ENTRE ESPECTROS Y DEMONIOS - Rafael Molina - E-Book

ENTRE ESPECTROS Y DEMONIOS E-Book

Rafael Molina

0,0

Beschreibung

Cuando Paulina se cruce con Juan en la pista de baile, su vida correrá un peligro inimaginable. Por otro lado, en las zonas rurales del norte del Magdalena, animales misteriosos y resplandecientes aterrorizan a transeúntes de comunidades aledañas. En una tienda de antigüedades, Jess encuentra una flauta que abre un portal interdimensional que será la puerta de acceso para un misterioso hombre con sombrero que se convertirá en su peor pesadilla. Entidades que no pertenecen a este mundo y criaturas que han permanecido escondidas, salen por las noches y, junto al arroyo errante, acaban con todo lo que se cruce en su camino. En una fábrica un cuerpo es hallado y las desgracias que esperan a sus descubridores estarán por fuera de toda lógica, igual que la visita que recibe Yolanda cada que el sol se oculta. Asimismo, Wilmer revelará un secreto enigmático y oscuro de la finca Santa Ana. En «ENTRE ESPECTROS Y DEMONIOS» es mejor no salir cuando el día está por terminar, porque en las noches más oscuras, el mal se adueña de todo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 317

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


©️2023 Rafael Molina

Reservados todos los derechos

Calixta Editores S.A.S

Primera Edición Febrero 2023

Bogotá, Colombia

 

Editado por: ©️Calixta Editores S.A.S 

E-mail: [email protected]

Teléfono: (571) 3476648

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7631-06-9

Editor en jefe: María Fernanda Medrano Prado

Editor: Alvaro Vanegas 

Corrección de estilo: Ana Rodríguez

Corrección de planchas: Julián Herrera Vásquez

Maqueta e ilustración de cubierta: David A. Avendaño

@art.davidrolea

Diagramación: David A. Avendaño @art.davidrolea

Impreso en Colombia – Printed in Colombia 

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Nota del autor

Antes de empezar, sepan que me alegra encontrarlos aquí, en esta obra, que he disfrutado como no se imaginan durante los últimos siete años. Hoy, todo ha convergido aquí, en un encuentro fortuito de dos lectores constantes –o quizá no tan constantes– con un conjunto de relatos que intentan entrar al género del horror.

Mi más sincero deseo es que disfruten de las siguientes historias tanto como yo disfruté escribiéndolas.

R.M.

Sin ti, jamás lo hubiese logrado.

Te amo, ma.

Contenido

Nota del autor 5

Introducción 11

PinkWaffles 13

El puesto de las vacas 25

El hombre del sombrero 31

La noche más oscura 55

Éxtasis Ácido 59

Apartamento 302 73

Algo extraño en casa 79

El arroyo errante 95

Un pedacito de camino 99

La casa de las sombras 103

Profundos deseos 109

La voz de la locura 137

Atenciones Nocturnas 143

El establo de Samαel 151

El mal en la muerte 157

Un hombre muerto 171

¿Puedo pasar? 175

El libro rojo 189

Un buen trabajo 195

Una cita en la cárcel 209

nota al final 219

Introducción

Me llamo Rafael Molina, soy ingeniero en Mecatrónica, también soy escritor, y hoy quiero ser tu guía a través de la montaña rusa que tienes en tus manos.

Entre espectros y demonios realizará veinte paradas, cada una en un relato que se acerca e intenta transitar por el intrincado camino del horror y el suspenso. Prepárate para enfrentar una mezcla variada, surrealista y compleja de situaciones humanas, en las que un puñado de personajes encararán sus más grandes temores, pero, sobre todo, al miedo mismo que se apodera de nuestros cuerpos en los escenarios más aterradores.

Con respecto a la pregunta universal: ¿por qué escribir terror?

En realidad no tengo una respuesta para ello, solo sé con certeza que hay historias que quieren ser contadas y, a veces, son las mismas narraciones las que usan a personas como yo para hacerlas cobrar vida a través del papel. Estas historias se crean cuando estás solo en tu habitación y un ruido extraño llama tu atención, o cuando una pesadilla toca a tu puerta y rompe la brecha entre lo real y lo irreal; aquellas historias que sobreviven a un accidente fatal o aquellas que rememoran uno mortal. Sea cual sea el suceso, el miedo siempre está ahí, subyacente a todo lo que nos rodea, en espera de cualquier pequeño momento de duda para ganar fuerza. Nacemos con el miedo y luego nos acompaña durante toda la vida, y solo se aleja –creemos– después de la muerte.

Cada relato corto es solo un zoom dentro de una historia más grande, una que se hila poco a poco y que espera ser contada si se da el momento. Por lo pronto, te invito a que te des un baño en el arroyo que sale solo de noche, te acomodes bien y te deleites con las historias que siguen a continuación.

Disfruta el recorrido entre espectros y demonios.

PinkWaffles

CAPÍTULO I

Paulina

El trayecto no pudo ser más surrealista, la veía en todas partes a través de la ventana, los rostros de los transeúntes se transformaban en el de ella y clavaban sus miradas en él. Sabía que solo era su cerebro enloqueciendo poco a poco, los tranquilizantes que había pedido a la enfermera la noche anterior tampoco ayudaban.

A Juan le gustaba más la ambulancia, los asientos de la patrulla eran más incomodos, o eso pensó, hasta que lo sentaron en la silla vieja de la sala de interrogatorio.

No contaba con que la policía quería hablar con él una vez más.

Le dio fin al intranquilo sube y baja del pie apoyado sobre el piso cuando la puerta de la sala de interrogatorios fue abierta. Un sujeto alto y fornido vestía un atuendo de trabajo muy elegante; no dijo buenas tardes, pero se acomodó, se quitó la chaqueta gris y se recogió las mangas de la camisa blanca, todo antes de sentarse y abrir la carpeta marrón que traía consigo.

—Señor… —Observó la tarjeta de identificación que estaba en la primera página— Juan.

Hizo una pausa breve y lo observó. El pobre se veía asustado, sus manos temblaban. Contestó después de un corto silencio:

—¿Sí?

—¿Cómo le va? —Se relajó sobre la silla—. Soy el oficial Estiben Martínez, quiero hacerle unas preguntas.

—¿Ella no estará?

—No sé de quién me habla, pero no, solo seremos usted y yo.

—¿Qué quiere saber? —Ya sabía lo que le preguntaría.

—¿Puede volver a contarme su versión de cómo llegó a la escena del asesinato antes que la policía?

El interrogado se recostó sobre la silla y respiro profundo mientras hacía memoria de lo sucedido; se sentía decepcionado, era una vez más la misma pregunta, ya todos sabían lo que había sucedido, las cámaras de seguridad lo comprobaban: caminaba por la acera cuando escuchó los disparos y en cuestión de segundos se vio tirado en el piso. Lo sobresaltó la segunda tanda de balazos, entonces, se dio cuenta de que, por su eco, provenían de un lugar cerrado. Al oír el tercer disparo logró orientarse y dedujo cual era la casa de la que provenía el estruendo, luego de no escuchar estallidos en un tiempo que creyó prudente, se dirigió a ese lugar.

—Ya conoce mi versión, oficial, vinieron con grabadoras e incluso vi las cintas de seguridad de la tienda en la que estaba cuando oí los disparos, yo no hice nada, solo estuve en el lugar más inoportuno a la hora menos indicada.

—¿Recuerda la escena del crimen?

—¿Qué?

—Sí, lo que vio cuando entró a la casa —Se inclinó hacia adelante y apoyó ambas manos en la mesa, en un intento claro de intimidación.

—Ustedes lo saben, llegaron luego de que yo llamara.

—Casi una hora luego de que una llamada a un cuadrante informara de una ‘atrocidad’ en una casa en la calle 19 —Lo juzgó con la mirada—. ¿Por qué no dio más detalles en la llamada?

—Estaba en shock.

—¿Podría describirme lo que lo dejó en shock?

—¡Dios! Siento ganas de vomitar con solo pensarlo… Sí, entré a la casa, era muy humilde, había una televisión encendida pasando videos musicales, el ícono de silencio aparecía y desaparecía en la esquina derecha de la pantalla, dije «hola» un par de veces y como no me contestaban seguí buscando. Así llegué al patio de la casa y… ahí estaban, era una pareja de esposos, los anillos relucían en cada mano, eran de oro. Él estaba tirado en el piso, tenía el revólver en la mano, le faltaba medio rostro… Se disparó, ¿cierto? —No obtuvo respuesta del oficial—. En ese momento pensé que así es como quedan las personas luego de dispararse a sí mismas… y ella estaba mirando hacia el cielo, sus ojos estaban muy abiertos con un claro rastro de lágrimas, seguro le rogó por su vida hasta el último momento. Tenía varios agujeros en su pecho.

—¿Qué vio después? —Lo apuró el oficial Estiben.

—Había un animal, un cerdo, estaba más adelante de la pareja y… —El vómito le llegó hasta la boca y lo retuvo cerrando fuertemente sus dientes, luego lo devolvió tragando— un niño, o lo que quedaba de él más bien —Miró al oficial con enojo—. ¿Qué más quiere? ¿Quiere saber también a qué olía? Porque esa es fácil: a mierda.

—Tranquilo, Juan.

—Ese niño. ¿Cómo me pide que me tranquilice? Pobre niño, ser comido por ese puerco animal.

Martínez golpeó los puños contra la mesa haciendo un eco que se apagó al instante.

—Dígame lo que sabe, o si no…

—¿Qué? Ya estoy encerrado, ¿lo olvida? Y por voluntad propia.

—El cerdo fue abierto, la mitad del cuerpo del niño que faltaba no estaba allí dentro. No encontramos nada en donde deberían estar los vestigios de casi todo lo que tuviera de la cadera para abajo, incluso se autorizó la apertura de los cuerpos de los padres para verificar que no estuviera allí y fue solo una pérdida de tiempo. Ese niño estaba mutilado justo por donde pasa el ombligo, se pensó que había sido el animal, pero ya concordamos en que no fue así, entonces…

—¿Está insinuando que yo me comí a ese niño? ¡Dios, no! ¿Qué tipo de enfermo me cree?

—No, no digo que haya sido usted, pero… ¿puede decirme de algo que me ayude a darle claridad a todo este enredo? Algo no está bien y usted lo sabe, ¿no?

—¿Alguna vez lo ha estado? —Se inclinó sobre la mesa y quedó más cerca del oficial—. En fin, creo que podría contarle una historia. Aunque, esa historia es la que no me deja dormir tranquilo y por la cual decidí encerrarme en un centro de salud mental.

—¿A qué se refiere?

—¿Quiere que le diga quién creo que fue el que mutiló a ese niño?

—¿Usted sabe quién fue? —Una expresión de enojo envolvió las facciones del oficial.

—No lo sé a ciencia cierta —dijo de inmediato—, pero tengo muchas sospechas.

—¿De quién?

—Hace tres meses conocí a una chica en un bar.

—¿Cómo se llama? —Sacó del bolsillo de la camisa un bolígrafo negro y lo acercó al papel.

—Poco importa el nombre, yo la conocí como Paulina —Mencionarla lo transportó a las noches con ella—, pero empiezo a creer que es el mismísimo diablo.

CAPíTULO II

Una mujer muy sexy me invitó a bailar

El viernes había terminado tan solo unos minutos atrás y con las venas llenas de alcohol, Juan no podía dejar de danzar en el centro de la pista. Era la tercera canción que bailaba con una chica que recién había conocido.

—Debemos irnos —le gritó Jorge al oído, interrumpiendo la sincronización entre los movimientos de cadera de la chica y de él.

Como si se tratara de un balde de agua fría cayendo sobre su cabeza, Juan perdió el ritmo y se detuvo un momento para escuchar de nuevo a su amigo. Muy tarde, este ya se alejaba.

—¿Tienes que irte?

A Juan aquella voz le parecía de lo más angelical. La chica le mantenía agarrado el brazo, sus manos se sentían suaves.

Miró hacia donde su amigo, lo vio perderse entre la multitud mientras se encaminaba a la salida. La chica, que le sonreía sin soltarlo, era hermosa; su cabello, que le llegaba hasta el nivel del cuello, del carmesí más intenso que hubiera visto jamás, combinaba a la perfección con el que tenía en los labios y realzaba el rubor de sus mejillas.

—Mi amigo se quiere ir, pero… —Recorrió con la mirada las piernas cubiertas solo con unas medias veladas con transparencia en negro, sobre ellas, un short en tela jean que llegaba a la mitad del muslo hacía juego con una chaqueta del mismo material— yo puedo quedarme otro rato.

Siguieron bailando. Poco antes de que acabara la canción, Juan fue interrumpido de nuevo, esta vez por la vibración del celular en su bolsillo. Sacó su teléfono y contestó la llamada de Jorge. El ruido no lo dejó entender bien, pero su respuesta fue clara y concisa antes de colgar.

—Lo siento, amigo, una mujer muy sexy me invitó a bailar.

Recordaba ese momento como si hubiera sido ayer.

Sentado en la sala de interrogatorio, mientras miraba al oficial Estiben Martínez, la escena se repetía una y otra vez en su cabeza. La había besado por primera vez esa misma madrugada y desde entonces, al menos una vez por semana, por lo general cada sábado, lo siguió haciendo mientras se encontraban en lugares cercanos a la discoteca en la que se conocieron.

—En realidad era ella quien siempre daba conmigo —le dijo Juan a Estiben—, no sé cómo lo hacía, pero siempre que decidía salir no pasaban ni cinco minutos cuando ya me estaba sorprendiendo por la espalda. Era como si supiera que iría. Y también donde estaría.

—Sí, sí, sí —Suspiró Estiben—. Está muy tierna la historia de amor, pero esto no me ayuda, si quiere, puedo buscar un psicólogo que le ayude a superar a esa tal Paulina.

—Usted no lo entiende, ella era, no lo sé, rara, solo que no lo noté al principio —Sus ojos destellaron brillo en un chispazo, luego se apagaron para dar paso a una mirada vacía llena de incertidumbre.

—¿Rara? ¿Cómo?

—Su cabello, si recuerdo bien, tenía siempre un color distinto, se veía incluso mejor de lo que luce esa Ramona en la película de los exnovios psicópatas. ¿Si la ha visto? Bueno, no importa. Pero no era solo eso, su vestimenta, su forma de maquillarse, incluso creo que a veces le crecía el pelo demasiado rápido para solo haber pasado una semana —Se llevó las manos al rostro e hizo presión sobre su frente, intentando, sin conseguirlo, organizar todas sus ideas—. No sé cómo explicarle, pero se veía muy diferente cada vez, incluso físicamente, aunque yo sabía siempre que era ella, ya conocía sus rasgos principales y su voz era inconfundible.

—¿Por qué terminaron? Parece que usted estaba muy ilusionado —Estiben quería echar sal a la herida

—Ella…

—¿Sí?

—Creo que se veía con otros hombres.

—¿Cree?

—La vi, está bien… No tiene que recordarme lo idiota y cachón que fui.

—¿Así que la culpa a ella del crimen porque le puso cachos? —lo dijo con un gesto de desaprobación y burla al mismo tiempo.

—No me ha dejado terminar… —dijo Juan casi en un susurro—. ¿Me va a dejar explicarle o qué? —Esta vez subió el tono de la voz.

Estiben accedió y se quedó callado. La sala se quedó en silencio un rato largo.

Tres semanas atrás…

El corazón de Juan se hacía añicos mientras su estómago se encogía, no podía creer lo que estaba viendo. Su amor, Paulina, la chica que había convertido sus días en noches oníricas en las que no hacía más que pensar en ella, y sus noches entre semana en días de desvelo porque no estaba a su lado, se encontraba esa tarde de sábado bailando con alguien más. Mientras el cuerpo de ella y el del otro sujeto, el maldito ese, danzaban, sus labios se juntaban en un beso apasionado.

Juan había pensado sorprenderla esta vez a ella. Fue temprano al lugar en el que solían encontrarse para así verla llegar y vaya que fue una gran sorpresa. Regresó a casa de inmediato.

Más tarde ese mismo día, decidió embriagarse. Fue a una zona distinta para asegurarse de que no se encontraría con ella. Las horas transcurrieron y las ganas de no verla se fueron esfumando a medida que ingería alcohol. Cuando su reloj marcaba las dos de la mañana, estaba tomando un taxi para dirigirse a la zona que ella siempre rondaba. Estaba dolido y había pensado tanto en ello que ahora quería hacérselo saber.

Al llegar, ya era muy tarde, las discotecas empezaban a cerrar y aunque entró en todas y cada una de ellas, no la encontró por ningún lado. Regresó a casa y, a causa del licor consumido, pudo dormirse al instante.

—Al día siguiente…

—¿La vio con otro sujeto?

—Sí…

—Vaya, qué mal eso, pero ¿por qué no le reclamó?

—Se veía bien, simplemente no quise arruinarle… o más bien, arruinarme la tarde.

—¿Qué pasó entonces?

El oficial disfrutaba ahora de la historia, no llevaba a la resolución del caso, pero lucía interesado.

—No volví más a ese sitio.

—Es una historia triste, pero sigo sin entender qué culpa tiene esa chica con lo que le pregunté en un principio.

—Creo que tiene algo que ver, quizá no sea mucho, pero creo que no es casualidad.

—Déjese de rodeos

—¿Recuerda el caso que estuvo en El Tiempo hace unos diez días? El de los tipos que encontraron muertos en el potrero a las afueras de la ciudad.

—Sí, claro que lo recuerdo. ¿Qué hay con eso? Se dice que fue un animal, quizá una manada de linces o algún oso, dicen que han visto a algunos bajar de la montaña.

—Dos de los cuerpos pertenecen a las personas que vi con Paulina ese fin de semana. Y no le sabría decir si el otro estuvo también con ella.

—Los cuerpos estaban ya descomponiéndose cuando los encontraron y tenían heridas que deformaban en gran medida sus rostros y extremidades.

—En el periódico había fotos de los tres y en las declaraciones escritas dice que el último lugar en el que los vieron con vida fue en esa misma zona, ese fin de semana —Juan notó que el oficial no terminaba de creerle—. Puedo mostrarle cada reporte de periódico, los tengo aún en...

—No es necesario, yo me encargo de averiguar —Estiben se levantó de la silla y apretó la mano de Juan, luego agradeció por el tiempo prestado y se despidió.

—Una última cosa —Se apresuró a decir Juan antes de que el oficial saliera de la habitación—. El día que encontré la noticia de los cadáveres, la vi una hora antes de que llamara a la policía, tenía el cabello tan largo que le llegaba casi al culo, iba vestida bastante formal, con un vestido muy ajustado en tonos grises. La seguí —Agachó la cabeza, avergonzado—, caminé al menos cuatro calles hasta que me detuve en esa tienda y la vi entrar a esa casa. Jamás salió.

—¿A dónde pudo ir?

—No lo sé, me pareció ver a un cerdo caminando por esa misma acera un rato más tarde, y antes de siquiera asimilarlo, escuché los disparos. El resto ya lo sabe.

CAPíTULO III

Dance with The Devil

La habitación 227 del centro de salud mental estaba pintada en un tono azul celeste. Sobre la única cama dentro de la sala yacía Juan, quien dormía como un bebé, uno que no había sido devorado por un cerdo.

Quizá estuve a punto de ser devorado por otra cosa.

El pensamiento lo despertó instantes antes de que una enfermera atravesara la puerta; no traía consigo la bandeja correspondiente a la cena, eso había sucedido algunas horas atrás, tampoco traía píldoras.

—Qué bueno no tenerlo que despertar, señor Juan, alguien lo solicita.

—¿Cómo? —Aún se sentía somnoliento.

—El oficial quiere hablar con usted.

—¿Oficial? Pero si es casi medianoche —Miró la hora en el reloj de pared situado sobre la puerta de entrada.

—Dice que es urgente.

La enfermera salió de la habitación y dejó la puerta abierta. Estiben Martínez cruzó el umbral pocos segundos después. Juan sintió el déjà vu más fuerte de toda su vida.

—¿Qué hace aquí a esta hora?

—Lamento molestarte tan tarde…

—¿Pasó algo? Si es para continuar con su cuestionario, mejor espere hasta la mañana, aún estoy recuperándome de todo lo que le conté hoy.

—Sí, lo sé. Me contaste mucho —Vio una silla en el rincón de la habitación y se dirigió a ella—. ¿Me puedo sentar? —preguntó al tiempo en que se afirmaba sobre el objeto de plástico.

—Sí, ya qué —contestó al verlo cómodo y sentado.

—Háblame un poco más sobre lo que me dijiste esta tarde. ¿Por qué crees que fue ella?

—Tengo sueño. ¿Por qué a esta hora?

—No será mucho tiempo.

—Ya dije que no. ¡ENFER…

—Cállate, por favor.

Juan se interrumpió en mitad de su llamado, no tanto por la orden dada por el oficial, sino por el tono de voz que usó. En ese mismo instante, la lámpara blanca llena de luces led se apagó y la habitación sucumbió a la oscuridad nocturna.

—Shhh… espera.

Juan, que apenas despertaba, no diferenciaba si lo que ocurría estaba pasando o era una pesadilla muy aterradora. La oscuridad se disipó pocos segundos después y, así como llegó la luz, también lo hizo la realidad.

En el mismo rincón donde estaba hace solo un momento el oficial Estiben Martínez, estaba ella, la mujer con la que solía bailar. Lucía igual que el primer día que la vio con su cabello rojo carmesí y su piel blanca ruborizada. No sonreía. Tampoco vestía de la misma manera, llevaba puesta la ropa del oficial.

¿Es él?

—No, soy yo.

El pensamiento le atravesó la cabeza. Ella le había hablado sin pronunciar palabra alguna.

—¿O prefieres así?

Quedó estupefacto.

—No intentes correr.

Apenas y lo había pensado.

—Tampoco vayas a gritar.

¿Qué más podría hacer?

—Nada. No harás nada.

Juan se derrumbó sobre la cama y se acercó al rincón; añoró su cobija de la secundaria, esa que lo protegía de cualquier cosa. Ahora estaba mudo e indefenso.

—No entiendo cómo lo hiciste —Paulina se acercó a la cama, estaba frente a él.

—¿Ha… hacer qué? —Tenía un sonido extraño en la cabeza, parecía una vieja canción.

—Descubrirme.

Juan sabía que era peligrosa y se veía muy enojada… sus ojos infundían terror.

—Yo…

—¿Por qué no volviste?

La pregunta lo sacó de base. Tenía claro que, de haber ido, su final no hubiera distado mucho del que tuvieron esos tres hombres.

Y quién sabe cuántos más.

—Ya entiendo —Sacó la respuesta de la mente de Juan.

—¿Qué eres?

—No lo entenderías, no soy de aquí.

—¿Por qué los mataste? ¿Por qué ese niño?

—Porque tienen mejor sabor —Lo miró a los ojos—. Y los maté por la misma razón por la que ustedes matan a un cerdo para comerse su carne y sus tripas: para sobrevivir.

—Te alimentas de…

¿Mí?

—Últimamente, sí.

—¿Por qué?

—Ya te lo dije.

—¿Por qué yo?

La chica sonrió por primera vez y acercó su rostro al de Juan.

—Te enamoraste de esta forma, incluso ahora puedo sentirlo, y por alguna razón que no logro comprender, sabe mejor así. Debiste ver cómo el niño miraba al animal, ustedes los humanos son todos muy inocentes.

A Juan el comentario le pareció acertado. Recordó cuando de niño se lanzó hacía una alberca para intentar atajar un zapato que había lanzado su hermano, no había mucha agua así que al caer de cara al piso se mordió y terminó con la lengua casi a la mitad. Pensó también en la noche en la que la chica que tenía enfrente lo invitó a bailar y él, sin cuestionarse, aceptó.

Qué ingenuo.

—¿Que harás?

—¿Qué puedo hacer?

—Nada.

La canción en su cabeza se intensificó a medida que sentía cómo su final se acercaba. Intentó gritar, pero antes de siquiera abrir la boca, su chica, Paulina, lo levantó del cuello y lo lanzó a la otra esquina. El golpe en la cabeza contra la pared hizo que la batería retumbara con fuerza y la guitarra en su mente se abriera a la escena.

—¡ERES UN MONSTRUO, PERRA! —exclamó entre sollozos

—No dijiste eso el día que te invité a bailar.

Puso su pie descalzo sobre el pecho de Juan y ejerció tanta presión con su talón que le impidió seguir respirando. Mientras se ahogaba, él apretaba con sus dos manos la pierna que lo doblegaba, pero le era imposible moverla, pesaba cientos de kilos. Forcejeó hasta que su vista empezó a ennegrecerse; lo último que vio fue una cara que se desfiguraba a medida que la piel se desprendía dando paso a un amasijo rojo lleno de dientes con forma de un espiral sinfín que se abalanzó hacia su cuello, entonces, todos sus sentidos, excepto el oído y el tacto, dejaron de funcionar.

Por un lado, sentía cómo, tras cada mordisco, le arrancaba la piel, la carne e incluso algunos huesos, el dolor fue insoportable; de un tirón tras otro arrancó varios trozos de su cuerpo hasta dar con la yugular, la sangre salió con tal fuerza que manchó las paredes azules de la habitación. La carnicería ceso por un momento, la negrura de sus ojos se difuminó y pudo verla de pie sobre él, con su sangre aun escurriendo entre los espacios de sus filosos dientes; ese grotesco retrato fue el último vistazo a la vida que pudo obtener, lo siguiente fue un dolor agudo en su abdomen que traspaso con poco esfuerzo hasta derramar los líquidos de su estómago por todos sus órganos, quiso gritar pero no le quedaban fuerzas, ya casi no sentía nada, escuchaba el crujir de sus huesos y el chasquido de los dientes que devoraban sus tripas. Cuando su conciencia se desvanecía a causa del dolor, el volumen de la música subía en su mente, la canción por fin tenía voz y claro que la recordaba, la cantaba mucho en la adolescencia. Su canción, su baile.

Say Goodbye,

as we dance with the devil tonight.

Don’t you dare look at him in the eyes,

as we dance with the devil tonight.

El puesto de las vacas

En esa época, trabajaba en una fábrica de…

—¿De qué era la fábrica?

—De aceite.

—¿Qué hacían con el aceite?

—Lo extraíamos de la fruta.

—¿Cuál fruta?

—(…)

—(…)

—Si vuelves a hacer una pregunta más, no te contaré nada.

En la cabina del auto todo quedó en silencio, durante un largo trayecto, solo se escuchó el ronroneo del motor del Mazda 323 del 91 de Harold y también su propia voz.

—Trabajaba en una fábrica donde se extraía aceite de palma —Miró por el retrovisor y la mirada que recibió de vuelta lo alentó a continuar su historia—. Una noche se me hizo tarde, tanto que perdí la ruta que nos devolvía al pueblo, así que pedí prestada una motocicleta para poder llegar a descansar. No fue la primera ni la última vez que lo hice, pero esa noche la moto que conseguí estaba vuelta nada, aún no iba a la mitad del camino y el traste ya se había apagado dos veces. En mi afán, decidí detenerme en el siguiente pueblo, donde podría alquilar un cuarto. Pensaba en eso cuando se volvió a apagar la moto, dejándome inmerso en la oscuridad de la carretera.

Tardé un poco en acostumbrar mis ojos a la poca luz de la noche, pero pronto supe dónde estaba. Antes de llegar al pueblo, había una gran hacienda, la cual tenía en la parte frontal del predio un extenso puesto donde mantenían siempre muchas vacas. Vi algunas pegadas a la cerca de alambre; en su mayoría, al menos las que alcanzaba a distinguir, eran de color blanco con vetas marrones. Intenté arrancar la moto una y otra vez, pero el motor se había ahogado por completo. Revisé la batería y todo se veía en orden, al final me desesperé y terminé pateándola. No tenía señal en ninguno de los dos teléfonos que llevaba, era mi día de suerte, ¿no? También lo pensé, pero con lo que sucedió después supe que, obviamente, las cosas podían empeorar… y mucho.

Me puse a empujar la moto, todo estaba muy callado. No llevaba más de diez metros de recorrido cuando el bramido de una vaca me tomo por sorpresa y, como si de un efecto dominó se tratara, al menos veinte animales más repitieron el sonido y empezaron a correr como locos en todas direcciones. Me detuve y miré hacia el lugar del que provino el primer «muuu» de la vaca. Había un árbol, no estaba tan alejado de la cerca y a su alrededor las vacas corrían, alejándose.

Sus ramas le daban la apariencia de una gran sombrilla, el verde de las hojas empezó a ser potenciado por una luz que provenía de la parte de atrás del árbol. Era una luz fuerte, de tonalidad verde, muy brillante. Estuve en silencio mirando el mismo punto durante al menos dos minutos; en ese lapso, la luz misteriosa había bajado y subido su intensidad un par de veces, y no les puedo negar que me causó curiosidad. ¿Qué artefacto extraño habría allí? Dejé la moto a un costado de la carretera, pasé la cerca del puesto de las vacas y caminé hacia el árbol brillante.

Los animales me observaban, la mirada de las vacas puede llegar a ser muy penetrante, y a esa hora, con tantos ojos clavándose en mí, me sentí en el lugar equivocado. Un búho chilló cuando voló muy cerca, quise devolverme, pero, entonces, la luz del árbol volvió a variar su intensidad y eso aumentó mucho mi curiosidad, así que continué.

Estaba a pocos metros del lugar cuando escuché un bufido proveniente de la parte que no alcanzaba a ver debido al tronco… Era una vaca la que se quejaba. A medida que me acercaba, podía oír con claridad el sonido que emitía el animal. También había otra cosa, parecía que algo más estaba masticando. Cuando terminé de rodear el árbol, la luz no me cegó tanto como esperé que lo hiciera, noté que provenía del estómago del animal. Recuerdo que vi su lengua, estaba muy afuera de su boca, le faltaba un pedazo y parecía que le habían dado un jalón tan fuerte que había faltado poco para arrancarla. Pero el animal aún respiraba, sus ojos daban vueltas dentro de sus cuencas en busca de un alivio para su sufrimiento. Por su cuello blanco corría sangre, tenía una herida muy reciente, pero la lámpara brillante no me permitía ver el estado del resto del animal; su barriga era una burbuja verde fluorescente que emitía un chasquido parecido al que se hace cuando se mastica con la boca abierta.

Buscaba apresurado mi teléfono cuando, de repente, la intensidad de la luz bajó a tal punto que la noche pareció haber recuperado su oscuridad natural. Dejé a un lado el débil resplandor de la pantalla del celular y me centré en lo que tenía enfrente. La hierba cercana a mis zapatos estaba salpicada de mucha sangre. El brillo verde continuaba, pero ahora era mucho más leve.

Seguí el rastro de sangre y pronto se convirtió en un reguero de vísceras. El estómago de la vaca ya no existía, en su lugar, solo había sangre y carne desgarrada. ¿El culpable? Ahí estaba. Bañada en la brillante luz verde, una figura seguía de rodillas con la cabeza metida hasta el cuello dentro del pobre animal. Su piel era por completo albina y parecía que la fosforescencia provenía desde adentro. Sus manos estaban llenas de sangre y, en las puntas de sus dedos, sus uñas se veían tan afiladas como hojas de cuchillos. No llevaba alguna prenda de vestir, así que pude ver con claridad en la parte baja de su espalda una especie de muñón que le daba el aspecto de tener una cola muy corta. Como era de esperarse, mis pelos se pusieron de punta ante semejante imagen tan extraña. Retrocedí, un paso tras otro, muy despacio, hasta casi estar fuera de la visión del extraño animal. No recuerdo haber tropezado con nada, pero tuve que hacerlo porque cuando estaba a punto de correr, eso dejó de comer.

Seguí alejándome hasta salir de su campo de visión, la criatura seguía detrás del árbol. Llegué hasta el cerco de alambres y, justo cuando iba a cruzarlo, el brillo verde volvió a aparecer. Aguanté mi respiración para ver si lograba saber si eso había vuelto a comer, pero no escuché ningún sonido, en cambio, la luz pareció balancearse un momento y, entonces, el brillo se intensificó aún más. La esfera de luz, al cabo de unos segundos, ya no se escondía tras el árbol, ahora, como un extraño globo con forma semihumana, se dirigía hacia mí.

Me sentí en peligro; crucé de un salto la cerca y me subí a la moto. No arrancó.

Me desesperé tanto que empecé a gritar. Las vacas retomaron el galope y bramaron al mismo tiempo. La luz verde seguía avanzando y yo, muerto de miedo, no sabía siquiera qué hacer, pero pronto lo supe. En el momento en que la luz llegó a la cerca, su intensidad bajó hasta el punto en el que pude ver otra vez al horrendo animal. No digo que ya no brillara, pero era solo como un brillo muy leve sobre la piel toda arrugada, en la cual no había poro sobre el que creciera algún cabello; su cara estaba ensangrentada, sus ojos brillaban y sus grandes colmillos subían y bajaban al ritmo de su respiración acelerada. Levantó una pata y la apoyó sobre los alambres, luego se abalanzó hacia delante y cruzó para quedar sobre el asfalto como un cazador que analiza a su presa.

Sacudí la moto, presioné todos los botones y jalé todos los cables; intenté arrancarla hasta que un fuerte gruñido me obligó a mirar de nuevo a la criatura. Seguía allí, observándome, repitió el sonido ensordecedor y entonces brilló. Verlo tan de frente me hizo sentir mareado, no podía moverme, era como estar hipnotizado.

La luz empezó a acercarse. Intenté cerrar los ojos, pero el brillo traspasaba mis párpados, ni siquiera pude abrir mi boca para gritar.

Empecé a escuchar un «muuu» tras otro en forma de lluvia, era el bramido de las vacas. Estaba en peligro, mi cuerpo lo supo de inmediato y me permitió girar el cuello para poner la vista al frente. Me levanté sobre la palanca de encendido de la moto y la pateé con toda la fuerza que me fue posible. El motor se escuchó ahogado. Lo intenté otra vez, no funcionó. Percibí el sonido de la criatura mucho más cerca e imaginé sus garras filosas dirigiéndose a mi espalda, pero la tercera fue la vencida, y en el siguiente intento el motor cobró vida. Aceleré y metí el cambio después, la llanta de adelante se levantó hasta casi tumbarme y luego volvió a caer sobre la carretera. Aceleré y aceleré y no miré atrás sino hasta llegar al pueblo, no había ni un rastro de la luz brillante y verde.

—¿Qué pasó después, abuelo?

—Nada más, David, dormí como un bebé y al siguiente día trabajé normal.

—¿Y las vacas?

—El dueño encontró varias muertas, ya había una denuncia porque le había ocurrido lo mismo más de una vez.

—¿Qué era eso que viste, abue Harold?

—Sofi, pensé que ibas dormida.

—Imposible no prestar atención a tus historias —Lo miró a los ojos a través del espejo y le sonrió.

—No sé qué raro animal sería, jamás he oído de uno que brille. Pero, ¿saben algo?, era muy aterrador.

El hombre del sombrero

CAPíTULO I

EX ALIBI

Están cordialmente invitados

A la Relampafiesta

Hora: 8:00 p. m.

Lugar: Casa de Jason

NO FALTEN

En efecto, era una buena carta de presentación, yo la hice. Celebración anual… Qué lejos se siente.

Salí muy temprano de casa, era nuestra noche. Debíamos comprar algunas cosas para preparar la decoración y de paso unos aperitivos, así que le pedí a mi novia que fuera conmigo al centro. Pasé por ella antes de las nueve y durante un largo rato caminamos tienda tras tienda, tachando de la lista las cosas necesarias para la celebración.

Teníamos todo listo para partir cuando pasamos por un local de antigüedades, todo el decorado era en bambú y los artilugios en sus vitrinas eran de un acabado impresionante: floreros de hacía siglos, armas de la Segunda Guerra Mundial, estatuillas de tribus ya extintas. Para Jess era como estar en el cielo, siempre llamaron su atención ese tipo de artículos que tienen muchas historias que contar.

Al cruzar la puerta, un par de campanas pequeñas anunciaron nuestra llegada. El gato chino de la suerte que siempre está moviendo la pata nos dio la bienvenida, éramos los únicos clientes en el local. Desde adentro, el lugar se veía menos espacioso. En un rincón había un librero con una ornamenta muy peculiar, los grabados en todo su frente parecían jeroglíficos. Me acerqué para ver qué más podía detallar mientras Jess tomaba otro camino hacia un estante donde había algunos instrumentos de viento y algunas obras de arte. No tardó en aparecer la dueña o administradora de la tienda: una señora de entre sesenta y setenta años.

Recorrimos desde extremos opuestos el amplio lugar y, al encontrarnos casi en el centro, hubo algo que nos fascinó a ambos: era una flauta, tenía muchos símbolos llamativos que la hacían ver muy interesante. «Magna Terrer», decía al pie del estante. No tenía precio, así que me dirigí a la encargada para preguntarle, quizá podía obtenerla a una suma asequible. Hubiera sido imposible salir con Jess contenta de allí si ese objeto no estaba en nuestras bolsas.

Para mí, fue una gran sorpresa pagar solo cincuenta y cinco mil pesos por ella. Jess estaba feliz y de camino a casa empezó a tocar, o al menos a hacer el intento.

Llegamos a casa de mi novia una media hora después, almorzamos junto a su madre y en su habitación terminamos de planear la logística que seguiríamos para esa noche. Pasadas las dos de la tarde me despedí y me fui a casa.