Escrito por el renombrado Dale Carnegie, autor de Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, este libro ofrece técnicas probadas para mejorar la comunicación y la influencia en el ámbito empresarial. - Dale Carnegie - E-Book

Escrito por el renombrado Dale Carnegie, autor de Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, este libro ofrece técnicas probadas para mejorar la comunicación y la influencia en el ámbito empresarial. E-Book

Carnegie Dale

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Beschreibung

Cómo hablar bien en público e influir sobre las personas de negocios es una guía atemporal que navega con maestría todas las aristas de la comunicación efectiva y la persuasión. Gracias a una cantidad de ejemplos de la vida real, Carnegie presenta ideas prácticas para cautivar a una audiencia, expresar pensamientos con claridad e impactar con las palabras. Este libro no solo equipa a los lectores con habilidades esenciales para hablar en público, sino que también ahonda en el arte de influenciar a las personas en el ámbito de los negocios. Con una mezcla de sabiduría anecdótica y consejos personales, Carnegie hace accesible para todos la oratoria y presenta una guía para que las personas ganen confianza y comuniquen mensajes atractivos. Este manual trasciende su era y la experticia de Carnegie sigue empoderando a millones de individuos que buscan volverse comunicadores influyentes en el mundo corporativo.

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Seitenzahl: 533

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Título original: Public speaking and influencing men in business

Primera edición en esta colección: julio del 2024

Dale Carnegie

© 2024, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-628-7735-12-5

Traducción y edición:

Isabela Cantos

Diseño de colección y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez Roldán

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado (impresión, fotocopia, etc.), sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras Grupo Editorial apoya la protección del copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

CAPÍTULO 1

DESARROLLAR VALENTÍA Y CONFIANZA EN UNO MISMO

PRIMERO: EMPIECE CON UN DESEO FUERTE Y PERSISTENTE

SEGUNDO: CONOZCA A PROFUNDIDAD AQUELLO SOBRE LO QUE VA A HABLAR

TERCERO: ACTÚE CON CONFIANZA

CUARTO: ¡PRACTICAR! ¡PRACTICAR! ¡PRACTICAR!

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: CÓMO RESPIRAR DE FORMA CORRECTA

CAPÍTULO 2

LA CONFIANZA EN UNO MISMO PARTE DE LA PREPARACIÓN

LA FORMA CORRECTA DE PREPARARSE

UN DISCURSO QUE NO PUEDE FALLAR

QUÉ ES REALMENTE LA PREPARACIÓN

EL SABIO CONSEJO DEL DECANO BROWN DE YALE

CÓMO PREPARABA LINCOLN SUS DISCURSOS

CÓMO PREPARARSE PARA SU DISCURSO

EL SECRETO DEL PODER DE LAS RESERVAS

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: CÓMO RESPIRAR DE FORMA CORRECTA

CAPÍTULO 3

¿CÓMO PREPARABAN LOS ORADORES FAMOSOS SUS DISCURSOS?

CÓMO SE ESTRUCTURÓ UN DISCURSO QUE GANÓ UN PREMIO

LA MANERA EN LA QUE EL DOCTOR CONWELL PLANEABA SUS DISCURSOS

EL MÉTODO DEL SENADOR BEVERIDGE PARA ESTRUCTURAR UNA CHARLA

WOODROW WILSON HACE QUE TODO ENCAJE

LA HISTORIA CLÁSICA DE BENJAMIN FRANKLIN

JUEGUE SOLITARIO CON SUS NOTAS

«¿DEBERÍA USAR MIS NOTAS MIENTRAS HABLO?»

NO MEMORICE LITERALMENTE

GRANT EN APPOMATTOX

POR QUÉ LOS GRANJEROS PENSABAN QUE LINCOLN ERA «MUY PEREZOSO»

CÓMO SE ENTRETENÍAN DOUGLAS FAIRBANK Y CHARLIE CHAPLIN

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: RELAJACIÓN

CAPÍTULO 4

MEJORAR LA MEMORIA

NO PODÍAN VER UN CEREZO

POR QUÉ LINCOLN LEÍA EN VOZ ALTA

CÓMO APRENDIÓ MARK TWAIN A HABLAR SIN USAR NOTAS

MEMORIZAR UN LIBRO TAN LARGO COMO EL NUEVO TESTAMENTO

EL TIPO DE REPETICIÓN QUE CUENTA

EL PROFESOR WILLIAM JAMES EXPLICA EL SECRETO DE UNA BUENA MEMORIA

¿CÓMO ASOCIAR LOS HECHOS?

CÓMO RECORDAR FECHAS

CÓMO RECORDAR LOS PUNTOS DE UNA CHARLA

QUÉ HACER EN CASO DE QUE TENGA UNA CRISIS

NO PODEMOS MEJORAR NUESTRAS MEMORIAS PARA TODO

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: RELAJAR LA GARGANTA

CAPÍTULO 5

MANTENER A LA AUDIENCIA DESPIERTA

ESCOJA ALGO QUE TENGA MUCHAS GANAS DE DECIR

EL SECRETO DE UN TRIUNFO

EL DISCURSO DE LINCOLN QUE GANÓ UNA DEMANDA

ACTUAR CON HONESTIDAD

LO PRIMERO QUE HAY QUE HACER SI LA AUDIENCIA SE ESTÁ DURMIENDO

«PALABRAS COMADREJA» Y CEBOLLAS

AME A SU AUDIENCIA

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: CONTROLAR LA RESPIRACIÓN

CAPÍTULO 6

ELEMENTOS ESENCIALES PARA HABLAR CON ÉXITO

LA NECESIDAD DE LA PERSISTENCIA

PERSISTIR SIN DESCANSO

LA CERTEZA DE LAS RECOMPENSAS

ESCALANDO EL «KÁISER BRAVO»

LA VOLUNTAD DE GANAR

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: USAR LA PUNTA DE LA LENGUA

CAPÍTULO 7

EL SECRETO PARA ENTREGAR BIEN UN MENSAJE

¿QUÉ ES COMUNICAR EL MENSAJE?

EL SECRETO DE UNA BUENA PRESENTACIÓN

EL CONSEJO DE HENRY FORD

¿HACE ESTAS COSAS CUANDO ESTÁ HABLANDO EN PÚBLICO?

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: TONOS BRILLANTES Y ATRACTIVOS

CAPÍTULO 8

PRESENCIA ESCÉNICA Y PERSONALIDAD

POR QUÉ UN ORADOR ENGANCHA MÁS QUE OTRO

¿CÓMO LO AFECTA LA ROPA?

UNO DE LOS ARREPENTIMIENTOS DE LA VIDA DE GRANT

«INCLUSO ANTES DE HABLAR, NOS JUZGAN O NOS DAN SU APROBACIÓN»

REÚNA A SU AUDIENCIA

EL MAYOR POND ROMPIÓ LAS VENTANAS

HÁGASE LA LUZ… EN SU ROSTRO

NADA DE NECEDADES EN EL ESCENARIO

NADA DE INVITADOS EN EL ESCENARIO

EL ARTE DE SENTARSE

ELEGANCIA

COSAS ABSURDAS QUE SE ENSEÑAN COMO GESTOS

SUGERENCIAS QUE PUEDEN SER ÚTILES

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: REPASO

CAPÍTULO 9

¿CÓMO ABRIR UNA CHARLA?

TENGA CUIDADO CON EL IMPULSO DE ABRIR UN DISCURSO CON UNA HISTORIA SUPUESTAMENTE GRACIOSA

NO EMPIECE CON UNA DISCULPA

DESPIERTE LA CURIOSIDAD

¿POR QUÉ NO EMPEZAR CON UNA HISTORIA?

EMPIECE CON UN EJEMPLO ESPECÍFICO

EXHIBA ALGO

HAGA UNA PREGUNTA

¿POR QUÉ NO ABRIR CON UNA CITA DE ALGUNA PERSONA FAMOSA?

RELACIONE SU TEMA CON LOS INTERESES VITALES DE SUS OYENTES

CÓMO LLAMAR LA ATENCIÓN CON DATOS ASOMBROSOS

EL VALOR DE UN INICIO APARENTEMENTE CASUAL

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: RELAJAR LA MANDÍBULA

CAPÍTULO 10

CAPTAR LA ATENCIÓN DE LA AUDIENCIA DE INMEDIATO

UNA GOTA DE MIEL Y DOS HOMBRES ARMADOS

CÓMO LO HACÍA EL SENADOR LODGE

EL MEJOR ARGUMENTO ES UNA EXPLICACIÓN

CÓMO COMENZÓ PATRICK HENRY SU DISCURSO APASIONADO

EL MEJOR DISCURSO QUE ESCRIBIÓ SHAKESPEARE

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: FLEXIBILIZAR LOS LABIOS

CAPÍTULO 11

¿CÓMO CERRAR UNA CHARLA?

RESUMA SUS TEMAS

APELE A LA ACCIÓN

UN HALAGO TERSO Y SINCERO

UN CIERRE GRACIOSO

CERRAR CON UNA CITA POÉTICA

EL PODER DE UNA CITA BÍBLICA

EL CLÍMAX

CUANDO LLEGA EL MOMENTO

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: DESARROLLAR RESONANCIA

CAPÍTULO 12

¿CÓMO HACER QUE SU MENSAJE SEA CLARO?

USE COMPARACIONES PARA PROMOVER LA CLARIDAD

EVITE LOS TÉRMINOS TÉCNICOS

EL SECRETO DE LA CLARIDAD DE LINCOLN

APELE AL SENTIDO DE LA VISTA

ROCKEFELLER RECOLECTANDO LAS MONEDAS

REPITA LAS IDEAS IMPORTANTES CON PALABRAS DIFERENTES

USE EJEMPLOS GENERALES E INSTANCIAS ESPECÍFICAS

NO EMULE A LAS CABRAS MONTESAS

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: DESARROLLAR RESONANCIA

CAPÍTULO 13

¿CÓMO SER IMPRESIONANTE Y CONVINCENTE?

NUESTRO PROBLEMA PRINCIPAL

AYUDAS QUE LA PSICOLOGÍA PUEDE OFRECER

COMPARE LO QUE QUIERE QUE LA GENTE ACEPTE CON ALGO EN LO QUE YA CREAN

LA SAGACIDAD DE SAN PABLO

HACER QUE LAS CANTIDADES PEQUEÑAS PAREZCAN GRANDES Y QUE LAS GRANDES PAREZCAN PEQUEÑAS

CÓMO HACER QUE LAS CIFRAS SEAN IMPRESIONANTES

LOS BENEFICIOS DE REITERAR

EJEMPLOS GENERALES E INSTANCIAS ESPECÍFICAS

EL PRINCIPIO DE LA ACUMULACIÓN

COMPARACIONES GRÁFICAS

CITE AUTORIDADES PARA REFORZAR SUS AFIRMACIONES

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: RESONANCIA NASAL

CAPÍTULO 14

¿CÓMO HACER QUE SU AUDIENCIA SIENTA INTERÉS?

CÓMO LO AFECTA EL ÁCIDO SULFÚRICO

LAS TRES COSAS MÁS INTERESANTES DEL MUNDO

CÓMO SER UN BUEN CONVERSADOR

UNA IDEA QUE SE GANÓ DOS MILLONES DE LECTORES

CÓMO EL DOCTOR CONWELL DESPERTÓ EL INTERÉS DE MILLONES DE OYENTES

LA CLASE DE MATERIAL EN LOS DISCURSOS QUE SIEMPRE LLAMA LA ATENCIÓN

SEA CONCRETO

PALABRAS QUE EVOCAN IMÁGENES

EL VALOR DE LOS CONTRASTES PARA ATRAER LA ATENCIÓN

EL INTERÉS ES CONTAGIOSO

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: CÓMO HACER QUE LO ESCUCHEN A UNA GRAN DISTANCIA

CAPÍTULO 15

¿CÓMO GENERAR ACCIÓN?

LA CONFIANZA SE GANA SI SE LA MERECE

HABLE DE SUS PROPIAS EXPERIENCIAS

ASEGÚRESE DE QUE LO PRESENTEN APROPIADAMENTE

PASTO AZUL Y CENIZAS DE MADERA DE NOGAL

EDUCAR A LAS PERSONAS PARA QUE ENTIENDAN EL MÉRITO DE SU PROPUESTA

CÓMO RESPONDÍA PATTERSON A LAS OBJECIONES

HACER QUE UN DESEO LUCHE CON OTRO

LOS DESEOS QUE DETERMINAN NUESTRAS ACCIONES

MOTIVOS RELIGIOSOS

RESUMEN

¿EL AUTOR HA USADO CON ÉXITO EL MÉTODO QUE HA ESTADO DESCRIBIENDO?

EJERCICIOS PARA LA VOZ: HABLAR CON MÁS CLARIDAD

CAPÍTULO 16

MEJORAR SU DICCIÓN

EL SECRETO DE LA HABILIDAD DE MARK TWAIN CON LAS PALABRAS

LAS HISTORIAS ROMÁNTICAS QUE HAY DETRÁS DE LAS PALABRAS QUE USA

REESCRIBIR UNA FRASE CIENTO CUATRO VECES

DEJE DE LADO LAS FRASES TRILLADAS

RESUMEN

EJERCICIOS PARA LA VOZ: REPASO

NOTA AL PIE

CAPÍTULO 1

DESARROLLAR VALENTÍA Y CONFIANZA EN UNO MISMO

«La valentía es el atributo principal de la hombría»

—Daniel Webster.

«Nunca es seguro mirar hacia el futuro con ojos temerosos»

—E. H. Harriman.

«Nunca siga consejos dados por el miedo»

—Lema de Stonewall Jackson.

«Si se convence de que puede hacer una cosa, si dicha cosa es realizable, la hará sin importar qué tan difícil sea. Si, por el contrario, imagina que no puede hacer la cosa más simple del mundo, será imposible que la haga y las montañas de arena se convertirán para usted en cordilleras inmensas»

—Emily Coué.

«Esta es la clave del éxito nueve de cada diez veces: tener confianza y dar todo de sí para su trabajo”

—Thomas E. Wilson, presidente de Wilson & Co.

«La habilidad para hablar efectivamente es una adquisición más que un regalo»

—William Jennings Bryan.

«Para asegurar el crecimiento personal, es mucho más efectivo ser elocuente que ser sabio y serio»

—Daily Telegraph de Londres.

Desde 1912, más de 18.000 hombres de negocios han sido miembros de los múltiples cursos para hablar en público dirigidos por este autor. A petición suya, la mayoría dejaron por escrito la razón por la cual se habían inscrito a ese entrenamiento y qué esperaban obtener de él. Naturalmente, la fraseología variaba, pero el deseo central en estas cartas y la necesidad básica de la enorme mayoría siguieron siendo los mismos:

«Cuando me llaman para que me ponga de pie y hable», escribía hombre tras hombre, «me vuelvo muy consciente de mí mismo y me asusto tanto que no puedo pensar con claridad, no me puedo concentrar, no puedo recordar lo que quería decir. Quiero ganar confianza, porte y la habilidad de pensar rápido. Quiero poner mis pensamientos en un orden lógico y quiero ser capaz de expresarme con claridad y convencimiento ante un grupo de negocios o una audiencia».

Miles de sus confesiones fueron más o menos así. Para citar un caso concreto, hace algunos años, un caballero llamado D. W. Ghent se unió a mi curso sobre hablar en público en Filadelfia. Poco tiempo después de la sesión inicial, me invitó a almorzar con él en el Manufacturers’ Club. Era un hombre de mediana edad y siempre había llevado una vida activa. Era el dueño de su propia fábrica y líder de una iglesia y actividades cívicas. Mientras almorzábamos ese día, se inclinó sobre la mesa y dijo:

—En varias ocasiones me han pedido que hable en diferentes reuniones, pero nunca he sido capaz de hacerlo. Me preocupo demasiado y la mente se me queda en blanco, así que lo he evitado toda mi vida. Pero ahora soy el presidente de una junta de fideicomisos universitarios. Debo dirigir esas reuniones. Está claro que debo hablar un poco… ¿Cree que sea posible que aprenda a hablar en público en esta etapa de mi vida?

—¿Que si lo creo, señor Ghent? —respondí—. No es una cuestión de que yo lo crea. Sé que puede y sé que lo logrará si practica y sigue las indicaciones y las instrucciones.

Él quería creerlo, pero le parecía demasiado prometedor, demasiado optimista.

—Me temo que solo está siendo amable —respondió—, que solo está tratando de darme ánimos.

Después de haber terminado su entrenamiento, perdimos el contacto durante un tiempo. En 1921, nos encontramos y almorzamos de nuevo en el Manufacturers’ Club. Nos sentamos en la misma esquina y ocupamos la misma mesa de aquella primera ocasión. Recordándole nuestra conversación previa, le pregunté si había sido demasiado optimista en ese entonces. Se sacó del bolsillo un pequeño cuaderno rojo y me mostró una lista de charlas y fechas para las cuales contaban con él.

—Y la habilidad para darlas —confesó—, lo mucho que disfruto haciéndolas y el servicio adicional que puedo prestarle a la comunidad… Esas son algunas de las cosas más gratificantes en mi vida.

La Conferencia Internacional para la Limitación de las Armas se había llevado a cabo en Washington poco antes de eso. Cuando se supo que Lloyd George estaba planeando ir, los bautistas de Filadelfia lo contactaron y lo invitaron a hablar en una gran misa que se haría en su ciudad. Lloyd George les respondió por telegrama que si iba a Washington, aceptaría su invitación. Y el señor Ghent me informó que él había sido escogido, entre todos los bautistas de la ciudad, para presentar al primer ministro inglés ante la audiencia.

¡Y este es el hombre que se había sentado en esa misma mesa, hacía menos de tres años, y que solemnemente me había preguntado si en algún momento sería capaz de hablar en público!

¿Fue inusual la rapidez con la que salió adelante con su habilidad para hablar en público? Para nada. Ha habido cientos de casos similares. Por ejemplo, para citar un caso específico más, hace años, un médico de Brooklyn, a quien llamaremos el doctor Curtis, pasó el invierno en Florida, cerca de los campos de entrenamiento de los Giants. Siendo un entusiasta del béisbol, con frecuencia iba a verlos practicar. Con el tiempo, se hizo buen amigo del equipo y lo invitaron a un banquete en su honor.

Después de servido el café y las nueces, llamaron a varios invitados prominentes para que dijeran «unas cuantas palabras». De repente, con la poca delicadeza y la imprevisión de una explosión, oyó a quien estaba haciendo el brindis decir:

—Esta noche nos acompaña un médico. Le pediré al doctor Curtis que hable sobre la salud de los jugadores de béisbol.

¿Estaba preparado? Por supuesto. Tenía la mejor preparación del mundo. Había estudiado y practicado la medicina por casi un tercio del siglo. Podría haberse quedado sentado en su silla y hablado sobre el tema toda la noche con el hombre de su derecha o izquierda. Pero pararse y decir las mismas cosas, aunque fuera frente a una pequeña audiencia, era otro asunto. Era algo paralizante. Al corazón se le duplicó el ritmo y se saltó algunos latidos con tan solo pensar en levantarse. Nunca había hablado en público en su vida y cada idea que había tenido se le había borrado de la mente.

¿Qué iba a hacer? La audiencia estaba aplaudiendo. Todo el mundo lo estaba mirando. Sacudió la cabeza, pero eso solo sirvió para incrementar los aplausos, para subir la demanda. Los gritos de «¡doctor Curtis! ¡Hable! ¡Hable!» se hacían cada vez más fuertes e insistentes.

Estaba sumido en la miseria completa. Sabía que si se paraba, iba a fracasar, que sería incapaz de decir seis oraciones. Así que se puso de pie y, sin decir ni una sola palabra, les dio la espalda a sus amigos y salió en silencio de la habitación como un hombre profundamente avergonzado y humillado.

No es extraño que la primera cosa que hiciera al regresar a Brooklyn fuera ir a la central de YMCA e inscribirse en el curso para hablar en público. No quería sonrojarse y quedar como un tonto una segunda vez.

Fue la clase de estudiante que un profesor adora. Se lo tomaba todo muy en serio. Quería ser capaz de hablar y no deseaba nada a medias. Preparaba sus charlas minuciosamente, las practicaba con voluntad y nunca faltó a ninguna sesión del curso.

Hizo justo lo que un estudiante así siempre hace: avanzó a un ritmo que lo sorprendió, que superó todas sus expectativas. Después de un par de sesiones, su nervios fueros desapareciendo y su confianza creció cada vez más. En dos meses, se convirtió en el orador estrella del grupo. Pronto se encontró aceptando invitaciones para hablar en diferentes lugares. Ahora amaba la sensación de emoción que aquello le generaba, así como la distinción y los amigos adicionales que consiguió.

Un miembro del Comité de la Campaña Republicana de Nueva York, tras escuchar una de sus ponencia públicas, invitó al doctor Curtis a la ciudad para su fiesta. ¡Cuán sorprendido habría estado ese político si se hubiera enterado de que, un año antes, el orador se había levantado y dejado un banquete, lleno de vergüenza y confusión, porque se quedó sin palabras por su pánico escénico!

Ganar valentía y confianza en uno mismo, así como la habilidad para pensar de manera calmada y clara mientras se le está hablando a un grupo, no es ni la décima parte de difícil a como se lo imaginan la mayoría de las personas. No es un regalo que les da la Providencia a tan solo un par aleatorio de individuos dotados. Es como la habilidad para jugar golf. Cualquier persona puede desarrollar su propia capacidad latente si lo desea lo suficiente.

¿Existe la más mínima razón por la cual no podría pensar tan bien estando parado ante una audiencia que estando sentado? Seguro sabe que no la hay. De hecho, debe pensar mejor cuando se enfrenta a un grupo de personas. Su presencia debe agitarlo y animarlo. Muchos buenos oradores le dirán que la presencia de una audiencia es un estímulo, una inspiración que hace que sus cerebros funcionen de forma más clara, más consciente. Como lo dijo Henry Ward Beecher, en tiempos así, los pensamientos, hechos e ideas que no sabían que poseían flotan a la deriva y solo deben alcanzarlos y ponerles las manos encima. Esa debe ser su experiencia. Quizás así sea si practica y persevera.

Ahora, de esto puede estar absolutamente seguro: el entrenamiento y la práctica harán desaparecer su miedo escénico y le darán confianza en sí mismo y una gran valentía.

No se imagine que su caso es inusual y difícil. Incluso aquellos que después se han convertido en los más elocuentes representantes de su generación se vieron afectados, al comienzo de sus carreras, por este miedo cegador y por la timidez.

William Jennings Bryan, veterano de guerra, admitió que, en sus primeros intentos, apenas podía evitar que le temblaran las rodillas.

La primera que vez que Mark Twain dio una clase en público, sintió como si tuviera la boca llena de algodón y como si el pulso se le acelerara, ansioso por ganarse algún premio.

Grant reclamó Vicksburg y llevó a la victoria a uno de los más grandes ejércitos que el mundo haya visto en ese tiempo y, no obstante, cuando intentaba hablar en público, admitió tener algo parecido a la ataxia locomotora.

El difunto Jean Jaurès, el orador político más poderoso que Francia produjo durante su generación, duró un año sentado, sin musitar palabra, en la Cámara de Diputados antes de poder reunir la valentía para dar su discurso inicial.

«Le digo que la primera vez que intenté hablar en público», confesó Lloyd George, «me encontraba en un estado de miseria absoluta. No es una expresión, no. Me sentía así, literalmente. La lengua se me pegó al paladar y al comienzo apenas pude decir nada».

John Bright, el ilustre inglés que durante la guerra civil defendió en Inglaterra la causa de la unión y la emancipación, dio su primer discurso ante un grupo de campesinos reunidos en una escuela. Estaba tan asustado de camino al lugar, tan temeroso de fallar, que le imploró a su acompañante que empezara a aplaudir para animarlo cada vez que mostrara señales de que fuera a rendirse ante su nerviosismo.

Charles Steward Parnell, el gran líder irlandés, estaba tan nervioso al comienzo de su carrera como orador que, según lo que narra su hermano, con frecuencia apretaba tanto los puños que las uñas se le clavaban en la piel y le sangraban las palmas.

Disraeli admitió que hubiera preferido liderar un ataque de caballería que haberse enfrentado a la Cámara de los Comunes por primera vez. Su discurso de apertura allí fue un terrible fracaso. Igual que el de Sheridan.

De hecho, muchos de los oradores famosos de Inglaterra han tenido tan malas intervenciones al principio que ahora, en el Parlamento, existe la sensación de que es un presagio bastante desfavorable que el discurso inicial de un joven sea un éxito rotundo. Así que anímese.

Después de ver sus carreras y haber ayudado de alguna forma en el desarrollo de tantos oradores, el autor siempre se alegra cuando un estudiante tiene, al comienzo, cierta cantidad nerviosismo y agitación.

Existe cierta responsabilidad al dar una charla, aunque sea solo para dos docenas de personas en una conferencia de negocios. Hay una cierta tensión, un cierto impacto, una cierta emoción. El orador debería estar tan animado como un purasangre tensando el freno. Hace dos mil años, el inmortal Cicerón dijo que todas las intervenciones públicas con verdadero mérito se caracterizaban por el nerviosismo.

A menudo, los oradores sienten eso mismo incluso si están hablando por la radio. Se le llama «miedo al micrófono». Cuando Charlie Chaplin salía al aire, tenía escrito todo su discurso. Seguro estaba acostumbrado a las audiencias. Recorrió el país en 1912 con una comedia llamada Una noche en el teatro. Antes de eso, ya había estado parado sobre un escenario legítimo en Inglaterra. Y aun así, cuando entraba al cuarto insonorizado y se enfrentaba al micrófono, tenía una sensación en el estómago como la que se siente cruzando el Atlántico durante una tormenta en febrero.

James Kirkwood, un famoso actor y director de cine, tuvo una experiencia similar. Solía ser una estrella en el escenario, pero cuando salía de la sala de grabación después de dirigirse a una audiencia invisible, se secaba el sudor de la frente.

«Una noche de estreno en Broadway», confesó, «no se compara en nada a esto».

Algunas personas, sin importar con cuánta frecuencia hablen, siempre experimentan dicho nerviosismo justo antes de iniciar, pero desaparece un par de segundos después de haberse puesto de pie.

Hasta Lincoln se sentía tímido durante los primeros momentos de apertura.

«Al comienzo era muy torpe», narra su compañero de leyes, Herndon, «y parecía que se esforzaba mucho por ajustarse a sus alrededores. Luchó durante un tiempo con un sentimiento de aparente timidez y sensibilidad, lo cual solo aumentaba su torpeza. A menudo he visto y simpatizado con el señor Lincoln durante estos instantes. Cuando comenzaba a hablar, su voz era estridente, aguda y poco placentera. Todo parecía estar en su contra, pero solo por un corto tiempo: su estilo, su actitud, su rostro oscuro y amarillo, la tez arrugada y reseca, su extraña pose, sus movimientos incómodos».

En pocos segundos, ganaba compostura, calidez y seriedad y su verdadero discurso iniciaba.

Su experiencia puede ser similar a esta.

Con el fin de aprovechar al máximo este entrenamiento y de entenderlo con rapidez y prontitud, son esenciales cuatro cosas.

PRIMERO: EMPIECE CON UN DESEO FUERTE Y PERSISTENTE

Esto es mucho más importante de lo que probablemente se imagina. Si su instructor pudiera leerle la mente y el corazón ahora y entender a fondo sus deseos, podría predecir, con bastante certeza, la rapidez con la que progresará. Si su deseo es sutil y flojo, sus logros seguirán esa misma onda y consistencia. Pero si se enfoca en esto con persistencia y con la energía con la que un bulldog persigue a un gato, nada dentro de la Vía Láctea lo derrotará.

Así que despierte su entusiasmo por este tema. Enumere los beneficios. Piense en lo que significará tener más confianza y la habilidad de hablar con mayor convencimiento para sus negocios. Piense en lo que podría y debería significar eso en dólares y centavos. Piense en lo que significaría para usted en el ámbito social, en los amigos que le traerá, en el aumento de su influencia personal, en el liderazgo que le dará. Y le dará habilidades de liderazgo con mayor rapidez que cualquier otra actividad que pueda pensar o imaginar.

«No hay ningún otro logro que el hombre pueda alcanzar», dijo Chauncey M. Depew, «que le cree una carrera con tanta rapidez y le asegure tanto reconocimiento como la habilidad de hablar en público».

Philip D. Armour, después de haber acumulado millones, dijo: «preferiría haber sido un gran orador que un gran capitalista».

Es un logro que casi cualquier persona educada desea alcanzar. Después de la muerte de Andrew Carnegie, encontraron entre sus papeles un plan de vida que creó cuando tenía treinta y tres años. En ese entonces, pensaba que en dos años lograría estructurar su negocio para que generara ingresos anuales de 50.000 dólares, por lo que se proponía retirarse a los treinta y cinco, ir a Oxford, recibir una educación exhaustiva y «prestarle especial atención a hablar en público».

Piense en el resplandor de satisfacción y placer que surgirá del ejercicio de este nuevo poder. El autor ha viajado por gran parte de esta bola terrestre y ha tenido muchas experiencias variadas, pero para obtener una satisfacción interior, total y duradera conoce pocas cosas que puedan compararse con pararse ante una audiencia e influenciar a las personas para que piensen como uno. Eso le dará a usted un sentimiento de fortaleza, de poder. Apelará a su orgullo por haber logrado algo personal. Lo separará y le permitirá posicionarse por encima de sus congéneres. Hay magia y una emoción que nunca se olvida en aquello.

«Dos minutos antes de empezar», confesó un orador, «preferiría que me azotaran a iniciar, pero dos minutos antes de terminar, preferiría que me dispararan a detenerme».

En cada curso, algunas personas palidecen y se quedan por el camino, así que debe continuar pensando en lo que significará este curso para usted hasta que su deseo sea ardiente. Debe empezar este programa con un entusiasmo que lo lleve por cada sesión, triunfante hasta el final. Cuénteles a sus amigos que se unió a este curso. Separe alguna noche de su semana para leer estas lecciones y preparar sus ponencias. En resumen, haga que sea tan fácil como sea posible el seguir adelante. Haga que retirarse sea lo más difícil posible.

Cuando Julio César navegó por el canal de Galia y llegó con sus legiones a lo que ahora es Inglaterra, ¿qué hizo para garantizar el éxito de sus ejércitos? Una cosa muy astuta. Detuvo a sus soldados en los acantilados calcáreos de Dover y, mirando hacia las olas, sesenta metros por debajo, vieron lenguas rojas de fuego que consumían todos los barcos en los que habían cruzado. En el país del enemigo, con el último vínculo con el Continente roto, con el último medio de retirada quemado, solo quedaba una cosa por hacer: avanzar, conquistar. Y eso fue precisamente lo que hicieron.

Tal era el espíritu del inmortal César. ¿Por qué no hacer que ese espíritu sea suyo también en esta guerra para exterminar su miedo necio a las audiencias?

SEGUNDO: CONOZCA A PROFUNDIDAD AQUELLO SOBRE LO QUE VA A HABLAR

A menos que una persona haya pensado y planeado su charla y sepa lo que va a decir, es imposible que se sienta cómoda al enfrentarse a su audiencia. Sería como un ciego guiando a otro ciego. Bajo tales circunstancias, el orador debe sentir mucha timidez, arrepentimiento y tendría que avergonzarse por su negligencia.

«Fui escogido para la Legislatura en el otoño de 1881», escribió Teddy Roosevelt en su autobiografía, «y fui el hombre más joven en llegar a ese cuerpo. Como todos los jóvenes y miembros inexpertos, se me dificultó bastante aprender a hablar bien. Me beneficié mucho de los consejos de un viejo compatriota obstinado, quien inconscientemente estaba parafraseando al duque de Wellington, quien, sin lugar a dudas, estaba parafraseando a alguien más. El consejo decía: ‘no hable a menos que esté seguro de tener algo que decir y sepa justo qué es. Luego dígalo y siéntese’».

Ese «viejo compatriota obstinado» debió haberle dicho algo más a Roosevelt para superar los nervios. Debió haber añadido: «si encuentra algo que hacer ante la audiencia, eso lo ayudará a dejar de lado su vergüenza. Si puede mostrar algo, escribir una palabra sobre un tablero, señalar un punto en el mapa, mover una mesa, abrir una ventana o revolver algunos libros o papeles… cualquier acción física que tenga un propósito lo ayudará a sentirse más como en casa».

Es cierto que no siempre es fácil encontrar alguna excusa para hacer esas cosas, pero esa es la sugerencia. Úsela si puede, pero solo en las primeras ocasiones. Un bebé no se aferra a las sillas una vez que aprende a caminar.

TERCERO: ACTÚE CON CONFIANZA

El psicólogo más famoso de Estados Unidos, el profesor William James, escribió lo siguiente:

«Las acciones parecen seguir a los sentimientos, pero en realidad van juntos. Al regular las acciones, que están bajo el control más directo de la voluntad, podemos regular de forma indirecta los sentimientos, que no lo están.

Así, el camino soberano y voluntario hacia la alegría, si la felicidad espontánea se ha perdido, es sentarse con ánimo y actuar y hablar como si la alegría ya estuviera presente. Si tal conducto no lo hace sentir alegre, nada en esa ocasión lo hará.

Por lo tanto, para sentirse valiente, actúe como si lo fuera, use toda su voluntad para lograrlo y así un sentimiento de valentía muy probablemente reemplazará el miedo».

Aplique los consejos del profesor James. Para desarrollar valentía cuando se enfrente a una audiencia, actúe como si ya la tuviera. Ahora, está claro que, a menos que esté preparado, toda la actuación del mundo va a valerle muy poco. Pero si sabe de qué va a hablar, salga con pasos enérgicos y respire hondo. De hecho, respire profundo durante treinta segundos antes de enfrentarse a su audiencia. El suministro de oxígeno mayor lo animará y le dará valentía. El gran tenor, Jean de Reszke, solía decir que cuando recuperaba el aliento y era capaz de «controlarlo», los nervios desaparecían.

Cuando un joven de la tribu Peul de África Central alcanza la edad viril y desea tomar una esposa, lo obligan a pasar por una ceremonia de flagelación. Las mujeres de la tribu se reúnen, cantan y aplauden al ritmo de los tam-tams. El candidato avanza, desnudo hasta la cintura. De repente, un hombre armado con un látigo cruel se pone tras el joven y le azota la piel como un demonio. Aparecen ronchas. Con frecuencia, se hacen cortes en la piel y la sangre fluye. Se crean cicatrices que duran para toda la vida. Durante esta tortura, un juez venerable de la tribu se agacha a los pies de la víctima para ver si se mueve o muestra la más mínima evidencia de dolor. Para pasar la prueba de forma exitosa, el aspirante torturado no solo debe soportar aquello, sino que, mientras sucede, debe cantar un himno de alabanza.

En cada época, en cada ambiente, las personas siempre han admirado la valentía, así que, sin importar qué tan fuerte le esté latiendo el corazón por dentro, salga adelante con coraje, deténgase, sosténgase con firmeza como aquel joven torturado de África Central. Y, cómo él, actúe como si aquello le encantara.

Póngase de pie muy erguido, mire a su audiencia directamente a los ojos y comience a hablar con tanta confianza como si cada uno de ellos le debiera dinero. Imagine que así es. Imagine que se han reunido ahí para rogarle que les extienda el crédito. El efecto psicológico que eso le creará será beneficioso.

No se abotone y desabotone con nervios el abrigo ni mueva las manos de modos erráticos. Si debe hacer movimientos nerviosos, ponga las manos detrás de la espalda y juguetee con los dedos ahí, donde nadie puede verlo. O mueva los dedos de los pies.

Como regla general, es malo para un orador esconderse detrás de un mueble, pero puede darle algo de valentía las primeras veces pararse atrás de una mesa o silla y agarrarlas con fuerza. O sostener una moneda con firmeza en la palma de su mano.

¿Cómo desarrolló Roosevelt su valentía y autosuficiencia características? ¿Estaba dotado por naturaleza de un espíritu aventurero y audaz? Para nada. «Habiendo sido un niño bastante enfermizo y torpe», confiesa en su autobiografía, «cuando era joven, al comienzo me sentía nervioso y desconfiado con respecto a mi talento. Tuve que entrenarme dolorosa y laboriosamente no solo en cuerpo, sino en alma y espíritu».

Por fortuna, nos contó cómo alcanzó su transformación:

«Cuando era niño, leí un pasaje en uno de los libros de Marryat, que siempre me impresionó. En este pasaje, el capitán de algún pequeño buque de guerra inglés está explicándole al héroe cómo adquirir la cualidad de la intrepidez. Dice que, al comienzo, casi todos los hombres están asustados cuando deben actuar, pero el curso a seguir es que el hombre mantenga su compostura y actúe como si no estuviera asustado. Después de que eso se practica durante suficiente tiempo, se convierte de una pretensión a una realidad y el hombre se termina volviendo audaz tan solo por pretender serlo aun cuando no se siente así (estoy usando mi propio lenguaje, no el de Marryat). Esta fue la teoría que yo decidí seguir. Existían toda clase de cosas que yo temía al comienzo, desde los osos grizzli hasta los caballos ‘malos’ y los hombres armados, pero actuando como si no estuviera asustado fue como gradualmente dejé de sentir miedo.

La mayoría de los hombres pueden tener la misma experiencia si así lo escogen».

Puede tener justo esa experiencia en este curso, si así lo desea.

«En la guerra», decía el mariscal Foch, «la mejor defensa es una ofensiva». Así que aplique una estrategia ofensiva contra sus miedos. Salga a enfrentarlos, batalle contra ellos y conquístelos por pura audacia ante cualquier oportunidad.

Tenga un mensaje e imagínese que es un niño repartidor de Western Union que debe entregarlo. No le prestamos mucha atención al niño. Es el telegrama lo que queremos. El mensaje. Eso es lo que queremos. Piense en él. Manténgalo en el corazón. Conózcalo como la palma de su mano. Crea en él con fervor. Luego hable como si de verdad quisiera decirlo. Haga eso y las posibilidades son de diez a una a que pronto dominará la ocasión y se dominará a usted mismo.

CUARTO: ¡PRACTICAR! ¡PRACTICAR! ¡PRACTICAR!

El último punto que debemos tocar es, sin duda, el más importante. Aunque olvide todo lo que ha leído hasta ahora, recuerde esto: la primera, la última y la única forma que nunca falla a la hora de desarrollar confianza en uno mismo para hablar es… hablar. En realidad, todo este asunto se resume con una sola cosa esencial: practicar, practicar, practicar. Es el sine qua non de todo, la condición «sin la cual no» lo logrará.

«Cualquier principiante», advirtió Roosevelt, «es propenso a sufrir de ‘pánico del cazador’. El ‘pánico del cazador’ es un estado de nerviosismo y emoción intenso que puede estar completamente desligado de la timidez. Puede afectar a una persona la primera vez que tiene que dirigirse a una gran audiencia, así como también la primera vez que ve a un ciervo o va a la guerra. Lo que una persona necesita en esos casos no es valentía, sino controlar los nervios y calmarse. Eso solo lo puede conseguir practicando. Debe, a través de la costumbre y el ejercicio repetido del autodominio, tener sus nervios bajo control por completo. Esto es, en gran parte, una cuestión de hábitos, de esfuerzo y de ejercer una y otra vez la fuerza de voluntad. Si la persona tiene lo que se necesita, se hará cada día más fuerte gracias a esa práctica».

Por lo tanto, persevere. No se pierda ninguna sesión del curso porque las responsabilidades administrativas de la semana le hicieron imposible preparar algo. Preparado o no, venga. Deje que el instructor y que la clase le sugieran un tema después de presentarse ante ellos.

¿Quiere deshacerse de su miedo a las audiencias? Veamos qué lo está causando.

El profesor Robinson, en su libro The Mind in the Making, dice que «el miedo nace de la ignorancia y la incertidumbre». Para ponerlo de otra forma, es el resultado de la falta de confianza.

¿Y qué causa eso? No saber qué es lo que en realidad puede hacer. Y no saber lo que puede hacer se da por la falta de experiencia. Cuando tenga un conjunto de experiencias exitosas a sus espaldas, sus miedos desaparecerán y se desvanecerán como la niebla nocturna bajo el resplandor del sol de julio.

Una cosa es cierta: la manera aceptada para aprender a nadar es lanzándose al agua. Ya ha estado leyendo este libro durante el tiempo suficiente. Dejémoslo de lado por ahora y ocupémonos con lo que de verdad nos incumbe.

Escoja un tema, preferiblemente alguno que ya conozca, y cree una presentación de tres minutos. Practíquela usted solo varias veces. Luego, si es posible, hable frente al grupo al cual está dirigida o frente a su clase, esforzándose todo lo que pueda.

RESUMEN

1. Unos cuantos miles de estudiantes de este curso le han escrito al autor diciéndole por qué se inscribieron en este entrenamiento y qué esperaban lograr. La principal razón que la mayoría de ellos dieron fue la siguiente: querían conquistar sus nervios, poder pensar rápido y hablar con confianza en sí mismos y con tranquilidad ante un grupo de cualquier tamaño.

2. La habilidad para hacer esto no es difícil de adquirir. No es un regalo que la Providencia le dio solo a un par poco común de individuos dotados. Es como la habilidad para jugar golf: cualquier persona (todas las personas) puede ir desarrollando su capacidad si lo desea lo suficiente.

3. Muchos oradores experimentados pueden pensar y hablar mejor cuando se enfrentan a un grupo que cuando tienen una conversación con otro individuo. La presencia de un gran número de personas ha probado ser un estímulo, una inspiración. Si sigue este curso fielmente, llegará el momento en el que esa también sea su experiencia y esperará con ansias poder hablar en público.

4. No se imagine que su caso es poco usual. Muchas personas que después se convirtieron en oradoras famosas estaban, al comienzo de sus carreras, llenas de timidez y casi paralizadas por su «pánico escénico». Así fue la experiencia de Bryan, Jean Jaurès, Lloyd George, Charles Steward Parnell, John Bright, Disraeli, Sheridan y unos cuantos más.

5. No importa con cuánta frecuencia hable, puede que siempre experimente esa timidez justo antes de comenzar, pero pocos segundos después de ponerse de pie se desvanecerá por completo.

6. Para aprovechar al máximo este curso y hacerlo con rapidez y eficiencia, haga estas cuatro cosas:

a. Empiece este curso con un deseo fuerte y persistente. Enumere los beneficios que este entrenamiento le dará. Aumente su entusiasmo. Piense en qué puede significar para usted financiera y socialmente y en términos de cuánto aumentará su influencia y liderazgo. Recuerde que de la profundidad de su deseo dependerá la rapidez de su progreso.

b. Prepárese. No puede sentirse confiado a menos que sepa lo que va a decir.

c. Actúe con confianza. «Para sentirse valiente», aconseja el profesor William James, «actúe como si ya lo fuera, use toda su voluntad con ese propósito y así la valentía seguramente reemplazará el miedo». Roosevelt confesó que conquistó su miedo a los osos grizzli, a los caballos briosos y a las personas armadas con ese método. Usted puede conquistar su miedo a las audiencias aprovechándose de esta técnica psicológica.

d. Practique. Este es el punto más importante de todos. El miedo es el resultado de la falta de seguridad. Y la falta de seguridad es el resultado de no saber lo que es capaz de hacer. Y eso, a su vez, es por la falta de experiencia. Entonces, acumule experiencias exitosas y sus miedos se desvanecerán.

EJERCICIOS PARA LA VOZ: CÓMO RESPIRAR DE FORMA CORRECTA

«Para perfeccionar una voz hermosa», dijo madame Melba, «respirar correctamente es lo más esencial en términos técnicos». En consecuencia, el dominio de una respiración correcta debería y debe ser el primer paso para mejorar la voz. La respiración es el verdadero cimiento de la voz, es la materia prima que construye nuestras palabras.

El uso correcto de la respiración le proporcionará tonos llenos, profundos y redondos; tonos atractivos, no sonidos delgados y ásperos; tonos que agradarán; tonos que se proyectarán.

Si respirar de una forma correcta es tan importante, debemos descifrar de inmediato qué es y cómo practicar.

Los famosos maestros italianos del canto siempre han enseñado que la correcta es la respiración diafragmática. ¿Y qué es eso? ¿Algo extraño, nuevo y arduo? Para nada. No debería serlo. Usted lo hacía a la perfección cuando era un bebé. Hoy en día la practica durante cierto período de cada veinticuatro horas. Cuando se acueste sobre la espalda en la cama por la noche, respirará con libertad, con naturalidad, de forma correcta. Usará la respiración diafragmática. Por alguna extraña razón, es difícil respirar de una manera que no sea la correcta cuando se acuesta en esa posición.

Por lo tanto, su problema es simplemente este: usar los mismos métodos de respiración cuando está de pie que cuando está acostado sobre la espalda. Eso no suena difícil, ¿o sí?

Entonces, este será su primer ejercicio. Acuéstese sobre la espalda y respire profundo. Note que la principal actividad del proceso se centra en la mitad del cuerpo. Cuando respira profundo en esta posición, no sube los hombros.

Esto es lo que está sucediendo: sus pulmones esponjosos y porosos se están llenando y expandiendo con el aire como un globo. El globo se tiene que expandir, pero ¿cómo? ¿Hacia dónde? Está restringido en la parte superior y en los lados por una caja ósea formada por las costillas, la columna vertebral y el esternón. Sí, claro que las costillas ceden un poco, pero la forma más fácil para que los pulmones se expandan es empujando hacia abajo un músculo blando que forma la base del pecho y la parte superior del abdomen. Este músculo, el diafragma, divide su cuerpo en dos compartimientos diferentes. La parte de arriba, el pecho, contiene el corazón y los pulmones. La parte de abajo, el abdomen, alberga el estómago, el hígado, los intestinos y otros órganos vitales. Este gran músculo está arqueado como un techo, como un domo.

Suponga que coge uno de esos platos de papel para pícnics que compra en la tienda a diez centavos. Póngalo boca abajo y presione la superficie arqueada. ¿Qué pasa? Se aplana y se expande hacia los lados mientras lo aplasta. Eso es justo lo que su diafragma hace cuando los pulmones se llenan de aire: presionan la parte de arriba de su arco.

Ahora acuéstese sobre la espalda, tome aire profundo y ubique los dedos justo abajo del esternón. ¿No siente cómo el diafragma se aplana y empuja hacia afuera? Ahora ponga las manos en sus costados, a lo largo de las costillas bajas. Respire profundo. ¿No siente los pulmones, como globos, empujando hacia afuera las costillas flotantes?

Practique esta respiración diafragmática durante cinco minutos antes de dormirse por la noche y durante cinco minutos todas las mañanas. Por la noche, lo ayudará a reducir y a calmar sus nervios. Lo hará sentir somnoliento. Por la mañana, lo despertará y lo refrescará. Si lo hace con constancia, no solo mejorará su voz, sino que también obtendrá más años de vida. Los cantantes de ópera y los profesores vocales se destacan por su longevidad. El famoso Manuel García vivió hasta los ciento un años y le atribuía su larga vida, en gran parte, a los ejercicios diarios de respiración profunda.

CAPÍTULO 2

LA CONFIANZA EN UNO MISMO PARTE DE LA PREPARACIÓN

«La mejor forma de ganar confianza en usted mismo es preparando tan bien lo que quiera decir que realmente no tenga ninguna oportunidad de fallar»

—Public Speaking Today, Lockwood-Thorpe.

«‘Confiar en la inspiración del momento’. Esa es la terrible frase con la cual se han acabado muchas carreras prometedoras. El camino más seguro para la inspiración es la inspiración. He visto a muchos hombres valientes y con grandes capacidades fallar por falta de dedicación. El dominio al hablar solo puede ser alcanzado dominando el tema que se va a tratar»

—Lloyd George.

«Antes de que un orador se enfrente a su audiencia, debería escribirle una carta a un amigo, diciendo: ‘estoy a punto de hacer una presentación sobre un tema y quiero abordar estos puntos’. Luego debería enumerar las cosas sobre las cuales va a hablar en el orden correcto. Si se da cuenta de que no tiene nada que decir en la carta, tendrá que escribirle al comité que lo invitó a hablar para decirles que la probable muerte de su abuela no le permitirá estar presente en esa ocasión»

—Doctor Edward Everett Hale.

«Los hombres me dan algo de crédito por ser un genio. Toda la genialidad que poseo se debe a esto: cuando me topo con un tema de interés, lo estudio a profundidad. Día y noche sin cesar. Lo exploro desde todos sus ángulos. Me lleno la mente con eso. Luego los esfuerzos que hago son lo que la gente suele llamar los frutos de la genialidad, pero son los frutos del esfuerzo y del estudio»

—Alexander Hamilton.

Ha sido la labor profesional del autor, así como todo un placer, escuchar y criticar unos seis mil discursos al año, cada temporada desde 1912. Estos no fueron dados por estudiantes universitarios, sino por profesionales de negocios. Si esa experiencia le ha grabado algo en la mente con más profundidad que otras cosas es lo siguiente: la necesidad urgente de preparar una charla antes de comenzarla y de tener algo claro y definido que decir, algo que haya impresionado a alguien, algo que no pueda quedarse sin decir. ¿No se siente atraído inconscientemente por un orador que, según le parece, tiene un mensaje real en la mente y en el corazón que desea comunicarle con fervor a su propia mente y corazón? Esa es la mitad del secreto de hablar bien.

Cuando un orador se encuentra en esa clase de estado mental y emocional, descubrirá un hecho importante: que su charla se dará casi sola. Su yugo será fácil, su carga será ligera. Un discurso bien preparado ya está en un noventa por ciento entregado.

Como quedó resaltado en el Capítulo 1, la principal razón por la cual muchas personas toman este curso es para adquirir confianza, valentía y autosuficiencia. Y el gran error que muchas de ellas cometen es negarse a preparar sus charlas. ¿Cómo pueden siquiera tener la esperanza de subyugar a las cohortes del miedo, a la caballería de los nervios, cuando van a la batalla con pólvora mojada, cartuchos de fogueo o sin munición alguna? Bajo esas circunstancias, no es una sorpresa que no se sientan como en casa frente a una audiencia. «Creo», dijo Lincoln en la Casa Blanca, «que nunca seré lo bastante viejo como para hablar sin sentirme apenado cuando no tengo nada por decir».

Si quiere confianza, ¿por qué no hacer lo necesario para alcanzarla? «El amor perfecto», escribió el apóstol Juan, «deja por fuera el temor». Así también funciona prepararse a la perfección. Webster dijo que preferiría aparecer ante una audiencia medio desnudo que no del todo preparado.

¿Por qué quienes se han inscrito en este curso no preparan sus charlas con mayor dedicación? ¿Por qué? Algunos no entienden con claridad lo que es la preparación ni cómo abordarla con sabiduría. Otros se excusan en la falta de tiempo. Así que discutiremos estos problemas de una manera bastante extensa, lúcida y provechosamente, en este capítulo.

LA FORMA CORRECTA DE PREPARARSE

¿Qué es la preparación? ¿Leer un libro? Esa es una forma de prepararse, pero no la mejor. Leer puede ayudar, pero si intenta sacar muchos pensamientos «enlatados» de un libro y compartirlos como propios de manera inmediata, la presentación completa carecerá de algo. Puede que la audiencia no sepa con precisión qué le falta, pero no se conectarán con el orador.

Para dar un ejemplo: hace algún tiempo, el autor dirigió un curso de cómo hablar en público para los trabajadores más veteranos de los bancos de la ciudad de Nueva York. Naturalmente, los miembros de ese grupo, dado que su tiempo era tan solicitado, encontraban con frecuencia dificultades para prepararse de un modo adecuado o para hacer lo que ellos concebían como prepararse. Todas sus vidas habían estado centrados en sus propios pensamientos, nutriendo sus convicciones personales, viendo las cosas desde sus perspectivas, viviendo sus experiencias. Entonces, de esa forma, habían pasado cuarenta años acumulando material para discursos. Pero era difícil para algunos de ellos darse cuenta de eso. No podían ver el potencial que tenían al alcance de sus manos.

Este grupo se encontraba los viernes de cinco a siete. Un viernes, cierto caballero que trabajaba para un banco importante (lo llamaremos señor Cortez) se dio cuenta de que ya eran las cuatro y media y no tenía ningún tema del que hablar. Salió de su oficina, compró una copia de la revista Forbes en un puesto de periódicos y, en el metro, de camino al Banco de la Reserva Federal, donde se encontraba con los otros alumnos, leyó un artículo titulado Solo tiene diez años para ser exitoso. Lo leyó no porque estuviera muy interesado en el artículo, sino porque debía hablar de algo, de cualquier cosa, para cumplir con su cuota de tiempo.

Una hora después, se puso de pie e intentó hablar con convencimiento e interés sobre el contenido del artículo.

¿Cuál fue el resultado inevitable?

No había digerido y tampoco había asimilado lo que intentaba decir. «Lo que intentaba decir», eso lo expresa a la perfección. Lo estaba intentando. No tenía ningún mensaje dentro que estuviera buscando una salida y toda su actitud y su tono lo revelaban. ¿Cómo podía esperar impresionar a la audiencia si él no lo estaba? Se refirió una y otra vez al artículo, comentando que el autor había dicho esto o lo otro. Habló en exceso de lo que decía la revista Forbes, pero el señor Cortez dijo pocas cosas propias.

Entonces, el escritor le dijo algo como esto:

«Señor Cortez, no estamos interesados en la persona desconocida que escribió el artículo. No está aquí. No la podemos ver. Pero estamos interesados en usted y en sus ideas. Díganos qué piensa usted, no lo que alguien más dijo. Ponga más de sí mismo en esto. ¿Por qué no escoge el mismo tema para la próxima semana? ¿Por qué no lee ese artículo de nuevo y se pregunta si está de acuerdo con el autor o no? Si lo está, piense acerca de sus sugerencias y preséntenoslas con observaciones desde su propia experiencia. Si no está de acuerdo con él, díganoslo y explíquenos por qué. Haga que este artículo sea solo el punto de partida desde el cual estructurará su propio discurso».

El señor Cortez aceptó la sugerencia, releyó el artículo y concluyó que no estaba para nada de acuerdo con el autor. No se sentó en el metro e intentó preparar el siguiente discurso con afán. Dejó que se macerara. Era un hijo de su propio cerebro y se desarrolló, se expandió y tomó forma, tal como sus hijos físicos lo habían hecho. Y, tal como sus hijos, este otro hijo creció de día y de noche sin que él se diera cuenta. Se le ocurrió un pensamiento mientras leía cierto artículo en el periódico, otra idea se le cruzó por la mente cuando estaba discutiendo el tema con un amigo. Todo esto se hizo más profundo y se agudizó, se alargó y se hizo más denso a medida que pensaba en ello en momentos aleatorios de la semana.

La siguiente vez que el señor Cortez habló sobre el tema, tenía algo propio, oro que había excavado de su propia mina, monedas acuñadas con sus propias manos. Y habló mucho mejor porque no estaba de acuerdo con el autor del artículo. No hay nada que lo motive más a uno que un poco de oposición.

Qué contraste tan increíble hubo entre dos discursos dados por el mismo hombre, en cuestión de dos semanas, sobre el mismo tema. ¡Qué diferencia tan colosal crea el hecho de prepararse bien!

Permítame citar otro ejemplo de cómo hacerlo y cómo no hacerlo. Un caballero, a quien llamaremos el señor García, era un estudiante de este curso en Washington D. C. Una tarde, dedicó su charla a elogiar a la capital de la nación. Había obtenido los datos rápida y superficialmente gracias a un panfleto promocional del Evening Star. Sonaban justo así: secos, desconectados, poco asimilados. No había pensado de una forma adecuada en el tema. No le generaba entusiasmo. No sentía lo que decía con la suficiente profundidad como para que valiera la pena expresarlo. Todo el discurso fue plano, poco favorecedor y nada aprovechable.

UN DISCURSO QUE NO PUEDE FALLAR

Dos semanas después, pasó algo que le removió las fibras más sensibles al señor García: un ladrón le robó su Cadillac, que estaba parqueado en un garaje público. Fue de inmediato a la policía y ofreció recompensas, pero todo fue en vano. La policía admitió que era casi imposible para ellos lidiar con la situación actual de crimen; sin embargo, tan solo una semana antes, habían encontrado el tiempo para caminar por la calle, con libretas en mano, y ponerle una multa al señor García porque se había pasado quince minutos del tiempo del parquímetro. Estos «policías multadores», que estaban tan ocupados molestando a los ciudadanos respetables como para no poder atrapar a los criminales, le despertaban la ira. Era indignante. Ahora tenía algo que decir, no algo que había sacado de un panfleto publicado por el Evening Star, sino algo de su propia vida y experiencia, algo que le hacía arder la sangre. Tenía algo que era real y tangible, algo que les sucedía a personas reales, algo que incitaba emociones y convicciones. En su discurso elogiando a la ciudad de Washington, había pronunciado con dificultad una frase después de otra, pero ahora solo tuvo que ponerse de pie y abrir la boca y sus críticas hacia la policía se reunieron y estallaron como si fueran el Vesubio en erupción. Un discurso así es a prueba de tontos. Casi nunca fallará. Todo fue gracias a la experiencia y a la reflexión.

QUÉ ES REALMENTE LA PREPARACIÓN

¿Preparar un discurso significa unir, escribir y memorizar algunas frases perfectas? No. ¿Significa organizar algunos pensamientos casuales que en realidad no representan su personalidad? Para nada. Significa organizar sus pensamientos, sus ideas, sus convicciones y sus anhelos. Y por supuesto que tiene esos pensamientos y esos anhelos. Los tiene todos los días de su vida. Incluso se le pasan por la mente mientras sueña. Toda su existencia ha estado llena de sentimientos y experiencias. Estas cosas se esconden en lo profundo de su mente subconsciente y son tan abundantes como las conchas de la playa. Prepararse significa pensar, reflexionar, recordar, seleccionar aquellas que más le interesen, pulirlas, crear un patrón con ellas y dibujar un mosaico propio. No suena como algo muy difícil, ¿verdad? No lo es. Solo requiere de un poco de concentración y de pensar con propósito.

¿Cómo preparaba Dwight L. Moody esos discursos suyos que crearon tal impacto espiritual en la generación anterior? «No tengo ningún secreto», fue su respuesta a esa pregunta.

«Cuando escojo un tema, escribo esa palabra por fuera de un sobre grande. Tengo muchos sobres así. Si, cuando estoy leyendo, encuentro algo bueno acerca de un tema del que voy a hablar, meto eso en el sobre correcto y lo dejo allí. Siempre llevo una libreta conmigo y si escucho algo en un sermón, algo que me dará luces sobre ese tema, lo escribo y lo meto en el sobre. Quizás lo deje allí durante un año o más. Cuando necesito un nuevo sermón, saco todo lo que he estado acumulando. Entre lo que hallo allí y los resultados de mi propio estudio, tengo suficiente material. Además, todo el tiempo estoy revisando mis sermones, quitando un poco de aquí, añadiendo un poco allá. De esa manera nunca pierden vigencia».

EL SABIO CONSEJO DEL DECANO BROWN DE YALE

Hace unos años, la Facultad de Teología de Yale celebró el aniversario número cien de su fundación. En esa ocasión, el decano, el doctor Charles Reynold Brown, dio una serie de cátedras sobre el arte de predicar. Ahora están publicadas como libro, con ese mismo nombre, gracias a la editorial Macmillan de Nueva York. El doctor Brown ha preparado cátedras semanales durante un tercio de siglo y también ha entrenado a otras personas en el arte de la oratoria, así que se encontraba en una buena posición para dar consejos sabios sobre el tema, consejos que son buenos sin importar si el orador es un clérigo preparando un discurso sobre el salmo noventa y uno o un zapatero preparando un discurso sobre los sindicatos. Así pues, me tomo la libertad de citar al doctor Brown a continuación:

«Piense en su texto y en su tema. Piense en ellos hasta que se vuelvan maleables y manejables. De ellos sacará todo un rebaño de ideas prometedoras si hace que los minúsculos gérmenes de vida que están allí se expandan y se desarrollen…

Será mucho mejor si ese proceso se da durante un tiempo largo y no se pospone hasta la tarde del sábado, cuando en realidad está haciendo los últimos ajustes para el domingo. Si un ministro puede mantener una verdad en su mente durante un mes, quizás por seis meses o, mejor, por un año, antes de predicarla, se dará cuenta de que de aquello salen nuevas ideas todo el tiempo, que se produce un crecimiento abundante. Puede meditar al respecto mientras camina por las calles o mientras pasa algunas horas en el tren, cuando tiene los ojos demasiado cansados como para leer.

Es más, puede pensar en ello durante la noche. Es mejor para el ministro que no se lleve pensamientos de la iglesia o de los sermones a la cama habitualmente. El púlpito es un lugar espléndido desde el que predicar, pero no es un buen compañero de cama. Sin embargo, a pesar de todo eso, a veces me he levantado de la cama en mitad de la noche para escribir algunos pensamientos que se me ocurrieron porque temía olvidarlos por la mañana…

Cuando está en medio del proceso de reunir el material para un sermón particular, escriba todo lo que se le atraviese y que tenga que ver con ese texto y ese tema. Escriba lo que observó del texto cuando lo escogió por primera vez. Escriba todas las ideas relacionadas con eso que se le ocurran ahora…

Ponga todas esas ideas suyas por escrito, tan solo con unas pocas palabras, las suficientes para fijar la idea y hacer que su mente busque más todo el tiempo, como si jamás fuera a ver un libro de nuevo en toda su vida. Esta es la manera para entrenar a la mente en cuanto a productividad. Con este método, hará que sus procesos mentales se mantengan frescos, originales y creativos.

Escriba todas las ideas que usted creó sin ayuda. Son más preciosas en cuanto a su desarrollo mental que los rubíes, los diamantes y el oro. Escríbalas, ojalá en trozos de papel, reversos de cartas viejas, fragmentos de sobres, papel reciclado o cualquier cosa que tenga a la mano. Esto es mucho mejor que usar folios largos, limpios y decentes. No es solo una cuestión de economía, sino que se dará cuenta de que es más fácil reunir y organizar esos trozos sueltos cuando llegue la hora de revisar su material.

No deje de escribir todas las ideas que se le vengan a la mente y piense mucho mientras tanto. No tiene que apresurar ese proceso. Es una de las transacciones mentales más importantes que jamás hará. Es este método el que hace que la mente crezca y desarrolle una habilidad productiva real.

Se dará cuenta de que los sermones que más disfruta dar y los que de verdad son más provechosos para su gente serán aquellos sermones que se han macerado durante más tiempo en su interior. Son huesos de sus huesos, carne de su carne, hijos de su propio trabajo mental, el resultado de su energía creativa. Los sermones que son confusos y compilados siempre tendrán una especie de tinte recalentado y de segunda mano. Los sermones que viven, mueven y entran al templo; los que caminan, dan saltos y alaban a Dios; los sermones que entran a los corazones de la gente y hacen que se eleven como águilas y que caminen hacia el deber sin desfallecer… esos sermones reales son los que nacen de las energías vitales del hombre que los pronuncia».

CÓMO PREPARABA LINCOLN SUS DISCURSOS

¿Cómo preparaba Lincoln sus discursos? Por fortuna, conocemos los datos. A medida que lea aquí sobre su método, se dará cuenta de que el decano Brown, en su discurso, alabó varios de los procedimientos que Lincoln empleó tres cuartos de siglo antes. Uno de los discursos más famosos de Lincoln fue aquel en el que declaró lo siguiente, como si tuviera una visión profética: «‘una casa dividida y en guerra consigo misma no puede mantenerse en pie’. Creo que este gobierno no puede durar para siempre con la mitad de la gente siendo esclava y la mitad libre». Este discurso lo pensó mientras hacía su trabajo habitual, caminaba por la calle, comía sus alimentos, ordeñaba a su vaca en el granero, hacía su viaje diario a la carnicería y el supermercado, todo con un suéter gris y viejo sobre los hombros, una cesta en el brazo, su hijo pequeño al lado, hablando y haciendo preguntas, aburriéndose y molestándolo con sus deditos huesudos para que su padre le hablara. Pero Lincoln siguió concentrado, absorto en sus propias reflexiones, pensando en su discurso, aparentemente olvidando la existencia de su niño.