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¿Y si el presidente de un banco te enseñara cómo ahorrar? APRENDE CÓMO OBTENER RENTABILIDAD DE TUS INGRESOS. UN LIBRO DE FINANZAS PARA PRINCIPIANTES CON (MUY) POCO DINERO. Este manual te abre la puerta a la economía financiera para que puedas hablar de tú a tú con tu banco y, así, sacar el mayor partido a tus ingresos. Está repleto de ejemplos sencillos y fáciles sobre el ahorro y se explica con un lenguaje claro y accesible, cercano y natural. Una lectura útil y reveladora con la que un banquero nos ayuda a entender cómo funciona el mundo de las finanzas.
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2021
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© Carlos Tusquets Trías de Bes, 2021.
© de esta edición digital: RBA Libros, S. A., 2021. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
REF.: ODBO816
ISBN: 9788491878636
Composición digital: Newcomlab, S. L. L.
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.
Índice
Portada
Créditos
Portadilla
PDedicatoria
Presentación
Conociendo a Quique
1. No dejes para mañana lo que puedas ahorrar hoy
2. Los tres objetivos que todos tenemos
3. De compras en el mercado financiero
4. ¿Por qué somos tan inconscientes con nuestro dinero?
5. Miremos hacia atrás para seguir adelante
6. La gran mentira de las pensiones públicas
7. ¿Qué sucede con las nuevas generaciones?
8. Banco o asesor
9. Compra el mundo, tú también puedes
10. Decálogo para hacerte rico poco a poco
Epílogo
Agradecimientos
Glosario
Quiero dedicar este libro a mi familia: a mi mujer,
Rosa, y a mis hijos: Pol, Sara y Dounia.
Les he «robado» muchas horas de fin de semana
y vacaciones para escribirlo. Pero también
se lo dedico a ellos porque me han ayudado,
con su lectura previa, a perfeccionarlo,
dándome sugerencias y útiles ideas.
¡Os quiero!
Este no es un libro de introducción a las finanzas ni un simple manual sobre conceptos económicos explicados desde la teoría. El libro que tienes en tus manos es mucho más directo y pretende serte útil desde sus primeras páginas. Aquí aprenderás a afrontar la difícil tarea de administrar tu patrimonio y tus ahorros, y, sobre todo, cómo evitar los grandes errores que la mayoría de la gente comete cada día de manera inconsciente y, a veces, incomprensible. Errores que, recurrentemente, he observado a lo largo de mis más de cuarenta años de profesión como banquero.
El incremento de tus ahorros a largo plazo es un auténtico maratón, una carrera de fondo en la que hay que sortear multitud de obstáculos que en muchas ocasiones ponen en nuestro camino los mercados financieros e incluso los gobiernos (que cambian a menudo el marco legislativo o fiscal). Por eso, hay que aprender a esquivar esos obstáculos o a afrontarlos, según el caso.
Las enseñanzas y los consejos prácticos que encontrarás en Enriquéceme despacio, que tengo prisa no son solo conocimientos genéricos, sino que los podrás aplicar a tu vida cotidiana. Te servirán, por ejemplo, para poder dialogar de tú a tú con tu banco y averiguar si atiende adecuadamente tus necesidades y exigencias. También encontrarás pautas para comportarte como un auténtico inversor.
En este sentido, creo que este libro puede resultar de gran ayuda, no únicamente para el ciudadano medio que no es experto en economía, sino que también puede considerarse una herramienta muy útil para todos aquellos profesionales financieros que se dedican a asesorar a sus clientes. Estoy convencido de que un asesoramiento correcto es el valor más preciado del profesional financiero y la única manera de alinear los intereses de ambos, cliente y asesor, o bien los intereses de tres partes: el cliente, su asesor o profesional bancario y la entidad financiera que este representa.
El objetivo final de Enriquéceme despacio, que tengo prisa no es solo entender mejor cómo funciona en la realidad la economía, sino, sobre todo, conseguir que tus ahorros se incrementen a largo plazo y cómo sortear las crisis que siempre aparecen: burbuja tecnológica, Lehman Brothers, coronavirus... Así, cuando llegue la jubilación y dejes de tener ingresos recurrentes, podrás disfrutar del patrimonio que has conseguido con el esfuerzo y los sacrificios realizados durante todos tus años de vida laboral.
—Señor Tusquets, no sé para qué quiere usted leer todo eso, si solo traen malas noticias.
Eran poco antes de las nueve de la mañana y acababa de llegar a la sede del Banco Mediolanum, que actualmente presido y fundé en 1983 con el nombre de Fibanc, y Quique, el joven colaborador de recepción de los servicios centrales, me tendió los periódicos como cada mañana.
—Tienes razón, pero si sabes prestar atención a lo esencial de lo que cuentan, pueden darte grandes ideas —le respondí con un guiño—. Incluso pueden hacerte rico.
—¿Me está diciendo que leyendo periódicos puedo ganar dinero? —preguntó con gesto descreído.
—No. Digo sí. Digo... no. Rotundamente no. —Diversas ideas que yo consideraba obvias se me agolpaban en la cabeza y era incapaz de dar una respuesta rápida y concluyente a Quique, que me miraba desconcertado.
Si la economía es simple, ¿por qué me resultaba tan difícil explicarle para qué leo los periódicos? ¿Cómo es que no puedo decirle de forma sencilla lo que sucederá con su dinero si no empieza a ahorrar a conciencia y ya?
Tal vez él había hecho el comentario sobre los periódicos como quien dice «Parece que va a llover», pero el caso es que Quique tiene la edad de uno de mis hijos y sentí la responsabilidad de transmitirle algo útil.
—Te prometo que te lo voy a explicar... —le dije—, pero antes necesito un café.
Subí a mi despacho dándole vueltas en la cabeza a nuestra breve conversación y, ya en mi escritorio, me aflojé la corbata y tomé la decisión de hacer cada mañana un intercambio con Quique: él me entregaría a mí los periódicos, y yo a él, ideas básicas y sencillas de economía y finanzas; ideas o nociones que, por alguna razón, se tornan más difíciles de explicar y de entender si no se dispone de tiempo para asimilarlas, como bien sé por experiencia.
Pero si yo lograba explicarme y hacerle comprender algunos conceptos cada mañana, poco a poco, con algo de suerte, conseguiría que aquel chico estuviera preparado para actuar y disponer de su dinero mucho mejor que otras personas de su edad. Y, desde luego, sin duda antes de llegar a la mía.
Quien mejor vive no es quien más tiene, sino quien administra bien lo poco o mucho que tiene.
ÁNGEL GANIVET
Cuida los pequeños gastos: un pequeño agujero hunde un barco.
BENJAMIN FRANKLIN
Antes que nada decidí que debía definir, con cierta precisión, el término ahorro para poder explicárselo a Quique. El ahorro es ese dinero que apartamos mes a mes de nuestros ingresos actuales, sean cuales sean, y que no vamos a necesitar o cuyo uso no es imprescindible a corto plazo, pero que sí debe estar ahí para que podamos recurrir a él cuando ya no tengamos esos ingresos habituales.
Necesidad es otro término, ciertamente relativo, que debe definirse; está claro que para vivir necesitamos un techo que nos proteja de las inclemencias del tiempo, comida para una alimentación correcta, medicamentos que nos curen si enfermamos y ropa que nos proteja del sol y nos abrigue en invierno. Sin embargo, el concepto de necesidad en la sociedad actual es bien distinto: necesitamos ropa para ir a trabajar, para nuestras actividades sociales, para hacer este u otro deporte y para crearnos una imagen ante los demás; necesitamos esa copa de vino con los amigos y llevar a nuestra pareja a cenar; necesitamos el coche del anuncio y el último modelo del móvil de moda; necesitamos viajar en vacaciones... Necesitamos tantas cosas que parece que el ahorro no tiene cabida como destino de nuestros ingresos, sean cuales sean, como ya he matizado antes. Debemos, por lo tanto, establecer porcentajes de consumo y de ahorro de nuestros ingresos antes de definir ese tipo de «necesidades».
Al planificar los porcentajes de ahorro y gasto hay que tener en cuenta una máxima respecto a la parte de nuestros ingresos que destinamos al ahorro:
En el futuro deberíamos poder comprar, como mínimo, la misma cantidad de cosas que compraríamos hoy con el dinero que estamos ahorrando.
En otras palabras, no debemos perder poder adquisitivo futuro con el ahorro.
Si esto último ocurriera, nuestro ahorro no sería lo suficientemente útil.
El que está satisfecho con su parte es rico.
LAO-TSE
A la mañana siguiente, camino del despacho, me sentía listo para dar a Quique una primera lección sobre finanzas, por lo que nada más verlo en el vestíbulo me dirigí a él y comencé a explicarle los beneficios y la necesidad de ahorrar.
—Pero, señor Tusquets, ¿me está diciendo que uno tiene que vivir a pan y agua para tener dinero cuando sea mayor?
—Ante todo trátame de tú, Quique, y mira, no es cuestión de malvivir ahora para sobrevivir luego, ¡menuda vida llevaríamos! No, se puede vivir decentemente y ahorrar, solo hay que saber establecer prioridades. La idea es separar solo un poco del dinero que ganas cada mes, ponerlo a trabajar y, así, tener la posibilidad de disponer de mayor cantidad en el futuro para cuando te sea preciso retirarlo.
Vi su expresión pensativa y supe que tenía que dejarle reflexionar en lo que acababa de explicarle, por lo que cogí los diarios que, como todos los días, él me tendía y me dirigí al ascensor.
—Tú ahora quédate con esta idea, más tarde continuamos.
Y es que, como le había contado a Quique, para ahorrar no es necesario que nos privemos de todas esas cosas que hacen que la vida sea mejor.
El ahorro no es una cuestión de cantidad, sino de actitud.
Ahorrar no es tan difícil si sabemos establecer dos aspectos básicos:
• Cuánto dinero separaremos cada mes.
• Y, más importante aún, qué debemos hacer con esos ahorros hasta el día que los necesitemos.
Mientras me dirigía a mi despacho iba ordenando estas ideas en mi cabeza para compartirlas más tarde con Quique y dejarle muy claros los conceptos de las siguientes claves fundamentales para el ahorro.
Está claro que cada uno tiene un modo de vida y unas necesidades distintas. Sin embargo, para que nos hagamos una idea, ahorrar aunque sea 100 euros al mes, desde los treinta años (cuanto más joven se comience a ahorrar, mejor), es suficiente para lograr un colchón de dinero nada despreciable y claramente útil. Está claro que cada uno decidirá cuánto ahorrar en la medida de sus posibilidades; pero, por poco que sea, el esfuerzo valdrá la pena.
He escogido la cantidad de 100 euros, sobre todo, por lo «redondo» del número, que nos facilitará los cálculos a la hora de seguir con este ejemplo, pero lo importante es conseguir «sacar» de nuestros gastos una cantidad fija todos los meses, cantidad que un mes puede conseguirse si no nos compramos esa chaqueta que vimos en el escaparate; otro, de no salir un sábado con nuestra pareja a cenar; otro, de beber vino en vez de gin-tonics un fin de semana; o, sin ir más lejos, de dejar de fumar, lo que, además, nos ayudará a vivir más y mejor. Si lo pensamos, casi todos podemos ahorrar algo al mes, 100 euros o lo que se pueda.
Si queremos saber cuánto dinero tendremos en el momento de la jubilación, siento anunciar que el cálculo no es tan simple como multiplicar los 100 euros de nuestro ejemplo por doce meses y, a continuación, por los años que nos faltan para jubilarnos. No es tan sencillo.
De hecho, debemos hacer algo más inteligente que poner nuestro dinero debajo del colchón, puesto que, como se sabe, el dinero pierde valor con el paso de los años —luego veremos cómo y por qué—. De ello se deduce que necesitamos, por lo tanto, multiplicar nuestras reservas.
¿Cómo lo conseguiremos? A través de diversas estrategias que conoceremos en próximos capítulos y que nos ayudarán a lograr este fin.
—Carlos, mira lo que me he comprado. —Esa misma tarde, cuando me disponía a salir del edificio de vuelta a casa, Quique me mostró orgulloso una hucha con forma de cerdito. Y agregó con suficiencia—: Pero no pienses que dejaré el dinero aquí metido hasta que me haga viejo. Me abriré otra cuenta en el banco y lo pondré allí.
¿Cómo podía hacerle entender a Quique que el cerdito y la cuenta corriente eran casi la misma cosa?
Me aflojé la corbata porque la tarea de explicarle qué hacer con su dinero iba a ser más complicada de lo que había previsto.
—Bien hecho, ya has dado el primer paso —le felicité dándole una palmada en la espalda.
A continuación, le prometí continuar al día siguiente y luego seguí mi camino buscando el modo de explicarle, de un modo gráfico, quiénes son los dos grandes destructores del ahorro... que son las termitas que, poco a poco, se van comiendo nuestro dinero.
—Quique, si hoy pones 2 euros en tu hucha y mañana otros 2 euros, pasado mañana tendrás 4 euros, exactamente el doble de dinero. Estamos de acuerdo, ¿no? —le pregunté al día siguiente nada más verle.
—Claro.
—Pues no, esto es así en matemáticas, pero en la vida real, y después de un tiempo, las sumas con el dinero no funcionan de este modo, y ello es debido a la inflación. Te lo explicaré con un ejemplo sencillo: hoy puedes comprar 5 kilos de patatas por 4 euros, pero imaginemos que dentro de cinco años las patatas están a 1 euro el kilo (5 kilos, pues, te costarán 5 euros). Si tu dinero no se ha revalorizado al nivel de la inflación, el día de mañana podrás comprar solo 4 kilos con tus ahorros, en lugar de los 5 kilos de hoy. ¿Ves? Has perdido poder adquisitivo con el paso del tiempo.
Continué explicándole que, además, la inflación no es igual para todos, ya que cada familia, incluso cada miembro de una familia, tiene diferentes hábitos de consumo o cestas de la compra distintas. Un buen ejemplo de cómo nos afecta la inflación según nuestros hábitos es el del transporte. Quique vive a escasas calles del trabajo y llega a la oficina en bicicleta; mi hijo, sin embargo, va en tren de cercanías, dado que vive en las afueras de la ciudad; y yo, que vivo a medi0 camino, voy en moto o en taxi mientras pienso, entre semáforo y semáforo, en cómo evitar los efectos de la inflación en mis ahorros y en los de Quique. Así pues, si suben los billetes de tren, esto no nos afectará ni a Quique ni a mí; en cambio, si sube el petróleo, ello me afectará más a mí que a Quique o a mi hijo.
Con todo, la inflación existe para todos; se evidencia cada vez que vamos a tiendas de electrodomésticos, a la gasolinera o al bar de la esquina a tomar un café, al supermercado o cuando vamos de vacaciones.
Puede parecer complicado visualizar este concepto, pero basta con echar la vista atrás para comprobar que hace aproximadamente veinticinco años con 10 euros —o su equivalente en pesetas— se podía llenar un carro del supermercado hasta los topes. Hoy, por el contrario, con esos mismos 10 euros ni siquiera llenaríamos una bolsa de plástico de ese mismo comercio.
Quise recapitular algunos conceptos para asegurarme de que Quique los asimilaba bien porque tanto a él como a todos nos conviene saber lo siguiente:
• La inflación es una realidad.
• Cada ciudadano, cada familia, tiene una inflación distinta.
• Esas diferentes inflaciones poco tienen que ver con lo que cada 31 de diciembre determina el Instituto Nacional de Estadística, que, ocasionalmente, a la hora de realizar su cálculo, introduce en su cesta oficial determinados artículos, bienes o servicios para bajar teóricamente y de un modo artificial el precio real de la cesta del español medio.
• La inflación, sobre esta base, puede considerarse como un impuesto, invisible pero real, que recae sobre nuestros ahorros, como el IVA u otros tantos.
—Entonces me lo gasto todo ahora —contestó Quique, decidido—. En cuanto tenga algo de dinero me compro un coche, incluso ropa, lo que sea antes de que esa maldita inflación se quede con mi poder adquisitivo.
—Creo que me olvidé de comentarte una cosa —le contesté mientras intentaba reprimir mi emoción por escucharle decir «poder adquisitivo»—: la inflación, en su justa medida, no es mala. Y, además, dos más dos también pueden ser cinco, e incluso seis...
Me alejé divertido con mis periódicos bajo el brazo disfrutando como un niño pequeño de la intriga que podía entrever en la mirada de Quique. Dejarlo desconcertado un buen rato se estaba convirtiendo en mi diversión matutina, algo que no hacía para provocarle un sufrimiento gratuito, sino para atraer su atención... Lo último que se me hubiera pasado por la cabeza es que sería él quien me dejaría a mí con la boca abierta días después.
En finanzas dos más dos pueden ser cinco. E incluso diez. ¡Pero también podrían ser tres! La economía financiera es el arte de ganar a las matemáticas la mayor cantidad de unidades posibles.
A media mañana bajé a tomarme un café y me compadecí de Quique.
—Todos los excesos son malos —le revelé—. En el caso de la inflación, si fuera alta y desmedida, la gente se gastaría todo su dinero en cuanto le ingresaran la nómina a comienzos de mes, antes de que perdiera su valor, lo que provocaría un marco inestable para la economía. No se trata de suposiciones basadas en un caso de laboratorio, esto sucede y ha sucedido en innumerables ocasiones en varios países que han sufrido períodos de hiperinflación en los que los precios subían cada día de forma descontrolada.
»Por otro lado —continué—, si hubiera deflación, es decir, que los precios bajaran constantemente, la gente se esperaría más tiempo para hacer sus compras importantes e incluso sus inversiones, con lo que las empresas perderían su valor, cerrarían y surgirían también graves problemas, al igual que con la hiperinflación.
»Dicho esto, la inflación erosiona nuestros ahorros, pero es mejor que exista de forma moderada a que no exista. De igual manera piensan los Estados de todo el mundo, ya que la inflación ayuda a abaratar o a reducir el valor real de la deuda pública de cualquier país cuando hay que pagarla o amortizarla.
»Como ya dije, la inflación no deja de ser un“impuesto” que, además, crea un cierto efecto riqueza en los activos de las familias que ven, por ejemplo, cómo aumenta el valor de sus viviendas con el paso del tiempo. Así, esta idea de disponer de mayor patrimonio, “porque mi casa vale más”, anima a la gente a consumir más.
»Por lo tanto, podemos entender que a nadie, sean instituciones públicas o empresas privadas, le interesa que la inflación se erradique por completo. Se estima que una inflación en torno al 2 % anual es ideal para mantener una economía saludable.
En 1978 se implantó en España una nueva fiscalidad. Desde entonces los impuestos sobre el ahorro han experimentado innumerables modificaciones, más frecuentemente al alza que a la baja.
Ahora bien, no solo los tipos impositivos han subido desde entonces, ya que el llamado «coeficiente de actualización monetaria», que para favorecer el ahorro hacía que los impuestos sobre las plusvalías generadas por el ahorro fueran disminuyendo a medida que pasaba el tiempo desde el momento de su inversión —es decir, cuanto más tiempo, menos impuestos sobre las plusvalías—, también se suprimió.
Estas modificaciones en la legislación de la fiscalidad, añadidas a la supresión del coeficiente de actualización monetaria, han motivado que los cambios constantes en la tributación del ahorro sean un auténtico desastre. El ahorro requiere planificación a largo plazo, por lo que los constantes cambios son muy negativos para los ciudadanos. En definitiva, nos aqueja una verdadera inseguridad jurídico-tributaria.
A finales de los años ochenta se implantó en España una nueva ley de planes de pensiones privados que ofrecía ciertas ventajas fiscales; una de ellas era la reducción de un 40 % de la fiscalidad cuando, al llegar a la jubilación, necesitabas disponer de ese dinero que habías ahorrado. Sin embargo, pocos años más tarde esta ventaja también se suprimió...
En definitiva, desde los años ochenta la presión fiscal del ahorro, tanto a corto como a largo plazo, no ha hecho más que incrementarse.
Pero, quizás, el impuesto más confiscatorio ha resultado ser el impuesto sobre el patrimonio, que pasamos a comentar en el apartado siguiente.
Existe en muy pocos países del mundo y, como no podía ser de otro modo, uno de ellos es España, donde se implantó con la llegada de la democracia en 1978. Tal y como señalaba el Boletín Oficial del Estado el día de la publicación de esa ley a finales de 1977, tenía que ser un impuesto excepcional y transitorio. Sin embargo, después de más de cuarenta años sigue vigente en nuestro país. ¡Qué poco serios y fiables son nuestros políticos!
Y lo malo no es solo esto, sino que, además, este impuesto presenta grandes diferencias regionales; en este sentido, en algunas comunidades autónomas es nulo, mientras que en otras alcanza, en cambio, el 3,75% (tramo estatal: 2,5%).
Un 3,75% anual significa que a un ciudadano el Estado le podría confiscar al cabo de los años prácticamente la totalidad de su patrimonio (el que sobrepase el mínimo exento) si no obtuviese rentabilidad sobre dicho patrimonio. Se trata de un caso extremo, porque este impuesto también tiene un límite en función de la renta del contribuyente, pero, si este no ha invertido lo suficientemente bien, puede ocurrir que el Estado le llegue a confiscar prácticamente la totalidad de su patrimonio (el que sobrepase el mínimo exento) en menos de treinta años.
Por otro lado, hace más de cuarenta años, cuando se creó este impuesto con un tipo marginal estatal del 2,5 %, los tipos de interés en España superaban el 20 % anual. Así pues, el tipo impositivo máximo del impuesto equivalía a la octava parte de los intereses de entonces. Es decir, con intereses tan altos se podía pagar el impuesto; en cambio, actualmente, mientras que el tipo del impuesto no se ha modificado (el marginal continúa al 2,5%) y en alguna comunidad autónoma alcanza el 3,75%, los tipos de interés ya no se sitúan como entonces en torno al 20 %, sino cercanos al 0 %.
¿Tiene esto sentido y es justo? ¿Dónde está la transitoriedad de este impuesto cuando ha durado lo que dura?
Y a todo esto, ¿qué dicen las instituciones comunitarias europeas respecto a la existencia de este impuesto en España? Porque, como he dicho, se pueden contar con los dedos de una mano los países en el mundo que aún disponen del impuesto sobre el patrimonio.
Y es que España tiene el dudoso honor de ser el número uno en el ranking en la aplicación del impuesto sobre el patrimonio en Europa. Francia era el otro caso raro, aunque sus ciudadanos pagaban la mitad que los españoles. Sin embargo, fue suprimido en 2018 y solo lo mantiene para bienes inmuebles (semejante a nuestro IBI).
La Unión Europea, que realiza recomendaciones a los Estados miembros para una fiscalidad más eficiente, aconseja la supresión de este impuesto por considerarlo injusto, arbitrario y tremendamente desincentivador del ahorro, ya que lo penaliza no solo en el año en que se genera, sino también cuando ese ahorro ya está consolidado. Es decir, penaliza el ahorro año tras año y para toda la vida a quien le afecte, o sea, a quien disponga de un patrimonio superior al mínimo exento legal. Para entendernos, este impuesto no solo no incentiva la inversión del ahorro, sino que anima a gastar cuanto antes los ahorros, puesto que, una vez gastados, como ya no se dispone de patrimonio, lógicamente no se paga el impuesto sobre el patrimonio. Maravilloso, ¿no?
En cambio, lo que sí recomienda la Unión Europea es la tributación anual únicamente sobre las propiedades inmobiliarias a nivel local, es decir, municipal (en España ya lo pagamos también, es el IBI o impuesto sobre bienes inmuebles), pero siempre con tipos mucho más reducidos que los aplicados hoy en día en nuestro impuesto sobre el patrimonio.
Cuando nació, en 1986, el tipo general del IVA (impuesto sobre el valor añadido) se situaba en España en el 12 %, mientras que hoy se encuentra en el 21 %, es decir, se ha producido un 66,6 % de incremento.
El tipo reducido pasó del 6 al 8 % y después al 10 %, y algunos servicios que antes tenían el tipo reducido, como los entierros, pasaron del 8 al 21 %. ¡Se ha encarecido hasta la muerte! Y es que Hacienda nos acompaña desde que nacemos y hasta la tumba.