Extraños ante el altar - Lynne Graham - E-Book
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Extraños ante el altar E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

"No digas tonterías, Leo, los extraños no se casan". Leo Zikos debería estar celebrando su próxima boda con su conveniente prometida, pero ella lo dejaba frío. Era una extraña de belleza natural, Grace Donovan, quien encendía su sangre. De modo que decidió aprovechar una última noche de libertad… Pero esa noche, y el resultado de la prueba de embarazo unas semanas después, destrozó los planes de Leo, que debía romper con su prometida y casarse con Grace. Ella no quería casarse con un hombre al que apenas conocía, pero Leo estaba dispuesto a reclamar a su heredero y tenía el dinero y la influencia necesarios para hacer que sus exigencias fuesen atendidas.

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Seitenzahl: 192

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Lynne Graham

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Extraños ante el altar, n.º 2423 - noviembre 2015

Título original: The Greek Demands His Heir

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7248-6

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Ah, por cierto, la semana pasada me encontré con tu futuro suegro, Rodas – comentó Anatole Zikos al final de la conversación telefónica– . Parecía un poco nervioso porque aún no habéis fijado una fecha para la boda. Han pasado tres años, Leo, ¿cuándo piensas casarte con Marina?

–Hemos quedado a comer hoy – respondió Leo con cierta ironía, indiferente al tono de censura de su padre– . Ninguno de los dos tiene ganas de ir corriendo al altar.

–Después de tres años, te aseguro que nadie va a acusaros de ir corriendo – replicó Anatole, sarcástico– . ¿Seguro que quieres casarte con ella, hijo?

Leo Zikos frunció las rectas cejas negras en un gesto de sorpresa.

–Pues claro que sí.

–Ahora ya no necesitas Electrónica Kouros.

–No es una cuestión de necesidad sino de sentido común. Marina sería una esposa perfecta para mí.

–No existe la esposa perfecta, hijo.

Pensando en su difunta madre, Leo apretó los labios para no decir algo que lamentaría después, algo que rompería la relación que había logrado afianzar desde entonces con su padre. Un hombre sensato no recordaba continuamente el pasado, se dijo, y su desventurada infancia en una familia con serios problemas entraba en esa categoría.

Al otro lado, Anatole dejó escapar un suspiro de frustración.

–Quiero que seas feliz en tu matrimonio – admitió luego.

–Lo seré – afirmó Leo con total seguridad antes de cortar la comunicación.

La vida era estupenda; de hecho, era fantástica, pensó esbozando una sonrisa que muchas mujeres encontraban irresistible. Esa misma mañana había cerrado un trato con el que había ganado millones, de ahí la llamada de su padre, que tenía razón al pensar que no necesitaba casarse con Marina solo para heredar la empresa Kouros. Claro que él nunca había querido casarse con Marina por su dinero.

A los dieciocho años, veterano de muchas guerras entre sus padres, había hecho una lista con los atributos de su futura esposa y Marina Kouros encajaba en todas las categorías. Era rica, hermosa e inteligente, además de haber recibido una educación tan exclusiva como la suya. Tenían muchas cosas en común, pero no estaban enamorados. Objetivos como la paz y la armonía familiar iluminarían su futuro en lugar de peligrosas pasiones y horribles tormentas emocionales. No habría desagradables sorpresas con Marina, una joven a la que conocía desde niño.

Era lógico que se sintiera satisfecho, pensó mientras su limusina lo dejaba en el puerto de la Riviera francesa donde lo esperaba su yate. Contento, subió a bordo del Hellenic Lady, uno de los barcos más grandes del mundo. Había ganado sus primeros mil millones a los veinticinco años y cinco años más tarde estaba disfrutando de la vida como nunca. Aunque el cruel mundo de los negocios era donde más disfrutaba, podía permitirse el lujo de tomarse unas vacaciones para recuperarse después de trabajar dieciocho horas al día.

–Me alegro de tenerlo a bordo de nuevo, señor Zikos – lo saludó el capitán– . La señorita Kouros está esperando en el salón.

Marina estaba observando los cuadros que había comprado recientemente. Morena, alta con una elegancia innata que siempre había admirado, su prometida dio media vuelta para saludarlo con una sonrisa.

–Me ha sorprendido recibir tu mensaje – Leo le dio un beso en la mejilla– . ¿Qué haces en esta parte del mundo?

–Voy a pasar el fin de semana cerca de aquí con unos amigos y he pensado que era hora de vernos – respondió ella– . Creo que mi padre ha estado hablando de la boda, ¿no?

–Las noticias viajan a toda velocidad – comentó Leo, burlón– . Aparentemente, tu padre está impacientándose.

Marina arrugó la nariz.

–Tiene sus razones. Debo admitir que últimamente he sido un poco indiscreta – comentó, encogiéndose de hombros.

–¿En qué sentido?

–Habíamos acordado que hasta que nos casáramos no tendríamos que darnos explicaciones el uno al otro – le recordó ella, con tono de censura.

–Sí, acordamos que cada uno viviría su vida hasta que el matrimonio nos forzase a sentar la cabeza – asintió Leo– . Pero soy tu prometido y creo que tengo derecho a saber qué tipo de indiscreciones has cometido.

Marina lo miró, enfadada.

–¿Que más te da? No estás enamorado de mí ni nada parecido.

Leo permaneció en silencio porque sabía que esa era la mejor manera de calmar a su temperamental prometida.

–Bueno, muy bien – soltó Marina con poca elegancia, tirando su pañuelo de seda sobre el sofá con un gesto petulante– . He tenido una aventura apasionada y ya sabes cómo son las malas lenguas… lo siento mucho, de verdad, ¿pero cómo puedo evitar que la gente hable de mí?

Leo irguió los hombros bajo la exquisita chaqueta.

–¿Cómo de apasionada? – preguntó, sin gran interés.

Marina puso los ojos en blanco.

–No tienes un gramo de celos en todo tu cuerpo, ¿verdad?

–No, pero me gustaría saber por qué tu padre está tan obsesionado con que nos casemos inmediatamente.

Marina hizo una mueca.

–Bueno, si insistes… mi amante es un hombre casado.

Su expresión se volvió seria, los oscuros ojos escondidos bajo unas largas pestañas negras. Estaba sorprendido y decepcionado. El adulterio no era aceptable y había cometido el fatal error de pensar que Marina tenía los mismos principios morales. Había tenido que soportar durante mucho tiempo las consecuencias de la aventura de su padre y no estaba dispuesto a perdonar las relaciones extramaritales. Era la única inhibición que tenía sobre el sexo; él jamás tendría una relación con una mujer casada.

–¡Por favor, no me mires así! – exclamó Marina a la defensiva– . Estas cosas siempre terminan, tú lo sabes tan bien como yo.

–No puedo decir que lo apruebe. Además, ese tipo de relación dañará tu reputación y, por lo tanto, la mía – dijo Leo con frialdad.

–Yo podría decir lo mismo sobre la bailarina de striptease con la que navegaste por el Mediterráneo el verano pasado. ¡No creo que estar con esa fresca diese lustre a tu sofisticada imagen! – replicó Marina, hiriente.

Leo no se inmutó. Pocas cosas perturbaban a Leo Zikos. El sexo era tan importante para él como las comidas ordenadas y el ejercicio, pero no era más importante que ninguna de esas dos cosas. Era un hombre práctico y no veía necesidad de dar explicaciones cuando Marina y él aún no habían compartido cama. Que los dos hubieran decidido tener amantes durante su largo compromiso los había convencido de que sería mejor reservar el sexo para cuando estuvieran casados.

«La esposa perfecta no existe», había dicho su padre una hora antes, pero Leo no había esperado tener tan pronto la prueba de esa afirmación. Su opinión sobre Marina había bajado varios enteros porque no parecía ver nada malo en acostarse con el marido de otra mujer. ¿Sus ideas sobre ese asunto serían arcaicas, poco razonables? ¿Estaba dejando que las experiencias de su infancia influyesen demasiado en su visión de la vida?

Sabía que muchos de sus amigos tenían aventuras extramatrimoniales, pero no aceptaría ese comportamiento de alguien tan cercano a él y, desde luego, nunca en su propia casa.

–Lo siento, pero mi padre me está dando la lata. Aún no quiere jubilarse y dejar que tú lleves el negocio, pero teme que te haga salir corriendo – le confesó Marina– . Como supuestamente hice con tu hermano…

Leo apretó los dientes ante ese recordatorio. Hasta aquel día, ese había sido el único fallo de Marina: el revolcón de una noche con su joven hermanastro, al que Leo detestaba. Que Bastien la hubiese tratado tan mal después era algo que jamás perdonaría porque, más que nada, Marina era su mejor amiga y siempre había confiado en ella.

–Tal vez deberíamos fijar una fecha para contentar a todos – sugirió la morena– . Solo tengo veintinueve años, pero mi padre empieza a temer que esto se alargue y no pueda darle los nietos que tanto desea.

Leo frunció el ceño de nuevo cuando mencionó a los hijos. Aún no estaba preparado para ser padre, eso requería un nivel de madurez y generosidad que aún no poseía.

–¿Qué tal una fecha en el mes de octubre? – sugirió Marina con toda tranquilidad, dejando claro que no había percibido su desagrado– . Así tendría tres meses para hacer todos los preparativos. Me gustaría una boda informal en Londres, solo con la familia y nuestros amigos íntimos.

Almorzaron en cubierta, conversando sobre amigos comunes; todo muy civilizado, sin intercambiar una palabra más alta que otra. Cuando Marina se marchó, Leo se alegró de no haber perdido la paciencia. Pero, aunque había aceptado buscar una fecha en el mes de octubre para la boda, se sentía insatisfecho, inquieto. Debía reconocer que se sentía… atrapado.

 

 

–Tonterías, Grace, tienes que ir a Turquía con Jenna – su tía, Della Donovan, interrumpió agriamente las protestas de Grace– . Ninguna persona sensata rechazaría unas vacaciones gratuitas.

Grace miró el bonito jardín tras la enorme casa de sus tíos en el norte de Londres, intentando encontrar una excusa para rechazar el supuesto regalo de unas vacaciones con su prima.

–Ya has terminado esos estúpidos exámenes, ¿no? – intervino Jenna, sentada al lado de su madre en el sofá de piel. Madre e hija se parecían, las dos altas, rubias y esbeltas en contraste con Grace, que era bajita y voluptuosa, con una fiera melena pelirroja y pecas en la nariz.

–Sí, pero… – Grace se mordió la lengua para no decir que iba a trabajar en un bar durante el verano para tener algo de dinero ahorrado cuando volviese a la universidad.

Cualquier referencia a su necesidad de apoyo económico era siempre mal recibida por su tía, que las consideraba de mal gusto. Por otro lado, aunque ella era una famosa abogada y su tío un bien pagado ejecutivo, Grace solo recibía dinero cuando trabajaba para conseguirlo. Desde muy pequeña había aprendido las diferencias entre su situación y la de Jenna, aunque vivían en la misma casa.

Jenna recibía dinero de bolsillo mientras Grace recibía una lista de tareas. Le habían explicado cuando tenía diez años que ella no era su verdadera hija, que nunca heredaría nada de ellos y tendría que ganarse la vida. Por lo tanto, Jenna había ido a colegios privados mientras Grace iba a colegios públicos. A Jenna le habían regalado un caballo mientras Grace tenía que limpiar los establos cinco días a la semana después del colegio. Jenna tenía fiestas de cumpleaños y amigas que se quedaban a dormir, algo que le era negado a Grace. Jenna había ido directamente a la universidad cuando terminó el instituto y, a los veinticinco años, trabajaba para una popular revista de moda. Grace, por otro lado, había tenido que dejar el instituto a los dieciséis años para cuidar de la difunta madre de Della, la señora Grey, y el estrés de estudiar por libre mientras trabajaba se había comido sus últimos años de adolescencia.

Avergonzada por tan amargos pensamientos, Grace se puso colorada. Sabía que no tenía derecho a estar resentida porque esos años cuidando de una inválida habían sido su forma de devolverle el favor a la familia que había cuidado de ella desde niña. Después de todo, los Donovan la habían acogido en su hogar tras la muerte de su madre, cuando nadie más la quería. Sin la intervención de su tío, habría terminado al cuidado de los Servicios Sociales y, aunque los Donovan no le habían dado el mismo cariño que a su prima, le habían ofrecido seguridad y la oportunidad de ir a un colegio decente.

¿Y qué si era el equivalente moderno de la pariente pobre? Al menos tenía un techo sobre su cabeza, comida y una cómoda habitación, se dijo. Siempre se recordaba a sí misma esa verdad cuando la familia de su tío exigía que fuese útil, algo que generalmente consistía en morderse la lengua y hacer lo que le pedían, aunque no le apeteciese. A veces, sin embargo, temía explotar por el esfuerzo que requería controlar su temperamento.

–Bueno, entonces supongo que tendrás que ir conmigo – se lamentó Jenna– . No puedo ir sola de vacaciones y ninguna de mis compañeras puede ir conmigo. Te aseguro que tú no eras la primera de la lista.

Grace apretó los labios, apartando la fiera melena roja de su cara. La mejor amiga de su prima, Lola, que había pensado ir con ella a Turquía, se había roto las dos piernas en un accidente de coche. Tristemente, esa era la única razón por la que había sido «invitada» a acompañarla, aunque hacía muchos años que no disfrutaba de unas vacaciones.

La cruda realidad era que a Jenna no le caía bien. Nunca le había gustado e incluso de adultas su prima evitaba pasar tiempo con ella. Adorada de niña, Jenna siempre había detestado su llegada y Grace casi podía entender esa animosidad. Los Donovan habían esperado que viese a Grace como a una hermana, pero que solo se llevasen un par de años había despertado un sentimiento competitivo en Jenna y la situación había empeorado con el paso de los años porque Grace siempre sacaba mejores notas en el colegio y luego, cuando a pesar de su interrumpida educación, había ingresado en la universidad para estudiar Medicina.

–Me temo que con tan poco tiempo Grace es nuestra única opción – Della miró a su hija con gesto comprensivo– . Pero seguro que hará lo posible para ser buena compañía.

Jenna exhaló un suspiro.

–Apenas bebe, no tiene novio, no hace nada más que estudiar. Es una antigua.

Della miró a Grace con gesto agrio.

–Irás con Jenna, ¿verdad? No quiero cambiar el nombre en los billetes para que luego digas que no.

–Iré si Jenna quiere que vaya… – Grace sabía que enfadar a Della Donovan nunca era buena idea.

Mientras siguiera viviendo en casa de los Donovan, y pagando una modesta cantidad por el alquiler, Grace sabía que tenía que callarse durante cualquier crisis familiar, quisiera hacerlo o no. De niña había aprendido que los Donovan daban por sentado que lo haría y que cualquier rechazo o negativa sería recibida con reproches y acusaciones de ingratitud.

Por esa razón, no podría ahorrar la cantidad de dinero que esperaba. Pero lo más preocupante era que no sabía si tendría trabajo cuando volviese. Si se tomaba una semana libre en medio del verano, cuando más trabajo había en el bar, su jefe tendría que remplazarla. Grace contuvo un suspiro.

–Qué suerte haber renovado tu pasaporte cuando aún esperaba llevarme a mi madre de vacaciones… – la voz de Della se rompió y sus ojos se empañaron al recordar a su difunta madre.

–Pero no tengo ropa para la playa – le advirtió Grace, sabiendo que Jenna era una snob, siempre pendiente de su aspecto.

–Puedes ponerte algo de lo que ya no uso – respondió su prima, irritada– . Claro que no sé si tus grandes tetas y aún más grande trasero cabrán en mi ropa. Para ser alguien que estudia Medicina no tienes una imagen muy sana.

–No creo que pueda cambiar la forma de mi cuerpo – respondió Grace, sin inmutarse porque estaba acostumbrada a que Jenna se burlase de sus curvas.

Sí, le gustaría ser capaz de comer lo que quisiera sin engordar, pero el destino no era tan amable y había aprendido a cuidar sus comidas y a hacer ejercicio de forma regular.

 

 

Grace despertó bruscamente al escuchar el ruido de una puerta, dando un respingo al percatarse de dónde estaba.

–Lo siento, pero está prohibido dormir en recepción – dijo la joven tras el mostrador, haciendo un gesto de disculpa.

Grace se pasó los dedos por el alborotado pelo rojo, mirando el reloj de la pared. Eran más de las diez y, con un poco de suerte, podría volver al apartamento que supuestamente compartía con su prima.

Se habían peleado la noche anterior, recordó. Por el momento, las vacaciones estaban siendo un desastre. Había sido una ingenuidad pensar que su prima no iría dispuesta a ligar cuando ya tenía un novio en casa. Jenna solo había querido su compañía hasta que encontrase un hombre y en cuanto lo encontró le exigió que desapareciera.

Desgraciadamente para ella, Jenna había conocido a Stuart el primer día. Era banquero, hablaba muy alto y vestía de manera llamativa, pero su prima estaba loca por él. Jenna le había dicho que no podía dormir en el apartamento que compartían porque quería pasar la noche con Stuart, de modo que la primera noche se había quedado leyendo en recepción. Pero cuando Jenna intentó echarla la segunda noche, Grace decidió que ya estaba bien y se pelearon.

–No tengo dónde dormir – le había recordado– y no quiero estar sentada toda la noche en recepción otra vez.

–Si fueras medio normal habrías encontrado un hombre – había replicado Jenna– . Stuart y yo queremos estar solos.

–¿No podrías dormir en su apartamento esta noche? – se había atrevido a sugerir Grace.

–No, él comparte apartamento con seis amigos y allí tendríamos menos intimidad. En cualquier caso, mis padres pagan este apartamento. ¡Estas son mis vacaciones y si no es conveniente para mí que te alojes conmigo tienes que irte! – le había espetado Jenna, tan grosera y malcriada como siempre.

Grace hizo una mueca al recordar la discusión y llamó a la puerta del apartamento en lugar de utilizar su llave porque no quería interrumpir a los tortolitos. Fue una sorpresa cuando Jenna abrió la puerta con una sonrisa en los labios.

–Entra, estoy desayunando – le dijo– . ¿Quieres una taza de té?

–Daría cualquier cosa por una taza de té – Grace miró la puerta del baño– . ¿Stuart sigue aquí?

–No, se marchó temprano. Dice que va a bucear y, la verdad, no sé si quiero verlo esta noche. He pensado que podríamos ir a esa nueva discoteca que han abierto.

Aliviada por la amistosa actitud de su prima, aunque fuese debida al esquivo Stuart, Grace asintió.

–Si quieres…

Jenna se movió ruidosamente por la pequeña cocina.

–Stuart quiere que dejemos de vernos… piensa que vamos demasiado deprisa.

–Ah – Grace no dijo nada más, sabiendo lo cambiante que era su prima, que te confiaba sus secretos para pegarte un grito un segundo después.

–Hay muchos peces en el mar – anunció Jenna, cerrando la puerta de la nevera y atusando su largo pelo rubio con expresión furiosa– . Si viene a buscarme no me encontrará esperando.

–No, claro.

–A lo mejor tú conoces a alguien esta noche. Ya es hora de que dejes de ser virgen y empieces a vivir un poco.

–¿Por qué sabes que soy virgen?

–Porque siempre vuelves a casa temprano. ¿Sabes lo que creo? Que eres demasiado exigente.

–Posiblemente – asintió Grace, tomando un sorbo de té mientras se preguntaba cuándo podría quitarse la ropa y meterse en la cama para dormir un rato.

El mundo de Jenna era el hombre del momento y se sentía muy insegura si no tenía uno. El mundo de Grace, en cambio, estaba centrado en sus estudios. Se había esforzado mucho para conseguir plaza en la universidad, era de las primeras de su clase y estaba convencida de que los hombres eran una peligrosa distracción. Nada iba a interponerse entre ella y su sueño de convertirse en una persona útil, capaz de ayudar a los demás. Después de todo, la habían criado recordándole continuamente que su madre había destrozado su vida por apoyarse en el hombre equivocado.

Por otro lado, tarde o temprano tendría que averiguar en qué consistía el sexo. ¿Cómo iba a aconsejar a sus futuros pacientes si no lo sabía por experiencia propia? Pero aún no había conocido a ningún hombre con quien quisiera tener esa intimidad y era una pena que hiciese falta algo más que lógica o sentido común para que un hombre y una mujer se sintieran atraídos. Una pena porque de ser así estaría saliendo con su mejor amigo y compañero de estudios, Matt.

Matt era leal, amable y generoso, exactamente la clase de hombre que ella respetaba. Pero si Matt, con sus gafas de montura metálica y los jerséis que le hacía su tía, amenazase con quitarse la camisa, Grace saldría corriendo. No había ninguna atracción entre ellos, pero le gustaría que así fuese porque sería el novio perfecto.

 

 

Leo estaba en la terraza de la discoteca, admirando la vista de pájaro de la bahía Turunc. Por la noche, el resort de Marmaris la rodeaba como un collar de joyas multicolores. Un estruendo de fuegos artificiales anunció la gran inauguración de la discoteca Fever y Leo sonrió. Rahim, su socio, sabía cómo publicitar tales eventos y atraer la atención de los turistas.

–Has hecho un trabajo estupendo – Leo mostró su aprobación mirando la abarrotada pista de baile en el piso de abajo.

–Ven conmigo, te lo enseñaré – Rahim estaba deseando mostrarle su obra maestra. Conocido arquitecto y diseñador de interiores, tenía buenas razones para querer presumir de las líneas contemporáneas de su creación. Habiendo creado exactamente lo que prometió, Rahim quería interesar a Leo en otra inversión, más importante.

Después de casi una semana de solitaria introspección a bordo del Hellenic Lady, Leo se sentía encarcelado. Estaba harto de trabajo, harto de su propia compañía, pero no estaba de humor para soportar la de nadie.

Bajó por la iluminada escalera con Rahim, sus guardaespaldas rodeándolos. El estruendo de la música era tal que solo entendía una de cada dos palabras. Rahim hablaba sobre un exclusivo complejo hotelero que quería levantar en la costa, pero a Leo no le interesaba el tema en ese momento. Miró la pista de baile desde la sala VIP y fue entonces cuando la vio en una esquina de la barra, el pelo brillante de un tono cobrizo tan llamativo…

«Una mujer más», intentó etiquetarla, aunque no podía dejar de mirar su rostro ovalado. Apartó la atención de sus fascinantes facciones. ¿Fascinantes? se repitió a sí mismo. ¿De dónde había salido esa palabra? Pero no podía dejar de mirar sus labios, gruesos y sensuales, o la gloriosa melena roja que caía por su espalda. Más rojo que el cobre, parecía natural. Y las curvas delineadas por el pálido vestido de encaje. Tenía una figura de diosa de la fertilidad, con pechos altos, cintura estrecha y femenina, y un trasero voluptuoso.

Leo se agarró con fuerza a la barandilla, una extraña sensación haciendo que el vello de su nuca se erizase y su entrepierna reaccionase con una muy masculina falta de conciencia o moralidad.