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Una mañana de otoño como cualquier otra, una adolescente (Constanza, 17 años) sale de su casa junto a su amiga, rumbo al colegio. En el trayecto, su vida da un vuelco radical. Es secuestrada y vendida a una red de trata de personas que la reduce a la esclavitud en un sórdido prostíbulo del interior. Su hermana Ámbar es quien emprende su búsqueda. Recurre, sin éxito, a la policía y a la Justicia para hallarla. En sus visitas a la fiscalía, conoce a Augusto, quien busca a su hija secuestrada recientemente. Su misteriosa muerte une a Ámbar con Nicolás Lagomarsino, un experimentado periodista encargado de cubrir el asesinato. Juntos, emprenden la búsqueda de Constanza. Para ello, deben enfrentar no solo las presiones de la organización que la mantiene cautiva sino la complicidad y la corrupción de algunos sectores del poder. El camino está plagado de puertas que se cierran y senderos que se bifurcan y no conducen a ninguna parte. A medida que la historia progresa, ambos protagonistas van descubriendo que algo más los une, un amor que ambos van descubriendo entre las vicisitudes a las que se ven obligados a enfrentarse. Paralelamente, se teje otra trama. El doctor Ricardo Sandoval es secretario de un juzgado criminal. Su destino está dividido entre el afán de justicia y su ambición por acceder a cualquier costo al cargo de juez que ostenta Ernesto Ojeda Sanz hasta que advierte que la corrupción alcanza límites que nunca hubiera podido imaginar. Sus indagaciones sobre sobornos en una millonaria defraudación se entrelazan, de manera inesperada, con tres crímenes brutales que conmocionan la opinión pública. Los hechos se ven atravesados de forma tangencial por el infierno al que Constanza es sometida a diario al verse obligada a prostituirse junto a otras esclavas sexuales y su intento por liberarse de ese cautiverio. Tres historias que arman el rompecabezas que desnuda el terrible padecimiento de cientos de niñas y mujeres que a cada hora son compradas y vendidas, usadas y desechadas como meros objetos por organizaciones de trata de personas. Es la historia de millones de víctimas inocentes que sufren a lo largo del mundo y a quienes se les ha arrebatado todo.
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Seitenzahl: 477
Veröffentlichungsjahr: 2015
Rodrigo Fabián Guerra
Esclavas
Editorial Autores de Argentina
Guerra, Rodrigo Fabián.
Esclavas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Autores de Argentina, 2015.
E-Book
ISBN 978-987-711-297-9
1. Narrativa Argentina . 2. Novela. 3. Trata I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño y diagramación: Maximiliano Nuttini
Diseño de portada: Justo Echeverría
1
Arrastró los pies hasta la cocina, a través de la ventana llegaba un ruido lejano de sirenas. En la penumbra, tuvo la impresión de que la sala latía imperceptiblemente, como un enorme ser vivo. Encendió la televisión y deambuló bajo el resplandor del noticiero mientras batía café en una taza. La voz apenas audible de la conductora anunciaba una primicia escrita en letras catástrofe contra una placa roja: HALLAN CUERPO DE MUJER SALVAJEMENTE MUTILADO.
Se detuvo delante del aparato que en ese instante exhibía el interior de una obra en construcción y a una ambulancia de aspecto fantasmal que cargaba el cuerpo de la víctima, apenas iluminada por las luces de los patrulleros. Subió el volumen. La mujer había sido hallada por el sereno de la obra, temporalmente suspendida. La pava quebró el silencio con un silbido de locomotora. Llenó la taza de agua hirviendo y regresó al living. La misma voz femenina giraba en torno a las primeras especulaciones, siempre absurdas. La verdad terminaba siendo mucho más sórdida, como él mismo había tenido ocasión de comprobar en los años que llevaba como periodista.
Un incómodo escozor hormigueó como una corriente eléctrica en el cuerpo semidesnudo de Nicolás. De pronto sentía un calor insoportable. Deslizó la puerta de vidrio que daba al balcón y salió. Lloviznaba y un frío intenso le golpeó la cara y el torso. Se apoyó en la baranda que daba a la avenida Las Heras. El quiosco de revistas se desperezaba y un colectivo vacío cruzaba la solitaria avenida. Un taxi se detenía en el edificio de enfrente y una mujer descendía acomodándose el tapado sobre los hombros. La observó introducirse rápidamente dentro del edificio sorteando a un linyera que dormitaba en la entrada. Regresó al interior completamente empapado y aterido. Necesitaba un baño caliente.
• • •
Dejó el auto en el estacionamiento y atravesó a paso firme las tres cuadras que lo separaban del Palacio de Tribunales. Cruzó el hall principal, saludó al ascensorista que lo condujo hasta el sexto piso y se detuvo ante una puerta con las cortinas corridas. Aún era temprano pero un resplandor le indicó que ya había gente dentro. Llamó dos veces y aguardó mientras sacudía en el suelo las gotas de agua que chorreaban de su paraguas. Desde algún lugar le llegó el olor a medialunas recién horneadas junto al rumor de risas y expedientes apilados en el suelo. Con un seco chasquido se descorrió la traba.
- ¡Pero si es el cronista policial más madrugador de Buenos Aires!
Nicolás se dio vuelta y estrechó la mano de dedos largos que el secretario le tendía junto a una de sus amplias sonrisas.
-¿Qué te trae tan temprano por Tribunales?
-La chica que encontraron en Lugano –respondió apoyando el paraguas junto al perchero. Ustedes están de turno, ¿no?
-Sí. ¿Desayunaste?
-Tomé un café antes de salir.
-Vamos al Tribunales Plaza.
Descendieron en silencio las escaleras ocres, el solitario retumbar de sus pasos contra el mármol llenaba sus oídos. En la calle, un cielo plomizo impedía sostener que amanecía. Caminaron hasta la esquina, cruzaron Tucumán y entraron en el café. Durante el corto trayecto, apenas intercambiaron algunos comentarios sobre la derrota de Independiente y los consabidos rumores acerca del incierto destino del técnico.
-¿Me decías? -comenzó Ricardo ocupando una mesa al fondo, lejos de la ventana.
-¿Tenés información sobre la mujer que encontraron en la obra en construcción?
-Para mí un café con leche y tostadas con queso blanco. ¿Vos?
-Un café negro y dos medialunas, gracias.
El mozo se retiró y Nicolás reinició la charla jugando con un pequeño servilletero metálico.
-¿Se sabe la causa de la muerte? ¿Identificaron a la víctima?
-Todavía no sabemos nada. Gracias, Manuel. Las medialunas para el señor. La víctima fue encontrada hace unas horas nada más. A media mañana tendremos el informe forense con el resultado de la autopsia, después habrá que esperar a que reclamen el cuerpo. No hay otra manera de identificarla.
-¿A qué te referís?
-Le cercenaron las huellas digitales de manos y pies y le extrajeron todos los dientes. Vamos a tener que esperar a que la reconozca algún familiar. ¡Mermelada de durazno! Le dije diez veces a este gallego que me gusta la de frutilla.
-Tiene cierta semejanza con las muertes del caso Balmaceda.
-Es demasiado apresurado relacionar una cosa con la otra. Eso fue hace dos años.
- Coincidirás conmigo en que este tipo de crímenes no es muy común.
- Te aconsejo que si vas a escribir un artículo o una reseña sobre este crimen, lo hagas con… sobriedad.
- No te entiendo. ¿Qué tiene de particular “este” crimen? ¿Y qué es eso de la sobriedad? Yo no tomo en horario de trabajo.
- Estoy hablando en serio. Relacionar esta muerte con aquellas otras.
- Todavía no sabemos si lo están. Si lo que querés es que no dé la noticia, te aviso que llegás tarde. Acabo de verla en la televisión. A Crónica no se le escapan estas cosas, vos lo sabés. Y está en las tapas de todos los matutinos. ¡Puta madre! Este café está helado.
- Mirá, Nicolás, no soy quién para meterme en tu trabajo pero…
- Pero lo estás intentando de todas maneras. Y sin mucho tacto, además.
-Dejá la ironía un segundo, por favor. Estoy intentando prevenirte.
-Me parece que es subestimar al público pensar que porque un periodista relacione este crimen con otros ocurridos en otra provincia, no vayan a sacar sus propias conclusiones.
-No subestimo a nadie. Quizás tengas razón, pero no podía dejar de advertirte que podés meterte en camisas de once varas.
-¿Por insinuar una relación entre el cuerpo que encontraron hoy y las víctimas del caso Balmaceda? ¿No habrá algo que no me estás diciendo?
-El asunto de la trata de personas es un tema muy sensible y…
-Ahora me dictás la línea editorial. ¡No sabía que además de abogado eras periodista!
-Recordá que pretendí advertirte. Por el momento, no puedo decirte más.
-Entonces hay algo que no me estás diciendo –arriesgó Nicolás clavando en su amigo una mirada de halcón en vuelo rasante.
-Tengo que volver al juzgado a despachar unas excarcelaciones. ¡Mozo!
-No me contestaste.
-Soy consciente del gran favor que te debo y quise ponerte al tanto de un riesgo que puede concernirte. No puedo decirte nada más.
-¿Qué clase de riesgo?
-¿Qué te debo, Manuel? Cobrame todo.
-No sabía que entre tus funciones estaba la de invitar a desayunar a tus amigos periodistas para pedirles que se callen algunas cosas. Tu progreso en la Justicia es meteórico –dijo Nicolás mirando a los ojos a su amigo con los labios tensados en una sonrisa de sorna.
-Yo no te llamé, vos fuiste quien vino a verme. De todas maneras, te equivocás. Está bien, quedate con el vuelto. Gracias a vos, Manuel.
Ya en la calle, Ricardo se calzó el impermeable y Nicolás se subió las solapas de su piloto.
- No quiero ponerte una mordaza… -recomenzó el funcionario judicial.
-Se me hace tarde, en serio. Te agradezco el desayuno y el consejo. Llamame un día de éstos y vamos a almorzar, yo invito.
Sin volver la vista atrás, cruzó Talcahuano trotando con un ojo puesto en el parpadeante hombrecito rojo del semáforo. Ricardo observó a su amigo alejarse con la espalda doblada hacia delante y sacudió la cabeza. Hundió las manos en el impermeable y atravesó Tucumán en dirección al Palacio de Tribunales.
La punta metálica de un portafolio golpeó a Nicolás en la rodilla y una cara de expresión adusta murmuró unas disculpas apresuradas. La lluvia había vuelto a hacerse intensa y el viento convertía las heladas gotas en minúsculas dagas. De pie en la esquina del Teatro Colón, se miró ambas manos vacías y refunfuñó. Prefería mojarse antes que regresar a buscar su paraguas.
2
- ¿El azul o el rosa?
- ¡El azul, Coty! No creo que Daniel quiera invitar a una nena a la fiesta del sábado.
- ¡¿Quién te dijo que quiero ir con… con… ése?!
Constanza se asomó, entre risas, a la puerta del dormitorio mientras daba tirones aquí y allá a su sweater azul para terminar de amoldarlo a su cuerpo.
- Tocan el timbre. ¿Esperás a alguien? ¡Son las seis y cuarto!
- Es Jesica, Amby. Abríle que yo cuido que no se quemen las tostadas. ¿Dónde pusiste la mermelada? ¡Ya está! –anunció triunfal cerrando la perilla del gas justo cuando la leche ascendía peligrosamente hasta el borde del jarro.
- ¡Está en la mesa! Hola Jesica, pasá. Veo que Constanza no es la única a la que el examen de física le dio insomnio.
- La física no es lo mío, es un mal innecesario. ¡Mermelada de arándanos! En mi casa la prohibieron porque dicen que tengo que cuidarme.
- ¡Pero si estás re bien!
- Todavía tiene los ojos con legañas. No le hagas caso, Jesica.
- Cumplo con mantenerme lejos de las cosas que engordan.
- Espejos, balanzas…
- ¡Coty! No seas así con tu amiga. Siéntense y tomen el café con leche antes de que se enfríe mientras sirvo las tostadas.
- Acabo de ver a Daniel –susurró Jesica asomándose por encima de la taza humeante.
- ¿Dónde? Seguro que iba a la casa de Juan.
- Caminaba de la mano con una chica.
- ¿Qué cosa? No te puedo creer. Si ayer estuvimos en… Hijo de mil…
- ¡Es mentira, es mentira! ¿Te lo creíste? ¿Así que estuvieron juntos? ¿Dónde?
- ¡Callate, tonta! No me hagas esas jodas.
- ¡Contame, contame!
- No me hagas esas jodas, me pusiste re mal.
- ¿Fue en su casa? Porque acá no habrá sido, ¿no? ¿O sí?
- Nada que ver.
- Vamos chicas, a desayunar. Tengo que irme a trabajar.
- ¿Puedo venir a almorzar con Constanza? Mis viejos se van a Chivilcoy a hacer unas compras para el negocio.
- Bueno. Pero nada de traer noviecitos, ¿no? –advirtió Ámbar sosteniendo entre los dientes una hebilla para el pelo.
- No, señora –respondió Jesica con socarrona seriedad y la boca llena.
- ¡¿Señora?! No seas atrevida, mocosa. No tengo ni diez años más que vos. Jaja. Nos vemos, chicas. Suerte en el examen de hoy. Te veo a la tarde, Coty.
- Chau –saludó su hermana mordiendo una tostada desbordante de mermelada.
• • •
Se detuvieron antes de llegar a las vías, el tintineo hipnótico del paso a nivel les provocaba una ligera y persistente somnolencia. Una locomotora diesel arrastraba con pereza unos oxidados vagones de carga bajo un cielo de plomo. La rumorosa hilera se llevó consigo los cálculos aritméticos y las fórmulas memorizadas a golpes de café y dejó paso a lo que constituía el tema de conversación de todo el colegio: la fiesta del próximo sábado.
Las dos adolescentes atravesaron la vía para costear el paredón mohoso de la fábrica de conservas. Una vecina madrugadora envuelta en un batón floreado barría la vereda y alzó una mano al ver pasar a las chicas. Un viento fuerte arremolinaba en los tobillos un colchón de hojas amarillentas. Reían animadas y criticaban el pelo de una y los dientes torcidos de otra cuando Jesica tropezó con el saliente de una baldosa, oculta por una pequeña pila de hojas secas. Emitió un chillido y se aferró con fuerza instintiva al brazo de Constanza, que dejó caer su morral para sujetarla.
- ¡La puta madre! Creo que me doblé el tobillo.
- No exageres. Mové un poquito el pie para que se te pase el dolor.
- ¡Te digo que me lo doblé! ¡Ay, ay, ay! ¡Cómo me duele, baldosa de mierda!
El susurro apagado de las hojas bailoteando en el aire al compás de una ráfaga de viento les impidió percatarse de otra clase de rumor, el de unos neumáticos deteniéndose unos metros más atrás. Constanza, sujetó a su amiga por la cintura.
- ¿Podés caminar? –inquirió.
- Creo que sí, pero me duele mucho todavía. ¡La put…!
Jesica se proyectó hacia delante y cayó sobre un montón de hojas y ramas secas. Una inesperada presión oprimió la garganta de Constanza cuando quiso gritar. Le faltaba el aire y la calle entera se sacudía con violencia sísmica. Una sombra gigantesca se inclinó sobre su amiga caída en el instante en que sus pies se despegaban del piso. Se sacudió e intentó liberarse en medio de una nube de polvo que le escocía los ojos y le nublaba la visión. La figura negra abandonó a Jesica y se volvió hacia ella, que impulsó sus piernas para rechazar el ataque. Dos manos implacables contuvieron sus patadas con movimiento hábil. Se agitaba con desesperación mientras veía pasar con rapidez cinematográfica las ramas desnudas de los paraísos. La arrastraron y la cargaron en el asiento trasero de un auto.
Pronto, la calle recuperó su silencio habitual. Era como si nada hubiera sucedido.
De rodillas en mitad de la vereda y apretándose el brazo derecho contra el cuerpo, Jesica descubrió que estaba sola. El viento chocaba incansable contra el paredón gris y rebotaba alzando ante sus ojos densas nubes de polvo y hojas muertas. Miró a todos lados. Su amiga había desaparecido. Una gota tibia resbaló pesadamente desde su mentón y le manchó el jean. Se tocó la cara, que latía con vida propia. Debía tener algún hueso roto. El goteo pausado se volvió un hilo delgado y continuo de sangre que comenzaba a formar un charquito. Se llevó las manos a la cabeza y gritó, gritó, gritó.
3
-Te estaba buscando. Tomá asiento.
El director apartó la mirada del monitor y se restregó los ojos unos instantes.
- Acabo de leer tu artículo sobre la chica encontrada esta madrugada.
-¿Demasiado descarnado?
-¿Quién te asignó para cubrir esta noticia?
-Pero si hace dos años que cubro hechos de estas características.
-Ése es el punto. Tu última investigación no tuvo el resultado… esperado. Ni para vos ni para el diario.
-Yo no tengo la culpa de que la justicia no quiera ver lo que es evidente.
-En tu situación, la soberbia no es un buen recurso. Sobre todo después de las críticas lapidarias que recibiste. Y que recibimos.
- Vos sabés bien que la condena de ese pobre tipo sirvió para encubrir otras cosas.
- Al fulano le clavaron una perpetua –observó el director.
- Para comprar la impunidad hay que darle a la prensa la cabeza de algún perejil.
- Lo que sé es que nos llovieron las críticas, nos bajaron las ventas y las entradas a la página web. También la publicidad. Me consta que pusiste el mayor empeño.
-Hablá claro, Tomás. ¿Qué es lo que pasa? Sabés que tengo la experiencia necesaria para cubrir este tipo de crímenes.
-Bueno…
-Me estás poniendo nervioso. ¿Pensás que, por lo que pasó, la gente no me va a tomar en serio? ¿Es eso? ¿Para vos perdí credibilidad?
-Mirá, Nicolás…
-¡”Mirá, Nicolás”, las pelotas! Nos conocemos hace muchos años y el escritorio que nos separa se debe solamente a dos o tres contactos que vos tenés y yo no. Necesito saber qué pasa. ¡Ni que hubieran encontrado el cadáver de la Presidente!
- Deberías serenarte.
- No quiero serenarme.
- Llevo más años que vos en este negocio y si el dueño del diario me puso al frente, no fue solo por mis contactos. Creo haber hecho méritos suficientes como para estar sentado en este sillón.
Nicolás guardó silencio, la sangre le bullía en las venas como un río de lava.
- Uno de esos méritos –continuó Tomás, dando vueltas a un bolígrafo entre los dedos-, es precisamente no perder los estribos como vos lo estás haciendo en este momento.
- Tenés razón, disculpame.
- No sé qué es lo que te pasa pero parecés peleado con la vida.
- Estábamos hablando de la chica muerta –cortó Nicolás removiéndose en el asiento.
-Es un asunto delicado y decidí que, al menos este artículo, lo redacte alguien más.
-¿Un asunto delicado? ¡Ni siquiera identificaron a la víctima!
-Quiero que este tema sea tratado con cautela hasta que haya pruebas o datos concretos. No quiero más… especulaciones.
- ¿A quién le pediste que escriba el artículo? –interrogó Nicolás con suspicacia.
- ¿Perdón?
-¿Que a quién le encargaste que escriba el artículo con el informe forense?
-Mariano ya se comunicó con el sector de prensa de…
-¿Mariano? ¡¿Mariano Andrada?!Es una joda, ¿no?
-¿Tengo cara de estar haciendo jodas? –replicó el director con sequedad.
Dos golpes de nudillos hicieron vibrar el cristal de la puerta. A una orden del director, ésta se abrió y la cabeza pelirroja de Mariano Andrada se asomó. Sus pupilas inquietas captaron de inmediato la tensión que flotaba en el ambiente. Los ojos negros de Nicolás centelleaban como brasas. El recién llegado metió el otro pie en el despacho, cerró la puerta y permaneció un segundo con la mano asida al picaporte con indecisión sobreactuada. Su frente despejada bajo la pelambrera zanahoria indicaba que sabía muy bien lo que sucedía.
-Acabo de enviarle el artículo sobre la chica mutilada. ¿Ya lo recibió?
-¡Acá lo tengo! Voy a leerlo ahora mismo. Tomá asiento.
El reportero alejó de Nicolás el sillón que quedaba libre y se sentó. Ensayó una sonrisa y arqueó las cejas a modo de saludo. No obtuvo respuesta.
-¿Le sacaron un ojo? –interrogó el director con aprehensión.
-Según los expertos, la causa de la muerte fue esa.
-¿El ojo? No entiendo.
-Los forenses creen que intentaron sacárselo cuando aún estaba viva. En algún momento la chica no soportó más y sufrió un paro cardíaco.
Tomás se estremeció.
-Por las numerosas quemaduras y los hematomas, la hipótesis principal se inclina a pensar que hubo más de un asesino –acotó Mariano con suficiencia mirando de reojo a un Nicolás que en ese momento clavaba en él una mirada de psicópata.
-Estoy de acuerdo, Mariano. Me parece bien –aprobó el director quitándose los lentes y frotándose enérgicamente los párpados.
-Sigo sin entender qué es lo que pasa, les recuerdo que todavía no me fui.
-¿Qué es lo que no entendés?
-Sí. ¿Qué pasa? –replicó Mariano componiendo un tono de falsa sorpresa.
-Hace dos años que investigo homicidios similares y publiqué un libro entero sobre eso. Soy yo quien debería escribir este artículo. Sin ofender, Mariano.
- Creo que eso es algo que decido yo, ¿no te parece? –concluyó Tomás, echando el peso de su cuerpo hacia atrás.
Era la postura con la que solía dar por concluida cualquier disputa.
-Deberías haber esperado el resultado del juicio para publicar tu libro, ése fue tu gran error. La ambición no te dejó ver el berenjenal en el que te estabas metiendo. Y arrastrando con vos el nombre del diario. Lo tuyo fue un exceso de confianza.
-¡¿Qué?!
-¡Mariano!
-No hago sino repetir lo que todo el mundo comenta.
-Vos sos quien se está metiendo en un terreno en el que no sabés nada. Este tipo de cosas no son como los fraudes pelotudos a los que estás acostumbrado.
-¿Y vos sí sabés, acaso? –replicó Mariano y su cara llena de pecas se iluminó con sarcástica fosforescencia. Te recuerdo que gracias a uno de esos “fraudes pelotudos” conseguí un ascenso unos días antes que un tribunal sentenciara que tu libro era un disparate.
- Si no me necesitan más, me voy –gruñó con los dientes apretados y los nudillos lívidos.
- Sí, sí. Nicolás. Podés retirarte. Después hablamos.
Los empleados más cercanos al despacho voltearon sobresaltados por el violento portazo y la secretaria se apresuró a sujetar la taza que la manga del saco de pana marrón de Nicolás había hecho tambalear.
4
- Reboté en el asiento como una bolsa de papas. Me ataron las manos y me cubrieron con un pedazo de tela…No sé qué auto era. Íbamos muy rápido. Me daba cuenta por la presión que me empujaba contra el respaldo… Me decían cosas horribles… Era una voz muy ronca que hasta hoy no me la puedo sacar de la cabeza… Me tiraba con fuerza del pelo y me pegaba para que dejara de forcejear… Tenía tanto miedo, señora, que apenas sentía los golpes… En un momento, el auto dio vuelta y me fui sobre el tipo que tenía al lado. Grité y me apretó la cabeza contra el asiento mientras me repetía “Cerrá el culo –perdón pero era así cómo me decía- cerrá el culo si querés seguir enterita” y me pegaba, me peg… Me ordenó que abriera la boca…Me levantó la capucha y me metió hasta la garganta un pedazo de trapo. La boca se me llenó de un gusto horrible, como a pan viejo. La garganta me quemaba. Tenía mucha sed, muchísima. Me ardía todo el cuerpo. ¡Y el auto que iba cada vez más rápido!… Sí, hablaban… No sé. Los oía murmurar. Se reían, tosían, fumaban… Le digo que no. Estaba aterrorizada, no sabía qué me iban a hacer… Sí, perdón. Gracias. Ya estoy más tranquila…Hacía calor, el sol a través del sweater me quemaba… No sé cuánto tiempo habremos viajado, a mí me pareció una eternidad... Frenamos de golpe, fui a parar al piso y me golpee el hombro…. ¿Después? Las puertas se abrieron y me arrastraron hacia fuera. Estaba mareada, tenía muchísimo miedo. Trastabillé y caí al suelo… No, señora. No sé en qué lugar estábamos… ¿Qué qué pasó? Me resistí, intenté zafarme pero me volví a caer. No sentía las piernas…
• • •
- ¿Dónde la ponemos?
- Metela en el fondo hasta que la vengan a buscar.
Los mismos dedos volvieron a hundirse con implacable firmeza en sus brazos y la arrastraron dando tumbos por un pasillo estrecho y frío. El olor intenso a humedad y a frituras se mezclaba en el aire con otro más punzante, a orina concentrada. La combinación le provocó unas arcadas que contuvo apretando con fuerza sus labios pálidos. El chirrido de unas bisagras oxidadas se expandió a lo largo de sus miembros en un temblor convulso. El olor a encierro y a mugre le golpeó la boca del estómago. Se vio empujada y cayó pesadamente sobre una cama que rechinó con violencia. Constanza emitió un quejido de dolor cuando la parte posterior de su cabeza golpeó la pared. Permaneció inmóvil durante unos instantes, intentando captar el más mínimo sonido. ¿Estaría sola? ¿O habría alguien más, vigilándola? Acechando su primer movimiento.
Intentó controlar la respiración para disminuir el martilleo de la sangre en sus sienes. Se deslizó hasta apoyar la espalda contra la pared. Distinguió voces que reían y gritaban en una especie de celebración. Una puerta se cerró, un vaso se estrelló contra el suelo y alguien puteó. Otros rieron. Un chorro de agua caía con fuerza. A lo lejos, la puerta de un auto era azotada y un segundo después, un motor tosía y se alejaba.
Se palpó la cara con ambas manos a través de la tela. Estrujó la capucha con las uñas y la arrancó con un alarido de espanto. Se desprendió de la bola de trapo que servía de mordaza y la arrojó lejos. Aguardó con los párpados apretados y la boca muy abierta para que el aire entrase con mayor facilidad a sus pulmones contraídos. Tenía la secreta esperanza de que se tratase de una pesadilla de la que despertaría en su cama y oiría a su hermana preparar el desayuno antes de irse al trabajo. Cada poro se había convertido en una gran caja de resonancia en busca de la más mínima sensación que confirmara aquél anhelo: el estruendo del despertador o el aroma del pan tostándose o el tintineo de la cuchara al rozar las paredes de la taza. Ámbar le serviría el café en cualquier momento, luchando con una traba para el pelo o rezongando porque llegaría tarde una vez más. Se prometió que colaboraría un poco más con su hermana.
Abrió los ojos de repente y la visión la dejó helada. Se paró de un salto y sus pies se clavaron en el piso, las paredes mugrientas se precipitaban sobre ella. Tanteó la manija y tiró de ella con desesperación. Golpeó la puerta hasta que las palmas le ardieron, gritó hasta que las cuerdas vocales se desgarraron dentro de su garganta. Sentía una sed abrasadora mientras, del otro lado, continuaban las risotadas y el entrechocar de vasos. Lloró y suplicó con la frente pegada a la madera verde. Sus rodillas se aflojaron y se deslizó hasta quedar sentada en el piso con la cara hundida en el hueco de sus manos mientras todo su cuerpo se convulsionaba en un nuevo acceso de llanto.
5
- Tranquilícese, señorita –rogó el policía alargando otro pañuelito de papel.
La joven se enjugó los ojos y estrujó en una mano el bollo de papel tissue. El escribiente giró en la silla y bajó la mirada hacia el teclado percudido.
- Me dijo su nombre… -inquirió con los dedos suspendidos cerca de las teclas.
- Ámbar Giuliani. Ya se lo dije hace cuarenta minutos.
- ¿Domicilio? –volvió a preguntar con la nariz muy cerca de la pantalla.
- Los Ceibos 25.
- Sus padres, me dijo…
- Fallecidos. Mi hermana vive conmigo, tengo la tutela. ¡¿Se sabe algo de los que se la llevaron?! ¡Todo esto es una pérdida de tiempo! ¡Hace una hora que estoy acá sentada!
- Buenas tardes, señorita. Soy el capitán Gutiérrez, estoy a cargo de esta dependencia. ¿Terminaste la declaración, Ortiz?
- Verificaba los datos de la señorita para imprimir la denuncia –respondió Ortiz con rutinaria indiferencia.
- Tenemos a dos efectivos buscando cualquier rastro que nos pueda orientar. En el lugar encontramos huellas de neumáticos, estamos intentando determinar de qué vehículo se trataría.
- ¿No hay ningún testigo? ¡¿Nada?! ¡Era pleno día! La amiga de…
- Ya le tomamos declaración y fue trasladada al hospital zonal.
- ¿Cómo está? –inquirió, vivamente interesada.
- Muy golpeada y con un ataque de nervios. La vecina que la auxilió, al verla ensangrentada, llamó de inmediato al 911.
- ¡Y esas bestias son las que tienen a mi hermana!
- Le ruego que se tranquilice.
- ¡No quiero tranquilizarme, quiero soluciones!
- Estamos abocados a eso, señorita. Las primeras horas son las cruciales y hemos desplegado un operativo cerrojo alrededor del pueblo. Déjenos hacer nuestro trabajo. No se preocupe.
- Quisiera volver por si hay alguna novedad –pidió, tras beber un vaso de agua que el capitán le ofreció.
-Haría mejor yendo directamente a la fiscalía. Todas las actuaciones las elevamos en tiempo y forma. ¿Cuál está de turno, sargento? ¡Ah, sí! La del doctor Olaciregui.
- Sí, pero. Yo quisiera…
- Como guste. Aquí tiene una copia de la denuncia. Firme acá. Mi comisaría está a su disposición. Oficial, haga el favor de acompañar a la señorita hasta la salida.
Firmó y siguió al oficial con paso titubeante. Dobló por un corto pasillo embaldosado de gris y penetró en otro corredor, más largo y estrecho en donde flotaba un hedor espeso a humedad y a mierda concentrada. “¡Truco!”, “¡Eeehhhh, qué te hacés el gato! Me tocaba a mí, gil”.
- Tenemos tres detenidos en el calabozo –aclaró el policía por encima del hombro.
Desembocaron en el hall principal, apenas más grande que la oficina en donde había prestado declaración. En un destartalado banco de madera, una mujer abrazaba a un hombre que sangraba de un hombro. Salió a la calle, el viento de la mañana había amainado y caía una garúa invisible que empapaba hasta los huesos.
Pensó en Jesica. Debía hablar con la amiga de su hermana. Necesitaba saber cada detalle de lo sucedido. Agachó la cabeza, la llovizna le humedeció los cabellos y el olor acre a tierra mojada inundó sus fosas nasales.
• • •
-¿Sabe dónde quedan las fiscalías?
La quiosquera tendió a Ámbar el chocolate junto con el vuelto, asomó medio cuerpo por encima del exhibidor y señaló en dirección a la plaza. Al llegar a la ochava, torció a la derecha. Una bandera donde el celeste y el blanco se fundían en un gris ceniciento le indicó la fachada del edificio de las fiscalías de Mercedes.
- Buen día. ¿Quién está sin atender?
- Hola –respondió Ámbar mirando a los costados, estaba sola. Vengo a averiguar por una denuncia. Mi hermana fue secuestrada…
- ¿Tiene el nombre del imputado? –interrumpió el empleado.
- ¿Del qué? Perdón. No, no tengo. No sé.
- ¿Número de causa?
- No, no. Tampoco. No tengo nada de eso.
- ¿Copia de la denuncia?
-Sí. ¡La put…! Me la olvidé en mi casa –soltó tras rebuscar nerviosamente en su cartera.
- Entonces no tengo manera de buscar en el sistema. Me tiene que traer algún dato para poder individualizar la causa.
- Es un secuestro. La víctima es mi hermana, Constanza Giuliani.
- ¿Fecha del hecho?
- ¿Fecha del…? Esto pasó el viernes.
- ¿Este viernes? El sumario todavía debe estar en la comisaría –disparó el empleado de la mesa de entradas sin apartar la vista del monitor.
- El viernes anterior, disculpe.
- Acá lo tengo. El sumario llegó ayer. Éste es el número de causa. No lo pierda –el empleado regresó junto al mostrador, garabateó ágilmente unos números en un pedazo de papel y se lo extendió.
- Pero quiero saber… Mi hermana…
- Le digo que la causa está a despacho, quédese tranquila.
- ¿Cuándo podré volver?
- Venga las veces que quiera, aquí estamos para atenderla. ¿Quién está sin atender?
Ámbar permaneció indecisa, con ambas manos sobre el mostrador. Al otro extremo, el empleado respondía con sequedad a las preguntas que formulaba el hombre que acababa de entrar. El impaciente tamborilear de sus dedos contrastaba con la ansiedad exhibida en los gestos del hombre y provocaba en ella un violento impulso de sublevación moral que se esforzó por controlar. Metió el pedazo de papel en un bolsillo de su cartera y salió.
6
Cerró la puerta con el pie y se quitó el saco como si le quemara. Lo arrojó sobre el sofá y, sin encender la luz, abrió la heladera. Destapó una cerveza y vació media botella de un solo trago.
¡Que su libro era un disparate, como si el de él fuera mejor! Le hubiera apretado el cuello hasta hacerlo pasar por todo el espectro de tonalidades que puede ofrecer un cuadro de asfixia. Primero se pondría blanco. ¿O pasaría directamente al rojo? De allí al morado y luego mutaría rápidamente al violáceo. ¡Lo habría hecho mearse en sus pantalones de lino claro!
Terminó la cerveza y buscó otra. Desabrochó los puños de la camisa y se arremangó. Hervía por dentro. Descorrió la puerta que daba al balcón y se asomó al pavimento atestado por la corriente de caparazones metálicos relucientes por la llovizna. Lo invitaría a su casa. Se emborracharían como los amigos que nunca fueron, ni serían. Le daría la razón de manera amable y condescendiente. Llegaría incluso al extremo de elogiar su libro. Saldrían al balcón a beber un último trago. En verdad sería el último. Lo agarraría por ambos pies y lo lanzaría por encima de la baranda. Simularía agacharse para recoger algo que habría dejado caer un segundo antes. ¡Un lanzamiento limpio! Su cabeza golpearía contra las barandas de los balcones de los siete pisos que lo separaban de la calle, evitando así el horror del impacto brutal contra el asfalto. La música a todo volumen taparía sus gritos. Sonrió de lado al imaginar el cuerpo descalabrado de su rival tendido en el pavimento con su impecable camisa Etiqueta Negra atravesada por la enorme y negra huella de las ruedas del 60.
“La ambición no te dejó ver el berenjenal en el que te estabas metiendo”, remedó mientras acababa la segunda cerveza. ¡Trepador hijo de puta! No, el volumen alto llamaría la atención y la policía lo relacionaría enseguida. Podía utilizar un somnífero en la bebida, así todo sería más sencillo. Y más silencioso. Aun quedaba un último obstáculo: algún vecino podría verlo en el preciso momento en que pretendía arrojar a su colega al vacío.
Se rió de sus absurdas cavilaciones homicidas. Dejó el porrón vacío en el piso y entró. La sala estaba a oscuras, encendió la lámpara junto al sofá y jugó con una bola antiestrés entre los dedos. El teléfono comenzó a sonar cuando abrió la heladera. Chequeó el visor: número desconocido. De mala gana, atendió:
-Hable –en la soledad, su propia voz le sonó como un ladrido.
-¿Nicolás?
-¿Si llamás a mi casa a quién esperás encontrar, Mariano?
-Veo que seguís enojado.
-No me gustan los golpes bajos, eso es todo.
- Creo que los dos nos extralimitamos un poco. Quería pedirte disculpas.
- No es necesario. Ya pasó.
- Somos colegas, Nicolás. Además, sabés que admiro tu forma de escribir.
- Ahora me estás sobando el lomo.
- ¡Para nada, viejo! Estás muy susceptible –rió Mariano al otro lado de la línea.
Por un segundo, Nicolás lo imaginó riendo con sus cabellos naranja ondeando sobre su cabeza, desordenados y brillantes como un voraz incendio agitándose con furia en la azotea de un rascacielos. Sus grandes ojos verdes perdidos en la nada mientras la risa seguía allí, resonando en el auricular, inmutable y eterna.
-Recibí una invitación de la Universidad Católica para participar en una disertación sobre periodismo de investigación. Es por mi último libro…
-¿Tu último libro? No sabía que habías escrito algún otro.
-Pero creo que no…
-¿Cuándo va a ser esa presentación?
-El jueves a las seis de la tarde. La junta directiva me confirmó que iría al igual que muchos compañeros de redacción. ¿Te anoto?
- Ahí estaré –concluyó tras un breve silencio.
Cortó con un “imbécil” mascullado con los dientes apretados. Que hubiera logrado publicar un libro, vaya y pase. Pero que una universidad lo invitase a participar en una conferencia, ¡eso era demasiado! Más de lo que podía soportar. Tiró de la manija de la heladera y agarró otra cerveza, la tercera. No estaba de humor. Definitivamente, no había sido un buen día.
• • •
MACABRO HALLAZGO EN BASURAL Hallan cuerpo mutilado de una joven en un basural clandestino. En las últimas horas de la noche de ayer, fue hallado el cuerpo sin vida de una mujer. La denuncia fue realizada por un vecino del cercano pueblo cordobés de Intendente Piedrabuena cuya identidad no trascendió. El cadáver presentaba quemaduras y numerosas excoriaciones, a pesar de lo cual se pudo determinar que se trata de una joven, de entre 26 y 30 años de edad. Según las primeras apreciaciones, el deceso se habría producido por asfixia aunque el avanzado estado de descomposición imposibilita realizar mayores consideraciones sobre la causa de la muerte. El cadáver presentaba mordidas producidas por los perros que merodean a diario el basurero clandestino. Junto al macabro hallazgo no se habría encontrado ningún elemento que facilite la identificación de la víctima, la que se ve asimismo dificultada debido a que las huellas digitales fueron quemadas, presumiblemente con un soplete. El cuerpo ya se encuentra en la morgue judicial a la espera de la realización de la correspondiente autopsia.
Mariano E. Andrada.
Cerró el diario y se quedó pensativo, los codos apoyados sobre la mesa del café. Era el segundo hallazgo en menos de una semana. Sintió el impulso de llamar a Mariano y averiguar si tenía información extraoficial que el diario aún no hubiera publicado. Sacó su celular y lo colocó boca abajo sobre la servilleta de papel. Lo miró durante unos minutos mientras intentaba recordar cada detalle del escueto artículo.
La mañana del día siguiente al que se encontrara el primer cuerpo, había invertido media hora en invitar a desayunar a Rufino, uno de sus muchos contactos dentro de la Justicia. Era médico forense y trabajaba en la Morgue Judicial desde hacía más de veinte años. Así había sabido que la infeliz hallada en aquella obra en construcción había sufrido diversos tormentos antes de encontrar la muerte. Le refirió con asepsia científica que la víctima había sido brutalmente castigada y violada. En la culminación de aquél demencial acto de sadismo, habían intentado extraerle un ojo. Las heridas en las orejas y los profundos cortes a los costados de la cabeza daban cuenta de los denodados intentos de la víctima por escapar de sus torturadores. La habían golpeado para menguar su resistencia mientras empujaban la mordaza entre sus dientes rotos, como lo atestiguaban los restos de algodón y sangre hallados a la altura de la laringe y la tráquea.
Recogió el celular y miró la pantalla táctil en donde aparecía junto a Natalia, abrazados y sonrientes. Por encima de sus cabezas despeinadas, se erguía la Pirámide de Kukulcán bajo un cielo encarnado. ¿Cuánto tiempo tardaría en borrarlo de su agenda? De sus contactos, de sus recuerdos. ¿Cuánto le lleva a una mujer eliminar de su vida al hombre con quien planeaba casarse? Un tiempo directamente proporcional a los buenos momentos vividos, aseguró maquillando su miedo tras una esperanzadora ecuación matemática. Otra faceta de su vida que el fracaso de su libro había despedazado. Habían terminado, o lo habían dejado, hacía tres meses, interminables como una larga noche de insomnio.
Jugó con el teléfono en la mano sin decidirse a hacer esa llamada. Resopló para dejar escapar la frustrante sensación de impotencia que pretendía colársele por los poros. Hizo una señal al mozo y ordenó otro café, negro. Lo bebió a sorbos cortos, mirando la calle a través del ventanal, con el teléfono oscilando entre el índice y el pulgar. Bufó y arrugó el entrecejo como solía hacer cuando tomaba una determinación. Guardó el aparato y salió a la calle. Cuando alcanzó la esquina flotaba en su cabeza una sola imagen: la del instrumento punzante perforando un globo ocular.
7
- Eso es todo, lo mantendremos al tanto. Adiós.
El hombre dejó la birome sobre la hoja que acababa de firmar, estrechó la mano que los funcionarios judiciales le tendían y se retiró con movimientos cautos. Ricardo bajó una mirada de preocupación hasta la carátula del expediente que el empleado acababa de cerrar y rozó con las yemas de los dedos el nombre escrito con marcador negro: Andrea Viviana Pinna.
- ¡Tres años! ¿Quién pudo haberla tenido…?
- ¿Tenerla todo ese tiempo para después matarla? Es demasiado. ¡Esperá! ¡Sebastián!, mandá estos oficios a Migraciones. ¿Ya llamaste al Servicio? ¿Cuándo piensan traer a esos detenidos? Ya es media mañana. Anahí, fíjate si llegó bien el telex. Muy bien.
- ¿Qué habrá pasado en todo ese tiempo? –insistió Ricardo, como si de tanto preguntárselo pudiera acabar hallando la respuesta en un rincón de sus propias palabras. Desapareció en Buenos Aires y la encuentran muerta en Córdoba, tres años después.
- Eso es lo que tenemos que averiguar. ¡Fiorella! ¿Ya despachaste lo que te pedí? Bárbaro, quiero verlo antes de irme. Sí, muy bien. Ya lo atiendo, que espere. Vení. ¡Qué día! Pasá, sentate.
Ricardo entró en el despacho junto a Ernesto Ojeda Sanz y se sentó delante del escritorio cubierto de expedientes y papeles con membrete del Poder Judicial de la Nación.
- ¿Así que nadie reclamó a la primera piba muerta? –recomenzó el secretario.
- Es como si fuera un fantasma. Quienes se acercaron a reconocer el cuerpo, dijeron que no era la persona que estaban buscando. Todavía sigue en la morgue judicial -concluyó.
- ¿El sereno aportó algo?
- Dice que lo alertaron los ladridos de los perros y dio con la muerta. No vio nada más.
- ¿Cómo es que pudieron entrar con tanta facilidad a una obra cerrada y dejar el cuerpo?
- Era de noche y en pleno invierno por esa zona no pasa ni el viento.
Rieron. Ricardo cruzó una pierna sobre la otra y Ojeda Sanz impulsó con movimiento distraído una de las bolitas cromadas de su adorno de energía cinética.
- Los dueños de la obra están en Brasil, hasta la semana que viene no van a venir a declarar. Después de eso, mucho más no hay.
- ¡¿Cómo se puede ser tan sanguinario?!
- ¿Qué pasó con la causa Cardozo?
- La instrucción está completa, solo queda elevarla a juicio.
- Entonces, hagámoslo. Tenemos muchas causas atrasadas y poco personal así que vamos a intentar mantenernos al día. ¿Qué pasa, Fiorella? Sí, dámelo.
El juez tomó la hoja que le tendía la sumariante y paseó los ojos por la escueta resolución. Estampó su firma al pie y la devolvió. Ricardo se incorporó afirmándose en los apoyabrazos y se dirigió hacia la puerta.
- Deberíamos pedir al Gobierno de la Ciudad el registro de las cámaras viales, quizás hayan capturado al auto que abandonó el cuerpo de esa chica –sugirió.
- Es una buena idea. Voy a ordenarle a Sebastián que prepare el oficio.
En su despacho, Ricardo miró su reloj y a los expedientes que descansaban sobre su escritorio. Tenía demasiado trabajo atrasado, se lamentó. Buscó la causa Cardozo. La había encontrado cuando el teléfono lo distrajo: le avisaban que los detenidos habían sido llevados a la Alcaidía. Colgó y bufó. Devolvió la causa a la pila y se preparó para una interminable jornada de indagatorias. Otra noche que se acostaría de madrugada, rezongó con fastidio antes de descolgar el auricular y ordenar:
- Que suban a Echenique.
• • •
Aplastó la colilla sobre las otras que desbordaban el cenicero. Exhaló una malhumorada nube de humo y volvió a hundir la nariz entre las fotocopias que llevaba semanas examinando hasta altas horas de la noche, sin ningún resultado. Se echó hacia atrás en la silla y dejó caer el lápiz que pendulaba con indecisión entre dos dedos. Había invertido incontables horas de trabajo en releer cada declaración, desmenuzar cada informe contable junto al fárrago de denuncias acumuladas en los treinta y cuatro cuerpos que componían la causa Laborda y que en ese momento descansaban repartidos por toda la sala, sobre el sillón y encima de la sillas.
Pero esta vez era distinto, lo intuía. Estiró las piernas bajo la mesa antes de levantarse y servirse un whisky. Caminó por el living, iluminado solamente por la lámpara del escritorio. Las buenas ideas solían ocurrírsele a media luz. Y ésta, comenzaba a estar convencido, sería una de esas ocasiones en donde la idea parecía surgir de entre las sombras para darle la solución que a plena luz del día no alcanzaba a distinguir.
- Heriberto Ludueña –repitió en la penumbra más alejada del cono de luz amarillenta que derramaba la lámpara.
Había dado con ese nombre por simple azar unos días atrás en el despacho de Ojeda. Aparecía inserto en el original de la escritura de unos campos en San Antonio de Litín. ¿Quién sería ese Heriberto Ludueña? No había ningún imputado con ese nombre, estaba seguro. Recordaría un nombre así aunque lo hubiera oído una sola vez. Y más extraño le había resultado que el título no estuviera dentro de ningún expediente sino sobre su escritorio. Ese fortuito descubrimiento había sido suficiente para avivar un interés que la falta de pruebas empezaba a desalentar. El nombre aparecía vinculado a otro sujeto que, a su vez, había tomado parte en las maniobras orquestadas por Esteban Laborda. Allí la tenía, una primera aunque difusa relación entre imputado y juez. ¿Realmente lo era? ¿O era su miedo al fracaso el que le hacía ver fantasmas? ¿O su ambición la que pugnaba por verse satisfecha a cualquier precio? Los inesperados sobreseimientos de todos los imputados en esa especie de mega causa, habían dejado perplejos a los medios locales e internacionales. Luego, el aluvión de críticas y las usuales sospechas de corrupción que nunca alcanzaron a traducirse en acusaciones concretas. La maniobra perfectamente urdida no dejaba flancos que pudieran ser atacados. Era la culminación de un muy ingenioso plan que había permitido a sus protagonistas alzarse con muchos millones de pesos. Los suficientes para comprar lo que fuera, inclusive la impunidad. Las críticas se habían ido apagando poco a poco y, tras algunos meses, ya nadie hablaba del asunto.
Tres años después, el caso era recordado como otro error judicial ensombrecido por el mito siempre vivo de la corruptela enquistada en la mayoría de los estratos del poder. Se asomó a la cocina y comprobó la hora en el reloj de pared. Era casi medianoche, lo sacarían carpiendo. Un punzante dolor en la frente le indicó que era momento de descansar. Las indagatorias que le habían ocupado casi toda la tarde, lo habían dejado agotado. Y llevaba unas buenas seis horas revisando las copias que yacían esparcidas por el departamento. En el medio, un baño rápido y un café doble para despejarse. Sí, lo llamaría. Si lo mandaban al carajo, paciencia.
- Hola, Rubén.
- ¿Sabés qué hora es? –fue la respuesta a su saludo.
--Tarde –reconoció con rápida parquedad. Necesito que me averigues algo.
- ¿Y no puede esperar hasta mañana? ¡Mirá la hora que es!
La voz al otro lado de la línea sonaba más grave de lo habitual, un susurro lejano le indicó que no estaba solo.
- Anotá estos nombres –pidió, esquivando el mal humor de su interlocutor.
- ¿Desde cuándo pasé a ser empleado tuyo? ¿No querés que me ponga un delantal y te limpie el baño?
- Es muy importante. De lo contrario, no te jodería a esta hora. ¿Vas a anotar o no?
- ¿Es sobre Ojeda?
- Creo que esta vez encontré algo.
- A mí me parece que tenés ganas de joder y te abusás de nuestra amistad.
Ricardo lo escuchó pedir un papel y algo con qué escribir. Luego una puteada y un <toc>, otra puteada y la voz ronca de Rubén volvió a ponerse en el teléfono.
- Dale, cantá.
Dictó los dos nombres que tenía escrito en lápiz en el margen de una de las copias.
- Y el de una mujer, Ivana Pereda.
- ¿Y ésa quién es? ¿Qué pito toca? ¿El del juez? Jajaja.
Intercambiaron algunos comentarios y se despidieron. Tenía una corazonada. Al volver a leer su nombre en una de las declaraciones, le vino a la mente el de otra que no hacía mucho había oído mencionar al juez en una conversación telefónica. El nombre llevaba algunas horas dándole vueltas en la cabeza y no perdía nada despejando una duda que eliminaría posibilidades y cerraría caminos.
Pasaban veinte minutos de la una de la madrugada. Era hora de irse a la cama, lo esperaba otra interminable jornada de trabajo.
8
- Lo conocí en mi primera visita a la fiscalía. Caminaba hacia la plaza cuando escuché unos pasos a mis espaldas. Me di vuelta y lo reconocí… Parecía que quería hablarme, no entendía… Esperé a que me alcanzara. Llegó muy agitado, transpiraba aunque hacía frío. Era un tipo corpulento, casi gordo. Confieso que al principio me atemorizó su mirada penetrante, como de loco… Empezó diciéndome que había oído mi conversación con el empleado y que él también buscaba a un familiar. Me invitó un café y acepté… Le conté que hacía diez días que habían secuestrado a mi hermana. Recuerdo que me pedía detalles. Parecía que me estuviera interrogando… Esteee, a ver. Me preguntaba cuántos hombres se la habían llevado o qué tipo de auto habían usado y cosas por el estilo… Había tomado la decisión de investigar por su cuenta porque estaba convencido de la corrupción de la fiscalía… En mi caso, gracias ellos pude obtener un dato que acabó orientándome… Eso es lo que él me había dicho, que había iniciado una investigación, no sé, paralela creo que le dicen… No le creí demasiado. Me pareció obsesivo, monomaníaco. Esos ojos enrojecidos parecían que se les iban a salir de la cara… Se lo pregunté pero dio vueltas y no me explicó a qué se refería. Ahí fue cuando mi desconfianza aumentó… He de ser sincera, su señoría, se me pasó por la cabeza que fuera un viejo verde queriendo aprovecharse de la situación… Insistía con eso de que la fiscalía y la policía recibían plata para permitir que las chicas pudiesen ser secuestradas… Si las tenía no me las mostró, ni entonces ni después… Cuando le conté la manera en que se habían llevado a mi hermana y que no había ninguna pista… La realidad es que no había nada, la policía me lo dijo en una de las tantas visitas que hacía al destacamento… Hasta ese momento, mi vida era la de una persona común y corriente. Trabajaba como administrativa para una distribuidora y Constanza iba al colegio. Estaba a punto de terminar el secundario. Ese mismo día en que se la llevaron, tenía examen de física y un chico que le gustaba y una vida y sue… ños... y… y… perdón… es que… lo que… le hicieron… discúlpeme… ya… ya estoy… mejor… perdón, su señoría… es que me acuerdo y no puedo… dominar la rabia… y la impotencia… No, no. Puedo seguir, de verdad… Ya estoy bien, en serio… Toda mi vida dio un vuelco terrible. Dejé de trabajar para llamar día y noche a comisarías y hospitales de toda la provincia y de todo el país, recorrí fiscalías, pasé a moverme en un ámbito que no era el mío y donde tuve que aprender a los ponchazos… Empecé tomándome unas vacaciones que me debían, más tarde pedí que me adelantaran las del año siguiente y después pedí licencias. Los primeros días los dediqué a pegar afiches y carteles con la foto de mi hermana por todo Bragado y los pueblos más cercanos… Me ayudaron muchas amigas, vecinos y compañeros de trabajo. Uno de ellos me contactó con alguien de la televisión local que me hizo una nota y pasaron la foto de mi hermana durante varios días en la tele... Además, del diario Portada vinieron a hacerme una entrevista como a los diez días y publicaron la foto de Constanza… No, eso ocurrió tiempo después y fue gracias a Augusto… Puede decirse que me lo presentó. Con los vecinos, organizamos dos o tres marchas sin demasiado éxito. Iba a la comisaría todos los días, perdón eso ya lo dije. En la fiscalía me aconsejaron que pusiera un abogado. Una compañera de trabajo, Leonor, me recomendó uno. Él me representó hasta que la causa se archivó… Por falta de pruebas, decía la resolución… Creía que su hija Lucero había sido secuestrada por una red de trata de personas para obligarla a ejercer la prostitución… Nunca me dijo cómo llegó a esa conclusión pero tenía una certeza total y absoluta de que ésa había sido la suerte que había corrido su hija. En ese momento, supuse que esa teoría sería fruto de su obsesión y de la falta de pruebas concretas… Confieso que me equivoqué, pero eso lo supe algún tiempo después… No podría decirlo con exactitud. Es que, su señoría, su esposa lejos de apoyarlo, ayudaba a alimentar mi desconfianza. Lo hacía ver como un maníaco obsesionado con esa idea. Lo hacía parecer un enfermo o un perverso… Creo que fue la desesperación lo que me hizo cambiar la imagen que tenía de él. Además, pasaban los días y nadie llamaba para pedirme rescate ni veía ningún motivo lógico para que se la llevasen. Entonces, empecé a pensar que quizás lo que decía Augusto no fuera tan exagerado como me había parecido al comienzo.
• • •
Te estábamos esperando, querida. Pasá, pasá.
Augusto franqueó el paso a Ámbar que llevaba un vestido claro estampado, un abrigo liviano y un paquetito de masas secas.
- Me llamo Ester. Es un placer conocerte, querida. Cuando Augusto me dijo que vendrías me tomé la libertad de preparar mi especialidad: budín inglés con nueces.
- ¡Con muchas nueces! –corrigió Augusto entre risas.
- No se hubieran molestado, traje estas masas.
Condujeron a su invitada hasta una sala de amplios ventanales. Sobre una mesa ratona descansaba una tetera, tres tazas vacías y una caja de madera con saquitos de diversos sabores. El matrimonio ocupó el sillón de tres cuerpos y Ámbar se sentó en uno de los individuales. Ester sirvió té en una taza y la alargó hacia la invitada mientras Augusto cortaba en delgadas rebanadas el budín.
-¡Así que lograste que el fiscal te recibiera! –exclamó Augusto. ¿Qué te dijo ese engreído con ínfulas de ministro de la Corte?
- Lo mismo que le debe decir a todos los familiares: que están haciendo todo lo que está a su alcance y que es cuestión de tiempo para que mi hermana aparezca.
- Es un inservible –sentenció Ester tragando un bocado.
- No sé qué más hacer, estoy desesperada. Ya pasaron veinte días desde que se la llevaron. El abogado me dijo que tengo que esperar algunos días más para tener novedades.
- O sea que hasta ahora la causa no se ha movido.
- Desde que lo contraté, noté un cambio. Pero el tiempo pasa y todo lo que conseguí fue que un cana baboso me invitara a una chacra sin que dejara de mirarme las tetas.
Rieron. Ester observó a su huésped con mirada concentrada, en el inconsciente proceso de reconocimiento del propio dolor en el ajeno, palpitante y urgente como una llaga. Cuando habló, lo hizo con la voz queda, como si estuviese rememorando una experiencia vivida muchos años atrás.
- Al comienzo, nosotros también estábamos desorientados, no sabíamos qué hacer. Nos cansamos de golpear puertas, de recurrir a la justicia, de vivir pegados al teléfono.
- ¡Hasta convocamos a dos marchas! Acá nos conoce mucha gente y no nos fue difícil reunir a gran parte del pueblo. Se hizo un poco de ruido pero se apagó muy rápido. Como cuando prendés un fósforo, viste. Primero una llama grande y después ¡puf!, nada.
- Entonces, te quedás con el silencio de cuando llegas a tu casa y no ves al ser querido que tanto buscás –pronunció Ester estrangulando en la garganta un sollozo.
- No la ves pero creés oirla en cualquier rincón o atrás de cada puerta. La buscás una y otra vez. Todo el día la buscás, no parás. Y nada. No hay nada, solo silencio y sombras.
- Incluso, llegamos hasta la intendencia gracias a una amiga, esposa de un concejal.
- ¿Y qué pasó?
- ¿Qué va a pasar? Nada. Te prometen el oro y el moro. Que van a buscar por cielo y tierra, que van a trabajar con las intendencias vecinas y qué sé yo qué más. Pero la verdad es que nunca nos llamaron ni para ofrecernos una aspirina.
-Hace unos días, un diario de la Capital vino a hacerme una nota. Permiso –Ámbar se sirvió un poco más de té. Yo ya repartí miles de volantes con su cara y además…
- Este tipo de casos muy pronto se vuelven invisibles –interrumpió Augusto en tono agrio-. La causa por la desaparición de Lucero está cajoneada y en cualquier momento van a archivarla.
- ¡No pueden dejar que pase eso!
- ¿Y qué esperás que hagamos? Pusimos un abogado y lo único que conseguimos fue desperdiciar buena parte de nuestros ahorros. Cuando me di cuenta, lo despedí y decidí investigar por mi cuenta. Quiero mostrarte algo. ¡Enseguida vuelvo!
Augusto se levantó de un salto y se perdió tras una puerta que daba a un pequeño pasillo. Ester, que había optado por refugiarse en el silencio, se acomodó en el asiento y se sirvió una nueva rebanada de budín.
- Lucy es nuestra única hija, de chiquita la mimamos como no podés imaginarte. Es todo para nosotros ¡Fijate! Es esa que está en la foto de la repisa, al lado de su papá. Siempre fueron muy compinches. Ahí estábamos en Tandil, fue el año pasado. Parece que hubieran pasado diez años. ¿No es hermosa?
Ámbar se levantó y examinó con atención las fotografías que descansaban sobre el estante de madera oscura.
- Es muy linda. Tiene la misma sonrisa que Constanza.
- ¡Si la vieras! Las ilusiones brotan de sus ojitos cuando se ríe. Vivía riéndose… y ahora…
- Nosotras también somos muy unidas, sobre todo después de la muerte de nuestros padres.
En las oscilaciones de la voz de su interlocutora, presentía la inminencia del llanto y había soltado aquello a modo de dique para contener las lágrimas que pugnaban por salir.
- Todo esto nos devastó. Hace meses que Augusto está obsesionado con que él sólo puede hacer lo que la policía y la fiscalía no han podido durante todos estos meses.
- ¿Pero logró averiguar algo?
- Tiene la idea fija de que Lucero fue secuestrada por una red de trata. Gran parte del día se lo pasa encerrado en un pequeño cuarto que usamos como escritorio. Cuando sale, no deja dicho dónde va ni qué es lo que hace ni a qué hora vuelve.
Augusto irrumpió con la mirada encendida, cargando una gran caja de cartón. La depositó sobre la mesa visiblemente excitado, la destapó y sacó dos gruesas carpetas desbordantes de papeles.
- Llevo tiempo reuniendo información. Mirá esto. ¡Fijate!
- ¿Recortes de diarios? –inquirió la joven con disimulada incredulidad.
- ¿Sabías que al año desaparecen más de quinientas chicas en todo el país? ¡Y esa es solo la estadística oficial! La mayoría son menores de edad, como Constanza y Lucero.