¿En clases no? - Jam Walker - E-Book

¿En clases no? E-Book

Jam Walker

0,0

Beschreibung

Los rumores dicen... Los rumores crecen... Pero ¿qué pasa cuando se convierten en algo real?  Rachel acaba de romper con su ex de la peor manera posible. Él, en un acto de venganza, comienza a difundir por toda la universidad rumores sobre una posible relación entre ella y Mark Harvet, un joven y estricto profesor de matemáticas. Lo que comienza como un simple juego, termina acercando a Rachel y Mark de maneras que ninguno imaginaba, despertando entre ambos una atracción incontrolable que se propagará tan rápido como las llamas de un incendio. Una unión que los pondrá a prueba y les enseñará que el amor puede llegar a sus vidas para cambiarlo todo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 601

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



¿EN CLASES NO?

© 2023 Jam Walker

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Marzo 2023

Bogotá, Colombia

Editado por: ©Calixta Editores S.A.S

E-mail: [email protected]

Teléfono: (57) 317 646 8357

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7631-10-6

Editor General: María Fernanda Medrano Prado

Editor: Esteban Parra

Corrección de estilo: María Fernanda Medrano Prado

Corrección de planchas: Laura Puentes y Julián Herrera

Maqueta e ilustración de cubierta: Martín López Lesmes @martinpaint

Diseño y maquetación: David Avendaño @art.davidrolea

Primera edición: Colombia 2023

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Contenido

ROSAS MARCHITAS 21

Rachel 21

SU ROSTRO 23

OJOS VERDES 30

LAS PIEZAS DE UN PUZZLE 33

LA LLAMADA 37

OJOS MARRONES 41

Mark

SEÑORITA LOMBARDO… 49

Rachel

RUMORES 53

Mark

NOS VEMOS PRONTO 59

Rachel

¿QUÉ ME ESTÁ PASANDO? 64

Mark

EL RUMOR REAL 67

Rachel

CONFLICTOS 70

¿EN CLASES NO? 74

¿HA TENIDO UN HÁMSTER, 81

SEÑORITA LOMBARDO? 81

ALGO MÁS 86

¿UNA HIJA? 95

EL MALO 101

LOS DOS 110

ILEGAL 117

¿DÓNDE ESTUVISTE TODO

CELOS 139

Mark

MEJILLAS SONROJADAS 147

Rachel

NO HAY ROSAS SIN ESPINAS 153

CUÑADA 158

DISCUTIRLO EN LA CAMA 163

Mark

PLANES 169

Rachel

SIN LOCURA NO HAY FELICIDAD 172

TE AMO MÁS, SIEMPRE MÁS 189

HASTA PRONTO 193

SIEMPRE ESTARÉ A TU LADO 201

TIEMPO 202

¿MI DULCE CHICO? 216

ENTENDER... 222

Mark

TIEMPO 224

TE QUIERO A TI, IDIOTA 234

Rachel

ROMA NO SE CONSTRUYÓ

COMO UNA DESPEDIDA 249

EL MURO QUE NOS SEPARA 255

TODO ARDE 265

PENSAMIENTOS Y MOMENTOS 270

UN FIEL ADICTO 278

Mark

COMPARACIONES 284

Rachel

POR CADA SEGUNDO 291

Amy

RAZONES 299

Rachel

LA FAMILIA 307

GEMELOS EN ACCIÓN 314

Mark

CULPABLE 322

Rachel

VALE POR UNA VIDA JUNTOS 333

PRIMER DÍA DE CLASES 344

TAN JUSTO A MI VIDA 349

EPÍLOGO 354

INVITADOS INESPERADOS

Mark

Extra I 361

UNA BATALLA

Extra II 363

TE ELEGIRÍA SIEMPRE A TI

Rachel

Extra III 367

FELIZ NAVIDAD 367

Extra IV 370

UN VIAJE INOLVIDABLE

AGRADECIMIENTOS

A mis lectoras, por darle la oportunidad a esta historia en Wattpad y ahora en físico. Gracias, extrañas, por ser y hacer parte de este sueño, nada sería posible sin ustedes. Son tan importantes como las veintisiete letras del alfabeto que me ayudaron a escribir este libro.

A mis padres y hermanas por su amor y apoyo incondicional. Son mi refugio favorito y mi lugar seguro (por favor, sáltense las escenas que les dije).

A mis colegas y amigas de Wattpad, en especial a Cas, María, Yamileth, Tete y Mónica. Gracias por su paciencia y por acompañarme en este camino.

A mi editor, Esteban, por haberle puesto tanto amor y entrega al proyecto. Fuiste un gran apoyo en todo el proceso.

Y a Calixta Editores, quienes hicieron realidad este sueño, por confiar en mí y creer en Rachel y en Mark.

A quienes creen en el amor verdadero

y en las segundas oportunidades.

A quienes han aprendido a quererse

o siguen intentándolo.

Este libro es para ustedes.

ADVERTENCIA

Esta historia contiene escenas sexuales explícitas, alteraciones de salud mental, consumo de alcohol, muerte, violencia de género y comportamientos sociales problemáticos.

No recomendamos su lectura a menores de edad.

0

ROSAS MARCHITAS

Rachel

Sus manos recorren cada curva de mi cuerpo. Jadeo cuando el beso se intensifica y Jack invade mi boca con su lengua. Poco a poco, el inocente acercamiento que inició como un típico gesto de despedida –antes de bajarme del coche para ir a clases–, se acelera.

—Llegaré tarde, debo irme —le recuerdo.

Mi novio ignora lo que le digo. Continúa acariciando uno de mis muslos, lo aprieta con fuerza. ¡Por Dios! Estamos en el estacionamiento de la universidad. Aunque parece que la mayoría está ya en sus salones o dirigiéndose a ellos, alguien podría ser tan impuntual como yo y vernos.

Debí hacer caso a la alarma y no dormir esos diez minutos más.

—No entres a clase. Vamos a mi casa —sugiere.

—Es el primer día, no puedo faltar —Pongo mi mano en su pecho y lo alejo.

—Rach, ¡maldita sea! —En su tono de voz noto que está tan excitado como molesto. Lo veo reacomodarse en el asiento, alisar su camisa y arreglarse el cabello. Respira profundo un par de veces y su mirada se llena de frustración—. ¿De verdad vas a cursar esa materia sin mí? Qué egoísta eres, Rachel —Rebosando todo límite de cinismo e hipocresía, trae de vuelta el tema por el que hemos discutido los últimos días.

—¿Egoísta? Jackson, no es mi culpa que desaparecieras el día de las inscripciones y olvidaras matricularte en Cálculo Integral.

Tampoco es mi culpa que ahora él tenga que asistir a un curso intensivo asignado por la universidad. Si me hubiese dicho que le ayudara con la inscripción, yo lo habría hecho, pero desapareció por un par de días sin decirme nada.

—Se trata de eso, ¿no? Tu venganza porque me fui un fin de semana —Hace énfasis en las cuatro últimas palabras—. ¿Es tan difícil de entender? Necesitaba estar solo y descansar de las exigencias de mi padre.

—¿Venganza? ¿Qué dices? ¡Entendí tus razones! —le recuerdo—. Ahora tú entiende las mías; no puedo anular mi cupo para ir a un curso contigo. Eso afectaría mis demás materias.

—¿Y cómo se supone que pasaré Cálculo Integral si estamos en clases diferentes? —Su reproche lleno de descaro hace que mi boca se abra.

Ahora lo comprendo. ¡Qué estúpida he sido! Su insistencia porque me cambie al curso con él no se trata de algo romántico, como me lo hizo creer días atrás. No me va a extrañar a mí, sino a la facilidad con la que –como todos los semestres– pasa sus materias sin tomar un solo apunte.

—Estudiando —respondo molesta. Jackson se burla, como si yo estuviese diciendo una locura.

—Sabes que los entrenamientos con el equipo de lacrosse no me dan tiempo para esas estupideces.

Suspiro, aún más enojada por su excusa. Sé que ama el deporte con la misma fuerza con la que odia estudiar, pero estamos por empezar el quinto semestre de carrera y ese no es un argumento suficiente.

—Está bien, Jackson —Mis palabras lo toman por sorpresa—. Anularé el cupo que logré conseguir después de una lucha de dos horas con la ineficiente página de la universidad —Hago una pausa y tomo aire, el suficiente para continuar hablando con la mayor calma posible—. Me inscribiré en el curso intensivo que no me permitirá ver las materias completas y me retrasaré un semestre. ¿Eso es lo que quieres oír? ¿Eso es lo que quieres que haga?

—Yo lo haría por ti.

—¡Pues yo no lo permitiría! —respondo esforzándome por controlar mis emociones y no hacer evidente la decepción que siento—. Jackson… Debo irme. Gracias por traerme.

—Haz lo que te dé la gana —concluye mientras quita el seguro de la puerta del coche.

Lo miro y mi corazón se detiene por unos instantes. ¿Qué nos pasó? ¿En qué momento ese amor puro e incondicional que nos declaramos hace seis años se convirtió en esto? Ahora tenemos una relación que se sostiene con los recuerdos de lo que alguna vez fue, como un arreglo de rosas. Rosas marchitas y actitudes espinadas.

Jackson me observa con la expectativa rondando en sus intensos ojos azules. Lo conozco y sé que, detrás de esa mirada, espera que acceda a su petición. Pero no puedo hacerlo y, aunque titubeo unos segundos, salgo del coche.

Decido irme sin voltear a verlo, olvido que una decisión puede cambiar el rumbo de todo.

1

SU ROSTRO

No puede ser. ¡No puede ser!

En un acto desesperado por cumplir con mi promesa de llegar temprano a clases este semestre, presiono varias veces los botones del elevador mientras vuelvo a mirar el reloj en mi muñeca: siete y cinco de la mañana.

¡Santa calamidad andante!

—Señorita, el ascensor estará disponible hasta dentro de una hora —El conserje de la facultad de matemáticas aparece para arrebatarme las pocas esperanzas que me quedan. Por más que presione mil veces los botones, el elevador no llegará—. Temprano hubo problemas con él y las directivas llamaron a mantenimiento para que lo revisen. Si le sirve de consuelo, usted es la octava persona a la que le tocará subir las escaleras.

Lo miro avergonzada. De haber sido puntual, nada de esto estaría pasando.

—La mayoría de los maestros permite entrar a clases hasta diez minutos después de comenzarlas, así que apresúrese y, tal vez, no tenga problemas —Guarda silencio durante unos segundos y pregunta—. ¿A qué piso va? ¿A qué cátedra?

—Al sexto piso, a la clase del señor… —Hago una breve pausa buscando en mi móvil el apellido del profesor— …Harvet.

—Olvide lo que dije, no se esfuerce en vano —Estoy segura de que mi expresión de horror lo obliga a continuar—. Después de las siete, nadie entra a la clase del profesor Harvet.

—Ay no —El reloj ahora marca un minuto más.

—¿Sabe volar? —pregunta con tal calma y buen humor que empiezo a desesperarme.

—Eh… ¿No?

—Entonces corra. ¡Ya!

Como si de una orden se tratara, me echo a correr tan deprisa que me impresiona la rapidez con la que llego al tercer piso, donde mi cuerpo exige un descanso.

—Puedes lograrlo, Rachel —me animo y arrastro los pies escalón por escalón.

En el cuarto piso, vuelvo a mirar el reloj y ha pasado un minuto más. Doy una bocanada de aire, ato mi cabello en una coleta y continúo el camino hasta llegar al último nivel del edificio.

Varios respiros profundos y algunos pasos más después, estoy frente al salón que indica mi horario.

—¿Alguien desea resolver el ejercicio? —pregunta el hombre de traje impecable que está justo a unos centímetros de la pizarra llena de números, fórmulas confusas y enmarañadas como los parajes de un laberinto. Apenas han pasado ocho minutos desde el inicio de la clase y ya empecé a no entender nada.

Lo observo desde la puerta. Me sorprende lo joven que es o, al menos, lo que muestra su perfil. ¿Será un suplente? ¿Quizás un alumno jugando al profesor? No. De inmediato descarto la idea. Solo basta fijarme en lo silenciosos y temerosos que están mis compañeros para saber la respuesta.

¡Carajo! Apenas han pasado nueve minutos y él ya logró intimidarlos. Ladeo la cabeza para poder observarlo mejor. Su rostro es armonioso, aunque es su mirada adusta y severa lo que llama mi atención. El conserje tenía razón, este hombre no me permitirá entrar a su clase, pienso.

De repente, los nervios me invaden y se me acaba de un tirón la valentía con la que subí las escaleras. Será mejor que regrese mañana y a tiempo. Sí. Eso haré.

—¿Puedo ayudarle en algo, señorita? —Una voz profunda me cuestiona y mis pensamientos se ven interrumpidos al ver un par de ojos tan verdes como una esmeralda centrados en mí.

—Es e-esta… —balbuceo nerviosa al ver que él se acerca y, en un intento por recuperar la cordura, aclaro mi garganta—. ¿Esta es la clase del profesor Harvet?

Un pequeño mechón castaño se desliza a un costado de su frente, lo que desordena ligeramente el perfecto estilo tupé de su peinado. Me distrae por completo, me pregunto si su cabello es tan suave como parece.

—Lo es —dice.

—¿Qué? —Frunzo el ceño. Mierda, ¿lee la mente?

—Yo soy el profesor Harvet —explica y puedo respirar tranquila—. ¿Está inscrita en mi clase?

—Sí —respondo de golpe. Él me mira inexpresivo y deposita en mí toda su atención, tanto que empiezo a sentir los latidos de mi corazón en los oídos—. El ascensor no estaba habilitado, pero tampoco voy a mentir —hablo de prisa a causa de los nervios, como siempre me pasa—, porque hoy no fui puntual y, aunque subí las escaleras corriendo, tardé dos minutos en llegar aquí. Tal vez si no hubiese tomado ese pequeño descanso en el cuarto piso...

—Respire —me pide y, por fortuna, logra hacer que me calle—. ¿Subió en dos minutos todas esas escaleras?

—Sí —le contesto y noto su sorpresa.

—No hay excusas para llegar tarde, sin embargo...

—¿Me dejará pasar? —Mi tono es casi una súplica.

—Que sea la primera y última vez que llega tarde a mi clase. Siga.

Antes de que pueda arrepentirse, entro al salón. La sensación de que todos me observan es incómoda.

—Mira quién llegó —susurra alguien. ¡Ay, no puede ser! Me detengo al encontrarme con Monique, mi antigua y, por lo visto, aún compañera de clase—. Holi, Rach.

—¿Sucede algo, alumna… —cuestiona el profesor. Me tomo un segundo para observarlo con más detalle y… Vaya, sigue impresionándome lo joven que es.

—Lombardo —respondo—. Soy Rachel Lombardo. No pasa nada, disculpe.

Continúo mi camino, mientras Monique y su amiga Crisna se ríen.

—Así que no logró convencerla —Escucho que murmura Monique. La ignoro y tomo asiento, dedicándome a copiar lo que está en el tablero.

—Como decía, deberían saber la respuesta de los ejercicios. Por algo han pasado el curso y están aquí. Resolver este trabajo no tendría que tomarles más de cinco minutos.

¿Y para los que no sabemos?, cuestiono con sarcasmo en mi mente. O eso creo hasta que veo que los demás voltean a verme. Mierda. No solo lo pensé, ¡lo dije en voz alta! Avergonzada, miro al profesor y estoy segura de que me he sonrojado. Las mejillas me arden.

—El que no sabe, señorita Lombardo, puede tardar hasta una hora o, ¿qué tal todo lo que queda del año?

Monique y Crisna sueltan una carcajada. Sus risas son tan falsas que dan tristeza.

—Es que es tan guapo. Necesito clases particulares —dice Monique en voz baja, observando con descaro al profesor, quien se desplaza por el salón hasta regresar a la pizarra y borrar lo que hay en ella—. Madre mía, qué ganas de marcar mis uñas en esa espalda.

Casi siento mis ojos salirse de sus orbitas al oír ese comentario.

—Es guapísimo —replica Crisna.

—Quiero que saquen una hoja y resuelvan estos ejercicios —habla el profesor mientras escribe en el tablero.

Algunos de mis compañeros protestan y, con arrogancia, él esboza una sonrisa. Aquel gesto lo hace lucir más joven, más alegre. Mi mente empieza a darle la razón a Monique. La apariencia física del profesor es muy atractiva: nariz recta, tez blanca, cabello castaño claro, su camisa ajustada evidenciando que es aficionado al ejercicio y... ¡Basta, Rachel! ¿Qué haces?

Apenada por la manera en que lo estaba analizando, me remuevo en el asiento y regreso mi atención a lo que de verdad es importante: La clase.

—¿Solo le entregamos la hoja, profesor Harvet? —pregunto. A causa de mi momentánea distracción, no logré escuchar todas las indicaciones.

—¿Algo más que desee entregar, señorita? —habla con seriedad y, al instante, los demás comienzan a burlarse y chiflar.

Lo miro desconcertada y la culpa que se refleja en sus ojos me intriga.

—Silencio, por favor —dice mientras juguetea con el marcador. Parece nervioso—. Dejen de sacar todo de contexto —Me observa y coloca el objeto en la mesa—. Y sí, señorita Lombardo, la hoja con la respuesta de los ejercicios que están en la pizarra.

Su voz es autoritaria. Deja de mirarme y toma asiento. Su incomodidad y la mía rodean el ambiente durante el resto de la clase.

Todos nos dedicamos a hacer la tarea. Me siento aliviada ante el anuncio del profesor de que podremos marcharnos apenas acabemos los ejercicios, por lo que me pongo de pie en cuanto los termino y me dirijo hacia su escritorio para entregarle el papel.

—Señorita Lombardo, ¿le importaría esperar? Tengo que hablar con usted.

—¿Hablar sobre qué? —le pregunto confundida.

—¿Puede esperar, por favor? —insiste, mientras toma mi hoja.

Siento un nudo en el estómago. Puedo quedarme, pero no quiero…

—Sí, está bien —accedo y él asiente agradecido. Regreso a mi lugar y guardo las cosas en el bolso.

—Rachel, querida —Monique se gira hacia mí—, yo lo vi primero, ¿lo entiendes?

—¿Perdona?

Ella se pone de pie y, acercándose, apoya sus manos en mi mesa. Me mira con aspecto amenazador.

—A Harvet. Yo lo vi primero. No te le acerques —susurra enojada—. Tú sigue viviendo tu dulce cuento de hadas con Jack. Por cierto, dile que le mando saluditos.

Sin dar opción a réplica, se marcha junto a su amiga. ¿Qué le sucede? ¿Cómo puede formar una discusión por alguien a quien apenas conoce y que, claramente, no está interesado en ella? Él es un profesor. Jamás tendría algo con una alumna.

Me quedo sentada, esperando. Pasan quince minutos hasta que el último estudiante entrega la tarea y se marcha. El profesor levanta la cabeza y fija su mirada en mí por unos segundos que parecen eternos. Trago saliva, los nervios aumentan cuando se pone de pie. Camina en mi dirección con pasos largos que resuenan en el silencio y la calma del lugar.

—Señorita Lombardo —La firmeza de su voz me altera.

—Profesor Harvet —Me pongo de pie, y trato de hacerme la valiente. Él es alto e imponente, lo que causa que la confianza que quiero mantener desaparezca en un santiamén.

—Gracias por esperar. Le debo una disculpa, no era mi intención incomodarla —Está avergonzado y sus palabras suenan sinceras.

—Disculpa aceptada, no se preocupe —respondo en tono apacible, llevo las manos detrás de mí para que no vea lo inquieta que estoy. Él deja escapar una sonrisa genuina y... Mierda, mierda. ¿Por qué estoy mirando sus labios? Con rapidez, vuelvo a centrar mis ojos en los suyos. Mala idea. ¡Muy mala idea! Él me observa atento y consigue intimidarme—. Yo, eh. Debo tarde —Esquivo su mirada y me regaño mentalmente por la estupidez que acabo de soltar—. Lo que quiero decir es que debo irme porque se me hace tarde.

Mi comentario parece divertirlo.

—Bien. Tenga un buen día, señorita Lombardo —Vuelve al escritorio y guarda las hojas con los ejercicios en su portafolio.

—Igual para usted, profesor —le hablo mientras avanzo hacia la puerta—. Hasta luego.

Salgo apresurada del salón y suelto el aire que estaba reteniendo sin darme cuenta. Mi móvil suena y, entre la cantidad de mensajes que tengo de Amy, mi mejor amiga, leo el primero que aparece en la pantalla.

¿Algo más que desee entregar, señorita Lombardo?

Dime que le respondiste:

¡Todo lo que usted quiera, Papucho!

Sus palabras me sorprenden. ¿Cómo diablos se enteró? ¡Tiene clase en otro edificio a esta hora!

Carajo… Jackson. Él es lo primero que pasa por mi mente y lo mal que puede ponerse si llega a saber de esto, así que lo llamo.

—Amor —responde a la primera timbrada—, detrás de ti.

—¿Qué haces aquí? —lo cuestiono al verlo acercarse.

—¿Recién sales de clase? —pregunta, luego de colgar la llamada.

—Sí, estaba hablando con el profesor.

—Ah, vale —responde despreocupado—. Rach, vine porque no quiero que estemos enojados —En un gesto cariñoso, toma mi mano—. Lamento la discusión de esta mañana.

—También lo lamento, Jack.

—Ni siquiera vale la pena discutir por esta materia —Me toma por la cintura—. De hecho, existe la posibilidad de que, al final, sí estemos juntos en este curso.

—¿De verdad? —Él asiente, me abraza con fuerza y yo me aferro a su cuello—. Eso me haría muy feliz.

—Aún no es seguro. Tengo que hablar con Harvet. Es el único que puede aprobar el cupo —Me da un beso antes de continuar—. ¿Qué tal es? ¿Crees que acepte?

—Esperemos que sí —contesto dudosa.

—Es él, ¿no? —comenta al tiempo que mira hacia la puerta del salón.

Jack me suelta y mi respiración se detiene. Sí, es el profesor Harvet y, por alguna razón, mis nervios regresan al verlo caminar en nuestra dirección. Su traje negro se adecúa a la expresión seria y arrogante de su rostro. Supongo que es la manera que tiene de ignorar los coqueteos que deben hacerle por los pasillos.

Pero, cuando nuestras miradas se cruzan, su gesto cambia.

—Profesor Harvet, me alegra conocerlo. Mi nombre es Jackson Kozlov. ¿Puedo conversar con usted?

—Por supuesto —responde con voz implacable.

—Soy el capitán del equipo de lacrosse de la universidad —Jack habla con cierta altanería—. ¿Sabe los privilegios en los horarios que tenemos por ser parte del equipo?

Aunque no existen las preferencias que menciona, es evidente que intenta sacar provecho de su participación en las actividades deportivas. No es la primera vez que lo hace.

—Lo siento. No tengo conocimiento o disposiciones al respecto —comenta tajante.

—Pero ahora lo sabe —replica mi novio—. Además, soy el capitán y los entrenamientos no me dan tiempo para tomar materias con horarios intensivos.

—Él quiere pedirle un cupo para estar en su curso —intervengo en un intento de disipar la tensión que se ha formado.

—¿Usted está en mi clase? —El profesor mira inexpresivo—. Su rostro me suena.

Me esfuerzo por no entrecerrar los ojos y verlo con ironía. ¿Que mi rostro le suena? ¿En serio? Pero si hace unos segundos estábamos hablando. ¡Dory!

—Sí, señor, estoy en su clase.

—Por supuesto, ya la recuerdo —Finge sorpresa—. Sobre los cupos, lamento decirle que no estoy aceptando solicitudes por el momento.

—Vamos, sé que usted puede ayudarme —La confianza en el tono de Jackson provoca que el rostro del profesor se tense—. Quisiera estar en el mismo grupo que mi novia, usted entiende —Me toma de la mano al decir esto.

Desapruebo el comentario y se lo hago saber soltándolo. El profesor Harvet me observa expectante mientras sus cejas se juntan con ligereza. Parece estudiarme por unos segundos.

—Señor Kozlov, envíe a mi secretaria un oficio solicitando el cupo. No olvide adjuntar razones netamente académicas, porque sus motivos personales no me interesan. Hasta luego —Se aleja sin esperar respuesta. Jack y yo nos mantenemos en silencio, lo vemos caminar por el pasillo mientras un nuevo grupo de estudiantes llama su atención. Él los mira de la misma manera que lo hizo con nosotros.

—Es un gruñón —bromeo entre susurros.

—Es un hijo de puta —escupe mi novio, malhumorado—. ¿Quién se cree que es?

2

OJOS VERDES

Me bajo del autobús y avanzo a pasos largos hasta una de las entradas laterales de la universidad. Siento mi cuerpo relajarse apenas veo la hora en mi reloj: siete menos veinte. Por fortuna, Jackson tuvo un entrenamiento importante y no pudo pasar a recogerme, sino otro sería el panorama.

Con el mejor ánimo, me dirijo hasta la facultad de matemáticas. Durante el recorrido dejo atrás algunas oficinas principales de la institución. Levanto la vista al pasar por el departamento más temido: el del director Ildet. Mi respiración se altera cuando, a lo lejos, identifico al hombre que va en dirección a esa oficina.

Verlo es como darme de bruces contra un muro invisible. Me detengo sobresaltada. El profesor Harvet se concentra en su móvil mientras camina. El estilo de ropa que lleva es muy diferente al de ayer. Hoy luce una chaqueta de cuero negra, vaqueros del mismo color y camiseta blanca, además de unas gafas que se quita al llegar a la puerta y entrar al lugar.

No imaginé verlo vestido así alguna vez. Es decir, no se ve mal, pero no encaja con el estilo serio y estricto con el que lo conocí en clase.

Alejo esos pensamientos, acelero el paso y llego a mi destino cinco minutos después.

—Hoy sí está funcionando el ascensor —me dice el conserje.

—Menos mal —menciono risueña—. Buen día.

Marco el nivel al que me dirijo y mi sonrisa se mantiene intacta hasta llegar al piso seis.

—Diablos —Ahogo un grito cuando entro al salón y me reciben aquellos profundos ojos verdes. El profesor Harvet está sentado en su escritorio, vestido con un traje negro. Lo miro extrañada. ¿Cómo es posible?

—Buenos días para usted también, señorita Lombardo —comenta.

¿Qué le digo? ¿Qué me pareció verlo entrando a la oficina del director? Creerá que lo he estado espiando o imaginando en otras personas. Estoy segura de que me sonrojé al verlo.

—Perdone. Buenos días —hablo rápido y entro al salón vacío. Tomo asiento, le echo un vistazo y él baja la cabeza hacia su computador portátil.

No puedo evitarlo y fijo mis ojos en su rostro, detallo cada una de sus facciones, hasta que noto que él se ha dado cuenta y me está observando. Mierda. Trago saliva. Estoy tan nerviosa que ni siquiera puedo mirar hacia otro lado.

—Ha llegado temprano hoy. Me alegra —comenta, rompiendo el silencio entre ambos, uno que empezaba a hacerme ruido.

—Sí. Madrugué más que ayer —intento responder con serenidad.

No sé por qué le doy aquella información, pero me siento menos culpable de hacerlo cuando sus labios se curvan en una ligera sonrisa. Sus ojos verdes se clavan con más fuerza en los míos. Su mirada es… hipnotizante.

—Buen día —saluda Susan, una de mis compañeras, al entrar al salón y ambos le respondemos. Agradezco que aparezca pues mis nervios se calman con su llegada.

Poco a poco, más personas se unen a la clase. A las siete en punto, el profesor Harvet inicia con un nuevo tema y nuevos ejercicios que, sin duda, provocan jaqueca a más de uno, incluyéndome.

Él se esmera en explicarnos de manera detallada, en repetir si lo necesitamos y en aclarar las dudas que tenemos.

—Bien. A sus correos llegarán los diez ejercicios de campo que deben traer resueltos para la próxima clase —menciona. Mis compañeros protestan y él sonríe con arrogancia—. De acuerdo. Serán quince ejercicios entonces. Tengan buen día.

Lo miramos boquiabiertos y no decimos nada más para evitar que la tarea se haga más grande.

Guardo la libreta en mi maleta y recibo un mensaje de Jackson.

Te espero afuera del salón. Necesitamos hablar.

¿No se supone que estaría en su entrenamiento toda la mañana? Extrañada, salgo a su encuentro.

—Todo tiene una explicación, ¿vale? —Me aborda con comentarios que no termino de entender en cuanto me ve.

—¿De qué hablas, Jack? ¿Sucedió algo?

Su rostro, que antes lucía preocupado, parece volver a la normalidad.

—Pensé que estarías molesta porque no pude pasar por ti esta mañana. Perdóname.

—No te preocupes por eso, tenías práctica. Además, llegué temprano —Sonrío y me aparto un poco.

—Me alegra, preciosa —Toma mi mano y la acaricia—. Pero igual me siento mal. ¿Te gustaría que pasemos el día juntos? —pregunta con un ánimo que desaparece tan pronto mi móvil suena. Ambos miramos la pantalla: Es Amy—. Qué inoportuna es siempre tu amiga. Dame acá eso.

—¿Qué haces? —digo enojada cuando él me quita el celular. Intento recuperarlo, pero Jackson sube los brazos y bloquea la pantalla.

—¿En qué íbamos? —habla como si nada.

—¿Qué te pasa? Puede ser algo importante. Regrésamelo.

—Es Amy. Seguro se trata de alguna de sus payasadas, ya sabes cómo es. Puedes hablar con ella luego.

—¡No! Dame el móvil ahora.

—¿Pasa algo aquí? —La voz del profesor Harvet nos interrumpe.

—No pasa nada —comenta Jackson bajando las manos y guardando mi celular en su bolsillo.

—Está bien. Tengan buen día —se despide sin mirarnos. Lo veo caminar hasta el ascensor.

—Esta mañana su secretaria respondió a mi solicitud —dice Jackson—. Necesito aprobar un estúpido examen para poder tener el cupo en su clase. ¡Cabrón!

Sus ojos estallan de furia y yo lo veo sorprendida.

—Jack, eso es genial. Te ayudaré a estudiar. ¡Vamos a hacerlo! —trato de animarlo.

Su expresión se suaviza, acerca su rostro al mío y me besa.

—Agradezco todo lo que haces por mí, Rach —comenta en mi boca—. Vamos a mi casa. Estudiemos allá.

3

LAS PIEZAS DE UN PUZZLE

El viento me despeina. Disfruto de la bonita vista que da el mirador de la ciudad mientras Jack estaciona su auto.

Por primera vez desde que salimos de la universidad mi cuerpo se relaja. Su mal humor regresó apenas cambié los planes. Vamos a estudiar y este es mi lugar favorito para hacerlo, pero él quería que fuéramos a su casa, donde era evidente que eso no pasaría.

Me acomodo bajo la sombra de un árbol y descanso las manos sobre mi regazo hasta que lo veo acercarse.

—Repasemos primero la teoría, ¿te parece? —Tomo mis apuntes. Nunca he sido la más aplicada, pero siempre me esfuerzo por hacer lo mejor que puedo.

—Me gusta más la práctica —dice y se sienta junto a mí.

El brillo de determinación que asoma en sus ojos me intriga.

—Te quiero, Rach, de verdad lo hago —susurra y lleva su mano a mi mejilla, me acaricia con ternura. El chico dulce que conozco desde que tengo catorce años está de vuelta.

—Yo a ti, Jack.

—Lo sé —responde y acerca su boca a la mía—. Lo sé, Rach.

Con desesperación, su mano libre se apoya en mi cuello, baja por mi espalda y mi cintura mientras sus labios toman los míos. Emito un pequeño jadeo ante lo tensa que me pone la situación.

—Jack, debemos estudiar. Además, puede llegar alguien en cualquier momento.

Él ignora mis palabras y continúa besándome. Aleja los cuadernos y pronto su cuerpo está encima del mío.

—Da igual —gruñe, se mueve entre mis piernas y le da más brusquedad a la forma en que me toca.

—Mi espalda —me quejo al sentir pequeñas ramas que se adhieren a mi vestido. Jackson baja su boca a mi cuello y mueve sus caderas contra mí.

Hoy, la sensación de nuestros cuerpos tocándose no es agradable.

—Jack, no… —Detengo el avance de su mano que empezaba a vagar por mis muslos.

—Maldita sea —Se suelta de mi agarre, alejándose—. Estoy tan cansado de ti.

Su confesión me entristece y enoja al mismo tiempo.

—Podría llegar cualquier persona y vernos. Además, quiero ayudarte a estudiar o, si lo prefieres, mejor me voy a casa a hacer las tareas que tengo pendientes.

Bufa y su expresión es de ira. Respiro hondo. Esto no está bien. No estamos bien. Aunque duela, tengo que aceptarlo.

—No me contaste cómo han sido tus clases con Harvet —Se sienta y luego acomoda su cabello.

—Bien.

—¿Bien? ¿Te parecen bien los comentarios fuera de lugar que te ha hecho?

—¿De qué hablas?

—De ese cabrón queriendo ligar contigo.

—No estaba ligando conmigo —refuto extrañada.

—Ahora entiendo por qué no aceptó mi solicitud y ya. No quiere tenerme ahí arruinando sus planes.

Sin poder evitarlo, en mi rostro se dibuja una sonrisa cansada.

—Estás bromeando, ¿no?

—¿Me estoy riendo? —pregunta con un tono lleno de reproches. No se esfuerza por mantener la calma—. ¿Crees que me da risa esta mierda?

Lo miro incrédula y, sobre todo, esperanzada en encontrar una pizca de arrepentimiento. Pero no hay nada de eso.

—Si continúas hablándome de esa manera, esta conversación se termina —sentencio, pero él no responde—. Regrésame el móvil, por favor. Me voy a casa.

De forma tosca, va al auto por mi teléfono y me lo entrega. Niego, decepcionada.

—Nuestra relación es esto por tu culpa, Rachel.

—¿Sabes qué? Me voy de aquí —declaro y me pongo de pie.

—Pues vete. Y si es con el hijo de puta ese que tienes como profesor, adelante. Me da igual.

Es suficiente para mí. Estoy molesta, triste y decepcionada. Me marcho porque necesito estar sola. Camino varias calles hasta llegar a casa y encerrarme en mi habitación. Me tiro encima de la cama y las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas ante los recuerdos de nuestros años juntos, del chico del que me enamoré, el mismo que ya no existe, lo que confirmo cuando recibo un mensaje de su parte:

Se acabó, Rachel, no puedo seguir con esto.

No hasta que entiendas lo mucho que merezco y

lo poco que me das.

Te quiero, pero eres una niña y yo necesito una mujer.

Se terminó. De cualquier forma, iba a suceder.

Los ojos se me encharcan. Ni siquiera puedo creer que esté terminando con lo nuestro de esta forma y con esas palabras, haciéndome sentir insuficiente.

Lo he intentado, me he esforzado por nosotros.

Lloro con más fuerza. Carajo. ¿Por qué si estoy tan enojada con él me siento más triste que molesta? Me acomodo, trato de calmarme para que el nudo en mi garganta desaparezca.

—Hola. ¿Hay alguien aquí? —Escucho la voz de Amy proveniente de la sala de la casa—. Rach, la puerta estaba abierta. ¿Estás bien?

—Estoy en mi habitación, Am —hablo fuerte y los sollozos regresan.

—Es un miserable —comenta apenas entra—. Yo creí que Jackson era un buen hombre. Llevaban tantos años…

Amy se sienta a mi lado y me rodea con sus brazos.

—¿Cómo te enteraste? —Trato de apaciguar mi llanto.

—Las fotos están circulando por diferentes chats desde las nueve de la mañana. No puedo creer lo que te hizo. ¡Es un cabronazo!

—¿Fotos? —Me alejo de ella, confundida—. ¿De qué estás hablando?

—Las que te envié, ¿no las viste?

—No, no pude. Jackson fue a buscarme al salón y me quitó el celular cuando vio que me escribiste. No quería que nos interrumpie… —Me detengo y sonrío incrédula. Todo empieza a encajar como las piezas de un puzzle—. ¿Qué había en las fotos?

Amy no habla, pero su silencio es una respuesta a gritos.

—Dilo —le pido.

—Jackson con la tipa esa de intercambio en los vestidores.

Aunque no debería sorprenderme, lo hace y duele.

—Me dijo que esta mañana tenía entrenamiento —Muerdo mi labio inferior en un inútil intento por parar mis sollozos—. Apareció en mi salón, aun cuando casi toda la universidad sabía de esas fotos, ¿y ni siquiera pudo decírmelo a la cara? —Niego con la cabeza, escéptica—. Hasta me reclamó por el comentario que hizo el profesor Harvet el otro día. ¡Es un cínico!

—Es un imbécil. ¡Ah! Qué ganas de… —Se calla y aprieta los puños. Su expresión está llena de furia.

Puedo sentir su indignación, una que apenas se acerca a la mía cuando recuerdo que me invitó a pasar el día con él porque sabía que yo me ofrecería a ayudarlo con su examen. ¡Quería que fuéramos a su casa! Maldita sea. ¿Qué buscaba? ¿Un ‘regalo’ de despedida?

Consumida por la rabia, lloro con más intensidad.

—¿Qué he estado haciendo, Am? —le pregunto cuando ella toma mi mano—. ¿Cómo pude permitir que me hiciera sentir que no valgo? ¿Cómo permití que nuestra relación llegara a esto?

—Tú vales mucho, Rachel Lombardo. Es él quien no te merece. ¿Lo entiendes? —habla con firmeza.

—Me esforcé, Am. Me esforcé inútilmente para que lo nuestro funcionara.

—Lo sé, Rach, pero Jackson ya no es el mismo que conocimos en el colegio.

Ella tiene razón. No quise ver las señales que estaban ahí y eran tan claras.

—Venga, olvídate un rato de ese idiota. ¿Pizza y nuestra temporada favorita de Friends? —pregunta con su ánimo usual. Aunque trato de contagiarme de su energía, no puedo evitar que mis ojos vuelvan a llenarse de lágrimas—. Ven aquí. Todo estará bien, ¿vale? Entiendo que no debe ser fácil, pero lo haremos juntas. Ya verás que mañana ni lo recordarás. Es más, ¿de quién estábamos hablando?

Río. Ojalá olvidar fuera así de fácil. Sin duda, la mala memoria como cura para el desamor evitaría muchos corazones rotos.

4

LA LLAMADA

Nada que una tarde de chicas no pueda solucionar —Amy habla con la boca llena, al tiempo que disfruta de la última rebanada de pizza.

—Gracias, Am.

—¿Cuál gracias, Rach? Tú has soportado todos mis dramas y, por primera vez estamos viviendo uno tuyo —Me regala una sonrisa radiante que no tarda en desvanecerse—. Jackson se va a arrepentir de esto. ¡Ah! Es un imbécil.

La mención de ese nombre me incomóda, cierro los labios con fuerza porque, aunque quiero expresar lo enojada que estoy con él, prefiero callar y olvidar el tema.

—Estaba deliciosa la pizza, ¿no?

—Buenísima —responde. Termina su porción y toma el control del TV—. ¿Otra temporada más de Friends?

—Me encantaría, pero tengo mucha tarea por hacer —le digo apenada.

—Cierto. Olvidaba que este semestre tienes clases con el papucho.

—¿A quién te refieres? —cuestiono mientras limpio con una servilleta los restos de comida en las comisuras de mis labios.

—Al papucho Mark Harvet Prier, amiga. El profesor de Cálculo.

—¿Desde cuándo te sabes los nombres y apellidos de los profesores?

—Él fue novio de la hijastra de mi padre.

—¿De Mishell? —Amy asiente con fastidio.

—No entiendo cómo la víbora pudo tener tanta suerte —Sonrío por su comentario. La comparación venenosa que hace sobre su hermanastra es muy acertada—. ¿Viste lo joven que es Harvet? Por Dios, ese hombre está buenísimo.

—Es lo primero que pensé —Mi amiga me mira con picardía—. Hablo de lo joven que… ¡Amy Martins Yanes! —Ella estalla en una carcajada.

—¿Qué? No tiene nada de malo.

—¡Por supuesto que sí! Es mi profesor.

—Bueno, tampoco es que sea un delito, tú tienes veinte años y él veintiséis.

—¿Veintiséis? —Mi boca se abre por la sorpresa. Es más joven de lo que pensé.

—Sí —Suena emocionada—. ¿Sabes? Igual no culpo al idiota de Jackson por estar celoso de Mark, ¡es guapísimo!

—Am, ¿es que no lo ves? Jackson no estaba celoso del profesor, solo usaba el tema para victimizarse y restarle importancia a las fotos que están circulando.

—Lo sé, pero no hay mal que por bien no venga. Piénsalo, ahora estás soltera —habla enérgica—. Puedes entregarle algo más que la tarea.

Su ocurrente comentario me hace reír.

—Estás loca, Amy.

—Te puedo ayudar con algo —Saca su móvil y empieza a dictarme un número—. Tres, cinco, siete, siete, noventa…

—¿De quién es ese teléfono?

—Del profesor más guapo de la facultad de matemáticas de nuestra universidad —Su gesto al decirlo es encantador—. Te enviaré su contacto para que lo guardes —informa con alegría. Conozco sus intenciones y no sucederá, no voy a registrar ese teléfono en mi agenda—. Quizá tengas dudas sobre la tarea de hoy.

Ella centra su atención en los pies de la cama, donde está mi celular. Se estira y lo toma.

—¡Hecho! —Aclara divertida mientras teclea en mi móvil y luego me muestra la pantalla.

Contacto: Papucho Harvet

Leo cómo mi amiga ha guardado al profesor y sonrío. Es Amy, no puedo esperar menos de ella.

—¿Segura que no quieres hablar con él ahora? —pregunta divertida y vuelve el móvil hacia su rostro. Sé que no lo llamaría sin mi aprobación, pero igual decido arrebatárselo—. Solo estaba bromeando —Ríe al decírmelo.

La imito, aunque pronto los recuerdos vuelven.

—Gracias, Am —menciono nostálgica. Estoy agradecida por tenerla a mi lado, no sé qué estaría haciendo ahora sin su compañía. Seguro construyendo mares en todos los desiertos del mundo con tus lágrimas, escucho cómo reniega una vocecita en mi mente. Y es probable que tenga razón.

Amy se aleja un poco para verme y me muestra sus dientes perfectos.

—¿Me agradeces por darte el número del ardiente profesor Harvet? —El tono coqueto e insinuante con el que habla me hace entornar los ojos—. Vamos, tienes que aceptar que está guapísimo. Y que lo llamarás.

—¡Amy Martins! No voy a llamar al ‘Papucho Harvet’ —Hago comillas con mis manos al decir esto y ella finge enojarse.

—Vale, pero al menos acepta que es un bombón. Acéptalo, Rachel Lombardo —insiste luego de ahogarse de risa por varios segundos.

—Sí, de acuerdo, es guapo y se ve que muy inteligente también —decido contestar con sinceridad porque sé que Amy no parará hasta que lo admita y su mirada acusadora confirma que esperaba más de mi respuesta—. Oh, aguarda, me faltó algo: el profesor está follable, es un papucho que ha sido tallado por el mismísimo Vincent van Golden, ¿o era Vincent van Rodin? —agrego, al tiempo que intento recordar algunos de los cumplidos que mi amiga usa para describir a sus personajes literarios favoritos.

—¡Eso! —exclama sonriente y me contagia con su actitud. Luego baja la mirada y me sorprende con una pregunta—. ¿Estás llamando a alguien?

Sigo sus ojos y me doy cuenta de que mi celular está activo. Maldito sea el asistente de mi teléfono. Lo odio.

Llamada con:

Papucho Harvet

Mierda. No no…

Amy se inclina hacia mí y se da cuenta de a quién llamé por error.

Impaciente, medito qué hacer. La llamada lleva poco conectada, así que es posible que no haya escuchado mucho de nuestra conversación. Además, seguro pensará que alguien le marcó por equivocación. Decido hablarle y disculparme. Tiemblo al levantar el móvil.

—Perdón, marqué al número equivocado —digo y trato de cambiar un poco mi voz.

—Señorita Lombardo —Escucharlo y saber que me reconoció dispara mis nervios. Amy lleva sus manos a la boca, callando su impresión.

—Eh, tengo que colgar.

—De acuerdo. Y, señorita Lombardo —habla muy rápido antes de que yo pueda dar por terminada la llamada—… Es van Gogh.

—¿Disculpe?

—El pintor. Es Vincent Willem van Gogh, no van Golden —responde y así me arrebata la pizca de tranquilidad que me quedaba.

Contengo el aliento. Él no solo escuchó mi apellido, sino también los comentarios ordinarios que hice. Las palabras se estancan en mi garganta y soy incapaz de decirle algo más, así que le cuelgo.

Amy da saltitos y me mira entre emocionada y asustada, pero en lo único que puedo concentrarme es en la presión que siento en el pecho.

—Nos escuchó, ¿verdad? —Asiento y confirmo sus sospechas—. Mierda. Rach, lo siento, de verdad yo no...

—Lo sé, Am —intento tranquilizarla.

—Si decides mudarte de planeta, prométeme que me llevarás contigo. ¿De acuerdo?

—Por supuesto que te llevaré. Dime, ¿cómo Joey podría vivir sin su Chandler? —le pregunto y la abrazo al notar que sigue apenada por lo sucedido—. Tranquila. Olvidemos esto, seguro mañana ni se acordará.

Borrón y estupideces nuevas, ¿no? La molesta voz en mi cabeza se burla, pero tiene razón. Borrar de mi mente la vergonzosa situación es lo mejor.

Si no lo recuerdo, no pasó. Ese pensamiento logra mejorar mi estado de ánimo.

Amy continúa a mi lado. Con ella las horas se pasan volando, las penas y desgracias desaparecen... Agradezco tanto tenerla conmigo. Sin embargo, llega el momento de la despedida.

—Te amo, llámame si me necesitas. Y lo lamento otra vez, Rach.

Su adiós logra traer de vuelta el tema. Intento evitarlo buscando actividades que me mantengan alejada de la vergüenza que siento al imaginar lo que el profesor Harvet debe estar pensando de mí.

El profesor está follable… Es un papucho...

¿Por qué? ¿Por qué tuve que decir eso?Basta, Rachel, me obligo a olvidarlo o, al menos, a dejar de recordarlo.

Horas más tarde, recibo un mensaje de mamá avisándome que no podrá llegar a casa porque su turno en el hospital se extendió. Sé que ella ama lo que hace, de hecho, puedo jurar que es la enfermera más entregada a su trabajo, pero no me acostumbro a sus nuevos horarios nocturnos. La extraño.

Invadida por la nostalgia, voy a la cama pues el cansancio por el día tan raro que he vivido termina por alojarse en mi cuerpo y provoca que caiga en un sueño profundo.

5

OJOS MARRONES

Mark

Traje oscuro, corbata negra, prístina camisa blanca y cuarenta minutos exactos para empezar la jornada laboral. Es mi tercer semestre como profesor en la Universidad Wens Ildet y el primero como titular. Podría pensar que esa es la razón por la que mi padre me llama con tanta insistencia. Sin embargo, no es así. Sé de qué va y prefiero no responder.

La culpa por ignorar una llamada que puede ser importante me hace cambiar pronto de opinión. Tomo el móvil y le contesto.

—Papá, buenos días.

—Hola, hijo. ¿Todo bien? Llevo minutos marcándote.

—Sí, todo en orden. ¿Cómo están mamá y tú?

—Bien, hijo. Estamos bien —Lo escucho suspirar—. Mark, te llamaba para preguntarte si pensaste sobre tu cita con Rebecca. Hace unos días llegó de su intercambio y sabes que a su padre y a mí nos encantaría que ustedes salieran. Ambos necesitan distraerse.

Me lo imaginaba. Esta vez soy yo quien lleva aire a los pulmones.

—Discúlpame con tu amigo y con Rebecca. Ya te había dicho que no tengo tiempo —Papá bufa enojado. En un intento por mejorar la conversación, añado—: Hoy debo dar clases toda la mañana y estaré en algunas reuniones por la tarde.

—Por favor, Mark —refunfuña—. Tú y yo sabemos lo organizado que eres con el tiempo.

—Papá, ya te dije que no estoy interesado.

—¿Por qué no? —Su tono ahora es más severo—. Conoces a Rebecca desde hace años, es una buena muchacha, recién egresada de la escuela de Medicina, de buena familia, su padre es mi mejor amigo y es evidente que está interesada en ti. ¿Cuál es el problema?

¿Que cuál es el problema? Quizá lo mucho que me molesta que él se involucre en estos temas. Sé que quiere lo mejor para mí, pero con quién salgo o no es mi decisión, no la suya.

Ahora mismo no tengo interés de enfocar mi vida en una relación de pareja. Pese a que hace poco culminé mi doctorado, tengo cinco materias este semestre, tutorados de tesis e investigaciones que preparar para mi presentación en el próximo congreso de la universidad. ¿De dónde sacaré tiempo suficiente para una relación?

—Debo colgar. Dile a mamá que le envío saludos.

Estoy seguro de que Eleanor Prier no es parte de esta conversación. Aunque ella también ha mencionado lo mucho que desea que mi hermano y yo encontremos el amor, al contrario de papá, no se involucra en nuestras decisiones.

—Al menos dime que lo pensarás —pide, suavizando su tono—. Sé que tu última relación con esta muchacha, ¿Mishell?, fue un desastre, pero ya ha pasado tiempo suficiente.

—Papá…

—Con Steven perdí las esperanzas y no quiero pensar que tú también abandonaste la idea de tener una familia o, peor aún, que te olvidaste de cómo ligar. ¿Ligar es como dicen los jóvenes de hoy en día?

Me rio. Al menos intenta lidiar con su carácter fuerte y mandón que no es muy diferente al mío.

—Lo pensaré —accedo—, pero las cosas se harán a mi manera, ¿de acuerdo? Empezando porque seré yo el que le pida a Rebecca salir, no tú o tu amigo.

—Está bien —Se escucha feliz, seguro porque cree que logró salirse con la suya—. Que te vaya bien en tu primer día de clases, hijo.

—Gracias, papá. Cuídate —Termino la llamada. Antes de salir del apartamento, voy hasta la pequeña mesa de centro de la sala y tomo las llaves del coche. Me alegra que, pese a la charla de varios minutos con mi padre, el tiempo sigue estando a mi favor ante el habitual tráfico de la ciudad.

Los pasillos de Wens Ildet están abarrotados y varias alumnas emiten curiosas risitas a mi paso. Intento mantener el rostro inexpresivo. No voy a negar que me halaga que me vean como alguien atractivo, pero no en mi lugar de trabajo y mucho menos las estudiantes. Además, prefiero que me admiren por lo que tengo en la cabeza y todo el sacrificio que he hecho por formarme y ser el mejor en lo que hago.

—Profesor Harvet —me habla una de las chicas que antes me sonreía, se acomoda a mi lado junto a otra joven—, es un gusto conocerlo. Soy Monique Anderson, estoy inscrita en su clase.

Observo la hora en mi reloj y, al ver que están presentes tan temprano en la universidad, les hablo de lo importante que es la puntualidad en mi materia. Ambas sonríen orgullosas y la alumna Anderson fija su mirada en la mía y habla de lo emocionada que se encuentra de estar en mi clase. Además, comenta que sus padres son patrocinadores de varias áreas de la universidad. Me agobia escucharla pronunciar tantos halagos vanidosos a su familia.

—Bien, las veo luego —Me alejo y entro al aula que me asignaron.

Minutos después, ellas también entran al salón. Antes de que sean las siete, enciendo la laptop y aprovecho para repasar los temas que se estudiarán en el semestre.

—Me enteré de que Rachel alcanzó cupo en este curso, pero seguro lo canceló a última hora —Escucho a la alumna Anderson hablar con su amiga—. ¿En serio es tan estúpida como para anular la materia solo porque su novio no logró inscribirse?

—Eso parece —Su compañera responde y otros alumnos empiezan a llegar—. Los amigos de Jack me contaron que él le pidió suspender hasta el próximo semestre para que vean la materia juntos, ¿puedes creerlo? Qué patética es.

En ningún momento bajan el volumen de la conversación. Seguro desean que todos escuchemos lo que están diciendo sobre la otra alumna. ¿Quién le pediría a su pareja que anule una materia porque no están juntos? O, peor aún, ¿quién accedería a esa petición?

A las siete menos tres, doy por finalizadas las charlas inoportunas. Hay veintinueve de treinta estudiantes inscritos, por lo que inicio la clase.

—Buenos días —Recorro el salón con la mirada—. Soy Mark Harvet Prier, especialista en Estadística y Cálculo, doctor en Ciencias Matemáticas y su profesor de Cálculo Integral este semestre.

La señorita Anderson cuchichea con su amiga. Las miro molesto y digo:

—Primera regla: Si estoy hablando, procuren escucharme, lo mismo cuando lo hagan sus compañeros o compañeras, ¿de acuerdo? Segunda regla —Alejo la vista de ellas y hago un paneo por el resto del aula—: Quien llega tarde, no entra, salvo excepciones justificables. La clase inicia a las siete en punto.

Bastan aquellas advertencias para que los alumnos dejen de observarme como si fuera un compañero más.

—Sean bienvenidos a este nuevo semestre. Espero que les vaya muy bien en todas sus materias —Tomo un marcador de mi puesto y me acerco al tablero—. Ahora, vamos a realizar una sencilla prueba.

Escribo unos ejercicios tan básicos que me sorprende la confusión que veo en sus rostros. Espero que sea porque dudan que las respuestas sean tan obvias.

—Fácil, ¿no? —cuestiono con incredulidad—. Cualquier duda, pueden preguntar. Estamos aquí para aprender.

Pasan los minutos y ninguno de los resultados que me dan se aproxima al correcto. Los veo uno a uno y noto su preocupación, pero nada comparado con la expresión que tiene la joven que mira desde el pasillo. Está inmóvil, a unos centímetros de la puerta.

—¿Puedo ayudarle en algo, señorita?

—Es e-esta… —titubea nerviosa. Doy un paso más hacia ella para poder escucharla con claridad—. ¿Esta es la clase del profesor Harvet?

—Lo es.

—¿Qué? —Su expresión me intriga, me gustaría entender la razón por las que sus mejillas se encienden.

—Yo soy el profesor Harvet. ¿Está inscrita en mi clase?

—Sí. El ascensor no estaba habilitado, pero tampoco voy a mentir —habla sin parar—, porque hoy no fui puntual y, aunque subí las escaleras corriendo, tardé dos minutos en llegar aquí. Tal vez si no hubiese tomado ese pequeño descanso en el cuarto piso...

—Respire —le pido—. ¿Subió en dos minutos todas esas escaleras?

—Sí —Su respuesta positiva me impresiona y, de pronto, recuerdo que ella es la estudiante que faltaba, la misma que sus compañeras aseguraban no tomaría esta materia por no estar en compañía de su novio.

—No hay excusa para llegar tarde, sin embargo...

—¿Me dejará pasar? —pregunta y observo su aspecto cansado. De verdad, parece que se ha esforzado por llegar a tiempo. La imagino corriendo a toda prisa por las escaleras y me alegra que esté aquí contra el pronóstico de la alumna Anderson. La dejo entrar y ella avanza con rapidez.

—¿Sucede algo, alumna... —le digo cuando la veo detenerse.

—Lombardo. Soy Rachel Lombardo. No pasa nada, disculpe.

Vuelvo a mi lugar, aún sorprendido de que nadie tenga la respuesta a los ejercicios, por lo que les menciono que es un trabajo que pueden resolver muy fácil en cinco minutos.

—¿Y para los que no sabemos? —chista la recién llegada.

—El que no sabe, señorita Lombardo, puede tardar hasta una hora o, ¿qué tal todo lo que queda del año? —le respondo y sus mejillas vuelven a sonrojarse.

Esbozo una sonrisa y decido terminar con la tortura. Escribo la repuesta de los ejercicios en el tablero y, por fortuna, parecen entenderlo, por lo que anoto algunos más.

—Quiero que saquen una hoja y resuelvan estos ejercicios.

—¿Solo le entregamos la hoja, profesor Harvet? —De nuevo es la voz de la alumna Lombardo.

—¿Algo más que desee entregar, señorita? —cuestiono y, al instante, las burlas y chiflidos de los demás estudiantes me tensan—. Silencio, por favor. Dejen de sacar todo de contexto —Busco la mirada de la chica; me doy cuenta de que he dicho algo que se puede malinterpretar con facilidad—. Y sí, señorita Lombardo, la hoja con la respuesta de los ejercicios que están en la pizarra.

Los siguientes minutos, los alumnos se concentran en sus tareas y yo regreso al escritorio. Aunque intento enfocarme en el portátil frente a mí, es inevitable no fijarme en la clara incomodidad de la alumna Lombardo. Lamento haber hecho ese comentario y en lo único que pienso es en disculparme con ella. Apenas se acerca para entregar su hoja, le pido que espere un momento. Acepta luego de unos segundos y regresa a su asiento.

Una extraña sensación de angustia me invade cuando el último estudiante se marcha, en el lugar reina un silencio sepulcral. Dirijo mi mirada hacia la única estudiante en el salón, nuestros ojos se encuentran y me acerco a ella.

—Señorita Lombardo.

—Profesor Harvet —se pone de pie. Debo inclinar un poco mi cabeza hacia abajo para verla. Noto sus nervios, su respiración pesada.

—Gracias por esperar. Le debo una disculpa. No era mi intención incomodarla.

—Disculpa aceptada, no se preocupe —habla en un tono cálido pero firme y me sostiene la mirada por primera vez. Mis labios se curvan en una sonrisa—. Yo, eh. Debo tarde —comenta algo que no logro comprender—. Lo que quiero decir es que debo irme porque se me hace tarde.

A su rostro vuelve aquel color rojizo que he visto desde que crucé palabra con ella.

—Bien, tenga buen día, señorita Lombardo.

Ya es de noche cuando regreso a casa. Me siento en el sofá de la sala y recuerdo la conversación que tuve con mi padre; le di mi palabra de que llamaría a la hija de su mejor amigo y debo cumplirla. En cuanto termino de organizar las actividades del día siguiente, ceno, me ducho y le escribo un mensaje a Rebecca invitándola a almorzar. No tarda en responder con la misma emoción de siempre y aceptar.

Dejo el móvil en la mesa de noche de la habitación, apago las luces y me tumbo en la cama.

Me despierto temprano, cumpliendo con la rutina de siempre: salgo a correr, voy al gimnasio y doy las clases del día en la universidad.

Cuando me dirijo al restaurante en que quedé con Rebecca, reflexiono sobre la monotonía en la que he estado sumergido en los últimos años. Quizá mi padre tenga razón. Es momento de enfocar mi vida más allá del trabajo.

—¡Mark! Por aquí —La voz de Rebecca me recibe apenas entro al lugar. Se pone de pie, yo me acerco y le doy un beso en la mejilla—. Cuanto tiempo ha pasado… Qué gusto verte.

—Igualmente, Rebecca. ¿Cómo estás? —Vuelve a tomar asiento. Desabotono el broche de mi traje e imito su acción, me acomodo frente a ella.

—Sorprendida de que me invitaras a salir. Hay mucho de qué hablar, tienes que contarme qué hiciste en el último año.

—Terminé mi doctorado y…

—Has estado yendo mucho al gimnasio. Se nota.

—Un poco —Río ante su apunte—. ¿Y tú? ¿Qué tal el internado en Alemania?

—Horrible —dice con aire desolado—. Tuve que pasar horas cubriendo turnos en cirugía como asistente. No pude salir ni un día de fiesta. Tenía que quedarme limpiando de todo: heridas, habitaciones, ¿puedes creerlo?

—Buenas tardes y bienvenidos. Vengo a dejarles el menú —Una de las meseras aparece.

—Buenas tardes. Gracias.

Ojeo la carta un momento. Al igual que Rebecca, pido la especialidad de la casa.

—En unos minutos les traigo su orden —menciona la mesera antes de marcharse.

—Y después me enviaron a un laboratorio médico —continúa Rebecca—. Pasé horas sacando sangre, analizando pruebas…

—La práctica ayuda bastante. Eso es muy bueno —digo y ella me mira con expresión ceñuda.

—Era súper aburrido.

—Ah, vale. Pero habrá algo que te haya gustado.

—Nada. No deberían obligarnos a tomar esos doce meses de internado, es horrible.

En silencio, sopeso la conversación. Cuando mi móvil suena por una llamada de un número desconocido, me disculpo con Rebecca y me alejo hacia la terraza para contestar. Pongo el teléfono en mi oreja y escucho voces a lo lejos.

—Acéptalo, Rachel Lombardo —pide una de ellas.

—¿Hola? —digo, pero no hay respuesta.

—Sí, de acuerdo, es guapo y se ve que muy inteligente también —responde la otra persona y su voz parece a la de la alumna que llegó tarde a mi clase de ayer—. Oh, aguarda, me faltó algo: El profesor está follable, es un papucho que ha sido tallado por el mismísimo Vincent van Golden, ¿o era Vincent van Rodin?

Confirmo que es la voz de la alumna Lombardo. Intento reprimir una sonrisa por lo que acabo de escuchar. ¿Quiso decir van Gogh? ¿El pintor? Pero si él no talla... Carajo. Suelto una pequeña carcajada.

—¿Estás llamando a alguien? —inquiere la persona que aún no identifico en la llamada.

—Perdón, marqué al número equivocado —la alumna intenta cambiar su voz.

Mi sonrisa se hace más amplia y empiezo a imaginar sus mejillas coloradas.

—Señorita Lombardo.

—Eh, tengo que colgar.

—De acuerdo. Y, señorita Lombardo... Es van Gogh —suelto, sin duda disfrutando del momento.

—¿Disculpe?

—El pintor. Es Vincent Willem van Gogh, no van Golden.

El pitido del móvil es la única respuesta que obtengo. Cortaron la llamada, así que guardo el teléfono y regreso con mi cita. La comida ya está servida en la mesa.

—Perdona, era de la universidad.

Rebecca asiente y retoma la conversación de su internado y las mil quejas que tiene sobre él. Me dedico a escucharla mientras termino mi plato.

—Ha sido un placer verte hoy, Rebecca, pero debo irme —comento al ver que ambos hemos acabado de comer. Ella informa que también tiene que marcharse, por lo que pago la cuenta y la acompaño hasta su auto.

—Fue un gusto, Mark —Deposita un beso en mi mejilla—. Espero que pronto salgamos de nuevo. La pasé muy bien.

—Hasta pronto —Abro la puerta de su coche—. Cuídate.

Ella se aleja y yo me dirijo hacia mi auto. Conduzco en dirección al departamento, intento no pensar en nada, ni siquiera en esa llamada. Llego y me tumbo en el sofá, sin dejar de sonreír.

Sí, de acuerdo, es guapo y se ve que muy inteligente también…Es un papucho que ha sido tallado por el mismísimo Vincent van Golden. Río con más ganas. Tomo el móvil y guardo su contacto como RL.

—Qué particular es esta alumna —digo en voz alta. Soy incapaz de ocultar la diversión que me causa lo ocurrido, incluso cuando el timbre de la puerta suena y me pongo de pie para abrir.

—¿Y esa cara? ¡Has cogido! —deduce mi gemelo, apuntándome con su dedo—. Y debió ser un muy buen polvo, porque esa sonrisa…

—O solo estoy alegre de verte, hermano. Pasa.

Steven entra al departamento, negando con su cabeza.

—Te conozco. ¿Quién te tiene así, tan extasiado? —Su curiosidad me obliga a optar por una postura seria. Él, que no es capaz de esperar por respuestas, de inmediato las busca, acercándose al sofá y viendo la pantalla de mi teléfono—. ¿RL? ¿R de Rebecca? Así que tu cita fue de maravilla. Jamás lo hubiese imaginado, ella me parece un poco superficial.

—No es Rebecca.

—Entonces, ¿quién es RL?

—Es de la universidad —comento sin importancia, pero su sorpresa me desconcierta.

—Diablos, Mark. ¿Es Ritha Lowod?

—No es ella, Steven —Su rostro muestra un falso alivio—. Nuestra profesora de historia está felizmente casada hace cuarenta años.

—Ya… Déjame adivinar. RL es una alumna que registras con sus iniciales para que nadie vea que tienes su número guardado —bromea y me quedo inmóvil—. Mierda —musita al notar cómo me ha dejado su comentario—. ¿Es de una alumna?

—Sí.

—Mi-er-da —Steven mira el contacto y después a mí, más de cinco veces—. Nunca guardas el número de tus estudiantes. ¿Acaso te gusta? ¿Al señor correcto le gusta una alumna?

—Por supuesto que no —sentencio.