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Se suponía que la misión iba a ser sencilla. Para descubrir a un peligroso chantajista, el agente del FBI Ryan Vail y su compañera iban a tener que participar de incógnito en un seminario para parejas que tenía como objetivo mejorar la intimidad en su ficticio matrimonio. Pero, cuando Ryan se despertó la primera mañana y vio que habían reemplazado a la que iba a ser su esposa, se dio cuenta de que sus problemas no habían hecho más que empezar. La agente del FBI Angie Wolf estaba trabajando, era algo que no quería olvidar en ningún momento, por mucha atracción que sintiera por Ryan. Pero esa investigación se estaba convirtiendo en una tentación irresistible.
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Seitenzahl: 232
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Jolie Kramer
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
En la misma cama, n.º 79B - noviembre 2014
Título original: Lying in Bed
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Pasión y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-5559-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
El agente especial Ryan Vail dejó el folleto en la cama. Tenía un aspecto muy cómodo, ese sitio no se parecía en nada a los cuchitriles en los que había tenido que dormir mientras hacía su trabajo para el FBI. El complejo hotelero Color Canyon era un decadente oasis en el medio del desierto de Las Vegas, el lugar perfecto para ricos con ganas de gastar dinero en todo tipo de lujos y mimos.
Se sentó en la cama y se apoyó en el cabecero. Enfrente tenía el televisor más grande que había visto en su vida, un sillón, un sofá de cuero y un pequeño frigorífico muy bien surtido.
La habitación contaba además con una terraza privada desde la que tenía una maravillosa vista del jardín, donde estaban la piscina y el jacuzzi, y de las montañas Spring. En el resto del mundo, seguía siendo febrero, pero la temperatura en el desierto de Las Vegas era muy agradable.
Sonrió, sacó su teléfono móvil y escribió deprisa un mensaje de texto.
Te va a encantar la bañera.
Le dio a enviar y se recostó de nuevo en la cama mientras revisaba la información de ese caso. Le acababan de enviar otro e-mail con más información sobre Delilah Bridges, una de las terapeutas de las que sospechaban. Cuatro personas dirigían esos retiros para parejas y creían que podían formar parte de una organización dedicada a chantajear. Por desgracia para ellos, habían invitado a uno de esos retiros a un amigo de James Leonard, director adjunto del FBI.
Su teléfono sonó y supo que era su compañera sin siquiera mirar.
—¡Jeannie Foster! ¿Cómo está mi testigo favorito?
—¡No me lo recuerdes! —replicó ella.
Acababa de mandarle unas fotos de la gran bañera de hidromasaje que tenían en su bungaló y sabía que a su compañera, que además era madre de dos niños, no le había hecho demasiada gracia.
—Odio los juicios, a los abogados y a los jueces. ¡Sácame de aquí, Ryan!
—Pero ya no queda mucho, ¿no?
—No, supongo que terminará antes de que empiece la siguiente glaciación.
—Ya verás qué pronto te olvidas de ello. Este sitio es increíble. Si voy a tener que dormir contigo, me alegra que sea en esta maravilla de cama. ¡Es mucho más cómoda que la que tengo en casa!
—El problema no es tu cama, cariño, sino toda tu actividad extracurricular. Creo que el colchón debería ser de titanio para que pudiera mantener tu ritmo.
—¡Qué graciosa eres! —le dijo con ironía.
—Lo siento, pero es que me subo por las paredes —le contestó Jeannie—. ¿Has recibido las últimas informaciones con relación a Delilah?
—Sí.
—Es interesante lo de su padre, Ira Bridges. Parece que tiene antecedentes penales —le dijo Jeannie—. Con el tiempo que llevamos investigando, es increíble que no hayamos descubierto nada más.
—No te preocupes, les voy a parecer una víctima tan suculenta que van a pelearse por mí. No tendremos que estar aquí más de unos días.
—¿No me habías dicho que el sitio es muy lujoso?
—¡Es verdad! Creo que tardaré al menos una semana en conseguir probar el delito —le dijo él.
—Eso me gusta más. Bueno, tengo que volver a la cámara de tortura. A ver si terminan pronto…
—De acuerdo, voy a apagar este teléfono, pero ya estoy cargando el móvil y el ordenador portátil de Ryan Ebsen. Supongo que ya estaré dormido cuando llegues, así que no me despiertes.
—¿Qué pasa? ¿Acaso tienes planes para esta noche, Romeo?
—Eso no es asunto tuyo. Vuelve al juicio y testifica —le recordó él.
—Bueno, ya hablaremos por la mañana —le dijo Jeannie.
Se despidieron y colgaron.
No sabía cómo iba a pasar el resto de la tarde. Le habría encantado ir al casino o a uno de los bares del hotel. Pero ya había dejado de ser el agente Ryan Vail para adoptar la personalidad ficticia de Ryan Ebsen. Jeannie Ebsen sería su esposa y se suponía que eran de Reseda, en California.
Ryan revisó de nuevo su informe, releyendo la historia y todos los datos en relación a su nueva identidad. Ya lo había estudiado y memorizado, pero sabía que toda preparación era poca. Se suponía que Ryan Ebsen era el gerente regional de una empresa de software. Su hermosa esposa, con la que solo llevaba diecinueve meses casado, no necesitaba trabajar, era la beneficiaria de un fondo fiduciario. Un suculento fondo fiduciario.
Pero desde hacía algún tiempo, la señora Ebsen había empezado a pasar demasiado tiempo con un entrenador de tenis muy guapo, lo que había despertado sus celos. Temía que, si ella sentía que su matrimonio comenzaba a ser rutinario, aburrido y poco romántico, tratara de encontrar consuelo en los fuertes brazos del profesor de tenis. Había sido idea de Ryan Ebsen asistir a ese retiro para parejas. Según anunciaba la organización, allí iban a aprender a hacer la transición a una etapa más profunda, más significativa y más comprometida de su relación de pareja.
Y el señor Ebsen quería de verdad que su matrimonio funcionara. Se había encariñado con su lujosa casa en Brentwood, el ático en Manhattan, el Ferrari y los vuelos en primera clase. Incluso había decidido dar por terminada su aventura con Roxanne, la hermosa recepcionista de su empresa. Fueran morales o no sus motivos, no quería que su matrimonio naufragara.
Continuó leyendo el correo electrónico que le había enviado su equipo, perteneciente al departamento de Delitos Económicos de Los Ángeles. La primera denuncia por chantaje les había llegado poco después de que se celebrara unos de esos retiros y desde entonces habían estado trabajando hasta llegar a ese punto. Esperaban conseguir suficiente información gracias a esa operación encubierta. El departamento del FBI de Las Vegas sabía que estaban operando allí. Nadie quería una disputa entre las dos regiones por estar operando fuera de su circunscripción, pero no tenían tiempo para preparar a otro equipo. Pocas semanas después, los sospechosos iban a mudar su base de operaciones a Cancún, México.
Como su supuesta esposa aún no había llegado, Ryan decidió deshacer la maleta, darse un baño y pedir que le llevaran la cena a la habitación. Tenía que cargar su equipo electrónico y aprovechar también para recargarse él. Los siguientes días iban a ser complicados y estresantes.
Jeannie se había equivocado al asumir que tenía planes románticos para esa noche. De hecho, se había pasado horas al teléfono, hablando con el departamento de policía de Long Beach para intentar que no metieran a su padre en la cárcel. Había vuelto a beber más de la cuenta y se había peleado en un bar. Se comportaba como si fuera un adolescente rebelde.
Mientras miraba el menú del servicio de habitaciones, se distrajo pensando en la operación que comenzaba al día siguiente. Jeannie y él iban a mostrar una fachada perfecta y feliz que no tenía nada que ver con la verdad. A Ryan Ebsen le preocupaba más que nada todo lo que tenía que perder si su rica esposa llegaba a enterarse de que era un mujeriego.
Necesitaba que esa operación fuera un éxito. Leonard, el director adjunto, buscaba un ayudante para su oficina de Washington y él era uno de los candidatos. Sabía que estaba en el punto de mira y quería hacer todo lo posible para brillar más que ningún otro agente.
Angie Wolf suspiró al ver que sus compañeros de Delitos Económicos volvían a la oficina después de hacer un descanso en el patio. Apenas había tenido ocasión de estar sola y necesitaba calma para poder pensar. Eran un grupo de personas competentes, dedicadas y bastante agradables, pero los últimos dos meses habían sido muy duros. Había pasado demasiadas horas en la oficina y necesitaba estar sola, poder salir a correr y no tener que preocuparse de nada.
Aunque ya se acercaban, se quedó como estaba, con los pies encima de la mesa.
—Oye, ¿cómo es que no viniste al partido de los Red Bulls? —le preguntó Paula entonces.
—¿No pasamos ya suficiente tiempo juntos? Hemos estado trabajando una media de entre ochenta y noventa horas a la semana durante estos últimos dos meses —le dijo Angie a su compañera.
Paula se dejó caer en su silla y se giró hacia ella para mirarla a la cara.
—Ya descansarás cuando mueras, Angie —le dijo su compañera—. Esta noche, vamos a salir a tomar unas copas y de esa no podrás librarte. Usaré la fuerza si es necesario.
—De acuerdo —repuso al ver que no iban a dejar que se escabullera una vez más—. Pero solo me tomaré una cerveza, nada más.
—Vamos, Angie. Tienes que divertirte un poco.
—¡Ya lo hago! —protestó Angie.
Pero sabía que su definición de diversión era distinta. Prefería pasar su tiempo de ocio tratando de superarse corriendo cada mañana o haciendo otros tipos de proyectos. Siempre le había gustado ponerse metas a corto plazo. Aunque ya no competía en carreras, seguía manteniendo la disciplina que había adquirido desde su infancia para mantenerse completamente enfocada en su trabajo.
Desde que comenzaran a investigar el caso en el que estaban trabajando, se había dado cuenta del gran potencial que tenía. Con sus habilidades de programación informática y su familiaridad con los protocolos de investigación, creía que podía contribuir de manera muy significativa.
Había creado un programa con el que habían conseguido encontrar información sobre Ira, el padre de Delilah Bridges. El hombre había sido arrestado en cuatro ocasiones. No era gran cosa en cuanto a pistas reales, pero al menos era una pieza de un puzle cada vez más grande.
Había trabajado muy duro para codificar ese programa. Se trataba de un motor de búsqueda con un algoritmo tan fascinante que había conseguido halagos de los chicos de Delitos Cibernéticos. Y sabía que era una de las candidatas con más posibilidades de conseguir un puesto de ayudante del director adjunto en Washington. Quería conseguir ese ascenso, creía que se trataba de un ascenso que supondría un empujón definitivo a su carrera. Allí estaría más cerca del lugar donde se tomaban las decisiones. Aunque no era poder lo que quería sino más responsabilidades.
—Hablando de diversión, Jeannie sí que se lo va a pasar bien —dijo de repente una voz desde el otro lado de la sala—. ¡Tendrá que ser la esposa de Ryan Vail durante toda una semana!
Angie miró a la mujer que había hablado. Era Sally Singer, una agente que solía ser bastante seria.
—Sí, tienes razón —repuso Paula riendo.
Angie sacudió la cabeza al oírlas. Ryan Vail era muy buen agente, pero sabía que era un mujeriego. Todo el mundo sabía de sus hazañas. Y, aunque mantenía su vida personal separada de la profesional, no había tratado de evitar que su mala reputación se propagara por el departamento. Se rumoreaba que había estado con cuatro modelos de Victoria Secret, aunque nadie tenía muy claro si se había acostado con las cuatro a la vez o de una en una.
Tenía que reconocer que su técnica era tan sutil con eficaz. Por desgracia para ella, su encanto había estado casi a punto de conquistarla.
Todo había ocurrido durante una fiesta. Los dos habían bebido demasiado, aún le avergonzaba recordarlo. No había llegado a pasar nada. Lo último que quería era ser otra más en su historial.
—Creo que estáis todas locas. Esta semana no va a ser fácil para ellos —les dijo Brad—. Van a tener que compartir cama y participar en ese seminario para parejas. Se supone que tendrán que hacer ejercicios de intimidad, algo que ni siquiera sé lo que es.
—Si no lo tienes claro, Brad, compadezco a tu esposa —le contestó Angie.
El resto del equipo se echó a reír.
Esperaba que su intervención hubiera dado por terminada la conversación porque sabía en qué iban a consistir esos ejercicios y prefería no pensar en ello. Suponía que iba a haber caricias, besos y mucho más y lo último que quería era imaginarse a Ryan en ese contexto.
—Debería haber sido yo la que participara en esta misión con él —comentó Paula—. En serio, yo podría apreciar la experiencia mucho más que Jeannie.
—Paula, si tú tienes novio… —le dijo su compañero Brad.
—Bueno, no sería una infidelidad, se trata de trabajo —se defendió Paula con una sonrisa inocente.
—¡No digas tonterías, claro que es una infidelidad! —protestó Brad.
Volvieron a reírse. No porque los comentarios fueran especialmente graciosos, sino porque todos estaban tan cansados que cualquier cosa que dijeran les hacía gracia.
—Angie debería haber sido la que fuera de incógnito con Vail. No quiero ofender a Jeannie, pero vosotros dos habríais podido representar mucho mejor a los Ebsen —le dijo Brad.
—¿Vail y yo? Sí, claro.
Paula se encogió de hombros.
—Sabes que no me gusta darle la razón a Brad, pero estoy de acuerdo —le comentó su amiga mientras la miraba de arriba abajo—. Con la ropa adecuada y una sesión de peluquería, pareceríais sacados de una de esas revistas de moda.
Angie se rio entre dientes. Nadie más lo hizo. Temía que supieran que había estado a punto de pasar algo entre Ryan y ella y se estuvieran burlando. Pero le pareció que no era posible. Apenas lo miraba cuando estaba en la oficina. Trató de convencerse de que nadie lo sabía. Solo se lo había contado a Liz y estaba segura de que ella no se lo habría dicho a nadie.
Era su mejor amiga y también agente del FBI, pero trabajaba en la oficina de San Diego.
—Dejadlo ya —protestó—. Sabéis de sobra que nunca me ofrecería a trabajar en una misión con Vail.
—Mentirosa —le dijo Paula—. Te he visto mirarle más de una vez el trasero. Aunque no conozco a nadie con sangre en las venas que no lo haya hecho, la verdad.
—¡Por ejemplo, yo misma! —confesó Sally—. Y Angie, aunque nos hagas creer que no te importa en absoluto, he visto cómo te ruborizabas delante de él.
—No sé a qué te refieres —se defendió Angie—. Y os aseguro que no me imagino nada peor que tener que dormir en la misma cama con él y fingir que soy su esposa. Aunque Palmer me prometiera un aumento de sueldo, no accedería nunca a…
El subdirector Gordon Palmer entró en ese instante en la oficina y Angie bajó los pies de la mesa. Todos los demás se enderezaron y se quedaron en silencio.
—Tenemos un problema —les dijo Palmer—. La agente Foster sigue en los juzgados y no sabemos cuánto tiempo durará el juicio. Hemos pedido un aplazamiento, pero el juez es inflexible.
Angie se quedó sin aliento. Llevaba demasiado tiempo trabajando en ese caso para echarlo todo a perder, habían pasado tantas horas juntos preparándolo todo… Además, era la última oportunidad que tenían de detenerlos antes de que trasladaran su base de operaciones a México.
—Pero creo que tenemos la solución —continuó Palmer volviéndose directamente hacia Angie.
Pensó entonces que a lo mejor había oído la conversación y le estaba tomando el pelo, pero sabía que Palmer siempre hablaba en serio y se quedó sin respiración.
—¡No puede ser! —susurró ella.
—Es la más preparada —le dijo Palmer dejándole claro que hablaba completamente en serio—. Después de todo, ayudó a construir las identidades falsas y estoy seguro de que puede hacerlo.
—¿No cree que Paula lo haría mucho mejor? —le preguntó Angie con un hilo de voz—. Nos estaba comentando ahora mismo que…
Pero Paula negó con la cabeza.
—No, Angie. Yo no he preparado las identidades falsas de los agentes, fuiste tú.
—No puedo obligarla a hacerlo —le dijo Palmer acercándose a su mesa—. Y no habrá consecuencias negativas si no quiere aceptar la misión. Es delicada y nadie le echaría en cara que se negara.
La mera idea de dormir en la misma cama que Ryan Vail había hecho que sintiera un hormigueo por toda la piel y le entraron ganas de esconderse bajo la mesa. A pesar de su reputación de mujeriego, estaba segura de que se comportaría como un perfecto caballero, pero no estaba tan segura de cómo iba a reaccionar ella.
Aunque sabía que nunca iba a estar con Ryan en la vida real, no podía controlar las fantasías que tenía con él y la idea de dormir a su lado… Estaba muerta de miedo, pero sabía que esos problemas tan superficiales podían poner en peligro el trabajo de todos y no quería decepcionar a su equipo.
Sabía que su programa informático había conseguido la atención de sus jefes y su reputación no haría sino mejorar si además participaba directamente en la misión.
Sopesó los pros y los contras. Iba a ser difícil hacerse pasar por la esposa de Ryan durante toda una semana, pero podía ser el paso definitivo para conseguir el puesto que tanto ansiaba.
—No tenemos mucho tiempo —le dijo Angie mientras se levantaba—. Jeannie y yo no tenemos la misma talla, así que voy a necesitar un nuevo guardarropa. Y tendremos que preparar todo mi papeleo en un tiempo récord.
El subdirector Palmer le estrechó la mano con gratitud.
—Muchas gracias, agente Wolf. ¿O debería decir, señora Ebsen?
Ryan se despertó cuando sintió que se hundía un poco el colchón. Se quedó sin aliento unos segundos, preparándose para una situación de peligro, hasta que recordó dónde estaba. Gimió al ver la hora que era en el despertador digital de la mesita.
—¿La una de la madrugada? ¿Cómo es que…?
No terminó la pregunta, estaba demasiado cansado. Y Jeannie no respondió. No la culpó, supuso que también estaría agotada.
—¿Estás bien? —le preguntó él entonces.
Jeannie tiró bruscamente de la colcha hacia su lado de la cama, pero no dijo nada.
Ryan giró la cabeza hasta que pudo distinguir su cabeza en la almohada, dándole la espalda. Supuso que su vuelo se habría retrasado o algo así. Se dio cuenta de que no le apetecía hablar.
Se tumbó de nuevo de espaldas a ella y cerró los ojos tratando de recordar el sueño que Jeannie había interrumpido al meterse en la cama. Sabía que había sido muy agradable.
El hotel era tranquilo y cómodo. Su bungaló estaba a cierta distancia del resto del complejo hotelero y era aún más exclusivo y lujoso que las otras habitaciones. Le había costado una fortuna al departamento, pero era la mejor manera de estar cerca de Namaste, una zona aislada donde tenía lujar el retiro para parejas. Le parecía una lástima que tuviera que trabajar, era el mejor lugar de vacaciones donde había estado.
Suspiró mientras se dejaba llevar por el sueño. Sintió que lo envolvía un dulce aroma. Olía a playa y a jazmín, era un perfume discreto, sexy y atractivo que le recordaba a…
Sus ojos se abrieron de golpe. El corazón le dio un vuelco y se le aceleró el pulso. Trató de tranquilizarse, recordando que era solo un sueño que había conseguido confundirlo.
Tenía que calmarse, se recordó que era Jeannie la mujer que dormía a su lado.
«Por el amor de Dios, ¿quién más va a ser?», se dijo.
Decidió darse de nuevo la vuelta para echarle un vistazo y poder así calmarse y volver a dormir. Se movió lentamente para no molestarla y tragó saliva al ver que la leve luz de la luna lo confundía aún más. El pelo rubio de Jeannie parecía mucho más oscuro. Se acercó un poco más, también parecía más largo…
—¿Pero qué…? —susurró irritado.
Esa mujer no era Jeannie. Su compañera olía a talco de bebé y a plátanos. La mujer que tenía junto a él olía exactamente igual que...
Ella gimió y se dio la vuelta
—No, no, no, no… —susurró él.
Era la agente Angie Wolf quien abrió sus ojos y lo miró. No entendía qué hacía allí, en su cama.
—Jeannie sigue en los juzgados —le explicó ella con la voz algo ronca—. No han podido conseguir que el juez aplazara su testimonio. Si hubieras contestado el teléfono o visto los mensajes que te hemos enviado, no estarías tan sorprendido. Palmer me pidió que la sustituyera yo. Habría preferido no tener que hacerlo. Pero, si queremos salvar la operación, no hay otra opción. Ahora, apaga la luz y vuélvete a dormir. Por favor.
Ryan tardó un minuto en digerir lo que le había dicho. Después, asintió.
—Está bien —susurró.
Ella se dejó caer de nuevo sobre la almohada.
—Y, si me despiertas antes de las ocho, te mataré con mis propias manos —le dijo ella.
Mientras tanto, Ryan pensó en todas las razones que tenía para levantarse en ese momento y volver directamente a Los Ángeles.
De hacerlo, acabaría con cualquier posibilidad de que le dieran el puesto que quería en Washington, pero creía que era un buen agente y podía llegar a puestos de más responsabilidad de otra manera. Así además le daría vía libre a otra de las agentes que anhelaba conseguir ese puesto, la misma que dormía en esa cama.
No se veía capaz de fingir estar casado con Angie Wolf. Creía que esa operación solo iba a ser posible gracias a la relación de confianza que tenía con Jeannie. Se habían visto en ropa interior en más de una ocasión, se divertían juntos, no había malentendidos ni situaciones incómodas con ella. Había estado en su casa y jugado con sus hijos. Sabía que con ella podría enfrentarse a cualquier situación por la que fueran a pasar en ese encuentro para parejas, por extraño o comprometido que fuera.
Angie Wolf, en cambio, era completamente distinta. Para empezar, era preciosa. Una de las mujeres más atractivas que había conocido. Era alta y delgada. No tenía mucho pecho, pero no le importaba y sus piernas… Tenía unas piernas de corredora perfectas y esbeltas.
Tenía el pelo negro y liso. Le llegaba hasta media espalda y en más de una ocasión se había encontrado perdido en sus cálidos ojos castaños.
Y para empeorar aún más las cosas, había roto con ella una de sus reglas fundamentales. Nunca iba más allá de la amistad con ninguna de sus compañeras de trabajo. Pero en la última fiesta de Halloween había estado a punto de hacerlo. Habían pasado de las risas y las bromas a algo más. Tenía muy claro que había una atracción casi palpable entre los dos, era algo que había existido casi desde que se conocieran. El subdirector Palmer los había interrumpido a tiempo, cuando había estado a punto de besarla. Se había reído después como si todo hubiera sido una broma, pero esa mujer conseguía que el corazón le latiera más fuerte con su mera presencia.
Habían mantenido las distancias desde entonces. Dieciséis meses después, aún debía tener cuidado con ella porque la atracción que sentía no había disminuido en absoluto.
Esa tarde, había estado riéndose mientras leía en qué consistía ese seminario para parejas. Había una fase de trabajo corporal con masajes y sabía que les iban a asignar deberes para hacer en la intimidad de su bungaló. Ya no sabía cómo iba a conseguir enfrentarse a ese tipo de actividades para que nadie sospechara de ellos y la misión no se fuera a pique.
Apagó la luz de la mesita y se quedó mirando el techo. No creía que fuera a poder dormir en toda la noche. No podía dejar de pensar en que Angie Wolf iba a ser su esposa durante toda una semana. Le parecía un infierno.
Cuando Angie se despertó a la mañana siguiente le sorprendió haber sido capaz de dormir. Había creído que no iba a poder conciliar el sueño estando en la misma cama que Vail, pero el cansancio del intenso día de trabajo se había puesto de su parte. Le parecía una suerte que la cama fuera tan grande y que no tuvieran que tocarse. La idea de sentirlo contra su cuerpo en esa cama caliente le bastó para que un escalofrío recorriera su cuerpo.
—Voy a pedir café —le dijo Ryan desde su lado de la cama—. ¿Quieres uno?
Suspiró al recordar su papel. No el de esposa, sino el de su compañera de trabajo.
—Sí, gracias.
Contuvo el aliento al oír tras ella que Ryan apartaba la colcha para levantarse. Había tomado el día anterior la decisión de aceptar esa asignación. Creía que todo lo que valía la pena en la vida se conseguía con esfuerzo, compromiso y sacrificio.
Tenía que ignorar lo que sentía por Ryan. Durante esa semana, debía convencer a los demás de que era una esposa algo mimada e insegura. Tenía que conseguir que los organizadores pensaran que Ryan era la víctima perfecta para sus chantajes. Debía pensar solo en la misión y aceptar que el hecho de que tuvieran que compartir una cama y participar en todo tipo de ejercicios para parejas era parte de su trabajo. Pensaba que, mientras los dos tuvieran claro que no iba a pasar nada entre ellos, todo iría bien.
Notó que Ryan tomaba el teléfono y se levantaba. Angie se quedó helada e inmóvil hasta que oyó la puerta del baño cerrándose tras su compañero.
Fue entonces cuando pudo por fin relajarse un poco. Había dormido tan cerca de la orilla que no entendía cómo no se había caído al suelo. Creía que una ducha la ayudaría a calmarse.
El día anterior había sido una locura. Había ido a un salón de belleza para que le hicieran la manicura y la pedicura. Dos compañeras de su departamento habían ido a Rodeo Drive con sus medidas para comprarle todo un vestuario nuevo, ropa interior, zapatos, pendientes y otros complementos. En la vida real, su estilo era sobrio y cómodo. Tenía que estar lista para correr y necesitaba siempre una chaqueta holgada para ocultar el arnés con el arma reglamentaria.
Se abrió la puerta del baño de repente y apareció Vail. No llevaba camisa, solo unos pantalones de chándal que llevaba bastante bajos. Su cuerpo estaba esculpido como si fuera un atleta profesional y se quedó sin aliento al verlo. Para colmo de males, tenía la cara de un galán de Hollywood. Su cabello era oscuro. Sus ojos, verdes y penetrantes.
No pudo ahogar un gemido y se estiró inmediatamente tratando de esconder lo que sentía al ver ese torso desnudo y unos abdominales marcados y perfectos.
Vio que Ryan trataba de no sonreír mientras iba hacia la cómoda.
—El baño es todo tuyo. Yo ya me di una ducha anoche —le dijo él.
Angie apartó las sábanas y se puso de pie. Creía que lo que de verdad necesitaba era calmarse, centrarse en su trabajo y hablar con Liz, que no podría haber elegido un peor momento que el día anterior para no contestar a sus muchas llamadas y mensajes.
—¿Vas a dormir vestida todas las noches? —le preguntó Ryan—. No me preocupa por la misión, aquí nadie nos ve, pero me imagino que no debe de ser muy cómodo.
—No, claro… —murmuró ella sin mirarlo a los ojos mientras iba a por su maleta—. Me acosté así anoche porque era muy tarde.
Aunque el bungaló era espacioso, no le pareció lo suficientemente grande en ese momento.
—Bueno, al menos la habitación está muy bien —comentó ella para hablar de algo.
—Y el minibar tampoco está mal.