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Los salmos son oración oficial de judíos y cristianos, compuestos durante un milenio por levitas de Sion (Jerusalén) y atribuidos a David. En hebreo se llaman tehilim y tefilim, alabanzas, oraciones, cantos de (para) Dios, por el mundo y los hombres. Los griegos los llamaron Salmos (Psalmoi), porque se cantaban con música de salterio (cítara, harpa). En momentos solemnes sonaban trompetas. En trances alegres se bailaban con tamboril y pandereta; en momentos tristes con viola antigua y voz quebrada… Todos eran música hecha palabra, palabra hecha música. Hay salmos de amantes (shirim) y sabios (maskilim), lamentos, bendiciones, maldiciones, danzas de guerra, juego y perdón, elegías, ahogos, sollozos… siempre de vida ante Dios. San Pablo, poco cantarín, pedía que llevemos cada uno a la misa o plegaria común un salmo nuestro o de la Biblia, que no cantemos siempre el mismo (1 Cor 14,26). Será tiempo de empezar. Para eso he compuesto este libro.
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Seitenzahl: 1675
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Introducción
Salterio. Nombre y sentido
Lectura judía y cristiana, a la luz del Padrenuestro
Iniciación a la lectura de los salmos
Un libro de compañía poética y orante
LIBRO I (Salmos 1–41)
1. Dos caminos, dos metas
2. El Señor y su Mesías
3. Clamor matinal ante el cerco enemigo
4. El reposo del justo
5. Oración matutina
6. Oración en peligro de muerte
7. Oración del justo perseguido
8. Gloria del Creador y dignidad del hombre
9. Dios, defensor de los humildes
10. No te olvides de los humildes
11 (10). Seguridad en el Dios justo
12 (11). Por el triunfo del bien
13 (12). De las tinieblas a la luz
14 (13). La necedad de quien niega a Dios
15 (14). Condiciones para entrar en el templo
16 (15). Tú eres mi Bien
17 (16). Oración de un perseguido
18 (17). Te Deum real
19 (18). Elogio de la creación y de la ley
20 (19). Peticiones por el rey
21 (20). Acción de gracias por la victoria del rey
22 (21). Gritos de muerte y de gloria
23 (22). El pastor-anfitrión
24 (23). ¿Quién puede subir al monte del Señor?
25 (24). Por la perdición, la guía y el socorro
26 (25). Plegaria del inocente perseguido
27 (26). Comunión con Dios
28 (27). Prerrogativas del justo
29 (28). La gloria de Dios en la tormenta
30 (29). Dios salva de la muerte
31 (30). Dios, refugio seguro
32 (31). La dicha del perdón
33 (32). Himno al Dios fuerte y bueno
34 (33). Bajo la protección divina
35 (34). Oración ante los testigos falsos
36 (35). Dios, fuente de vida
37 (36). Los humildes poseerán la tierra
38 (37). Petición de ayuda y de perdón
39 (38). Caducidad de la vida
40 (39). Reconocimiento y súplica
41 (40). Oración de un enfermo abandonado
LIBRO II (Salmos 42–72)
42–43 (41–42). Anhelos del desterrado
44 (43). Elegía nacional
45 (44). Epitalamio real
46 (45). Dios está con nosotros
47 (46). Dios, rey de los pueblos
48 (47). La ciudad del gran rey
49 (48). Inconsistencia del hombre
50 (49). Meditación sobre el culto
51 (50). Miserere
52 (51). La suerte del pérfido
53 (52). Depravación general
54 (53). Plegaria en el peligro
55 (54). Confianza del perseguido
56 (55). Confianza en el peligro
57 (56). La vida entre «leones»
58 (57). Dios, el Juez justo
59 (58). Petición de ayuda
60 (59). Petición de auxilio después de la derrota
61 (60). Oración de un desterrado
62 (61). Dios, la única esperanza
63 (62). Sed de Dios
64 (63). Castigo de los calumniadores
65 (64). Himno de acción de gracias
66 (65). Que la tierra te adore
67 (66). Que todos los pueblos te alaben
68 (67). La gloriosa epopeya de Israel
69 (68). Angustia mortal
70 (69). Invocación
71 (70). Dios es mi refugio
72 (71). El rey Mesías
LIBRO III (Salmos 73–89)
73 (72). De la crisis a la luz
74 (73). Lamentación por la ruina del templo
75 (74). Dios, juez justo
76 (75). Dios, espléndido y terrible
77 (76). El camino de Dios con su pueblo
78 (77). Lecciones de la historia
79 (78). ¿Hasta cuándo, Señor?
80 (79). Canción del pastor y de la viña
81 (80). Canto festivo y llamada a la fidelidad
82 (81). Contra los malos jueces
83 (82). Contra los enemigos del pueblo
84 (83). Deseo del santuario
85 (84). Oración para la restauración total
86 (85). Oración para tiempos de aflicción
87 (86). Sion, hogar de las naciones
88 (87). Lamento y oración en la aflicción
89 (88). El rechazo de la casa davídica
LIBRO IV (Salmos 90–106)
90 (89). El hombre frágil ante el Dios eterno
91 (90). Seguridad bajo la protección divina
92 (91). Alabanza al Dios fiel
93 (92). El reinado de Dios
94 (93). Dios, abogado del justo
95 (94). Invitación a la alabanza y a la obediencia
96 (95). El Señor, rey y juez
97 (96). El rey divino, juez de todos
98 (97). El Rey victorioso y Juez justo
99 (98). El Señor, rey santo
100 (99). Himno procesional
101 (100). El modelo para los gobernantes
102 (101). Oración en la desgracia
103 (102). Dios ama y perdona
104 (103). Alabanza al Creador
105 (104). Alabanza al Señor de la historia
106 (105). Israel confiesa sus pecados
LIBRO V (Salmos 107–150)
107 (106). Acción de gracias al Salvador
108 (107). Dios, protector de su pueblo
109 (108). Contra el enemigo calumniador
110 (109). El Mesías, rey y sacerdote
111 (110). Elogio de Dios y de su bondad
112 (111). Elogio del justo
113 (112). Alabanza a Dios glorioso y poderoso
114 (113A). Al salir de Egipto
115 (113B). Grandeza del verdadero Dios
116 (114–115). Acción de gracias
117 (116). Doxología de las naciones
118 (117). Acción de gracias al Salvador de Israel
119 (118). Elogio de la ley divina
120 (119). Contra el calumniador
121 (120). El guardián de Israel
122 (121). Saludo a Jerusalén
123 (122). La mirada hacia Dios
124 (123). Acción de gracias por la liberación
125 (124). El Señor, protector de Israel
126 (125). Oración por la plena restauración
127 (126). Abandono en la providencia
128 (127). La bendición del hogar
129 (128). Esperanza en la opresión
130 (129). De profundis
131 (130). El descanso en Dios
132 (131). El pacto entre David y el Señor
133 (132). La unión fraterna
134 (133). Alabanza nocturna
135 (134). Dios en la creación y en la historia
136 (135). Himno al amor eterno de Dios
137 (136). Balada del desterrado
138 (137). Acción de gracias por la ayuda divina
139 (138). El hombre ante Dios
140 (139). Dios, abogado del justo
141 (140). Plegaria del justo
142 (141). Clamor en un grave aprieto
143 (142). Petición de ayuda ante el enemigo
144 (143). Oración por la victoria y la prosperidad
145 (144). Alabanza de la grandeza y la bondad divinas
146 (145). Confianza solo en Dios
147. Himno al Todopoderoso
148. Himno de la creación al Todopoderoso
149. El campo de batalla del pueblo de Dios
150. El gran Aleluya
Vocabulario
Bibliografía
Anexos
Créditos
Para Mabel, cantora de salmos, amiga de iconos
Un discípulo le dijo «enséñanos» a orar (Lc 11,1), y Jesús, que era Maestro de oración, le enseñó el Padrenuestro. Me gustaría haber seguido en esa línea, pero, como solo soy profesor ya jubilado de Biblia y Teología, me ha parecido mejor escribir este manual de introducción cristiana a los salmos, retomando y condensando largos años de feliz docencia, con alumnos y amigos que quizá recordarán algo de lo que aquí digo.
El salterio no es un libro entre otros, sino el libro base de canto, poesía y oración de la Biblia, tal como ha sido compuesto y recogido a lo largo de casi un milenio (del siglo IX al II a.C.) por levitas y orantes del templo de Sion (Jerusalén), bajo la autoridad simbólica del rey David, y empleado hasta hoy por la liturgia de judíos y cristianos. Forma parte de la Biblia Hebrea (TM, siglo IV-II) y de la Griega (LXX, siglo II-I a.C.) y consta de 150 poemas, que no están pensados para ser leídos de un golpe, sino para ser cantados y orados a lo largo del día, del año y de la vida de los creyentes, escogiendo los más adecuados, según la liturgia común y la inspiración particular de cada orante.
1. El salterio se llama enhebreo tehilim, que significa alabanzas, cantos o poemas, para glorificar a Dios, dándole gracias por todo lo que existe en el mundo y especialmente por la historia y vida de los hombres. Los traductores griegos dieron a esos cantos el nombre de Salmos(Psalmoi), textos para ser cantados con acompañamiento de un salterio, que es un tipo de cítara o arpa de diez cuerdas. De manera lógica, respondiendo a la variedad de sus matices, ellos han recibido en la Biblia Hebrea otros títulos o nombres que expresan mejor su contenido.
2. Los salmos son mizmor, cantos solemnes, que se proclaman y tocan con instrumentos de cuerda, entre los que sobresale el kinnor, que es la cítara o arpa, ya citada. El primer lenguaje del hombre ha sido la poesía y el canto, y entre los cantos los primeros han sido los que brotan de la admiración ante la vida y el mundo, en un contexto de misterio sagrado. Más que medio para declarar unas ideas, los salmos, empezaron siendo cantos para expresar y comunicar sentimientos y experiencias ante el despliegue de Dios, la emoción interna y la relación con otras personas.
3. Los salmos se llaman también shir/shirim, cantos exultantes, que se diferencian de los gritos o señales auditivas de los animales porque van cargados de un intenso sentimiento afectivo, de tipo gozoso, amoroso, de atracción y comunicación consciente, de llamada y respuesta, para conocimiento y enriquecimiento mutuo. El más conocido de la Biblia es el Cantar de los Cantares (= Shir ha shirim), poema intenso de atracción y comunión enamorada entre varones y mujeres (en la línea de la primera palabra dirigida por Adán a Eva: Gn 2,23). En esa línea, muchos salmos son también declaraciones de amor agradecido, gozoso o dolorido de unos hombres ante Dios o ante los otros, aunque en general prefieren velar el atractivo erótico, pues se cantan en el templo más que en casa o en la plaza.
4. Los salmos son también tefilim (tefilah), oraciones articuladas, es decir, plegarias, formas de invocación, petición y diálogo, que no se dirigen solamente a la naturaleza (sol, tierra, luna, mar o río...), ni a otros hombres o mujeres, compañeros de esta vida y camino, sino directamente al Dios, en quien todo se funda y condensa, en los diversos momentos de la vida, día o noche, nacimiento o muerte. Pero, dirigiéndose a Dios y a otros seres humanos, el orante de los salmos reflexiona y se dirige, en su interior, hacia sí mismo, de manera que sus «teo-loquios» (conversaciones con Dios) se convierten en «soliloquios», conversaciones o reflexiones consigo mismo1.
5. Algunos llevan el título de miktam,que puede traducirse como «inscripción» o, quizá mejor, como epigrama, poema para ser «grabado» (esculpido, escrito) sobre piedra o madera, como en los monumentos de Egipto o Mesopotamia. Son textos que no solamente se producen y reproducen de forma oral, modulándose así a lo largo de siglos en la memoria de los orantes y cantores, sino que, en un momento dado, se fijan (inscriben), grabándose en hojas de papiro o pergamino, para conservarse en templos y palacios. En esa línea, para mantener el testimonio de su identidad, los judíos fueron escribiendo los cantares que ellos dirigían a Dios, aunque, al mismo tiempo, los siguieran manteniendo vivos en la memoria de las comunidades.
6. Varios salmos se llaman, finalmente, maskil (cf. Sal 32; 42; 44; 45; 52–55; 74; 78; 88; 89 y 142), por estar compuestos y reproducidos con arte, es decir, con maestría, con voces escogidas, con instrumentos adecuados. Sin duda, ellos han sido cantados de un modo informal en casas particulares, caminos o campos, durante el trabajo o en fiestas, como textos comunes de todo el pueblo; pero, en un momento dado, han sido utilizados por levitas profesionales, en el Palacio/Templo en Jerusalén que termina definiéndose como «casa de música orante», una especie de ópera nacional del judaísmo2.
Estos y otros nombres pueden aplicarse a los salmos, como indicaré de manera más precisa en el vocabulario final de este libro. Estos tenían según eso varios nombres que matizaban su forma y/o contenido. Solo al traducirlos al griego y publicarlos como texto unificado para la Biblioteca Real de Egipto (Alejandría), recibieron, por comodidad, un nombre único, que se ha mantenido hasta el momento actual, el de Salmos(Psalmoi), poemas cantados con acompañamiento básico de cítara o salterio, de trompetas y tambores3.
Pueden recitarse (leerse) o cantarse también en otros lugares, y muchos judíos lo hacían así, pero oficialmente se empleaban en la liturgia del templo de Sion, como expresión de identidad colectiva del pueblo, transmitida y fijada a lo largo de siglos. En ese sentido recogen y expresan la «memoria» viva del judaísmo, que no se transmite por libros de administración o de relaciones comerciales, sino a través de cantos religiosos de recuerdo y esperanza.
El salterio contiene himnos y meditaciones para todas las estaciones del año y para todas las circunstancias de la vida. No expresan una única forma de entender la vida, sino varias, como la misma existencia humana, que es multiforme, con tiempos para amar y para enfrentarse con otros, para alegrarse y llorar, para luchar y para celebrar la paz, para castigar a los enemigos y para perdonarlos como recuerda el Eclesiastés o Qohelet 3,1-8. Son himnos del pueblo judío, estando, al mismo tiempo, abiertos a todos los pueblos de la tierra4.
Como he dicho, Jesús estaba un día orando y, al terminar, se le acercó un discípulo diciendo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» (Lc 11,1). Este relato nos sitúa en el principio de Iglesia, cuando los cristianos sintieron la conveniencia (necesidad) de fijar una plegaria propia, que pudiera compararse a la de Juan y a la de otros grupos judíos, como síntesis o compendio de los salmos, pero en la línea de la oración de Jesús.
Lucas 11,2-4 ofrece el texto más antiguo, como expresión central de la oración de Jesús. Mateo 6,9-13 lo ha expandido de un modo más litúrgico, diciendo Padrenuestro (no simplemente Padre, como Lucas)5. Pero los dos evangelistas toman esta oración de Jesús, como clave y compendio de la oración judía del conjunto de los salmos.
En esa línea, esta respuesta de Jesús puede y debe compararse con aquella que él dio al hombre rico, deseoso de heredar la vida eterna. Primero le dijo «cumple los mandamientos»(cf. Mc 10,17-20); pero después, cuando el hombre respondió «¡los cumplo desde mi juventud!», Jesús añadió: «Si quieres ser perfecto, vende lo que tiene, dáselo a los pobres, ven y sígueme». También en nuestro caso, Jesús pudo decir al demandante: «Ahí tienes los salmos, rézalos». Pero después, ante su insistencia (¡los salmos ya los rezo!), le siguió diciendo: «Si quieres ser perfecto reza el Padrenuestro, pues todos los salmos se cumplen y condensan en su invocación y peticiones» (cf. Mc 12,28-35 par).
Todos los mandamientos se resumen en dos, amar a Dios y amar al prójimo. De un modo semejante, todos los salmos se contienen y entienden desde el Padrenuestro, que sería, según eso, oración suficiente para los cristianos. A pesar de ello, de un modo consecuente, la Iglesia, que, al lado de los dos mandamientos de Jesús, mantiene los diez del decálogo, ha conservado al lado del Padrenuestro los 150 salmos del salterio.
Este es uno de los casos más significativos de identificación en la lectura judía y cristiana de la Biblia. En el tiempo de Jesús y más tarde (del siglo I a.C. al III d.C.) hubo diversos intentos de producir nuevos salmos, sustituyendo los antiguos o añadiendo algunos nuevos, entre judíos y cristianos; pero al fin tanto unos como otros se mantuvieron fieles a los salmos del texto bíblico.
– En el judaísmo pueden citarse tres ejemplos de ampliación o sustitución de los salmos: a) Los Hodayot de Qumrán, himnos propios de la tradición esenia; b) los Salmos de Salomón, que van en la línea de un judaísmo nacional de tipo militar y militante (cercano al de los celotas); c) plegarias de carácter fariseo, como las Dieciocho bendiciones, que vendrán a convertirse en un texto oficial del judaísmo posterior. Pero los judíos rabínicos no abandonaron los 150 salmos canónicos, sino que los siguieron y siguen tomando como texto «oficial» de su oración.
– En el cristianismo hubo también intentos de crear nuevos textos, para sustituir a los salmos. Los más significativos son los himnos o textos orantes de la tradición antigua, conservados en las cartas auténticas de Pablo (como Flp 2,6-11) y su «escuela», tanto en Colosenses-Efesios como en las pastorales (1-2 Timoteo y Tito) y Hebreos. Contamos, además, con la espléndida colección de himnos y bendiciones del Apocalipsis y, sobre todo, con los «salmos» de Lucas (Magníficat, Benedictus y Nunc Dimittis: Lc 1–2), y varias oraciones del libro de los Hechos6.
Por una reacción generalizada, compartida por las iglesias y las sinagogas, desde Siria a Roma, desde Asia Menor y Grecia hasta Egipto (Alejandría), judíos y cristianos optaron por conservar y destacar como oración propia los salmos, a pesar de las dificultades que podían presentar algunos de sus textos (en línea de violencia y condena de los adversarios). Los cristianos lo hicieron por tres razones fundamentales, sin renunciar por ello al Padrenuestro, sino para entenderlo y proclamarlo mejor:
a) Conservaron los salmos para ratificar la raíz bíblica de la oración de Jesús, insistiendo en el carácter histórico de la revelación de Dios, en contra de aquellos que, en la línea de Marción, pensaron que el AT era anticristiano, contrario al evangelio.
b) Insistieron en los salmos para destacar la identidad carnal, histórica y social de la Iglesia, con la exigencia concreta de encarnación y vinculación social (de comunicación orante) entre los fieles, en fidelidad a la tradición judía y a la experiencia universal de oración de Jesús y de sus seguidores.
c) Finalmente, los cristianos conservaron (conservamos) los salmos para mantener y desarrollar la opción social a favor de los pobres y descartados sociales, en contra de aquellos que querían tomar el cristianismo como una especie de «piedad elitista» de sabios y elegidos, sin arraigo social concreto, sin el canto dolorido y expectante de la Iglesia7.
No presento un comentario, sino una iniciación a la lectura orante de los salmos, en una línea cristiana (mesiánica) y judía, fiel al texto original hebreo y abierta a la novedad del evangelio como buena nueva de Dios para los hombres. Desde ese fondo, expongo los salmos como cantos judíos y cristianos, es decir, universales, desde la tradición de Jesús, asumida básicamente por la Iglesia.
Quiero entender los salmos como texto fundamental de la humanidad, desde una perspectiva occidental, abierta al ancho mundo oriental, en vertiente semita, especialmente emparentada con la poesía del mundo árabe y de muchos pueblos que, siendo tradicionales, han sabido recoger y expresar los sentimientos básicos de la vida En ese sentido, los salmos han definido hasta hoy (siglo XXI) la poesía y cultura del Occidente cristiano; por eso he debido poner de relieve el sustrato y esencia semita de los salmos, explicados desde el texto hebreo.
No lo hago por erudición, sino para mantener vivo (que no se pase por alto) el tenor y sentido originario de sus textos. No hace falta que el lector haya estudiado hebreo, ni que pueda leer las palabras que cito en su grafía original, pues ellas van normalmente entre paréntesis, y están bien explicadas en el contexto. Pero he querido conservar algunas para que no se pierda el tenor original (hebreo) de los textos, escritos por judíos del AT e interpretados hondamente por Jesús y los cristianos8.
He compuesto mi lectura sobre el texto hebreo, por motivos culturales, sociales, religiosos, más que puramente literarios. Los salmos son un texto clave de la vida (religión) de los judíos y por eso han de leerse y entenderse en su contexto, desde la teología (antropología) del AT. Así he querido empezar leyendo y entendiendo los salmos como pensador y «creyente» judío, pues, en cuanto estudioso y cristiano, sigo siendo judío de base y cultura; precisamente para ser universal debo empezar respetando el texto hebreo9.
Lógicamente, el lector que me siga ha de hacer un pequeño esfuerzo por situar los salmos en el contexto antiguo, en el despliegue de la Iglesia y finalmente (al mismo tiempo) en la cultura actual. El lector actual debe ser fiel al pasado, asumiendo los elementos básicos de la historia de Israel, con la Iglesia posterior, desde el mundo globalizado del siglo XXI, pues los retos y problemas de nuestro tiempo siguen siendo los que empezaron a plantearse con el surgimiento de los salmos10.
Como indica su título, este libro ofrece una «lectura cristiana» de los salmos judíos, o, por lo menos, una introducción a esa lectura, desde la perspectiva del evangelio, en la línea del Padrenuestro. Jesús no abandonó a Israel para vivir y orar, no renunció a los salmos para limitarse al Padrenuestro, sino que integró todos los salmos en el Padrenuestro, como judío mesiánico, vinculado desde Galilea a la tradición de Jerusalén, reinterpretando los salmos a la luz de su vida y mensaje. De esa forma se mantuvo en la línea de los judíos orantes, cantores y autores de salmos. Ciertamente, su interpretación no fue la única, pues el judaísmo anterior y posterior compuso y expuso salmos en perspectivas distintas, pero no contradictorias a la de Jesús.
En esa línea, mi lectura, siendo judía, quiere ser, al mismo tiempo, cristiana, no por imposición externa (a la fuerza, de un modo «dogmático»), sino porque (con la Iglesia) estoy convencido de que el camino y mensaje de los salmos culmina de un modo natural (aunque no único) en la vida y oración de Jesús, a quien llamamos el Cristo de Israel. Precisamente por eso, para insistir en la vinculación y raíz judía de los salmos (no por simple prurito de erudición) he querido insistir en su «verdad hebrea», para que nadie pueda pensar que rechazamos nuestra base judía al recitarlos, cantarlos y pensarlos11.
Este ha sido y quiere ser un libro «acompañado». Ciertamente es mío, obra de largo estudio y docencia, pero es, al mismo tiempo, un libro acompañado, pues solo he podido escribirlo por la ayuda de maestros, profesores y colegas con los que he dialogado y aprendido por decenios. La bibliografía más completa aparece al final del libro (marcando con un asterisco las obras y autores que más me han influido). Pero ya aquí, en forma de nota quiero (y debo) citar a los siete especialistas en salmos cuyos trabajos han sido para mí más importantes12. Partiendo de ellos y de otros citados en la Bibliografía, he podido escribir esta «lectura cristiana» de los salmos.
1. Tomo como base de lectura el texto litúrgico de la CEE (Conferencia Episcopal Española), no solo porque es la oficial de la Iglesia, sino porque es muy buena, siguiendo básicamente la de L. Alonso Schökel.
2. Introducción. Muchos lectores y orantes pueden centrarse en las dos primeras partes de mi exposición de cada salmo, con la introducción a la lectura y el texto traducido de cada salmo, en cursiva. A modo de complemento, pasando por alto mi comentario, podrán pasar a la reflexión y actualización final.
3. Comentario. Quienes quieran profundizar en la división y sentido particular de cada salmo pueden pasar al comentario propiamente dicho, que contiene una interpretación básica del salmo. En ese nivel se sitúan en general las notas a pie de páginas en las que incluyo (como en el mismo texto) algunas referencias al original, incluso con palabras en hebreo (casi siempre paréntesis), que no son necesarias para entender el texto, pero que sirven de ilustración filológica y, sobre todo, de comunión con los autores y orantes primeros de los salmos13.
Para orientarse en la lectura será bueno acudir a las indicaciones del vocabulario, donde presento en conjunto y analizo los diversos tipos de salmos, siguiendo el esquema general de la liturgia, insistiendo en los contenidos históricos, antropológicos, teológicos del conjunto de los salmos, divididos y comentados en los dos últimos siglos (XIX y XX) partiendo sobre todo de sus formas literarias. Sin negar el valor de esas «formas», he insistido más en el contenido histórico, antropológico y religioso (orante, meditativo) de los salmos, fijándome especialmente en temas como vida y muerte, gozo y dolor, amor y odio, perdón y venganza, juicio y salvación, enfermedad y salud, salvación y condena, etc., desde la perspectiva del conjunto del salterio.
Hay otros libros muy importantes en la Biblia, tanto en el AT (Génesis, Éxodo, Isaías, Job, etc.) como en el NT (evangelios, cartas...) pero quizá, entre todos, el más complejo, enigmático y profundo es este libro de Salmos. Ningún otro abarca tantos temas y ofrece tantas interpretaciones: 150 visiones de conjunto de la acción y presencia de Dios, con la experiencia personal y social de los creyentes, desde la perspectiva del templo de Jerusalén. Ese templo ha tenido muchas limitaciones, y ha sido criticado, y en un sentido condenado, por Jesús; pero en otro sentido ha sido un laboratorio esencial de oración, como sabe el mismo Jesús cuando afirma que ha de ser «casa de oración para todos los pueblos» (Mc 11,17; con cita de Is 56,7).
Muchos problemas que se exponen (cantan y debaten) en los salmos son todavía los nuestros, pues los salmistas nos han enseñado a escuchar, buscar, sentir y decir lo que somos ante el misterio de Dios, en el corazón de la vida. Solo podrá entenderlos de verdad quien se introduzca en su dinamismo religioso y teológico, divino y humano, en el sentido profundo de la palabra. No hace falta ser expresamente creyentes para entenderlos, pero desde la dinámica más honda de diálogo con Dios Vida puede entenderse mejor su sentido.
En esa línea he querido escribir esta «lectura cristiana», es decir, religiosa y mesiánica de los salmos. Quiero que los lectores y orantes de este libro (de los salmos) admiren su lenguaje, entiendan su discurso, pero quiero, sobre todo, que ellos puedan introducirse en su «dinámica» espiritual, cantando y bailando, llorando y riendo con la Biblia de Jesús. Mirados así, los salmos son un clave de la cultura universal, un testimonio excelso de poesía, de experiencia estética, espiritual, humana, un don y regalo del judaísmo, antiguo y moderno, entendido y aplicado de un modo especial por Jesús, en la tradición cristiana.
En esa línea, mi lectura, siendo académica (es decir, de fondo universitario) quiere ser «religiosa», en el sentido más profundo de la palabra. Los salmos fueron el libro fundamental de oración de los judíos, elaborados básicamente desde el templo de Jerusalén y para la liturgia del templo. Los salmos siguen siendo la «introducción básica» de la oración cristiana. Ciertamente, cuando el discípulo de Lc 11,2 pidió a Jesús «enséñanos a orar», Jesús le respondió enseñando el Padrenuestro. Pero ese Padrenuestro de Jesús solo puede orarse de verdad si surge y se entiende desde el «humus» vivo de los salmos hebreos de Israel. Así lo irá poniendo de relieve este libro de «lectura», cuyos temas principales he resumido al final en un vocabulario básico de experiencia y teología orante.
Este libro no podría haber sido escrito sin la paciencia larga y sin la ayuda constante, amorosa, generosa y eficaz de Mabel. Solo Mabel y Dios saben las horas que ella ha debido «sacrificar» por mi trabajo, de manera que esta «lectura de los salmos» sigue siendo suya, tanto o más que mía.
La elaboración final de este libro ha coincidido con los largos meses de enfermedad de mi hermano Mikel († 14.12.2021), a cuyo recuerdo se lo debo también dedicar.
En otra línea, debo dar gracias a María Puy Ruiz de Larramendi, por su preparación y revisión del texto, con su acostumbrada profesionalidad y sus anotaciones siempre sabias y certeras. Debo, en fin, reiterar mi gratitud a los editores y amigos de Verbo Divino, sin cuya confianza no podría haber terminado un trabajo de fondo como es este.
San Morales28 de marzo de 2023
1El hombre es el viviente que, al dirigirse a otros vivientes, puede hablar también consigo mismo y con Dios. Así lo muestran los salmos, producidos y codificados por judíos a lo largo de casi un milenio de historia. Ellos siguen constituyendo la base y contenido fundamental del Sidur, formulario actual de oración judía, lo mismo que del Breviario, libro de oración de los cristianos.
2Hay además un salmo que lleva el título de siggayon, cf. Sal 7,1 (y Hab 3,1) en el sentido de Lamentaciones o llanto profundo ante Dios.
3Esa palabra (salmos) es la más utilizada, y, aunque no abarca todos los matices de los nombres hebreos (tehilim, tefilim, mizmor, maskil...), ha puesto de relieve algo que los lectores, cantores y oyentes de lengua griega captaron bien: los salmos son textos poético-musicales compuestos para ser cantados (celebrados, bailados) ante Dios por un coro especial de levitas, representantes de la «nación» judía.
4Algunos comentaristas han querido unificar la teología o pensamiento de los salmos, pero con eso han deformado su sentido. Otros han intentado eliminar algunos versos o motivos (incluso salmos enteros) por violentos o contrarios al mensaje de Jesús o al gusto moderno, pero eso sigue siendo menos conveniente. En su unidad y diversidad, son el mejor testimonio de arte, oración y poesía de un pueblo cuyo camino y experiencia de oración está en la base del evangelio de Jesús (del cristianismo) y de toda la cultura de Occidente (y en un sentido más extenso de la humanidad entera).
No se trata, pues, de eliminar algunos, sino de hacer camino con todos los salmos, pues tal como han sido creados y recopilados recogen lo que hemos sido y lo que seguimos siendo desde el judaísmo, no para situar todas las «voces» en un mismo plano, sino para integrarlas en conjunto, en un camino que se dirige hacia la paz final (Shalom). En esa línea se sitúa mi lectura e «interpretación», que quiere ser poética y cultural, judía y cristiana, como iré indicando a lo largo de este libro.
5
Lc 11,2-4
Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino.
Nuestro pan cotidiano dánosle cada día
Y perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a todos nuestros deudores
Y no nos introduzcas en la tentación.
Mt 6,9-13
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano, dánosle hoy;y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores;
32y no nos hagas entrar en tentación,
mas líbranos del mal (Malo).
6Más tarde, en la tradición cristiana del siglo II-III d.C., se produjeron intentos de crear y utilizar nuevas plegarias, odas y salmos, en una línea de mayor de interioridad. Entre ellos se encuentran las Odas de Salomón (del siglo II-III d.C.), que conservan salmos y cantos de tipo judeocristiano, originarios de un entorno siríaco, y también los cantos y oraciones de la literatura gnóstica, que surgieron en ese mismo tiempo, con el intento, al menos velado, de descartar o, al menos, dejar en un segundo plano los salmos del AT judío, sustituidos por nuevas oraciones de tipo más intimista.
7Unas razones semejantes se encuentran en el fondo del «canon bíblico» del judaísmo rabínico, que sigue manteniendo la identidad histórica del pueblo elegido, la experiencia «carnal» (social) de Israel y la opción por los pobres (es decir, por la solidaridad humana, económica y doctrinal) de los creyentes. No fue una decisión fácil, ni para los judíos rabínicos ni para los cristianos, pues iba en contra de la tendencia intimista de un tipo de gnosticismo triunfante, que amenazaba de igual manera a judíos y cristianos. Desde perspectivas algo distintas, unos y otros optaron por conservar los salmos del AT como testimonio y modelo básico de su oración. Este es uno de los casos más significativos de solapamiento o, mejor dicho, de identificación orante de judíos y cristianos, y así he querido ponerlo de relieve en esta lectura cristiana de los salmos.
8Tomo así los salmos como «texto vivo», que se ha ido re-traduciendo y reinterpretando a lo largo de siglos, desde el siglo IX al II a.C., cuando se fijó el texto canónico (consonántico) hebreo (TM) y su desarrollo griego (LXX). Por eso, es bueno que el lector conozca algo la historia y teología del judaísmo, como hago en el vocabulario final, con la bibliografía pertinente. En esa línea, he leído y explicado los salmos en sí mismos, conforme al texto hebreo, con su hondura y diversidad, aunque sin discutir y probar en cada caso las razones de mi opción.
Como verá el lector, después del vocabulario he colocado una bibliografía básica, y con ella podrán valorarse y discutirse mis formas de entender los textos, pues, aunque no discuta y fundamente críticamente mi lectura, he tenido muy en cuenta la opinión de otros comentaristas, como verán sin dificultad los entendidos. Mi lectura es de tipo expositivo, no de discusión crítica, y así he querido exponerla, partiendo de los originales, para iluminar desde ellos nuestra problemática social y religiosa. Quiero que en esa línea los salmos sigan siendo un texto hebreo, lejano en el tiempo, pero, al mismo tiempo, muy cercano a nuestra circunstancia. Solo así, siendo muy judío, el texto y mensaje de los salmos podrá ser y será actual, no para repetir lo que allí se dice, sino para recrearlo.
9Como puse de relieve en el Diccionario de las Tres Religiones (Estella: Verbo Divino, 2009, Introducción), no he debido rechazar el judaísmo para ser cristiano, sino al contario: dentro de las diversas culturas de la historia, he comenzado recorriendo el camino judío para entender los salmos e interpretarlos bien en sentido cristiano. Me considero judío mesiánico, como lo fueron Jesús y sus primeros seguidores, y por eso he sentido la conveniencia (necesidad) de leer y entender los salmos partiendo de su base hebrea.
10No es preciso que el lector de este libro sea «técnico» en historia, literatura y religión hebrea, pero será bueno que conozca sus fundamentos, como he puesto de relieve en el vocabulario final, con la ayuda de alguno de los libros que cito en la bibliografía.
11Leídos desde el cristianismo, los salmos siguen siendo textos (cantos) totalmente judíos, no solo por su lengua original (hebreo), sino por su mensaje, como irá mostrando esta lectura. Este libro no ofrece un análisis completo de los salmos, pues no estudia caso a caso, palabra a palabra, sus problemas filológicos, históricos y teológicos, pues ello exigiría un trabajo diferente, en la línea de algunos comentarios que cito en la bibliografía. Pero ofrece una introducción básica para aquellos que quieran entender y vivir (actualizar) su mensaje.
A pesar de mi esfuerzo de condenación, este ha terminado siendo un libro «razonablemente» extenso, porque los salmos son muchos (150) y es difícil condensarlos más de lo que hago. Pero este no es un libro de lectura seguida, sino «en abanico». En esa línea, más que un comentario estricto es una especie de «enciclopedia» de conjunto de los 150 salmos, que los redactores finales dividieron en cinco secciones o libros que tienen cierta unidad entre sí: (Sal 1–41; 42–72; 73–89; 90–104; 105–150, como iré indicando a lo largo del libro.
12El primero ha sido Franz Delitzsch (1813-1890), autor de un comentario esencial de Isaías y otro de Salmos (1883) que he traducido y presentado en castellano, en Ed. Clie, Viladecavalls (Isaías 2017 y Salmos 2022). Mi primer profesor de Salmos fue M. García Cordero (1921-2012), de la Univ. Pontificia de Salamanca (1963-1965), más historiador que exegeta, más pensador que crítico textual. Con Mitchell Dahood (1922-1982), del Instituto Bíblico de Roma (1966-1968), pude profundizar en el estudio de las lenguas semíticas, especializándome en literatura y cultura ugarítica. Uno de sus cursos estuvo dedicado al estudio de las semejanzas lingüísticas y teológicas entre los textos de Ugarit y el libro de los Salmos (y el de Job), que, a su juicio, debían interpretarse desde el pensamiento y vida de los semitas noroccidentales del entorno de Canaán.
Debo mucho a Luis Alonso Schökel (1920-1998), profesor de hebreo y exégesis literaria (poética) de los salmos (Roma: Instituto Bíblico, 1966-1971). Su Comentario a los Salmos (Estella: Verbo Divino, 1992) sigue siendo fundamental y su traducción ha sido básicamente aceptada por la de la CEE, que asumo como propia. Recuerdo también a Ángel González Núñez (1925-1994), profesor de Sagrada Escritura y colega en la Universidad P. de Salamanca (campus Madrid: 1974-1984), autor de El libro de los salmos (Barcelona: Herder, 1984) en el que puso de relieve el sentido orante de los salmos. A su lado quiero citar a A. Aparicio Rodríguez (1942-2014), compañero de estudios y amigo, autor de un Comentario a los Salmos I-IV (Bilbao: DDB, 2005/2009). Cito finalmente a mi amigo y colega J. M. De Miguel, autor de una introducción y comentario a los salmos de la liturgia de las horas: La alabanza divina.Orar con los salmos (Salamanca: Sec. Trinitario, 2006).
13Para superar un primer nivel de miedo o rechazo ante el lenguaje original de los salmos he querido incluir palabras en hebreo, que no son necesarias para entender el texto, pero que pueden servir de referencia para un posible estudio más profundo de los temas.
Los redactores finales dividieron el salterio en cinco rollos o libros manejables (era difícil incluir todos en un rollo), imitando quizá el Pentateuco, dividido también en cinco libros (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio).
Esa división resulta en principio artificial, pues no responde a criterios fijos de autor, tiempo de composición, forma literaria ni temática interior, de manera que los salmos de diverso tipo se encuentran mezclados, como irá mostrando esta lectura. De todas formas, de un modo al menos inicial, podemos encontrar sentido en la ordenación actual de los salmos, a partir de este primer libro, en cuyo principio van apareciendo una serie de salmos introductorios que nos permiten trazar el sentido e implicaciones del conjunto del salterio.
Los nueve primeros salmos ofrecen un compendio de temas, formas y argumentos que irán apareciendo en todo el salterio. Sal 1 es una especie de prólogo de todos los salmos, y está escrito, con toda seguridad, al final de todo, desde una perspectiva de «estudio y cumplimiento» de la ley, en la línea de Sal 19 y 119, marcando así el «criterio» de los redactores finales del salterio. Pero, dicho eso, sabiendo que los redactores finales tenían un criterio propio (de tipo más espiritualista y legal), debemos añadir que ellos fueron muy generosos en la forma de seleccionar y organizar su material, pues hay salmos de muy diverso argumento, que no responden a la «ideología» de fondo del autor de Sal 1.
Son especialmente significativos los cuatro primeros, pues ofrecen de algún modo una primera división de salmos, como oraciones de la mañana y de la tarde, con peticiones por el rey (mesías del pueblo), los enfermos y perseguidos. Desde ese fondo se pueden ordenar después otros salmos que tratan de muchas necesidades, dentro de un mundo entendido como naturaleza buena, creada por Dios, con quien el hombre (el justo y piadoso) mantiene relaciones especiales de amistad y fidelidad, dentro de un contexto dramático de gracia y pecado, con luces y sombras, gozos y dolores, presididos por un Dios providente, amigos de los hombres.
La existencia humana viene marcada por un tipo de «lógica de la incertidumbre» y de la pluralidad, con un Dios que es Vida de la vida humana, un Dios con quien se puede y debe dialogar, amando y sufriendo, buscando un sentido y un futuro por encima de la misma muerte. Entendidos así, los salmos empiezan siendo una experiencia y ejercicio de ensanchamiento de la vida: son cantos de despertar humano, personal y social, de admiración y apertura de la conciencia del hombre, que siendo conciencia de sí mismo es, al mismo tiempo, conciencia de Dios.
Sal 1 proclama la bienaventuranza del buen estudioso y orante de los salmos, el israelita devoto (varón), cuya tarea principal consiste en aprender, meditar y practicar la ley del Señor (hw"©hy> tr:îAtB.). Este es un salmo compuesto expresamente para ponerlo al comienzo del salterio, a fin de que todos los restantes se sitúen y entiendan desde la perspectiva de los orantes piadosos, que se presentan a sí mismos como «profesionales» del estudio y canto de la ley de Dios, en torno al siglo III-II a.C.
El autor forma parte de una asamblea de justos (~*yqI(yDIc; td:î[]), que se conciben como templo, casa (sinagoga), árbol de Dios (cf. Gn 2; Eclo 24), dedicando su vida a la meditación y cumplimiento de la Ley, como auténtico Israel, separado de los impíos, entre los que se encuentran no solo gentiles, sino también (y de un modo especial) israelitas impíos y pecadores (~*yai©J'x;w>÷ ~y[iv'r>â)1.
Los orantes de este salmo son hombres de escuela (estudiosos, cantores), que no viven aislados en hogares unifamiliares cerrados, sino en grupos de voluntarios (elegidos) que, además de su pequeña casa familiar (con mujer e hijos), cuentan con una más extensa, la asamblea o sinagoga de justos letrados, que estudian la ley de Israel, la profundizan y cantan orando con los salmos. Estos estudiosos y cantores de salmos no son mendicantes pobres, ni enfermos aislados, sino varones escogidos y cultos, con tiempo para meditar y celebrar los cantos de Dios en comunión con otros varones igualmente ilustrados.
Este salmo define así la piedad esencial de un judaísmo centrado en el estudio y el canto litúrgico de la Ley, que puede celebrarse en el entorno del templo, pero especialmente en casas de unión y culto como serán las sinagogas. En esa línea han seguido estudiando y cantando salmos millones de cristianos (varones o mujeres) que han creado también comunidades de «piadosos», en monasterios propiamente dichos (en Oriente y Occidente: basilios, benedictinos, conventuales) o reuniéndose de tiempo en tiempo en escuelas o grupos de meditación orante y canto compartido2.
1 Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos;
2 sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.
3 Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.
4 No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento.
5 En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos.
6 Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal3.
a) Estos salmistas (orantes cantores)son varones de cierta importancia, con medios económicos, cultura literaria y tiempo para el estudio/canto de la Biblia. No son en principio mujeres, ni trabajadores del campo, inmersos en cuidados materiales, sino que están «liberados» para el estudio, meditación y cumplimiento de la Ley (cf. Eclo 38,24-34), en un contexto de reuniones, asambleas de justos (zadikim, hasidim), separados (como los fariseos), alejados de los «injustos», en comunidades de sabios, escogidos de Dios, que conocen y practican la Ley. Este primer salmo introduce el conjunto del salterio desde la perspectiva de esos «justos», pero no lo hace de un modo excluyente. Es bueno su proyecto, pero no es el único, pues el mismo salterio introduce otros criterios y caminos de oración que no son de grupos como este, siendo también muy importantes.
b) Estos salmistas justos (bienaventurados) viven para conocer y cumplir la ley, en asociaciones de fieles, como árboles al borde de las aguas, en tierra fértil, separada del entorno seco. Se distingue por las hojas y los frutos, son planta fecunda, como dirá Jesús (cf. Mt 7,17-20). Pero el evangelio sabe (como saben otros salmos y el conjunto del AT) que los buenos frutos de la vida no brotan del simple estudio de la Ley, cultivada por especialistas letrados, sino también de la comunión de amor con los expulsados, enfermos y pobres de la tierra, en una línea que ha sido especialmente explorada por Jesús y sus primeros seguidores4.
Este salmo ofrece un buen comienzo de oración sapiencial, meditativa, para millones de lectores, pero será bueno que los cristianos tengan en cuenta algunas observaciones:
– Jesús era orante israelita, pero en sentido distinto al de este salmo: no ha formado parte de una asamblea de justos separados, ni ha dedicado su vida (día y noche) al estudio de la Ley, sino que ha compartido su tiempo y tarea de amor y cuidado con pobres, pecadores y excluidos, anunciando y promoviendo entre ellos una salud y plenitud distinta, marcada por la llegada del Reino, como indicará este comentario.
– Jesús era un salmista de la calle, en un mundo abierto de campesinos y pastores, de pescadores del lago y «pecadores» y excluidos de toda Galilea, mujeres y varones por igual, con niños, enfermos, descartados... La mayoría de ellos no sabían leer, ni tenían o llevaban un libro en sus casas, barcas de pesca y caminos... Pero sabían de memoria algunos salmos y los cantaban y aplicaban, como seguiré indicando.
– El Dios de Jesús no separa de esta forma a justos y pecadores, no es Dios de especialistas religiosos, sino fuente de amor/salvación para todos. Por eso, los evangelios (Mt 5,1-11; Lc 6,20-21) han puesto al comienzo del mensaje y camino de Jesús una bienaventuranza que no es la de Sal 2, sino que dice: «felices los pobres, hambrientos...» (no los estudiosos cumplidores separados de la ley)5.
Desde esa base he querido leer y entender los salmos, en la línea de Jesús, siendo fiel a su argumento antiguo, pero destacando, al mismo tiempo, el sentido que estos van recibiendo desde el evangelio, en una línea de aceptación, reinterpretación y elevación mesiánica.
En principio, este salmo está unido al anterior, como dos jambas de una puerta de acceso al misterio: la jamba sapiencial, propia de aquellos que meditan y cumplen la Ley en sentido nacional judío (Sal 1); la mesiánica, que abre para todos la presencia y acción salvadora de Dios revelada a través del Templo y Rey (Ungido) de Sion (Sal 2).
Sal 1 trazaba la oposición entre la asamblea de los justos, que meditan en la Ley para cumplirla, y la muchedumbre de pecadores-injustos, proclamando al fin un juicio en el que los justos vencerán a los malvados. Sal 2 presenta, y en el fondo supera, esa oposición, desde una perspectiva mesiánica centrada en Sion, con el Dios que defiende y libera a su pueblo, abriendo un camino universal de salvación (con destrucción de los impíos)6.
Leído en su forma antigua, este salmo ofrece una visión violenta de la historia, como lucha de justos contra impíos, y solo puede entenderse en su verdad cristiana en la medida en que el orante supera ese primer plano planteando preguntas como esta: ¿Estoy de verdad rodeado de adversarios? ¿Es mi vida una guerra en contra de enemigos que intentan destruirme? ¿No tendremos que superar ese punto de partida militar, identificando al Dios del «hijo» (Jesús) con los oprimidos y víctimas, sean judíos o no judíos?
Desde la perspectiva abierta por Jesús podemos preguntar. ¿Con qué fin ha enviado Dios a su Cristo? ¿Para condenar a los poderes enemigos o para ofrecer un camino de salvación a todos? Ciertamente, el Cristo del evangelio ha combatido contra sus enemigos, pero esos enemigos no eran «personas concretas» (ni siquiera reyes o pecadores notables), sino poderes impersonales, como Belcebú o Mamón. Por otra parte, Cristo no ha triunfado externamente, sino que ha muerto asesinado (como mueren asesinados los excluidos del mundo), pero su muerte por amor ha sido principio de reconciliación universal7.
1 ¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? 2 Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías: 3 «Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo».
4 El que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos. 5 Luego les habla con ira, los espanta con su cólera: 6 «Yo mismo he establecido a mi Rey en Sion, mi monte santo».
7 Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho: «Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy. 8 Pídemelo: te daré en herencia las naciones; en posesión, los confines de la tierra: 9 los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza».
10 Y ahora, reyes, sed sensatos; escarmentad, los que regís la tierra:11 servid al Señor con temor,12 rendidle homenaje temblando; aprended la enseñanza, no sea que se irrite y vayáis a la ruina, porque se inflama de pronto su ira. ¡Dichosos los que se refugian en él!8
a) Voy a proclamar el decreto de Yahvé. ¿Por qué se amotinan las naciones? (2,1-3). Un observador contempla la escena y se admira viendo cómo se elevan reyes y naciones, contra Dios y su mesías (cf. Sal 48), sobre el monte Sion (templo, ciudad), iniciando una guerra antidivina. Pero esos enemigos que combaten a Dios no son dioses (inmersos en una lucha intradivina o teomaquia, como Marduk y Tiamat en Babilonia; Kronos y Zeus en Grecia), sino hombres-pueblos opuestos al Ungido de Dios. Este salmo ha vinculado a Dios (Yahvé) con su ciudad (Sion) y su mesías (Ungido), en el monte de su revelación, Sion (cf. 2,6). Ese mesías será para los cristianos el Hijo de Dios, que es el Cristo, y su misión no será vencer enemigos y quebrarlos con vara de hierro, como loza de alfarero, sino morir por ellos y salvarlos.
b) He ungido a mi rey en Sion... (2,4-6). Este Dios no tiene que luchar, no necesita combatir a los rebeldes, pues habita y actúa en un nivel más alto de gozo, sin miedo ni violencia: 1) Dios unge a su enviado y eleva a su rey (malki) como teofanía salvadora, en contra de los señores de la tierra (= malke-’erets, 2,2). 2) Sobre Sion, mi monte santo. El reino mesiánico aparece como expansión de la santidad del templo, con un rey-sacerdote que no mata a las víctimas, sino que da su vida por ellas (cf. Sal 108). En un sentido, esa revelación de Dios puede entenderse como «ira creadora», pero no para matar a los reyes de la tierra, sino para transformarlos en amor. El enviado/hijo de Dios no es un rey o sacerdote que mata a las víctimas para ofrecérselas a Dios, sino un amigo que acompaña a los hombres de todos los pueblos y muere a favor de ellos, en un mundo entendido como templo universal del amor de Dios9.
c) Hoy te he engendrado... (2,7-9). El texto nos sitúa posiblemente ante una liturgia de coronación: ha muerto el antiguo rey de Judá (Jerusalén) y el sacerdote está ungiendo al nuevo rey, a quien parecen amenazar los enemigos del entorno. En ese contexto, el liturgo proclama la palabra de Dios sobre el silencio de los participantes: ¡He ungido a mi rey en Sion! Tras esa palabra se eleva con fuerza la voz del ungido que anuncia el decreto de Yahvé que le ha dicho: Tú eres mi hijo(beni áttah). Estas son las palabras que ha escuchado y dice abiertamente. Dios mismo le ha establecido como su representante sobre el mundo: ¡Yo hoy te he engendrado! (‘ani hayyom yelidtika: 2,7)10.
d) ¡Sed sensatos, reyes! (2,10-12).El rey de Sion ha proclamado la palabra de Dios, siendo ungido por él y, terminada la unción, se eleva el pregonero real, diciendo a los representantes de las naciones, que han venido a la «fiesta» de la coronación, que se sometan, que no luchen contra el representante de Yahvé en Sion, que acepten su mandato y que le sirvan, escuchando así su voz de Dios y siendo fieles a su revelación.
En sentido general ese pregón puede ser consolador: Dios no quiere destruir a los monarcas de la tierra; no proclama contra ellos una guerra, no conquista el mundo por las armas, sino que inicia allí (en Sion) un orden nuevo de paz universal y así dice a los reyes y a los jueces que rigen el mundo que vean y aprendan. Que todos descubran la verdad y se vuelvan plenamente humanos por el Cristo (cf. Is 2,2-4). Puede haber y hay, según eso, una salvación universal que viene de Dios, que no consiste en someter a los pueblos, sino en ofrecerles la salvación por medio del Hijo de Dios, el Rey ungido de Jerusalén.
Este salmo ha influido poderosamente en la experiencia cristiana, que insiste en el reino universal de Jesús Ungido y en su carácter de Hijo Divino, como indican Mc 1,9-11 (Tú eres mi Hijo); Hch 4,25-28; 13,33 y Heb 1,5, con Ap 2,26s; 19,15. Todo el NT puede tomarse como reinterpretación de Sal 2, recreando su sentido mesiánico y eclesial (social), histórico y escatológico, superando su violencia, por el nacimiento, muerte y resurrección de Jesús11.
Este salmo se ha cumplido en Jesucristo, pero de un modo paradójico: Dios no lo ha liberado de la muerte, sino que ha mostrado en su muerte el sentido y alcance de su victoria, como experiencia y camino de amor. Es importante que este salmo vaya unido a Sal 1, pues ambos forman la puerta del evangelio, que, según los cristianos, ha de abrirse en amor por Jesucristo, no para imponerse con violencia sobre el mundo, sino para ofrecer un camino de reconciliación y esperanza para todos en el mundo12.
Tras Sal 1–2, que aparecían como puertas del salterio (una sapiencial, otra mesiánica), Sal 3 nos sitúa ante David, a quien la tradición presenta como autor e inspirador básico de los salmos. Los judíos se identifican con David y lo veneran como fundador del primer reino, figura mesiánica, en sentido nacional, con elementos de poeta (salmista) y guerrero salvador. Los cristianos pueden ver a David, como anuncio y promesa de un Cristo llamado a proclamar e instaurar el Reino de Dios, pero no como el mesías final de Dios, sino como su «profeta» o heraldo, en la línea de los salmos.
Los judíos han construido la figura de David como símbolo de su identidad y de su culto en el templo, pero no lo han convertido en héroe semi-dios, de tipo ideal, sino que han destacado sus rasgos más humanos, sus pecados y su arrepentimiento, a fin de presentarlo como símbolo del pueblo. David no es aquí estudioso de la Ley (Sal 1), ni Ungido Triunfador (Sal 2), sino un hombre amenazado, entre enemigos, buscando protección en Dios, como muestran (tras el encabezado: 3,1) las dos partes del salmo (3,2-5 y 3,6-9)13.
En el principio de la Biblia siguen estando los patriarcas (promesas) y en especial Moisés (éxodo, Ley), con los Profetas (conversión, mesianismo), pero el protagonista simbólico (histórico, teológico) de los salmos es David, a quien Sal 2 presentaba, veladamente, como ungido de Dios en Sion, signo de victoria final de Israel. Es lógico que los redactores del salterio le hayan atribuido este salmo, como semblanza simbólica de su vida.
En sentido histórico, sabemos poco de David, solo que fue caudillo militar, «conquistador» de Jerusalén, ciudad antes pagana (jebusea), y fundador (al menos simbólico) de una dinastía que reinó en Jerusalén del siglo X-IX a.C. hasta la destrucción del reino por los babilonios (587 a.C.). Las restantes obras que la tradición le atribuye (1-2 Sm; 1-2 Re; 1-2 Cr, con los mismos Salmos) han de tomarse como elaboración posterior, no como invención arbitraria, sino como recreación simbólica de su figura, en una línea de fe y búsqueda de Dios, de manera que los salmos (cantos de Sion) pueden entenderse como oraciones propias del David de la fe, más que del David histórico14.
1 Salmo de David cuando huía de su hijo Absalón.
2 Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí;
3 cuántos dicen de mí: «Ya no lo protege Dios». (Pausa)
4 Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza.
5 Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su monte santo. (Pausa)
6 Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene.
7 No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor.
8 Levántate, Señor; sálvame, Dios mío: tú golpeaste
a mis enemigos en la mejilla, rompiste los dientes de los malvados.
9 De ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo. (Pausa)15
a) Cuántos son mis enemigos (3,2-5). Lo primero que David (orante) descubre en la vida no es el dolor universal (Buda), sino la guerra (Krisna, Bagavad Gita), pero no como lucha de todos contra todos, sino como persecución universal contra los justos. David representa así a los judíos de los siglos V-II a.C., amenazados por pueblos del entorno, enemigos de Israel, simbolizados, conforme al encabezado, por el mismo Absalón, su hijo, en guerra contra su padre.
Los judíos de la restauración (siglos V-II a.C.) se han entendido como pueblo rodeado de enemigos, identificados con David fugitivo, errante y amenazado. Desde esa situación él ha dirigido su oración a Dios, a quien concibe como protector. Por encima de las guerras, amenazados de muerte, los orantes descubren, como David, el principio más alto de Paz: el Dios en quien confían.
b) Levántate, Señor; sálvame, Dios mío (3,6-9).En medio de la persecución,David (nuevo Israel), puede descansar, porque está en manos de Dios. Así lo dice («puedo acostarme y dormir»: 3,6), pidiendo a Dios que se eleva y rechace sus enemigos (3,8). Su oración aparece de esa forma como testimonio y garantía de una protección más alta, como la que sintieron los hebreos en Egipto, esclavizados por los faraones: gritaron, y Dios escuchó su grito.
También aquí el orante grita, mientras Dios (refugio y escudo de los perseguidos) lo escucha desde su monte santo (Jerusalén). La oración del salmo aparece, según eso, como ejercicio de pacificación: aunque esté rodeado de enemigos, el salmista puede dormir en brazos de Dios; aunque acampe a mi lado y me amenace un pueblo innumerable, puedo descansar, pues Dios está a mi lado, como fondo poderoso (sagrado) de mi vida16.
El salmista dice a Dios: «Tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla, rompiste los dientes de los malvados» (Sal 3,8). ¿Cuándo lo ha hecho, cómo ha sido? El salmo no responde, de forma que puede evocar un tiempo pasado (éxodo de Egipto) o anunciar un futuro (Yahvé vendrá...), pues en hebreo los verbos temporales tienden a vincular aquello que ha sido y aquello que será... Sea como fuere, el salmista se sabe protegido en manos de Dios, sobre toda persecución y guerra.
El cristiano puede entender este salmo como testimonio de su propia historia, identificándose con David (rey simbólico), y con el Cristo israelita, vinculándose con los perseguidos, sabiendo que su grito (con el de los humillados, hambrientos, oprimidos) llega al corazón de Dios.
Este es un salmo de paz (los justos descansan tranquilos en manos de Dios); pero, en otro sentido, incluye rasgos de fuerte violencia, como si el salmista proyectara sobre Dios no solo su debilidad, sino su deseo de venganza: «Tú golpeas a mis enemigos en la mejilla, tú rompes los dientes de los malvados» (3, 8). Jesús reinterpretará (invertirá) esa palabra y respuesta de David, orando y muriendo a favor de sus perseguidores, no por impotencia y miedo, sino por una más alta experiencia de gracia.
En esa línea, la confesión final («De ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo») deja abierta la forma en que Dios ha de actuar. El orante cristiano sabe que Dios actúa a favor de las víctimas, entre las que él se incluye (como David), pero no proyecta sobre Dios su posible deseo de venganza (no le atribuye su violencia).
También este cuarto salmo es de tipo introductorio y puede interpretarse como oración del fin de la tarde, propia de un asideo (dysiäx(), miembro de los hasidim, hombre piadoso, que ha puesto su vida en manos de la hesed o misericordia de Dios, vinculada al pacto. El encabezamiento incluye la fórmula al directorconinstrumentosde cuerda (tAl©yxiN>h;-la,*x;Ceîn,m.l;), indicando que ha de ser cantado, bajo la supervisión de un maestro de coro, vinculando música instrumental y canto. Es un salmo de iluminación, en una línea de experiencia casi mística, centrada en la luz de Dios17.
Sal 4, atribuido en general a David, es el canto de un «asideo», del grupo de los hasidim, que se presentan como «santos» o, quizá mejor, como piadosos, que «meditan» en la ley de Dios (Sal 1), con un gesto personal de fidelidad. Estos asideos aparecen citados expresamente en el entorno macabeo (hacia el 175 a.C.; cf. 1 Mac 2,42), pero habían surgido en un momento anterior, tras la «vuelta» del exilio (539 a.C.), cuando sacerdotes y laicos quisieron recrear la identidad del judaísmo18.
Los asideos definen la trama y sentido de muchos salmos, como textos de proclamación creyente y profundización espiritual, en una línea de interioridad mística. No niegan los sacrificios externos, pero buscan una experiencia superior de iluminación, en forma de paz interna y externa. En esa línea se sitúa la pregunta de aquellos que dicen (4,7): «¿Quién nos hará ver la dicha, si no tenemos ya la luz del rostro de Dios?»19.
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