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Embarazada del playboy. Nicolás Valera había tenido una aventura con la heredera Vanessa Hughes el verano anterior, sabiendo que no llegaría a ninguna parte. El jugador argentino de polo sentía la tentación de convencerla para que volviese a su cama, pero no se esperaba que su tórrida aventura diera como resultado un embarazo. Propuesta de matrimonio. Connor Stone no podía olvidar a Brittney Hannon, la puritana hija de un conocido senador. Estaba obsesionado por volver a acostarse con ella, pero Brittney tenía que evitar el escándalo a toda costa… y cuando aparecieron unas fotografías comprometedoras, Connor decidió hacerse pasar por su prometido.
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Seitenzahl: 172
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. EMBARAZADA DEL PLAYBOY, N.º 1779 - marzo 2011 Título original: Pregnant with the Playboy’s Baby Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011
© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. PROPUESTA DE MATRIMONIO, N.º 1779 - marzo 2011 Título original: His Accidental Fiancée Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9836-2 Editor responsable: Luis Pugni
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Dos meses antes
Hacienda Siete Robles, Bridgehampton, Nueva York
–¡Te advertí que no te acercases a mi hermana!
Vanessa oyó el grito de su hermano y vio a su amante argentino bloqueando el puño que había lanzado hacia su cara.
Qué horror. Había vuelto a meter la pata. Claro que eso no era una sorpresa porque ella era la oveja negra de la familia, pero de nuevo involucraba en el escándalo al jugador de polo Nicolás Valera…
–Tranquilo, Hughes –le advirtió él, con su fuerte acento argentino.
Afortunadamente, se habían vestido antes de que Sebastian entrase en la sauna, pensó Vanessa.
Nicolás tiró de ella para apartarla de su hermano, que de alguna forma había averiguado que estaban juntos. Una sorpresa porque ni Nicolás ni ella habían planeado encontrarse en la sauna de la hacienda Siete Robles esa noche.
En la sauna desierta porque todos los invitados estaban en la cena benéfica organizada por Sebastian; la que ella se había saltado con intención de estar sola.
Sebastian dio un paso adelante, mirándolo de arriba abajo.
–No pienso irme hasta que desaparezcas de la vida de mi hermana.
–¡Nicolás, cuidado! –gritó Vanessa cuando su hermano lanzó el puño de nuevo.
Él levantó el brazo para bloquear el golpe, sin devolverlo.
Vanessa no aprobaba el comportamiento de Sebastian, pero entendía que estuviera enfadado ya que su ruptura con Nicolás el año anterior había sido amarga y pública.
Y era culpa suya.
Nicolás empujó a Sebastian contra la pared con la velocidad y la agilidad del deportista que era.
–Cálmate, Hughes –le advirtió, con aparente tranquilidad. Claro que él nunca perdía la calma, salvo en la cama–. No queremos montar una escena, especialmente involucrando a tu hermana. Vanessa, cierra la puerta, por favor.
Ella obedeció, demasiado angustiada como para decir nada.
La familia Hughes era la patrocinadora del campeonato de polo de Bridgehampton y no era apropiado que ella saliera con uno de los jugadores. Había cometido muchos errores en su vida, pero ese error lo había cometido ya una vez.
Después de su ruptura el año anterior había jurado no volver a verlo. Y no lo había visto hasta esa noche. Uno de los peores días de su vida, cuando estaba más angustiada que nunca. Aunque no era precisamente conocida por su buen comportamiento incluso en el mejor de los días.
Su hermano miraba a Nicolás con gesto decidido. Sebastian y ella se parecían en eso al menos, aunque físicamente no tenían nada que ver ya que ella era la única rubia de ojos azules de la familia. Y cómo le dolía pensar eso, cómo le dolía saber que sus padres la habían engañado…
Sebastian se apartó abruptamente, intentando colocarse la corbata del esmoquin.
–Aléjate de mi hermana, Valera –le advirtió–. O te juro que te mato.
Vanessa se colocó entre los dos, intentando contener las lágrimas.
–No te pongas tan dramático, Seb. No hay ninguna ley que nos prohíba vernos. Además, tengo veinticinco años y es asunto mío con quién salgo o dejo de salir.
–Hay muchas cosas que uno no debe hacer, Nessa –replicó él, tomándola del brazo–. Y si tú no sabes cuidar de ti misma, tendré que hacerlo yo.
–No pienso irme de aquí hasta que Vanessa me jure que todo está bien –intervino Nicolás–. Suéltala ahora mismo.
–¿Qué estás insinuando, que le haría daño a mi hermana? Eres tú quien le está haciendo daño volviendo a su vida cuando sabes perfectamente que no vas a quedarte.
Su hermano tenía razón, pero le dolía que pensara que ningún hombre iba a quedarse con ella. Y tenía que terminar con aquella pelea de inmediato.
–Seb…
–Tu hermana y yo tenemos cosas que hablar. Somos adultos, así que sugiero que te marches –dijo Nicolás, señalando la puerta.
–Mi hermana tiene veinticinco años, pero nunca se ha portado como una persona adulta.
–¿Perdona? –exclamó Vanessa–. Tu hermana está aquí mismo, en caso de que no te hayas dado cuenta.
–Me he dado cuenta, te lo aseguro.
–Entonces ya hablaremos más tarde. Tengo que despedirme de Nicolás, así que, por favor, márchate.
–Después de la escena que montaste el año pasado, ¿no crees que ya has jugado con fuego más que suficiente?
–Eso no es cosa tuya.
El mundo del polo se había quedado sorprendido por su relación. Nicolás Valera tenía fama de hombre serio y reservado, tanto en el campo como delante de las cámaras cuando hacía publicidad para la empresa que lo patrocinaba.
Vanessa era todo lo contrario.
–Mientras esto afecte a nuestro padre y a la reputación del campeonato de polo es asunto mío –replicó Sebastian–. Soy yo quien lleva la empresa familiar y soy yo quien tendrá que salvarte cuando llegue el momento, como siempre.
Ése era un golpe bajo, pensó Vanessa, herida. Su padre tenía cáncer y aunque ella nunca había sido muy sensata, aquel día el comentario dolía más que nunca.
–Nadie quiere montar una escena –dijo Nicolás–. La reputación de tu familia está a salvo, no te preocupes. Tu padre puede estar tranquilo.
No había ni rastro del apasionado amante que había sido unos minutos antes y, aunque eso no debería dolerle, le dolía.
–Nicolás y yo rompimos hace un año y nada ha cambiado.
Su hermano la estudió atentamente, como si no confiara en ella.
–He dicho lo que tenía que decir, Valera –Sebastian se estiró la chaqueta del esmoquin–. Nessa, hablaremos mañana, cuando estemos más tranquilos. Le debes a papá un poco de calma este verano, recuérdalo.
Vanessa iba a protestar, pero se dio cuenta de que tenía razón. No podía seguir sus impulsos como solía hacer normalmente. No podía decir: «A la porra con todo» y ser la chica que daba escándalos.
Daba igual las mentiras que le hubiera contado Christian Hughes. Seguía siendo su padre y le debía un poco de tranquilidad.
Cuando la puerta de la sauna se cerró, se volvió hacia Nicolás, angustiada. Había vuelto a hacer el amor con él, un encuentro apasionado, impulsivo, que la había dejado un poco sorprendida.
¿Qué pasaría ahora?
Nicolás metió las manos en los bolsillos del pantalón, sus ojos tan oscuros como la ropa que llevaba.
–Siento mucho que tu padre esté enfermo.
Vanessa miró a su enigmático amante. No se habían mirado mucho mientras hacían el amor. No, entonces sólo podían tocarse, besarse.
A los treinta y dos años, siete más que ella, Nicolás era, según las revistas, uno de los hombres más atractivos del mundo. Alto y atlético, de hombros anchos y con unos bíceps como para morirse, llenaba la habitación con su magnética presencia. Tenía la piel bronceada por las horas que pasaba entrenando y jugando al sol y el pelo negro ondulado, más bien largo y siempre un poco alborotado, que le daba un aspecto juvenil.
Nicolás se dio la vuelta.
¿Se iba así, sin decir nada más?
Cuando puso la mano en el picaporte, Vanessa no pudo aguantar.
–¿Te vas? ¿Te marchas después de lo que ha pasado?
Él se volvió, la camisa negra destacando unos hombros imposiblemente anchos.
–¿Qué quieres que haga? Tú misma le has dicho a tu hermano que no hay nada entre nosotros. Éste ha sido un encuentro casual, ninguno de los dos lo ha buscado. No hay nada entre nosotros y tú lo dejaste bien claro el año pasado… en televisión ni más ni menos. Incluso me acusaste de haberte engañado cuando sabías que no era verdad.
Vanessa hizo una mueca al recordar la escenita que había creado en el campo de polo. Las revistas habían aprovechado para publicar columnas y fotografías e incluso salieron en televisión.
Entonces había salido huyendo en lugar de arriesgarse. ¿Qué haría ahora?
–Nunca puedo controlarme cuando se trata de ti. Y después del día que he tenido hoy…
–¿Qué ha pasado hoy? –le preguntó él.
Que había descubierto que era adoptada.
No podía creer que sus padres hubieran mantenido la adopción en secreto durante veinticinco años. Y seguiría siendo un secreto si no fuera por una conversación entre su padre y Sebastian a la que ella había estado particularmente atenta. Estaban hablando sobre la posibilidad de que su hermano donase sangre, en caso de que su padre necesitara una transfusión urgente. Al principio no había prestado mucha atención porque, debido a su diabetes, ella no podía donar sangre, pero cuando empezaron a hablar sobre los diferentes tipos sanguíneos en la familia algo llamó su atención… algo muy extraño.
Sebastian no parecía haberse dado cuenta, pero ella sí y, sorprendida, decidió contratar a un detective privado, con el que se había visto esa misma tarde.
Esa tarde había sabido la verdad.
Nadie más que ella lo sabía y quería que siguiera siendo así hasta que hubiera decidido cómo lidiar con esa información. Pero tenía que tomar una decisión porque a su padre, el hombre que la había adoptado, podría no quedarle mucho tiempo.
Después de saber la verdad sobre su adopción había ido a la sauna desconcertada, sin saber qué hacer. Allí se encontró con Nicolás y, en ese estado de angustia, hacer el amor con él le había parecido la única manera de olvidar.
Vanessa tuvo que contener el deseo de empujarlo sobre el banco de nuevo y olvidar sus problemas durante una hora más.
–¿Qué ha pasado, Vanessa? –insistió él.
Nicolás era un hombre decidido que nunca se rendía en el campo de polo. Aunque el año anterior se había alejado de ella a toda prisa, sin escuchar sus disculpas.
–Nosotros no hablamos en serio, ¿recuerdas? Lo nuestro es rápido y sencillo. Y ninguno de los dos necesita otro escándalo. Yo no puedo preocupar a mi padre y tú no puedes poner en peligro tu carrera.
–Pero ya lo he hecho esta noche. Como tú misma has dicho, no podemos controlarnos cuando estamos juntos –Nicolás se pasó una mano por el pelo, alborotándolo un poco más sin darse cuenta–. Algo que no ha cambiado en un año, por lo visto.
Vanessa tuvo que levantar la cara para mirarlo porque le sacaba dos cabezas. Sus ojos brillaban con el mismo deseo que debía haber en los suyos y entonces, sin poder evitarlo, Nicolás la envolvió en sus brazos y volvió a besarla. Y Vanessa se dejó llevar por los recuerdos, intensos recuerdos, del placer que se habían dado el uno al otro el año anterior.
Enterró los dedos en su pelo, suspirando. Ahora, como antes, Nicolás hacía que se olvidase de todo y era tan fácil dejarse llevar por la conveniente amnesia que sus besos provocaban… tan insensato, tan inevitable.
–Vanessa, no podemos… –empezó a decir él, apartándose.
Aunque sabía que tenía razón, temblaba por dentro ante la idea de dejarlo ir. ¿Cuándo iba a poder resistirse? ¿Cómo iba a ver los partidos esa temporada, verlo a él, y cumplir su promesa de no darle disgustos a su padre?
Su padre.
Vanessa recordó las mentiras que le había contado siempre cuando le preguntaba por qué ella no se parecía a su padre, a su madre, a su hermano. Y ya no podía buscar refugio en su madre porque Lynette había muerto en un accidente cinco años antes. Aunque no habría podido buscar refugio en ella aunque estuviese viva.
Sería muy fácil decir: «A la porra los cotilleos y las reglas», pero no podía hacerlo estando su padre tan enfermo.
–¿Vanessa, me has oído? –el acento de Nicolás la acariciaba como una promesa sensual.
Y entonces, de repente, se le ocurrió un plan perfecto para mantener la paz en público mientras por fin, por fin, saciaba su insaciable sed de Nicolás Valera.
Vanessa se acercó un poco más, apretándose contra el torso masculino.
–Te he oído y tienes razón. No podemos seguir así. Aquí no, al menos. ¿Pero y si lo hacemos sin que nadie se entere? Podría ser nuestro secreto –murmuró. Su secreto prohibido–. Nadie lo sabrá más que nosotros, no disgustaremos a nadie.
–¿Estás proponiendo que tengamos una aventura secreta durante todo el verano?
Vanessa notó la erección masculina rozando su estómago.
–No exactamente –respondió, pasando un dedo por su torso–. Estoy sugiriendo que intentes convencerme para que me acueste contigo. Si no lo consigues antes de que acabe el campeonato de polo, todo habrá terminado. Y si lo consigues… –Vanessa trazó sus labios con la lengua, lentamente– tendremos una noche fabulosa para saciar esta sed de una vez por todas.
El presente
Hacienda Siete Robles, Bridgehampton, Nueva York
Vanessa Hughes estaba que ardía. Y no tenía nada que ver con el sol que caía a plomo sobre las gradas mientras veía un partido de polo, el estruendo de los cascos de los caballos haciendo que vibrase el suelo bajo sus pies.
El calendario no mentía. Tenía un retraso.
Se obligaba a sí misma a comer porque tenía que regular sus niveles de azúcar, pero el miedo la tenía a punto de vomitar. Suspirando, miró a uno de los jugadores, que montaba un caballo castaño.
Esos dos meses de romance con Nicolás Valera estaban siendo mágicos, apasionados y serenos a la vez. Aunque no habían vuelto a acostarse juntos después de la noche de la sauna, ese juego la había hecho olvidar el desconcierto de saber que era adoptada.
Los paseos secretos en limusina, los ramos de flores sin tarjeta, los besos que le robaba cuando nadie podía verlos… todo eso la había ayudado mucho. Creía haber encontrado la solución perfecta y ni siquiera había pensado dejarse llevar por la tentación de acostarse con él.
Pero acostarse con él era imposible ahora porque estaba casi segura de haber quedado embarazada. Incluso pensar en la posibilidad la mareaba, pero tenía que encontrar valor para hacerse la prueba que guardaba en el bolso. Y lo haría. Después del partido.
Afortunadamente, sus gafas de sol ocultaban el miedo que había en sus ojos.
Estaba en el palco reservado para los aristócratas europeos, los millonarios de los Hampton y las estrellas de Hollywood. Y a su lado estaba Brittney Hannon, la hija de un senador.
Vanessa se abanicó con el programa mientras miraba a Nicolás golpeando la bola con el mazo. El pelaje de Máximo, su caballo, brillaba como una moneda recién acuñada. Nicolás adoraba a ese caballo, el más valiente de todos.
Como él.
¿Cómo reaccionaría cuando le diese la noticia? Su relación no iba más allá de una mera atracción sexual.
¿Y cómo reaccionaría su padre? Se le partía el corazón al pensar que le había mentido durante todos esos años. Christian Hughes siempre había sido un padre cariñoso mientras Lynette, su madre, solía ignorar a sus hijos a menos que hubiese cámaras delante. No estaba bien pensar mal de los muertos, pero Vanessa no tenía mucha experiencia controlando sus emociones. Eso de ser una «buena chica» era totalmente nuevo para ella.
Aunque estaba haciendo lo imposible por portarse bien ese verano. Al menos, en público.
En privado era otra cuestión.
No podía alejarse de Nicolás y sabía que eso podía costarle caro. Su secreta aventura no sería tan secreta una vez que el embarazo empezara a notarse…
–Malditos paparazzi –murmuró, mirando alrededor.
Brittney Hannon la tomó del brazo entonces.
–Como yo he descubierto de la peor manera posible, los fotógrafos son inevitables, pero no dejes que te amarguen el partido.
Vanessa se volvió hacia la hija del senador, que también había dado un escándalo a principios del verano. Habían publicado una fotografía de Brittney en situación comprometida con un conocido playboy, para descubrir más tarde que estaban prometidos. ¿Quién hubiera pensado que encontraría un alma gemela en aquella chica tan elegante y discreta, la antítesis de su famosa madre?
–¿No te cansas nunca de que te persigan? ¿No te gustaría hacer lo que quisieras sin tener a los fotógrafos siguiéndote a todas horas? Nosotras no elegimos ser famosa.
Brittney parpadeó, sorprendida. Y era lógico. Vanessa era famosa por salir en las revistas continuamente y nunca había pensado que un día querría que la dejasen en paz.
–Mi padre tiene que soportarlos por su trabajo. Lo mínimo que yo puedo hacer es no dar escándalos y sonreír a los paparazzi. Además, nada de esto es real, sólo es un espectáculo para que el público se divierta –Bridgehampton sonrió porque había un fotógrafo delante de ellas–. Pero cuando puedo evitarlos me siento mucho más feliz.
Vanessa no sabía muy bien lo que era ser realmente feliz. Lo más parecido era estar con Nicolás, pero incluso eso la dejaba con una sensación de vacío, como si le faltase algo.
Brittney tocó el bajo de su vestido.
–Te has manchado la falda.
–¿Dónde? –alarmada, Vanessa miró su vestido blanco de Valentino Garavani.
–No, tonta, era una broma. Tú siempre vas perfecta. Venga, sonríe.
Cuando terminó el partido, Vanessa guardó sus zapatos de Jimmy Choo en el bolso y se puso unas bailarinas antes de despedirse de Brittney.
Hora de bajar al campo. Algunos de sus recuerdos de infancia incluían bajar al campo de polo con su padre para pisar el barro removido por los cascos de los caballos, una tradición. Y ella solía saltar de un lado a otro hasta que sus merceditas estaban cubiertas de barro.
Su madre odiaba que volviera sucia a casa, el lazo del pelo torcido, la ropa hecha un desastre…
Vanessa hizo una mueca. Ella odiaba esos lazos y, sobre todo, odiaba la trenza tan apretada que terminaba con dolor de cabeza.
«Sonríe para la cámara, Nessa».
«Qué niña tan guapa».
La única manera de conseguir la atención de su madre era ir con ella de compras o sentarse para que le cepillase el pelo. Lynette sólo la tocaba entonces o cuando posaban para alguna fotografía.
Cuando por fin pudo hacer lo que quería, Vanessa decidió vestir de blanco. Siempre, todos los días, prácticamente nunca usaba otro color. Había pasado dos vidas delante del espejo mientras su madre le ponía vestidos a juego con los zapatos y el lazo…
Pero nadie más iba a elegir lo que se ponía.
Ahora llevaba el pelo suelto o sujeto en una sencilla coleta y solía llevar gafas de sol para no tener que parpadear por los fogonazos de las cámaras.
La gente decía que era una excéntrica, una loca. Pero ella estaba cansada de ser una muñeca.
Una muñeca…
Se quedó sin aliento al pensar que tendría que decirle a Nicolás que estaba embarazada. Pero, según las reglas del juego que habían establecido, no podían hablar en público. Normalmente disfrutaba de los partidos, pero aquel día tenía que hacer un esfuerzo para no mirar el reloj continuamente. Tenía que hacerse la prueba de embarazo y, aunque lo temía, no podía seguir esperando. Su diabetes podía jugarle una mala pasada a ella y a su hijo… si hubiera tal hijo.
Tragó saliva cuando Nicolás se acercó. Casi podría jurar que podía oler su perfume, una mezcla única de jabón y colonia, pero si no lo hubiera visto sabría que se acercaba por la reacción de la gente, que se apartaba a su paso, mirándola como si estuvieran esperando una reacción escandalosa por su parte.
Nicolás pasó a su lado rozando su brazo, sin mirarla, sin cambiar el paso. Le había dado un papelito sin que nadie lo viera y Vanessa lo escondió en la mano. Aún no sabía lo que había escrito, sabía sin la menor duda que pronto lo vería en secreto.
Nicolás había encontrado un sitio para su próximo encuentro.
Seis horas después, Nicolás añadía un chorrito de lima a su agua mineral. Nada más fuerte para él en aquella fiesta porque él nunca bebía alcohol durante la temporada de polo.