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Corazones en primera plana. La periodista Perdita Hanson tenía fama de conseguir las mejores exclusivas. Estaba intentando descubrir los entresijos de la deslumbrante boda de los Falcon cuando tropezó con uno de los famosos hermanos de la familia. Y para atravesar las puertas de la tristemente célebre familia Falcon, aceptó la espontánea oferta de Leonid de ser su acompañante al enlace. Perdita nunca había esperado enamorarse del pícaro Leonid, pero cuando él descubrió quién era ella en realidad, las chispas de atracción se convirtieron en fuegos de traición.
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Seitenzahl: 181
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Lucy Gordon. Todos los derechos reservados.
ENAMORADA DE UN REBELDE, N.º 97 - diciembre 2013
Título original: Falling for the Rebel Falcon
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3901-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
–No me dejes. Por favor... ¡No me dejes!
La voz de Varushka se alzó en un grito de desesperación. Se dirigía a una persona que no estaba allí, que no había estado allí desde hacía muchos años y que nunca lo estaría.
–¿Dónde estás? ¡Vuelve! ¡No me dejes!
Gritó y gritó, hasta que los brazos de una persona muy querida para ella se cerraron sobre su cuerpo.
–Estoy aquí, mamá. No me he marchado a ninguna parte.
La voz del joven sonó cálida y reconfortante, pero no tuvo efecto sobre la mujer de mediana edad que estaba sentada en el jardín.
Tenía los ojos cerrados y parecía atrapada en la cárcel de su desesperación.
–No te vayas. Quédate conmigo. Te lo ruego.
–Mamá, despierta... –rogó el joven–. Soy yo, Leonid, tu hijo. No soy... la persona a la que estás llamando. Abre los ojos. Mírame.
Ella abrió los ojos y lo miró con desconcierto, como si no lo reconociera. A Leonid se le hizo un nudo en la garganta. Estaba al borde de las lágrimas, pero consiguió sacar fuerzas de flaqueza y se contuvo.
–Mamá, por favor...
La expresión de la mujer cambió de repente. Sus labios se arquearon hacia arriba en una sonrisa débil al reconocer a Leonid.
–Perdóname –susurró–. Me he quedado dormida y he soñado que él estaba conmigo. Hasta he sentido sus manos.
Leonid también sonrió.
–Eran mis manos, mamá. He salido al jardín para despedirme de ti. Me voy a París, a la boda de Marcel. Te dije que tenía que ir. ¿Ya no te acuerdas?
Ella suspiró.
–Sí, por supuesto que me acuerdo.
Los dos sabían que la angustia de la madre de Leonid no era consecuencia del viaje a París, sino de otra separación.
De la memoria de un hombre que le había jurado que volvería, y que solo había vuelto unas cuantas veces a lo largo de treinta años.
–Sí, sé que te tienes que ir –continuó ella–. Tu padre te está esperando. Seguro que arde en deseos de verte.
Leonid pensó que era posible que ni siquiera estuviera en París.
Muy pocos hombres habrían perdido la oportunidad de asistir a la boda de uno de sus hijos, pero Amos Falcon no era como la mayoría de los hombres.
–¿Llevas mi carta? –preguntó Varushka–. ¿Se la darás?
–Naturalmente, mamá.
–¿Y me traerás su contestación?
–Te lo prometo.
Leonid se dijo que le llevaría una contestación aunque tuviera que asaltar a Amos Falcon y retorcerle un brazo.
–Hasta es posible que vuelva contigo... –dijo ella en voz baja–. Dime que volverá contigo, Leonid. Prométemelo.
–No te puedo prometer eso, mamá. Ya sabes que es un hombre muy ocupado. Y ahora, con la boda de Marcel, tendrá poco tiempo.
–Pero, ¿lo intentarás?
–Lo intentaré.
–Dile que le echo de menos.
–Haré lo que pueda –replicó Leonid–. Y ahora, ¿no crees que deberías volver a casa? Empieza a hacer frío.
–Prefiero quedarme aquí. Este lugar me encanta.
Varushka señaló la pradera que descendía suavemente, ofreciéndoles una vista preciosa del río Don.
–Es el lugar donde nos conocimos, el lugar donde algún día nos volveremos a ver –continuó con mirada soñadora–. Estoy segura de ello. Solo tengo que ser paciente.
–Mamá...
–Adiós, mi querido hijo. Te estaré esperando.
Leonid le dio un abrazo, la besó en la mejilla y se alejó.
Mientras caminaba hacia la casa, vio que una mujer de edad avanzada estaba mirando por una de las ventanas. Era Nina, la mujer que cuidaba de su madre. Momentos después, se encontraron en la puerta.
–¿Cómo está?
Leonid suspiró.
–No muy bien. Me ha dado una carta para mi padre. Está convencida de que sigue enamorado de ella.
–No me lo puedo creer. Amos Falcon la utilizó, la abandonó y rompió todas las promesas que le había hecho.
Nina era completamente sincera con Leonid. Aunque trabajaba para él, sabía que no estaba obligada a morderse la lengua en lo tocante a Amos Falcon.
Leonid la quería mucho. Confiaba plenamente en ella. Gracias a Nina, podía dejar Moscú y viajar a París con la seguridad de que su madre estaría en buenas manos.
–Bueno, no rompió todas sus promesas –le recordó–. La apoyó económicamente...
–Y se mantuvo a distancia –puntualizó Nina–. ¿Dónde estaba Amos Falcon cuando el marido de Varushka se enteró de que no era tu padre? ¿Corrió a sus brazos, quizás? No. Se limitó a enviarle dinero.
–Nina... sufro por ella tanto como tú.
–Entonces, ¿harás algo?
–Haré lo que pueda.
–Habla con él y consigue que venga a visitarla, por favor. Sabes que le gustaría mucho. Sería muy importante para ella.
Leonid volvió a suspirar.
–Varushka vive en un mundo de fantasía. Sigue convencida de que la ama y de que algún día volverá con ella. No estoy seguro de que contribuir a esa fantasía sea lo más adecuado. Debería asumir la realidad.
–Deja que sueñe, Leonid. Al menos, sirve para que se sienta mejor.
–Sí, claro... –Leonid le apretó la mano con afecto–. ¿Qué haría yo sin ti, Nina?
–No lo sé, pero no te preocupes; no pienso irme a ninguna parte –comentó con humor–. Saldré al jardín para que tu madre no esté sola. Y márchate de una vez o perderás el avión.
Leonid se despidió y se dirigió al vado de la casa, donde le estaba esperando un coche con chófer.
Antes de subir al vehículo, se giró hacia el jardín. Su madre agitó la mano en gesto de despedida y él le lanzó un beso y la mejor de sus sonrisas, para que Varushka no sospechara que estaba dominado por la tristeza y un sentimiento de vacío.
Leonid estaba convencido de que su madre no mejoraría nunca. Hacía cualquier cosa para tenerla contenta, pero no le podía dar la felicidad que soñaba.
Cuando el coche arrancó y desapareció en la distancia, Varushka se giró hacia Nina y declaró con alegría:
–Oh, Nina, es tan maravilloso... Leonid va a París a ver a su padre. Y cuando vuelva, Amos volverá con él.
–Si puede convencerlo...
–Podrá, no lo dudes. Leonid ha dicho que lo traerá a Moscú. Me lo ha prometido.
Cuando sonó el timbre de su casa, Perdita imaginó la identidad de la persona que estaba llamando. Y no se equivocó. Se trataba de Jim, el agradable joven que estaba empeñado en ser su novio.
–Perdita, no me puedes hacer esto. No es justo.
–Calla... no hables tan alto. Entra, por favor.
Jim entró y se sentó inmediatamente en el so-fá.
–¿Cómo esperas que me sienta? Ardía en deseos de estar contigo y me has dejado plantado con un simple SMS...
–Yo no te he dejado plantado –se defendió–. Me he limitado a decirte que la semana que viene no puedo ir contigo de excursión. Ha surgido algo importante. Lo siento mucho, Jim, pero tendremos que dejarlo para otro momento.
Las suaves palabras de Perdita no aplacaron a Jim. Perdita Davis tenía demasiado talento con ese tipo de situaciones. Primero conquistaba el corazón de un hombre y después se lo quitaba de encima con una sonrisa encantadora.
Se salía con la suya porque era una mujer impresionante, de largo pelo rubio, preciosos ojos azules y una figura tan perfecta que se podía poner cualquier cosa y le quedaba bien.
Jim pensó que ese era el problema. Perdita sabía hasta dónde podía llegar.
–Me iré pronto –continuó ella–. Tengo que cubrir una noticia de las que no se pueden pasar por alto.
Jim asintió. Perdita era periodista y trabajaba por cuenta propia. Siempre estaba a la caza y captura de una exclusiva.
–¿Y adónde vas, si se puede saber?
–A París. He reservado habitación en el hotel La Couronne.
–Pero si es el más caro de la capital francesa...
–Lo sé. Solo quedaba una habitación cuando llamé por teléfono. Se empezó a llenar en cuanto se extendió el rumor.
–¿Qué rumor?
–El de la boda, claro. Marcel Falcon se va a casar dentro de unos días.
–¿Y quién diablos es Marcel Falcon?
–El propietario de La Couronne, aunque eso no es lo más relevante. Marcel es hermanastro de Travis Falcon. Seguro que has oído hablar de él.
–Cómo no. Es una estrella de la televisión.
–Últimamente ha salido mucho en los medios. Al parecer, está saliendo con una mujer que no encaja con el modelo sexy y provocador de sus relaciones anteriores. La gente está loca por saber algo más.
–Comprendo...
–Mi contacto en París me ha dicho que Travis Falcon estará en la boda y que asistirá en compañía de su pareja actual. Solo tengo que ir y hacerles unas cuantas fotografías. Bueno, a ellos y a los demás.
–¿A los demás?
Ella se encogió de hombros.
–Al resto de la familia Falcon. El padre es Amos Falcon, un hombre muy importante en los círculos financieros. También se rumorea que estará presente. Y con él, todos sus hijos.
–¿Cuántos tiene?
–Cinco, de cuatro madres distintas. Darius, que es inglés y ha seguido los pasos de su padre; Jackson, que hace documentales para televisión; Marcel, el francés de la familia; Travis, un estadounidense y, por último, Leonid, que es ruso.
–Vaya, tienen toda una colección de nacionalidades... –ironizó Jim–. Amos Falcon debe de viajar mucho.
–Viajaba –puntualizó ella–. Ahora ya tiene setenta y tantos años y vive en Mónaco con su última esposa. A simple vista, parece que se ha convertido en un hombre bastante respetable, pero las apariencias engañan. Los tigres no cambian de rayas.
–Pero el hotel estará lleno de periodistas –observó–. ¿Por qué te molestas en viajar a París? Serás una más entre una multitud. No tendrás ninguna oportunidad.
Perdita le lanzó una mirada irónica. Ella nunca había sido una más.
–No se van a casar en un lugar público. Se van a casar en La Couronne, para controlar a la gente y mantener a la prensa a distancia. Pero yo estaré en el hotel en calidad de cliente, así que no me podrán echar. Y, si juego bien mis cartas, hasta es posible que consiga una invitación para la boda.
Jim rompió a reír.
–Estás soñando despierta, Perdita. Te creo capaz de muchas cosas, pero dudo que consigas esa invitación.
–¿Quieres apostar algo?
–No, no... Si alguna persona puede conseguirlo, esa persona eres tú. Pero ándate con cuidado. Algún día, encontrarás la horma de tu zapato. Conocerás a un hombre que sepa jugar tu juego mejor que tú.
–Nadie sabe a qué juego –declaró con fingida inocencia.
–Él lo sabrá. Y lo lamentarás.
–Puede que sí y puede que no. Hasta es posible que lo encuentre divertido. Cuanto más dura es una batalla, mejor sabe el triunfo.
Jim captó la indirecta de Perdita. No lo había dicho de forma explícita, pero acababa de insinuar que él no era ni sería nunca ese hombre.
–¿A qué hora sale tu vuelo?
–Dentro de tres horas. Estaba a punto de llamar a un taxi.
–No es necesario. Te llevaré al aeropuerto.
–Muchas gracias... ¿Cómo es posible que seas tan dulce y comprensivo?
Jim pensó que era una buena pregunta. Era evidente que él le importaba muy poco a Perdita; pero, a pesar de ello, se sentía en la obligación de echarle una mano. Perdita tenía un efecto extraño en los hombres.
Momentos más tarde, llevó sus maletas al coche, se aseguró de que estuviera cómoda y tomó el camino del aeropuerto.
–Si la boda de los Falcon se ha mantenido en secreto, ¿cómo es posible que te hayas enterado? –preguntó él.
–Me lo dijo alguien que me debía un favor.
A no le extrañó en absoluto. Siempre había alguien que le debía un favor.
Cuando llegaron al aeropuerto, la acompañó a facturación de equipajes y se vio recompensado con un beso en la mejilla.
–Gracias, Jim. Ya nos veremos.
Jim se dio cuenta de que no había dicho cuándo. Y pensó que, al subir al avión, ya se habría olvidado de él.
Sin embargo, el joven se equivocó en ese aspecto. Perdita pensó en él hasta unos minutos después de que el avión despegara. Sabía que le había hecho daño y, aunque no lo había hecho a propósito, lo lamentaba.
Ya era medianoche cuando el aparato aterrizó en el aeropuerto Charles De Gaulle y Perdita pasó el control de pasaportes. Al salir a la terminal, descubrió que una mujer de mediana edad la estaba esperando. Era Hortense, una ejecutiva francesa con muchos contactos.
Se llevaban bien y habían establecido una relación que se basaba en el intercambio de favores.
Tras los saludos oportunos, se dirigieron a un coche.
–No sé cómo darte las gracias –dijo Perdita, ya de camino a París.
–No es necesario. Te debía una –replicó su amiga–. Además, ha sido un golpe de suerte. La empresa para la que trabajo va a organizar la boda.
–¿Por qué se ha hecho tan deprisa?
–Porque se rumorea que Marcel tiene miedo de perder a Cassie. Cuando ella aceptó su oferta de matrimonio, él decidió actuar con rapidez para adelantarse a la posibilidad de que cambiara de opinión.
–¿Y la familia?
–Se supone que llegan mañana. Travis, desde Los Ángeles; y Darius y Jackson, desde Inglaterra. Es posible que también aparezca Leonid. Ha reservado una habitación, pero no saben si vendrá. La gente dice que es un hombre duro como el acero. Y que cruzarse en su camino es peligroso.
–Vaya. Suena interesante.
–Es peligroso –insistió–. Ten cuidado con él.
–¿Para qué? Tener cuidado no es divertido.
Hortense la miró con exasperación.
–¿Es que todo tiene que ser divertido?
–Por supuesto. Divertirse es bueno. Y creativo. Si te estás divirtiendo, mantienes el control y siempre le pillas con el pie cambiado.
–¿Le pillas? ¿A quién te refieres?
–Al hombre.
–¿A qué hombre?
–A cualquier hombre.
–¿Y eso es importante?
Perdita sonrió.
–Claro que sí. Es muy importante.
Hortense no dijo nada. Perdita tenía un sentido del humor tan desarrollado que nunca sabía cuándo estaba de broma y cuándo hablaba en serio.
Al cabo de un rato, el coche llegó a uno de los barrios más elegantes de París y se detuvo delante de un edificio verdaderamente lujoso.
–Ya hemos llegado. Bienvenida al hotel La Couronne –dijo Hortense.
–Guau. Es fabuloso...
–Fue un palacio de unos aristócratas que perdieron su posición con la Revolución francesa. El edificio pasó de mano en mano y se fue degradando hasta que Marcel lo compró. Los hoteles elegantes son su especialidad, y La Couronne es la niña de sus ojos.
Tras pasar por recepción, Hortense la acompañó a su habitación. Era tan lujosa que Perdita asintió al verla, encantada.
–Sé que es cara, pero no tenían más habitaciones –explicó su amiga–. Además, está en el pasillo de las suites de los Falcon.
–Y eso es lo que importa.
Llamaron al servicio de habitaciones, pidieron que les subieran algo de comer y se dedicaron a disfrutar de la comida.
–No sabía si podrías venir tan pronto –dijo Hortense–. ¿Te ha costado mucho?
–Bueno, sé de alguien que no se ha alegrado mucho.
–¿Algún hombre?
–Sí.
Perdita le habló brevemente de Jim y añadió:
–De todas formas, me ha venido bien. Mañana tenía que ir a casa de mis padres. Han organizado una fiesta para celebrar el compromiso de mi prima Sally y prefería no estar presente.
–Tus padres son profesores, ¿verdad? Tengo entendido que son famosos en los círculos intelectuales.
Perdita asintió. El profesor Angus Hanson era un hombre imponente, cuya sabiduría era fuente de asombro para sus más allegados.
En cuanto al resto de la familia, ocupaban cargos importantes en el mundo de la educación. Todos, menos ella.
–A mí siempre me han tenido por la oveja negra de la familia. Creen que soy frívola, insensata e insensible.
–¿Y por qué preferías no ir a la fiesta?
–Porque el prometido de Sally es un conocido mío. Mantuvimos una relación hace tres años. Las cosas iban bien, pero surgió una noticia importante. Un mandamás se fue de la lengua y decidí investigar. Fue bueno para mí, desde un punto de vista profesional.
–Ah, sí, recuerdo haberlo oído. Te dio una gran reputación.
–Sí, pero Thomas estaba horrorizado. Pensaba que yo era terriblemente vulgar y quiso que abandonara mi carrera.
–Pero no la dejaste.
–No. Y cuando me negué...
Perdita se encogió de hombros y dejó la frase sin terminar.
–Si te hubiera querido de verdad, no te habría partido el corazón.
–¿Quién dice que me partió el corazón? Me surgieron oportunidades nuevas, así que no tenía tiempo para pensar. Además, ya me había dado cuenta de que no me quería. Estaba conmigo porque quería labrarse un futuro en el mundo académico y pensó que mi familia le sería de gran ayuda.
–De modo que ha decidido cortejar a tu prima –dijo.
–En efecto.
–Entonces, es mejor que no vayas a esa fiesta.
Perdita sonrió.
–Lo único académico que yo tengo es mi nombre. Cuando mi padre descubrió que mi madre se había quedado embarazada otra vez, dijo que eso iba a su perdición.
–¿Y te llaman Perdita por eso? –preguntó.
–Sí. Perdición les parecía demasiado fuerte, así que lo cambiaron y lo dejaron en Perdita –contestó.
–Pero no es tu nombre de verdad... Aunque firmes tus artículos como Perdita Davis, he notado que, en los cheques, pones Erica Hanson.
–Eres muy perceptiva. Erica Hanson es mi verdadero nombre, pero solo lo uso para asuntos oficiales. Digamos que Erica es la mujer que vigila las cuentas bancarias, paga los impuestos y se porta bien. En cambio, Perdita es una chica superficial que no da ninguna importancia a ese tipo de cosas.
–¿Y de dónde sacaste el apellido Davis?
–Me lo inventé. Mi familia me rogó que no usara el apellido de la familia. Tenían miedo de que hiciera algo terrible y los asociaran conmigo –respondió con humor.
–Pero eso es horrible –dijo Hortense, indignada.
Perdita se encogió de hombros.
–Pobrecillos. Tienen que pensar en su reputación.
–La reputación es irrelevante –declaró con vehemencia–. Eres una mujer con éxito, pero te tratan como si no valieras nada.
–Oh, no seas tan melodramática. No tiene tanta importancia.
Perdita lo dijo con un tono de despreocupación, para ocultar el hecho de que Hortense estaba hablando de uno de los aspectos de su familia que más le disgustaban.
El rechazo de sus padres le dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.
–Seguro que están celosos –afirmó Hortense–. Has llegado muy lejos y en muy poco tiempo. Aunque es verdad que, a veces, te arriesgas demasiado.
–Ya no me arriesgo tanto. He aprendido a ser menos imprudente. Ya no rompo tantas normas. Me he vuelto respetable.
–¿Respetable? ¿Tú?
Perdita se encogió de hombros otra vez.
–Sí, claro. Seria, respetable, recta.
–¿Se puede saber de qué estás hablando?
–¿Es que no te enteraste?
–¿De qué?
Perdita pronunció el nombre de un periodista tan famoso que lo conocían en medio mundo.
–¿Te refieres al tipo que engañó a aquella mujer? Una historia terrible, con un final trágico... –comentó Hortense.
–Desde luego.
–Tú no tuviste nada que ver, ¿verdad?
–No, nada en absoluto.
–¿Y qué relación tiene con tu cambio de actitud?
–Una relación tangencial, por así decirlo. Conocí a ese tipo hace unos años, y yo estaba tan confundida que sus métodos me parecieron casi admirables. Pero aquel suceso me hizo reflexionar. Me di cuenta de que había tomado un camino equivocado.
–¿Insinúas que la recta y sensata Erica ha tomado el control? ¿Que la intrépida Perdita ha dejado de existir?
–No, claro que no. Perdita sigue estando donde estaba, y eso implica arriesgarse. Pero ahora tiene más cuidado con las cosas que pueden hacer daño a terceras personas.
Hortense soltó una carcajada.
–Si alguna vez encuentras al hombre de tus sueños, vas a tener que tomar una decisión. Tendrás que elegir entre tus personajes –le advirtió–. No puedes ser dos mujeres a la vez.
–El hombre de mis sueños no existe. Nunca me han roto el corazón y nunca me lo van a romper. Tengo cosas más importantes en las que pensar.
–Vamos, no me digas que el amor no te interesa... –protestó Hortense–. Estás en una ciudad muy romántica.
–Pero tengo trabajo. Ya me pondré romántica cuando termine –ironizó.
–Bueno, reconozco que en eso tienes razón. Lo cual me recuerda que debería acostarme; mañana voy a tener un día muy complicado. Buenas noches, Perdita. Nos veremos a la hora de desayunar.
En cuanto se quedó a solas, Perdita se acercó a la ventana de la habitación y admiró la Torre Eiffel, que se veía en la distancia.
La ciudad era tan elegante que sonrió para sus adentros. Era un símbolo de la vida que quería llevar y de la imagen que pretendía dar.
Le había dicho a Hortense que nunca le habían partido el corazón. Y casi era cierto.
Tras su separación de Thomas, se había concentrado completamente en su trabajo. Pero luego conoció a Frank, un fotógrafo. Empezaron a trabajar juntos y se enamoró de él, aunque ahora lo negara. Desgraciadamente, Frank la traicionó. Se aprovechó de su talento para acceder a una noticia importante y vendió las fotografías a un periodista que le podía ayudar más con su carrera.
Desde entonces, Perdita trabajaba sola. Había aprendido mucho con Frank, así que ya no necesitaba fotógrafos. Y, ya puestos, tampoco necesitaba a los hombres.