Entre la Patagonia y el Tango - Maria Inés Ocampos - E-Book

Entre la Patagonia y el Tango E-Book

Maria Inés Ocampos

0,0
9,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Este libro surgió espontáneamente de una anécdota muy graciosa protagonizada por una amiga entrañable, de la necesidad loca de bailar tango todo el día, y de querer estar en la milonga, aun estando a muchas horas de distancia de ella. Poner la cabeza en él fue un placebo milonguero para mi mente y para mis pies que, aunque alejados de la milonga y paseando por las playas de Nahuel Huapi, creyeron estar calzados sobre los tacos altos, acariciando la pista, llevados por un abrazo.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 211

Veröffentlichungsjahr: 2024

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


MARIA INÉS OCAMPOS

MIO

Entre la Patagonia y el Tango

Ocampos, Maria InésEntre la Patagonia y el Tango / Maria Inés Ocampos. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5239-6

1. Cuentos. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Imágenes de tapa e interior: María Inés Ocampos

Tabla de contenidos

Para qué escribo

Al lector: cómo leer este libro

R. Abstinencia de milonga

M–J. Dejarse llevar por esos zapatos

J–R–H. Curiosa la anécdota

M. Sueño de una noche milonguera

H–V. El libre albedrío de Horacio

H–V. El libre albedrío de Violeta

R. Apagar la cabeza

R. Un viaje de ida

M–J. Orgásmico

R. La hora del sexo

J. Besos de sapo

R–J. Encuentro mágico

R–J. Otra anécdota con efecto dominó

R–C. Anoche estuve en una fiesta

J–M. La Rubia y Marita en SMA

Una historia romántica en la Patagonia

J–H. De cómo Eduardo llegó al tango

Armadura oxidada, ¿o alma?

R. Un cumplido

Lito y un viaje

Nueva vida tras las cenizas

V. Autoexiliados de la milonga

R. El príncipe

Noche de lunes

M. La versión de ella

J. La versión de él

J. Podrás ser feo pero si bailás… a la rubia tendrás

Tres minutos

A mi madre, que me transmitió el amor y la admiración por la danza clásica entre tantas otras cosas,

A mi hijo, fuente constante de inspiración,

A mi amiga entrañable que me llevó por primera vez a una milonga,

A mí, que me dejé llevar,

A quienes lean estas historias y a quienes resuenen con alguno de sus personajes,

A quienes abrazan el alma con el alma,

A quienes buscan ser su mejor versión,

Al tango, a la milonga, a mi querida Buenos Aires.

Para qué escribo

Escribir es el resultado de la conexión con mis emociones, es poder escucharlas y ponerlas en palabras. Solo cuando soy capaz de atenderlas y no cuando estoy disociada de ellas es que puedo escribir, contarlas de una u otra forma. A través de la escritura puedo conocerme, verme al espejo, que suele devolverme una imagen sorprendentemente más amable de la que yo tengo de mí misma.

Tengo muy poca memoria para ciertas cosas; es una memoria selectiva, como la de todos, que a veces me lleva a olvidar experiencias vividas cuyos aprendizajes me trajeron hasta hoy. Al leerme suelo encontrar una cierta sabiduría también olvidada que me lleva a preguntarme el porqué de no haber confiado en esa voz interior que lo hace a uno ser quien es. ¿Acaso sea porque escuchar esa voz implicaría asumirme más vulnerable de lo tolerable para el yo en estado de supervivencia?

Escribir es la posibilidad de reflexionar sobre la propia naturaleza; es un camino de búsqueda que permite ser más conscientes del hecho de que la vida no está hecha, sino de que hay que hacerla y de que las opciones están en uno. Es poder mirar una obra de arte abstracta desde diversos ángulos y abordar las variadas percepciones. Es ordenar las ideas que se agolpan en un torbellino y sacarlas de la mente para mirarlas en perspectiva.

A veces, por comodidad, creemos o queremos creer que la vida viene en un paquete, que está predeterminada y predestinada, como en una película. Nos convertimos entonces en cómodos y simples espectadores que van al cine y se limitan a mirar y hasta a juzgar esperando todo el tiempo a “ver qué pasa”, autolimitándonos para accionar. La escritura nos permite corrernos de ese lugar para jugar a ser el director en lugar de un simple espectador. Desde esta postura podemos elegir, decidir, acercarnos y alejarnos cuantas veces necesitemos de una situación para poder comprenderla mejor. “Claro”, dirá más de uno sentado frente a la pantalla que de pronto recibe una invitación para entrar en ella, como en La rosa púrpura del Cairo, “yo no necesito entender, solo quiero entretenerme”.

En lo personal no creo que la vida sea meramente para “entretenerse” o “pasarla bien”. Vislumbro que quizás, solo quizás, el objetivo y la riqueza de ella están también en reconocer y abrazar las emociones y experiencias que nos atraviesan y construir con la mayor consciencia posible la mejor versión que uno puede ser tanto en momentos de paz como en medio de las tormentas sin autocastigarse sino acompañándose de la misma forma que acompañaríamos amorosamente de la mano a quien aprende a caminar y a quien no reprocharíamos por caer, sino que lo alentaríamos a que confíe en sí mismo para andar el camino.

Mi camino me trajo al tango, un camino de ida, como decimos los milongueros, un camino intenso, que atraviesa, transforma e inspira. A mí, entre muchas otras cosas, me inspiró a escribir estos cuentos con tintes más livianos y luminosos unos y más intensos y oscuros otros, como los son los momentos de la vida misma, de la simple y a la vez compleja experiencia humana que a veces me lleva a filosofar, conversar y desear compartir a través de la escritura.

Para entenderme, para verme, para conocerme, para abrazarme, por eso y para eso escribo.

Al lector: cómo leer este libro

Propongo dos formas de acercarse a estas historias: La primera, siguiendo el clásico índice numérico.

La segunda, siguiendo el índice de iniciales ubicadas entre el índice numérico y el título de cada relato. Dichas iniciales (una o varias por título) corresponden a los nombres de los personajes principales de ese cuento que, como se apreciará, se repiten a lo largo del libro.

REFERENCIAS

R: Relatora

M: Marita

J: Juana, la Rubia

H: Horacio

V: Violeta

Ninguna forma es mejor que la otra. Solo son diferentes y queda al criterio de cada lector seguir las historias de la manera que más se conecte con su emoción, con su mente o con su alma. Ese es mi deseo y ya sea que este se cumpla o no, me gustaría saber qué le sucedió a usted, a vos, lector, con estos relatos. Complacida y agradecida escucharé o leeré tu sentir al respecto en:

- Mail: [email protected]

- Instagram: mio.buenosaires

R. Abstinencia de milonga

Luego de varios meses de estar apostada en ese pueblo del hermoso pero lejano sur a donde elegí aceptar una pasantía, vuelvo a Buenos Aires por una semana durante la que, a diferencia de lo que a muchos les sucede, yo gozo de su aire lleno de humedad, de su asfalto, de sus edificios, de sus negocios, de sus subtes abarrotados, de su acelere, de sus entrañas llena de vida.

El sur es donde elegí realizar esta pasantía. Y me encanta. Es un lugar en donde el encuentro con el acontecer interno es casi inevitable. La luna no sale a duras penas desde atrás de los edificios, sino que golpea a tu ventana e ilumina tu camino de vuelta a casa allí donde no hay faroles. La sombra que ella proyecta sobre las copas de los árboles centenarios te recuerda lo pequeño de este universo y de lo efímero de todo aquello que nos ocupa y preocupa. El sol que despunta por detrás de la montaña y luego brilla sobre ella es una fiesta porque produce vida que se ve nacer y crecer a cada paso. La flor con la que me sorprende hoy la tierra abundante no estaba ayer y aquel arbusto que hoy hiberna desnudo, mañana me regalará una viva explosión de color. Allí, se hace fácil ver el proceso natural de todo y hasta me atrevería a decir que por momentos se llega a creer haber vislumbrado el sentido de la muerte al descubrir que de entre unos pétalos marchitos surge el fruto y luego la semilla.

Por eso, ahí es mucho más fácil conectarse con el verdadero yo, es decir, con el ser que está dentro y que pide a gritos ser reconocido finalmente tras largos años de prestarle atención a esa parte nuestra que dice lo que creo que debo querer en lugar de lo que quiero. Ahí es más sencillo escucharlo porque el silencio es solo interrumpido por el sonido de algún ave que llama a otra, por un árbol que se mece allá arriba o por el permanente murmullo del arroyo que suena como un mantra. Lo demás es la voz interior que llama y habla claramente, esa voz que el ruido auditivo, visual y emocional que una Buenos Aires con todas las excusas para ensordecer, no permite escuchar.

Aunque cuando se quiere, se escucha, donde sea que estemos.

Pero entonces, después de tres meses hete aquí Buenos Aires que, como todos sabemos, de aire bueno no tiene nada, que late su vida, sus calles, su suciedad y también esa majestuosidad muchas veces mal cuidada pero majestuosidad al fin por la que la llaman la ciudad luz de América Latina. Ya solo oler tu humedad me hace sentir en casa y mi sangre hierve desde temprano, porque sé que esta noche, después de largos meses de abstinencia, voy a la milonga.

M–J. Dejarse llevar por esos zapatos

—Pero si vamos a bailar no podemos charlar de nada.

—¿De qué querés hablar?, si ya nos pusimos al día hoy por teléfono. A mí tampoco me encantan los lugares tan ruidosos, pero están mis compañeros de trabajo y la podemos pasar bien.

—Vos andá, yo sigo en taxi. Sabés que no me gustan esos lugares que siempre están tan llenos que no podés ni moverte, como en el subte. Es ridículo que se lo llame “ir a bailar”, ¡si nadie baila!

Juana soltó la carcajada ante la verdad nunca dicha y ahora expresada por su amiga. No obstante saber que tenía razón, insistió: —¡Dale! No seas mala onda, Marita, así te podés perder de conocer a alguien interesante.

—Puede ser, –acordó ella– quizás sea que tenga alma de vieja aún sintiéndome joven en este cuerpo de treinta y pocos, pero vos sabés que la paso mal cuando me meto en esos lugares. Me siento apretujada, todo el tiempo tengo que estar pidiendo permiso para pasar y aguantando que los tipos me hablen con aliento a alcohol. Decí que por suerte con el volumen de la música no escucho las estupideces que dicen. ¡Si al menos se pudiera bailar de verdad!

—Uy, nena, desde que estábamos en la facu, cada vez que ha surgido este tema comentamos lo mismo ¿a quién le importa hoy en día que alguien baile cuando vas a un boliche?

—A nadie, lo sé. Salvo a mí. Me encantaría poder bailar, pero como lo hacían generaciones anteriores, con alguien. Eso de bailar suelto es divertido para un rato, después ya es monótono. Fijate que lo que terminan haciendo es ponerse en círculo haciendo algún pasito de moda. Yo misma lo hacía, hasta que me sinceré conmigo misma y reconocí que eso no me divertía para nada.

—Es cierto que estaría bueno bailar como antes, al menos los lentos –reconoció Juana.

—Sí, pero también otros ritmos como salsa, rock, bachata. Están de moda y, sin embargo, nadie sabe bailarlos. Menos los varones. Yo creo que esta moda de bailar solos es para disfrazar que los varones, en su mayoría, son pata dura y que si nos tuvieran que sacar, las mujeres plancharíamos toda la noche.

—¡Tal cual cuenta mi mamá que era en sus tiempos! Si no las sacaban a bailar, las chicas planchaban toda la noche. ¡Qué bajón!

—Más bajón me parece ir a bailar y no bailar, salir con dolor de oídos por los decibeles y tener que sortear a algún que otro idiota que se te tira encima para sacarte un beso porque llegaron las cinco de la mañana y no consiguió nada – comentó mientras intentaba reírse de la imagen que acababa de describir.

—Hay mucho de verdad en lo que decís pero al menos quizás conocés a alguien, te aireás –balbuceó la rubia Juana sabiendo que su amiga tendría una respuesta con qué retrucarle.

—¿Justo ahí adentro? —preguntó Marita irónicamente.

En el fondo Juana acordaba con su amiga, solo que a veces no se imaginaba qué otra actividad se podía hacer en Buenos Aires para sociabilizar un poco. –Si se nos ocurriera alguna otra cosa para hacer… –expresó en forma de lamento.

—Juana, esto ya nos ha pasado muchas veces. Si supiéramos qué otra cosa hacer estaríamos haciéndolo en lugar de seguir buscando respuestas, ¿no te parece? Andá tranquila a tu fiesta. Yo te acompaño hasta allá y sigo en un taxi.

Era un lunes decretado feriado hacía pocos días y con fin de año acercándose, Palermo hervía de cenas y festejos. Casi a las dos de la mañana y habiendo cenado con un grupo de excompañeros de la facultad en un restaurante temático de moda sobre la calle Cabrera, Marita y la rubia Juana avanzaban por las veredas repletas de mesas de los restaurantes palermitanos provocando la mirada de algún que otro comensal masculino que dejaba de mirar a su interlocutor para distraerse con el venir de aquellas largas piernas de una rubia elegante o el ir de una morocha sensual. No ajenas a ello, las chicas doblaron en Armenia a la derecha para ir a buscar el auto estacionado en la esquina de la intersección con Niceto Vega. Al llegar a mitad de cuadra, sobre la misma mano que caminaban, una amplia puerta iluminada con una luz muy blanca daba a un hall que se dejaba entrever vacío. Sin embargo, un gran número de gente joven, muchos en pareja, llegaba caminado o en taxi y se dirigían hacia allí. Algunos de los hombres con trajes y zapatos; otros, con el mismo tipo de zapatos pero con amplios jeans y remeras o camisas. Algunas de las mujeres con vestidos y maquillajes escénicos; otras, con calzas y remerones. Eso sí, la mayoría llevaba zapatos que, aunque altos, parecían de baile.

Marita, fanática de los zapatos de taco, no pudo con su curiosidad por la escena y alargó su mano derecha hacia afuera queriéndole indicar a su amiga que se detuviera o aminorara el paso. ¿Sería una fiesta privada? La puerta parecía más bien abierta al público. ¿Habría algún espectáculo de baile? Parecía ser algo tarde para que estuviera comenzando. Cuando ambas amigas alcanzaron la altura de la entrada una pareja de no más de treinta y pocos años pasaba por delante de ellas. Juana se les acercó y como un turista acostumbrado a preguntar por todo aquello que no entiende, les preguntó: –Disculpen chicos, ¿les puedo hacer una preguntita? –Apenas habían llegado ellos a asentir que al tiempo que señalaba la puerta abierta e iluminada preguntó: –¿Qué hay acá?, ¿una fiesta privada?, ¿algún show?

La pareja sonrió y amablemente, como si la pregunta fuese cotidiana, contestó él: –Es una milonga. Está en el subsuelo. –Ambos notaron la cara de desconcierto de la rubia y el silencio de su amiga que se había dado vuelta para mirar a los recién llegados. Algunos fumaban en la puerta, otros ya entraban en grupo.

—Nunca imaginé que pudiera haber una milonga en este barrio —confesó Marita sorprendida y sin dejar de mirar.

—La verdad es que este barrio está lleno de milongas con mucha onda – prosiguió la mujer al tiempo que el hombre se apartaba unos pasos del grupo para llamar y hablar con alguien a quien la mujer saludó en alto con la mano que empuñaba unos preciosos zapatos blancos y negros. Marita no logró contener su curiosidad: –Y disculpá el atrevimiento, pero, ya que te mostrás tan amable, no puedo dejar de observar que algunas llevan puestos el mismo tipo de zapato y otras los tienen en la mano… ¿se usan zapatos especiales para bailar tango?

–Y sí, es que son mucho más cómodos. Tienen una tecnología y un diseño especial, como cualquier zapato de baile —explicó la mujer. En ese momento la rubia Juana miró a Marita de reojo y enseguida creyó adivinarle el pensamiento. Su amiga era muy sencilla, no era una gran gastadora y si bien le gustaba darse sus gustos cuando podía, en general no despilfarraba lo que tanto le costaba ganar. Con una excepción: los zapatos de taco. Ya se imaginaba ella acompañando a Marita al día siguiente a comprarse zapatos de tango, ¡aunque más no sea para alguna fiesta de disfraces!

La chica amable continuó: –Imagino que nunca fueron a una milonga. A esta hora, en esta ya se puede entrar gratis. Por eso venimos todos desde otras milongas cercanas que ya cerraron o están por cerrar. ¿Por qué no bajan a mirar y ven qué les parece? Hoy ya no, pero quizás en la semana se animen a venir a tomar alguna clase–. Las amigas escuchaban atentas. –Disculpen —continuó la mujer– me están esperando–. Marita y la Rubia le agradecieron la información y la amabilidad y al despedirse, se asomaron por la puerta para verla desaparecer escaleras abajo desde donde se oía un tango.

Con los años que hacía que se conocían, a ambas amigas no les llevó más que una mirada saber qué pensaba la otra. ¿Acaso podía ser esta la respuesta que a Marita le había faltado apenas unos minutos atrás? Las dos habían estado leyendo y comentando el best seller del momento La ley de Atracción pero, ¿sería tan simple e inmediato su funcionamiento?

Adivinando todo aquel pensamiento en la Rubia y levantando los hombros, Marita comentó alegre: “Cuidado con lo que pidas porque te puede llegar”. Las dos soltaron la carcajada. Segundos más tarde, entre risas pero sin dudarlo, entraron al edificio y siguieron los pasos de la chica amable hacia el subsuelo de aquel lugar.

No es difícil imaginar todo lo que vendría a partir de aquel momento. Pero si acaso el lector quisiera saber más sobre el efecto de lo que las dos amigas conocieron esa noche y a partir de entonces hasta el día de hoy, lo invito a adentrarse en las páginas de estos relatos. Allí, la rubia Juana, Marita, la relatora y otros personajes, en su mayoría milongueros, abren pista para encontrarse en el abrazo.

J–R–H. Curiosa la anécdota

Era una de esas tardes de lluvia repentina en Buenos Aires que encarajinan todo el tránsito y el tramo que normalmente lleva veinte minutos se hace de una hora.

Siendo pasajero de un bondi en esa situación, lo único que te queda hacer es escuchar música en tu adminículo de elección o si sos de los que no usan ninguno de ellos, y encima te mareás al intentar leer, la única opción es la de observar.

Y en eso estaba yo cuando vi a la rubia alta y toda coqueta ella que esperaba en la cola intentando esquivar los paraguas ajenos y relojeaba el semáforo (no sea cosa que al conductor se le ocurriera aprovecha la luz verde, dejarla ahí y encima salpicarle el impecable pilotín que seguramente habría adquirido en alguna liquidación de las buenas en algún shopping de buen nivel).

Tenía toda la pinta de abogada. Me pregunté qué haría viajando en bondi una mujer así, de unos cuarenta y pocos años. ¿A dónde iría? ¿Sería que prefería no manejar con este clima? Podría haberse tomado un taxi. Ah, debía ser de las que están por la ecología y prefieren el transporte público a contaminar egoístamente siendo una sola persona en un auto. Y, sin embargo, no tenía pinta de esas tampoco. Era una chica bien, de esas correctas, educadas. Una mujer, de cuarenta y tantos. Ya lo dije, ¿no?

Intenté ver qué eran los papeles que traía para agregar más certeza a esta historia. Unas fotocopias no sé de qué y una notebook en su funda. Nada clave. Ufa. Me estoy aburriendo. La punta de las fotocopias se le mojaban y me di cuenta de cómo se debatía decidiendo entre cerrar el paraguas para no clavárselo al de adelante que ya subía el escalón (ya dije que se la veía una persona sensata y educada) y cuidar su material de trabajo o ¿de estudio, quizás?

¡Ah no, ya sé! Le había ido a buscar el material de tarea a algún hijo que hoy había faltado al colegio. ¿Cómo? Wait a moment! ¡Qué antigüedad lo mío! Hoy eso se pasaría por mail, por foto a través del smartphone o yo qué sé qué otras opciones. Además, y sobre todo donde más se nota lo obsoleto de mi comentario, es lo ocurrente que resulta la idea de que algún adolescente que haya faltado al cole se tome el trabajo de pedir que le pasen el material para mañana.

Además, el celular no sirve para eso sino para los machetes y para avisarle a mamá que la Blanco, de lengua, me bochó y que venga a hablar con la mina, que si la manda a diciembre le quedan como cinco abajo y el año en riesgo. Y mamá, que paga cada mes, va a protestar por sus derechos y por los de la nena.

En fin, pasaron apenas unos segundos y el grito del bondilero: –¡Vamos!, ¡arriba!, ¿falta alguien? –me trae de este vuelo mental hacia las bocinas y a la rubia a punto de subir. –Sí, yo. Momentito por favor –Y su pie derecho hace ese típico saltito para darse envión al subir el escalón de los colectivos porteños. –¡Vamos, vamos, que abre el semáforo y llegamos tarde a La Viruta!…

¿Qué? ¿Qué dice este hombre? Y con esa palabra inesperada captó la atención involuntaria de los que estábamos en los primeros asientos. Y no solo eso, sino también la de la rubia, que sorprendida, lo miró.

Nunca me hubiera imaginado que la que yo creía abogada o señora mamá, iba a saludar al morochote al volante con un beso y una sonrisa que se parecía más a una carcajada. Me dio mucha gracia y sobre todo, mucha curiosidad. Tanta, que hasta tuve el impulso de levantarme para acercarme a ellos y enterarme de cómo era la cosa.

Pero no hizo falta. La alegría de ese encuentro inesperado y bizarro para ambos era tal que los que estábamos atentos nos enteramos de que eran compañeros de baile de alguna milonga porteña y de que hacía mucho que no se encontraban porque él no podía compaginar “el horario del futbol con los pibes y del trabajo con la milonga que te absorbe como una novia celosa y no te larga hasta que cierra el boliche”.

–Es verdad –le dice la rubia– es un ejercicio de voluntad irse antes de que cierre. Y cuando sabés que viene la última tanda bailás como si fuese la última vez.

–Sabés rubia que tenés razón, ¿mañana vas?

–Obvio, jueves imperdible. Uy, che, me bajo acá.

–Viaje corto, rubia. Te veo mañana. Reservame la tanda de milonga.

–Dale.

La rubia bajó entre risas. El chofer no volvió a tocar la bocina. Estaba distraído sonriendo.

No logré sacarme la intriga de qué clase iría a dar o tomar la rubia o de cuál era su trabajo pero me entró otra mucho más inquietante: existe en Buenos Aires un lugar donde no hay bocinas, ni días de lluvia, bondileros apurados o abogados contracté. Y parece ser un lugar en donde la gente se busca, se encuentra y al hacerlo deja caer todas las barreras. ¿Dónde quedará?

Mañana, si me toca el mismo bondi, le pregunto al chofer.

M. Sueño de una noche milonguera

Hubo tres cosas que Marita no tenía forma de saber la noche que llegó por primera vez a la milonga: primero, que esa danza le entraría por las venas en solo una noche, segundo, que los buenos compañeros de baile eran imprescindibles y tercero, que a ella, estos nunca le faltarían en tanto mantuviera su facilidad para saber buscar siempre su eje y equilibrio, condiciones básicas y regla número uno para cualquier chica que haya moldeado su postura bajo la férrea disciplina de la danza clásica.

De esta forma, aunque sin sospecharlo y a pesar de desconocer todo sobre el baile del tango, cuando llegó por primera vez a él, tenía mucho terreno ganado. Lo que le faltaba aprender era eso de dejarse llevar, pero a diferencia de algunas mujeres que escapan al tango diciendo que a ellas nadie les va a decir qué tienen que hacer, a Marita eso mismo le fascinó. Por primera vez en su vida adulta, en la que siempre había querido tener control de todo, aceptó de buena gana que hubiera un terreno en el que la decisión y la responsabilidad recayeran en el otro y a ella le tocara tan solo sumarse al juego. “La mujer se deja llevar”, repiten hasta el cansancio los profes. Eso, que aprendió en su primera clase, le pareció mágico.

Y como si eso fuera poco, en este baile no había hermosas, pero tortuosas zapatillas de punta sino maravillosos y sexis tacos altos que ella adoraba. ¿Dónde había estado la milonga toda su vida? ¿Cómo no haber tomado ese bondi mucho tiempo antes? Pero más vale no llorar sobre leche derramada. Aquí estaba ahora, en ese lugar del que enseguida supo no elegiría irse en mucho tiempo. Quizás, en toda su vida.