Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Mientras leas este libro, pensarás: ¡Esto es exactamente lo que a mi me pasa! Si te reconoces en alguna de estas páginas, también puedes tener la seguridad de que otros lectores mayores comenzarán a comprender mejor el mundo del adolescente, lo aceptarán y lo amarán así, tal como es, y lo ayudarán a ser lo que será. Además, encontrarás ayuda para contar a otros la nostalgia de una etapa donde se pide a gritos la ayuda de un adulto, porque, aunque varíen las circunstancias, en el fondo, los jóvenes experimentan sensaciones semejantes mientras van construyendo su individualidad. Y los padres de hoy recordarán las experiencias vividas en su propia adolescencia y aprenderán a escuchar a sus hijos, a no hablar tanto, a dejar que el adolescente se exprese, a no sermonear, a entender el mundo de sus hijos.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 164
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Miguel Ángel Núñez
Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.
Espejo para un adolescente
Miguel Ángel Núñez
Dirección: Pablo D. Ostuni
Diseño de tapa: Romina Genski
Diseño del interior: Giannina Osorio
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Printed in Argentina
Primera edición, e - Book
MMXX
Es propiedad. © 2006, 2020 Asociación Casa Editora Sudamericana.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
ISBN 978-987-798-210-7
Núñez, Miguel Ángel
Espejo para un adolescente / Miguel Ángel Núñez / Dirigido por Pablo D. Ostuni . - 1ª ed.- Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo digital: Online
ISBN 978-987-798-210-7
1. Psicología diferencial. 2. Adolescencia. I. Ostuni, Pablo D., dir. II. Título.
CDD 155.5
Publicado el 25 de junio de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)
E-mail: [email protected]
Web site: editorialaces.com
Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.
Dedico este libro a las personas más importantes durante mi adolescencia:
A Elia Orellana de Becerra, quien, entre otras cosas, me enseñó a ser agradecido.
A Sonia Wegner de Rodríguez. Entre sus grandes enseñanzas, me enseñó a no desanimarme.
A Sergio Olivares Peña, quien me escuchó durante largas horas.
A Samuel Carvajal, Juan Zúñiga, Filomena Quintana, Mario Saavedra, Andrés Veliz y Erick Thomann, quienes estuvieron conmigo en el momento exacto.
No importa que la vida nos haya cambiado y llevado por rumbos diferentes. El pasado no lo podemos desconocer.
Un libro no se escribe solo; afirmar algo semejante sería presunción. Un texto se redacta con la ayuda de muchas personas. Por este hecho, deseo agradecer especialmente a los jóvenes que han cooperado en esta empresa, sin saberlo. A quienes abrieron su corazón y me contaron lo que sentían. A quienes me dieron su opinión sobre lo que escribía. Y a quienes me permitieron el grato privilegio de conocerlos; a ellos, los primeros, mis alumnos.
También agradezco a las familias que gentilmente leyeron estas páginas con sus hijos adolescentes, para de esa manera valorar cuán cercanos o lejanos estábamos de la realidad.
Agradezco, como siempre, a mi entrañable esposa Mery, por su paciencia y apoyo. Sin ella, ni este libro ni ningún otro habrían sido posibles. También a Sergio Olivares, por leer el manuscrito y hacer acertados comentarios. A mi amiga, la profesora Sonia Wegner, por realizar la crítica del texto. A todos ellos, ¡muchas gracias!
Este libro vio la luz por primera vez hace casi una década. En todos estos años, muchas cosas han pasado en mi vida. Por ejemplo, no he vuelto a enseñar a alumnos de secundaria. Casi todo mi ministerio docente ha transcurrido con jóvenes universitarios. Sin embargo, vez tras vez he conocido a muchachos y señoritas que han crecido con este libro; quienes, en más de una ocasión, se dejaron guiar por las palabras aquí escritas. Ha sido una gran satisfacción poder abrazarlos. La experiencia de que un autor se encuentre con sus lectores es espectacular. Permite un diálogo de una forma diferente.
En todos estos años he aprendido que no importa en qué lugar viva un joven ni qué idioma hable, ni cuáles sean sus circunstancias vitales... sus problemas serán semejantes. Todo joven necesita identidad, sentido para su vida, saberse amado; estabilidad emocional y principios que guíen su vida. En cualquier latitud los jóvenes necesitan lo mismo.
Confío en que las páginas de este libro nos ayuden a todos a tender puentes entre nuestros prejuicios y la realidad. Para que entendamos que la adolescencia no tiene porqué ser difícil ni complicada; que, por el contrario, puede convertirse en una etapa extraordinariamente estimulante. Y que, finalmente, guíen y orienten el resto de la vida.
En esta edición hemos hecho correcciones de palabras. Algunas de ellas, adaptándolas mejor a los usos del lenguaje actual. En otros casos, los cambios han sido de fondo; sin embargo, se ha mantenido la lógica de promover un diálogo con el adolescente.
No es necesario leer el libro, desde la primera página hasta la última, en una lectura continua. Es posible que se recurra solo a la sección que más le impresione o que necesite el lector.
Si eres adolescente, comparte lo que piensas con tus amigos, y fundamentalmente con los adultos que te rodean. No temas hablar, pero, si no lo puedes hacer, muéstrales la página que quieres que ellos vean. Anhelo que puedas decir ¡esto es lo que siento!; ¡lo mismo me pasa! Deseo fervientemente que te reconozcas en estas páginas, y de esa forma sirva para que otros te conozcan más y te amen así como eres, y te ayuden en lo que puedes llegar a ser.
Si eres adulto, haz un esfuerzo y recuerda. Sumérgete en estas páginas pensando que eres adolescente, que estás temeroso ante lo que viene, que imploras ayuda a quienes te rodean. Escucha, y no hables tanto. Deja a tu adolescente que se exprese. No des sermones. No conviertas tus palabras en tesis moralizadoras. Tal vez, si escuchas más y hablas menos, entenderás ese mundo extraordinario que llamamos adolescencia y podrás apreciar mejor a ese maravilloso ser humano que Dios te ha dado como hijo o hija, alumno o alumna. Quizás, escuchando te puedas conocer más a ti mismo y comprender que –quienquiera que seas ahora– tú también fuiste un adolescente.
A los 14 años –cuando se supone que un adolescente comienza a vivir plenamente su etapa–, sufrí mi primera crisis y la que marcaría definitivamente mi vida.
Mis padres, que bordeaban los 45 años de edad y llevaban quince años de matrimonio, decidieron que fuera a estudiar a un colegio cristiano, distante a más de dos mil quinientos kilómetros de la ciudad donde vivía. Para llegar a ese lugar debía atravesar prácticamente casi todo el país.
Al principio tomé el asunto con gran regocijo, pues partiría a una especie de aventura. Mi padre, que era dueño de camiones, me envió al colegio con uno de sus choferes. Llegamos de madrugada, y una semana antes que comenzaran las clases. Pronto me integré a la vida estudiantil, y asumí ese año con toda la despreocupación propia de un adolescente que no tiene mayores dificultades por las cuales afligirse.
Ese año fue especial: jugué, hice amigos, estudié, aprendí a vivir lejos de mis familiares, empecé el proceso de independencia, y también le pedí a mi padre lo que se me dio la gana... y él me lo envió. Nada me faltó, ni lo más mínimo.
Cuando llegó el verano, partí de vuelta a mi hogar. El viaje fue placentero, lleno de expectativas. La posibilidad de volver a ver a mi familia me llenaba de alegría. ¡Iba rebosante de felicidad! Cuando llegué, me recibieron alborozados; mis hermanos menores reaccionaron como si llegara el hermano pródigo. Fue un lindo reencuentro después de un largo año lejos de casa. Poco me imaginaba que aquello era solo el preámbulo de una tormenta.
Al llegar, lo primero que hice fue preguntar por mi padre. Cuando pronuncié su nombre, mi madre escondió el rostro acongojada, y mis hermanos demudaron sus caras, entristecidos. Me quedé sorprendido. Al principio, creí que había partido a alguno de sus viajes y no lo vería sino hasta la vuelta de un mes o más, como era habitual; sin embargo, poco a poco intuí que aquello era mucho más que un viaje y que habrían de pasar muchos años antes de pensar siquiera en un regreso.
Cuando supe todo lo que había pasado, mi primera reacción fue de rabia. Yo preguntaba constantemente: ¿Por qué no me avisaron? Pero, todos mantuvieron silencio y me di cuenta de que era inútil seguir insistiendo.
Al principio, no caí bien en la cuenta del significado real de aquella situación, pero, cuando vine a captar el sentido de todo aquello, la angustia inundó mi mente; angustia que poco a poco se convirtió en resentimiento, actitud que me acompañó por casi ocho años. En varios pasajes de mi vida durante ese tiempo deseé en realidad que mi padre hubiese muerto; al menos lo habría llorado con sentido. Pero, su partida así, silenciosa, como huida en la noche, me parecía cruel, amarga, cobarde y terriblemente frustrante.
Cuando terminó el verano, mi madre insistió en que no debía quedarme en la casa, que debía volver al colegio. Yo insistía en quedarme porque, siendo el mayor de los cinco hijos, me sentía responsable de ayudar y ponerme a trabajar, pero, ella se opuso tenazmente a cualquier idea semejante. Así que, con 15 años a cuestas, con una maleta y sin nada de dinero, partí de regreso, con la incertidumbre marcada en mi rostro y en mi mente. Al llegar al colegio fui aceptado sin tener dinero y con el compromiso de trabajar. Allí comenzó la etapa más difícil de mi vida. El año anterior había sido un adolescente relajado, tranquilo, sin aparentes problemas, aparte de los normales de mi edad. En el siguiente período escolar, me convertí en una persona retraída, meditabunda, miedosa y pobre, muy pobre; tanto que durante cuatro años no pude comprarme un par de zapatos y al cabo de cinco años compré recién mi primer traje.
Allí aprendí el significado de la palabra “necesidad”. Aprendí a llorar en silencio, a esconder con dignidad mi pobreza. Mientras mis compañeros jugaban, yo debía trabajar; cuando ellos dormían, yo estudiaba. Fueron años en los cuales pasé abruptamente de la confianza complaciente a la dependencia insegura.
Después de cuatro años, cuando ya estaba comenzando a aceptar la situación y cuando decididamente quería salir adelante a toda costa, busqué a mi padre, a quien durante todo ese tiempo no había vuelto a ver. Me dirigí a la capital donde sabía que se había radicado y comencé a preguntar. Fueron dos semanas tortuosas. Empecé preguntando a cuanto camionero viese en la calle, hasta que alguien dijo conocerlo y me dio señas posibles de donde ubicarlo. Me dirigí hasta el lugar y pregunté a cualquier persona que veía. Hasta que finalmente supe cuál era su hogar. Esperé dos días enteros en la esquina de esa casa, con angustia, con rabia contenida, hasta que al segundo día apareció en la calle. Cuando me vio titubeó, y sin hacerme pasar a su casa caminamos durante largo rato en silencio. Ese día no hablamos, parecía no ser necesario...
Debió pasar mucho tiempo hasta que realmente habláramos y pudiese perdonarlo. Cuando eso sucedió, mi vida sufrió un cambio. El resentimiento que acumulé por tanto tiempo dio paso a una nueva alegría. Pude asimilar la situación cuando comprendí que no podía vivir amargado por las decisiones que mi padre tomó. El factor principal para que esto ocurriese fue haber conocido acerca del amor incondicional de Dios y la comprensión amante de quienes me rodeaban de manera más cercana.
Hoy, después de mucho tiempo, nuevamente somos amigos. Aún no comprendo plenamente lo que pasó, sin embargo, ya no hablamos de eso. Yo lo visito en su casa y conversamos como si nunca hubiera habido un quiebre; como si nunca él nos hubiese abandonado.
Fui un adolescente como muchos, pero no tuve a mi padre y a mi madre al lado para verme crecer. Crecí con padres sustitutos, con personas adultas que, consciente o inconscientemente, me ayudaron a ver que la vida no era tan amarga como la vi en algún momento. Me enseñaron a amar, a comprenderme a mí mismo, a perdonar. Junto a gente que me era extraña conocí el significado de la palabra “solidaridad”. Junto a personas que nada tenían conmigo aprendí a ser adulto. A ellos les debo lo que soy. A esas personas que, en silencio y sin retribución, estuvieron a mi lado cuando no tenía a quienes deberían haber estado.
Hoy, mirando hacia atrás, no puedo dejar de sentir cierto dejo de nostalgia. Sin embargo, aunque las heridas siempre cuentan, siento que he ganado. En muchos aspectos aprendí a contentarme con pequeñas cosas, con gestos insignificantes.
Este libro nace como una catarsis, como una forma de contar a otros la nostalgia de una etapa en la que se pide a gritos la ayuda de un adulto. No todo lo que está escrito es autobiográfico; es, más bien, el reflejo de cientos de conversaciones de mi adolescencia y de mi etapa de adulto con adolescentes. Es la constatación de que, aunque varíen las circunstancias, en el fondo siempre los jóvenes experimentan sensaciones semejantes. Muchas de estas páginas nos hablan de un momento difícil, amargo, tortuoso. Sin querer con eso cargar las tintas sino, más bien, dar a entender explícitamente que, si bien hay muchos momentos de alegría, estos son los más fáciles de manejar; el problema es con los otros instantes. Y precisamente pensando en esos momentos especiales hemos escrito muchas de estas páginas, para que al menos alguien entienda qué es lo que pasa por la mente de ese maravilloso ser humano que llamamos “adolescente”.
Este libro está escrito para ser leído en dos partes. Una, para que se sienta que es la voz de un adolescente la que habla. La otra para que se vea reflejada esa voz en la voz de un adulto; de alguien que representa la vida que ya ha pasado, ese adulto que puede ayudarnos a crecer porque ha vivido el camino antes.
No está escrito para que sirva de estudio sesudo, sino para que sea el inicio de un diálogo. Para que adultos y adolescentes crezcan juntos conociéndose.
Espero que estas páginas sean leídas por jóvenes junto con adultos, y confío que sirva como reflexión y ayuda para quienes aman honestamente a sus adolescentes, ya sean hijos, alumnos o amigos, y esperan, con la ayuda de Dios, hacer por y con ellos lo mejor posible.
Con mis mejores deseos,
Miguel Ángel Núñez
En la siguiente sección se plantean textos cortos escritos en primera persona, como si fueran la voz de un adolescente. El objetivo es servir de “ESPEJO”, para que el joven o la señorita se vean reflejados en dichas palabras.
Al igual que la siguiente parte del libro, después de cada texto vienen algunas preguntas que están planteadas con el objetivo de servir de base para un diálogo en torno al escrito.
Se agrega, en cada texto, una pequeña cita que sirve de refuerzo a lo planteado.
Parado frente al espejo, me pregunto simplemente: ¿QUIÉN SOY?
Me asaltan las dudas. Quisiera saber para qué estoy en el mundo. Desearía conocer lo que el futuro me tiene preparado.
De a ratos siento una alegría inmensa y me creo dueño del mundo. En otros instantes, el miedo me impide pensar.
Me aterra lo que viene, pero, al mismo tiempo y con igual intensidad, quisiera que el mañana llegara pronto. De igual modo, muchas veces desearía que el momento actual no pasara.
Cada día lo vivo con una incertidumbre que me desconcierta. A veces parece que tuviera la respuesta, pero casi siempre voy como sonámbulo, sin saber efectivamente qué es lo que quiero ser o hacer. Quisiera que todo fuera más fácil.
¿Te has sentido de esa forma alguna vez?¿Qué has hecho en esos momentos?¿Puedes contarle a alguien lo que te sucede?Para reflexionar:
“La vida cobra sentido cuando descubrimos su razón de ser. Las preguntas: “¿Por qué vivo?” y “¿Para qué vivo?” sugieren la clave del sentido mismo de la vida” (José D. Camacho).1
“Para aprender a agradarse o a amarse a sí mismo, en primer lugar se debe indagar quiénes somos y cómo fue que llegamos a ser la persona que somos. Nuestro nombre no es nuestra identidad. Ni lo es nuestro desempeño como madre, estudiante o empleado. Somos más que el papel que desempeñamos en la vida” (Cecil G. Osborne).2
1 José D. Camacho, Juventud en revolución (Miami: Logoi, 1974), p. 41.
2Cecil G. Osborne, ¡Ámate siquiera un poco! (Miami: Caribe, 1982), p. 8.
Sé con certeza que el cambio más profundo en mi vida se ha producido en mi mente. Ha cambiado radicalmente mi manera de pensar. A cada momento rotan cientos de preguntas, como maleza que nunca acaba. A veces me siento tan confundido que llego a pensar que soy el único ser incomprendido.
A diferencia de lo que dicen otras personas, creo que en esta etapa es cuando uno debe tener más ayuda. Es necesario que alguien esté a nuestro lado para guiarnos en esta búsqueda incesante de respuestas coherentes.
Por esta razón, por la confusión y todas las ideas revueltas que tiene uno en la mente, es que se busca ser mayor y, al mismo tiempo, se quiere volver a ser niño; en el fondo por temor al futuro, a las ideas, a las responsabilidades, a las preguntas... en fin, a casi todo.
Para mí, la adolescencia es una etapa de decisiones, y la considero la más difícil, aunque he escuchado a algunos decir que los adultos también se sienten en dificultades. Pero, creo que nunca tanto como cuando se es adolescente.
Si tuvieras que definir la adolescencia, ¿cómo lo harías?