En la ciudad de los amantes - Lucy Gordon - E-Book
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En la ciudad de los amantes E-Book

Lucy Gordon

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Beschreibung

Un Romeo en la vida real. Natasha, periodista freelance, tenía que encontrar trabajo… ¡rápido! Por eso, cuando se le presentó una oportunidad en Verona, no se lo pensó dos veces. Promocionar la ciudad le parecía un encargo de ensueño, sobre todo porque no tenía más opciones, y no le importó que hubiera sido precisamente un italiano quien le rompió el corazón unos años antes. Hasta que conoció a su nuevo jefe… que resultó ser Mario, su ex. Aunque Mario ya no parecía ser el playboy que ella recordaba, Natasha intentó mantener su relación en un terreno profesional. ¿Serían capaces de resistirse a esa historia de amor fatal en la ciudad de los amantes más famosos del mundo?

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Lucy Gordon

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En la ciudad de los amantes, n.º 2604 - septiembre 2016

Título original: Reunited with Her Italian Ex

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8980-4

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

VENECIA, la ciudad más romántica del mundo…

Eso era lo que decía la gente, y Natasha ya empezaba a pensar que era cierto. ¿En dónde si no podría haber conocido al hombre de sus sueños tan solo unas horas después de llegar?

Sentada en una cafetería junto a un estrecho canal, contempló el deslumbrante reflejo del sol sobre la superficie del agua. A unos pocos metros de distancia, una góndola se preparaba para partir, con una pareja de enamorados a bordo.

«Igual que nosotros…», pensó Natasha, recordando su primer paseo en góndola en los brazos del hombre que le había cambiado la vida en un momento.

Mario Ferrone, joven, apuesto, con esos ojos chispeantes y una risa profunda que hechizaba… Le había conocido poco después de llegar a Venecia. Eran unas vacaciones más que merecidas para ella.

Él había insistido en enseñarle la ciudad. Como su hermano era el dueño del hotel donde ella se hospedaba, a Natasha se le había ocurrido pensar que tal vez lo hacía porque era un servicio extra que ofrecía el hotel, pero esa idea no había tardado en ser descartada. La atracción entre ellos había sido instantánea y nada le había parecido tan maravilloso en la vida como el tiempo que pasaban juntos.

Hasta ese momento su vida había carecido de romance. Era una chica esbelta, bonita, con sentido del humor, y nunca le habían faltado admiradores, pero… nunca había bajado la guardia cuando se trataba de hombres. Todo se remontaba a su infancia. Su padre había abandonado a su madre, con una hija de diez años, para irse con otra mujer. Hasta ese momento la vida de Natasha había sido feliz. Su padre parecía adorarla, tanto como ella le adoraba a él, pero, entonces, de repente, se había esfumado y jamás había vuelto a ponerse en contacto con ellas.

«Nunca confíes en un hombre. Siempre te decepcionan», le decía su madre.

Nunca se había desviado del camino marcado por esas palabras, pero la llegada de Mario a su vida la había hecho dar un giro de ciento ochenta grados. Sus propias reacciones la confundían. Su corazón latía por él como jamás lo había hecho por ningún otro, pero la voz de su madre a veces se colaba entre sus pensamientos.

«No se puede confiar en ningún hombre. Recuérdalo siempre, Natasha».

Pero ella estaba segura de que Mario era distinto a los demás. Era más sincero, amoroso, digno de confianza. La noche anterior la había besado con más fervor que nunca.

–Mañana quiero… –de repente se había detenido. Parecía confundido.

–¿Sí? –había susurrado ella–. ¿Qué quieres?

–Ahora no puedo decírtelo… pero mañana todo será distinto. Buenas noches, mi amore.

Y allí estaba, en ese café donde solían encontrarse, esperándole para que transformara su mundo una vez más. Se moría por saber qué había querido decir con esas palabras. ¿Acaso le iba a proponer matrimonio?

«Oh, por favor, date prisa», pensó, impaciente. ¿Cómo podía tenerla en ascuas tanto tiempo con algo tan importante?

De repente oyó su voz.

–¡Natasha! –al levantar la mirada le vio.

Iba hacia ella por el canal y la saludaba con la mano.

–Siento llegar tarde –le dijo al sentarse a la mesa–. Me surgió algo.

Natasha le notó algo inquieto, ansioso.

–¿Todo va bien?

–Muy pronto, así será.

Sus ojos no se apartaban de ella y a cada segundo que pasaba Natasha estaba más y más convencida de que ese día iban a dar un paso adelante.

Él le agarró la mano de pronto.

–Llevo días intentando decirte algo, pero…

–¿Intentando? ¿Acaso es tan difícil decírmelo?

–Podría ser –la miró a los ojos–. Es que hay cosas que no son fáciles de decir.

El corazón de Natasha latía a toda velocidad. Sabía qué era lo que estaba a punto de decirle y se moría por escucharlo.

–Bueno, eso depende de las ganas que tengas de decirlo –le susurró ella, acercándose hasta acariciarle el rostro con el aliento–. A lo mejor es que no quieres decirlo.

–Oh, sí. No sabes lo importante que es para mí.

«Sí que lo sé», pensó Natasha, cada vez más feliz.

Tomó su mano y le lanzó un mensaje silencioso. Quería estar más cerca de él, besarle…

–Adelante –le dijo finalmente.

Él titubeó un momento y Natasha le miró, desconcertada.

–Natasha… Tengo que decirte…

–Sí, sí, dime…

–No se me dan bien estas cosas…

–No se te tienen por qué dar bien –le dijo ella, apretándole la mano–. Dilo sin más.

–Bueno…

–¡Traidor!

El grito les sorprendió a los dos. Natasha levantó la vista y se encontró con una mujer que estaba junto a la mesa, fulminándoles con la mirada. Tendría unos treinta años y era muy voluptuosa. De no haber sido por esa mirada de odio sin duda hubiera pensado que era muy hermosa.

–¡Traidor! –repitió–. ¡Mentiroso!

El rostro de Mario se contrajo. Estaba tenso, pálido. Se puso en pie y le habló en italiano, invitándola a que se marchara. Ella le gritó algo en inglés y entonces se volvió hacia Natasha.

–Ya es hora de que sepas cómo es en realidad. Una mujer no es suficiente para él.

La joven siguió hablando furiosamente, pero Mario la agarró del brazo y se la llevó a una esquina. Natasha ya no podía oírla, pero la situación era evidente.

La ira de aquella mujer morena crecía por momentos.

–Es un mentiroso infiel –gritó en un perfecto inglés.

–Mario –dijo Natasha–. ¿Quién es? ¿De verdad la conoces?

–Oh, sí que me conoce –le espetó la joven–. Ni te imaginas lo bien que me conoce.

–Tania, ya basta –dijo Mario, con la cara blanca–. Ya te dije…

–Oh, sí, sí, claro. Me lo dijiste. ¡Traidor! ¡Traidor! Traditore!

Durante una fracción de segundo, Natasha se sintió tentada de interponerse entre ellos para decirle a Mario Ferrone lo que se merecía, pero entonces la rabia llegó al nivel siguiente y la hizo actuar de una forma completamente distinta.

Aprovechando que aún seguían enfrascados en la discusión, echó a andar hacia el hotel a toda prisa y corrió hacia su habitación. Se detuvo en el mostrador de recepción para pagar su estancia. Nada importaba excepto salir de allí lo antes posible, antes de que Mario regresara. Todo había sido un engaño. Había creído en él porque había querido creer, pero debería haber mantenido la cabeza fría.

Había cometido un gran error y estaba pagando el precio.

–Tenías razón –murmuró, como si le hablara a su madre–. Todos son iguales.

Terminó de hacer la maleta lo antes posible, pagó y huyó a toda velocidad.

Tomó un bote taxi que la llevó de vuelta a tierra firme y allí se montó en un taxi terrestre.

–Al aeropuerto, por favor –le dijo al taxista, más tensa que nunca.

«Oh, Mario…», pensó cuando el coche se puso en marcha.

«Traidor… traditore…».

Capítulo 1

Dos años más tarde

–LO SIENTO, Natasha, pero la respuesta es «no», y es definitivo. Simplemente tienes que aceptarlo.

El rostro de Natasha estaba contraído por la rabia. Agarraba el teléfono con tanta fuerza que parecía que se le iba a quebrar entre los dedos.

–No me digas lo que tengo que hacer –dijo, hablando por la bocina–. Dijiste que estabas deseando recibir cualquier cosa que escribiera.

–Pero eso fue hace tiempo. Las cosas han cambiado. Ya no puedo comprar tu trabajo. Esas son las órdenes que tengo.

Natasha respiró profundamente y asimiló otro rechazo más.

–Pero tú eres la editora. Tienes que ser tú quien dé las órdenes. ¿Quién si no?

–El dueño de la revista nos dice lo que tenemos que hacer y yo no puedo hacer nada. Estás fuera, Natasha. Adiós.

La editora colgó el teléfono, dejándola con la palabra en la boca.

–¿Otro más? –le preguntó una joven que estaba tras ella–. Es la sexta que te dice que no después de llevar años y años comprando tu trabajo.

Natasha se volvió hacia su amiga Helen, que también era su compañera de piso.

–No me lo puedo creer. Es como si hubiera una araña en el centro de toda una maraña de telarañas, controlándolo todo, diciéndoles que me echen.

–Pero seguro que es así. Lo tienes que saber. El nombre de la araña es Elroy Jenson.

Era cierto. Jenson era el dueño del imperio de medios de comunicación gracias al cual se había ganado la vida durante unos cuantos años. Pero él se había encaprichado de ella y la había perseguido sin tregua, ignorando sus esfuerzos por mantenerle a raya. Finalmente, un día había ido demasiado lejos y la había obligado a darle una bofetada. Uno de los empleados les había visto y la historia había corrido como la pólvora.

–Todo el mundo sabe que le hiciste quedar como un idiota –le dijo Helen con solidaridad–. Así que ahora es tu enemigo número uno. Es una pena que tengas tanto temperamento, Natasha. Tenías todo el derecho a estar molesta, pero… bueno…

–Pero debí pensármelo dos veces antes de darle esa bofetada. Debí mantener la calma y pensar en el futuro. ¡Ah!

–Sí. Sé que suena irónico, pero mira el precio que has pagado.

–Sí –Natasha soltó el aliento.

Su éxito como periodista freelance había sido deslumbrante. Las revistas y los periódicos reclamaban sus artículos atrevidos, llenos de intuición.

Pero todo había acabado.

–Pero ¿cómo es posible que un solo hombre tenga tanto poder?

–A lo mejor deberías irte fuera un tiempo –le sugirió Helen–. Hasta que Jenson se olvide de ti.

–Eso sería difícil…

–No tiene por qué. La agencia me consiguió un trabajo en Italia, haciendo publicidad. Eso significa que tengo que irme un tiempo. Estaba a punto de llamarles para decirles que buscaran a otra persona, pero… ¿por qué no vas tú?

–Pero es que no puedo… Es una idea loca.

–A veces la locura es lo mejor. Y a lo mejor es justo lo que necesitas ahora.

–Pero si no hablo italiano.

–No tienes por qué. Es una cosa internacional, para promocionar la ciudad en todo el mundo.

–No es Venecia, ¿no? –preguntó Natasha, repentinamente tensa.

–No, no te preocupes. Sé que no querrías ir a Venecia. Es Verona, la ciudad de Romeo y Julieta. Parte de la historia es real, y a los turistas les encanta ver a Julieta asomada a un balcón y ver distintas escenas de la obra recreadas en la realidad. Un grupo de empresarios dueños de hoteles de lujo han diseñado un plan de publicidad específico para el lugar. Bueno, sé que no eres precisamente una romántica, pero…

–No tiene importancia –dijo Natasha rápidamente–. No voy a esconderme en mi cascarón solo porque un hombre me haya… Bueno, en cualquier caso…

–Bien… ¿por qué no te encargas del trabajo?

–Pero ¿cómo voy a hacer eso? Es tuyo.

–Realmente me gustaría que te encargaras de él. Lo acepté de forma impulsiva porque había discutido con mi novio. Pensé que habíamos terminado, pero nos hemos reconciliado, y me vendría muy bien que fueras en mi lugar.

–Pero si ellos te están esperando a ti…

–Ya he hablado con la agencia. Te pondré en contacto con ellos y les diré maravillas de ti. Natasha, no puedes dejar que tu vida esté bajo el control de un hombre al que no has visto desde hace dos años, sobre todo teniendo en cuenta que era un mentiroso infiel, y estoy usando palabras tuyas, no mías.

–Sí –murmuró Natasha–. Lo dije, y lo decía de verdad.

–Entonces, ve. Deja a Mario en el pasado, y también a Elroy. Aprovecha esta oportunidad para empezar de nuevo.

Natasha tomó el aliento.

–Muy bien –dijo–. Lo haré.

–Estupendo. Bueno, empecemos.

Helen se conectó en su ordenador y contactó con la agencia. Tan solo unos segundos más tarde, Natasha recibió un correo electrónico escrito en un inglés profesional y aséptico. Le estaban ofreciendo el trabajo y le daban unas instrucciones específicas.

Estará en contacto con Giorgio Marcelli. Es el encargado de la publicidad del hotel y está deseando darle la bienvenida a Verona.

–¿Lo ves? No tiene ningún misterio –dijo Helen–. Te dejo para que lo pienses –añadió antes de marcharse.

Una vez sola, Natasha se quedó mirando por la ventana durante un buen rato, tratando de decidir qué hacer. A pesar de lo que Helen hubiera dicho, no era fácil tomar una decisión.

–No es Venecia –repitió.

Por nada del mundo volvería a esa ciudad tan romántica y hermosa donde le habían roto el corazón.

De repente se vio como aquella jovencita que había sido, con la cabeza llena de advertencias acerca de los hombres. Había hecho una carrera de éxito en el periodismo y se había dedicado a escribir, evitando a toda costa las relaciones personales. Era capaz de flirtear y de disfrutar de la compañía masculina, pero tampoco lo aguantaba por mucho tiempo. Al final siempre terminaba desconfiando y daba un paso atrás cada vez que se encontraba con un hombre que realmente la atrajera.

Siempre se había sentido orgullosa de ese manejo emocional tan eficiente, ese escudo protector que iba a salvarla de tener el mismo destino que su madre… Pero entonces había conocido a Mario. Él había tocado su corazón como nadie lo había hecho. Juntos habían paseado por las calles de Venecia. En un diminuto callejón, él la había estrechado entre sus brazos y le había dado el primer beso al abrigo de las sombras.

Todo su cuerpo había despertado para él y sentía que su reacción era correspondida, por mucho que el instinto le dijera que él tenía mucha experiencia. En cualquier sitio las mujeres siempre le dedicaban miradas indiscretas y la observaban a ella con unas caras llenas de envidia. Debían de pensar que tenía mucha suerte por compartir cama con un hombre como él, pero ese día nunca había llegado. Muchas veces había estado a punto de sucumbir y ceder ante la tentación, pero aquello que tanto había ansiado no había llegado a materializarse.

Conforme se acercaba el día de su partida, Mario le había pedido que pasaran más y más tiempo juntos y ella, feliz como nunca antes lo había sido, había accedido.

Incluso en ese momento, dos años después, con solo recordar todo aquello sentía un profundo dolor en el pecho que la atravesaba de lado a lado. Se imaginaba su cara al volver junto a la mesa y ver que estaba vacía…

«Me desvanecí en el aire. Para él ya no existo, y él ya no existe para mí».

En realidad, el hombre que creía que era jamás había existido. Esa era la verdad a la que se había tenido que enfrentar.

Consumida por la amargura del recuerdo, revivió aquella lamentable escena. Estaba tan segura de que le iba a pedir que se casara con él… Seguramente había pasado toda la tarde con Tania, en la cama.

Después de huir de Venecia había hecho todo lo posible por desaparecer para él. Había cambiado de dirección de correo electrónico y también el número de teléfono, pero sí había llegado a recibir un correo electrónico de él antes de desactivar la cuenta.

¿Adónde has ido? ¿Qué pasó? ¿Te encuentras bien?

Jamás le había contestado y había configurado el servidor para que bloqueara sus mensajes. Poco después se había ido a vivir con Helen, así que jamás iba a encontrarla en su antiguo apartamento.

Por las noches, sin embargo, yacía en la cama, despierta, recordando la brusquedad de su reacción. Él había tocado sus emociones con una intensidad que le había resultado peligrosa. Todas las alarmas se habían disparado en su cabeza y había sentido que tenía que escapar antes de que fuera demasiado tarde. Ese era el único camino seguro.

«Oh, Mario, traidor. Traditore».

Desde entonces se había enfocado en el trabajo y sus artículos no habían tardado en llamar la atención de Elroy Jenson. El magnate de los medios se le había insinuado, convencido de que una periodista autónoma jamás le despreciaría, pero ella había rechazado su oferta y él se había dedicado a perseguirla hasta aquel día, cuando le había dado una bofetada.

Después de aquello, su vida entera había caído en picado. Sus ingresos se habían reducido hasta ser prácticamente inexistentes y en ese momento apenas podía permitirse el piso que compartía con Helen.

Había llegado el momento de hacer algo, y, si eso significaba que debía lanzarse hacia lo desconocido, lo haría. De repente se sentía preparada para hacer frente a cualquier cosa.

Intercambió unos cuantos breves correos con Giorgio, el gerente encargado de publicidad. Él la informó de que iba a hospedarse en el Dimitri Hotel y también le dijo que un conductor iría a buscarla al aeropuerto.

Dos días más tarde, se embarcó en un viaje que la llevaría hacia una nueva vida llena de esperanza e ilusión, o hacia el desastre más absoluto. Fuera como fuera, se estaba adentrando en un terreno que jamás había pisado.

Durante el vuelo trató de mantener la mente concentrada en el trabajo. Romeo y Julieta… Decía la leyenda que Shakespeare se había basado en hechos reales para escribir la obra. Los amantes realmente habían existido y su cometido sería sumergirse en esa historia y seducir al mundo con ella.

El conductor la esperaba en el aeropuerto, tal y como le había dicho el gerente. Llevaba un distintivo que decía Dimitri Hotel. El hombre la recibió con una expresión de alivio y la condujo hacia el vehículo. Estaban a unos cinco kilómetros de Verona.

–El hotel está en el centro de la ciudad, junto al río.

Verona era una ciudad muy antigua, preciosa. Maravillada, Natasha miraba por la ventanilla, hechizada por esos vestigios de otra era misteriosa.

El conductor detuvo el coche delante de un edificio de una arquitectura muy elaborada.

–Aquí estamos. Dimitri Hotel.

Un hombre se dirigió hacia ella al verla entrar en el vestíbulo del hotel. Tendría unos sesenta años y era de constitución fuerte. Su sonrisa resultaba muy agradable y la saludaba en inglés.

–Bienvenida. La agencia me comunicó que había habido un cambio de planes –le dijo–. Por lo visto, la primera candidata no pudo venir, pero me han dicho que usted tiene unas referencias y un currículum excelentes.

–Muchas gracias. Soy periodista y tengo mucha experiencia en ese campo. Espero poder estar a la altura de sus expectativas.

–Seguro que sí. Me alegro mucho de que haya venido. Le prometí al presidente que estaría aquí esta noche y no me gusta decepcionarle –el empleado fingió temblar de miedo de una manera cómica.

–¿Es un hombre difícil de tratar? –le preguntó Natasha al ver su gesto.

–A veces. Normalmente es una persona muy decidida y enérgica. La gente intenta no contrariarle, si pueden evitarlo. Adquirió este hotel hace dos años y comenzó a cambiarlo todo desde el primer día. Ha habido muchos cambios en la decoración y el personal fue reorganizado, todo de acuerdo a su gusto. Todo tiene que hacerse a su manera, y nadie le discute nada.

–Le ha llamado «presidente».

–Presidente de la Comunità. Fue idea suya que un grupo de empresarios hoteleros de la ciudad, la Comunità, trabajaran juntos. Todos estuvieron de acuerdo en que era una organización fácil de llevar, pero él insistió en que había una necesidad de liderazgo. Los demás convinieron en nombrarle presidente de la agrupación. Hace poco un empresario quiso arrebatarle el puesto, pero parece que le… persuadieron para que no lo hiciera. Nadie sabe cómo, pero nadie se sorprendió tampoco. Cuando da órdenes, todos nos ponemos firmes, sobre todo yo, porque podría despedirme cuando quisiera. Solo se lo digo para que tenga cuidado de no ofenderle. Cenaremos con él esta noche y mañana conocerá a todos los miembros de la asociación. Están deseando que usted promocione nuestra encantadora ciudad.

–Pero ¿no tiene Verona suficiente publicidad ya? Romeo y Julieta es la historia de amor más famosa del mundo.

–Cierto, pero tenemos que hacer que la gente se implique en la historia. Bueno, la acompaño a su habitación.

Mientras subían se cruzaron con dos hombres que discutían acaloradamente. Era evidente que uno de ellos estaba dando órdenes, a gritos.

–Capisci? Capisci?

–¿Qué significa esa palabra? –preguntó Natasha por curiosidad–. El otro hombre parecía realmente asustado.

–Significa «¿Entendido?» –Giorgio se rio–. Simplemente es una forma de decir «Vas a hacer lo que yo te diga».

–Bueno, parece una frase útil.

–Y puede serlo, sobre todo si uno intenta dejar claro quién manda –Giorgio sonrió–. Me la han dicho unas cuantas veces. Aquí estamos. Esta es su habitación.

Al igual que el resto del hotel, la habitación era elegante y lujosa. Un enorme ventanal ofrecía las mejores vistas del río. Natasha tomó aliento, llena de una repentina y bienvenida paz.

Después de deshacer la maleta se dio una ducha y se dispuso a arreglarse. Tenía que ofrecer su mejor imagen en esa reunión. Nunca se había considerado una chica fea, así que tampoco tenía que hacer grandes esfuerzos. Tenía unos grandes ojos azules, y su cabello, rubio, un toque cobrizo que se ponía de manifiesto bajo ciertos tipos de luz. Se hizo un discreto y severo moño. Normalmente, prefería llevar el cabello suelto, pero esa noche no le parecía una buena idea. Se miró en el espejo.

«Hoy soy una empresaria y estoy aquí para ganarme la vida».

El gerente le había dicho que el presidente era un hombre exigente, pero estaba segura de que podía estar a la altura de las circunstancias. Le iba a conocer en su propio terreno, y ella también era una mujer exigente.

–He hecho lo correcto viniendo a este lugar –se dijo–. Todo va a salir bien.

En Venecia, donde la mayor parte de las calles estaban hechas de agua, los vehículos terrestres solo podían llegar hasta Piazzale Roma, el aparcamiento situado en las afueras de la ciudad. Bajo el inclemente sol de un día radiante, Mario Ferrone fue a recoger su coche, acompañado de su hermano Damiano.

–Parece que tu hotel está yendo muy bien, ¿no? Tienes futuro, hermanito.

–Bueno, puede que sí –le contestó Mario, sonriendo.

–No me cabe duda –añadió Damiano con entusiasmo–. Después de todo, mira quién fue tu maestro.