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Un grupo de amigos viaja al sur argentino en busca de aventura y descanso en una cabaña aislada. Lo que comienza como unas vacaciones soñadas rápidamente se convierte en una pesadilla cuando una figura aterradora emerge del bosque: el Viejo de la Bolsa. Inspirada en una leyenda urbana, esta criatura no es un mito, sino una amenaza real que acecha en la oscuridad, dejando un rastro de sangre y terror. Atrapados y sin ayuda, deberán luchar por sobrevivir mientras descubren oscuros secretos que el pueblo ha intentado enterrar durante décadas.
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Seitenzahl: 76
Veröffentlichungsjahr: 2025
CARLOS ALBERTO VEGA
Vega, Carlos Alberto El viejo de la bolsa / Carlos Alberto Vega. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6087-2
1. Literatura Argentina. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Capítulo 1 - Esa pequeña muerte
Capítulo 2 - El rugido de la máquina
Capítulo 3 - El amor está en el aire
Capítulo 4 - Sin escape
Capítulo 5 - El inicio de una valiosa alianza
Capítulo 6 - El viaje
Capítulo 7 - El arribo
Capítulo 8 - Los preparativos
Capítulo 9 - La alianza se concreta
Capítulo 10 - El último beso
Capítulo 11 - A punto de comenzar
Capítulo 12 - Un rastro antiguo
Capítulo 13 - Comienza el juego
Capítulo 14 - El dolor nos hará libres
Capítulo 15 - Alarma
Capítulo 16 - El rastro
Capítulo 17 - La búsqueda
Capítulo 18 - Hasta que la muerte los separe
Capítulo 19 - Contra reloj
Capítulo 20 - Nadie escapará. Todos son la presa
Capítulo 21 - Cabos sueltos
Capítulo 22 - Siempre un paso detrás
Capítulo 23 - El cerco se cierra
Capítulo 24 - Antes del fin
Capítulo 25 - La historia oficial
Capítulo 26 - Lejos del fin
Son las tres de la tarde y el sol cae a plomo sobre el bosque. La temperatura, alta para la región, ronda los 20 grados. Fresco para los turistas que pululan el sur argentino en pleno enero, caluroso para los nativos acostumbrados al clima patagónico.
El niño de unos siete años es extremadamente delgado y largo para su edad. Apenas viste un pantalón corto sujeto con tiradores, sin camiseta sobre el torso desnudo que muestra una palidez extrema. Calza pesadas botas de cuero que denotan que no fue su primer dueño, e incluso que le sobran uno o dos números. Son impropias para la época, aunque se mueve con la gracilidad de un felino, casi sin emitir sonido. Su pelo renegrido y enmarañado brilla a pesar de que lleva varios días sin pasar por el agua y, aunque su rostro es inexpresivo, sus ojos dicen otra cosa.
Se desliza desde la puerta trasera de una cabaña de madera en muy mal estado hasta una cucha de perros donde una gata de gran tamaño amamanta a sus crías.
El niño agarra una bolsa, saca a cada uno de los gatitos y los mete en ella. Luego se dirige al bosque, que es casi todo el mundo que conoce, se acerca a un árbol y con un fuerte impulso, gira la bolsa y la estrella violentamente contra el mismo, matando a los gatitos instantáneamente.
No sonríe, no se inmuta, su rostro permanece impasible. Pero sus ojos cobran un brillo intenso que los vuelve más oscuros que su pelo.
El Torino de fines de los 70 es una verdadera joya mecánica de la época. Y Esteban está orgulloso de su máquina, recuperada prístina del garaje de su abuelo tras más de 30 años de injusto encierro bajo una lona. Es su bebé, y él disfruta acariciando el volante mientras su pie no le da descanso al pedal del acelerador, que siempre pide más. El motor ronronea y le transmite la misma potencia y seguridad con la que esa misma noche planea poseer a Melisa apenas lleguen a destino. Ella, ajena a todas esas cuestiones mecánicas y varoniles que sólo la aburren, se dedica a mirar extasiada el paisaje que le ofrece el verde de los pinos, el celeste de un cielo que parece una pintura renacentista y el cristal puro que baja por los arroyos, mientras se pregunta por qué su novio ama tanto a esa lata vieja que ruge como auto de carreras y no viajaron en su cómodo Audi A6.
—¡Este lugar es muy bonito! ¡Mira qué grandes esas montañas y los arroyos… ¡Es muy hermoso! – Esteban sonríe con la suficiencia del que sabe que ya ganó, sin apartar los ojos del camino sinuoso.
—Te dije que te iba a sorprender, y esperá a ver la cabaña. Fijate, ¿qué dice el GPS?
—No hay señal… Debe ser porque estamos en zona montañosa ¡Qué mal! Espero que no nos agarre la noche.
—No te preocupes amor, yo te voy a cuidar, sólo tenemos que tener cuidado de que no nos agarre el viejo de la bolsa.
—¡No me digas eso que me da miedo!
—Es un chiste amor, es sólo un mito, una leyenda urbana… Si nos agarra la noche podemos acampar en el bosque, tenemos la carpa y las bolsas de dormir. Podemos seguir mañana con luz de día.
El viaje continúa casi en silencio durante varios kilómetros. La geografía no permite el alcance de frecuencias de radio y Esteban, empeñado en mantener la originalidad del Torino, se rehusó a cambiar la radio análoga por un estéreo.
La realidad es que disfruta demasiado el sonido del motor, y no tanto la música que le gusta a Melisa, aunque jamás se atrevería a decírselo. Cuando el sol empieza a caer, decide que una noche en medio de la naturaleza puede ser excitante y baja la velocidad para salir de la ruta y estacionar a unos metros de la banquina. Se bajan y mientras ella estira las piernas, Esteban abre el baúl del coche, saca la mochila y la carpa, y caminan hacia el bosque, donde buscan un lugar que les parece apropiado para armar el campamento e instalarse hasta el día siguiente.
En medio de la noche fría del Sur, el interior de la carpa parece un sauna. Melisa ya alcanzó su tercer orgasmo y Esteban se mantiene concentrado en complacerla. Planificó este momento durante semanas, y pretende disfrutarlo a pleno. Mientras se mueve rítmicamente, ahora con suavidad, saborea cada curva del cuerpo de Melisa, la firmeza de su vientre plano y duro como roca, sus pechos perfectos y unas piernas de tenista que lo enloquecieron apenas la conoció. Tal vez no sea un semental, pero sabe cómo volarle la cabeza durante horas si fuera necesario. Es la primera vez desde que salen, hace más de un año, que ella accede a acompañarlo a esos viajes que él tanto disfruta. Y quiere que se vuelva un hábito para la pareja. Ella lo toma de la nuca con fuerza y mirándolo directo a los ojos, abandona la pasividad que mantuvo hasta el momento y le da una orden clara.
—Quiero que acabes… ¡Ya!
Esteban sonríe feliz. Le tomó menos tiempo del que pensaba llevarla al paroxismo. Pero duda si seguir tensando la cuerda u obedecer una orden tan placentera. Opta por jugar unos minutos más mientras ella gime cada vez con más fuerza, un sonido que le estimula los oídos y alcanza directamente al centro de placer del cerebro, y decide acatar el comando de esa hembra ansiosa que transpira a más no poder en medio de la montaña. Sin embargo, no llega a hacerlo porque en ese preciso momento, se escucha un sonido no muy lejos. Tranquilamente pudo ser un quejido humano.
Melisa se paraliza y lo obliga a detenerse.
—¿Y ese ruido?
—Deben ser las ardillas o un mapache. Nada de qué preocuparse. Estamos en medio de la nada, no hay nadie en kilómetros a la redonda.
—¿Pero podrías ir a fijarte? Tengo miedo.
—Está muy frío, sigamos en lo que estamos dale...
—Si no vas a revisar no voy a estar tranquila, y no vamos a seguir haciéndolo así.
Ya está. Toda la magia que construyeron se esfumó en un segundo. Ya sabe que no hay vuelta atrás, pero aún ensaya una débil protesta.
—¡No puede ser que el ruido de una ardilla nos corte la inspiración!
Pero ella ya no está en clima y, a decir verdad, tampoco él. De mala gana, se viste, agarra una linterna, sale de la carpa y empieza a caminar por el bosque.
—Hola… ¿Hay alguien ahí? Hola… No sé qué estoy haciendo acá… ¿Hola?
Entonces observa un animal muerto en el piso, con las vísceras afueras y lleno de sangre, se agacha y lo alumbra con la linterna.
—¡Por dios, que es esto!