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Recorrer las páginas de este relato invita a sumergirse en rutas ficcionales de la vida cotidiana pero no cualquier ruta sino la de aquella en que se entrecruzan dos historias como la tuya o la mía. El detalle en la descripción y el estilo tan exquisito en la forma de escribir acelera el pulso de la ansiedad por devorar las páginas para conocer el momento crucial del encuentro. Aquél en que el ayer y el hoy se confunden, se plasman en un solo instante y allí mismo en ese pestañeo fugaz el lector puede sentirse identificado. Entonces involuntariamente surgen los recuerdos que despiertan de la memoria adormecida de todo ser humano que haya sentido en sus entrañas el sentimiento del amor. De esta forma, el título "faltalomejor@siempre", se constituye en un portal de posibilidades: sonreír, imaginar, proyectar, recordar, reflexionar, desear y como su autor mismo lo expresara por qué no encontrar valores que permitan comprender la realidad del otro. Se ha dicho que "la misión del escritor es expresar la realidad de su mundo y de su gente. Es cierto, pero hay que añadir que, más que expresar, el escritor explora su realidad, la suya propia y la de su tiempo (…) El poeta y el novelista descifran el habla colectiva y descubren la verdad escondida de aquello que decimos y de aquello que callamos. El escritor dice, literalmente, lo indecible, lo no dicho, lo que nadie quiere o puede decir" (Paz Octavio, 1997).Y justamente lo que expresa esta narración es esa historia muchas veces vivida pero tantas veces callada. En este juego de palabras se vislumbra un canto al amor, al desafío de lo posible y a la búsqueda del fin último de la existencia. Por ello, querido lector te invito a que te animes a desandar los senderos de esta ficción, para que sueñes y revivas por qué no tu propia historia de amor. ¡Adelante!
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Seitenzahl: 148
Veröffentlichungsjahr: 2014
Spontón, Martín Aldo
Falta lo mejor@siempre. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2014.
E-Book.
Marina Di Ciocchis
Amigo Lector: Pongo a tu disposición esta modesta obra que he escrito con sumo placer y que mantuve guardada durante dos años. Es que realmente mi objetivo al escribir fue y es disfrutar, dando vuelo a mi imaginación, corporizándola en palabras, en personajes y hechos imaginarios, -o no tanto-, que ingresan en el campo de la inspiración de cada uno y lo inducen a plasmarlos. Así logran entidad propia y perduran.
Su lectura puede atraer tu atención, tanto como me enganchó a mí mismo escribir una historia que es simulada pero que
tiene un grado de verosimilitud considerable.
Me sentí atrapado al escribir y dar vida al relato y captar personajes protagonizando una ficción que en realidad descubrí en el diario trato con personas que ocupan distintos roles en la vida y posiblemente
no son conscientes de esta lectura que pude hacer de ella.
Como ya expresara escribo porque me gusta hacerlo. Quizá el resultado, lo que sigue en estas páginas, sirva para distracción en algunos casos y -¿por qué no?-, encontrar valores y puntos de reflexión que ayudan a una mejor comprensión de la propia realidad, en otros.
Dejé que esta novela durmiera en la computadora un largo tiempo por cuanto no estimaba importante su publicación. No creía que pudiera interesar a otros. ¿Timidez? ¿Temor a someterme a la opinión crítica de terceros? ¿Comodidad tal vez? No lo sé ni me detendré a averiguarlo ahora.
Lo que sí debo hacer finalmente es: expresar mi agradecimiento a quienes me animaron a hacer el intento de editar mi trabajo. Todas las personas que tuvieron acceso al borrador. Muy especialmente a la Sra. Profesora Yanina Jara que tuvo la amabilidad de leer, corregir y formular una opinión autorizada sobre mi trabajo y que me obsequia el prólogo de esta primicia que dejo a tu consideración.
El Autor
Recorrer las páginas de este relato invita a sumergirse en rutas ficcionales de la vida cotidiana pero no cualquier ruta sino la de aquella en que se entrecruzan dos historias como la tuya o la mía.
El detalle en la descripción y el estilo tan exquisito en la forma de escribir acelera el pulso de la ansiedad por devorar las páginas para conocer el momento crucial del encuentro. Aquél en que el ayer y el hoy se confunden, se plasman en un solo instante y allí mismo en ese pestañeo fugaz el lector puede sentirse identificado. Entonces involuntariamente surgen los recuerdos que despiertan de la memoria adormecida de todo ser humano que haya sentido en sus entrañas el sentimiento del amor.
De esta forma, el título “faltalomejor@siempre”, se constituye en un portal de posibilidades: sonreír, imaginar, proyectar, recordar, reflexionar, desear y como su autor mismo lo expresara por qué no encontrar valores que permitan comprender la realidad del otro.
Se ha dicho que “la misión del escritor es expresar la realidad de su mundo y de su gente. Es cierto, pero hay que añadir que, más que expresar, el escritor explora su realidad, la suya propia y la de su tiempo (…) El poeta y el novelista descifran el habla colectiva y descubren la verdad escondida de aquello que decimos y de aquello que callamos. El escritor dice, literalmente, lo indecible, lo no dicho, lo que nadie quiere o puede decir” (Paz Octavio, 1997).Y justamente lo que expresa esta narración es esa historia muchas veces vivida pero tantas veces callada.
En este juego de palabras se vislumbra un canto al amor, al desafío de lo posible y a la búsqueda del fin último de la existencia. Por ello, querido lector te invito a que te animes a desandar los senderos de esta ficción, para que sueñes y revivas por qué no tu propia historia de amor. ¡Adelante!
Lic. Yanina Jara
El frío cordillerano comenzaba a hacer su presentación en las cada vez más cortas tardes del otoño. Las heladas tempranas, además de esparcir la fronda de los árboles como papel picado en las veredas húmedas de la vecindad, acababan con los póstumos pimpollos del jardín y los rosales, tristes por el despojo, volcaban sus últimas lágrimas amarillentas sobre el suelo con estridentes lamentos de lozanía perdida.
El sol apenas alcanzaba a templar, a medias, la tarde y empalidecía en el horizonte cuando la brisa comenzaba a penetrar en la piel de los desprevenidos caminantes, como aguijones de avispas invisibles pero encarnizadas, por haber desdeñado el abrigo por creerlo innecesario o simplemente por olvidarlo en la última escala de su tarde laboriosa.
La contemplación del vaivén de la gente regresando de sus tareas era absorbida cansinamente por Ruth parapetada en su rincón preferido, tras el amplio ventanal de su casa. Y por su larga experiencia, podía calcular con bastante aproximación, el rigor del frío en aumento a medida que los peatones aumentaban el grosor de las prendas que portaban. Podía imaginar tras el vidrio, el momento del reencuentro con sus seres queridos, el calor del hogar, el mate compartido después de la jornada cumplida, el descanso merecido, los proyectos, los anhelos silenciosos… la vida familiar…
Su propia soledad, -lamentablemente no aceptada ni asumida-, hizo que poco a poco se fuera hundiendo en un abismo sin fondo, sin esperanzas, sombrío… había llegado a lo más profundo de su desazón, casi a la nada… y veía que la felicidad que se le había escapado de pronto, retozaba ahora, en mil expresiones distintas en cada hombre o mujer que desfilaba por su vereda atardecida, como si caminaran a la vera de su propia desdicha. Era como si la envidia quería colarse en su destrozado corazón como una carga más a llevar en su penosa soledad…
Nadie, ni ella misma podría afirmar cuánto tiempo estuvo absorta, mirando sin ver lo que parecía mirar, sumida en la observación de su interior que sentía roto, herido, y que le dolía. La tristeza quería imponerse a todos sus sentimientos.
El dolor por momentos era insoportable.
Ese dolor hizo que volviera sobre sí.
Como no acostumbraba a “achicarse” ante las dificultades, sacudió sus cavilaciones y mirando la calle se dio cuenta que la noche reinaba en su apogeo a pesar de que algunas luces del alumbrado público pretendían disimular la oscuridad que, como la que llevaba en su interior, no permitía dudar de su predominio.
“Estoy abatida -se dijo-, la tristeza me sobrepasa. El dolor de mi alma parece ahogarme”. Recordó un número incalculable de días y noches de total oscuridad en su interior.
Tenía ganas de morir, pero no estaba dispuesta a asumir la responsabilidad de su muerte, y sintió ganas de llorar. Lo hizo. Por largo tiempo ríos de lágrimas surcaron sus mejillas, profundizando el cauce de sus ojeras cargadas… Nuevamente se perdió en su mundo interior “destartalado”…
Agotada por el sufrimiento y aliviada a medias por el llanto, se durmió, con sobresaltos al principio, porque en sus sueños estuvieron presentes todos sus seres queridos, especialmente “aquél que había despedido hasta el más allá” y cuya presencia muda e inasible la volvía a anonadar provocando un rosario de preguntas inútiles. Porque las respuestas, -todas- las que intentara por sí misma, desde su entereza y aún desde su fe, como las que voces amigas le acercaban, no la convencían, porque no alcanzaban para mitigar el dolor de la soledad que experimentaba.
También estaban sus hijos. Como siempre, -como ella misma los había formado-, independientes, llenos de su propia vida, alegres y emprendedores. Los notó distantes y sólo su amor lograba acercarlos.
Sus nietos para quienes reservaba toda la ternura de su corazón maduro, pero cuyo bullicio arrollador consumía, a su pesar, su ánimo vacilante la obligaban a cerrarse aún más sobre su mundo vacío. Así, a las puertas del nuevo amanecer, extenuada, quedó profundamente dormida.
Su despertar fue paulatino, lento, con un sabor amargo en sus labios. Como si todo su ser se resistiera a enfrentar de nuevo el camino de soledad que empezaba a acobardarla. Sus oídos afinados reconocieron las voces de sus nietos que jugaban en el patio y reiteradamente preguntaban a su madre por la “abu”. El ajetreo de la hija que se ocupaba de las tareas del hogar… el piar de los gorriones en su alero, el viento siempre presente en ese valle cordillerano arrastrando las hojas muertas… y por sobre todos esos ruidos, ese tropel subconsciente que aprieta el corazón presto a estallar en llanto.
Ensimismada quedó evaluando esa rutina matinal y trascendió los límites de los sonidos y se internó otra vez en la maraña de sus sentimientos.
-“¡Abuela! -¡Abuela! Repetía una vocecita dulce trepando por su ventana aún cerrada. -“¡Abuela! -¡Abuuuuuu!!” insistía la pequeña alejándose.
Saltó de su ensimismamiento y quiso responder al llamado de su nietita más pequeña pero no pudo articular palabra por la emoción que la embargaba, notó que la caricia que significaban ese “abuela “, ese “abuuuuuu” pronunciado a medias por la niña se alejaba. Lamentó su torpeza y lentitud de reacción, pero ya fue demasiado tarde.Reparó entonces que hacía tiempo que su estado de ánimo era cada vez más sombrío y que por ello había cambiado su trato con los hijos, nietos, amigos y hasta consigo misma, y era ella la que se alejaba de todos aquellos que podían devolverle la paz y la alegría de vivir en plenitud, como se había alejado hacía instantes aquella inocente chiquilla.
Difícil es evaluar hasta dónde, en el estado de angustia en que se encontraba, pudo caer en la cuenta de lo que le estaba pasando. Su conciencia la urgía a definir una situación que la involucraba total y dolorosamente pero no percibía que la única persona que podía ayudarla a salir de ese trance era ella misma.
No alcanzaba lo que había pasado en su interior para convencerla. Menos fácil le resultaba liberar de la culpa de ello a los demás. Pero su amor de madre, su ternura de abuela y el sentido de amistad y solidaridad que caracterizaron toda su vida, le sirvieron para proponerse a sí misma intentar abrir su mente, o quizá, su corazón para buscar un reencuentro con sus seres queridos de los que inconscientemente se había alejado, más en su interior que en la realidad cotidiana y por ende, consigo misma.
Detestaba mostrar su debilidad y, sobre todo que descubrieran sus ojeras y su mirada ausente. Eso influía seriamente sobre su incipiente decisión de apertura y de cambio. Pero era muy grande su soledad por lo que recurriendo a toda su fortaleza de ánimo se propuso abandonar su auto-ostracismo.
Se acercó al espejo. Tras el sobresalto inicial por el descubrimiento de las secuelas de su tristeza y abandono consecuente de su aspecto, recurrió a cuanto cosmético tuvo a su alcance para calafatear su “proa” y disimular el estado en que se encontraba. Ensayó una sonrisa y volvió a reconocerse sobre todo en la firmeza de su mirada que, sola, revelaba su cambio de actitud. Su sonrisa fingida ante el espejo se tornó real apurando su paso hacia lo que consideraba una verdadera osadía de su parte.
Mientras se dirigía al encuentro de sus seres queridos, recordaba su “puesta a punto” frente al espejo y volvió a reír.
Esta vez de sí misma pues se daba cuenta de que sin pensarlo, o por pensar demasiado y mal, había sufrido tal abatimiento.
A nadie pasó desapercibida la cambiada actitud que había asumido y sin palabras, una profunda alegría se manifestaba en los rostros de la familia. Cambio ostensiblemente festejado por la niñita de aquella voz que volvía a llamarla,: “abuela”, “abu querida!”, mientras saltaba para abrazarla y refugiarse en sus brazos que hacía tiempo que no le brindaban esa ternura inigualable…
Esta vez sus lágrimas fueron de emoción. La alegría volvió a asomarse en sus ojos. Se sintió cómoda entre los suyos. Sintió que seguía ocupando el lugar de siempre en sus corazones. Se sintió en deuda con ellos por haberle retaceado su afecto y haberles inculpado su desdicha. Tuvo ganas de hablar, de ver a sus amigas de retomar el ritmo de su vida.-
El día se le escurrió como el agua entre sus dedos.
Cuando regresó a su cuarto se dio cuenta que podía superar su angustia y reponer sus ganas de vivir. Comprobó que todo seguía su ritmo vital, ya sea en la familia, como en el círculo que habitualmente frecuentara y que nada había cambiado, excepto ella misma.
¿Por qué? ¿Qué le había pasado? Lo sabía vivencialmente…
Todos los “por qué”, que la habían llevado a su estado de depresión y congoja, desfilaron nuevamente en su mente. Pero estaba decidida, esta vez, a revisarlos y analizarlos serenamente.
A partir de su nueva actitud, pudo considerar su soledad, su duelo, su retracción ante todas las realidades de la vida y darse cuenta de que contenían los mismos valores e importancia que antes. Aunque ella hubiera pretendido detenerla, deteniéndose, la vida continuaba. Resistirse a seguir incluida en la única marcha de la humanidad era abandonarse, zambullirse en la nada de la que ahora luchaba por salir.
Su profunda fe la ayudó a aceptar que los que ya partieron, alcanzaron la meta según su grado de desarrollo personal. Se mimetizaron ya con el modelo absoluto, del que cada uno somos imágenes y expresiones incompletas. Llegaron a la casa del Padre común. Costaba aceptarlo pero ser coherente con su fe le devolvía la paz interior que se había escapado en su desesperación.
Pensó que ella, como cada uno de los humanos, debe responder de su propia vida. -“Mientras viva, tengo el derecho y el deber de buscar la plenitud, la felicidad”, se dijo, sintiendo que debía abocarse a lograrlo aunque estaba muy lejos del convencimiento de ello.
Comprendió entonces la necesidad de descubrir cuál es el nuevo itinerario que la conduciría a esa realización personal (la felicidad no es más que eso, sólo que se completa y es definitiva cuando se llega a “la meta”). Resolvió no descartar ninguna posibilidad para sí y, aunque en principio se resistía y no encajaba en los cánones sociales más aceptados por la cultura que había hecho propia, – ahora comprendía que el valor de sus cánones tenían sólo el valor que tras un análisis personal se podían aceptar o rechazar o más bien “desmitificar”. Decidió prestar atención a todo para encontrar por dónde seguía su camino…
Rescató como irrenunciable su libertad de elección y por ende rechazó desde lo más profundo de su ser toda influencia o proteccionismo de los hijos que, por ser ya grandes, erróneamente interpretaban su rol de hijos y pretendían imponer, más que su propia consideración de la situación, los criterios vacíos de costumbres y míticos tabúes referidos a una supuesta fidelidad aún más allá de la separación de la muerte, que admitían sólo para ella pues en lo personal no les decían nada, lo que, por supuesto, le impedirían seguir creciendo.
El hilo de su reflexión avanzaba en medio de los innumerables inconvenientes que se le habían presentado o que por lo menos ella había creído ver o sentir.
Decidió analizar en cada caso la consideración del concepto de soledad, por parte de los hijos, que le alegaban carácter normal y definitivo, como si ella amara esa soledad desgarradora que experimentaba en los últimos tiempos. Esa soledad que no se cura sólo con la presencia de los hijos, amigos, compañeros. ES LA SOLEDAD con mayúsculas.
Decidió resistirse a que usurparan su tiempo, pretendiendo disponibilidad a su servicio, pensando que a ella nada le costaba, o en verdad lo necesitaba.
Nunca aceptaría la impertinencia de que decidieran por ella acerca de sus ocupaciones, viajes, amistades, disfrazada de preocupación, atención o cuidado cuando, para que no se sintiera sola, le encomendaban el cuidado de los nietos, de la casa y/o peor aún, de sus mascotas.
Si alguna vez quiso actuar de acuerdo a sus necesidades de compañía sin la previa autorización de su familia, ellos se lo recriminaron porque no les “avisó”. Lo consideraron una falta de confianza y/o la acusaron de no respetar la memoria de quien fuera su padre. Y eran justamente quienes no lo supieron honrar en vida, mientras ella le brindaba fielmente toda su dedicación y amor incondicional.
Por eso, en honor a la verdad, como lo había sentido íntimamente, en esto no había sido ella la que se había alejado sino los hijos quienes la habían excluido y abandonado.
Felizmente, ahora había recapacitado y, desde lo más profundo de su personalidad íntegra y veraz, había decidido abrirse a toda posibilidad de crecer, de ser feliz y estaba dispuesta a lograrlo con o sin el apoyo de los seres que más quería pero que, por su egoísmo o inmadurez quizás, se negaban a aceptar que podía seguir siendo ella misma y disponer de su propia vida como le dictara su conciencia.
Sintió, después de mucho tiempo, una profunda paz y una alegría casi imperceptible acariciaban su corazón y se prometió defenderlas como el bien más preciado.
Ofreció nuevamente con su actitud, con su accionar, todo el cariño que tenía para brindar como madre y como abuela. Se dio cuenta que ese amor seguía integro; nunca había sido retaceado, e intacto era ofrecido a cada uno de los hijos de sus entrañas. Desde ahora, cada quien podía tomarlo libremente. Si no lo hacía, no era ya asunto suyo, sino de quien lo rechazara. Y una sonrisa de felicidad iluminó su mirada.