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¿Qué pasa cuando el destino acerca tanto, pero tanto, a dos personas, que ya es imposible dar marcha atrás? ¿Qué pasa si solo las acerca pero no las une? Es lo que se preguntaba Amadeo a sus 60 años de edad al verla a Cielo, una vieja conocida de toda la vida, en la misma sala de hospital que él. Un diagnóstico desafortunado hará que Amadeo, escritor de profesión, se replantee el sentido de su propia existencia y, ante la imposibilidad de reescribir el prólogo de su propia vida, busque redactar lo mejor posible su epílogo.
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Seitenzahl: 76
Veröffentlichungsjahr: 2023
JULIÁN RE SALVADOR
Re Salvador, JuliánEl viejo astro / Julián Re Salvador. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4565-7
1. Novelas. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINAwww.autoresdeargentina.cominfo@autoresdeargentina.com
Instagram del autor: julian.resalvador
Caos en el corazón del eterno durmiente
21 de julio de 2057
El purgatorio
22 de julio de 2057
23 de julio de 2057
Por cada lágrima derramada, una yerbera florece
22 de agosto de 2057
Tocando las puertas del paraíso, un latido a la vez
23 de agosto de 2057
27 de agosto de 2057
29 de agosto de 2057
En la salud…
30 de agosto de 2057
29 de agosto de 2057
30 de agosto de 2057
…Y en la enfermedad
14 de septiembre de 2057
Los astros nos guiarán a casa
14 de diciembre de 2057
24 de diciembre de 2057
25 de diciembre de 2057
Rosas en Julio
21 de julio de 2077
A mi alma gemela. Donde sea que estés, y sea lo que sea que estés haciendo, gracias.
Hoy, fue un día atípicamente especial. En una de las tantas casas edificadas hace siglos en Elderson, un querido amigo le estaba dando muerte al fuego de una vela. Al menos, eso supuse que estaría haciendo. No todos los años se cumplen 60 años, no en todas las vidas alcanzamos esa cifra. Es la siguiente frase la máxima que dio origen a este diario: ‘Las vidas inconclusas son como los libros a medias. Deseoso queda el lector de un final que nunca conocerá. Expectante queda el libro de ser leído hasta sus últimas consecuencias’. He de admitir ante mí mismo que esa frase no es propia. Le pertenece a mi amigo, Amadeo, a quien en reiteradas ocasiones le he afirmado y reafirmado el mismo pensamiento. ‘Siento que en otra vida fuiste escritor’. Le repetía ocasionalmente.
La vida poco a poco fue confirmándome que, en efecto, Él había nacido para escribir. La muerte madrugó un día para mostrarme que la vida después de la muerte es un hecho. Concretamente, la existencia es una sucesión de 33 vidas. Nuestras almas abrirán sus ojos por primera vez en 33 lugares distintos, en 33 épocas diferentes. De la cuna al cajón, nos enfrentamos al mundo una y otra vez con una única intención: cumplir nuestra misión. Por supuesto, la misma es implícita ya que, si bien entre vida y vida se nos revela, al volver a nacer se nos olvida. La misión, quienes alguna vez fuimos, lo que alguna vez hicimos… a quienes alguna vez amamos. Todo. En mi caso, mi misión fue ayudar a otra alma a descubrir la suya. O, más bien es pues aún no la había podido cumplir. Y se me habían agotado las vidas. Por eso estaba allá. En ese vil plagio del eterno descanso, tierra de nadie a la que todos vamos a parar, solo rige una ley. Quien quiera cruzar al otro lado, deberá primero haber cumplido con su misión de vida.
Pueblo y rey, eso era en esa tierra de parias. No importaba hacia dónde mirara, ni que tanto caminase, no había señal alguna de otra alma. A la luz de los hechos, y a la sombra de la fortuna, me atrevo a insinuar que el universo había olvidado mi existencia. Aunque, quizás, haya sido de manera intencionada. Puede que mi mera existencia fuese una paradoja. Un sinsentido incómodo para el universo y su parsimoniosa armonía. Esa fue, probablemente, la razón por la cual estaba allá, recluso en el limbo. Tal vez, esa fuese la causa por la cual me había convertido en el eterno durmiente. Un alma sin vidas por vivir y con una misión aún por cumplir. Un ser en una especie de letargo, a la espera de que alguien o algo lo despierte.
Los deseos son… crueles. La crueldad es azarosa, carente de criterio y falta de escrúpulos. En mis memorias aparecen enmarcadas en un trágico cuadro todas y cada una de las estrellas fugaces que he visto a lo largo de mis 33 vidas. En cada cuadro, y al reverso de todos, está grabada la misma leyenda. ‘Deseo vivir para siempre’. Hoy, puedo decir que he sido víctima de mis palabras. Único actor de una dantesca comedia sin audiencia. Si acaso hubiese tenido la dicha de volver a ver otro fugaz astro, hubiese deseado cruzar al otro lado. Un lugar para mí desconocido, pero repleto de rostros familiares. Lo eterno es una tortura si no hay lugar para el diálogo; si solo hay espacio para un monólogo. El caos en el corazón de este eterno durmiente le imploró hoy que retome su norte. Y eso hice, literalmente. Caminé hacia el norte. Una poderosa corazonada me decía que así encontraría sosiego.
La génesis de todo cambio en la vida es el primer paso. A veces, ese primer paso es metafórico. Todo libro alguna vez fue una sola palabra escrita sin demasiadas pretensiones sobre una hoja. Otras veces, es literal. ¿Qué sería de un libro si su autor no hubiese dado ese primer paso que lo llevó al lugar donde debía realizar su primera presentación? Si a fin de cuentas un libro es una constante pulseada entre lo que dice una persona y lo que interpretan otras. Sin ese otro, el libro no sería más que un montón de caracteres escritos sobre un cúmulo de hojas. Si lo trasladamos a la vida, terminamos siendo los recuerdos que las personas tienen sobre nosotros. ¿Acaso la no–vida se regirá por las mismas normas? Esa fue la última pregunta que me hice y que no llegué a responderme pues algo captó mi atención. Vi un destello pasar sobre mi cabeza y caer a una distancia razonablemente cercana. Me acerqué a la zona de impacto de aquella misteriosa luz. Al llegar, vi una pluma blanca en el suelo.
A pesar de que ese enigmático objeto y su aún más enigmática procedencia eran el blanco de todas mis dudas, mi corazón encontraba calma a medida que me acercaba más y más a él. Estando a solo un paso es que afloró nuevamente mi duda: ¿Serán la vida y la no–vida similares siquiera en un aspecto? ¿Será que, al igual que en mis 33 vidas, el origen del cambio se halla estrechamente arraigado a dar el primer paso? Evidentemente, la pluma no iba a darlo, puesto que ya hizo su parte apareciendo ante mí. Ensamblando todo mi coraje a los fragmentos de la poca esperanza que me quedaba, di el primer paso, tomé la pluma. Y un haz de luz que crecía con celeridad comenzó a arroparme y, aun así, en mi corazón el caos se disipaba. El sosiego inundaba cada rincón del mismo. Cerré los ojos, inhalé, exhalé y, al abrirlos nuevamente, me encontré en una habitación de un hospital. A mi siniestra, un ventanal abierto. A mi diestra, mi mejor amigo, Amadeo.
Se dice que la vida no te presenta dos veces la misma oportunidad. Entonces, puede que haya sido la muerte, solo así se explicaría semejante anomalía. Solo si ella hubiera rechazado tomar en brazos esa alma es que la misma retornaría al mundo de los vivos. Quizás, sus pendientes hayan primado por sobre sus ganas de claudicar a su guerra de los cien años –o quizás menos–. Biología, azar, destino, un poco de todas, una pintoresca manera de la fortuna de decir ‘de nada’ buscando apresurar un ‘gracias’ de sus labios marchitos.
A medida que la anestesia emprendía la retirada y la consciencia volvía a tomar las riendas de aquel cuerpo magullado, Amadeo no podía evitar preguntarse: ¿Cuándo? ¿Cuándo la vida le embargó su juventud? ¿En qué momento los años le pasaron factura? Aunque, quizás, la pregunta que más eco se hacía en su mente no podía ser otra que la siguiente: ¿Qué hacía ella allí? Indefectiblemente, el pasar de los años había desdibujado levemente aquella silueta de revista que solía tener, así como también terminó por doblegar cada fibra muscular que alguna vez habitó el cuerpo de aquel hombre. Helos allí, dos cuerpos lánguidos, la viva manifestación de la vida en su ocaso. Dos guerreros, dos supervivientes. Dos hojas de distintos árboles que el viento alguna vez hizo danzar y que, evidentemente, aún seguía haciendo danzar. Parecía que el destino aún tenía ganas de ver a estos dos bailar una vez más; una última vez.
Él no podía dejar de observarla como quien observa desde un bote un témpano en medio del océano; absorto. Como quien observa un témpano en medio del océano desde un bote que se mece al compás de la furia de altamar; temeroso. ¿Será su condena estar a la eterna deriva solo para naufragar una y otra vez en los mismos brazos?
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