Eva contra Eva - Dulce María Sotolongo Carrington - E-Book

Eva contra Eva E-Book

Dulce María Sotolongo Carrington

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Beschreibung

Profana el eterno dilema shakesperiano del ser o del no ser, hace de la fantasía realidad que la burla con coqueteos estridentes de su andamiaje narrativo, en los cuales la fantasía ya no es fantasía, sino la vida ensimismada de quehaceres impugnados, abismos caracterológicos, resignaciones adoloridas de tanto padecerse. Es Eva contra Eva la mujer que nunca acaba de hacerse cognoscible y busca una satisfacción donde no caben las alegorías, sino dogmas impuestos, el lúgubre latigazo de la incomprensión, la mordaza escéptica que Eva ˗generadora del pecado original˗, aún busca desprender definitivamente de su género humano.

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Seitenzahl: 143

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Ähnliche


Índice de contenido
Eva siempre Eva
Una mujer
Eva contra Eva
Solo de Eva
La mujer y el muro
La lista
Eva y el tabaco
El otro cuerpo de Eva
Eva y sus demonios
El adivinador
Yolanda, eternamente Yolanda
Código de dos
Eva y la isla
Días de libélulas
Eva y el piano
Cuando se apagan otras luces
Eva y la metamorfosis
Revelación
Amelia
Cuentos de camellos
X y la penumbra o “El país del otro”
Only you
El falo de Alejandría
Ama de casa
Plasmamanía
Tele-escape
La cama
El Otro
La manisera
Café…Cubita…Café
El café nuestro de cada día
Animal Prehistórico
Trilce
Mira la bolita
Eva y el diablo
La Misión

Dulce María Sotolongo Carrington (La Habana, 1963) Filóloga, escritora, editora y periodista. Miembro de la UNEAC. . Ha publicado, entre otros títulos: Té con limón, antología erótica femenina en coautoría con Amir Valle (Ed. Oriente, 2001), Nosotras dos, primera antología lésbica cubana (Ed. Unión, 2013); No me hables del cielo, novela (Ed. Letras Cubanas, 2014). Sus cuentos aparecen en antologías y revistas cubanas y extranjeras.

María del Carmen Sanabria Castillo (Matanzas, 1975) Médico especialista en Medicina General Integral. Poeta y ­narradora. Miembro de la UNEAC. Egresada del Curso de narrativa del Centro Onelio Jorge Cardoso. Ha publicado entre otros títulos: Noticias del agua (Ed. Extramuros, 2001); Animales que me cuentan (Ed. Extramuros, 2005), y Un pedazo de alama, antología de médicos escritores en coautoría con Luis Vaillant. Sus cuentos aparecen en antologías y revistas cubanas y extranjeras.

Edición: Bertha Hernández López / Susana García Amorós

Ilustración de cubierta: Denis Núñez

Diseño de cubierta e interior: Marcel Mazorra Martínez

Realización: Yuliett Marín Vidiaux

Conversión y revisión del ebook: Ana Molina G.

© Dulce María Sotolongo Carrington María del Carmen Sanabria Castillo, 2016

© Sobre la presente edición:

Ediciones Cubanas, Artex, 2017

ISBN 978-959-7245-64-3

Sin la autorización de la editorial Ediciones

Cubanas queda prohibido todo tipo de

reproducción o distribución de contenido.

Ediciones Cubanas

5ta Ave. No. 9210. Esquina a 94. Miramar. Playa

e-mail: [email protected]

Telef (53) 7207-5492, 7204-3585, 7204-4132

A Susana García Amorós, quien me inspiró este libro

A Keyla Pacheco de Moya, protagonista de algunas de estas historias

A Gloria Carrington Madrigal, in memoriam, que fue mi mejor lectora

A Arabella Sotomayor, por su santidad como mujer

El enemigo de la mujer es la propia mujer.

MariBlanca Sabás Alomá

Eva siempre Eva

Si los platos limpios son de ambos,que los sucios también lo sean.

Grupo feminista ATEM

Según Génesis (2,3) la serpiente era más astuta que todos los animales salvajes que Dios creara. Inducida por su sagacidad hizo que la mujer probara un fruto del árbol prohibido por él, que se alzaba en medio del jardín de Edén: Dios sabe que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y entonces serán como Dios. La mujer vio que el fruto del árbol era hermoso y le dio ganas de probarlo y de llegar a tener entendimiento. Luego lo dio a su esposo y él también lo comió. Entonces se percataron que estaban desnudos y cosieron hojas de higuera y se cubrieron con ellas.

Cuando Dios descubrió la desobediencia de ambos los castigó. La serpiente se arrastraría de por vida. A la mujer le indicó: Aumentaré tus dolores cuando tengas hijos, y con dolor los darás a luz. Pero tu deseo te llevará a tu marido, y él tendrá autoridad sobre ti…

Obviaré escribir el castigo que le tocó a Adán. No por problemas de machismo, sino porque el presente libro de relatos trata sobre:

La mujer —persona adulta del sexo femenino entre otras acepciones del Diccionario de uso del español de América y España, único que tengo a mano en mi PC— ha sido objeto de discriminación a lo largo de la historia desde su participación protagónica en el “pecado original”, en el cual, sin ofender al Creador del universo, llevó la peor parte.

El hecho en sí que se recoge en la “Génesis” del Libro Sagrado quizás dio lugar a que, a partir de ese instante, condenados a la mortalidad con todas las incógnitas que ella recepta (y de la cual somos partícipes como descendientes), los conceptos evarianos se llenaran de antónimos en las acciones que, más que hacer de la mujer sujeto respetado y considerado, la consumiera entre lavas de intolerancia, desigualdad, irrespeto y desconsideración.

Por siglos ha llevado sobre sí el peso de las labores domésticas, las molestias de la gestación, los dolores y peligros a los que se ve expuesta en el parto de sus descendientes; la lactancia, educación y responsabilidad sobre los mismos, porque, a pesar que durante la cópula se depositan las semillas a partes iguales (óvulo y espermatozoide), la encomienda de traer al mundo un nuevo individuo le corresponde por entero.

Esclavizada por leyes y normas sociales que vejan no solo su cuerpo —recordemos aquellas que aún sufren ablación (extirpación) del clítoris o infibulación (clítoris y labios mayores y menores) en determinadas comunidades afroasiáticas o las que tienen que esconderse detrás de calurosas burkas que encarcelan su apariencia—; sino también su espiritualidad, criterios e independencia. Marginadas por estatutos religiosos, políticos, éticos y estéticos, la mujer ha tenido, y aún lo hace, que combatir muy duro para quitar de encima las marcas del machismo, racismo, segregación, xenofobia, falta de libertad; y ejercer su convivencia sin derecho al pleno disfrute del placer sexual y psicológico; y el mérito que conlleva mantener la natalidad en un mundo envejecido por los vicios, terrorismo, desacatos, trastornos graves en la comunicación y otros cuya lista haría interminable este prólogo.

Más que los hombres, la mujer ha sido víctima de crímenes de lesa humanidad, recogidos en el Estatuto de Roma el 17 de julio de 1998, durante la Conferencia Diplomática de plenipotenciarios de las Naciones Unidas sobre el establecimiento de una Corte Penal Internacional.

Infinidad de siglos de asesinatos, torturas, violaciones sexuales, secuestros, desapariciones, prostitución o esclavitud sexual, encarcelamientos o acosos por incomprensiones religiosas, políticas, étnicas, o de orientación sexual, entre otras, tuvo que transitar la mujer para que hoy tenga igualdad de derechos con respecto a los hombres, cuestión que aún, en tiempos donde la tecnología acapara la transitoriedad de la existencia, no ha sido totalmente resuelta.

La pobreza de unas, el desamparo de otras, la irracionalidad, temores, agotamientos físicos y psíquicos, descortesía y aplanamiento afectivo por un gran porciento del género masculino (mencionémoslos a ellos solo en este párrafo), entre decenas de variables, aumentan la desproporción hombre/mujer a tal magnitud, que aunque no son pocas las defensas en pro de un adecuado cauce a tales limitantes, continúa la mujer desemancipada y mercantilizada dentro de un océano de azares, desbalances, vandalismo y omisión de sus potestades.

Grandes avances se han logrado en la autonomía femenina, sin embargo costaron siglos de sudor, contrapunteos y muertes.

Si nos remontamos al proceso histórico social en la edad contemporánea, desde las postrimerías del siglo xviii, en plena revolución francesa, se viene propulsando la reivindicación de los derechos feministas o la igualdad de derechos entre ambos sexos, lo que significaría la emancipación de la mujer, que a lo largo de cada época, en la totalidad de civilizaciones, fue de subordinación. Con respecto a ello, el mito del matriarcado no manifestaría una realidad histórica de predo­minio femenino, sino una realidad antropológica distinta.

Durante la revolución francesa de 1789 la disputa por los derechos políticos de la mujer se inició de manera infructuosa. Las querellantes denunciaron que la libertad, igualdad y fraternidad solo hacía partícipe a los hombres. Una de las protestantes más fibrosas fue Olympe de Gouges, autora de la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, en 1791, dos años después de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. El documento escrito por ella reclamaba para las mujeres iguales derechos políticos y de sufragio. Si ellas podían subir las escaleras al cadalso, podían también ocupar cargos públicos. No tuvo éxito. En la saturada vorágine del pavor revolucionario murió ajusticiada en la guillotina. Pocos años después Napoleón, en su código legislativo, sometería a la mujer a una estricta autoridad masculina mucho más enérgica.

A fines del siglo xix se consiguió el sufragio femenino (ya las mujeres podrían tener derecho al voto); y pronto el siglo xx acogió el feminismo, cuyos objetivos incluían la igualdad en todos los ámbitos. 1975 fue declarado Año Internacional de la Mujer por la Organización de Naciones Unidas, y en torno a esa fecha la mayor parte de los países promovieron la equiparación legal. Desde fines del siglo xx, el objetivo ha pasado a ser la realización material de ese principio legal a través de políticas activas como la denominada discriminación positiva, que busca mejorar la calidad de vida de aquellos grupos sociales que sufrieran discriminación negativa, compensándolos por los prejuicios heredados del pasado.

En 1977 la ONU proclamó el 8 de marzo como Día Internacional de la mujer, fecha que se celebra en muchos países del mundo. La primera convocatoria tuvo lugar en 1911 en Alemania, Austria, Diamarca y Suiza y su conmemoración se desarrolló, desde entonces, en numerosos estados.

Fue Clara Zetkin —política comunista alemana— quien propuso la idea del Día de la mujer trabajadora, que más tarde se convertiría en el Día Internacional de la Mujer en consideración a que, el 8 de marzo de 1909, un incendio originado en una fábrica de Nueva York ocasionó la muerte de 129 mujeres.

Imposible sería enumerar las féminas que a lo largo de la historia de la humanidad luchan o mueren por la justa y plena igualdad de derechos.

Cuba no ha estado exenta de tales batallas. En su guerra por la independencia muchas mujeres sumaron a su condición de mambisas a las de madres y esposas. Recordemos la voz enérgica de Ana Betancourt cuando se alzó en la Asamblea de Guáimaro, por solo poner un ejemplo. En la república ardua fue la lucha de la mujer por la obtención del voto y otras prebendas sociales como el derecho al aborto, etc. Indispensable resulta mencionar a MariBlanca Sabás Alomá fundadora del Primer Congreso de Mujeres, quien defendió a la mujer trabajadora, periodista que desde las páginas de Carteles libró una ardua lucha por la igualdad de géneros.

Con el triunfo de la Revolución en 1959, la mujer ha logrado emanciparse gracias al empeño de nuestro gobierno en que, como los hombres, pueda alcanzar el pleno ejercicio de sus derechos a través del trabajo diario, y se les habilitan caminos para lograr su justo lugar en la sociedad que hoy vivimos. La Federación de mujeres cubanas, el proyecto Ana Betancourt para mujeres campesinas, las Casas de orientación a la mujer y la familia, entre otros, son muestras de ello; sin embargo, a pesar de que puedan ocupar rangos importantes dentro de la dirigencia estudiantil a todos los niveles, militar dentro de las filas de cualquier organización con mejor tesón del que pudiera hacerlo un hombre, formar parte del Consejo de Ministros de Cuba, y hasta ganar méritos insospechados en los campos empresariales, de la medicina, educación, ingeniería, comunicaciones, turismo, deporte y cultura; aún existen y persisten discriminaciones donde el racismo, machismo, intransigencia y muchos otros índices de separatismo doblegan en ciertas circunstancias su total y libre autoridad.

Hace veinticinco años que trabajo como psiquiatra. De cada 10 pacientes que atiendo en mi consulta, 7 son mujeres. A veces no acude ningún hombre. ¿Por qué? Difícil respuesta, que depende en definitiva de los cánones sociales en los que se imbrica como ser humano.

Hilvanando cabos —como decimos generalmente—, se enfrentan a infidelidades de pareja o maltratos de esta (físicos o psicológicos); desavenencias con los jefes o demás trabajadores, diferencias generacionales, agravio por parte de los hijos que procrearon u otras personas que componen su núcleo familiar y suman dificultades en la convivencia, sobre todo por la comunicación y pérdida de valores que atacan hoy a la sociedad con todos y para el bien de todos que soñara Martí. Siguen algunas mujeres llevando el hogar a cuestas como tortugas, con todo lo que significa hacer magias —más que actos—, de paciencia, ante la escasez de recursos, la perfección que se les exige y los problemas que, a diferencia de lo que debiera esperarse, engordan estos tiempos hasta hundirlas en un océano sin remedio, causándoles a una gran multitud trastornos depresivos, neurasténicos, ansiosos; volviéndolas insomnes, irritables, atemorizadas, agotadas y perturbadas.

Debido al estrés las mujeres pierden a veces el interés por la alimentación, las relaciones sexuales o los amigos —al igual que los hombres—, pero en sus casos, experimentan determinados síntomas clínicos que les son totalmente propios, ante los cuales la medicación ayuda, pero no quita de encima las causales que los originan.

Ahora cabe otra pregunta más interesante: ¿la discriminación de la mujer solamente la cometen los hombres?

Sin pretender ser erudito en tales discrepancias les detalla­ré algunos de los motivos de consulta de esas 7 mujeres:

1.— Mi suegra y yo no nos soportamos.

2.— Mi jefa la tiene cogida conmigo.

3.— No puedo ya con mi hija ni esa amiguita que tiene ahora.

4.— Dice “mi familia” que soy alcohólica.

5.— Mi vecina me está haciendo la guerra, tan envidiosa que es…

6.— La familia del hombre con el que vivo hace ¿…? años, me discrimina.

7.— Mi mamá me tiene loca desde que se demenció con el Alzheimer; ya no la resisto…

No quiero respuestas, solo haré la siguiente pregunta: ¿es el género masculino en los anteriores casos (pudieran ser más) el arbitrario?

Vuelva a leer si lo desea y saque usted sus propias conclusiones.

Creo que tengo derecho, como progenitor del siguiente prólogo y especialista en la materia de la Psiquiatría de dar las mías. (No crea el lector que trato de defender al género sexual al que pertenezco).

La mujer también se discrimina o es discriminada por otras, algo que hace más preocupante las variables de su emancipación.

Desde tiempos remotos las esclavas fueron discriminadas por sus amas. En estos tiempos tan frágiles que vivimos en cuanto a tolerancia y amparo, las mujeres que son amas se consideran esclavas producto que, la concepción que por siglos se transmitió de generación a generación, así lo grabó en sus subconscientes, y por tanto les echa encima, como enorme cruz, aquello que desde tiempos remotos sus ancestros proclamaron debía cargar. Así las cosas soportan el adulterio, “porque el hombre es hombre”, aunque en su mente sean infieles huyen del divorcio “porque es el padre de mis hijos”, o “por mis hijos”.

Conjugan el racismo consigo mismas, son “negras a mucha honra”, aunque nadie saque a colación que la raza sea un mérito, y en el peor de los casos, cuestiones estéticas referentes al linaje.

Se hunden en el vicio del alcohol, la marginalidad, promiscuidad, drogadicción, atendiendo, más que a patrones femeninos de libertad e igualitarismo, al libertinaje de género, que es totalmente diferente y discordante.

La unidad mujer/mujer debe hacerse real; partir de un vínculo armónico que subraye lo diáfano. La comunicación activa y consecuente en estos tiempos que vivimos debe ser restaurada. Por incómodos senderos atraviesa la disciplina social, el amor al prójimo y la paciencia (no se entienda aguante); sin embargo la mujer debe tomar muy en serio algunas orientaciones que las hagan respirar con más amplitud su economía de recursos.

1.— Debe aprender, en primer lugar, a reconocerse como mujer, anatómica y psicológicamente. Amar su cuerpo y genitales tal como son y defender su autoestima sin llegar al egocentrismo.

2.— Tiene el derecho inalienable de delegar responsabilidades que no le sean inherentes o sí (entiéndase laborales y familiares)

3.— Tiene derecho a ser libre en su intimidad, aunque ello conlleve cambiar normas y hábitos de su pareja, siempre en común acuerdo y sin discrepancia para lograr el placer a plenitud. De no conseguirse tiene derecho a divorciarse y buscar otras alternativas donde logre su disfrute sexual y espiritual.

4.— Tiene derecho a evitar ser manipulada, objetizada, mercantilizada u obligada a ejercer algo con lo que está en desacuerdo.

5.— Tiene derecho a elegir el momento de su fecundidad sin imposiciones de cualquier ente social.

6.— Debe solidarizarse con sus causales, pero respetando, tolerando y amparando las causales de otros.

7.— Debe aprender a diferenciar la libertad o emancipación femenina, del libertinaje.

8.— Tiene derecho a ser comprendida y socorrida en todas las etapas que atraviesa su género: niñez, adolescencia, adultez, matrimonio, embarazo, puerperio, climaterio y envejecimiento, pero también a comprender y socorrer a las demás.

9.— Tiene derecho a la diversión sana y adecuada.

10.— No decir nunca “tengo problemas”, sino “situaciones”; y de estas últimas debe aprender a diferenciar cual puede ser arreglada a corto plazo, cual en un tiempo mayor, y cuál ¡NO! tiene arreglo, o no le pertenece. La palabra PROBLEMA crea en la mente un status diabólico.

Aunque pueden ser ilimitadas, las anteriores sirven para que la mujer cubana no busque en los fármacos su sosiego psíquico y sepa conducirse ante conflictos como los que plantea el presente libro de relatos.

El tema Mujer tratado por mujeres escritoras, filósofas, militantes, feministas, desde épocas remotas es extremadamente abarcador, por lo que se hace difícil escribir en este prólogo lo que llevaría cientos de pliegos, sin embargo necesario es remontarse a la —quizás— primera obra donde la mujer defiende sus derechos. Lisístrata, obra teatral de Aristófanes (famoso comediógrafo griego) escrita en el año 411 a. C., plantea una huelga sexual de las mujeres. No obstante, a pesar de todos los siglos transcurridos, ha logrado convertirse en símbolo de la lucha por la paz. Su nombre —en griego significa “la que disuelve el ejército”— sirvió para nombrar el Proyecto Lisístrata; acto teatral que se efectuó simultáneamente el 3 de marzo del 2003 en más de 40 países en favor de la paz. Más de un millar de personas realizaron 700 lecturas dramatizadas de la obra, a beneficio de organizaciones que trabajan por la paz y ofrecen ayuda humanitaria.

Sirva, como ejemplo de esta lucha de géneros sexuales, el siguiente fragmento: