Encontrar una familia - Judy Christenberry - E-Book
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Encontrar una familia E-Book

Judy Christenberry

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Beschreibung

Sólo tenía que convencer a la bella y precavida viuda de que merecía la pena arriesgarse para tratar de ser felices... El guapísimo ranchero Hank Brownlee sólo quería dos cosas de su nueva empleada: que hiciera compañía a su padre en el momento de dolor que estaba atravesando y que cocinara comida casera. Pero se encontró con algo totalmente diferente... La mujer a la que había contratado resultó ser una madre soltera rubia y llena de energía. Era cierto que Maggie Woodward sabía cocinar, pero era una viuda joven y bella que en poco tiempo, y con la ayuda de su encantador hijo, conquistó el corazón de Hank...

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Seitenzahl: 170

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 Judy Russell Christenberry. Todos los derechos reservados.

ENCONTRAR UNA FAMILIA, N.º 1981 - Diciembre 2012

Título original: Finding a Family

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1269-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Hank? ¿Sueñas con alguna chica? –Larry tuvo que repetir la pregunta antes de que su jefe se diera cuenta de que le había hecho una.

–¿Qué has dicho, Larry?

–Te he preguntado si sueñas con alguna chica. Hoy no le estás prestando atención a las vacas –esperaba una respuesta graciosa. El jefe y él bromeaban constantemente.

Sin embargo, recibió una contestación seria.

–Me preocupa mi padre.

–¿Qué le pasa al jefe? ¿Está enfermo? –cruzó los brazos y frunció el ceño.

Hank Brownlee se encogió de hombros. La vida había cambiado desde la muerte de su madre el año anterior.

–Creo... creo que está deprimido.

–Diablos, Hank, su mujer ha muerto. Claro que está triste.

–Pero eso fue hace más de un año. Yo también estoy triste cuando pienso en mi madre, pero es hora de seguir adelante –aunque su padre no lo había hecho. Le había entregado la dirección del rancho y no parecía importarle lo que Hank hiciera con él. Jamás preguntaba por nada. Simplemente, permanecía sentado con la vista clavada en la ventana. Ni siquiera comería si Hank no preparara comida por la noche.

–Será mejor que hagas algo, o también él morirá.

Hank le dedicó a su amigo una mirada disgustada.

–Lo sé, Larry. Pero, ¿qué? Ése es el problema. He intentado despertar su interés en algo, pero se queda ahí sentado. No cede.

–Creo que necesita una mujer –afirmó Larry.

Hank estuvo a punto de darle un puñetazo a su amigo de toda la vida.

–Estás loco. Papá no está interesado en otra mujer.

–Podría estarlo si hubiera una por aquí. Es una pena que él no viva en la ciudad. Tengo entendido que hay un montón de viudas que buscan caballeros agradables y maduros. Probablemente, conseguiría una preciosa en un abrir y cerrar de ojos. Una que ya supiera cocinar y limpiar, porque ya haya estado casada.

Hank suspiró y asintió.

–A mí tampoco me importaría tener una así por aquí –al ver la cara de Larry, supo que su amigo lo había malinterpretado–. ¡Aguarda un momento! No busco una esposa. Pero no me disgustaría que otra persona se encargara de la cocina.

–Puedes matar dos pájaros de un tiro. Contrata a una viuda bonita que despierte el interés de tu padre y que se ocupe de la cocina, e incluso de la limpieza.

Hank se mordió el labio inferior, analizando la sugerencia desde todos los ángulos. ¿Qué podía salir mal? Aunque la mujer irritara a su padre, al menos quizá hiciera que reaccionara. Eso sería mejor que nada. Y encima comería mejor.

–¿Sabes, Larry? Creo que has tenido una buena idea. ¡Voy a salir a la búsqueda de la viuda!

Aquella noche, después de una cena deslucida por haber quemado el pudín de carne, Hank le dio las buenas noches a su padre. Lo observó avanzar despacio pasillo abajo en dirección al dormitorio principal.

Tenía serias dudas acerca de la decisión tomada, pero el comportamiento de su padre esa noche había reforzado su determinación de seguir adelante con el plan. No había tiempo que perder. Sacó papel y un lápiz y se sentó a la mesa de la cocina. ¿Qué debería poner en el anuncio?

A medianoche, después de borrar mucho texto, había redactado un anuncio sencillo:

Se necesita viuda agradable para llevar la casa de un hombre. Se requiere cocinar y limpiar. Interna, los domingos libres. Envíen currículum y foto al Rancho Brownlee, Apartado de correos 512, Ashland, Colorado 80546.

Lo leyó varias veces. Al día siguiente le pediría a Larry que lo leyera. Pero no le mencionaría el plan a su padre. Sabía que éste rechazaría la idea, pero tenía que hacer algo. Se negaba a perder también a su padre.

Varias semanas más tarde, abrió el correo del día con un suspiro y poca expectación. Ninguna de las mujeres que se habían puesto en contacto con él hasta el momento le había parecido apropiada. Varias ni siquiera daban la impresión de haber movido jamás un dedo por alguien, menos haber llevado una casa. Hank necesitaba ayuda; bajo ningún concepto quería tener que ocuparse de otra persona aparte de su padre.

Comprobó el matasellos de la única carta que había recibido ese día. Denver. Otra mujer de ciudad en busca de un retiro cómodo.

Al abrir el sobre, cayó una foto. La recogió. En la impresión había tres personas: una mujer de unos cincuenta años, otra hermosa y joven de poco más de veinte y un crío.

Le gustó el aspecto de la mujer. Maggie. Bonito nombre. Ojeó la carta. Estaba bien escrita y era breve, y le decía que le gustaba cocinar y limpiar. ¡Era perfecta! Casi demasiado buena para ser de verdad. Decidió contratarla. Y como bonificación, incluso le permitiría que su hija y su nieto la visitaran en el rancho.

¿Por qué no? Podía permitirse el lujo de ser generoso, en especial si tener a la mujer mayor por allí avivaba el interés de su padre. Sí, llegó a la conclusión de que esa viuda era lo que su padre necesitaba. Sería perfecta.

Y el momento no podía ser mejor. Hank le había prometido a un amigo que lo ayudaría a agrupar el ganado, lo que lo alejaría del rancho un par de días. Por temor a dejar a su padre solo, había creído que tendría que renegar de su promesa. Pero en ese momento dispondría de alguien que lo cuidara en su ausencia.

Con celeridad, escribió una carta de aceptación. Tenía el estado de ánimo por las nubes. Iban a cuidar de su padre y quizá éste recobrara un poco de chispa vital. Además, contratar a la viuda lo alejaría a él de la cocina. Tenía que reconocer que era un cocinero espantoso. De hecho, no había dejado de perder peso desde la muerte de su madre. Y a su padre no se lo podía ver más frágil.

No se lo contó a su padre hasta la noche anterior a su marcha. Cuando el hombre mayor se levantó despacio para ir al pasillo, lo detuvo.

–Papá, tengo una sorpresa para ti.

–No quiero ninguna sorpresa –musitó sin dejar de moverse.

–He contratado a alguien para que cocine y limpie. Debería llegar mañana, pero yo no estaré para mostrarle la casa. He de ir al rancho de Ron Harper. Cinco de sus vaqueros tienen la gripe y le prometí echarle una mano –su padre simplemente bufó con desdén y continuó por el pasillo–. Papá, espero que dejes que esa mujer agradable cuide de ti. Papá... volveré en una semana.

Más tarde, le dio instrucciones específicas a Larry, que iba a quedarse en el rancho.

–Aquí tienes la paga de su primera semana –le entregó un sobre blanco–. Dáselo al final de la semana.

–¿Cómo se llama?

–Maggie. Un buen nombre, sólido.

–Sí. ¿Qué ha dicho tu padre?

–Nada. No pareció que le importara. Espero estar haciendo lo correcto.

Larry le dio una palmada en el hombro.

–No me cabe ninguna duda. ¿Cuándo va a venir?

–Mañana, pero yo me habré marchado antes de que llegue. Le he dejado una nota. Vigila a mi padre por mí.

–Lo haré.

Maggie Woodward se detuvo delante de un rancho agradable que exhibía un bonito y antiguo porche amplio. Tim podría jugar ahí sin importar el clima. Apagó el motor y miró al niño, que aún dormía en el asiento de atrás.

Suspiró aliviada. Había aceptado ese trabajo por el bien de Tim. Quería que tuviera una infancia en el campo, como había tenido ella.

Maggie había echado de menos la vida en un rancho, pero se había trasladado a la ciudad gustosa cuando su marido había aceptado un trabajo en Denver. Ella se había quedado en casa con Timmy, pero después de la muerte de Derek, había conseguido un puesto de secretaria para mantener a su hijo y a sí misma y se había ido a vivir con su tía.

Al mirar el entorno, se preguntó si su nuevo jefe le permitiría invitar a Kate a visitarla. Ya echaba de menos a la mujer mayor y Timmy había llorado esa mañana al despedirse de ella. Igual que Maggie.

Con un suspiro, abrió la puerta del coche y bajó para llevar a su hijo dentro. Era finales de julio, el tiempo más caluroso en Colorado. Tomó a su hijo en brazos.

–¿Mami? –susurró el pequeño al sentir que lo movían.

–No pasa nada, cariño. Sigue durmiendo –subió los peldaños hacia la puerta de atrás, con la esperanza de que a nadie le importara que entrara en la casa de esa manera.

Oyó a alguien detrás de ella y giró a tiempo de ver a un hombre joven yendo con celeridad hacia ella desde el granero. Permaneció bajo el sol de la tarde, observándolo.

–¿Cómo está, señora? ¿Es usted Maggie?

Sonrió aliviada.

–Sí, lo soy, señor Brownlee.

–No, señora. Yo no soy el dueño. Él no está. Me pidió que hiciera que se sintiera como... en casa. ¿Quién es? –señaló al niño que tenía en brazos.

–Mi hijo. ¿Puedo llevarlo donde esté fresco? Empieza a pesarme.

–Yo lo llevaré –ella negó con la cabeza, de modo que la rodeó y le abrió la puerta–. ¿Le mencionó a Hank que iba a traerlo?

Ella se detuvo con brusquedad en la cocina y giró en redondo.

–Sí, se lo dije. ¿Hay algún problema?

–Supongo que no –musitó Larry–. Eh... su dormitorio está por aquí –la condujo a una habitación que había detrás de la cocina. Después de examinar el cuarto, dijo–: Creo que Hank no tuvo tiempo de arreglarla mucho –murmuró.

–No pasa nada –contestó Maggie. El recibimiento no había sido lo que había esperado, pero podría sobrellevarlo.

Larry apartó un sucio cubrecama y descubrió que no había sábanas en el colchón.

–¿Puede encontrar una sábana o una colcha donde pueda depositar a Timmy? –preguntó Maggie en voz baja.

–Mmmm... sí, claro –no tenía ni idea de dónde se guardaban esas cosas. Encontró al señor Brownlee sentado en su lugar habitual en el salón–. Señor, ¿dónde están las sábanas?

Al principio no hubo cambio de expresión. Era como si Carl Brownlee no lo hubiera oído. Luego frunció el ceño.

–En el armario del vestíbulo.

Larry fue hacia allí y encontró una sábana doblada. La sacó y se dirigió al dormitorio.

Carl salió del salón.

–No necesitas quedarte conmigo, Larry.

Larry se volvió y retrocedió hacia la habitación.

–No, señor. Es para el ama de llaves –entró en el cuarto y depositó la sábana doblada sobre la cama.

Maggie, cuyos brazos empezaban a dolerle por el peso de su hijo, suspiró aliviada.

–Gracias. Si pudiera desplegarla un poco...

Larry obedeció y ella posó a su hijo con suavidad y lo tapó con parte de la sábana.

–¿Quién es?

Dio media vuelta y vio a un hombre mayor frágil apoyado en el marco de la puerta.

–Es mi hijo, Timmy. Intentaré que no lo moleste.

–Me gustan los niños.

Maggie sonrió, inconsciente del efecto que tenía esa sonrisa.

–Me alegro mucho de oír eso.

Carl asintió despacio.

–¿Quiere que la ayude a meter sus cosas? –se ofreció Larry.

–Eso sería estupendo, si dispone de tiempo, pero puedo arreglármelas si está ocupado.

–Nada que no pueda esperar.

–Yo vigilaré al niño –dijo Carl, sin apartar en ningún momento la vista del pequeño.

Cuando llegó al coche junto a Larry, le preguntó:

–¿Se encuentra bien?

–Creo que Hank se lo contó en la carta. Su padre ha estado triste... quiero decir, deprimido, desde que falleció su esposa.

–¿Cuándo murió?

–En mayo hizo un año.

–¿Y parte de mi trabajo es cuidar de él?

–Hank pensó... quiero decir, a él no se le da bien la cocina. Y pensó que usted podría hacer que Carl se sintiera mejor.

Maggie esbozó otra vez esa hermosa sonrisa.

–Entiendo, y haré lo que pueda.

Cuando Larry dejó la casa, después de una cena bien preparada en una cocina que ya tenía mejor aspecto, estaba convencido de que Hank había hecho lo correcto. No sabía por qué había cambiado de parecer acerca de contratar a una viuda para su padre, pero esa mujer era una belleza y también amable. ¡Y cómo cocinaba...!

Le había preguntado a Carl qué le gustaba comer. La respuesta de éste había sido la habitual, a saber: «Nada». Pero Maggie le había contado lo que le gustaba a Timmy. El pequeño quería galletitas de chocolate, tarta, hamburguesas, todas las cosas que le gustan a los niños. Para sorpresa de Larry, Carl había estado de acuerdo con él.

Las cosas iban bien.

La cama de la habitación que había detrás de la cocina era individual con un colchón viejo. Aunque Maggie echaba de menos la cama de matrimonio que tenía en la casa de Kate, aquella camita encajaba a la perfección con Timmy. Éste se había quedado dormido nada más acostarlo.

Regresó a la cocina y encontró a Carl aún sentado a la mesa.

–Lamento que esta noche no tuviéramos nada de postre, Carl. ¿Sabe?, necesita recuperar peso. ¿Le gustaría una taza de café descafeinado mientras preparo una tarta de chocolate para mañana?

Eso le pareció una idea extraña, pero al final asintió.

Maggie sirvió dos tazas. Luego, después de comprobar el contenido de los armarios, extrajo lo que necesitaba.

–Tiene un buen equipo aquí. Me va a facilitar mucho la vida.

Pensó que no iba a responder, pero al final dijo:

–Mi esposa era una buena cocinera.

–Apuesto que sí. Hábleme de ella –no lo presionó. Mientras se dedicaba a preparar la tarta, esperó que respondiera.

Al final, él comenzó a hablar, despacio, como si tuviera la voz oxidada. Pero aumentó en volumen y velocidad, como si Maggie hubiera provocado una avalancha. Cuando la tarta estuvo horneada y recubierta, él finalmente había guardado silencio. Alzó la vista y vio que por sus mejillas caían lágrimas.

Sacó dos platos y cortó dos porciones de tarta, una grande para él y una más pequeña para ella. Le entregó un plato a Carl.

–Tenemos que probarla para ver si es lo bastante buena para Timmy.

Despacio, él alzó el tenedor y la probó.

Lo observó con atención. No había tenido tiempo para leer la nota que le había dejado el hijo del hombre. Esperaba no haber cometido ninguna equivocación.

Después de que él comiera varios bocados, Maggie dijo:

–Al principio, cuesta hablar de alguien que se ha ido. Mi marido murió hace dos años, justo antes de que Timmy cumpliera los dos años. Pero descubrí que cuanto más hablaba de él, todo se volvía más fácil.

–Sí –convino Carl, sin levantar la vista.

–Espero que me cuente algunos de los platos que preparaba su mujer. Podría intentar hacerlos yo, aunque lo más probable es que no sea tan buena cocinera como fue ella.

–La tarta está buena.

–Me alegro. Me gustó mucho ver el gran porche trasero cuando llegué. Creo que a Timmy le va a encantar jugar allí, y al mismo tiempo, yo podré vigilarlo mientras me encargo de mis tareas.

–Yo podría... podría sentarme en la hamaca a veces, para hacerle compañía.

–¡Oh, eso sería maravilloso! Timmy no ha estado mucho en compañía de hombres. Será estupendo para él tener un amigo.

Después de terminar la tarta, comenzó a recoger los platos sucios con calma y eficiencia, manteniendo un ojo sobre Carl sin que él lo notara.

–¿Qué le gusta para desayunar, Carl? ¿Beicon y huevos?

–Huevos y salchichas –repuso, como si los comiera todas las mañanas.

–De acuerdo. ¿A las seis y media?

–Eso para Hank está bien, pero yo... yo no me levanto tan temprano.

–Tampoco Timmy. ¿Qué le parece si desayunamos a eso de las ocho, hasta que vuelva Hank?

–Sí, estaría muy bien. Me gusta mucho la tarta.

–¿Quiere otra porción?

–Será mejor que no. Mañana tomaré más.

–Claro.

Se puso de pie con piernas trémulas.

Maggie rodeó la mesa y enlazó el brazo con el suyo.

–¿Quiere enseñarme dónde está su habitación?

Caminaron por el pasillo y Carl señaló un cuarto.

–Éste es el viejo dormitorio de Hank. Sigue decorado para un niño pequeño. Apuesto que a Timmy le gustará –abrió la puerta.

Maggie supo que a Timmy le iba a chiflar. Pero no lo quería tan lejos de ella.

–Es muy bonito.

Carl le lanzó una mirada insegura.

–Ésta es mi habitación y ésa es la de Hank ahora –señaló la puerta opuesta a la suya.

Abrió la de su dormitorio y Maggie vio que le quedaba mucho trabajo por hacer.

–Es una habitación bonita. La limpiaré mañana.

Carl titubeó antes de decir:

–Eso sería agradable. Yo... yo me canso.

–Porque no ha estado alimentándose adecuadamente, pero lo fortaleceremos.

Carl se volvió y apoyó ambas manos en las mejillas de ella.

–Maggie, creo que usted podría ser un ángel.

–No, Carl –afirmó con convicción–. Soy una amiga. No hay nada angelical en mí.

–Bueno, pues me alegro de que viniera.

–Yo también. Buenas noches –salió de la habitación y bajó por el pasillo rumbo a su nuevo dormitorio.

Hank estaba sucio y agotado. Había trabajo del amanecer al anochecer y permanecido media noche despierto vigilando el rebaño. Quería darse una ducha caliente y meterse en su cama, en ese orden. Ya se preocuparía de la comida por la mañana.

También debería preocuparse de su padre por la mañana. Esperaba que la nueva ama de llaves hubiera llegado y se estuviera ocupando de todo. Aunque por experiencia sabía que la vida no era tan fácil.

Se metió en el sendero para coches y no tardó en aparcar junto al granero. Le había pedido a Larry que se quedara cerca hasta que él regresara, por si había contratado a una asesina en serie.

–¿Larry? –llamó. Su amigo salió a saludarlo.

–Bienvenido a casa, jefe. Me alegro de verte.

–Gracias. ¿Ha venido?

–Oh, sí. Y es estupenda. La mejor comida que he tomado desde... bueno, desde que tu madre murió.

Hank frunció el ceño.

–¿Y papá? ¿Cómo se lleva con ella?

–Es su corderito. Timmy y él la siguen a todas partes.

–¿Qué? ¿Se mueve? ¿Y quién es Timmy?

Larry retrocedió un paso.

–Mmm, ella dijo que tú lo sabías.

Hank sabía que era demasiado bueno para ser verdad.

–¿Quién es Timmy? –exigió.

–El hijo pequeño de Maggie. Tu padre juega con él.

–¡No! –gruñó Hank, y giró en redondo para ir a su casa de toda la vida.

Larry permaneció petrificado unos segundos. Luego fue tras su amigo.

Carl Brownlee estaba sentado en la hamaca del porche de atrás. Un niño pequeño, que Hank dio por hecho que era el que aparecía en la foto, se hallaba sentado en la rodilla de su padre, mostrándole un coche de juguete.

Carl alzó la vista y le sonrió a Hank. Ese simple acto lo desarmó. No recordaba la última vez que su padre había sonreído.

–¿Papá?

–Bienvenido a casa, hijo. ¿Conoces a Timmy?

El pequeño se acercó más a Carl antes de decir con timidez:

–Hola.

–Hola –Hank frunció el ceño. Luego miró otra vez a su padre–. ¿Dónde está ella?

–¿Te refieres a Maggie? Creo que está haciendo la colada –Carl pasó el brazo alrededor de los hombros de Timmy–. Es una ama de llaves magnífica. ¡Y cómo cocina!

Hank sentía como si su padre lo hubiera traicionado. Le había suplicado que comiera, que hablara, que sonriera. Y en ese momento, una mujer a la que no había contratado, una impostora, se había presentado y su padre, contento, había hecho esas tres cosas para ella.

Abrió la puerta de atrás y entró en la casa. Larry aguardó en el porche, en compañía de Brownlee padre y del pequeño.

En la habitación de la lavadora, descubrió a la joven de la fotografía.

–¡Yo no la contraté a usted! –exclamó.

Ella se irguió, con unos vaqueros ceñidos y una camiseta.

–¿Perdón?

–Que no la contraté. ¡Contraté a Maggie!

–¿Es usted Hank? –preguntó con calma.

–¡Sí! ¡Y usted no es Maggie!

–Sí, lo soy.

–¡No, no lo es! ¡Maggie era la mujer mayor!

–Esa es mi tía Kate. ¿Se refiere a la que aparece con nosotros en la foto?

–No tengo ninguna intención de contratar a alguien con un hijo. No lo acepto. ¡Tendrá que marcharse!

Maggie siguió cargando la secadora. Cerró la tapa antes de arrancar la máquina. Luego se volvió y pasó delante de él sin decir una palabra.