de Italia, esta tierra es y será un califato del reino de Allah. Él está conmigo ¡me resulta indiferente la justicia humana! –contestó Toul sin levantar la cabeza del suelo salvo para observar la ventana enrejada de la Comisaría de Milán. En el exterior, el cielo gris plata enlutaba la Via Duomo.

–Cuénteme la historia desde el principio ¿Tiene algo que ver su familia con el atentado? ¿Prefiere esperar a su abogado?

–Bien. Comienzo: sé que hasta que no esté presente mi abogado la declaración carece de validez, por tanto, no tengo inconveniente. Llegué a Italia a principios de febrero, lo que es obvio que conocen y consta en sus archivos. No se me escapa que tienen ustedes los datos de mi entrada y estancia en el país; por tanto, pregunten lo que sea útil para su investigación si no les importa; así les ahorraré tiempo a ustedes y el interrogatorio resultará más grato para los dos. Por favor, no piense que por ser marroquí soy idiota. En cuanto a mi familia. Voy a dejar claro desde este momento que no tienen nada que ver con el Bardo. Les he contado a ustedes todo lo que ocurrió con exactitud. Les reitero cuanto saben: el día que partí para liberar el mundo como soldado de la yihad, me levanté a las seis de la mañana. Le dije a mi madre antes de acostarme que me iría de viaje esa misma madrugada. Un amigo me esperaba en la puerta del santuario de Sant`Invernizo en Gaggiano. Mi madre, con su preocupación natural, preguntó: «¿Estarás agotado hijo? Has pasado unos meses terroríficos hasta llegar aquí sin dejar rastro; atravesando por carretera el norte de África, desde Nador a Túnez. Y una vez allí, sufriste el horror de cruzar el Mediterráneo en pleno invierno». Le contesté, que estaba preparado para el periplo y que permanecí el tiempo suficiente en Túnez para descansar. Los hermanos del Estado Islámico me alimentaron y me acogieron con amor. Le tranquilicé asegurándole que descansamos lo necesario. Evidentemente, ella comprende las razones de mis silencios, puesto que una mujer fiel no tiene porqué saber las cosas que Allah reserva al mundo de los hombres. Solo pude contarle que la casa se encontraba cerca de la barriada de Ibd Jaldun. Insisto Comisario, eso lo saben ustedes, no sé por qué se empeñan en preguntar lo que conocen. Tuve tiempo para ir a la Mezquita Al Fatahy encomendar nuestra misión a Allah. Pasé unos días con los hermanos en la ciudad recorriendo hasta el último rincón y disfrutando de los manjares de la vida. En nuestra tierra santa, el sol acariciaba mi piel como si Allah quisiera hacerme un obsequio por servirle. El tiempo en Italia es el de un pueblo condenado: frío, lluvioso y desagradable en el norte; aquí vivo siempre empapado: la ropa, el cuerpo, y sobre todo los pies. ¡Mire mis zapatos! no se secan nunca ¡No puedo soportar esta humedad! –Toul, señaló con la barbilla unas sandalias de piel marrón, atadas con hebilla, que dejaban ver un par de calcetines gruesos de lana áspera azul grisáceo.

Hubo un momento de silencio y Toul se escondió en sus pensamientos: pasaron por su mente cada una de las personas que vigiló desde su posición de camarero en el Costa Fascinosa. Perdió su mirada concentrada en el techo desconchado de la comisaría –continuó hablando sin ser preguntado, mientras Aldo golpeaba con un bolígrafo Bic de punta dura de forma rítmica, monótona y molesta contra la mesa de madera decapada y sucia.

–Cuando todo esté resuelto e iniciemos «la lluvia fina de Allah» volveré a Marruecos, allí tomaré a alguna mujer. Por el momento estamos en manos de Alsar al Sharia y los salafistas. Hasta este momento hemos conseguido sumar tres mil tunecinos a nuestra causa. En Túnez se está abriendo el camino hacia el cielo «Túnez es nuestra solución final»: sepan ustedes que por mucho que luchen contra nosotros tienen la batalla perdida «A Allah le pertenecen Oriente y Occidente».

–¡Ya! He leído el Corán, Sura 2. Continúe, por favor –dijo Aldo, con un laconismo no exento de dulzura, que constataba que la autoridad y el mando lo tenía él en todo momento, y, no se lo iba a arrebatar el interrogado con ningún ardid.

–Madre me contestó en tres palabras «lo sé hijo». Mi padre le enseñó el Corán, él es un hombre de Allah, un verdadero islamista; no como algunos de los hermanos que conocí en la mezquita de Milán. Madre, me entregó el permiso de residencia italiano que le hizo llegar Hamdi, junto a la caja que necesitábamos y tenía escondida bajo la cama. Ella ignoraba completamente el contenido. Debo aclararle para que no haya duda, que no tenía ninguna intención de conocerlo. Se trataba de una enorme caja de madera, con un sello que decía: «Ayuda Humanitaria. Médicos sin Fronteras».

–¿Su madre le entregó una caja y el permiso de residencia? ¿Y dice usted, que ella no sabía nada del atentado? –inquirió Aldo, tensando el labio para comunicar con el gesto su irónica incredulidad.

–¡Madre no sabía nada! ¡No tiene que saber nada! ¡No puede saber nada! Las misiones de Allah no son cosa de mujeres ¡Me está ofendiendo, comisario! ¡Mi madre es devota y virtuosa! cumple la Sharía. En ausencia de mi padre cuida de la familia: es voluntad de Allah que cumpla sus obligaciones. Por tanto, si recibe un paquete en Su nombre, lo custodia y lo entrega, ni lo mira ni piensa en su contenido. En cuanto al permiso de residencia, debo insistirle: se trata de un documento legal que me proporcionaron ustedes un mes después de mi llegada a Italia. A su pregunta sobre cómo y de qué modo obtuve la documentación: ¡ustedes sabrán! ¡pregunten a su gente!

–Ya hablaremos de su documentación. Me cons-ta que se le entregó una orden de expulsión en Portoempedocle en el mes de febrero y unos días después tenía todos los permisos. –Frunció el ceño el comisario al recordar algún rumor que había escuchado en el cuerpo, sobre determinados funcionarios que estaban siendo investigados por una presunta relación con una red de corrupción administrativa–. Le formularé una nueva pregunta o la misma de otro modo ¿Dónde está su padre? ¿A qué se dedica su madre?

–Mi padre está en Marruecos trabajando. Y mi madre cose en nuestra casa para las personas que lo necesitan en Gaggiano. Vive bajo la tutela y protección de mis dos hermanos, y, cuida de nuestra hermana menor, que tiene quince años, ya está en edad de contraer matrimonio y tenemos un primo de treinta y cinco años que la quiere como esposa, así que, a mi madre le ha tocado la responsabilidad de realizar los preparativos de la boda.

Aldo bebió un sorbo del vaso de agua con gas S. Pellegrino que tenía sobre la mesa de interrogatorio. No ofreció nada al terrorista con la intención de que fuera agotando sus fuerzas y bajará su nivel de hidratación y azúcar. Se levantó pensativo mostrando su enorme corpulencia y el uniforme militar de Carabinieri a Toul: sus movimientos no eran espontáneos, todo lo calculaba al milímetro. Este, continuó mirando fijamente la sandalias de Toul, quien proseguía hermético con la espalda ligeramente doblada hacia sus piernas, asidas las bridas en sus muñecas a la altura del final de la columna vertebral. Solo dirigía la vista hacia el suelo de baldosa rojizo y a la parte inferior de la pared azul grisáceo, húmeda y descascarillada. Las imponentes botas de Aldo al lado de los pies semidescalzos de Toul, le produjeron a este una sensación degradante. La sala era tan sórdida como la antesala del infierno. La mente de ambos viajó por ardientes caminos opuestos, como el bien y el mal en la Divina Comedia:Toul ante el rey Minos confesando sus pecados; y el comisario Aldo, buscando un lugar en el infierno para acomodar al asesino.

2

Rosalba

¿Quién me iba a decir que llegaría este día? Mi última clase como profesora de lengua en la Escuela Estatal de Latina. Parece que fue ayer la primera vez que crucé la puerta de la escuela. En aquellos años era una joven amalfitana, casi una niña, podía pasar por una alumna más. Los primeros días manejaba la confianza en mi autoridad con cierta destemplanza: el miedo a lo desconocido se me notaba en la piel y las hormonas protuberantes delataban el final de mi adolescencia. Ignoraba si me iban a respetar los alumnos y si conseguiría centrar su atención. Todo eran dudas, inseguridad e incertidumbre. Lo cierto es que vuelvo a sentir lo mismo treinta años después. Pasa el tiempo, pero viven los recuerdos y los sueños por cumplir.

Me martillean los recuerdos de mis últimas horas como profesora en la escuela estatal. La luz de la mañana escudriñaba el espacio a través de la ventana; su brillo, rozaba con suavidad el escritorio rodeado de exámenes pendientes de corregir. Me quedaban sesenta exámenes por evaluar, sesenta vidas, sesenta futuros ignotos; estas sesenta almas se llevarán el recuerdo del mucho o poco arte de enseñar que he podido cosechar en los campos sembrados y regados con enorme esfuerzo en mi vida profesional. Quizá algún alumno me recuerde en su madurez o reviva ideas, reflexiones que salieron de mi boca y quedaron prisioneras entre el suelo y el techo de la clase: si la remembranza sirve a esos jóvenes, ahora maduros, para ejercer la mayéutica como método de diálogo y comprensión de la vida misma; si he conseguido transmitir a la mitad de los alumnos que pasaron por las aulas, que para ser felices necesitan salir de la caverna platónica y mirar el sol. Si he transmitido que el «hombre debe conocerse como dualidad entre alma y cuerpo y entender que la primera se encuentra prisionera en la segunda». Si mis alumnos comprendieron las reglas del juego de la vida. Entonces; habré logrado el objetivo de todo maestro: abrir un poco más la ventana entornada de la libertad. La caverna que a mi entender representa la oscuridad: ese habitáculo antinatural en el que nos tiene sumidos la ignorancia, a la que solo los elegidos se atreven a desafiar. Las sombras se entreveran en el espacio rocoso y frío, son la realidad del adolescente. Al fi-nal de mi carrera he comprendido que la misión del maestro es rescatar algunas almas de la prisión grisácea que evoca la incultura; como quien libera de la muerte a un naufrago o a un niño atrapado por el abrazo de las aguas del mar asesino.

Resulta triste, lo reconozco, pero no me fío. La vida me ha enseñado que la ignorancia es vil y tramposa: nos ahoga y seduce tanto, como reprime la libertad y en consecuencia, la felicidad.

Tumbada bajo las dunas de la playa en Sabaudia, solo alcanzo a escuchar los acordes eternos del Mediterráneo: arcano de mis recuerdos y pasiones. Me abruma el sueño y las reminiscencias. El mar me seduce como un amante fiel, perfecto, amable; como aquel hombre que despierta pasión obsesiva, aunque lo temas. Ese hombre que magnetiza con su belleza exterior, su soberbia sensual, su caricia perfecta, pero que jamás será mío. Parece un tópico, pero el murmullo del mar con el viento suave y cálido, su color perla fornicado por el sol, resulta apasionante. Cuando alcanzo esas sensaciones la vida tiene sentido; el tiempo se detiene; los segundos, se quiebran con el murmullo de las olas asidas en un baile triangular con la diosa Hedoné entre luz, agua y arena. La pasión y los recuerdos me acompañan a todas partes. Vivo uno de esos momentos de placeres ocultos acurrucados en lo más hondo del misterio de mi privacidad, esa sensación que solo escucho a través del sonido espiral de las caracolas en noches claras como aquella y, que jamás conocerá nadie ¡Fui tan valiente para la vida como cobarde para amar!

Me vuelven y atormentan los recuerdos del crucero dramático que ha sintetizado mi vida. Revivo constantemente aquella noche sempiterna: necesito estar sola mirando las estrellas, capturando su luz resplandeciente pellizcando el Mediterráneo. ¡Mis viejas e inseparables amigas! ¿Cuántos secretos conocéis de mí? ¿Cuántas historias sórdidas? Estoy con vosotras en cubierta, con el alma desnuda bajo el cielo, decorado con pinceladas de luceros misteriosos. Parece que vuelven los idus de marzo, las fechas que quedaron grabadas en la historia de Roma y en la literatura esotérica como viajeras de un terrible augurio. Ignoro el motivo suprasensible que me hizo presentir que algo ocurriría en el crucero: no puedo dormir. Las luces de los faros en la distancia conversaban entre sí; igual que en tiempos de Homero cuando escribió la Odisea: quizá lo hizo navegando por estas mismas aguas que surcaron; griegos, fenicios, romanos y turcos. Descubrí una estrella con un destello incesante y magnético.