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El serio Brody Hamilton, dueño de un rancho, siempre se había esforzado por mantener su corazón a salvo. Pero la vivaz Lucy, una experta en caballos, tenía algo que consiguió alegrar su alma solitaria. Brody sólo tenía que dejar su pasado atrás antes de ponerle un anillo… Lucy Farnsworth acababa de descubrir que tenía sangre real. Debería estar contenta, pero la noticia hizo que todo a su alrededor se desmoronase y lo único que deseaba era recuperar su antigua vida. En el rancho Prairie Rose Lucy encontró el lugar al que pertenecía, junto a Brody. Sólo tenía que confesarle que era una princesa…
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Seitenzahl: 198
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Donna Alward
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Enamorado de una princesa, n.º 2265 - julio 2019
Título original: The Rancher’s Runaway Princess
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-435-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
–EN DOSCIENTOS metros gire a la izquierda.
Lucy sonrió al escuchar la voz del GPS.
–Gracias, Bob –contestó bromeando mientras miraba al aparato. La libertad que aquel paisaje le inspiraba contrastaba con el ambiente claustrofóbico que la había estado rodeando recientemente.
–En cien metros, gire a la izquierda –insistió la máquina. Ella obedeció y puso el intermitente. Una pequeña señal indicaba el número de la carretera. Menos mal que había sido capaz de programar el GPS en dirección al rancho Prairie Rose, si no hubiera estado horas dando vueltas por aquellos caminos con el todoterreno que había alquilado. El paisaje era impresionante, colinas verdes apenas salpicadas por algunos árboles y vallas.
El rancho Prairie Rose estaba en mitad de la nada, tal y como el señor Hamilton le había comunicado en un correo electrónico. La sensación de soledad y de espacio que le transmitía aquel paisaje era justo lo que necesitaba después de la presión a la que había sido sometida durante los meses anteriores. En Canadá nadie tenía puestas sus expectativas en ella, al menos en principio. En Prairie Rose sería simplemente Lucy Farnsworth.
El objetivo del viaje era comprar unos caballos. Quería ver lo que le ofrecía Hamilton para hacer una selección. Era su primera responsabilidad real y estaba más que preparada para llevarla a cabo. No obstante, era consciente del que el rey Alexander estaba tratando de apaciguarla, pero daba lo mismo. Por primera vez en muchos meses Lucy sentía que tenía el control sobre algo. Nadie le estaba recordando ni quién era ni cómo tenía que comportarse.
Además, nadie en el rancho tenía que saber quién era en realidad. Lo último que necesitaba era que la gente la mirara como si llevara una corona invisible sobre la cabeza.
No, era la oportunidad perfecta para escapar durante unos días de los curiosos y de encargarse de lo que de verdad sabía hacer. Su vida había dejado de tener sentido, pero al menos aquel viaje, aunque fuera muy corto, supondría un respiro. Era una oportunidad para olvidarse de la tristeza. Se había visto catapultada de una situación complicada a otra mayor sin tiempo apenas para tomar aire. Cuando Alexander le había sugerido aquel viaje, Lucy se había sentido un poco aliviada.
A su izquierda divisó varias construcciones, atravesó la verja abierta y avanzó por un camino de tierra. Un arco de madera y hierro forjado presidía la entrada. Lucy supo que estaba en el lugar correcto cuando vio una inconfundible rosa salvaje esculpida en hierro en el centro del arco. Bob le anunció que había llegado a su destino.
Observó el rancho atentamente mientras conducía despacio. Todo estaba muy limpio y bien cuidado. Había un establo grande, un corral y dos casas de campo detrás. Las vallas estaban recién pintadas y todo parecía estar en su sitio. Perfecto.
La tierra era muy distinta a la de Marazur, la isla en la que vivía Lucy. El cielo era azul celeste e inmenso, diferente al azul intenso de los cielos del Mediterráneo.
Los caballos estaban pastando en las colinas y la hierba estaba verde, como en la finca de Virginia donde Lucy había crecido. Era un paisaje reconfortante e inquietante a la vez.
Aparcó junto a una camioneta blanca que tenía el emblema del rancho pintado. Salió del coche. Pensó que lo más correcto sería entrar en la casa y presentarse. ¿Pero después qué? El viento del oeste agitó su cabellera rizada y Lucy se apartó el pelo de la cara. Pudo oír voces que provenían del establo, que estaba abierto de par en par. Aquellas personas podrían indicarle dónde dirigirse.
Lucy oyó la voz aterciopelada de un hombre aunque no lo estaba viendo. Durante un instante se detuvo, cerró los ojos y percibió el olor de la paja y el heno, un olor que le recordaba a su hogar. Quizás hubiera sido eso lo que la había mantenido con vida aquella temporada negra y llena de incertidumbres. El lugar donde se sentía en casa donde fuera que estuviera: un establo con caballos.
Era consciente y a veces le daba rabia. Rabia porque los caballos eran lo único que le había quedado de su antigua vida. La voz masculina preguntó algo y una voz femenina lo contestó. Lucy no pudo entender la conversación. Se detuvo y de nuevo se preguntó si no debía pasar por la casa primero. No quería comportarse como una intrusa. En un impulso entró al establo y se encontró con el hombre antes de que pudiera darse media vuelta.
Él… el hombre, se quedó de pie, serio, enfundado en unas botas. Estaba acariciando una yegua. Lucy se quedó sorprendida ante su altura, tenía unas piernas muy largas cubiertas por unos pantalones vaqueros desgastados y llevaba una camiseta de algodón que marcaba los músculos de sus anchos hombros. Lucy se ruborizó.
–¿Puedo ayudarla?
Lucy tragó saliva y le tendió la mano.
–Lucy Farnsworth –dijo mientras suplicaba que aquel tipo tan atractivo no fuera Brody Hamilton. No podía ser que se hubiera prendado del hombre con el que tenía que hacer negocios. Había sido amor a primera vista.
Él se quitó el sombrero. Tenía el pelo negro, los ojos aún más negros y con un brillo especial. El corazón de Lucy se aceleró ante aquel gesto, aunque probablemente allí fuera lo más natural del mundo. Él sonrió, se acercó a ella y le dio la mano con energía.
–Lo siento, señorita Farnsworth. Soy Brody Hamilton. No ha tardado mucho.
Así que era Hamilton. Las súplicas de Lucy no habían servido de nada. Al sentir el contacto de su mano notó un escalofrío.
Prairie Rose eran unas cuadras con muy buena reputación y Lucy había esperado que el dueño fuera un hombre mayor. Y menos guapo, como la mayoría de rancheros entre los cuales había crecido. No se había imaginado que se iba a encontrar con un hombre alto y sexy de unos treinta o treinta y cinco años. Lucy mantuvo la sonrisa en los labios, a pesar de que sus piernas estaban a punto de fallarla. Estaba actuando como una colegiala. Por el amor de Dios, había ido allí a hacer negocios.
–El vuelo ha llegado con un poco de adelanto –contestó retirando la mano, a pesar de que le había encantado sentir la calidez de la mano enorme de Brody. No entendía cómo un simple apretón de manos podía alterarla de aquella manera.
«Es una reacción física», pensó. Él era un hombre guapo, eso era un hecho innegable. A ella siempre le habían gustado los tipos grandes, toscos y capaces. Brody, sin lugar a dudas, pertenecía a esa especie. Cualquier mujer hubiera reaccionado de la misma manera.
–Ella es la veterinaria, Martha –añadió Brody señalando a una mujer de unos cuarenta y cinco años que estaba examinando a la yegua.
–Es de Marazur, ¿no? –dijo Martha tendiéndole la mano–. La familia Navarro es conocida por sus estupendos establos. Es un placer.
Lucy se sintió orgullosa sin motivo. Llevaba en Marazur sólo dos meses, así que no podía apuntarse el mérito de las cuadras de Su Majestad. No era de allí, no tenía ningún arraigo. Alexander simplemente la había dejado rondar por los establos. Y aquel viaje era un capricho que le había concedido para mantener las apariencias. No había sabido qué hacer con ella y le había resultado sencillo enviarla de viaje.
No obstante, Lucy ya estaba en el rancho y estaba dispuesta a sorprender a todos haciendo que su viaje fuera todo un éxito. Hamilton no conocía su verdadera identidad ni la iba a conocer.
–Brody me había anunciado su visita –añadió Martha.
–No hacemos tratos con una familia real todos los días –admitió Brody con una mueca burlona. A Lucy le dio un vuelco el corazón.
Brody Hamilton era un engatusador. Al darse cuenta, se sintió de repente más aliviada. Sabía cómo manejarse con ese tipo de hombres. Su encanto no llegaba muy lejos y las miradas atrevidas no hacían mella en Lucy. No era como su madre y estaba segura de que no se iba a enamorar de un hombre sólo porque le guiñara un ojo y la sonriera. La sonrisa de Brody se iba a borrar muy pronto de su rostro, tan pronto como se diera cuenta de que Lucy sabía hacer su trabajo.
–Sí, bueno. En lo que yo estoy realmente interesada es en los caballos –dijo ella acariciando una mancha que la yegua tenía junto al hocico. Cerró los ojos un instante disfrutando del animal–. ¿Cómo estás, preciosa? ¿Humm?
–Es un moratón, nada más. Tuvo una caída ayer durante uno de nuestros paseos.
–¿Uno de sus paseos?
–Sí, siempre los hemos ofertado. Consisten en un par de horas con los que la mayoría de la gente sacia sus ganas de montar a caballo y los caballos más viejos se mantienen en forma. Además son divertidos. Martha me ha asegurado que, con que esta chica pase un par de días en el establo, estará completamente recuperada –comentó Brody con su sonrisa encantadora. Lucy apartó la mirada de él y examinó rápidamente a la yegua.
–Y esta chica guapa qué tiene, ¿dieciséis? ¿Diecisiete años? –preguntó. La sonrisa de Brody se apagó levemente.
–Dieciséis.
Lucy observó el cuello de la yegua, la forma de las orejas, los ojos. No había duda. Hubiera reconocido aquella cabeza en cualquier parte. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Qué sorpresa más agradable.
–Entonces deduzco que es… una de las Pretty Colleen –afirmó triunfante. Quería dejarle bien claro que no tenía nada que hacer con ella a pesar de su sonrisa encantadora. Lucy conocía el negocio y quería que Brody fuera consciente de ello. No era una mera emisaria que hubiera ido a cerrar un trato.
La sonrisa de Brody desapareció por completo. Se quedó mirando fijamente a la señorita Farnsworth tratando de leer su pensamiento. ¿Cómo podía haberlo adivinado? Había comprado a Pretty Piece en una granja en Tennessee cuando la yegua había tenido ocho años… Había sido una de las primeras compras que había hecho. Y aquel renacuajo de rizos pelirrojos debía de haber sido una niña cuando la yegua se había quedado preñada. Y además era de Marazur. El Mediterráneo estaba muy lejos de las carreteras de Alberta. Sin embargo el acento de Lucy no era extraño. No debía de haber crecido en Marazur, estaba tan seguro de ello como de que Pretty Piece era hija de Pretty Colleen. Un hecho que ella no podía haber averiguado antes de haber ido al rancho sin acceso a los archivos.
¿Quién era Lucy Farnsworth? Brody frunció el ceño. No era sólo lo que aparentaba.
–¿Cómo lo ha averiguado?
–Por su cabeza. Es igual que la de su madre.
Brody movió la cabeza y Martha se echó a reír.
–Felicidades, señorita Farnsworth. Creo que le ha dejado sin habla. Y eso tiene bastante mérito ya que siempre le gusta opinar y tener la última palabra –bromeó la veterinaria, que lo conocía desde que había sido pequeño. Lo había llegado a cuidar y hasta le había cambiado los pañales.
–¡Martha! –exclamó Brody con el ceño fruncido. La veterinaria recogió su maletín.
–Relájate, Junior. La chica conoce su trabajo, eso es todo. Volveré en unos días para examinar a la yegua –dijo antes de desaparecer. Brody y Lucy se quedaron a solas, ambos acariciando a la yegua.
–Tengo que admitir, señorita Farnsworth, que me ha sorprendido –reconoció Brody poniéndose el sombrero.
–Suele pasar.
–Quizás en algún momento me pueda explicar los motivos –respondió él con algo de sarcasmo. Aquella mujer había despertado su curiosidad, simple y llanamente.
Era evidente que llevaba en el mundillo mucho tiempo. A pesar de su juventud, parecía saber mucho. Y su acento era de algún estado cercano. Del sudeste probablemente.
–¿De dónde es usted? –preguntó intrigado. Por un instante sus miradas se encontraron y Brody tuvo la sensación de que ella se estaba pensando la respuesta. Era una pregunta muy sencilla. Sonrió para darle confianza, sin embargo, la mirada de ella se volvió fría y sus labios se tensaron.
–Debe de tener mucho trabajo, no quiero entretenerlo –repuso ella fríamente.
–Siempre hay trabajo, supongo que ya sabe cómo es este mundo –dijo Brody. Ella siguió sin contestar. Ya habría tiempo, la visita iba a durar varios días.
–Yo sólo… –comenzó a explicar Lucy, pero enseguida se calló.
–Ha tenido un viaje muy largo. Seguramente quiera descansar. La acompañaré a casa.
–Pensaba que tenía que trabajar.
Brody giró levemente la cabeza. No acababa de comprender a Lucy Farnsworth. Era más joven de lo que se había imaginado, sobre todo para formar parte de unas cuadras tan reconocidas. Era obvio que la habían enviado porque estaba capacitada para el trabajo.
–Tengo que trabajar, pero eso no quiere decir que antes no pueda acompañarla a instalarse en la casa.
Lucy retiró la mirada y la fijó en la yegua.
–Supongo que estaré alojada en la casa de invitados.
–No tenemos casa de invitados, no hay necesidad. Hay espacio de sobra –contestó Brody, y sin poder evitarlo se imaginó un encuentro en el pasillo al amanecer, sus rizos desordenados y su rostro todavía sonrojado por el calor de la cama…
¿De dónde demonios había surgido aquella fantasía?
–No quiero abusar de su hospitalidad, señor Hamilton. Puedo quedarme en el hotel del pueblo que he pasado al venir. Se llamaba… ¿Larch algo?
–Larch Valley, y se tarda más de veinte minutos en llegar.
Quizás no hubiera sido mala idea, pero el acuerdo al que habían llegado era que la estancia corría de su parte. Brody no quería que nadie pudiera decir que no había sido un anfitrión generoso. Aquél era un negocio importante. Y era fundamental que mostrara todo lo que el rancho tenía que ofrecer.
–Eso es un recorrido relativamente corto –replicó ella.
–Si va a estar más cómoda allí, lo comprendo. Siento que estos asuntos no quedaran claros desde el principio. Pero ¿por qué conducir veinte minutos si no hay ninguna necesidad?
–No lo sé…
Brody se dio cuenta de que albergaba dudas e insistió.
–Al menos quédese para cenar. Si la señora Polcyk no la convence con su pollo asado…
En cualquier caso el hotel del pueblo tampoco estaba mal, era limpio. No sabía por qué estaba insistiendo tanto. Quizás porque le había dado su palabra al rey Alexander de que su representante recibiría todas las atenciones. Que la persona que enviara sería tratada como invitada de honor. Y es que Brody no se había imaginado que esa persona iba a ser una jovencita deslenguada.
A Brody no se le daban bien las chicas. Al menos fuera de la pista de baile un sábado por la noche. Y sobre todo si era una que no caía rendida a la primera ante su irresistible sonrisa.
–No quiero ser un estorbo.
–Aquí los días comienzan muy temprano y terminan tarde. Lo más conveniente es que se quede en el rancho, pero por supuesto haga aquello con lo que se sienta más cómoda. Es usted nuestra invitada, señorita Farnsworth. Lo dejo a su elección –concluyó, y se contuvo para no alzar la ceja en un gesto seductor.
Cuando Lucy Farnsworth había entrado en el establo se había puesto nerviosa y se había mordido el labio inferior. Se había mostrado pequeña y vulnerable, como un pez fuera del agua. A Brody le había parecido una chica preciosa y le habían entrado ganas de hacer que se ruborizara. Sin embargo se había contenido al recordar quién era. Una representante enviada para revisar su ganado. Una mujer que sabía más de caballos que la mayoría de hombres que él conocía. Eso era lo que el rey Alexander le había asegurado. Y Brody no podía discutirlo… se necesitaba un ojo muy entrenado para reconocer una cría de una yegua. Por alguna razón Lucy Farnsworth estaba dispuesta a renunciar a la comodidad a cambio de soledad. ¿Por qué?
Lucy se separó de la yegua. Hamilton tenía razón. Ella sabía de antemano que el acuerdo incluía la estancia en el rancho. No tenía sentido estar conduciendo sin motivo. La única razón por la que no quería quedarse allí, la única, era que se sentía extraña cerca de Brody. Y eso era una tontería.
Estaba allí representando a la familia real de Marazur y era lo suficientemente astuta como para saber que, si se quedaba en el hotel, estaría desairando a su anfitrión. Necesitaba que aquellos días Brody estuviera de buen humor para hacer negocios con él.
–Por supuesto, tiene razón, lo mejor será que me quede en la casa. No quería ser una molestia para usted.
–No lo será, se lo aseguro. La casa fue construida para una gran familia y sólo vivimos dos personas.
–¿Dos? –preguntó sorprendida. Quizás tuviera una esposa. Lucy se sintió aún más extrañada.
–Yo y la señora Polcyk. Es el ama de llaves y la cocinera. Siempre está deseando que venga alguien más a quien atender. Está cansada de mí, que soy un viejo gruñón.
Lucy lo miró. Aquellos ojos negros y cálidos. El señor Hamilton no parecía ni viejo ni gruñón. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Lucy. Hacía tanto que no tenía aquella sensación que le costó reconocerla.
Brody Hamilton era un hombre muy sensual, desde su deliciosa mirada hasta sus largas piernas. Tenía una forma de estar que combinaba energía con soltura. No había forma de negar lo evidente, lo único que Lucy podía hacer era tratar de controlar sus reacciones.
Inspiró profundamente y puso una sonrisa cortés y a la vez distante. Una sonrisa que asociaba a la realeza… aquel gesto había sido lo único que había logrado hacer bien en su nueva vida. Recordó lo grande que era la casa y asintió. Seguramente ni se cruzaría con Brody.
–Se lo agradezco.
–Permítame que termine con Pretty y la acompañaré. Puede echar un vistazo si quiere.
–De acuerdo.
Brody condujo a la yegua hasta su establo y Lucy los observó. Sólo se escuchaba el sonido de las botas contra el suelo. Los vaqueros desgastados se ajustaban perfectamente a sus piernas y la camiseta oscura resaltaba la anchura de sus hombros. La sombra del sombrero de vaquero le tapaba el cuello.
Lucy se esforzó por no perder la compostura. Su vida ya se había complicado lo suficiente aquella época. No podía ser tan estúpida como para que Brody Hamilton se convirtiera en una preocupación más.
LUCY se sentó en un banco de madera con una taza de café entre las manos. Mientras se la tomaba llegó a dos importantes conclusiones.
La primera: Brody Hamilton dirigía un buen barco. Todo estaba perfectamente cuidado por lo que había visto. Aquello era un punto positivo. Se podía saber mucho de los caballos de un ranchero solamente con ver el estado de su rancho. Prairie Rose estaba limpio, cuidado y bien organizado.
La segunda: la señora Polcyk era la que llevaba la casa. Punto y aparte.
Lucy sonrió al recordar cómo el ama de llaves había puesto a Brody en su sitio. Cuando él había procedido a presentarlas, la señora Polcyk enseguida le había mandado subir el equipaje de Lucy al dormitorio y él la había obedecido sin rechistar
Ella se había quedado en la cocina y estaba observando cómo la cocinera estaba sacando unos pasteles del horno. La sala olía a café, canela y frutas.
–El equipaje está en su habitación –anunció Brody por detrás. Lucy tragó saliva y contuvo unas lágrimas. No se había esperado que viajar allí le iba a causar tanto dolor. No se había imaginado que le iba a recordar tanto a un lugar al que ya no pertenecía. Sin embargo, Brody estaba en su ambiente y Lucy se preguntó si sería consciente de lo afortunado que era.
Recuperó su falsa sonrisa y se dio la vuelta para mirarlo.
–Gracias.
–Un placer –contestó acercándose. Miró a la cocinera–. Si me dice que es pastel de cereza, la querré toda la vida, señora P.
La cocinera no lo contestó, pero le sirvió una taza de café.
Lucy sintió que Brody la estaba mirando, sin embargo no quiso alzar la mirada para que no se diera cuenta de que estaba a punto de llorar. Lo último que necesitaba era que apreciara su vulnerabilidad. Abrió los ojos lo más que pudo esperando que la humedad se evaporara. Se había imaginado que aquel viaje le iba a servir para escapar. Sin embargo, el dolor que había acumulado durante los meses anteriores estaba aflorando y se sentía desnuda y sin aliento.
Durante unos minutos bebieron café en silencio. Parecía que él estaba deseando que Lucy comenzara a hablar, pero no se le ocurría nada que decir. Su vida privada estaba completamente fuera de lugar. Quizás simplemente estuviera cansada por el desfase horario porque en realidad sabía que tenía que preguntarle sobre el rancho, sobre los caballos… había cientos de preguntas. ¿Por qué estaba solo allí? ¿Dirigía él solo el negocio? ¿Qué parentesco tenía con la señora Polcyk? Pero si le hacía ese tipo de preguntas personales, se arriesgaba a que él le respondiera con otras similares que no podría contestar.
Así que Lucy se quedó mirando al café, luchando por contener los recuerdos. Estaba agotada de que nada tuviera sentido. El resentimiento era un sentimiento cada vez más fuerte en su interior y no ayudaba. Sin embargo él parecía estar tan cómodo…
–¿Señorita Farnsworth? –dijo él. Lucy alzó la vista y se encontró con una mirada seria–. Tenemos mucho tiempo para hablar de negocios. Si está cansada, no tiene por qué mantener las apariencias. Supongo que debe de estar agotada por el desfase horario.
Brody le estaba ofreciendo una excusa, estaba siendo amable con su huésped. Era una buena oportunidad para poner más distancia entre ellos. Debía aceptarla. Sin embargo, la perspectiva de verse sola en una habitación desconocida no resultaba tentadora. Ya había pasado suficiente tiempo sola aquella temporada.