Equilibrista universal - JB Paradox - E-Book

Equilibrista universal E-Book

JB Paradox

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Beschreibung

Viajando a Kepler, un planeta donde todo es novedoso, la humanidad ha logrado sobrevivir a la destrucción de la Tierra. Para su sorpresa, se encontraron con un peligro que nunca imaginaron. En el nuevo mundo, los sueños, las pesadillas y la realidad se mezclan, se alteran y se confunden; muchas veces con consecuencias mortales. Un grupo de los primeros humanos en keplerizar, obtiene gracias a esto, visiones que serían la clave para dilucidar la posible solución a este problema. Sin embargo, descubrieron que el asunto era increíblemente más aterrador. Un desbalance universal se prepara para destruir todo lo que existe y solo hay una forma de evitarlo: encontrar y entrenar a los aspirantes a Equilibrista Universal, para que estos puedan dominar el poder absoluto de los sueños conscientes y destruir por completo al amenazante caos.

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Seitenzahl: 663

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Ähnliche


JB PARADOX

EQUILIBRISTA

UNIVERSAL

Editorial Autores de Argentina

JB Paradox

   Equilibrista universal / JB Paradox. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-843-8

   1. Ciencia Ficción. 2. Literatura Fantástica. 3. Novelas de Acción. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Juan Ferreyra

Diseño de maquetado: Inés Rossano

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

índice

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

Capítulo 1 - Ciudad Sky

Capítulo 2 - Las reglas

Capítulo 3 - Los libros de erudición astral

Capítulo 4 - El primer objetivo

Capítulo 5 - Buscando el alma animal

Capítulo 6 - Reflejos y circuitos

Capítulo 7 - La llave de Báratro

Capítulo 8 - Los ustrajan

Capítulo 9 - El paraíso central

Capítulo 10 - Deudas y deudores

Capítulo 11 - El código catapulta

Capítulo 12 - La batalla gris

Capítulo 13 - La caída del cielo

Capítulo 14 - El origen

Capítulo 15 - Falso

Capítulo 16 - El árbol

Capítulo 17 - Perspectiva

Capítulo 18 - El puente al infinito

Capítulo 19 - El intercambio

Capítulo 20 - Anagnórisis e ilusiones

Agradecimientos

Mis más amplios y sinceros agradecimientos a todos los que hicieron posible esta aventura; a cada uno, que aportó con una simple idea, con una sencilla opinión, o con conceptos más complejos.

A Juan Ferreyra, por el excelente diseño de tapa; también a mi amigo Carlos Alemano; a mi tía Rosa y mis primas Gisela, Quiyen y Romina Celi, por sus valiosas sugerencias; a Joaquín López Vélez, por el diseño de la contratapa; al grupo de comiqueros de San Luis, que me ayudaron a ser más original y contribuyeron con información muy útil. A mi profesora Perla Mitchell, por enseñarme tantas cosas que influyeron para que este libro sea lo que es. A Estefanía Chacón, por el genial dibujo de interior. A mi familia, por estar tan pendientes. A Mariano Pennisi, que es la principal razón por la que este libro no será comparado con un libro escrito por un niño de seis años, y por toda su energía y sabiduría puesta al servicio de que este sueño sea hoy una realidad.

Finalmente, gracias a todos los que me olvidé de nombrar aquí pero también son parte de “Equilibrista universal”.

Prólogo

JB Paradox encierra en las dos primeras letras las iniciales del nombre del autor del libro que tienes ante ti. A pesar del seudónimo, puedo contarte que se trata de un canceriano, de 33 años, porteño de nacimiento pero que habita suelo puntano desde hace más de dos décadas, que se desempeña como traductor técnico en el sector industrial privado y vive en la ciudad de La Punta.

Aunque por modestia no lo reconoce abiertamente, JB es propietario de una imaginación envidiable, evidenciada cada vez que habla de los temas que le son afines. Así fue que entre las páginas de historietas, rock internacional y algunos videojuegos, encontró buena influencia para darle volumen a su ópera prima en materia literaria, ¡y ni más ni menos que despachándose con una novela de casi 300 páginas!...

Brevemente intentaré referenciar Equilibrista Universal, historia de ciencia ficción cuyo punto inicial, según cuenta el propio autor, se gestó a través de un sueño.

Robándole descripciones al propio JB puedo decir, a modo de sinopsis, sobre EU que “...Después de que los seres humanos destruyeran el planeta Tierra, se ven obligados a viajar a otro mundo. La habitabilidad es similar pero el entorno onírico es completamente distinto, donde una pesadilla puede llegar a ser mortal. Ese viaje creó un desequilibro provocando que los límites de los universos paralelos se mezclen, por lo tanto cinco humanos se ven forzados a encontrar un poder que contrarreste esas consecuencias”.

Sin embargo, a pesar del ahínco con que pueda encarar esta tarea, encuentro inútil insistir demasiado en encasillar EU, más allá de describirlo como un libro de ciencia ficción con matices de terror, debido a la complejidad de la trama, que permanece velada durante muchos pasajes y seduce con la idea de volver y retomar sus aristas en varias entregas más, posteriores a esta inicial, pero que a su vez, al menos para quien ya haya leído la obra y conozca las intenciones narrativas del autor, no es posible aventurar una dirección. La sorpresa aguarda, como si de saltar a través de un nuevo ojo de cíclope se tratara...

No conozco a JB desde hace años; no tengo con él anécdotas de espacios áulicos, partidos de fútbol ni fiestas nocturnas... Escenarios habituales para socializar y establecer vínculos. Pero no es ese nuestro caso.

Conocí a Jorge hace menos de un año, por Caminos de Tinta, la iniciativa literaria que capta la actividad de escritores reputados pero también de los jóvenes valores, aún inéditos, que intentan abrirse camino en el mundo de la publicación literaria.

A través de un reportaje que pude realizarle en ese entonces para CdT, intuí, desde un primer momento, que estaba frente a un verdadero entusiasta, un purista de la ciencia ficción, y aunque en ese momento no dije nada, ni a JB ni a nadie, recuerdo claramente (y no lo digo para inflar el prólogo de notas emotivas, sino porque sinceramente así sucedió...) haber deseado que este joven pudiera de verdad lograr su sueño de publicar ciencia ficción en tierra puntana. Lo vi como uno de los pocos literatos vernáculos en proceso de formación que apostaba al género de Isaac Asimov o Philip Dick.

Y aquí estamos hoy, con su libro, algo que me llena de orgullo.

Todo eso que la intuición, por alguna razón, me hizo sospechar de él, lo comprobé cuando tuve en mis manos este libro, y tuve el placer de leerlo. Dos veces.

Veamos: como valor agregado quiero mencionar que JB, con total naturalidad (y hasta un poco de desparpajo) cuenta divertido que nunca participó de talleres literarios, no se ha capacitado en materia de técnica escritural, nunca leyó manuales al respecto o realizó actividades mediante tutoriales, o cualquier herramienta útil para estas lides. Nunca.. Sencillamente es como si un día cualquiera hubiera despertado en un contenedor de basura, y aunque no supiera nada sobre cómo escribir una novela, tuviera la capacidad de lograr esta obra de largo aliento con un hilo conductor sólido y una coherencia narrativa elogiable.

Por supuesto que EU tiene detalles en su estilo, y no son pocos... Seguramente el lector que se jacte de poseer un profundo sentido de la técnica podrá notarlos, y quizás hasta ensaye un rictus facial para cada uno de estos pequeños sectores mejorables, o quizás un poco rústicos... Pero créeme, estimado amigo, que a pesar del odioso tecnicismo de ese tipo de lector insatisfecho, que busca el erróneo detalle de alguna pincelada en vez de apreciar the big picture, y con cuyo estilo puedas o no empatizar, de cualquier modo encontrarás en Equilibrista Universal, la obra de JB Paradox, la refrescante sensación de apreciar una pluma novel con las mejores intenciones a la hora de abordar una historia para entretenerte, y la exótica combinación entre humildad para afrontar su obra y osadía para ejecutarla. Si lo logra o no, queda a tu criterio.

¿Una perlita más? Me enteré de que el libro tiene un final oculto, subrepticio, el cual, al menos al momento de elaborar este prólogo, yo todavía no encuentro...

Mariano Pennisi

Introducción

A finales del siglo 21 el planeta Tierra fue consumido por las altas temperaturas y los desastres naturales. La mayoría de los terrícolas murió de calor, de sed o de hambre, en un número exponencialmente mayor cada día. Los aún sobrevivientes solo esperaban su turno para dejar de respirar. Así sucedió con casi todos, pero algunos, unos cien mil aproximadamente, fueron seleccionados por un grupo de elite de científicos de toda clase para emprender un viaje único en su tipo. Un viaje que duraría tres generaciones, con destino al planeta Kepler. Nadie sabe bien cómo consiguieron tal tecnología o semejante presupuesto para construir la súper nave Reacher B-23, sobre todo en las condiciones climáticas en las que se construyó. Pero esa nave les salvaría la vida, así que no convenía formular demasiadas preguntas.

Para ser aceptados como tripulantes debían firmar un contrato, de por vida, severamente estricto. Otro de los factores que llamaban la atención era que el porcentaje de políticos que viajaron en la Reacher B-23 era ínfimo, y de este porcentaje todos poseían conocimientos amplios en ciencia o educación. Además, estaba terminantemente prohibido tener cualquier ideología religiosa; se podía hablar de teología como parte de la cultura, pero incluso las exclamaciones como “oh, Dios mío” o “bendito seas” estaban mal vistas. Nadie sabía bien quiénes eran los que manejaban la nave, ni quién los había reunido a todos allí; el liderazgo era más una idea que una forma de organización estructural. Todos debían asistir a cursos sin importar la edad. Las leyes eran totalmente nuevas y la cultura se generalizó. La discriminación, el sexo no autorizado y el consumo de cualquier alimento o sustancia por fuera de la dieta establecida para cada persona en particular eran castigados con la desaparición. Nunca más se sabía nada de los infractores. La tripulación había sido seleccionada claramente para formar la nueva era del pensamiento humano.

Solo cuando llegaron a Kepler fueron informados de que el viaje había llegado al final. Kepler era un planeta muy similar a la Tierra, en apariencia, pero que contaba con cantidades enormes de especies y materiales desconocidos para los colonizadores. Cinco veces más grande que la Tierra y con tres soles en su firmamento, poseía animales y plantas fascinantes, así como lugares espectaculares y salvajes. Las oportunidades para los recién llegados eran únicas. Sin embargo, la nave permaneció flotando en la parte exterior de la atmósfera, con el fin de estudiar la adaptación humana al medioambiente local.

Mil personas fueron enviadas a la superficie para colonizar el planeta, traer muestras de toda clase e informar sobre los avances regularmente a los líderes de la nave de forma no personal. A estos hombres y mujeres se los llamaría luego “los primeros humanos”. Junto a ellos fueron enviados varios animales y plantas que habían logrado salvarse de la extinción en la Tierra. A diferencia de los terrícolas, ninguno de esos animales o plantas sobrevivió demasiado tiempo. Por más que años después aparecieran especímenes muy similares, estos estaban claramente evolucionados, con la evidente intención natural de no afectar al ecosistema del planeta.

Los primeros humanos lograron la supervivencia durante cien años en Kepler, lo cual dio pie a que, en bloque de decenas de miles, otros tripulantes keplerizaran y se establecieran en el planeta. Sin embargo, pocos supieron lo que tuvieron que atravesar los primeros humanos para sobrevivir esos cien años. Ya que muchos no lo hicieron, nadie informó de forma pública el sacrificio que significó la prueba de fuego inicial en Kepler. De los mil que descendieron por primera vez solo siguieron vivos 486. Entre ellos, hubo un grupo de 21 personas que lo hicieron durmiendo durante los cien años keplerianos (equivalentes a unos 70 años terrestres) que duró la prueba.

Estos primeros humanos se autoaislarían, por razones desconocidas, en una isla llamada Mist. Algunos afirmaban que la mayoría de ellos se habían vuelto locos, otros que tenían alguna clase de enfermedad o trauma. Desde entonces se los conoció como el pueblo pente.

Cuando los humanos descendieron de la nave, la construcción de la ciudad central estaba casi terminada. Hecha con materiales maleables de la zona, e incluso partes de Reacher B-23, emergió ciudad Sky. Trataron de construirla a semejanza de las antiguas ciudades terrestres con algunas modificaciones para colaborar con la preservación del medioambiente y el abastecimiento de alimentos y agua potable.

La mayoría de los habitantes era feliz, con una cultura totalmente renovada y adaptada a su nueva vida, la población no solo tenía todo lo que necesitaba, sino que además poseía todo un planeta nuevo donde criar a la nueva raza. Sin embargo, con los nacimientos y el crecimiento de los primeros keplerianos comenzaron a generarse nuevas olas de pensamiento y con ellas subculturas urbanas, que ponían en riesgo la seguridad y armonía de todos sus habitantes. La humanidad siempre seguirá siendo imperfecta, no importa cuanta cultura tenga, ni en que planeta exista.

300 años después del keplerizaje, ciudad Sky era no solo imponente desde lo arquitectónico, sino con una concepción ecológica vanguardista, minimalismo que la volvía imperceptible a los ojos del medioambiente del planeta. Su medio millón de keplerianos era principalmente vegano y completamente pro naturalista. Por otra parte la minoría se dedicaba a robar para sobrevivir bajo las alcantarillas, o lo que era peor para todos, directamente permanecían separados del resto sin prestar ninguna colaboración al nuevo sistema.

Así nacieron los keplerianos, así se creó ciudad Sky. Una ciudad que, junto al resto del universo, estaba a punto de perder su equilibrio.

Capítulo 1 Ciudad Sky

Cuando los soles golpean la superficie de ciudad Sky nadie se salva. Sus rayos como pistones de presión estrujan el sudor de los cuerpos que transitan sus calles. Sin embargo, los keplerianos se han adaptado para llevar una vida normal dentro de un mundo que no sería normal para sus antepasados.

Imitando las costumbres de vida de los extinguidos terrícolas, el planeta Kepler se transformó en una mejorada versión de lo que fue la Tierra en su época dorada, antes de que el calor por poco exterminara a todos sus habitantes.

Perdida en medio del caos que era la capital de Kiplantis, estaba Cloe.

La joven trabajaba como asistente psicológica legal y social, la rama “suave” de la abogacía moderna. Esperaba ansiosamente la hora para irse de allí lo más rápido posible; como todos los días al acercarse las 05 2S hs miraba el reloj de pared tan distinguido, con su marco de madera brillante gracias al barniz y sus seis agujas de cristal recubiertas con una especie de esmalte plateado, que viajaban a través de los tres círculos que representaban a cada sol. Esos relojes eran considerados una reliquia para ese entonces debido a que fueron construidos en su totalidad con materiales terrestres.

—Las 04 2S 75 horas… —exclamó Cloe con alivio.

—25 minutos más y podré irme a casa —agregó la bella joven con un suspiro.

Cogió unos archivos del escritorio firmados y marcados digitalmente como correspondía y se sentó frente a su computador a fin de escanearlos para registrarlos y enviarlos al archivo general de la compañía. Lo hizo concentrada, sabiendo que el trabajo le tomaría unos veinte minutos, lo que le daría tiempo suficiente como para dejar todo listo para la jornada laboral de la próxima semana. Cuando terminó, levantó la cabeza de su pantalla, satisfecha con su productividad. Notó que sus compañeros de trabajo seguían en lo suyo, algunos en sus escritorios, otros en el conectador virtual e Hyryan… extrañamente concentrado en su computador.

“¡Qué raro!… Hyryan es siempre el primero en salir”, pensó Cloe sintiéndose un poco culpable por querer irse de allí antes que la persona menos trabajadora de la firma. Instintivamente y tomando su bolso de mano volvió a mirar el reloj, que marcaba nuevamente las 04 2S 75 hs.

—¡Qué centellas! —dijo ella sorprendida mientras se acercaba al reloj de pared pensando que se le había agotado la energía, solo para corroborar que funcionaba. Fue entonces que el artefacto, como burlándose, se apresuró a marcar las 04 2S 76 hs.

—¡Centellas! —repitió Cloe, para luego pensar que era uno de esos días en los que el tiempo parece no pasar debido al estrés; respiró profundo y decidió usar esos veinticuatro minutos restantes para tomarse una café verde, resignada. Cloe no era una chica con demasiada paciencia, a pesar de su belleza, inteligencia y su amabilidad la pelirroja no tenía demasiadas citas porque rara vez conseguía ser atraída por el hombre común. Necesitaba cubrir demasiadas demandas al mismo tiempo, tantas que a veces ni siquiera ella misma sabía cuáles eran, por lo que el hercúleo trabajo de hacerla feliz, al menos para el hombre promedio, resultaba imposible.

Terminó su bebida y de nuevo notó la misma situación anterior: todo el mundo en su asunto, como si nada sucediera, incluso Hyryan. Lo que la extrañó aún más, ya que era rarísimo que nadie se estuviera preparando para irse a sus hogares a esa hora. Con miedo volvió su cabeza hacia el reloj de pared para arrepentirse en ese mismo instante, justo cuando la hora marcada por el aparato era 04 2S 77 hs. Con rabia corroboró que el reloj de pared coincidía con la hora en su máquina e incluso con la hora de su comunicador virtual.

—¡El tiempo me está haciendo una broma, parece! —dijo entrecerrando sus ojos justamente color del tiempo ya pasando de un estado de impotencia a un estado más cómico, como cuando una persona se ríe para no llorar. Pero el tiempo no le estaba haciendo una broma, el asunto era mucho más serio.

Dejó su bolso de mano sobre el escritorio y simuló estar concentrada en su computador, con su mirada intermitente entre el reloj de la pantalla de su máquina y la vista general de la oficina, esperando que alguien se levantara primero con destino a la puerta de salida. Ya tenía suficiente con los comentarios que circulaban sobre ella, como para que empezaran a decir que encima de todo salía a la hora que se le ocurría.

Unos veinte minutos después salieron al mismo tiempo una recepcionista y uno de los tantos estudiantes en prácticas; era la oportunidad de Cloe. Los cubículos de las oficinas estaban dispuestos de tal forma que nadie pudiera ver la pantalla de los computadores de los demás a menos que se sitúen a su lado y, camino a la salida, se encontraba el puesto de Hyryan, que seguía concentrado en su posición como si quisiera dar un ejemplo de rendimiento. Al pasar por su lado Cloe se percató, por el reflejo en los lentes del tan difamado compañero (quien extrañamente era uno de los más antiguos empleados), que en realidad estaba leyendo cómics. Esa clase de actividades estaba prohibida por ley, cualquier personaje creado con poderes sobrenaturales que se intentará culturizar era automáticamente censurado. Sin embargo era una ley que todos, o casi todos, sabían que no era demasiado respetada.

—Lo sabía… —balbuceó Cloe mientras se alejaba en dirección al ascensor, ya cansada.

Descendió junto a un grupo reducido de personas, hasta llegar a planta baja donde, sin despedirse de nadie, se dirigió hacia la puerta giratoria de salida del edificio. Apresuró sus pasos para llegar antes que los demás. Siempre hacía eso, le gustaba cambiar el curso de giro de la puerta, de ese modo sentía que estaba haciendo marcha atrás el día y de esa forma era como que la jornada no había pasado.

“El día que valga la pena voy a salir como se debe, hoy no fue un día para destacar”, pensó la joven que tan solo tenía veinte años, con una sonrisa forzada de quinceañera.

Ni bien se encontró un metro fuera del edificio chocó levemente con un hombre de unos treinta años, cabello negro y ojos café. Tras el impacto el hombre pidió disculpas y Cloe, ensimismada, apenas le entendió por el gesto ya que no alcanzó a oírlo.

—No se moleste —respondió Cloe en tono simpático, y siguió su camino.

El hombre tenía un rostro serio y apesadumbrado, conservaba un estado físico bastante saludable y sus ojos destilaban una especie de misterio que le llamó la atención.

“Es bastante apuesto”, pensó ella siguiendo su camino. “Pero no es mi tipo, para tristeza ya tengo suficiente con mi vida”, completó alejándose del lugar.

Brian se sintió raro luego del contacto con Cloe, a quién nunca había visto antes. Ciudad Sky es una ciudad enorme, su posición central rodeada de atracciones turísticas la hacía una de las metrópolis preferidas como circuito comercial, rebalsada de negocios, restaurantes y edificios tan altos que eran casi un sueño. Era muy poco probable encontrarse a la misma persona por casualidad en ese lugar, demasiada gente, demasiados sitios.

—Qué raro… —dijo Brian, en voz baja.

Siempre hablaba en voz baja. Su poca fortuna en la vida y los errores que cometió en su juventud lo convirtieron en un hombre solitario y triste. Generalmente se deprimía con facilidad. Siempre se consideró especial, pero como él decía: “Especial no siempre significa mejor”. La realidad era que Brian se odiaba con toda su energía. Se consideraba lo suficientemente estúpido como para seguir vivo y lo suficientemente cobarde para no quitarse la vida, aunque una vez lo intentó. Ver llorar a su madre por su culpa había sido el detonante para hacerlo. Entre otras cosas, como que lo llamaran “asesino”…

A Brian le extrañó que a pesar de que había chocado a Cloe con su hombro izquierdo sintió el contacto en su hombro derecho. A él le llamaba la atención esa clase de cosas, las cosas en las que no todo el mundo repara. “Un joven que ve al mundo con el tercer ojo pero es ciego con los otros dos”, como lo describió una vez uno de sus profesores.

—Mi cuerpo también está loco, lo que faltaba… —susurró mientras abría la puerta de su eoauto que casi lo representaba a él a la perfección, no estaba preparado para muchas personas y no era ni tan viejo como para resaltar por su valor sentimental como los clásicos, ni tan joven como para destacar por su modernidad y tecnología. Pero el auto flotaba, como quién no quiere la cosa pero flotaba. El arranque necesitaba unos tres intentos por lo menos para encender el motor eólico, esta vez encendió al cuarto. La computadora lo autorizó a salir y así lo hizo. A pesar de su triste vida, Brian tenía mucha paciencia, estaba acostumbrado a ser motivo de burla de sus amigos y compañeros. Amigos es un decir porque en realidad muy pocos eran cercanos o sabían, sin burlarse, cómo él se sentía en realidad todo el tiempo.

Sin esa paciencia, en cuya ausencia era mejor tirarse dentro de una trinchera, él hubiera terminado en la cárcel, muerto, o algo peor. Gracias a esta virtud el tráfico tan problemático y violento de ciudad Sky no era para él un gran problema. No le gustaba para nada, pero tampoco era algo de lo que se preocupara. Al llegar a la primera esquina el semáforo digital en amarillo hizo que el eoauto desacelerara hasta detenerse un milisegundo antes de que este se pusiera en rojo. Una señal del auto que frenó de golpe tras él lo sorprendió, luego de darse cuenta de la situación no prestó más atención al asunto. Los autos tenían incorporado un sistema de frenado sincronizado con los semáforos para evitar accidentes, pero la mayoría de los conductores lo desconectaban para llegar más rápido a sus destinos.

Mientras esperaba, unos seis autos pasaron frente a él en dirección perpendicular y luego hubo una pausa, hasta que luego pasó algo que le sorprendió sobremanera: el séptimo vehículo en pasar frente al eoauto de Brian lo hizo a mayor velocidad, pero marcha atrás, con el techo hacia el suelo y los ventiladores propulsores hacia arriba. Y lo que era peor: sin ningún conductor. A nadie en la vereda o en ninguno de los demás autos pareció importarle lo que en condiciones normales no era ni remotamente probable. Fue como si nadie más lo hubiera notado.

—¿Qué… huesos…? —exclamó Brian usando la tan común expresión de desconcierto kepleriana. No encontró explicación alguna a ese suceso, a pesar de que no dejó de pensar en eso en todo el camino de regreso a ciudad Gals, el pueblo donde vivía que quedaba a unos 20 kilómetros de ciudad Sky.

Siempre habría querido tener experiencias sobrenaturales, como ver un fantasma o tener una visión del futuro. Nada de eso había pasado nunca y, sin embargo, lo más raro que le había sucedido en su vida había ocurrido hacía ya unos minutos. Ese pensamiento lo hizo esbozar una sonrisa.

—Nadie va a creerme… Es más probable que me crean que vi un robo. Mejor no mencionar nada, no quiero ser más motivo de burla… —reflexionó, mientras bajaba del auto que había estacionado de manera un poco desprolija sobre la plataforma de su casa. Antes de que se activara la alarma, pasó por su lado un hidroauto en dirección a ciudad Sky, iba a toda velocidad y apenas evitó atropellarlo.

—¡Conduce más lento! —dijo Beatriz, exaltada, desde el asiento de acompañante del veloz vehículo, aferrada a la manija del techo con una mano como si el gel de seguridad contra accidentes no fuera suficiente— ¡Casi atropellas a ese hombre!

Dan ni siquiera levantó un milímetro el pie del acelerador al oír eso, ni siquiera al llegar a la intersección. Solo giró el volante bruscamente al mismo tiempo que ponía el freno de emergencia y presionaba el conector. Dan no era mala persona, no era el típico idiota que por tener créditos digitales a mansalva trataba al mundo con desprecio como si todos fueran menos que él mismo. No lo era... excepto cuando estaba con Beatriz.

Ella lograba un efecto en Dan que nadie más podía: lo ponía nervioso tan solo escuchar su voz, porque desde que terminó su luna de miel en las playas de Italea ella solo hablaba con Dan para recriminarle algo, hacerle una escena de celos infundada o para pedirle créditos, que malgastaba en cosas que para ella eran importantes, como maquillaje, ropa excéntrica, o adornos que, a pesar de la enorme casa en la que ambos vivían, ya no había lugar donde ubicar.

Beatriz supo ser hermosa. Tiempo pasado. Ya a sus 29 años pesaba más de lo saludable. En ciudad Sky era casi una obligación estar en buen estado físico, la salud corporal era parte arraigada de su cultura. Sin embargo, había personas que sufrían de enfermedades que los hacía subir de peso inevitablemente, como el caso de Beatriz. Además de su enorme talla, tanto maquillaje de todos los colores y componentes imaginables había dejado una marca realmente notoria en su rostro. Marca que ella trataba de ocultar con cada vez más enormes cantidades de maquillaje. Pensar que Dan fue la envidia de toda la universidad de Ingeniería de ciudad Sky al momento de su matrimonio. Solo por casarse con Beatriz, ya que en ese entonces Dan no tenía demasiado poder adquisitivo. A pesar de que siempre fue alguien a quien le gustaban los ejercicios físicos y la versión kepleriana de las artes marciales mixtas y, por lo tanto, al menos en apariencia, siempre tuvo algo que ofrecer. Además de que sus ojos verdes, que resaltaban su tez morena, sus negros cabellos y su apuesta simetría facial ayudaban en el asunto. Ni todo eso junto era suficiente para complacer y/o conquistar a una mujer tan hermosa como era Beatriz.

—¿Te das cuenta? ¡Nunca prestas atención a lo que digo! —recriminó Beatriz mientras bajaba la ventanilla del lado del acompañante. Sabía que a Dan eso lo enfurecía, pero era otra manera más de conseguir esa sonrisa maliciosa interna que nacía cuando lograba que él reaccionara.

—¿Qué huesos haces? —preguntó Dan en tono sobresaltado.

—Tengo calor —respondió ella secamente, como si la respuesta fuera un argumento válido e insuperable en una corte marcial.

Dan se limitó al silencio, su hidroauto último modelo de primera clase tenía obviamente el mejor aire acondicionado para vehículos del mercado, que funcionaba perfectamente, como todo lo demás. Pero no dijo nada, sabía que si lo hacía ella iba a responder una ilimitada cantidad de sandeces con tal de tener la razón. Su estrés bien podía matarlo, pero sin embargo resistía. A esas alturas era difícil que un humano común soportara tal nivel de agotamiento mental y más que nada producido en su mayoría por la enorme frustración de su matrimonio. La miró de reojo y pudo ver sus cabellos danzar al ritmo del viento; eso calmó un poco su ira.

Irónicamente Dan amaba a Beatriz, y es por eso que nunca la había engañado. No tuvo oportunidades de hacerlo, es verdad, pero la principal razón era que él las evitaba apenas las veía acercarse. Sí, Dan amaba a Beatriz y por eso también la odiaba. La aborrecía con toda su alma porque ella se había convertido en una mentirosa, por todas las promesas que le hizo, como por ejemplo “vamos a luchar juntos” o “te apoyaré en todo lo que hagas”, que jamás cumplió y no tenía intenciones de cumplir. Menos si eso significara que debía permitir que en algún proyecto laboral tuviera el mínimo contacto con una mujer atractiva, o con cara de “fácil” como ella decía. Él siempre terminó cediendo ante sus caprichos, pero acumulando furia subrepticia, como una bomba de tiempo.

Bajaron del vehículo, le entregó el control del hidroauto al encargado del estacionamiento del hotel Phantom para acompañar a su mujer a la pedicura. Observó con lástima la falsedad con que ella les sonreía a las demás mujeres que había en el lugar, moviendo su trasero de un lado hacia el otro con aire de grandeza como si eso, a esa altura, fuera algo remotamente sensual. Pero él no pensaba claramente. A pesar de que ella modificaba su carácter y lo ponía de mal humor, él todavía estaba literalmente loco por su esposa. Era la única mujer que lograba manejarlo con la versatilidad con que se maneja un trapo sucio. Eso era lo que lo tenía pendiente todo el tiempo. Era viajar al infierno a su lado o el aburrimiento eterno. Esas eran para él sus únicas opciones. Aborrecía a más no poder la monotonía y Beatriz era experta en destrozarla.

Antes de subir al piso donde tenía una reunión con un cliente, Dan se dirigió al baño. Lo necesitaba. Necesitaba cambiar de plano, olvidarse de su vida de pareja para poder ser el hombre inteligente que era cuando trabajaba. A pesar de su poca memoria tenía muy buenas ideas, pero siempre reconoció que sin su asistente, Adrián, no hubiera terminado ni la mitad de los proyectos que le habían encargado a lo largo de su exitosa carrera. Entró al lujoso baño con un espejo enorme en cada pared donde se encontraban los lavamanos. Era un día caluroso en ciudad Sky, otro más; y el hecho de que viniera con los vidrios del auto bajos no había ayudado para nada a su temperatura corporal. Los lavamanos eran, como de costumbre, de acero semi mistiano inoxidable, con algunos detalles dorados, con canillas móviles que podían desplazarse unos veinticinco centímetros a cada lado. Detalle que le parecía inútil. Dado que el tazón donde caía el agua apenas tendría unos treinta centímetros de diámetro, por lo tanto si el grifo era desplazado demasiado hacia cualquier extremo, el líquido se derramaría por la mesada.

Dan no le prestó más atención al asunto ya que no valía la pena, quería refrescarse. Abrió el grifo y desplazó sus manos con las palmas hacia arriba bajo el chorro. Primero sintió sorpresa, luego se sobresaltó un poco, y al final (ya con un poco de miedo) probó los otros cuatro lavamanos que había en el baño, solo para obtener el mismo resultado.

—Debe ser una broma… Una muy bien planificada broma —dijo sonriendo nerviosamente.

Sus manos no se mojaban. El agua de los grifos simplemente desaparecía antes de entrar en contacto con la piel de Dan, que miró hacia la cámara de seguridad, ubicada en el baño en un ángulo apropiado para no revelar ningún detalle que no se necesitara de los usuarios. Aplaudió.

—Muy bien chicos, los felicito, ¡me atraparon en esta! —dijo, y sonriendo forzosamente salió de allí de forma apresurada. “Será alguna clase de compuesto químico nuevo que mezclado con agua provocaría que al contacto con el calor de la piel humana la hacía evaporarse”, pensó pero no tenía sentido, no había ni siquiera algún gas emanado parecido al vapor saliendo del lavamanos. Fuera de ese contexto, de solo imaginar esa posibilidad, ya habría científicos inventando y usando ese descubrimiento para múltiples aplicaciones.

Nada tenía lógica. Pensó que era algún truco de efecto especial o virtual, tenía que ser eso. Trató de olvidarse del asunto; algo que le iba a costar por lo menos media hora más, debía estar concentrado para la reunión que ya estaba por empezar, solo faltaba él. Adrián, como tantas otras veces, le salvó el pellejo con el cliente. Él ya sabía de la poca memoria de Dan, pero esta vez era diferente, durante la primera hora parecía bajo los efectos de algún estupefaciente. Luego hablaría con él para preguntarle qué le había pasado. Pero luego de que Dan se recompusiera y volviera a la normalidad, se olvidó del asunto.

Finalizada la reunión saludó al cliente, a su asistente y finalmente a Dan con la excusa de que tenía otra junta importante, y la tenía… con su atrasado almuerzo.

—¡Son las 06 2S 50 hs y todavía ni he desayunado! —exclamó Adrián, que estaba famélico. Se dirigió al buffet del hotel lo más rápido que pudo pero en el camino frenó sus pasos pensando que, quizás, si los demás lo veían por ahí, iban a descubrir que la supuesta junta de Adrián era una excusa, pero luego de ver a las chicas que atendían el buffet decidió que lo más probable era que los demás fueran a almorzar al restaurante de enfrente, que era de más clase.

“Ellos tienen un gran crédito digital, seguro no se van a rebajar a almorzar aquí”, pensó mientras se sentaba en la barra del buffet, cuando la chica que se acercó a atenderlo preguntó:

—Buenos días. ¿Qué se va a servir el señor?

—Buenas tardes… —corrigió Adrián.

Estaba desilusionado, ella era la menos bonita de las que atendían el local de comidas exclusivas para huéspedes del hotel. Pidió lo más rápido que había en el menú y buscó la mesa más alejada de la puerta principal, por donde seguro saldrían Dan y las otras dos personas presentes en la junta de hacía ya unos minutos. Cuando la chica le trajo el almuerzo, Adrián le sonrió tímidamente y ella le respondió de la misma forma; solo para que Adrián se diera cuenta de que además llevaba brackets y no eran cualquier brackets, eran brackets de un color verdoso. Emerice, la chica que atendía el buffet, se dio cuenta de la cara de asco que Adrián trató de simular sin éxito al notar sus aparatos. Ella creyó que si los aparatos eran distintos a los normales, iban a llamar la atención por diferentes y no por poco estéticos. Por esa razón ella había gastado más créditos digitales para conseguir exclusivamente los verdes. Estaba equivocada, al menos en lo que a Adrián respectaba.

Cuando Emerice volvía hacia el mostrador, se percató de que Adrián le hizo un escaneo completo de abajo hacia arriba de la parte trasera de su cuerpo. Y sin disimulo alguno, hizo un gesto del tipo “no está tan mal”. Emerice, aunque estaba acostumbrada, se sonrojó. No sabía si ponerse contenta porque al menos había algo atractivo en ella o si debía sentirse asqueada de la actitud irrespetuosa del comensal. Decidió solo olvidar el asunto.

Su turno terminó a las 09 3S hs en punto, como todos los viernes. Dejó su uniforme colgado, se colocó su calza negra termodérmica, su remera blanca reflectante deportiva y sus zapatillas. Le gustaba correr, y el único momento en que podía hacerlo era finalizado el día; no era el horario ideal pero no tenía muchas otras alternativas. El clima caluroso de ciudad Sky se apaciguaba un poco a esa hora de la noche. Esto ayudaba a que los 10 km que había desde el hotel Phantom hasta su casa fueran un poco más llevaderos. Hacía dos años había sufrido un intento de robo que la obligó a cambiar su recorrido, ahora en vez de ir directamente como antes se limitaba a una ruta donde las cámaras de vigilancia abundaban y que los agentes de seguridad visitaban más seguido.

Era una chica muy veloz, y muy resistente. A pesar de su baja estatura tenía una capacidad pulmonar admirable, sus corridas nocturnas y las maratones de ciudad Sky en las que participaba la ayudaban a perfeccionar su destreza atlética. Hubiera ganado muchas maratones en ciudad Sky si no fuera porque siempre tuvo una idea muy diferente a los demás corredores de lo que significaba correr. Por este motivo, cuando ella comandaba la carrera y faltaba poco para llegar a la meta, la gente a los costados del camino, alentándola, la hacía desacelerar hasta perder la posición.

“¿Qué sentido tiene ganar una carrera si cruzar la meta no es lo que buscas? La idea de la meta es lo que más me entristece, yo disfruto correr, es lo que me gusta, no me importa cuán rápido lo haga o a cuántas personas deje atrás. No me importa cuanta admiración gane, o cuánto se agrande mi crédito digital, lo que me importa es la aventura. La aventura de que cada paso tome propulsión con mi voluntad, que cada paso signifique que sigo avanzando, que la vida aún no ha podido conmigo, que mi destino final aún no me alcanza. No le temo a la muerte, todo lo contrario. Pero si la muerte ha de alcanzarme algún día voy a hacer transpirar a esa desgraciada, quiero hacer que el día en que finalmente sus manos huesudas se posen sobre mi cuerpo sea uno que nunca se le olvide. Eso es la vida, una carrera contra la muerte en la que no puedes ganar por más rápido que corras. Tu premio al finalizar la carrera va a ser siempre la medalla del último lugar y un trofeo enorme lleno de recuerdos que dependerá de ti si son buenos o malos. Me gusta correr porque imagino que cada paso aplasta con la vesania de un meteorito un miedo, una preocupación, un peligro. Cuando mis pulmones piden aire y no lo encuentran por más profundo que respire, cuando mi boca siga teniendo sed por más agua que tome y cuando mis piernas necesitan más sangre que las nutra para poder continuar, yo sigo corriendo. Porque estoy convencida que no es ni aire, ni agua, ni nutrientes lo que me fortalece, sino saber que cuanto más difícil sea algo, más valdrá la pena. No es aire, no es agua ni es sangre lo que necesito dentro de mí. Lo que necesito dentro de mí es a mí misma, nada más ni nada menos. Soy mucho más que un cuerpo lleno de necesidades biológicas para seguir funcionando. Soy mi propia fuerza. Soy mi propio aliento. Soy mi propio impulso. Cruzar la meta, no importa si es primera o última, cruzar la meta para mí siempre va a significar perder”, pensaba Emerice, cada vez que corría una maratón.

Vaya si era una mujer fuerte. A pesar de sus cortos 22 años era una chica muy madura y decidida. Para la opinión general de los hombres de ciudad Sky ella no era llamativamente bonita, y sus brackets no ayudaban. Tampoco podía considerarse una chica poco atractiva, el cuerpo de Emerice era digno de una escultura romana antigua. Ni un solo gramo de su cuerpo era graso. Fibra, piel, huesos y masa muscular era todo lo que componía a Emerice. Su pelo negro como el abismo y largo como la vida rodeaba su rostro, adornado tímidamente por un par de ojos marrones.

Corría bajo el cielo nocturno de ciudad Sky, que no podía compararse con ningún otro. Los soles solo permitían ver las demás estrellas como si fuera por un agujero en lo más alto de la atmosfera. Los keplerianos eran testigos de una ventana hacia el espacio exterior enmarcada por un ocaso completamente circular de un color verde fosforescente. En las horas nocturnas Mirt, No y Siltums, los tres soles de ciudad Sky, parecían abrazar con un lazo luminoso el planeta en todo su ecuador. En lo más alto, las estrellas parecían admirar a Emerice, intentando seguirla como si fuese algo difícil de alcanzar, cuando debería ser a la inversa.

La joven pasó por la avenida principal, casi completamente vacía de autos y de gente. Ella los veía como obstáculos, como si fueran tentáculos de un calamar gigante cuyo propósito era detenerla, agotar su fuerza, distraerla de su necesidad imperativa de seguir adelante.

Unos metros más allá se encontraba la plaza con el monumento a los primeros humanos. Los sobrevivientes; que eran el resultado del descenso de los primeros hombres y mujeres al planeta Kepler, quienes formaron el pueblo de los pentes y se autoaislaron en la Isla Mist; cerca de la costa sur de Kiplantis. Donde no van más que turistas a los que les gusta la historia y los lugares excéntricos, y que sin embargo no pueden adentrarse demasiado por la peligrosidad de los insectos de la zona. La isla tiene un volcán en su extremo norte que hizo erupción dos siglos atrás, cuando la zona poblada de ciudad Sky no era más grande que la propia isla. Era un lugar muy llamativo en cuanto al paisaje, contaba con una selva muy espesa y un gran abanico de razas de animales locales. La mezcla de lo que se había convertido en roca volcánica, de un color gris plateado luego de la erupción, con el verde del bosque de la isla, creaba lugares que parecían salidos de una ilusión óptica. Luego de que los pentes crecieron en número, se hicieron muy hábiles en cuanto a la creación de edificios, estatuas e incluso castillos con roca volcánica; que a pesar de estar compuesta básicamente por cristales eran bastantes resistentes y muy buenos aislantes. Encontraron túneles que los llevaban por debajo del volcán, ahora inactivo, aislados de una forma natural (resultaba increíble que el hallazgo fuera al azar) donde extrajeron un mineral también exclusivo de la isla que ellos llamaron mistus, que junto al polvo de la roca volcánica y un poco de agua, era más duro que el acero una vez horneado.

El volcán era tan grande y tan poderoso que la primera roca gigante bañada en lava hirviendo cayó en la costa sur de la isla creando un cráter de dimensiones espectaculares, el material de la roca era único en todo Kiplantis, esa gigantesca masa de piedra tenía una forma muy particular, una especie de poliedro deformado, y era tan resistente que la lava del volcán apenas había afectado su superficie. Como si la prueba inicial de los cien años hubiese sido poco, un mes después de la erupción, la isla Mist fue epicentro de un terremoto muy importante, que aunque parezca raro no causo demasiadas muertes, pero elevó la roca que había caído en la costa sur a unos 900 metros de altura. Era irónico ver una pequeña montaña dentro de un cráter de esa magnitud. Los pentes lo tomaron como una señal e hicieron en su ciudad templos y estatuas con referencias gráficas a la gran roca del cráter, a la que se referían como “la puerta”. Nada menos parecido a una puerta; pero no había nadie que se opusiera al nombre dado, para ese entonces, por sus líderes.

Además de correr, a Emerice le encantaba la historia, por eso es que sabía cada detalle de cada estatua o monumento conmemorativo de ciudad Sky. Allí también estaban las universidades más importantes de todo Kiplantis. Como la Universidad Nacional de Kiplantis, donde estudiaba Ciencias Tecnológicas.

Aislándose de todo, ella corría y era feliz, ya llevaba poco más de la mitad del camino a su casa. Respiraba profundo disfrutando el aroma de los árboles que limitaban el pasillo del viento. Un camino angosto que tenía unos mil metros de longitud, rodeado por árboles de una altura considerable, todos idénticos y plantados a la misma distancia uno del otro. Correr por allí le fascinaba, y no lo hubiese hecho nunca si no la hubiesen obligado a cambiar el recorrido después de ese intento de robo. Pero había un árbol en particular. Distinto a los demás, que aparecía llegando al final del pasillo del viento en dirección hacia la casa de Emerice; ese árbol no tenía hojas. Emerice lo bautizó como “Árbol Muerto”, pero en realidad no lo estaba. Incluso en el largo otoño ese árbol tan distinguible era el más vivo de la zona. En otoño ese árbol, que era del mismo tipo que todos los demás, florecía hasta rebalsar. Con flores con pequeños pétalos entre blancos y azules. Justamente por ese detalle, ella lo llamaba el Árbol Muerto. Era como si los demás árboles en esa época del año le llevaran flores. Como si todos visitaran su tumba a la misma vez para rendirle homenaje.

Pasó por su lado y tocó su tronco levemente, como una especie de saludo. Siempre lo hacía. Cada día sin falta desde el primer día en que corrió por allí. Siguió a su ritmo, por más especial que ese árbol era para ella, nunca se detenía. Continuó su trote, y justamente cuando calculaba estar en el tramo final del pasillo del viento, lo vio de nuevo. Frenó sus pasos de golpe. Y para que eso pasara tenía que suceder algo muy particular. Juraba en su cabeza que ya había saludado al Árbol Muerto. La duda la hizo detenerse por completo y mirar hacia atrás pero, en pleno verano el árbol no tenía flores, y como siempre tampoco hojas. Era imposible luego de haber corrido unos metros volver a verlo, la copa llena de hojas de los demás árboles se lo impedía. Sintió una sensación parecida a la de un déjà vu pero mucho más fuerte y más duradera. Como si la empujaran, empezó a correr nuevamente. Luego de que otra vez, pero más tímidamente, saludara con el roce de su mano al tan especial espécimen vegetal. Ya tendría tiempo de pensar en lo sucedido en su casa. No debía detenerse, por más que su mente le jugara malas pasadas, ella quería seguir siendo feliz. Ella quería seguir corriendo. Quería seguir sintiendo que sus pasos unos tras otros empujaban el suelo, haciendo girar el planeta y no a la inversa, como en realidad era. Ella imaginaba que vivíamos en una gigantesca caminadora eléctrica, donde el que no corría se dejaba arrastrar.

Finalmente llegó a la salida del túnel del viento, allí estaba el policía de turno. Que como todos los agentes de seguridad en ciudad Sky que custodiaban zonas céntricas, donde las cámaras de vigilancia se peleaban por ser la que captara algún crimen o accidente, no estaba para nada acostumbrado a correr. Ni siquiera a transpirar. No en su trabajo, al menos.

“Mmm… De lejos se veía más bonita. Pero en una noche de vacas flacas no se salva”, pensó el policía al ver pasar a su lado a Emerice. La joven apenas se percató de su presencia a pesar del gran porte del oficial. Luego de ese instante, el agente se quedó pensando en qué tan antiguo sería ese dicho. Él ni siquiera había podido ver a una vaca viva en su vida. Ni siquiera pudo comprender del todo por qué se usaba tal frase en esa clase de situaciones. “¿En el pasado habría noches en que las vacas eran más flacas?”, pensaba intentando resolver el enigma.

—Ayuda… ¿Dónde estoy?… Necesito ayuda —susurró una voz débil proveniente de un contenedor de residuos cerca de donde estaba el oficial.

El policía se acercó tímidamente, implorando en su interior para que quien fuera que estuviese ahí dentro no le diera problemas. Camino al contenedor, el agente se dio cuenta de que una de las tantas cámaras de seguridad estaba apuntando hacia ese lugar en ese momento.

—Espera, no salgas aún… —pidió el oficial.

—¿Quién soy? —preguntó, desorientado.

El joven de blondos cabellos no solo no sabía qué le había pasado, sino que además tampoco se acordaba de nada. Ni cómo había terminado en un contenedor, ni cómo se llamaba, ni de su familia o amigos. Sí tenía conciencia de que estaba en ciudad Sky e información general con respecto al mundo. Pero en lo que se refería a su propia historia, solo contaba con una incertidumbre oscura y absoluta.

—Ahora sí, afuera, ¡vamos! —ordenó el oficial al muchacho, que hizo caso al instante. La cámara se había desviado y la gente pasaba, por lo que si alguna otra cámara veía algo, iba a ser más difícil de notar por los controladores de la central de seguridad.

Remera blanca un poco sucia, pantalones de jean azul y zapatillas marrones. Así estaba vestido el misterioso joven del contenedor que, refregándose sus ojos profundamente azules y acomodándose su pelo fino y rubio de una forma nerviosa, preguntó al oficial:

—¿Por qué estoy aquí? No recuerdo nada… ¡Huesos, no recuerdo ni mi nombre, ayúdeme por favor!

—Amigo, hoy es viernes y ya casi termina mi turno… A ver… Déjeme revisarlo —replicó el policía chequeando sus ojos para corroborar que no estuviera enfermo de alguna forma, revisó también la cabellera, digna de un modelo de productos para el cabello, por si encontraba rastros de sangre o evidencia de algún trauma producto de un golpe, razón que podría justificar la pérdida de memoria del individuo que estaba interrumpiendo la paz de su turno.

—Bueno, te llamaré “Steven” como dice tu remera, al parecer no tienes contusiones, al menos a simple vista. Te aconsejaría que vayas al hospital que está a tres cuadras, calle abajo, y si allí no tienen registros de ADN tuyos vayas a la comisaría o esperes a que se te pase la resaca y empieces a recordar lo salvaje de la fiesta de anoche… —dijo el oficial en tono burlón, esperando así calmar al hombre.

Steven asintió confundido y empezó a caminar, su cabeza daba vuelcos y tumbos, rebotando una y otra vez contra las paredes de la frustración por no recordar nada de sí mismo. Hacía el esfuerzo sin cesar mientras seguía camino hacia el hospital. Ya la calle estaba casi vacía. La noche era tranquila y no tan calurosa, pero lo que menos le preocupaba a Steven era la temperatura o el clima. Sus pensamientos cada vez tenían menos sentido. Recordaba haber visto imágenes, como si fueran películas, pero partes específicas de las mismas. Una mujer llorando luego de la muerte de su amado, un padre al enterarse de la noticia de que su hijo había muerto por una enfermedad, un perro terrestre gimiendo lastimosamente por su dueño que lo había abandonado...

—Todos ellos creen estar vacíos… —concluyó en voz baja dándose cuenta de la comparación inconsciente que su cerebro estaba maquinando. Irreverente, rebelde e insultante comparación. Y empezó sin razón aparente a pensar en lo que significaba estar vacío en realidad. Perder a un ser querido no es estar vacío, porque se está lleno de dolor y angustia. Ser traicionado tampoco era estar vacío para Steven, la traición solo cambia la confianza en alguien por odio, arrepentimiento y una comprensión totalmente inesperada de una situación en particular.

—Entonces... ¿qué significa estar vacío? —se cuestionó a sí mismo. Metido y enroscado como un réptido en su nido escapando de un bosque ardiendo. Quería explicar con palabras lo que sentía, necesitaba encontrar aunque fuera una respuesta a alguna de las tantas preguntas que rebotaban en su cabeza como miles de partículas subatómicas en un colisionador de hadrones portátil.

“...El universo —reflexionaba—, esa enorme masa de energía creciente que a pesar de la avanzada tecnología dispuesta en manos de la humanidad, todavía estaba inexplorado en su mayoría. ¿Cuánto en todo el espacio se podría considerar ocupado por materia palpable u observable tal cual la conocemos? Si vemos al espacio de esa manera, de una forma solo como la podría ver un ser supremo todopoderoso, el universo está vacío. Un universo que se expande, hacia el infinito como si tratara de llenar espacios vacíos con más espacios vacíos. Una explosión creó todo, según la teoría del Big Bang, que aún se seguía considerando. Una teoría que si bien se ramificó en varias ideas, mucho más complejas, era cuestionable solo por los más escépticos. Una explosión es el resultado del efecto de una bomba, entonces…, ¿cómo algo creado para destruir en una escala de esas características puede haber sido útil para crear cada parte de lo que conocemos y lo que no? No tiene lógica. Una explosión solo puede romper algo, destruirlo. Hacer que su objetivo se despedace en piezas aún más pequeñas. Piezas inservibles de lo que entonces fue algo que ya nunca volverá a ser lo mismo, al menos no completamente en su forma inmaculada, original. Entonces… ¿Qué somos? ¿Acaso partes de algo que se rompió hace incontables millones de años? ¿Acaso somos los pedazos rotos de un rompecabezas universal cuya figura alguna vez fuimos? Un rompecabezas en el que sabemos que ya no encajamos, pero que seguimos tratando de armar en nuestra mente, porfiadamente, como ciegos tratando de escapar de un cuarto del que nos convencieron de su existencia pero que, de hecho, no existe. Avanzando con furia usando nuestra cabeza como escudo y espada. Convencidos de que algún día hallaremos esa pared que estamos tratando de derribar, que solo existe en nuestra mente creada solo por la idea de que estamos encerrados. Cuando la única cárcel es uno mismo, o el universo inverosímil con sus paredes de aire”.

—Soy un universo vacío… —concluyó Steven, ahora quieto. Frente a la pared espejada de un edificio que clonaba su imagen. Se dio cuenta de que ni siquiera recordaba su propia cara. Se observó así mismo absorto en sus pensamientos. Tocando su rostro sin quitarle los ojos de encima al reflejo, incrédulo, esbozó una sonrisa. Era como si alguien estuviera jugando con su mente, como si el mundo se divirtiera con él viendo cómo iba una y otra vez tras la pelota que sus propias dudas le arrojaba. Seguía sin recordar nada de su propia historia, pero sí recordaba conocimientos en toda clase de materias, desde Física y Matemáticas hasta Historia y Geografía. Como si él mismo no fuera lo bastante importante para ser recordado. Acercó su rostro hacia el espejo, donde el reflejo lo imitó a la perfección. Pensando, sumergido entre miles y miles de preguntas por segundo con la esperanza de que algo active su memoria y así poder librarse de esa desesperación que lo consumía y lo disecaba por dentro. ¿Y si él era en realidad el que estaba del otro lado del espejo? Ese que duplicaba su ser, sus expresiones, sus dudas y el nombre bordado en su remera pero a la inversa. Quizás él era el espejo. Quizás él solo era un reflejo de algo que en otra dimensión se planteaba los mismos interrogantes. Todas las preguntas que no tenían respuesta para Steven lo volvían aún más vacío. Más incompleto. Más “nada” y menos “algo”. Steven se arrodilló suplicante ante su propia imagen y preguntó:

—¿Quién centellas soy?

—Tú eres Steven… —fue la respuesta de su reflejo que ahora parecía tener vida propia— Duerme, existe, vive y sueña, Steven. Tienes trabajo que hacer.

Steven cerró los ojos automáticamente, el sueño se apoderó de él y desapareció.

Capítulo 2 Las reglas

Todos abrieron los ojos al mismo tiempo. Tratando de acomodarse al entorno que los rodeaba y que se arremolinaba como el viento. Ahí estaban los cinco: Brian, Cloe, Dan, Emerice y Steven; mirándose unos a los otros semiconscientes. Intentando entender qué sucedía. Lo último que recordaban era haberse recostado para dormir un poco. Dan fue el primero en reaccionar:

—¿Qué es este lugar? ¿Dónde estoy?

—¿Este lugar? Estos lugares diría yo —respondió Cloe, luego de mirar en todas direcciones. Ella era la que parecía más confundida.

Era cierto. Donde ellos se encontraban no era un lugar, sino más bien muchos sitios a la vez. El día, la noche, el atardecer y el amanecer parecían suceder al mismo tiempo. Nevaba, llovía, podían sentir el viento que les secaba la piel y al mismo tiempo el sol cegando sus ojos. Todo era confuso, todo era extraño. Sentían sus cuerpos inmóviles, pero sabían que estaban recorriendo grandes distancias. Era como si pudiesen apreciar el movimiento del universo. Todo era nuevo, todo era conocido. Veían sus caras y no les preocupaba saber quiénes eran los demás. No necesitaban saberlo. Ya lo sabían, aunque no sabían cómo ni por qué. “Estoy soñando”, pensó Brian.

El joven recordaba lo que había leído en revistas o en documentales del macro-sistema, donde toda la información se compartía en Kiplantis. Según los artículos, una vez que una persona se duerme empieza a soñar y se deja llevar por representaciones que no son más que simples imágenes, alrededor de las cuales el cerebro crea una historia. En condiciones normales el soñador es arrastrado por esa historia. Inconsciente e inadvertido se convierte en el personaje central de una película mental que la mayoría de las veces no tiene lógica ni sentido, pero que muchos creen que encierra un significado más allá de la razón humana. Un significado más profundo.

Emerice miró sus manos, las cerró y abrió rápidamente. Ella también había visto ese tipo de documentales y sabía que una vez que el soñador tomaba consciencia de estar soñando podía controlar su sueño a placer. Eso intentaba hacer, muchas veces lo había alcanzado antes, logrando experiencias realmente interesantes, como volar, correr a la velocidad de la luz o modificar la materia a su gusto, aunque nunca le había prestado demasiada atención a dicha facultad.

—No estás soñando. Estamos soñando… todos juntos —dijo Cloe que sentía como si esas otras personas también pudieran leerle la mente, tal y como ella lo había evidenciado. Todos entendieron. Estaban mentalmente conectados. Podían sentir en carne propia lo que cada uno de ellos sentía individualmente. Incluso sus recuerdos se compartían, excepto por situaciones particulares que parecían bloqueadas al resto. Memorias protegidas por una fuerza desconocida. De repente todos miraron a Steven.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Dan, adelantándose a los demás. Todos tenían la misma duda.

—Yo… yo soy Steven… creo —respondió.

Steven había comenzado a tener la esperanza de que esa conexión con los demás le diera las respuestas que él buscaba antes de aparecer en ese lugar. Apenas terminó esa frase sus ilusiones cayeron de una forma casi audible.

Todos, de alguna manera, sintieron pena por él en ese instante. Sentían la necesidad de ayudarlo pero se sabían incapaces de hacerlo. Percibieron su vacío, su desesperación.

—Si estoy consciente de que esto es un sueño, ¿por qué no puedo controlarlo? —cuestionó Emerice volviendo a cerrar y abrir sus manos como intentando que algo apareciera en ellas. Fue un intento por desviar la atención que pesaba sobre Steven, todos lo sabían y todos pensaron que era buena idea.

—No lo sé —respondió Brian.

Ninguno oyó a Brian. Siempre tuvo problemas con su tono de voz, era muy bajo para que lo noten claramente. Y eso incluso en estas circunstancias le traía problemas.

—¿Cómo dices? —preguntó Dan.

—Que no lo sé —dijo Brian intentando alzar la voz.

De pronto, el lugar donde estaban se paralizó, hubo un silenció molesto al oído y todo el sitio se volvió gris. Estaban sentados en el suelo invisible, no se habían puesto a pensar que debían levantarse hasta ese entonces. Y ahí fue cuando se percataron de la súbita presencia de la mujer. De pie con su traje de cuero negro pegado a su figura atlética y que la cubría por completo. Una capucha de tela del mismo color del traje y una especie de mascarilla al mismo tono que solo dejaba ver sus ojos, que extrañamente eran de colores diferentes. Uno, el izquierdo, era de color rojo sangre. Mientras que el derecho era completamente negro. Un poco de su frente podía verse también, a pesar de la sombra de la capucha, estaba cruzada diagonalmente por tres cicatrices importantes, que se perdían bajo la mascarilla.

Por la apariencia de esa mujer sintieron una inquietante necesidad de salir corriendo. Era, como mínimo, un ser respetable. Todos al mismo tiempo sentían que los miraba fijamente a los ojos. Más que nadie, Emerice.