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A más de treinta años de haberse publicado Explosión en Tallapiedra, esta novela continúa siendo un hito que señala el punto de partida de la literatura policíaca cubana, como expresó Félix Pita Rodríguez al premiarla. El tratamiento de un héroe diferente al que la literatura acostumbraba a reflejar, la historia de un hecho policíaco cuyo objetivo era sabotear la planta eléctrica más importante en Cuba, narrada con estilo y estructura novedosos, justifican la tesis del intelectual. Con esta reedición prologada por Daniel Chavarría, quien llevó a la cima al género policíaco, rendimos justo homenaje a su iniciador, Armando Cristóbal.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
Jurado: José Antonio Portuondo
Félix Pita Rodríguez
Capitán Rafael Garrida
Primer teniente Omar Hernández
Edición: Martha Pon Rodríguez / Diseño de la colección: María Elena Cicard Quintana / Cubierta: Alexis Manuel Rodríguez Diezcabezas de Armada
Letras Cubanas, 1972
© Armando Cristóbal Pérez, 2019
© Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2019
ISBN: 9789592115316
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Cuando en 1972 el Ministerio del Interior decidió convocar un concurso literario de género policial, no existían antecedentes suficientes en la literatura nacional de obras que abordaran esta temática. Entre los objetivos fundamentales del concurso quedaron establecidos, tal y como se han mantenido hasta ahora, el dar a conocer la lucha realizada por nuestro pueblo contra sus enemigos, la estrecha relación entre el Ministerio del Interior y las masas en la lucha común, y la valoración política de esta actividad en defensa de la Revolución.
Aquella primera convocatoria no tuvo un carácter público y solo concursaron miembros del MININT. Por esta razón, y por la presencia de algunos elementos tomados de la realidad que aparecen en la obra, Explosión en Tallapiedra no ha sido publicada hasta ahora.
El mantenimiento de iguales objetivos en el concurso, el desarrollo alcanzado por el género policial en nuestro país, el tiempo transcurrido y las transformaciones que ha propiciado nuestro proceso revolucionario, hacen posible y provechosa la publicación de esta novela.
DIRECCIÓN POLÍTICA DEL
MINISTERIO DEL INTERIOR
Cuando en 1972 se reunió por primera vez el jurado del recién nacido Concurso «Aniversario de la Revolución», convocado por el Ministerio del Interior, sus cinco miembros votamos, nemine discrepante, por Explosión en Tallapiedra,del entonces primer teniente Armando Cristóbal Pérez, como la merecedora indiscutible del galardón entre las novelas presentadas.
Para los que habíamos defendido la tesis de que una literatura policial cubana era posible, contraponiéndola al curioso, singular tabú, de rancia estirpe malinchista, que proclamaba sin aducir razones valederas que tal cosa era simplemente absurda, Explosión en Tallapiedra era como un inicial certificado de victoria.
Teníamos en las manos una novela en la que se conjugaban con gran destreza los valores tradicionales del género en todas las literaturas, con los requerimientos planteados en las bases del Concurso: Dar a conocer la lucha realizada por nuestro pueblo contra sus enemigos, la estrecha relación entre el Ministerio del Interior y las masas en la lucha común, y la valoración política de esta actividad en defensa de la Revolución.
Y era precisamente en esta aleación, a la que se había calificado de imposible, en la que basaban su argumentación los escépticos.
Explosión en Tallapiedra aunaba de modo insuperable —y muy por encima de lo que esperábamos, pues lo habíamos pensado tarea lenta y prolongada a conseguir por etapas—, los valores esenciales ya clásicos, que convirtieran al género policial, al decir de muchos, en el primero y de mayor aceptación de nuestro tiempo, con los severos requerimientos, por algunos señalados como limitación insalvable, que la convocatoria exigía. Ello significaba, sin dejar resquicio para la duda, que el principal obstáculo alegado, considerado como infranqueable, había sido salvado limpiamente y en el primer intento, lo que confería a su autor categoría de iniciador.
Pero no era este el único mérito que los jurados señalaron en la novela de Armando Cristóbal Pérez. Había algo más en lo que todos convinimos de inmediato: su audacia estructural, la originalidad de los recursos formales que el autor había montado sabiamente para lograr una estructura adecuada, a la vez incitante y serenamente reflexiva. Todos los elementos que integran el perfil clásico de la novela policial, estaban en ella. Y con ellos, en sutil y compacta aleación que enriquecía el resultado final, estaban los otros, los que por proceder directa y únicamente de la realidad revolucionaría, iban a dar a la literatura policial cubana el perfil y el relieve que ya la singularizan.
Explosión en Tallapiedra debe, pues, ser considerada para la historia de la narrativa policial cubana como el hito señalador de su punto de partida, su inicial realización lograda. Y todos los que de un modo u otro participamos en esta aventura que ya hoy podemos calificar de victoriosamente culminada, tenemos la obligación de ser un poco sus historiadores, señalando los derroteros seguidos y las batallas empeñadas, y colocando en el lugar que les corresponde a los que asumieron la difícil tarea de abrir con la marcha los caminos a transitar.
A Armando Cristóbal Pérez corresponde, por su Explosión en Tallapiedra, el hermoso galardón de iniciador. Un año después, en la segunda convocatoria del Concurso, ratificaría su derecho al título, al poner en las manos de los jurados otro libro aun más logrado y perfecto: La ronda de los rubíes, novela con la que volvió a conquistar el premio como la mejor entre todas las presentadas ese año, añadiendo así a sus indiscutibles méritos como iniciador del género, los que le califican sobradamente como destacadísimo cultivador de la narrativa policial cubana, a la que ha de enriquecer y perfeccionar en el futuro con nuevas muestras de su espléndido talento creador.
FÉLIX PITA RODRÍGUEZ
La acción de esta novela se desenvuelve a principios de la década del sesenta. Es decir, que el lector debe valorar históricamente situaciones que ocurrieron hace ya casi veinte años. Muchas cosas han cambiado desde entonces. En los métodos y acciones del enemigo. En el proceso mismo de nuestra Revolución. Pero la esencia de esta compleja batalla, parte de la cual se libra de manera anónima, los principios que rigen su existencia, se mantienen inalterables.
Las circunstancias en que fuera escrita condicionaron en buena medida el resultado. De escribirse en nuestros días, tal vez sería distinta formalmente. Entre las primeras obras del autor, adolece de los naturales defectos de casos similares. Se ha intentado rectificarlos. Se ha realizado una revisión general de la obra. Pero se ha pretendido que ello solo contribuya a una mejor comprensión y disfrute por parte, del lector.
De esta manera, por un elemental respeto histórico, se han mantenido el estilo y la visión general de cuando fuera escrita, aun a costa de mostrar sus indudables limitaciones en el plano estrictamente literario.
A. C. P.
La Habana, septiembre de 1978
A mediados del sigloXX, tras dos acerbas guerras mundiales, la aceleración del desarrollo industrial y el surgimiento de filosofías negativistas permean la literatura en general. Y según avizora don Alfonso Reyes, la única verdadera novedad positiva en el campo de la narrativa, es la novela policial.
En su obra Ensayos, 1949, el lúcido crítico mexicano se refiere a la muy difundida línea policiaca de los escritores hard boiled, como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, McCain y otros. Con valentía y total acierto, estos llamados “duros” norteamericanos solían denunciar en sus tramas, la falsedad del triunfalismo norteamericano de postguerra que se proclama pueblo elegido, imperio de la democracia y el derecho.
Ya en los tempranos años 40, los duros testimonian sobre la corrupción generalizada, la venalidad de la justicia vendida a los peores intereses y la connivencia de mafiosos y senadores. Por supuesto, muy pronto serían blanco de la cacería de brujas montada en Washington por el implacable senador McCarthy que los acusara de comunistas.
Sus personajes de la policía resultaban tan ladrones y asesinos como los delincuentes; y al difundirse por Europa, ese género de denuncia social pasó a llamarse “novela negra”, derivado de la Série Noir de la editora Gallimard, dirigida por el consagrado literato Georges Duhamel.
En 1971, el Instituto Cubano del Libro publicó la novela Enigma para un domingo, del escritor cubano Ignacio Cárdenas Acuña. Era la primera novela policiaca publicada en Cuba después del triunfo de la Revolución; pero de cubana solo tenía las locaciones en el Barrio Chino de La Habana. Se trataba de un calco muy aproximado de los personajes, el lenguaje y el estilo de las peripecias frecuentes en las novelas de Michael Spillane y otros autores norteamericanos de novela negra, emparentados con los duros por el tremendismo, pero no así por la áspera crítica a los desmanes del establishment conformista.
No obstante, el libro de Cárdenas, muy bien armado, tuvo una excelente acogida de público; y la Dirección Política del Ministerio del Interior, con una clara noción de cuánto puede influir el género policiaco en la formación cultural e ideológica de un gran público, concibió la idea de patrocinar un premio con otra orientación temática.
Se decidió llamarlo Premio “Aniversario de la Revolución”, y su primera convocatoria cerró la admisión de las obras participantes el 1º de enero del 72, en homenaje a la primera década de la gran gesta patriótica consumada ese día.
En las bases del Premio, entre sus objetivos fundamentales, se estableció dar a conocer la lucha realizada por nuestro pueblo contra sus enemigos. Se recomendaba destacar la estrecha relación entre los miembros de la PNR y la Seguridad del Estado con las masas populares; y enfatizar que pueblo y Estado eran una misma cosa, en su lucha común contra ladrones y asesinos, o en la captura de infiltrados y elementos contrarrevolucionarios al servicio de la CIA.
Nadie hubiera podido prever en ese entonces, ni los expertos en literatura, la influencia tan beneficiosa que el concurso anual del MININT ejercería sobre el desarrollo de la novelística en Cuba; y no solo de la línea policiaca detectivesca o de espionaje, sino en la narrativa general.
Un grave error entre principiantes con vocación de narradores, y en particular los de buena formación académica, era su intento por escribir novelas al estilo de los autores que ellos entronizaban como paradigmas. Los estudiaban a fondo, trataban de imitarlos; y en este intento fracasaron una y otra vez. Muchos jóvenes, llevados de sus apetencias estéticas, intentaron escribir al estilo de García Márquez, Vargas Llosa, Carpentier, Hemingway, Thomas Mann, y a lo largo de veinte años, nunca pudieron terminar una novela. Tras haber escrito una primera treintena de páginas, leían el resultado, lo comparaban con los de sus venerados ídolos y encontraban una diferencia tan abismal que optaban por romper sus cuartillas.
Algunos más contumaces y pacientes, lograban a empellones terminar una primera novela y la daban a leer a sus amistades que se las descalificaban con ásperas críticas.
Más de seis décadas antes de iniciar este prólogo, yo mismo escribí dos bodrios infames y pagué de mi bolsillo sendas tiradas de 300 ejemplares en una imprenta de Montevideo. Era entonces un comunista de barricada y aquellos dos primeros engendros solo me sirvieron para burla de entendidos y bostezos de mis camaradas profanos. Luego, fracasé en ocho novelas antes de llegar siquiera a un tercio de lo planeado; y solo a la edad de 45 años, gracias a la existencia del Premio MININT logré terminar y publicar en Cuba mi primera novela, Joy.
Otro muy diferente fue el caso de Explosión en Tallapiedra.
Cuando Armando Cristóbal Pérez conoció las bases del concurso “Aniversario de la Revolución” sintió el inmediato impulso de participar.
Su modesta producción literaria, iniciada en la adolescencia, se veía limitada por una fervorosa entrega a las tareas de seguridad nacional que le copaban casi todo el tiempo. Su agotamiento diario no le permitía casi nunca el tiempo de reposo que le reclamaba el organismo. Y mucho menos el ocio indispensable para inspirarse a borronear cuartillas.
Y si asumía la tarea de escribir una novela que satisficiera las bases del concurso, se vería forzado a inspirarse en situaciones convincentes y a tipificar los avatares de la pugna diaria contra el poderoso enemigo. Las bases del premio reclamaban también otra tarea mayor para un escritor poco fogueado: la siempre muy difícil humanización de los personajes mediante el recurso de mostrarlos por dentro.
No podía renunciar a aquel reto. Se le ofrecía la plausible alternativa de combinar su vocación literaria y el deseo de alcanzar, en una obra de gran circulación, los deseados perfiles éticos e ideológicos sin caer en reiteraciones “tecosas”.