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Debido al accidente que sufrió su calesa, Lady Athina se vió obligada a pasar la noche en una Posada. Allí oiría el llanto de un niño a quien maltrataba su padrastro. Cuando acudió en su ayuda, descubrió que Peter era sobrino del Marqués de Rockingdale. La joven decidió entonces llevar al pequeño con su tío, sin imaginar que la persecución que se iba a llevar a cabo contra el niño, uniría su destino al del Marqués de Rockingdale. Athina accedió a una mascarada para el bien del niño, pero cuando unieron sus fuerzas para desafiar a un enemigo desesperado, fueron arrebatados por el amor verdadero y genuino, donde una farsa de amor se convirtió en el más bello regalo del cielo…
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Seitenzahl: 151
Veröffentlichungsjahr: 2014
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La Colección Eterna de Barbara Cartland es la única oportunidad de coleccionar todas las quinientas hermosas novelas románticas escritas por la más connotada y siempre recordada escritora romántica.
Denominada la Colección Eterna debido a las inspirantes historias de amor, tal y como el amor nos inspira en todos los tiempos. Los libros serán publicados en internet ofreciendo cuatro títulos mensuales hasta que todas las quinientas novelas estén disponibles.
La Colección Eterna, mostrando un romance puro y clásico tal y como es el amor en todo el mundo y en todas las épocas.
Barbara Cartland, quien nos dejó en Mayo del 2000 a la grandiosa edad de noventaiocho años, permanece como una de las novelistas románticas más famosa. Con ventas mundiales de más de un billón de libros, sus sobresalientes 723 títulos han sido publicados en treintaiseis idiomas, disponibles así para todos los lectores que disfrutan del romance en el mundo.
Escribió su primer libro “El Rompecabeza” a la edad de 21 años, convirtiéndose desde su inicio en un éxito de librería. Basada en este éxito inicial, empezó a escribir continuamente a lo largo de toda su vida, logrando éxitos de librería durante 76 sorprendentes años. Además de la legión de seguidores de sus libros en el Reino Unido y en Europa, sus libros han sido inmensamente populares en los Estados Unidos de Norte América. En 1976, Barbara Cartland alcanzó el logro nunca antes alcanzado de mantener dos de sus títulos como números 1 y 2 en la prestigiosa lista de Exitos de Librería de B. Dalton
A pesar de ser frecuentemente conocida como la “Reina del Romance”, Barbara Cartland también escribió varias biografías históricas, seis autobiografías y numerosas obras de teatro así como libros sobre la vida, el amor, la salud y la gastronomía. Llegó a ser conocida como una de las más populares personalidades de las comunicaciones y vestida con el color rosa como su sello de identificación, Barbara habló en radio y en televisión sobre temas sociales y políticos al igual que en muchas presentaciones personales.
En 1991, se le concedió el honor de Dama de la Orden del Imperio Británico por su contribución a la literatura y por su trabajo en causas a favor de la humanidad y de los más necesitados.
Conocida por su belleza, estilo y vitalidad, Barbara Cartland se convirtió en una leyenda durante su vida. Mejor recordada por sus maravillosas novelas románticas y amada por millones de lectores a través el mundo, sus libros permanecen atesorando a sus héroes valientes, a sus valerosas heroínas y a los valores tradiciones. Pero por sobre todo, es la , primordial creencia de Barbara Cartland en el valor positivo del amor para ayudar, curar y mejorar la calidad de vida de todos que la convierte en un ser verdaderamente único.
En Manos del Destino
Barbara Cartland
Título original: This is Love.
Barbara Cartland Ebooks Ltd
Esta edición © 2014
Derechos Reservados Cartland Promotions
eBook conversión M-Y Books
LADY Athina Ling sacó sus caballos de la carretera principal y los llevó hacia un camino más angosto. Le disgustaba tener que disminuir la velocidad, ya que se estaba haciendo tarde y todavía se hallaba muy lejos de su hogar. Los setos eran muy altos, por lo que conducía con gran cuidado, pero en la primera curva tuvo que sujetar muy fuerte las riendas.
Justo en frente de ella se encontraba un carro de carga. El caballo estaba completamente atravesado en el camino. El campesino que lo conducía se percató demasiado tarde de la presencia de otros vehículos en la senda. Hizo girar su caballo al mismo tiempo que Lady Athina detuvo su carruaje. La calesa hubiera podido sortear el carro si éste se hubiese hallado en posición frontal.
Con mucho cuidado, Lady Athina llevó sus magníficos caballos hacia un pequeño descampado. Allí, dio la vuelta a la calesa. Pasaron de nuevo frente al carro del campesino, con la rueda dando tumbos.
—Tiene usted razón, Gauntlet— dijo Lady Athina—. No habríamos podido llegar a casa con la rueda así.
—Me temo que llevará una hora o más repararla, Milady— opinó Gauntlet.
—Bueno, si es así, entonces tendremos que pasar la noche en la posada.
Hubo un silencio y Lady Athina comprendió que al sirviente no le parecía una buena idea. Gauntlet había trabajado en la casa desde que ella era una niña, ahora que su padre había muerto, Gautlet cuidaba de ella como si se tratara de una de sus hijas.
—No viene al caso que se queje— dijo Lady Athina después de un momento—, se que debería viajar con una dama de compañía pero usted es mucho más efectivo que lo que la señora Beckwith pudiera ser.
—La gente se espantaría si supiera que usted ha pasado la noche en un lugar público sin la compañía de la señora Beckwith, Milady.
Athina rió con una risa muy agradable.
—¡Hablas como si yo perteneciera a la realeza, Gauntlet! Será sólo por una noche. Y si crees que eso pueda provocar un escándalo, no utilizaré mi propio nombre.
Hizo una pausa antes de añadir:
—Yo seré la señora Beckwith. ¿Por qué no?
La señora Beckwith era una maestra de Geografía magnífica y el Conde la contrató para que le diera lecciones a Athina. Los estudios resultaron muy satisfactorios. Athina disfrutaba mucho viajando junto a ella con el pensamiento y con la imaginación, como esperaba poder hacerlo algún día en la realidad.
El padre de Athina falleció poco antes de que la muchacha cumpliera los dieciocho años. Ahora, Athina era una jovencita muy bien educada e inteligente.
El Conde había hecho los arreglos necesarios para que fuera presentada en la Corte y disfrutara de su primera temporada social en Londres, pero, por el luto, le fue imposible llevarlo a cabo aquel verano.
Sin embargo, la familia ahora había decidido que debía trasladarse a Londres a principios de mayo y sólo faltaban unas dos semanas. Athina se estaba preguntando si realmente deseaba alejarse del campo.
—Me encanta estar aquí cuando todo está lleno de flores— le había dicho a la señora Beckwith—. No puedo creer que Londres pueda resultar más atractivo.
—Usted sabe tan bien como yo— le respondió la señora Beckwith— que es necesario que conozca a algunos jóvenes, que baile toda la noche en las fiestas y que cumpla el sueño de su padre de ser la más bella de la temporada.
Athina se rió.
—Papá quería que lo fuera porque eso supondría un halago para su vanidad. Él siempre se comportó como si él me hubiera creado maravillosa.
—Y por supuesto, así fue— dijo la señora Beckwith con una sonrisa—, si él estuviera aquí ahora, yo lo felicitaría.
Athina se rió un vez más.
—Tengo la sensación de que tanto papá como usted, se van a sentir desilusionados— comentó—. Lo que va a suceder es que los jóvenes que me conozcan, me miraran como a una campesina y me evitarán como a la peste.
La señora Beckwith inclinó la cabeza y contempló a su alumna.
—Yo también he pensado en eso algunas veces— indicó—, pero, Athina, usted ha de ser lo suficientemente inteligente como para permitir que el hombre siempre aparente saber más.
Athina levantó las manos.
—¡Me niego! ¡Me niego en rotundo!— exclamó—. Si ellos dicen alguna estupidez, como solían decirlo algunos de los amigos de papá, a mí me resultará imposible quedarme callada.
—En cuyo caso tendrá que regresar a casa y conversar con las flores— le advirtió la señora Beckwith.
—Y, por supuesto, con usted, mi querida Becky— añadió Athina—, me encanta hacerlo, y eso me recuerda que el nuevo libro acerca del Universo, acaba de llegar y debemos leerlo esta noche.
La biblioteca de Murling Park estaba llena de libros nuevos. Athina se mostraba mucho más interesada en ellos que en la ropa que se llevaría a Londres.
Hubiera querido alquilar una casa en Mayfair, para instalarse en ella junto con la señora Beckwith, mas toda su familia levantó tal protesta ante aquella idea, que tuvo que acceder a quedarse con una de sus tías. Tal pariente, en particular, estaba casada con un caballero que ocupaba un alto puesto en el Palacio de Buckingham.
Por lo tanto, Athina tendría acceso a todos los eventos que tuvieran lugar en el mismo. La señora Beckwith accedió a quedarse en el campo y Athina sabía que la iba a echar de menos. En cualquier caso, todavía tenía dudas respecto a lo que se encontraría en el mundo social londinense.
«¿Cómo podía aquello compararse con la satisfacción de poseer las mejores caballerizas del país?»
También disponía de los caballos de su padre en Newmarket y mientras estuvo de luto, le fue imposible asistir a las carreras.
La Reina Victoria había impuesto los lutos muy largos y de negro cuando perdió a su querido Alberto. Por tal razón, Athina no tuvo más remedio que confinarse en Murling Park, pero aquello no le molestó lo más mínimo.
Extrañaba, ciertamente, a su padre, no obstante, la señora Beckwith era una acompañante divertida y encantadora.
A menudo, Athina pensaba que los caballos suponían una compensación por la falta de jóvenes con quienes conversar. Se veía magnífica cuando montaba algún ejemplar brioso. Tenía rizos dorados con un toque de rojo. Sus ojos grises eras muy especiales. Sin duda alguna, su belleza la hacía muy diferente a todas las muchachas de su edad.
La señora Beckwith sabía que era por tal causa por lo que se la bautizó con el nombre de Athina, el de la diosa griega.
«Me pregunto que va a ser de ella», se dijo la señora Beckwith, mientras Athina se alejaba por el camino.
Su silueta de sílfide quedaba recortada contra la oscuridad de los árboles. La forma en que montaba le hacía pensar en Diana.
Ahora, Athina, una vez en la posada, condujo los caballos a un gran patio. Observó varios carruajes, de diferentes tipos en un extremo. Ello quería decir que sus propietarios se encontraban en el interior.
—No se olvide de que soy la señora Beckwith— le recordó Athina a Gauntlet cuando detuvo los caballos.
Gauntlet abrió la puerta de la calesa. Athina se bajó de la misma y cuando un empleado llegó corriendo a recibirla, la muchacha le dijo:
—Tenemos necesidad de un herrero, ya que una de nuestras ruedas resultó dañada en un accidente. Espero que lo haya aquí.
—Estaba hasta hace unos minutos— epuso el empleado de la posada.
—Por favor, hágalo buscar de inmediato— indicó Athina. El empleado se alejó y la muchacha le sonrió a Gauntlet. Acto seguido, se dirigió a la entrada de la posada. Encontró al propietario en el vestíbulo quien al observar a la recién llegada, se inclinó con amabilidad.
—¿Puedo ayudarla, señora?— preguntó.
—Una de las ruedas de mi calesa se halla averiada respondió Athina—. Espero que su herrero pueda arreglarla, pero, como se está haciendo tarde, tendré que pasar aquí la noche.
—Puedo darle alojamiento, señora— dijo el propietario.
—Me gustaría su mejor habitación— sugirió Athina—. Mi equipaje está en la parte trasera de mi calesa. También necesito una habitación para mi sirviente.
—Me ocuparé de todo inmediatamente— le prometió el propietario.
Envió un mozo a buscar el equipaje. Luego, llamó a una doncella para que la condujera al piso alto. Las escaleras eran de roble y estaban sin alfombrar, pero muy bien pulidas. La habitación a la que la destinaron se hallaba correctamente amueblada, aunque, por supuesto, no era lujosa. Suponiendo que no había nada mejor, le dijo a la doncella que la tomaría por aquella noche.
—¿Está usted ocupada en estos momentos?— le preguntó Athina a la mujer mientras esperaban que subieran el equipaje.
—Tenemos a algunos caballeros que regresan de las carreras, señora, pero por lo demás, la casa está muy tranquila.
El mozo apareció con el pequeño baúl de Athina, que era todo cuanto ésta había llevado para pasar la noche en la casa de su tía. Una vez deshecho el equipaje, la muchacha se cambió de vestido. Cuando terminó de lavarse, ya había oscurecido. Como era una noche sin luna, decidió definitivamente que habría sido imposible regresar a casa por aquellos caminos tan estrechos.
«Estoy mucho más segura aquí», se dijo, pero también sabía que la señora Beckwith la estaba esperando y sin duda alguna, se sentiría preocupada cuando viera que no llegaba a la hora indicada.
«Saldremos inmediatamente después del desayuno», se propuso la muchacha, «llegaremos a casa antes de la comida».
Le pidió a la doncella que la despertaran a las ocho, le dio las gracias por ayudarla a cambiarse de ropa y se encaminó hacia la planta baja.
El comedor era amplio y su techo era de vigas, al igual que el del vestíbulo. Ardía la leña en la chimenea. Habían tenido una primavera mala y, aunque los días comenzaban a mejorar, por las noches todavía hacía frío.
El propietario se encontraba esperándola al pie de la escalera.
—Le he reservado una mesa, señora— informó—, está cerca del fuego y espero que le guste la cena.
—Estoy segura de que así será— sonrió Athina.
Se había acordado de ponerse un anillo en el dedo anular de la mano izquierda. Se trataba de un anillo muy bonito, con tres diamantes, que había pertenecido a su madre. Situando los diamantes hacia abajo, parecía un auténtico anillo de bodas.
El propietario la condujo hasta la mesa que le mencionara. Athina se sintió contenta al observar que estaría sola. Las mesas del otro extremo del salón se hallaban todas ocupadas.
Encargó lo que deseaba para cenar y el propietario se alejó hacia la cocina. Entonces, se dedicó a observar a los demás huéspedes. En una mesa había tres jóvenes muy bien vestidos. Reían de manera un tanto escandalosa, celebrando una victoria en las carreras. Otras dos mesas estaban ocupadas por algunos visitantes de comercio. Había también una pareja de edad.
La mujer llevaba una estola sobre los hombros, por lo que Athina supuso que no se trataban de viajeros, sino que vivían en la posada. Intuitivamente, la muchacha comenzó a inventar historias a propósito de cada uno de los huéspedes.
Al otro lado de la chimenea, descubrió a un huésped que, sin lugar a dudas, era un caballero. Con él se encontraba un niño pequeño. Athina se percató de su presencia cuando lo oyó hablarle de manera ruda al encargado de servirle. Aparentemente, éste le había llevado una botella de vino que no era la que él había solicitado. El caballero le estaba echando en cara su ineficacia. Athina pensó que se mostraba muy desagradable y suponía que se trataba de un bebedor empedernido.
Al niño le calculó unos seis años. Tenía los cabellos rubios y parecía muy delicado. Athina decidió que también se veía muy cansado. Se preguntó a dónde irían y cuál sería su parentesco.
La cena le fue servida y Athina empezó a comer. Mientras lo hacía, oyó al caballero quejándose de la comida y vio que devolvía un plato porque la carne no estaba cortada a su gusto.
Pensó que su padre no habría estado de acuerdo con aquel hombre.
—Me desagradan los hombres que gritan a los que les sirven— había comentado en más de una ocasión.
Él nunca le había gritado a sus sirvientes. Si los reprendía, lo hacía de una manera sutil y tranquila, que era mucho más efectiva que si les vociferaba. El caballero, que obviamente había encargado una cena muy vasta, todavía se estaba quejando cuando Athina terminó la suya.
En cualquier caso, y aunque la comida no se trataba de una cosa del otro mundo, en general era aceptable y estaba bien cocinada. También la habían servido sin tener que esperar mucho. Le dio las gracias al propietario, y éste le dijo:
—Fue un placer servirle, señora.
Athina sonrió y salió del comedor. Al llegar junto a las escaleras, todavía podía escuchar la voz del caballero.
El portero se le acercó para decirle:
—Su sirviente me encargó que le dijera a usted, señora, que la rueda de su calesa ya ha sido reparada.
—Gracias— sonrió Athina.
Una vez en su habitación, se desvistió y se sintió cansada. Oír a su tía repetir una y otra vez las cosas que siempre decía resultaba agotador. También habían viajado durante muchas horas.
«Debo dormir bien», se dijo Athina.
Pronunció sus oraciones y, como siempre, pensó que su padre se hallaba cerca de ella, al igual que su madre, a quien había adorado, y que había muerto dos años antes. Ambos fueron dos personas encantadoras. Lo triste era que no se llevaban bien, ni se agradaban el uno al otro. A Athina le había llevado algunos años darse cuenta de lo distanciados que estaban sus padres. Todo se debía a que su matrimonio, como el de la mayoría de los aristócratas, había sido arreglado por conveniencias.
Cuando Athina tuvo edad suficiente para entenderlo, la Condesa le confesó que, cuando joven, ella se enamoró del hijo de un noble vecino.
—Nos conocíamos desde que éramos niños— había dicho la Condesa—. Entonces, cuando yo tenía diecisiete, y él veintiún años, nos dimos cuenta de que estábamos enamorados.
—¡Qué romántico, mamá!— había exclamado Athina—. ¿Y qué hicieron al respecto?
—Nos veíamos en secreto— dijo la Condesa—, ya que William no quería decirle nada a mi padre hasta haber terminado en Oxford y recorrido algo de mundo.
—¿Y se fue de viaje?
—Sólo por muy poco tiempo— indicó la Condesa—. Cuando regresó, los dos supimos que estábamos más enamorados que nunca. Entonces, William se decidió a hablar con mi padre.
El tono de voz de la Condesa hizo que Athina preguntara:
—¿Y qué ocurrió?
—Ya se habían hecho todos los arreglos para que yo fuera a Londres aquella primavera para ser presentada en la corte y disfrutar de los bailes de la temporada social. William me preguntó si debía esperar a que yo regresara de Londres para hablar con papá. Fui muy tonta y dije que sería lo mejor. Suspiró antes de continuar su relato:
—Yo pensé que aquello me proporcionaría una cierta experiencia.
—Entonces ya sospechabas que tu Padre no aceptaría a William como yerno— intervino Athina.
—Yo estaba segura de que mi padre quería que yo llevara a efecto un matrimonio más importante.
—Porque tú eras muy bonita— terminó de decir Athina. Su madre sonrió.
—Creo que esa era la razón, y también porque papá era un hombre muy ambicioso, que no había logrado triunfar completamente por sí mismo.
—Entonces, ¿qué sucedió?— preguntó Athina.
—Me enviaron a Londres y fui presentada en el Palacio de Buckingham. Tu padre me conoció allí.
—Y se enamoró de ti— murmuró Athina.