Enséñame a leer - Pedro Valenzuela Martínez - E-Book

Enséñame a leer E-Book

Pedro Valenzuela Martínez

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Beschreibung

¿Y si enseñar a leer y escribir pudiera ser una experiencia natural y emocionante, donde los niños disfruten, se diviertan durante el proceso y sientan que son respetadas sus necesidades de desarrollo? El secreto es Montessori. Este libro representa la guía práctica más completa para familias, educadores y profesionales del ámbito educativo que quieran enseñar a leer y escribir con éxito bajo los principios del método Montessori, desde una base sólida y respaldada por la ciencia. Por fin un manual detallado para entender y aplicar el método pedagógico que usan miles de maestros en todo el mundo. Para acompañar a los niños en el mágico proceso de la lectoescritura, sin obligar a leer y disfrutando juntos de cada pequeño logro. Respetando su ritmo, jugando con materiales naturales y afianzando los conocimientos paso a paso. Porque el mayor regalo que puedes hacerles, para toda la vida, es compartir con ellos el placer de la lectura.  UN LIBRO ÚNICO QUE REVOLUCIONARÁ LA CONCEPCIÓN QUE SE TIENE SOBRE EL APRENDIZAJE LECTOR.

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Seitenzahl: 322

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice

Ningún niño obligado a leer

1. La educación del futuro comenzó en el año 1900

2. Preparar el terreno

3. La filosofía montessori para nutrir el desarrollo del niño

4. La siembra de los sonidos

5. Los primeros brotes de la escritura

6. El germinar de la lectura

7. El florecimiento de las palabras

8. Dificultades durante el proceso

9. El placer de saborear el fruto de la lectura

Agradecimientos

Bibliografía

© del texto: Pedro Valenzuela Martínez, 2025.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en libro electrónico: septiembre de 2025

REF.: OBDO391

ISBN: 978-84-1132-960-6

Composición digital: www.acatia.es

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

A MIS HIJAS ALAIA Y AROA:

CON AMOR Y AGRADECIMIENTO INFINITO.

NUNCA OLVIDÉIS QUE VUESTROS NOMBRES EMPIEZAN Y TERMINAN

POR EL SONIDO «A», DE amor; Y DESDE EL AMOR

SE CONSTRUYE TODO.

NINGÚN NIÑO OBLIGADO A LEER

Si hay un mensaje que voy a repetir una y mil veces, y las veces que hagan falta, es el de, por favor, nunca obligues a un niño a leer ni a escribir. Nunca lo hagas. Aprender a leer y a escribir no depende de la edad del niño, sino de un proceso de maduración cerebral, así de simple. Mi intención es explicártelo detalladamente a lo largo de este libro para que puedas compartir este mensaje con docentes, familias o con cualquier persona que esté obligando a un niño a que aprenda a leer o a escribir.

Te lo voy a intentar explicar con un ejemplo muy claro y, a la vez, sencillo. En nuestra familia nos gusta tener una pequeña huerta en casa. En ella solemos plantar frutas y verduras de temporada, que cuidamos hasta que nos ofrecen su fruto. Una de las hortalizas que plantamos son tomates, y solemos hacerlo sobre el mes de febrero para que, cuando llegue el mes de julio aproximadamente, estén listos para cocinar, por ejemplo, un rico gazpacho que disfrutaremos con la llegada del verano. Cuando algunos amigos o familiares vienen a nuestra casa y les muestro los avances del cultivo, aprovecho para preguntarles cuáles, según ellos, serían los tomates que podríamos recolectar para hacer un gazpacho riquísimo, si los pequeños y verdes o los grandes y rojos. En ese momento todos me miran con asombro creyendo que estoy bromeando, y responden inmediatamente que es evidente que, para hacer ese gazpacho tan bueno, necesitamos los tomates que ya han madurado. A continuación, les pregunto: «¿Qué hacemos, entonces, con el resto de los tomates?». La cara de perplejidad de amigos y familiares aumenta considerablemente. Su respuesta es que lo que hay que hacer es dejarlos unos días o unas semanas más para que continúen con su proceso de desarrollo y acaben madurando de manera natural. Algo muy evidente y de sentido común, ¿verdad?

Pues bien, este mismo ejemplo llevado al contexto educativo cobra un significado inesperado y realmente sorprendente: tenemos muy claro lo que hay que hacer con una hortaliza como es el tomate, pero nos cuesta horrores entenderlo para una persona como lo es un niño. Y es que, al igual que no todos los tomates de una misma tomatera maduran al mismo tiempo, tampoco todos los cerebros de un grupo de niños de la misma edad maduran al mismo tiempo.

Por eso este libro empieza pidiéndote por favor que nunca obligues a un niño a que aprenda a leer o a escribir. Da igual si el hijo de tu vecino, que va a la misma clase de tu hijo y tiene su misma edad, ya lo hace; da igual si un grupo numeroso de la clase de tu hijo ya ha aprendido y el tuyo no; de verdad, da igual. Lo único que tienes que hacer es cerciorarte de que tu hijo está cumpliendo la ruta establecida en la escuela para el aprendizaje de la lectoescritura y de que transita por ella sin ningún tipo de dificultad; y, si es así, puedes estar tranquilo, porque acabará adquiriendo este aprendizaje cuando su cerebro esté preparado para ello. Así de simple y así de sencillo. Una de las misiones de este libro va a ser explicarte cuál es la mejor ruta, la más efectiva y, sobre todo, la más respetuosa para que tú mismo la puedas aplicar desde este instante.

Y si necesitas más información, ahí va un dato importante: a la edad de cinco años, entre el 50 % y el 60 % de los cerebros de los niños ya han madurado lo suficiente para adquirir los aprendizajes relacionados con la lectoescritura. Es un dato importante que nos sirve de guía para trazar un plan de aprendizaje. Pero, si analizamos este dato, pronto nos daremos cuenta de que hay también un 40 % de alumnos cuyo cerebro aún no está preparado para adquirir este aprendizaje. A este último grupo se les está literalmente torturando en la escuela para que aprendan a leer y a escribir, y es muy probable que acaben odiando todo lo relacionado con la lectura y no quieran saber nada relacionado con un libro. Y todo por no ser capaces de esperar unos meses a que su cerebro haya madurado lo suficiente para disfrutar del placer de aprender a leer.

Y no vale excusarse en que existen muchas presiones en los entornos escolares y familiares para que los niños aprendan rápido a leer y a escribir. Nada de eso vale. Porque una de nuestras misiones como maestros es, precisamente, la de dignificar la figura del docente. Y si nosotros hemos elegido dedicarnos a esta noble profesión es porque conocemos cuáles son las características de desarrollo de un niño; es porque sabemos que, para aprender a leer, hay un margen desde los tres años y medio o cuatro años hasta los siete o siete años y medio en que las zonas cerebrales que tienen que ver con estos aprendizajes ya han madurado lo suficiente para que el niño los asimile y los incorpore. Porque, además, ni la propia ley educativa habla en ningún momento de que un niño, en la etapa de infantil, tenga que pasar a primaria sabiendo leer y escribir. Porque la ley educativa, en su artículo relacionado con los principios pedagógicos, deja claro, y cito textualmente, que «sin que resulte exigible para afrontar la Educación Primaria, se podrá favorecer en Educación Infantil una primera aproximación a la lectura y a la escritura». Todas estas invenciones relacionadas con que un niño tiene que llegar a primaria sabiendo leer y escribir las hemos creado los adultos en perjuicio del niño, que es quien acaba sufriendo nuestra incompetencia y nuestra absurda competitividad educativa. Menudo disparate, y menudo crimen educativo.

Es tan simple como saber esperar al niño que lo necesita. En nuestras manos tenemos la posibilidad de hacer que un niño ame los libros o que los acabe odiando para siempre con tan solo cuatro o cinco años. Es tan simple como que le podamos ofrecer al niño una hoja de ruta que enriquezca el aprendizaje lector desde que es pequeño. Afortunadamente, hoy en día ya sabemos cómo se desarrolla el cerebro lector del niño, gracias a los aportes de la neurociencia y de la psicología del desarrollo. Necesitamos mirar a los ojos del niño que tenemos delante para saber quién es y qué necesita. Es a él a quien estamos acompañando en su desarrollo, y es él quien confía en nosotros como custodios de su vida.

1

LA EDUCACIÓN DEL FUTURO COMENZÓ

EN EL AÑO 1900

Así es, no me he equivocado en el título de este capítulo. Es más, me atrevería a decir que, como sociedad, seguimos esperando un modelo educativo que, curiosamente, ya existe y que fue inventado a finales del siglo xix. Pero quizás algo que también nos ocurre como sociedad es que desconocemos por completo los verdaderos intereses que esconde el modelo educativo actual: lejos de ver al niño como epicentro de este, lo considera como un elemento más de un modelo prusiano e industrial que creó escuelas para educarnos con el objetivo de ser ciudadanos dóciles que formen parte de una cadena de montaje, y a los hechos históricos me remito.

Hace trescientos años, en la época del despotismo ilustrado, se creó un sistema educativo gratuito, obligatorio y universal para convertirnos en ciudadanos sumisos y fieles soldados que nunca cuestionasen nada de lo establecido. Hace ciento cincuenta años, durante la Revolución Industrial, grandes empresarios como Henry Ford, J. P. Morgan o John D. Rockefeller consideraron que las personas debíamos ser educadas para formar parte de sus cadenas de montaje industriales. Al objetivo inicial que pretendía la institución educativa prusiana de educarnos para ser ciudadanos dóciles, se le unió entonces el interés de algunos grandes empresarios de educarnos únicamente para trabajar, de educarnos como consumidores en vez de como productores, y se olvidaron por completo de que somos seres humanos y necesitamos un modelo educativo que también nos eduque para la vida. Hace cien años, Maria Montessori, una mujer valiente y con una actitud muy responsable respecto a la dignidad del niño, le dijo al mundo que la infancia esconde un potencial único y exclusivo que únicamente a ella le pertenece, y que cualquier proceso educativo debe estar destinado a propiciar el florecimiento de dicho potencial. Su mensaje apenas fue escuchado, pues no interesaba a los poderes económicos y dominantes del momento.

Hoy en día, los sucesores de esos grandes empresarios de la Revolución Industrial pretenden que sigamos siendo educados únicamente para conseguir un trabajo, intentando de nuevo suplantar cualquier intento de educar atendiendo al desarrollo natural del niño. Fíjense si continuamos desencaminados en educación que hoy hablamos de incorporar la inteligencia artificial a la escuela cuando todavía no hemos sido capaces de establecer un modelo educativo que desarrolle la inteligencia y el potencial natural que el niño trae consigo, y es ahí donde el método Montessori tiene mucho que ofrecer en tiempos en que la humanidad parece haber perdido el rumbo.

Maria Montessori nació en Chiaravalle, un pueblo situado en la provincia de Ancona (Italia), el 31 de agosto de 1870. Era hija de Renilde Stoppani y de Alessandro Montessori. Renilde, maestra de profesión, educó y empoderó a su hija para tener suficiente confianza en sí misma y trazar su vida acorde a sus logros en lugar de conformarse con seguir el papel tradicional de la mujer de aquella época. Maria Montessori fue una estudiante de medicina excelente, pese a que en aquellos momentos no lo tuvo nada fácil. Es más, los esfuerzos y la dedicación que desarrolló para poder estudiar medicina son hoy realmente dignos de admiración. Años más tarde, Maria Montessori acabaría recibiendo su diploma como doctora en medicina y cirugía. Tuvo que recibir un título personalizado, dado que los títulos de la época estaban redactados exclusivamente para el género masculino.

No cabe duda de que la dottoressa, como la conocían en su círculo de allegados, era una mujer con una misión de vida revolucionaria, en este caso en beneficio del desarrollo y del respeto al niño como el ser vivo único e irrepetible que es. A lo largo de su vida fue capaz de desenvolver una propuesta educativa humanista, centrada en el niño y en sus necesidades de desarrollo, que transformó por completo lo que hasta la fecha se había entendido por educación y que, más de cien años después, mantiene su esencia e integridad más vigente y necesaria que nunca. La filosofía Montessori supone una esperanza y una necesidad para un mundo que pide a gritos una verdadera reforma que parta del niño para, desde ahí, transformar por completo los valores de una cultura que ya no encuentra alivio ni sustento por ningún lado, y que todavía no ha tomado consciencia de que, si existe una solución, esta únicamente vendrá de las niñas y los niños del mundo.

En mi caso personal, tuve mi primer acercamiento al método Montessori allá por el año 2009 cuando, realizando mis estudios universitarios, una cita llamó mi atención: «Sembrad en los niños ideas buenas, aunque no las entiendan: los años se encargarán de descifrarlas en su entendimiento y de hacerlas florecer en su corazón». Tras unos años dándole vueltas a qué sería esto del método Montessori, decidí realizar en 2014 el entrenamiento que posteriormente me llevaría a convertirme en guía Montessori de Casa de niños. Recuerdo perfectamente la sensación de asombro que sentía cada vez que entraba en el ambiente preparado, donde realizábamos nuestras prácticas con los materiales Montessori. Un día tras otro acudía a ese lugar con una sensación que me acompaña hasta el día de hoy, que es la de no saber por qué motivo algo tan grande estaba al alcance de tan pocas personas. Y, sobre todo, cómo era posible que una propuesta educativa centrada en las verdaderas necesidades de desarrollo del niño no fuera algo implantado en cada uno de los sistemas educativos de este planeta, dados los innumerables beneficios que tenía y continúa teniendo para todos los niños del mundo.

Recuerdo también cómo, tras finalizar mis estudios, apareció en mí una extraña sensación que continuamente cuestionaba la veracidad de lo que había aprendido en ellos. Así que decidí comenzar un camino de investigación que me ayudara y me empoderara para defender el legado de la doctora Montessori, no ya solamente porque otras personas me lo hubieran contado, sino porque yo mismo hubiera encontrado las evidencias que así lo corroboraran. Comencé entonces un acercamiento a la neurociencia y a la psicología del desarrollo a través de lecturas, vídeos y asistencia a congresos educativos. Fue a partir de ese momento cuando comprobé los innumerables paralelismos que existen entre ambas disciplinas científicas con las propuestas realizadas por la doctora Montessori hace más de cien años a través de la observación y del análisis del niño durante los primeros años de su vida. En aquel momento pude comprobar que el método Montessori ya no era solamente una moda, sino que detrás de este se esconde un gran número de propuestas pedagógicas relacionadas con cómo debe aprender el niño y cómo debe ser su desarrollo atendiendo al momento en el que se encuentre.

Afortunadamente, hoy la investigación científica valida de una manera destacable el impacto que la educación Montessori tiene en el niño. Tras mi experiencia en un ambiente Montessori, considero que este método es una propuesta pedagógica que tiene lugar a fuego lento, ya que se necesita que respetemos los procesos evolutivos que se dan en el niño sin forzarlos y atendiéndolos cuando estos se manifiestan. Desde ese respeto podremos acompañarle con el objetivo de desarrollar su máximo potencial durante las diferentes etapas de su vida.

Además de medicina, Maria Montessori había estudiado antropología, filosofía y psicología, y supo aunar todos sus conocimientos aplicándolos a su propuesta pedagógica en una continua búsqueda científica y en un deseo de conocer más y mejor los secretos de la infancia. Con ello consiguió posicionar al niño en un escalón de absoluto protagonismo, con una hoja de ruta marcada que pretendía que el aprendizaje e interacción de este con el mundo se produjera de la manera más natural, sencilla y feliz posible.

Hoy en día, cada vez tengo más claro que Maria Montessori fue una auténtica pionera de la neurociencia y una visionaria en el campo de la pedagogía. Su revolucionario e innovador método educativo continúa implantándose en miles de centros educativos de todo el mundo, reforzado por teorías que, pese al paso del tiempo, no han perdido la frescura y la calidad innovadora con la que nacieron. La comprensión y el estudio del cerebro han recorrido un largo camino desde entonces, pero resulta realmente increíble comprobar que las últimas investigaciones que se han realizado sobre cómo aprende el cerebro del niño han servido para reforzar y validar las observaciones que en su día expuso Maria Montessori.

El método Montessori se centra en estructuras cognoscitivas y en desarrollo social, lo que significa que se pone mucho énfasis en el desarrollo integral del niño. Los niños aprenden a trabajar de manera independiente y en grupos desde una edad temprana, lo que les ayuda a tomar decisiones, resolver problemas y manejar su tiempo de manera eficiente. Además, el método Montessori fomenta la autodisciplina y la autoestima. Los niños son alentados a intercambiar ideas y a discutir su trabajo libremente con otros, lo que mejora sus habilidades de comunicación. Es una propuesta pedagógica que desarrolla las funciones ejecutivas como ninguna otra, con un enfoque que ayuda a los niños a desarrollar una imagen positiva de sí mismos y a afrontar desafíos y cambios con optimismo.

En la educación Montessori se fomenta el deseo natural de aprender y se manejan varios grados en cada grupo, lo que permite una diversidad de edades. Los niños mayores ayudan a los más pequeños y viceversa, lo que crea un ambiente de aprendizaje colaborativo. Además, el material utilizado en Montessori es natural, atractivo, progresivo y con su propio control de error. Los niños tienen acceso a una amplia variedad de materiales que cubren todas las áreas de aprendizaje, lo que les permite elegir las actividades que quieren realizar. En resumen, Montessori ofrece un enfoque de aprendizaje centrado en el niño que fomenta la independencia, la autodisciplina, la autoestima y las habilidades de comunicación, todo en un ambiente preparado y atractivo. Soy un fiel convencido de que estas son las características que cualquier buen sistema educativo debe tener.

Lo que a partir de ahora vas a encontrar en este libro es un planteamiento que aúna, por un lado, la propuesta realizada sobre la base de la observación del niño durante más de cuarenta años de su vida por parte de la doctora Montessori en relación con el proceso de adquisición de la lectoescritura; y por otro lado, los planteamientos y propuestas que, desde la neurociencia y la psicología del desarrollo, nos recomiendan tener en cuenta a familias y educadores si queremos que exista un aprendizaje y un desarrollo lector significativos en el niño, respetando siempre su momento evolutivo.

Es para mí un auténtico privilegio haber recopilado toda esta información y poder compartirla contigo, para que la lectura de este libro nos empodere en el mensaje de que un niño aprende a escribir y a leer de una manera fácil y divertida si somos capaces de respetar su desarrollo, atendiendo a sus procesos de maduración cerebral y con una serie de recursos materiales perfectamente ideados y diseñados para hacer más sencillo este camino.

Y, recuerda, la educación del futuro está mucho más cerca de lo que imaginas.

2

PREPARAR EL TERRENO

EL EDUCULTOR

Vengo de una familia de agricultores. Recuerdo haber colaborado junto a mi familia en las tareas que el campo exigía desde muy pequeño ; aunque, como el menor de tres hermanos que soy, es cierto que , si alguien se escabullía de estas, ese era yo. Llevo como seña de identidad el reconocimiento y admiración a quienes cuidan y trabajan la tierra. Personas sabias y humildes que, con un gran esfuerzo, cuidan de cada uno de nosotros para llevar a nuestra mesa el mejor alimento con el que nutrirnos a diario.

El agricultor es sabio en la espera, consciente de que, si el temporal lo respeta, pasadas unas semanas , dará a la vida un fruto, al que ha tratado y cuidado como a un hijo. Comenzó labrando la tierra y dejándola en barbecho para que se nutriera de aire, sol y agua; realizó tareas de labranza para que la tierra quedara suave y mimosa y la semilla recién plantada pudiera encontrar espacios donde desarrollarse siguiendo las directrices que lleva en su interior; se aseguró de que dicha semilla tuviera ricas condiciones de sol y agua, a sabiendas de que la vida se desarrolla con vida. Y así la fue cuidando y mimando hasta que comenzó a verla germinar. Supo respetar sus procesos evolutivos, sin forzarla para que creciera más rápido que al ritmo natural al que tenía que hacerlo. Y cuidó tanto el proceso que, pasadas unas semanas, la semilla que un día plantó se convirtió en un precioso fruto en reconocimiento a quienes saben respetar los ritmos que marcan la vida.

Por eso un día apareció en mi mente la palabra educultor, y la incorporé y le di forma y significado en referencia a quienes debemos cuidar la semilla de la infancia para que acabe dando sus mejores frutos. Familias y educadores, al igual que sucede con el agricultor, debemos aprender a ser sabios en la espera, más aún si tenemos en cuenta que formamos parte de una sociedad histérica que parece premiar a quien más estímulos es capaz de asimilar. El proceso de adquisición de la lectoescritura es una habilidad compleja que podría compararse al del desarrollo y posterior germinación de una planta, pues en su ejecución resulta necesaria la sinergia de todas las partes implicadas en el proceso: desarrollo del propio niño y respeto y cuidado al ritmo de este por parte de familias y educadores. Y es aquí donde radica la importancia del educultor.

De este modo, nuestra tarea como familiares y educadores debe ser despertar el potencial de la semilla que reside en la otra persona, en quien tenemos frente a nosotros, en los niños a quienes estamos enseñando. Estar cerca del niño, esa es la clave, que sienta nuestra cercanía y confianza, que le digamos que estamos felices de estar con él, de acompañarle en este camino. La comunicación será, pues, un pilar fundamental de esta estructura que estamos forjando, de este camino y trabajo que estamos comenzando juntos. Hablamos del lenguaje como medio de expresión y comunicación, de algo muy poderoso que necesitamos expresar los seres humanos. Si conseguimos expresarnos desde ese lugar tan profundo, veremos cómo se ilumina el rostro del niño, al igual que ocurre cuando comienzan a aparecer los primeros brotes verdes que dignifican y dan sentido al potencial de la vida.

Por eso siembra, nunca dejes de sembrar. Y confía en que todo el amor que le dedicas acabará dando los mejores frutos. Cuida y mima los inicios de la vida, y edifica los cimientos siempre desde el amor para que, llegado el momento, abra sus pétalos la flor que siempre estuvo llamada a ser. De esta manera, dignificarás al niño y dignificarás la vida. Debes saber que ninguna flor aparece de la nada, porque todo lo bello tiene un proceso de mucho cariño, y que, antes de esperar el fruto, hay que cuidar, nutrir y mimar la tierra.

El niño es un ser vivo que se rige por leyes naturales, igual que cualquier otro ser vivo, y no por mucho que lo fuerces va a ser capaz de desarrollar capacidades para las que todavía no está preparado. Ningún proceso de desarrollo se rige por las urgencias y demandas de una sociedad cada vez con más prisas: nuestra misión es acompañar sin esperar nada a cambio, acompasando de esta manera el ritmo de la vida.

Estás leyendo el mensaje más importante de este libro. Hazlo y disfruta del camino. Inténtalo. Inténtalo una y otra vez, y no esperes nada a cambio. Inténtalo y disfruta del proceso. No se trata de conseguirlo, se trata de disfrutarlo y sentirlo mientras lo intentas. Disfruta, sin esperar nada a cambio, de todo lo que un niño de esta edad es capaz de dar y ofrecer en el momento presente. No juegues a eso de creer que, si lo fuerzas a caminar, lo va a hacer antes; que, si lo fuerzas a leer o a escribir, lo va a hacer antes; que, si le insistes en que estudie mucho, va a ser más inteligente. No, por favor. No caigas en este error que han cometido generación tras generación.

Y calma, mucha calma. No tengas prisa y disfruta de la primera etapa de la vida de tus hijos sin expectativa alguna. Es la más bonita de la vida, y pasa muy rápido. En estas primeras edades, la educación se desarrolla a fuego lento, como si de un buen guiso se tratara, y para ello se necesitan buenos ingredientes, dosis de paciencia y, por encima de todo, respetar la dignidad y la integridad del niño.

Así que, ¡a disfrutar se ha dicho! Al final todo se reduce al amor; el amor y el respeto a los procesos naturales de la vida; el amor hacia el lenguaje con el que expresar lo que nuestro corazón quiere decir. Es el amor de querer hacer y compartir algo precioso juntos.

A QUÉ EDAD DEBE EMPEZAR UN NIÑO A LEER Y A ESCRIBIR

¿Recuerdas el día en que aprendiste a leer? ¿Y a escribir? ¿Recuerdas quizás cuál fue la primera palabra que dijiste siendo bebé? Es muy probable que no, y ¡no pasa nada!, pues a todos nos ha ocurrido lo mismo. Hoy en día continúan siendo sorprendentes los esfuerzos que hacemos los adultos para que nuestros hijos o alumnos aprendan a leer o a escribir, cuando todos hemos empezado a transitar por el sendero de las palabras y de los sonidos sin tener que hacer esfuerzo alguno. Si aprendemos a hablar sin ningún tipo de esfuerzo, ¿por qué insistimos tanto en que niñas y niños aprendan a leer y a escribir a los cuatro o cinco años y, además, les forzamos para que así sea cuando quizás no todos están preparados para ello? Sencillamente, no tiene sentido y, lo que es peor, les estamos perjudicando más que beneficiando. Por ello, vamos a intentar descifrar y decodificar el proceso de la lectoescritura, de tal manera que el acompañamiento que realicemos a partir de ahora con los niños pueda ser disfrutado, vivido y sentido por ambas partes. ¿Empezamos?

El momento en que un niño comienza a leer o a escribir no depende de la edad que tenga, sino de si ya está preparado para hacerlo, que es muy diferente. Aprender a leer y a escribir debe ser algo bonito para el niño, y los adultos debemos propiciar que así sea, pues despertar el amor por los libros en los niños y que estos acaben siendo grandes lectores depende, en gran medida, de este importante momento de su vida. Afortunadamente, hoy tenemos mucha información sobre cómo podemos acompañar a niñas y niños en su desarrollo lector para que acaben amando la lectura.

La diversidad de cerebros —y la diversidad de maneras en las que va madurando el cerebro— es enorme. No se puede decir cuál es la mejor edad para que un niño aprenda a leer o a escribir, pero sí sabemos que hay un intervalo desde los tres años y medio o cuatro años hasta los siete años o siete años y medio para que puedan aprender. Por lo tanto, debemos respetar la diversidad existente y ofrecerle a cada niño de manera individualizada aquello que necesita en el momento en que lo necesita y, muy importante, no comparar nunca su proceso con el de otro niño.

La lectura es un proceso que exige mucho a nuestro cerebro. Por un lado, exige que el niño tenga un dominio de la lengua oral, que suele suceder entre los tres y cuatro años; y por otro lado, se necesita que haya comenzado a madurar la zona de abstracción del cerebro, y esto es algo que ocurre durante la franja de edad anteriormente citada y de manera diferente en cada niño.

El problema no es empezar a los tres o a los seis. El problema es forzar el cerebro del niño más allá de esos límites. Si tú obligas a un niño de cinco años a leer y su cerebro no ha madurado, no va a aprender a leer. Lo único que conseguirás será que asocie leer a incomodidad. Así que, por encima de fijar una edad de aprendizaje para leer y escribir, lo que deberíamos pensar es si el cerebro del niño está en el proceso madurativo adecuado para hacerlo.

Ha llegado el momento de decirles a aquellos familiares y docentes que obligan a niñas y niños en educación infantil a leer y a escribir que están cometiendo un error de gravísimas consecuencias; que, si forzamos el cerebro del niño para que aprenda algo para lo que todavía no está preparado, además de no aprenderlo, es muy probable que acabe odiando ese aprendizaje para siempre. Es difícil de entender que, con la información que hay hoy en día en este sentido, continúen estas prácticas que a lo único que pueden llevar es a que estos niños asocien lectura con incomodidad. Así que, por encima de atender a la edad del niño, es el momento de fijarnos en su proceso madurativo para que este pueda adquirir los aprendizajes.

LEER NO ES NATURAL

Nacemos con un cerebro perfectamente preparado para procesar el habla, y esto es algo que los seres humanos conseguimos simplemente al estar en contacto con el ambiente en que vivimos. A un ambiente rico en estímulos, un mejor desarrollo del niño. Pero con la lectura no sucede lo mismo. Nuestro cerebro no viene preparado de serie para aprender a leer como aprendemos a hablar, y esto significa que el aprendizaje de la lectura depende de un proceso de maduración cerebral. En nuestros genes no están establecidos los circuitos cerebrales específicos destinados a la lectura. Somos capaces de reconocer caras desde hace millones de años, pero hace tan solo entre 5.000 y 6.000 años que reconocemos letras. ¿Recuerdas el ejemplo de los tomates del inicio de este libro? Pues ese ejemplo cobra ahora más sentido que nunca.

Así que, como si de un buen entrenamiento físico se tratara, nos toca, como educadores y familiares, iniciar un proceso con el niño desde que es muy pequeño para que acabe formando unos cimientos sólidos, que le permitan una adquisición rica y con garantías del proceso lector. Debemos convertir la lectura en un hábito que practiquemos a diario con nuestros hijos y alumnos, enseñándolo de manera explícita y sistemática. De inicio podemos decir que partimos con ventaja, pues el castellano es una lengua de las consideradas transparentes, dado que existe una correspondencia entre el fonema y el grafema en que —exceptuando algunos casos– cada grafema corresponde a un solo fonema. Así que una de nuestras principales tareas en este camino será ayudar al niño a conocer el mundo que le rodea a través del descifrado de una serie de símbolos.

El invento de la escritura y de la lectura supuso una auténtica revolución para los seres humanos en la necesidad de comunicación entre miembros de nuestra especie. Hubo un momento en nuestra evolución en que guardar registros sólidos de eventos que sucedían, los cuales podrían ser recordados tras el paso del tiempo, se convirtió en una necesidad. La presión cultural tuvo mucho que ver en esta invención humana, sobre todo desde hace 70.000 años aproximadamente, cuando en el transcurso de la revolución cognitiva el ser humano cultural comenzó a desbancar al ser humano biológico. Fue en ese instante cuando el lenguaje comenzó a tener un protagonismo relevante tanto en la dimensión individual como en la social de nuestra especie, cuando comenzamos a construirnos no solo a través de lo vivido, sino también de lo leído.

Como podemos observar, la lectura y la escritura nacieron ante la creciente exigencia e intensidad de las relaciones humanas hace muy poco tiempo, hablando en términos evolutivos. Ello las convierte en un aprendizaje importante para los miembros de nuestra especie, que tenemos que adquirir para adaptarnos, comunicarnos y vivir en nuestra sociedad, pues ningún ser humano nace con un cerebro genéticamente diseñado para la lectura. Esta invención supuso una nueva y rápida rotulación de nuestro cerebro, y requiere de un laborioso proceso de aprendizaje, atención, memoria y entrenamiento específico y explícito que dura años, sobre todo los primeros de nuestra vida, e incluso gran parte de esta si lo que queremos es aprender a leer de un modo altamente eficiente.

Cuando obligamos a un niño a que adquiera un aprendizaje para el cual su cerebro aún no está preparado, esto genera estrés en este, al hacerle sentir que no es capaz de alcanzar el aprendizaje que le estamos demandando. Este es realmente el peligro que supone adelantar etapas en la edad escolar. Además, este hecho disminuye considerablemente la capacidad de aprendizaje del niño, quien comienza a asociar aprendizaje a malestar, a estrés, a aspectos emocionales negativos, lo que va a provocar después una menor capacidad de poder utilizar estos aprendizajes y, sobre todo, de utilizarlos en un contexto adecuado.

Un cerebro estresado es un cerebro menos eficiente, que entra en un círculo vicioso de aprendizaje negativo. Además, cuando este estrés es crónico, el problema es que altera el patrón de conexiones neurales y puede llegar a alterarlo de forma permanente. Si estas conexiones neurales no se forman correctamente debido al estrés crónico, lo que se genera es un cerebro más inestable, un cerebro que no produce dopamina y, por lo tanto, disociado de la sensación de placer o bienestar que le genera dicho aprendizaje. Es un cerebro al que le cuesta gestionar sus emociones, su propia memoria, y menos capaz de tomar la decisión acertada. Es decir, estaremos propiciando que estos niños, cuando sean adolescentes, tengan más problemas de autogestión.

Obliga a un niño a que aprenda a leer o a escribir y conseguirás que odie la lectura para siempre; acompáñalo respetando sus ritmos madurativos disfrutando del proceso y descubrirá el placer y el amor por los libros.

¿POR QUÉ DEBEMOS HABLARLE CLARAMENTE AL NIÑO,

DÁNDOLE LAS PALABRAS CORRECTAS Y REPITIÉNDOSELAS A MENUDO?

Los adultos debemos ser conscientes de la importancia de utilizar un lenguaje rico tanto en palabras como en estructura en este momento de desarrollo del niño, dirigiéndonos siempre a él desde el respeto y utilizando toda la riqueza del lenguaje, de tal manera que pueda ser asimilado por la mente absorbente del niño.

Pero ¿por qué es tan importante que el adulto se comunique con el niño de esta manera? A estas edades los niños ya tienen la necesidad de expresar sus propias ideas y necesidades, y utilizan las palabras para transmitir lo que están pensando o sintiendo. Los adultos debemos tener en cuenta que el niño se encuentra en pleno proceso de enriquecimiento de su lenguaje, de tal manera que debemos estar muy cerca de él ayudándole y guiándole en el proceso de adquisición de algo tan inmenso y bonito como es el lenguaje. Los niños tienen el deseo de hacerlo, pero todavía no han desarrollado la capacidad para ello. Es ahí, en el desarrollo de esa capacidad, donde los vamos a acompañar para que sientan la seguridad de que lo que quieren expresar va a ser atendido por nuestra parte. Esto es muy importante para ellos.

A veces, para que los adultos entendamos lo que les ocurre a los niños y nos pongamos en su lugar, lo mejor que podemos hacer es trasladar un ejemplo a nuestro día a día. Seguro que en alguna ocasión te has sentido limitado o frustrado al visitar algún lugar cuyo idioma no dominabas, o has estado con personas que se comunicaban en una lengua en que tú no podías hacerlo; en esos momentos nosotros mismos hemos sentido y experimentado una frustración interna muy intensa al intentar expresar o comunicar algo careciendo de las herramientas suficientes y de la seguridad necesaria para hacerlo. Pues esto mismo es lo que sienten los niños cuando desean comunicar sus ideas a las personas y estas no las entienden, y llegan a situaciones de frustración, desesperación o se ponen realmente furiosos si no logran hacerlo.

Por lo tanto, si conseguimos ayudar y entender a los niños en estos momentos, se sentirán más tranquilos. Y debemos hacerlo de una manera que verdaderamente enriquezca al niño, hablándole despacio, con claridad, fijándonos en que nos mire cuando le estemos hablando. Debemos desechar de nuestra comunicación con él procedimientos incorrectos como imitarle, reírnos al escucharle pronunciar algunas palabras o hablar de la misma manera que él porque sencillamente nos parece gracioso. Todo esto no le ayuda nada. Además, deberemos utilizar las palabras correctas cuando queramos nombrar a las cosas; por ejemplo, cuando queramos nombrar a un perro lo haremos como perro y no como guau-guau. Este es uno de los mayores errores que podemos cometer, pues ¿cómo pretendemos que los niños enriquezcan su lenguaje si utilizamos estos recursos? Otra cosa muy distinta es que queramos utilizar el recurso de la onomatopeya para seguir en el proceso de enriquecimiento y construcción de su lenguaje. En este caso, primero diremos siempre el nombre del animal: «el perro hace guauguau», emitiendo nosotros el sonido con nuestra boca.

Los niños nos imitan en cada cosa que hacemos, y el proceso de adquisición del lenguaje no es una excepción. Por eso debemos comunicarnos con ellos con la responsabilidad de quien desempeña la función de construir algo desde la nada. Si queremos que tengan un lenguaje rico en palabras, comunicación y expresión, primero debemos ser nosotros quienes incorporemos y desarrollemos este proceso en nuestro día a día y en nuestra manera de comunicarnos con ellos.

DESARROLLA LA ESCUCHA ACTIVA

La escucha activa, también conocida como escuchar para comprender, es nuestra capacidad de escuchar sin evaluar el mensaje que estamos oyendo, sino más bien comprenderlo desde la sinceridad y la honestidad. Por lo tanto, está muy relacionada con nuestra capacidad empática. La escucha activa nos ayudará a desarrollar relaciones sólidas con nuestros hijos y alumnos a través de la empatía, a la vez que aceptamos y respetamos al emisor del mensaje. La escucha activa es, por tanto, el primer paso para aprender a comunicarnos de manera positiva.

Se trata de hacer sentir al otro que está siendo escuchado, pero de verdad. Si prestamos atención a lo que la otra persona está diciendo, sin estar pensando en la inmediatez de nuestra respuesta, sino dejando que fluya el mensaje de quien nos habla, desarrollaremos habilidades de comunicación mucho más efectivas. Cuando nuestros hijos o alumnos necesitan comunicarnos algo, es importante que les transmitamos la sensación de que están siendo escuchados, poniendo el foco en ellos por completo, y no intentando ofrecerles una respuesta inmediata tras emitir su mensaje o dejarlos a medias de lo que estaban comunicando por el hecho de que les interrumpimos ofreciéndoles una respuesta. Si practicamos la escucha activa, disminuiremos el estrés y el agobio de quien nos está transmitiendo el mensaje y, de esta manera, estaremos sembrando las semillas para que en el futuro se abra a tener conversaciones sinceras y honestas con nosotros.

Beneficios de practicar la escucha activa

A través de la escucha activa, destinamos parte de nuestros recursos a entender el mensaje que nos está transmitiendo la persona a la que estamos escuchando, a la vez que esta recibe información de si estamos entendiendo lo que está intentando transmitirnos. La escucha activa nos ayuda a empatizar y a comprender mejor las emociones de los demás. Entre los numerosos beneficios que comporta esta técnica se encuentran los siguientes:

Ayuda a fomentar la confianza con la otra persona, ya que nos ayuda a conocernos mejor, a la vez que afianzamos el vínculo entre ambos.Aprendemos del otro: aplicando esta técnica podemos llegar a aprender aspectos de la otra persona que nos ayudarán en nuestro día a día.Empatizamos con la otra persona: empatizar con los demás es un aspecto fundamental para lograr éxito en las interacciones sociales.Nos da tiempo para pensar: respetar los espacios comunicativos tiene la ventaja de darnos el tiempo adecuado para reflexionar sobre nuestra intervención.

Cómo practicar la escucha activa