Emily siempre - María Navarro Skaranger - E-Book

Emily siempre E-Book

María Navarro Skaranger

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Beschreibung

Emily tiene 19 años, no conoce a su padre y está embarazada de siete meses cuando su novio la deja.  Emily trabaja en un supermercado y sueña con otra vida, aunque no sepa cuál.  Vive en un suburbio de Oslo, junto con inmigrantes y personas de destino incierto. Emily es una de los miles de seres invisibles que pueblan las ciudades, una chica cualquiera que se mueve entre el desamparo y la esperanza.  Porque Emily representa también la pureza de quien no tiene nada que perder en un entorno que no la ve, que no la verá nunca, pero que pese a todo, brilla.Una novela sobre el amor, los prejuicios y las clases sociales, que María Navarro Skaranger, la joven revelación de las letras noruegas,  describe con belleza y emoción, hasta construir la figura de una heroína que nunca sabrá que lo es.  

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Título original: Emily for ever 2021 (Oslo Literary Agency)

© María Navarro Skaranger

De esta edición: © Círculo de Tiza

Primera edición: noviembre 2022

© Del texto: María Navarro Skaranger

© De la traducción: Ana Flecha

© De la fotogafía: Magasinet Psykisk Helse

© De la ilustración: @nataliabosquesart

Con la colaboración de NORLA

Título: Emily siempre

Diseño de cubierta: Miguel Sánchez Lindo

Corrección: Ana Flecha Marco

Maquetación: María Torre Sarmiento

Impreso en España por Imprenta Kadmos, S. C. L.

ISBN: 978-84-126272-0-6

e-ISBN: 978-84-126272-1-3

Depósito legal: M-27068-2022

Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera ni por ningún modo, ya sea electrónico, óptico, de grabación o fotocopia sin autorización previa por escrito de la sociedad.

“Así que esta es mi vida. Y quiero que sepas que estoy tanto feliz como triste y estoy tratando de averiguar cómo podría ser eso”. _Las ventajas de ser invisible

Índice

1. Pobre Emily

2. En comisaría

3. Trabajo, dinero y salud

4. Escena de violación

5. Em elige un nombre

6. Pablo

7. Ven aquí

Bibliografía

1. Pobre Emily

Invierno y oscuridad casi todo el día, por las mañanas hasta las diez. Emily (¿Em? ¿O Emma, tal vez?) se despierta con la luz. Es tarde para lo que acostumbra.

Mírala, tumbada con una almohada entre las piernas y una mano en el vientre, mirando hacia la ventana, mirando por la ventana, hoy el día está gris. Emily, qué nombre más triste, tan lluvioso que una señora mayor le acariciaría el pelo y le diría, pero mi niña, ¿estás aquí en casa tú sola? Venga, levántate, Emily, le diría, y cuando se levantara las sábanas olerían a algo que no es solo ella, y se desenroscaría de la cama porque le pesa la barriga, tarde, tarde, su cuerpo es casi un ladrillo, se siente cuadrada, ancha de espaldas, gorda, con los tobillos hinchados, la cara demasiado chata y demasiado redonda.

Se mira al espejo y ahí está su padre en la nariz, la piel, la anchura de las muñecas. Su madre está en el pelo. Emily no quiere pensarlo. Se pone el jersey y los pantalones.

El piso es bastante pequeño, el espacio justo para dos, no hay espacio para nadie más. Un saloncito, un dormitorio donde está la cama y debajo de la cama hay cajones para la ropa, que ahora está amontonada contra la pared, porque Emily no es capaz de doblarla (ahora siempre lleva la ropa arrugada, lo que le confiere un aspecto desaseado aunque esté limpia). Una cocina pequeña, una mesita con dos sillas, varias paredes que separan una habitación de otra, una lavadora en el sótano. Emily pasa muchos minutos y muchas horas tumbada en la cama mirando fijamente la pared y el techo en mitad de la negra noche y, como duerme poco, llena muchas horas con programas de televisión los días que no va a trabajar. Enciende la tele en cuanto se levanta y la deja encendida durante todo el día a volumen treinta y tres, lo que le evita pensar por sí misma. El programa matinal con un cocinero que fríe un buen trozo de pescado blanco hace que sus pensamientos salten por el balcón y aterricen con un pum en el asfalto para después desaparecer.

Emily mira el móvil y ve que MAMÁ ha llamado tres veces, y un minuto después de la tercera llamada, MA­­MÁ le ha mandado un mensaje: HOLA ESTÁS DESPIERTA, PUEDES DARME UN TOQUE CUAN­­DO VEAS ESTO. Una no puede dedicarse a estar preocupada por su propia madre (de la misma manera en que las madres se preocupan por sus hijas) cuando una madre es lo único que una tiene, porque Em no tiene a nadie más que a su anciana madre, pero siente, y se le pone el vello de punta, que tiene que contestar a la primera para que su madre no se preocupe. Le devuelve la llamada y sabe que su madre coge el teléfono tarde a propósito, y si Em cuelga antes de que su madre alcance a responder, su madre le dirá: no cuelgues tan rápido, que me echo a llorar.

Pasan treinta segundos, Em los cuenta mientras suena el teléfono, hasta que contesta su madre.

Em le pregunta por qué ha llamado y su madre le dice que se lo ha pensado mejor y se pregunta si Em necesita ayuda, si quiere que le compre algo. Em le pregunta con qué iba a necesitar ayuda. No quiere ser borde, aunque así suena, y su madre le dice: bueno, no sé, y Emily piensa para qué puede necesitar ayuda, no lo sabe, tal vez para cambiar la bombilla del baño. Le dice a su madre que puede ir a las cuatro, si quiere, y su madre le dice que claro.

Pobre de esa tal Emily, hoy, en el día de hoy, ya lleva siete meses embarazada y ahora son dos: Em y la barriga que crece, Em y la criatura, después de que Pablo desapareciera por la puerta para gestionar un asunto, como él mismo dijo. Sí, así fue, desapareció. ¿O no fue así? Voy a solucionar una cosa, dijo Pablo, y se encerró con llave en la habitación durante dos horas. Em estaba sentada en el sofá viendo la tele, se quedó dormida, se despertó y Pablo seguía en la habitación, y después salió por la puerta con una bolsa negra al hombro. Emily miró a Pablo antes de que él se fuera, Pablo la miró a ella, Emily preguntó en qué pensaba Pablo, dónde iba, Pablo le guiñó un ojo a Emily, cerró la puerta, echó la llave, Emily siguió viendo la tele.

Los primeros días, se pasaba las noches esperando sentada, ponía atención por si oía a alguien coger el ascensor en el descansillo o bajar las escaleras, ponía atención por si oía un coche pararse frente al edificio. Entonces vuelve a llamar, el teléfono suena y sigue sonando hasta que él responde, con voz inexpresiva, y ella pregunta «pero qué pasa» y Pablo dice «nada», su voz no muestra ningún tipo de interés, y Em repite «nada, y eso qué significa» y Pablo dice «no lo sé», y entonces hay una pausa larga, «necesito pasar un poco de tiempo solo y tengo que arreglar un asunto con Ousman». Em tamborilea con los dedos contra el cristal de la ventana, dice «solo, y eso qué significa», y Pablo dice «significa que creo que es mejor que nos separemos un tiempo», y eso ella no lo entiende, que la esté dejando, o no lo quiere entender, no, no lo entiende, cree que va a arreglar ese asunto con Ousman y luego, más tarde, la llamará, pero quién sabe.

Durante un instante, Emily comprende que Pablo ha roto con ella, pero solo durante un instante. Si se la mira entonces, se le ven los ojos oscuros y grandes, cansados (cansa muchísimo que te dejen), parece tristísima.

Pero cuando encuentra veinte mil coronas en una bolsa de plástico debajo de un cojín en el dormitorio y cuenta todo el dinero, se le vuelven a iluminar los ojos.

La señora mayor le habría dicho: Pero mi niña, estas cosas pasan, y habría abrazado a Emily y la habría mecido de un lado a otro y entonces Emily se habría vuelto a quedar dormida.

Después se habría despertado, y si se la vuelve a mirar se le querría preguntar ¿qué quieres ser cuando seas mayor?

Una vez su madre dijo que Em tenía que empezar a ganar dinero si quería comprarse diademas y maquillaje como las demás chicas (su madre siempre estaba tan pelada las semanas antes de cobrar la nómina que Em tenía que llamar y preguntar si podía coger comida cuando estaba sola en casa). Em fue a un supermercado con una solicitud de trabajo y un curriculum impresos, y así fue como consiguió su primer empleo.

Vuelven a asfaltar delante del edificio, un camino oscuro con barandillas desde la puerta de Em hasta la estación donde coge el metro al trabajo. Bien temprano sale Em por la puerta (casi no puede salir por la puerta sin que nadie la mire) y se agarra a la barandilla hasta llegar al andén, para no resbalarse con el hielo, bien temprano llega al supermercado para prepararlo todo. Abrir, activar las cajas, los cajeros automáticos. Marewan inicia sesión en su ordenador, se prepara un batido y va al baño mientras Em pone agua a hervir y se hace un café. Em carga con los periódicos, dispone el VG y el Dagbladet y el Aftenposten y un par de diarios de menor tirada. Marewan coloca una silla detrás de las cajas de manzanas, Em se sienta y resopla. Ha llegado la hora de lo que más le gusta del trabajo: mirar la fruta. Busca pequeños defectos, cortes en las manzanas, manchas en los plátanos, aguacates demasiado maduros. Algunos clientes estrujan con ganas los aguacates para que les devuelvan el dinero. Hace una pirámide con las naranjas, arranca unas cuantas hojas de las coles, otras tantas de la albahaca, recorta las ramas de los tomates y vuelve a sentarse.

Em se puede pasar el día mirando, hasta que los ojos se le cansan con la luz amarilla del techo, hasta que Marewan le pide que se levante y se vaya a la caja.

En un momento dado, antes del descanso, Em coloca los periódicos en el expositor para que queden alineados, y descubre que en una esquina de la portada hay una foto diminuta de Ousman, el amigo de Pablo. Abre el periódico, y ahí pone, en una nota cortita, que la policía ha hecho una redada en casa de una de las personas destacadas del ambiente delictivo de Oslo, Ousman, y ha encontrado a una persona gravemente herida, casi en coma, en una cama, y mucha droga. Pone que si alguien tiene pistas, que llame.

Em lee con los ojos como platos y la boca abierta, parece tonta, no le resulta incómodo, sino emocionante, como si ella misma saliera en el periódico. Marewan dice: Qué estás haciendo. Em dice: Nada, y aparta un periódico para leerlo más tarde. En el baño llama a Pablo, pero él no coge el teléfono.

Es temprano, el supermercado acaba de abrir cuando Marewan, el jefe, mira las otras franquicias, qué precios tienen, algunas facturan casi cuatro millones y Marewan conoce a alguno de los propietarios, hombres jóvenes, ambiciosos, a menudo homosexuales, que han decidido posponer los estudios porque se pueden ganar varios millones al año siendo encargado o asistente de dirección en un supermercado. Él mismo tiene una buena facturación, pero no tan buena, querría ganar más, pero hay muchos ladrones en la tienda y Marewan está cansado de los ladrones, cansado de los días que se suceden uno detrás de otro, y cansado porque aún no ha terminado de beberse el batido y tiene los ojos rígidos de sueño. Imprime tres hojas, cuelga esas hojas con las fotos de los ladrones en la puerta del congelador y con un rotulador indeleble escribe en los folios mafia kurda, ladrones, exclamación. Los kurdos son los que roban, opina Marewan. Algunos roban mermelada, se meten un montón de tarros en la mochila; otros roban cerveza, la meten en la mochila, y también hay búlgaros que roban, o rumanos, pero no solo vienen de Rumanía. Marewan ha visto que pone BG en la matrícula de los coches enormes que están aparcados en la calle. Los pakistaníes no son ladrones, pero sí todo lo demás, hay que tener cuidado con ellos también, piensa Marewan.

Cuelga un folio sobre la fiesta del personal, que también es la fiesta de despedida de Emily antes de que empiece la baja de maternidad. Ha alquilado la bolera del centro para todos, quedarán en la tienda, bajarán en coche a la bolera, después volverán a la tienda para aparcar e ir a un restaurante del barrio donde se come muy bien. Es importante confirmar la asistencia con tiempo, ha escrito Marewan en el folio.

Ahora Emily está sentada en la tienda, poniendo alarmas a todas las latas de cerveza, en una silla. Lleva guantes y va a pasarse allí varias horas.

Marewan siente una especie de responsabilidad por Emily, no como un padre ni como un hermano y puede que no como un novio, sino más bien como un jefe responsable. La sensación de que tiene algún tipo de responsabilidad emerge cuando un cliente que Marewan sabe que no es de fiar entra en la tienda y le pide a Emily que le indique dónde está el azúcar y, aunque Emily tiene dificultades para caminar o camina despacio, se tambalea de un lado a otro y se lleva las manos a las lumbares, tiene que acompañar al cliente hasta el fondo de la tienda, hacia la segunda estantería del fondo, debajo del cartel que pone bollería y se agacha para coger un paquete de azúcar y se lo da al cliente que dice que Emily es casi tan dulce como el azúcar. Entonces llega Marewan y toma el relevo, ayuda al cliente, le pide a Emily que se tome un descanso y después, en la caja, cuando Emily compra una Coca-Cola y un paquete de pan tostado, le dice: Me has salvado, Marewan.

Y Marewan tiene ganas de usar un diminutivo, Em Em Em, como hace Tina. Pero no sabe cómo hacerlo.

Antes de que Marewan acabe su jornada laboral, mira las cuentas. Los primeros días, lunes, martes y miércoles, fueron tranquilos, excepto después del trabajo, cuando había mucho dinero, pero el fin de semana acabaron con 601 coronas, cuando el presupuesto era de 558, lo que está bien, porque en adelante la facturación se estabilizará en 600. Pero Marewan se da cuenta de que sus empleados devuelven el dinero de productos caros y en el último mes, por ejemplo, han devuelto ocho cajas de uvas rojas a casi cincuenta coronas la unidad y varios ambientadores. Emily, entre otros, pero no solo ella, ha devuelto el dinero a los clientes. Emily es muy amable porque está embarazada. Marewan entra en la tienda y le dice a Emily, a quien le toca cerrar, que es una estafa, que desde entonces en adelante todos los productos con derecho a devolución los tendrá que aprobar él, incluso los que cuesten menos de cien coronas. Emily dice que era uno de esos clientes furiosos que seguro que ponen una reclamación, ella no sabía qué hacer, estaba sola y Jørgen, el cajero, estaba en su descanso. Llámame siempre, dice Marewan. Es una técnica que usan los yonquis, cogen algo de la estantería y preguntan si lo pueden devolver. Por eso siempre tienes que pedirles el recibo y mirarlo con atención, dice Marewan. El resto es lo de siempre: Emily tiene que sacar el pan en la última media hora, y tiene que tirar la repostería, y pedirle al cajero que saque los productos, cepillos de dientes, etc., envolver los periódicos, rellenar los expositores de snus y de tabaco.

Marewan también reparte los turnos de limpieza a fondo. Hay que ayudarle a organizar las estanterías de los productos internacionales.

Marewan ya está en el coche, en un atasco, en Trondheimsveien, de camino a casa, o en la E6 de camino a Lørenskog o a cualquier otro sitio de por allí, Ellingsrud, tal vez, de camino a casa con su mujer, de camino a casa a cenar y ducharse y meterse en la cama y apagar la luz.

Emily le manda un mensaje por la noche, cuando termina su turno. Es más de la una de la madrugada y escribe NO PUEDO IR A LA FIESTA y Marewan le responde enseguida PERO ES TU FIESTA DE DESPEDIDA y Emily contesta: TENGO REUNIÓN FAMILIAR, PASADLO BIEN.

Se podría pensar que Emily es una figura femenina fuerte y bien definida, pero no, Emily es débil débil, de cuerpo, porque está embarazada (y dentro de poco estará de baja), tiene las piernas finas finas, y la cabeza le cuelga hacia delante. También es débil de espíritu, que fluye y se escapa, de verdad fluye, y por eso Marewan le ha puesto una silla en el trabajo.

Tiene que pasarse el día en la silla porque si no le duele la pelvis. En la silla sueña despierta, en qué piensa, piensa en… no sé, seguro que en nada, hasta que un cliente se le pone delante y le pregunta si tienen tarta Pavlova y Em pregunta si quiere decir congelada, pero el cliente no lo sabe porque le ha dado la lista de la compra su mujer. Se acercan juntos al congelador, ella delante, él detrás, ella se inclina a mirar y la barriga le choca contra el borde del congelador. No ve ninguna tarta Pavlova. Me temo que no tenemos, dice. Otro cliente memorable es el que hoy le pregunta por qué siempre parece estar tan triste o enfadada (el cliente no sabe distinguir la tristeza del enfado), parece que no se alegrara de ver a los clientes, ni siquiera a los fijos que compran allí todos los días, debería sonreír más.

Hace unos días, Em se quedó dormida en un descanso del trabajo, encima de la mesa, con la cabeza apoyada en las manos, o la mejilla apoyada en la mesa, la barriga por debajo de la mesa, y cuarenta minutos más tarde entró Marewan. Le sacudió el brazo y le dijo que se había acabado el descanso.

Todo está más tranquilo que de costumbre, lo único que se oye es el agua correr. Es mucho peor así, cuando hay silencio se ve obligada a embarcarse en una corriente de pensamiento, un pensamiento y otro y otro más que se ponen en fila y no terminan nunca. Se enjabona las axilas y debajo de los pechos y la entrepierna y el cuello y se aclara y cierra el grifo. Ahora está mojada y hace frío en el baño y el agua se escurre por fuera del la ducha hasta el suelo, pisa un charco del suelo y piensa, de pronto, algo triste: que va a tener un bebé que va a crecer en una casa con fugas en la ducha, una casa con manchas de la grasa marrón de las bisagras en el marco de la puerta, ay, no.

¿Que si se siente traicionada? Al principio lloró mucho, después había llorado tanto que ya no sabía por qué y después todo se volvió vago. ¿Pero es él algo que se pueda rascar y arrancar, como la costra dura y oscura de una picadura de mosquito?

¿Es que su mundo interior era mucho mayor que el exterior?

Sí, piensa en la cara de Pablo, en el lunar que tiene en la mejilla y en su tono cetrino.

Por la noche sueña con su cara y su cuerpo y con estar pegada a él y de vez en cuando, cuando pasa el tiempo suficiente con los ojos cerrados, consigue invocar una sensación real de que Pablo está con ella. Em siente que Pablo está ahí de verdad.

Antes Pablo le tocaba la barriga, la barriga plana y la acariciaba en círculos, alrededor del ombligo. Ahí dentro vive Pablo junior, decía Pablo y estaba seguro de que era un niño.

Pero ahora la gente diría que Em tenía que pasar página, le dirían que Pablo no iba a volver nunca, pero cómo se puede dejar a alguien cuando no se consigue hablar con esa persona. No se puede. ¿Con una nota? ¿Por mensaje?

Hay cosas de las que Emily no sabe nada, cosas sobre Pablo. Hay cosas que no le incumben y en las que no profundiza.

Pablo llama y dice que nadie, ni Em ni la madre de Em ni la familia de Pablo, nadie, nadie debe dar explicaciones a la policía y nadie debe hablar con la policía en general. Los maderos intentan ir de colegas para que se lo sueltes todo, dice Pablo. Si te llaman, no colabores, dice Pablo. Pide un abogado, dice Pablo. Pero qué has hecho, pregunta Em. Nada, responde Pablo, casi a gritos, al otro lado de la línea. Y en la primera cita con la agente de policía Em pedirá un abogado, aunque estén sentadas en sendas butacas con una mesa baja en medio y una planta de plástico en medio de la mesa. La agente se reirá para sus adentros, porque es como si Em estuviera diciendo algo que ha visto en una película. Estamos aquí sentadas charlando tranquilamente, y me dices que necesitas un abogado, dirá la agente, me sorprende un poco, igual deberías contarme lo que sabes.

Emily, tan gris y mojada como los bloques de hormigón de Romsås, ¿cómo va a ser capaz de cuidar de un bebé? ¿Puede coger a una criatura en brazos, le saldrá de manera natural o se quedará rígida?