Fantasía prohibida - Shayla Black - E-Book

Fantasía prohibida E-Book

Shayla Black

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Beschreibung

¿Cómo puede una chica inocente atraer a un famoso y atractivo cantante al que la prensa sensacionalista atribuye prácticas sexuales para las que ella no está preparada? Kimber Edgington está decidida a hacer cualquier cosa para convencer al hombre de sus sueños, el popular cantante Jess McCall, de que están hechos el uno para el otro. Resuelta a probar que es lo suficiente mujer para él, Kimber recurre a Deke Trenton y le pide que sea su tutor sexual. Atrevido y descarado, Deke le advierte que está jugando con fuego, lo que no impide que la tome bajo su tutela y que, junto con su primo Luc, le enseñe los placeres de ser compartida. Aunque ella se reserva para Jesse, pronto descubrirá que Deke es el único hombre capaz de satisfacer todas sus fantasías. Y cuando Kimber le pide más… él no será capaz de resistirse.

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SHAYLA BLACK

Fantasía Prohibida

Título original: Decadent

Primera edición: mayo de 2015

Copyright © 2007 by Shelley Bradley

© de la traducción: Mª José Losada Rey y Rufina Moreno, 2009

© de esta edición: 2015, Ediciones Pàmies, S.L.

C/ Mesena,18

28033 Madrid

[email protected]

ISBN: 978-84-16331-28-4

BIC: FRD

Ilustración de cubierta: Getty Images   

Me gustaría dar las gracias especialmente a dos escritoras maravillosas:

A Jaci Burton por decir siempre: «¿Por qué no?» o «Es genial» o  «¡Diablos, es demasiado hot!».

A Rhyannon Byrd por su contagioso entusiasmo, su increíble perspicacia y sus muchos «¡Oh, Dios mío!».

Ambas me animaron y me aseguraron que no estaba loca.

Gracias por vuestro tiempo y talento, y vuestros extraordinarios libros…

Y por ser unas maravillosas amigas.  

Índice de contenido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21

CAPÍTULO 1

Por lo general, a Kimber Edgington no le importaba pedir favores. Si su padre hubiera estado en la ciudad, no le hubiera molestado pedirle que se pasara por la tintorería. Ni darle la lata a alguno de sus hermanos para que le comprara la leche.

Pero hoy no le pediría ayuda a su familia. Lo que necesitaba no era algo que se considerase normal.

Respiró hondo. Podía hacerlo. No, tenía que hacerlo si quería hacer realidad la fantasía que llevaba siete años rondándole la cabeza.

Salió del coche bajo aquella húmeda tarde y estudió la casa de ladrillo rojo. El exterior, con un macizo de azaleas de vistosos colores y un césped recién cortado, parecía cuidado. Era un edificio elegante con aquella fachada de piedra, el inmaculado balcón blanco y las columnas de estilo dórico. No se oía ni un solo ruido que perturbara los verdes campos del este de Tejas, el lugar parecía muy tranquilo.

Nadie podría adivinar jamás qué depravaciones ocurrían en esa casa. De hecho, Kimber había ido allí para descubrirlas personalmente.

Para averiguar si podía soportarlas.

Cerrando los dedos temblorosos en torno a la correa del bolso, se armó de valor y se acercó a la pesada puerta de roble. Pensó lo hermoso que era el paisaje marino de la vidriera de colores y llamó.

Contra toda lógica, esperó que Deke Trenton no estuviera en casa.

¡Uf! ¿Cuánto tiempo hacía que no lo veía? ¿Cinco años? Quizá más. Ojalá pudiera pasar otros cinco años o más sin tener contacto con él. De hecho, imaginar su cara era todo lo que hacía falta para hacerle rechinar los dientes y pensar en asestarle un par de puñetazos. Cuando Kimber tenía diecisiete años, él había despertado en ella una curiosidad que la atemorizaba, pero que al mismo tiempo no había podido ignorar. La única vez que había intentado hacer algo al respecto, iniciando una sencilla conversación, él la había rechazado sin ningún miramiento. Durante mucho tiempo lo había odiado por ello.

Ahora, en vez de evitarle, iba a tener que pedirle el favor de su vida. Y haría cualquier cosa para que no se lo negara.

Apartándose un rizo castaño rojizo de la cara, Kimber se obligó a no comprobar una vez más el brillo de labios. El rímel no se le había corrido; lo había comprobado unos minutos antes. Los pantalones color oliva, aunque cómodos, habían sido una mala elección. Los compensaba con una provocativa blusa blanca de encaje que se le ceñía a los pechos y con el escote bajo y redondeado para llamar la atención. Había completado su atuendo con unas sandalias blancas de tacón alto que sabía que gustaban a los hombres, pero que, maldita sea, le hacían polvo los pies.

No tenía sentido seguir postergando aquello un minuto más.

Tragando saliva, Kimber volvió a llamar.

—Ya voy —anunció una amortiguada voz masculina.

¿Deke? Había pasado demasiado tiempo y Kimber había borrado de su memoria todo lo que concernía a aquel hombre. Pero jamás había olvidado del todo aquella voz profunda y ronca.

Sintió mariposas en el estómago cuando oyó ruido de pasos aproximándose a la puerta. Había ensayado mil veces lo que iba a decir. Deke pecaba del mismo comportamiento militar de su padre y sus hermanos, y no le gustaba la gente que se andaba con rodeos o sutilezas. Así que sólo esperaba soltar el discurso sin fastidiarla.

De repente, un hombre abrió la puerta.

No era Deke. Ni siquiera se le parecía.

El pelo negro estaba suelto sobre unos hombros delgados. Tenía unos conmovedores ojos oscuros y una mandíbula firme con sombra de barba. Una camiseta ceñida de color gris y vaquerosdescoloridos cubrían un cuerpo alto y atlético. Aquel hombre podría trabajar de modelo y ganar una fortuna. Su cara le resultaba familiar, quizá lo conocía.

—¿Puedo ayudarte en algo? Sería un placer para mí. —La divertida sonrisa del hombre le indicó que era consciente de que lo había recorrido de pies a cabeza y que no le importaba lo más mínimo. De hecho, él había hecho lo mismo.

Kimber se rió. Era obvio que la sutileza no era lo suyo.

—Lo siento. Creo que me he confundido de casa. Estoy buscando a Deke Trenton. Supongo que me confundí de calle…

—No. Has llegado al sitio correcto. Mi primo Deke regresará pronto.

—¿Deke es primo tuyo? —La posibilidad casi la dejó boquiabierta.

En términos físicos, los dos hombres eran —literalmente— como la noche y el día. El que estaba ante ella era ardiente y sexy, oscuro y lujurioso como la noche. Deke tenía la piel y el pelo dorados, era duro y arduo como el día.

Él se encogió de hombros.

—Somos primos segundos, ya sé que no es para andar diciéndolo. Pero como él paga su parte vivimos juntos. Yo soy…

—Luc Traverson. ¡Oh, Santo Dios! Te he reconocido por las fotos. Tengo varios de tus libros de cocina.

—Me siento halagado.

Ella le dirigió una sonrisa contrita.

—¡Oh, vaya! Me encantan tus recetas. Aunque soy un auténtico desastre en la cocina.

La cordial risa masculina de Luc resonó con un eco cálido en su vientre. Le cayó bien de inmediato. Parecía buena gente. Sencillo a pesar de su éxito.

—¿Cómo te llamas, cariño?

—Kimber Edgington. —Le tendió la mano—. ¿De verdad eres primo de Deke?

—Eso parece. —Luc le tomó la mano acariciándola más que estrechándola—. No puedo dejarte aquí fuera en el porche. ¿Quieres entrar a esperarle? Me encantaría disfrutar de tu compañía mientras termino de hacer la cena.

Aquel hombre rezumaba encanto sureño. Kimber se sintió encandilada por él.

—Gracias. ¿Crees que llegará pronto?

—Sí. Llamó hace un rato para decirme que estaba en camino. —Luc se apartó a un lado para que pasara.

Kimber entró en la casa, llena de curiosidad. En ella reinaba el clasicismo de influencia italiana, pero un aire rústico y moderno a la vez. Los suelos de madera oscura contrastaban con las paredes blancas. Había sillones de cuero y mesas de hierro forjado, y un televisor de plasma de cincuenta pulgadas. Era lujosa y de buen gusto, pero aun así muy masculina.

—Calculo que llegará en diez minutos más o menos. —Luc le dirigió una pícara sonrisa—. El tiempo justo para ofrecerte un té helado de frambuesa y unos bollos de melocotón recién hechos, además de sonsacarte cómo ha conseguido ese imbécil que una belleza como tú venga a visitarlo.

A Kimber se le esfumó la sonrisa de golpe. Su misión. Un par de magnéticos ojos oscuros y algunas palabras amables y ya se había olvidado de la razón por la que había ido allí.

Una parte de Kimber apenas podía creer que se hubiera atrevido a ir. Era una locura. Una estupidez.

Y, sin embargo, era fundamental para su futuro.

Pero no iba a dejar que Luc le sonsacara la verdad, no importaba lo deliciosos que resultaran sus bollos. Aunque lo más probable era que Deke se lo contara a Luc en cuanto la pusiera de patitas en la calle.

—Sólo estaba bromeando. No hay necesidad de que te pongas tan seria. No tienes que contarme nada —le aseguró con aquella voz ronca e íntima. La expresión pícara de sus ojos había sido reemplazada por una mirada oscura y adusta.

—Lo siento. —Kimber intentó sonreír—. Es que estoy un poco…

—¿Nerviosa? —le sugirió él, conduciéndola a una brillante cocina.

—Es una casa preciosa, en especial la cocina —suspiró ella, feliz por poder cambiar de tema.

Los elegantes muebles de cerezo y acero inoxidable hablaban de buen gusto europeo y de cocinas de alta tecnología. Con una creativa mezcla entre lo antiguo y lo moderno, la cocina con seis fogones, las encimeras de granito y el horno doble, era el sueño de cualquierchef. Luc parecía encajar allí perfectamente.

—Gracias. Por si te lo preguntas, Deke no tuvo nada que ver en la decoración —dijo, guiñándole el ojo.

¿Decoración? ¿Deke? La idea la hizo reír. Deke colgaba las armas en el perchero y tenía las cajas de los cartuchos esparcidas por el suelo. Para él, los prismáticos de infrarrojos eran el tema preferido a la hora de tomar café. Un buen televisor, un sofá viejo y una cámara de seguridad, y no necesitaba nada más para entretenerse.

—Te creo. ¿Lo has decorado tú todo?

—Con un poco de ayuda de un amigo mío que es decorador.

—Te ha quedado muy bonita.

Él le respondió con una sonrisa.

—Me alegro de que te guste. ¿Un té de frambuesa?

Luc le puso la mano en la cintura y la guió hacia una silla de hierro forjado con un lujoso cojín de color musgo. La leve caricia le gustó. Kimber no tenía duda alguna de que muchas mujeres considerarían muy atractivo alchef. Lo era. Pero tenía algo que la tranquilizaba. Él cocinaba y decoraba, y además la hacía sentir a gusto. Quizá era gay. Lo observó con detenimiento y reconsideró ese último pensamiento. «No, por supuesto que no lo es». Simplemente era una persona educada y de trato fácil.

Todo lo contrario a su primo. Deke siempre la sacaba de quicio incluso antes de decirle «hola».

—Así que conoces a Deke —preguntó Luc, dándole un vaso alto.

—Se podría decir que sí. —Le dirigió una tensa sonrisa—. Mi padre y él se dedican a lo mismo. De hecho, él solía trabajar para mi padre. —Kimber tomó un sorbo de té y no pudo contener un suspiro—. ¡Esto está de muerte!

Luc frunció el ceño y luego cayó en la cuenta de quién era ella.

—Ah, ¿eres la hija del coronel Edgington?

Kimber asintió con la cabeza.

—¿Deke te ha hablado de mí?

—Nunca ha mencionado tu nombre. En realidad sólo me ha hablado de tu padre. Tendré que patearle el trasero por ese descuido. Eres preciosa. —Se sentó en la silla a su lado y sonrió, derrochando encanto—. Me voy a sentir muy infeliz si ya te ha echado el ojo.

Un rubor acalorado subió por el cuello de Kimber hasta sus mejillas. «¿Se había sonrojado?» Ella jamás se sonrojaba. ¡Jamás! Pero Luc y sus halagos eran demasiado para una chica acostumbrada a tratar sólo con militares.

—Apuesto lo que sea a que tienes montones de mujeres rendidas a tus pies.

Un amago de sonrisa aleteó en esa boca exuberante, pero no contestó.

—¿Deke sabía que ibas a venir?

—No. Y no me ha echado el ojo. Créeme, hace años que no le veo. Creo que todavía estaba en el instituto la última vez que lo vi.

La sorpresa se reflejó en los rasgos morenos y sensuales de Luc.

—Y ahora llegas aquí como caída del cielo, decidida a hablar con un hombre por el que, si no me equivoco, no sientes un especial cariño. ¿Es así?

Kimber palideció. Aquel hombre era realmente perspicaz.

—Yo…, necesito hablar con Deke. Es urgente.

Deke estaba junto a la puerta de la cocina, apretando los dientes con fuerza.

Mierda, reconocería esa dulce voz en cualquier sitio. Aguda, rítmica, con un leve toque de picardía. «Kimber Edgington». La chica que le ponía duro como un martillo neumático. Siempre había sido así. Durante todos y cada uno de los días que había trabajado para el coronel. Era oír su voz y toda la sangre de su cuerpo descendía directamente a su miembro. Una mirada de esos dulces ojos color avellana y ya estaba listo para la acción.

Deke hizo una mueca mientras se recolocaba la bragueta. Maldita sea, todavía tenía ese poder sobre él.

Al menos ya no tenía diecisiete años y tentaba a un hombre que era lo suficientemente mayor para saber cuándo no debía jugar con fuego.

Hacía cinco años que había dejado de trabajar para su padre, antes de hacer algo estúpido. Algo de lo que, estaba seguro, se hubiera arrepentido más tarde, igual que lo habría hecho ella.

Pero, ¿por qué demonios estaba allí? «Mierda, sólo hay una manera de averiguarlo… »

Kimber contuvo el aliento cuando él entró en la cocina. Deke se detuvo ante la isleta para ocultar la dura evidencia de su excitación. Al ver la sonrisa de diversión de su primo, supo que a él no le había engañado.

Pero fue a Kimber a quien prestó toda su atención. Había madurado. Sus labios eran ahora más provocativos, las pecas se habían desvanecido. Apenas llevaba maquillaje. El aire de inocencia permanecía intacto, y lo invitaba a corromperlo.

Deke apostaría todas sus medallas a que todavía era virgen.

«Estás loco». Kimber debía de tener ya veintidós años, veintitrés como mucho. Pero en lo más profundo de su ser sabía que no se equivocaba. ¡Maldita sea! Tenía que deshacerse de ella. Y con rapidez. Un deseo incontrolable y una chica virgen eran una combinación peligrosa.

—Kimber. —La voz de Deke sonó ronca por el deseo. Reprimió las ganas de hacer una mueca.

—Deke.

Su nombre pareció flotar desde aquellos labios rosados y tentadores. El ronco sonido lo puso más duro todavía. Entonces ella se mordisqueó el labio inferior y él sólo pudo pensar en deslizar su miembro entre esos labios, en penetrar profundamente la sedosa humedad de su boca mientras ella lo miraba con aquellos ojos inocentes.

Si no dejaba de pensar en esas cosas, iba a tener que ir al baño para masturbarse antes de poder mantener una conversación coherente y deshacerse de ella.

—Hola —dijo ella para romper el embarazoso silencio.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.

Kimber asintió con la cabeza. Fue un gesto automático que denotaba nerviosismo. No había oído más que unas pocas frases de la conversación de Luc con Kimber. Las suficientes para saber que su primo pensaba que le había echado el ojo a aquella belleza. Y que Kimber tenía una razón importante para estar allí.

Como sólo tenían un conocido en común, pensó que debía de tratarse del coronel.

—¿Le ha pasado algo a tu padre?

—E-está bien. Gracias. —Kimber forzó una sonrisa—. Últimamente ha recibido amenazas de alguno de los psicópatas que envió a la cárcel y que ya ha sido puesto en libertad, pero eso no es nada nuevo.

«No, no en esa clase de trabajo».

—No, no lo es.

Por fin, su erección disminuyó lo suficiente para cruzar la estancia y sentarse ante la mesa de estilo italiano. Su primo todavía esbozaba una sonrisa socarrona, y Deke le dirigió una mirada de advertencia.

—No he podido evitar oír cómo le decías a Luc que tenías algo importante que decirme. ¿No será sobre el coronel?

—No. Es sobre… —Las pestañas de Kimber sombrearon sus mejillas cuando bajó la vista y se volvió a morder el labio.

Maldita sea, los gestos inocentes y seductores de Kimber lo ponían a cien.

Ella levantó la vista de nuevo, y Deke vio que lo miraba con determinación. Interesante.

—Es algo personal.

«¿Personal?». Deke no podía imaginarse a qué se refería. ¿Había acudido a él para contarle algo personal? Se había esforzado en ser un borde con ella mientras trabajaba para su padre. No le había resultado demasiado difícil cuando se había sentido agarrotado todos los días por la frustración sexual.

Transcurrió una pausa silenciosa.

Luc se levantó y se acercó a Kimber.

—Chicos, os dejaré unos minutos a solas. Hay más té de frambuesa. No permitas que el ogro te asuste. —Le cogió la mano y se la besó—. Y no se te ocurra marcharte sin despedirte.

Deke observó el intercambio y se dio cuenta de que estaba rechinando los dientes. «Bastardo». Kimber poseía todo lo que su primo deseaba en una mujer: dulzura, virginidad e inocencia. El que ella tuviera el pelo rojizo era sólo un incentivo más.

«Pero ya podía irse olvidando de esa mujer». Si Kimber estaba vedada para él, también lo estaba para Luc.

El suave golpe de una puerta al cerrarse en el pasillo le indicó a Deke que su primo se había encerrado en su despacho. Volvió a centrarse en Kimber.

—Bien, adelante. Te escucho.

—He venido a pedirte un favor. Me doy cuenta de que esto es un poco extraño, pero… —se interrumpió con un tembloroso suspiro, luego alzó la barbilla y pareció controlar los nervios. Un momento después, lo miró directamente a la cara—. ¿Podrías enseñarme todo sobre el sexo, tal y como a ti te gusta?

Por lo general, la expresión de Deke jamás reflejaba sus pensamientos. Debido a su trabajo, poseer una expresión insondable era algo indispensable. aquella era la primera vez que Kimber lo veía quedarse con la boca abierta. No lo hubiera sorprendido más si le hubiera pedido que excavara el Gran Cañón con sus propias manos.

—¿¡Qué!?

—Quiero que me enseñes cómo son las relaciones sexuales que te gustan.

¿Las relaciones sexuales que le gustaban a él? ¿Podría haber algo más extraño en este jodido planeta?

Ahí pasaba algo. Algo muy raro. A la virginal Kimber no podía gustarle lo mismo que a él. Ni siquiera debería saber que existía.

Aunque quizá estuviera interpretándola mal. Lo más probable era que no tuviera ni la más remota idea de qué le estaba pidiendo.

Con aquel tranquilizador pensamiento, dejó traslucir la irritación que sentía y negó con la cabeza.

—¿Por qué coño ibas a querer saber algo así?

Kimber no se inmutó ante su lenguaje. Deke debía reconocerle eso y más… como haber tenido las agallas suficientes para ir allí. Al criarse con el coronel y dos hermanos mayores, era probable que hubiera oído todas las palabras malsonantes del mundo, y algunas más de su propia cosecha. Pero se preguntó de dónde habría sacado el valor para preguntarle si quería… ¿qué? ¿ser su tutor sexual? Bufó para sí mismo al pensar en todas las cosas que le gustaría enseñarle.

—Creo que ha llegado el momento de ampliar mis horizontes —le explicó ella con despreocupación, de una manera que parecía haber sido ensayada—. Y a pesar de tu actitud brusca, eres un tío honrado. Nunca me harías daño…

—¿Hasta cuando voy a tener que seguir oyendo este discursito antes de decirte que no?

—Aún no he terminado.

—Ni siquiera deberías haber empezado.

—Necesito saber. Tengo que saber cómo complacer a un hombre con esas inclinaciones.

Esas inclinaciones. Como si fuera algo fácil. Como si pudiera explicárselo con un simple esquema. Contuvo una amarga risa.

—A ver si nos entendemos, ¿quieres aprender a follar conmigo, pero no tienes ni idea de quéva la cosa?

Kimber se envaró.

—Claro que lo sé. A ti te van losménages, te gusta compartir a las mujeres.

¿Cómo diablos se había enterado de eso? Era sorprendente. Perturbador. Condenadamente excitante.

Pero ella había dicho «ménage» como si la mera palabra la asustara de muerte. Deke se rió largo y tendido a costa de Kimber.

—Gatita, estás metiéndote en camisa de once varas.

—Por favor, no me trates como a una cría. Puede que no sea la mujer más experimentada del mundo, pero ¿qué más da? Todos partimos de cero. Estoy tratando de aprender. No te pido un compromiso ni que me dediques mucho tiempo. Hablo de una tarde o dos, ¿dónde está el problema?

Así que la gatita aún tenía garras. La encontraba salvajemente excitante. Se imaginó tumbándola sobre esa misma mesa, separándole las piernas para observar su sexo abierto para él mientras ella se retorcía y jadeaba en pleno orgasmo.

Él se aclaró la garganta y se obligó a centrarse.

—Olvídate por un segundo de que no tienes más que una vaga idea sobre el tema. Centrémonos en la gran pregunta: ¿por qué? ¿Por qué quieres experimentar en tus propias carnes qué se siente al ser compartida?

Kimber cruzó las manos delante de ella y vaciló. Estaba intentando decidir qué contarle, pensando qué descartar y qué no. Deke le dio un minuto para que aclarara sus ideas; podía esperar. No pensaba ir a ningún sitio hasta descubrir de qué iba todo ese asunto.

—No sé si te acordarás, pero poco antes de que vinieras a trabajar con mi padre, éste había estado protegiendo a Jesse McCall.

—Sí. —Deke se encogió de hombros.

—Jesse y yo… nos hicimos muy amigos ese verano. Compartimos un vínculo especial. Se podría decir que nuestro amor floreció. Hemos salido con otras personas, pero no es lo mismo. Y nuestra relación sólo se ha hecho más fuerte con los años. Nos hemos mantenido en contacto por teléfono y por e-mail. Compartimos nuestras esperanzas, deseos y sueños. Llevo muchos años pensando en él, en nosotros y creo que a él le pasa lo mismo.

Que alguien le diera una bolsa para el mareo. ¿De veras Kimber se tragaba todo eso? ¿Que mientras Jesse se iba tirando a toda cuanta mujer se le ponía por delante, la amistad con Kimber tenía un significado especial para él? Imaginó que sería posible… después de que el infierno se congelara.

—Ya veo —dijo arrastrando las sílabas—. ¿Y eso qué tiene que ver?

—Bueno, hace unos seis meses, hablamos largamente de nuestra relación. Le dije que nunca podría sentir por nadie lo que sentía por él —se mordisqueó los labios, titubeando—. Jesse me dijo que yo le importaba mucho, pero que su estilo de vida me escandalizaría.

No había más que leer la prensa amarilla.

—Sí, lo haría.

—He visto montones de fotos de él con diferentes mujeres. He oído rumores sobre lo mucho que le gusta compartir a las mujeres. Sé lo que tengo que hacer para tener un futuro con él. Pero él dice que no quiere corromperme; piensa que yo no podría soportarlo. Tengo que demostrarle que puedo ser lo que él necesita.

Santo cielo. ¿Acaso había perdido completamente el juicio? Pretendía que le enseñara a darle placer a ese niño bonito que presumía de ser cantante melódico y a algún gilipollas desconocido a la vez. ¿Sería Kimber una mujer inmadura para su edad, de ésas que perdían la chaveta por las celebridades y gritaban como locas cada vez que oían su nombre? Se le encogió el estómago.

—¿Así que crees que yo te enseñaré cómo atraparle, y luego viviréis felices y comeréis perdices?

Kimber se envaró.

—Creo que lo más inteligente sería ir a Jesse preparada para complacerle y de esa manera probarle que puedo ser alguien especial para él.

—¿Y a qué viene tanta prisa?

—Ha vivido en Europa durante los últimos años. Le he echado mucho de menos. Pero por fin vuelve a Estados Unidos. Vuelve a Tejas durante unos meses. Hemos hecho planes para vernos y averiguar si nuestra relación tiene algún futuro. Es mi oportunidad para demostrarle que aún nos une ese vínculo especial.

«¿Vínculo especial?» ¿Qué demonios se suponía que quería decir con eso?

—En primer lugar, ese tío es una estrella del pop. Ha tenido tres álbumes en el número uno en los dos últimos años. Las mujeres caen rendidas a sus pies, y lo sabes.

Ella alzó la barbilla, altiva. Tenía su genio. Otra cosa que lo ponía tan duro como una roca.

—Precisamente por eso, no puedo permitirme el lujo de no estar preparada. Sé que tendré que competir por su tiempo y atención. Soy consciente de que no soy tan mundana como lasgroupiesque lo persiguen. Pero existe una conexión entre nosotros. Quiero ver si nos lleva a algún lado y creo que él también está dispuesto a averiguarlo, aunque tiene miedo de hacerme daño.

—Y supongo que en segundo lugar, tú eres demasiado inocente para esto.

—Por eso te pido tu ayuda. Me niego a ir a verlo y correr el riesgo de que me considere una cría. ¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Acaso es tan difícil hacerlo?

—Crees que con que te haga un jodido esquema será suficiente para saber todo lo que hay que saber sobre losménages, ¿verdad?

—Estoy dispuesta a que me lo expliques, y quizá también me haga falta una demostración. Depende.

«Jodidamente increíble».

—Una explicación no te serviría de nada, gatita, y no te prepararía para lo que realmente necesitas. En cuanto a una demostración, lo más probable es que salieras huyendo espantada.

Ella frunció el ceño. La frustración de Kimber aumentaba a la par que su deseo por ella.

—De ser así, tengo que saberlo ahora, antes de comprometerme con Jesse. Si lo compruebo por mí misma…

—Saldrías de aquí gritando y corriendo tan rápido que baterías todos los récords. No podrías soportarlo.

—¿Por qué? ¿Acaso estamos hablando también sobre elbondageo la dominación?

Deke agrandó los ojos sorprendido. ¿Cómo sabía ella de esas cosas?

—No parezcas tan sorprendido. No soy precisamente una niña.

—Puede que no. Pero eres virgen todavía. Apostaría mi vida en ello.

—Sí. ¿Y qué? Me estoy reservando para Jesse. —Se apartó un brillante rizo rojizo de la cara, actuando como si anunciar que una mujer de veintitantos años era virgen fuera la cosa más natural del mundo—. Deke, sé que no me debes nada, pero te estoy pidiendo lo más amablemente posible que me ayudes.

—Pues joder con tu petición. No me importa cómo lo expongas. Es una condenada estupidez.

—Si lo que te preocupa es que mi padre se enfade…

—Demonios, sí, por supuesto que se enfadará. Pero no es por esa razón por la que no estoy dispuesto a ayudarte. Kimber, éste no es el tipo de sexo que le vaya a una virgen.

Ella hizo una pausa, reflexionando sobre ello. Luego se puso en pie.

—Vale, lo entiendo. Al parecer no te atraigo para nada. Genial. Ya encontraré otra manera de aprender.

Deke debería dejar que creyera eso y dejar que se marchara, pero no podía. Tenía que hacerle saber que sí que lo atraía… y que por ese mismo motivo estaba jugando con fuego.

Deke se levantó y se interpuso en su camino.

—¿Así que piensas que no me atraes? —bajó la mirada al miembro grueso y duro que tensaba la bragueta de los vaqueros. Al instante, ella siguió la dirección de su mirada. El suave jadeo que emitió sólo lo puso más duro—. Gatita, no puedes imaginarte lo que se me ha pasado por la cabeza desde que me has formulado esa petición con esa boca tan deseable que tienes. Pero dudo que quieras saberlo.

Un ardiente rubor inundó las mejillas de Kimber mientras miraba de nuevo la entrepierna deDeke. Se mordisqueó los labios. Siempre hacía eso cuando estaba nerviosa o pensativa.

—Sí que quiero. Quiero saberlo todo sobre las relaciones sexuales que te gustan. Las que le gustan a Jesse.

Deke se sintió molesto, y se prometió a sí mismo que si alguna vez tocaba a Kimber, ella dejaría de pensar en aquella afeminada estrella del pop. Estaría demasiado ocupada con él.

Sólo el pensar en decirle que no, le hacía sentir como si le aplastaran las pelotas. Mierda, se le estaba ofreciendo en bandeja para que saciara su lujuria por ella. Lujuria que él llevaba más de cinco años conteniendo. Lujuria que le ponía el miembro increíblemente duro y que le hacía sentir un deseo que le retorcía las entrañas.

«Es inocente. Virgen. ¡¡Peligro!!»

Había llegado el momento de poner fin a aquello. ¿De verdad creía Kimber que era lo suficientemente madura para ser compartida? Sí, tenía que hacer que saliera huyendo en cuestión de segundos. Sería lo mejor antes de cometer alguna locura como agarrarla, tocarla, excitarla y penetrarla hasta el fondo.

—El sexo que me gusta no es ni dulce ni romántico, gatita. Es crudo, y en ocasiones doloroso para una mujer. Puede requerir una espalda de acero y mucho aguante.

Kimber se puso tensa y tragó saliva. Estaba nerviosa…, pero intrigada. La curiosidad se arremolinaba en aquellos preciosos ojos color avellana. Al fin, ella asintió con la cabeza.

—Continúa.

Deke se acercó más. No podía contenerse. Ahora también captaba su aroma. Desprendía un olor a melocotones, a azúcar moreno y a deseo femenino. ¿Acaso estarían calentándola sus palabras? ¿O sería saber que lo excitaba lo que la hacía humedecer?

Dio otro paso, invadiendo el espacio personal de Kimber, y acercó los labios a su oído.

—En mi caso,ménage,implica compartir a una mujer, dos hombres follándola a la vez, llevándola al orgasmo y volviéndola tan loca de placer que ella olvida su nombre y grita hasta que el techo se le cae encima.

Deke se apartó para evaluar la reacción de Kimber. Tenía la boca entreabierta en un silencioso jadeo, y los ojos agrandados con las pupilas dilatadas. Oh, maldita sea. ¿Sería posible que la idea la atrajera? Su polla estaba preparada para bailar un tango a pesar de que su mente estaba intentando por todos los medios cortar la música de raíz.

—Ayúdame a entenderlo. ¿Por qué te gustan losménages? —logró susurrar ella—. ¿Por qué no hacer el amor con una sola mujer? Solos los dos.

—Dos hombres pueden lograr que una mujer alcance un placer tan increíble que ella esté dispuesta a hacer lo que sea por el placer de sus amantes. Y para eso tengo que tener un asiento en primera fila.

A Kimber se le enrojeció aún más la cara. El aroma del deseo femenino flotaba ahora en el aire. Se le irguieron los pezones al tiempo que se humedecía los labios con nerviosismo.

—Entiendo.

El vientre de Deke se contrajo ante la imagen de aquella lengua rosada.

—¿De veras?

—Estoy al tanto de esas cosas. He leído mucho. Comprendo cómo es posible físicamente, pero… ¿qué pasa con los lazos afectivos?

—¿Los lazos afectivos?

Él debía de ser de Marte, porque esa pregunta era, definitivamente, de Venus. ¿Qué pasaba con las preguntas que se esperaba? Cosas como ¿por dónde se meten las pollas? ¿Cómo follan dos hombres a una mujer simultáneamente? Ésas sí eran cosas que él podía contestar. Con todo lujo de detalles además. A él le encantaría verla penetrada por dos miembros batiéndose en duelo, uno por su apretada vagina y el otro por el intocable trasero.

Mierda, tenía que dejar de pensar en eso antes de que los vaqueros le constriñeran la erección.

—¿Cómo se manejan esas relaciones para que no interfieran los celos?

—Es que no son relaciones. Es sólo sexo. De cualquier forma que pueda ser consumado por tres personas a la vez.

—Ah. —Ella parpadeó y luego apartó la mirada—. Debería de haberme dado cuenta, tú no eres de los que mantienen relaciones.

—A mí me basta con la lujuria. —Cualquier otra cosa era potencialmente catastrófica. De hecho, ya había pasado por eso una vez… y no quería recordar la pesadilla que había sido después.

—Bueno, lo cierto es que contigo, lo de la lujuria me va bien también. Sólo… solo quiero aprender lo que puedas enseñarme.

«¿Todavía?»

—¿Estás hablando en serio?

Kimber se aferró a su bolso y cuadró los hombros.

—Hoy he conducido más de ciento cincuenta kilómetros para hablar contigo, un hombre al que no veo desde hace cinco años. Uno al que nunca le gusté demasiado. Me he tragado mi orgullo para admitir delante de ti por qué quiero esto y por qué todavía sigo siendo virgen. ¿Me habría tomado tantas molestias si no hubiera estado segura de aprender a complacer a Jesse y decidir si es esto lo que quiero en mi vida?

«Jesse». Ahí estaba el nombre de aquel gilipollas otra vez. Maldito imitador de los jodidos Backstreet Boys. Maldito fuera él y su melodiosa voz de falsete que copaba las listas de éxitos. Deke no podía entender por qué un hombre quería sonar como una mujer delante de todo el mundo.

—No soy el hombre adecuado para eso, Kimber. No puedo hacerlo.

Ella apretó los labios y tensó los dedos en torno a la correa del bolso.

—¿Por qué no?

—Por un millón de razones. Para empezar, no me acuesto con vírgenes.

—No te he pedido que lo hicieras. De hecho, reservo mi virginidad para Jesse. No sé por qué no puedes darme al menos algunas explicaciones sobre las partes más complejas.

—Porque las explicaciones no te servirían de nada, gatita. No sabrás de qué va todo esto hasta que no te encuentres taladrada por un par de miembros bien duros.

—Explícame eso. ¿Taladrada exactamente dónde? ¿Y de qué manera? ¿De una que implique dolor?

Las palabras de Deke no la habían conmocionado en lo más mínimo. Sus preguntas le aturdían, le aterraban. ¿Por qué Kimber no tenía miedo? Él sí que lo tenía.

—No voy a hablar de eso. Si quieres información sobre losménages, búscala en los libros.

—Como tú muy bien has dicho, las palabras no son un buen sustituto de la experiencia.

—Entonces que sea ese niño bonito de voz afeminada el que te proporcione experiencia. Porque, desde luego, no seré yo.

—Genial. —Pasó por su lado—. Tú no quieres ayudarme. Déjame pensar… ¿con quién salías cuando trabajabas para mi padre? Ah, sí, con Adam Catrell. Recuerdo haber oído rumores sobre él. ¿Sabes si vive cerca de aquí? Supongo que puedo pedírselo a él. Y si no tiene interés, creo que Justin Wheeler también era amigo tuyo, ¿verdad? Puede que esté dispuesto a ayudarme, así que adiós muy buenas. —Se apresuró hacia la puerta.

Deke se envaró. Oh, sí…, tanto Adam como Justin estarían más que dispuestos a ayudarla… ya fuera con o sin ropa. Pero ninguno de los dos era conocido por ser cuidadoso. La virginidad de Kimber no significaría nada para ellos. Verían carne fresca y jugosa, y se enterrarían en ella, jadeando como perros hambrientos.

Pero Deke se dijo a sí mismo que ésa era la elección de Kimber…, su problema.

Sin embargo, si dejaba que ella saliera por esa puerta, acabaría maltratada por aquel par de rottweilers hambrientos. Y eso era algo que le cabreaba. Ella acabaría aplastada en cuestión de minutos, y, por alguna maldita razón, no podía permitir que eso ocurriera. Quizá fuera debido a su lealtad hacia el coronel o algo por el estilo.

«Maldita sea». Iba a tener que disuadirla de seguir por ese camino antes de que se fuera. Rechinando los dientes, repasó mentalmente cual sería la mejor manera de conseguirlo. Por desgracia no había muchas opciones. Y hasta ahora, hablar no había servido de nada.

Había llegado el momento de pasar a la acción.

Deke la agarró del brazo y la atrajo contra su cuerpo. Los pechos de Kimber, dulces y firmes,le quemaron la piel como si él no llevara camisa. Maldijo para sus adentros ante el contacto. «¡Maldición!». aquella chica siempre le había hecho sentir algo. Ahora, después de cinco años, el efecto era todavía más pronunciado.

Kimber jadeó cuando sus cuerpos se rozaron. Alzó la mirada lentamente hacia la de él. La excitación ardía en su cara, resplandecía en aquellas dilatadas pupilas color avellana. Al ver la expresión de ella, Deke se preguntó si ésa era la primera vez que Kimber había sentido algo por él que no fuera irritación.

La posibilidad no era muy halagüeña.

«Aquel plan no podía durar más de tres minutos…»

—Espera un momento. —Tensó los dedos con los que le agarraba el brazo antes de obligarse a sí mismo a relajarlos—. Supongamos que hablas en serio. Y que yo reconsidero tu petición. Tendría que ser con demostración práctica y todo eso.

Ella tragó saliva. Su corazón se saltó un latido. Dios, no tenía ni idea de lo peligrosamente cerca que estaba de acabar tumbada sobre la mesa de la cocina para convertirse en su merienda.

—Vale. ¿Quién sería…? ¿Quién se uniría a nosotros?

Luc resolvió ese dilema al entrar tranquilamente en la cocina con una sonrisa seductora y una mirada que era imposible de malinterpretar. ¿Así que el bueno de su primo había estado escuchando? Deke hizo girar a Kimber hacia él.

—Hola, cariño —dijo Luc con acento arrastrado.

Deke sintió que Kimber temblaba en sus brazos cuando se cruzó con la mirada de su primo. Contuvo el instinto de tranquilizarla. Aquello debería de dejarle muy claro a lo que se enfrentaba, debería de hacer que Kimber descartara sus planes ipso facto. Tranquilizar a la chica era la última cosa que debería hacer.

—¿Deke y tú…? —a Kimber le tembló la voz.

—Exacto.

Incluso la respiración femenina era temblorosa. Estaba nerviosa. «Estupendo». Por fin, algo había penetrado en aquella dura cabezota. Había llegado el momento de que Kimber soltara un rotundo «no».

Deke dirigió a su primo una mirada de advertencia mientras asentía con la cabeza. Su primo le respondió con un asomo de sonrisa, luego se acercó a ellos.

CAPÍTULO 2

Kimber se estremeció a pesar de las enormes manos de Deke en sus hombros, tranquilizándola. Quemándola.

La idea de esos dos hombres salvajes y atrevidos, que parecían salidos de una novela erótica, y ella, estaba a punto de convertirse en realidad. ¿Podría manejarlo? ¿Podría aceptarlo como parte permanente de su vida?

Luc se acercó lentamente a ella, con una sonrisa de tiburón y una mirada hambrienta. La excitación y el miedo la dejaron sin aliento. Deke tenía razón: las palabras no podían prepararla para la realidad de esos dos hombres. Él apenas la tocaba y Luc estaba aún a medio metro. En la habitación se palpaba la testosterona que sobrecargó sus sentidos, haciendo que le zumbara la cabeza. Tenía los nervios tan a flor de piel que se estremeció.

Al ser virgen, Kimber se sentía un poco intimidada, pero no asustada. Nerviosa…, sí. Pero eso no iba a detenerla. Tenía que saber si podía ser la mujer que Jesse necesitaba, si podía aceptar las caricias de dos hombres a la vez. La tranquilidad que la envolvió era probablemente el resultado de criarse con hombres decididos. Tener miedo no era una opción. Tenía que hacerlo.

Y también sentía curiosidad…, sí. Una curiosidad repentina. ¿Cómo sería poder disfrutar de la alegre delicadeza de Luc y del crudo poder de Deke al mismo tiempo? Ardía en deseos por conocer la respuesta. El cosquilleo que sintió en el estómago se mezcló con la curiosidad y la fascinación para crear un potente brebaje.

«Alto». Kimber tragó saliva, recordando por qué estaba allí. La respuesta a su pregunta era irrelevante. No importaba cómo la hicieran sentir Deke y Luc. Ella estaba allí para aprender, por Jesse, para que él la viera como a una mujer. Alguien a quien pudiera considerar su mujer cuando la abrazara o cuando la compartiera… ¿Con quién la compartiría? ¿Con los miembros de su grupo? ¿Con algunagroupie? Jesse se había negado a darle detalles sobre su vida sexual, aquél a que los periódicos sensacionalistas consideraban depravada y escandalosa.

Entonces Luc la tocó, le deslizó las manos por las caderas. La pregunta se disipó bajo el ardiente contacto de sus dedos cuando la acarició suavemente y le dio la vuelta, dejándola de nuevo de cara a Deke. Su mirada se encontró con la de Luc por encima del hombro. Sin apartar las manos de ella, él la hizo descansar contra su cuerpo, apretándola contra su pecho, acunando su erección contra el trasero.

Apenas tuvo tiempo de reaccionar ante la descarga ardiente y el abrasador deseo que se enroscó en su vientre antes de que los dedos de Deke se enredaran en sus cabellos y arrastrara su mirada hacia sus ojos azules, un azul hipnótico parecido al de los vaqueros lavados.

—Kimber —gruñó Deke—, estás jugando con fuego, nena. Prepárate para quemarte.

Cerró los puños y sin más aviso, bajó la cabeza.

Con un simple roce de su boca, Deke le abrió e invadió los labios, encendiendo sus sentidos cuando deslizó la lengua dentro de su boca y arrasó todo lo que tocaba con cada lánguida y excitante caricia.

Había esperado de Deke un beso rudo, sin concesiones ante su inexperiencia. No fue así. Era hambriento y exigente, sí, pero bueno, muy bueno. Un enredo salvaje de labios, aliento y hambre.

A Kimber la habían besado antes, pero no de esa manera. Jamás sin vacilación ni una invitación, pero Deke no era de los que perdía el tiempo.

De repente, él se retiró, dejándola dolorida y sin fuerzas. Oh, Dios. Su sabor. Era excitante y masculino. Adictivo. Kimber deseaba más, mucho más.

Con un solo beso, la había despojado de sus defensas, había puesto su mundo del revés, se había hecho con el control.

Deke le rozó los labios con los suyos otra vez, y Kimber abrió la boca un poco más. Él se hundió en ella con más profundidad que antes. La saboreó, jugueteó con ella, se retiró. «¡No!»Kimber necesitaba más, y presionó las palmas de las manos contra la sólida pared del pecho de Deke, allí donde sentía palpitar salvajemente su corazón.

Deke la recompensó con otra provocativa caricia de sus labios, que derritieron los suyos con aquella firme y salvaje posesión. Aunque lo había esperado, la invasión de su lengua la dejó sin defensas una vez más. Deslizó las manos del pecho al pelo de Deke. Intentó aferrarse a sus cortos cabellos para acercarlo más a ella, pero el pelo, al igual que su dueño, le era esquivo. Kimber se moría de deseo. Le arañó. Apenas podía respirar, estaba mareada, deleitada en el calor que invadía su vientre. Se le tensaron los pezones. Era salvaje. Tan bueno…

Notó una mano cálida curvándose sobre su brazo y ascendiendo en una lenta caricia. Luc. Casi se había olvidado de él, pero cuando él se acercó más a ella, cuando el calor de su torso contra su espalda y la dureza de su miembro todavía apretada contra su trasero se hicieron más evidentes, fue imposible ignorarlo.

Luc levantó la mano y le apartó el pelo del cuello. La suave presión de la ardiente boca de aquel hombre y su cálido aliento sobre el cuello fue como una suave lluvia sobre su sensible piel. Kimber se estremeció, pero Luc continuó. La feroz respuesta de ella estimuló sus propios sentidos en sintonía con las demandas suaves y tiernas del beso de Deke.

Unas manos firmes se deslizaron sobre las costillas femeninas. Luc de nuevo. Aquellos dedos indagadores le rozaron el lateral de los pechos. Inesperadas sensaciones le atravesaron directamente los pezones, endureciéndolos todavía más. Kimber gimió mientras Deke seguía besándola, absorbiendo el sonido con su ávida boca. Inclinando la cabeza, amoldó sus labios perfectamente a los de ella, y su beso se hizo más persistente.

Kimber se derritió, gimiendo. Ardía tal y como lo hacia Deke cuando el deseo la embargó, cuando la sangre hirvió a temperaturas abrasadoras. Y se sintió dolorida. Quería más. ¡Mucho más!

Agarrándola firmemente de las caderas, Deke se arqueó contra ella, apretando su impresionante erección en un movimiento delicioso y sugestivo contra su sexo. Aquello no la apaciguó, sólo la inflamó aún más y gimió.

Doblando las rodillas, Deke la agarró por los muslos y la levantó. Kimber apenas tuvo tiempo de soltar un grito ahogado antes de que la dejara caer contra Luc, cuya polla se apretaba aún más contra ella. Pero no había terminado…

Deke le arrancó los pantalones y el tanga, luego le abrió las piernas, manteniéndolas separadas con aquellas enormes manos. Luc le ayudó sosteniéndole las rodillas con los antebrazos, dejándola abierta y expuesta ante su primo. A Kimber le latía tan rápido el corazón que no podía oír nada más que su frenético palpitar mientras observaba cómo Deke la miraba como si le fuera la vida en ello. Kimber envió una invitación a esos profundos ojos azules que brillaban intensamente con un calor abrasador.

Deke se quedó inmóvil, esperando. Mirando. Volviéndola loca de anticipación y de deseo.

—Deke…

—Mantén sus piernas separadas —le dijo él a Luc.

Luego se introdujo entre los muslos separados y presionó íntimamente la bragueta de los vaqueros contra los pliegues húmedos. Ante el contacto, el clítoris de Kimber respondió con un ávido latido. Deke la sujetó por las caderas, alejándola del agarre de Luc. Se rodeó las caderas con las piernas de Kimber y embistió contra ella una y otra vez. Kimber gritó. Masturbarse jamás había sido tan intenso y agudo. Tan decadente. Tan abrumador.

Antes de que ella pudiera asimilarlo o pensar en su siguiente caricia, Luc le deslizó las manos desde el tórax al vientre y luego hacia arriba de nuevo. Y más arriba, hasta ahuecarle los pechos con las cálidas palmas de sus manos. Kimber se derritió con un largo gemido. La pellizcó suavemente con los dedos y el estremecimiento de deseo bajó disparado a su clítoris. Los pezones se erizaron ante la dolorosa tirantez de su tacto, y él se los frotó con los pulgares.

A Kimber le llevó un rato darse cuenta de que Deke observaba las caricias de Luc con una mirada oscura de deseo. Con unos ojos que, cuando la miraron a ella, prometían devorarla. Un agudo deseo se deslizó por el vientre de Kimber, retorciéndole las entrañas con una necesidad apremiante.

—Tenemos que quitarle esto —dijo, dirigiendo los dedos al último botón de la blusa.

—Ahora —se mostró de acuerdo Luc. Y juntos, la dejaron sobre el mostrador.

Un momento después, Luc dirigió los dedos al botón superior de la blusa y lo desabrochó. Las manos masculinas se ocuparon de los pequeños botones entre maldiciones, exponiéndola a sus devoradoras miradas con una rapidez que Kimber apenas podía asimilar. Aturdida, observó cómo su propia piel tensa y dolorida iba quedando expuesta hasta que todos los botones fueron desabrochados. Luc le quitó la blusa por un hombro, mientras Deke se la quitaba del otro y levantaba la mirada hacia ella.

Esos ojos eran intensos. Feroces. Decididos. Un remolino de deseo se anudó en el vientre de Kimber, dejándola sin respiración, despojándola de cualquier pensamiento racional…

Con el cálido aliento de Deke en el cuello haciéndola pedazos, éste alargó las manos por detrás y le desabrochó el sujetador con dedos ágiles. «¡Oh, Dios mío! ¡Oh, maldita sea!» Estaba desnuda. Eso se ponía serio. Y resultaba abrumador. Y, sin embargo, era maravilloso. No podía detenerse. Aún no… pronto.

—¡Oh! —gimió cuando la boca de Deke le cubrió un seno. Mordisqueó suavemente su pezón hasta que varios estremecimientos sacudieron las terminaciones nerviosas entre sus pechos. Hasta que su clítoris se estremeció de deseo. La sensación se multiplicó cuando Luc le pellizcó la sensible cima del otro pecho en el mismo momento que inclinaba la cabeza y le cubría la boca con un beso arrollador.

Más que besarla, la seducía sin palabras. Luc era un artista, un experto. No se apresuró ni exigió. La engatusó, jugueteó con ella, provocándola con el cálido roce de su lengua para luego retroceder, dejándola ardiendo de deseo. Sólo aquel beso habría sido suficiente para hacerla perder la cabeza, para que se derritiera como cera caliente. Con aquella erección apretada contra su muslo, las sensaciones eran absolutamente explosivas.

Deke continuaba succionándole el pezón, y cambió al otro con decisión, apartando los dedos de Luc para albergar el sensible brote en su dura boca, mordiéndolo con suavidad, lamiéndolo con la lengua, en el mismo momento que apretaba la dura protuberancia de su erección contra el palpitante clítoris.

Esa vez, la boca de Luc amortiguó sus gritos. El ardiente jugueteo de su beso absorbió el sonido y pidió más. Y ella le ofreció otro jadeo con gusto cuando Deke embistió en el lugar adecuado mientras le succionaba el pezón con dura ferocidad. Luego Luc terminó el beso con una suave exigencia que la hizo estremecer de placer. Sus labios temblaron cuando él retrocedió jadeante para tomar aire. Kimber sintió una eléctrica línea de placer entre los pechos y el sexo que la hizo estremecer de pies a cabeza.

—Sabes tan dulce como el azúcar —la alabó Luc acariciándole con la boca el lateral de su cuello mientras que con el pulgar le rozaba el pezón todavía húmedo por la boca de Deke—. Tan dulce que te deshaces.

Esa hábil boca le recorrió la barbilla, subió por la mejilla haciendo una pausa antes de capturar sus labios de nuevo y hundirse en ellos. Él se excitó con el beso, haciéndola arder cada vez más, prometiéndole con cada caricia que la satisfaría… a su debido tiempo. A su manera.

Para aumentar las ya crecientes sensaciones, Deke continuó restregándose contra su clítoris con envites constantes, friccionando con furia, encendiéndola de la cintura para abajo. Le pellizcó los pezones, se los retorció, en uno y otro sentido, estirándolos, estimulando sus sensaciones. Cuando ella jadeó y se sujetó a los brazos de Deke jurando que se iba a correr, él retrocedió y Luc también.

Kimber gritó de frustración.

Deke le dirigió una mirada despiadada y le rozó el sensible pezón.

—¿Quieres más, gatita?

Estaba jugando con ella. Bueno, estaban. Pero en ese momento a Kimber le traía sin cuidado. Jamás había sentido nada parecido al placer que Luc y Deke le estaban brindando. Sus sensaciones eran como arenas movedizas que la arrastraban, la ahogaban. Cuanto más se retorcía, más se hundía. Y le encantaba.

—Por favor. —La palabra le salió de la boca en un jadeo.

Luc se inclinó para depositar uno de esos devastadores besos en su boca en su siguiente aliento. Deke continuó con la rítmica fricción de su miembro contra el clítoris de Kimber, al mismo tiempo que le mordisqueaba despiadadamente los pezones con la boca.

Cada vez que la tocaban, nuevas sensaciones se derramaban sobre ella como miel caliente que rápidamente se convertía en fuego líquido. Estaba flotando, hundiéndose, implorando…

—Más. —La palabra escapó de sus labios con un jadeo urgente.

Deke la besó por encima de los pechos, resollando sobre su cuello. Ella se estremeció, y Luc la inmovilizó con otro beso devorador. La boca del hombre parecía decir con cada envite de la lengua que quería algo que sólo ella podía darle. Lo que era mentira, pero tan, tan efectiva. Kimber apostaría lo que fuera a que cuando Luc posaba su boca sobre una mujer, no había nada que ésta pudiera negarle.

Cuando más maravilloso era, cuando Deke le mordisqueó el lóbulo y la rodeó con sus brazos, las sensaciones se volvieron aún más intensas. Kimber se arqueó contra su poderoso y musculoso pecho, odiando repentinamente la camisa —cualquier prenda— que se interpusiera entre su piel y la de ella.

Kimber jamás había imaginado que pudiera desear de esa manera a un hombre tan irritante, pero lo hacía. ¿Por qué?

—¿Qué más quieres? —el sedoso susurro de Deke se deslizó por su espalda, luego pareció acariciarla en aquel lugar mojado que suspiraba dolorosamente por él.

¿Cómo conseguía hacer eso con un simple susurro? ¿Cómo lograba que el sonido se clavara directamente en su clítoris?

Luc levantó la cabeza para oír su respuesta.

—Me siento genial —fue todo lo que ella pudo susurrar en respuesta.

Dudaba que pudiera decirles algo que ellos no supieran ya.

—Puede ser todavía mejor —le murmuró Luc en el otro oído.

«¿Mejor? Que dios la ayudara».

Por lo general, Kimber estaba hecha de una pasta muy dura. En lo único que no había ganado a sus hermanos había sido en una lucha cuerpo a cuerpo. En todo lo demás: en soportar el dolor, en aguantar la bebida, en velocidad, en resistencia... les había vencido al menos una vez.

Pero ese placer aplastaba su voluntad.

—Si deseas más, te lo daremos. Quiero ponerte boca abajo sobre la mesa de la cocina y observar cómo Luc te succiona el clítoris mientras tú me succionas a mí.

Con los ojos nublados de deseo, Kimber dirigió la mirada a la susodicha mesa. Podía imaginar la escena. Con mucha facilidad. Jamás le había hecho una mamada a un hombre, pero lo intentaría. De hecho, le encantaría conseguir que al señor tipo duro se le aflojaran las rodillas. Y si un beso de Luc era el cielo, no podía ni imaginar lo fabuloso que sería con el sexo oral.

Pero el tono desafiante de las palabras de Deke le molestó. ¿Acaso pensaba que todavía le tenía miedo?

—Vale —dijo Kimber e inspiró profundamente.

—Será mejor que esperes a oír a qué estás accediendo.

—Deke —lo interrumpió Luc con el ceño fruncido.

Un buen trozo de músculo dorado quedó a la vista cuando Deke levantó una mano.

—Debe oírlo todo.

Dirigiéndose a ella otra vez, Deke la tomó por las mejillas y la forzó a mirarle a los ojos.

—Luego quiero llevarte a la cama y observar cómo Luc hunde su miembro profundamente en ti mientras jadeas y gritas y te corres. Mientras él está en ello, yo me ocuparé de tu dulce culito, y te follaremos a la vez. Juntos. Con fuerza. Durante toda la noche. Hasta que estés agotada, saciada, exhausta.

El calor y la alarma la atravesaron a un mismo tiempo. La idea le atraía de una manera prohibida. Jamás había imaginado de verdad cómo sería estar con dos hombres. Pero ahora lo hacía. No dudaba que estos dos la harían gozar. Pero ella quería conservar su virginidad… no importabacuánto le costara.

Y además, había algo en las palabras de Deke que la irritaba. Sonaba como si sólo quisiera… utilizarla. Como si ella fuera una mujer cualquiera que hubiera conocido en la barra de un bar y la hubiera llevado a casa para un polvo rápido.

—Luego volveremos a poseerte —continuó Deke con voz ronca—. Dormiremos una hora y volveremos a tomarte otra vez, tan dura y profundamente que no podrás andar ni sentarte durante una semana. ¿Qué te parece, gatita? ¿Entiendes ahora de qué va todo esto?

La mirada en su cara era la de un auténtico depredador. La deseaba. Para follar. Nada más. No le importaba si con ello la ayudaba o no.

Kimber tragó saliva, intentando pensar a pesar del deseo, la cólera y la confusión. «Separa los hechos de las emociones», era lo que su padre le había enseñado. Tal y como ella lo veía en ese momento, Deke parecía un gilipollas, lo que probaba que quizá las primeras impresiones eran las correctas.

—Acudí a ti para pedirte un favor, y actúas como si estuvieras ante un rollo fácil de usar y tirar.

Deke se encogió de hombros.

—Un favor… vaya. Pues eso es lo que estoy haciendo. Si puedes seguir el ritmo que Luc y yo te marquemos durante una noche, sin duda estarás preparada para todo lo que quiera ese niño bonito. ¿Te apuntas o no?

—En primer lugar, tengo intención de conservar mi virginidad para Jesse. Ya te lo dije.

—Genial. Supongo que tu culo y tu boca acabarán escocidos, pero puedo vivir sin tu coño. ¿Y tú, Luc?

Kimber dirigió la mirada al moreno y alto seductor. Él se tomó su tiempo antes de responder.

—Yo no tomaría nada que Kimber no quisiera dar.

—¿Ves? —Deke le dirigió una tensa sonrisa—. Así que ya está todo resuelto. Súbete a la mesa.

Ella le observó cerrar los dedos sobre el botón superior de los vaqueros y, con un movimiento rápido de la muñeca, lo abrió, revelando durante un instante la piel dorada de aquel tenso abdomen.

Los nervios de Kimber se crisparon. Sandeces. Actuaban como un par de lobos hambrientos. ¿Acaso esperaba él que ella se subiera a la mesa y se convirtiera en la merienda? ¿Acaso pensaba que iba a abrirse de piernas, hacerle una mamada y…? No.

Ella no había ido allí buscando un final feliz. Pero había pensado que al menos le explicaría cómo funcionaba esa clase de sexo. Y si había que hacer una demostración, deberían ir despacio, haciéndola sentir segura. Ese placer era algo que ella daría y recibiría. No algo tosco y rudo pensado para ahuyentarla.

Kimber comprendía lo que había querido decir Deke con que las palabras no eran suficientes. Pero ahora su cuerpo se había enfriado —más con cada palabra que él decía—, y la lógica ocupaba su lugar.

—En segundo lugar —continuó ella—, no me gusta tu actitud. Actúas como si yo fuera sólo una más. Como si con tal de tener un agujero húmedo en el que meterte, fueras feliz.

Deke se quedó pensativo, como si estuviera considerando la idea.

—Eso es bastante preciso. Tú aprendes. Nosotros disfrutamos. Todos salimos ganando. Súbete a la mesa.

¿De verdad creía que la iba a mangonear?

Kimber observó cómo Deke se bajaba la cremallera. Luc se quitó la camisa por encima de la cabeza y la tiró al suelo, exponiendo un pecho cubierto de vello oscuro y montones de músculos de piel aceitunada.

El latir frenético del corazón de Kimber y su salvaje y agitada respiración indicaban algo más profundo. «Miedo». Eso era lo que sentía ahora. Cruel e implacable. No importaba lo que le hubiera enseñado su padre, no podía ignorarlo. No podía continuar adelante para enfrentarse a eso. Si los dejaba, caerían sobre ella y utilizarían cada parte de su cuerpo hasta que quedara exhausta, luego la enviarían a casa sin volver la vista atrás. La arrollarían y esperarían que ella siguiera el ritmo.Serían rápidos y violentos. La atacarían, la golpearían, la follarían. Quizá a Luc le importara su poca experiencia, pero no lo conocía tan bien como para asegurarlo. Deke había dejado bien claro que sólo la veía como sexo fácil, y nada más.

«¡Bastardo!»

Recogió su ropa del mostrador, se puso los pantalones y se abrochó la blusa sobre los pechos. Se aferró a la ropa interior como si le fuera la vida en ello.

—Vine a pedirte un favor.

Maldita sea, odiaba que le temblara la voz.

—Y tenemos dos duras pollas preparadas para concedértelo —le aseguró Deke—. Un favor con favor se paga. Súbete a la mesa.

—No. Acudí a ti porque pensé… —Kimber negó con la cabeza—. Siempre te comportaste como un bastardo cuando trabajabas para mi padre, siempre te mostraste distante. Pero jamás me habías parecido un mercenario despiadado. Ahora veo que estaba equivocada.

Luc dio un paso hacia ella.

—Kimber.

—¡Quieto! —ella retrocedió—. Deke me acaba de tratar como si fuera una fulana sin valor. Y tú lo has permitido.

—Te has ofrecido como si lo fueras —intervino Deke—. ¿Qué esperabas?

—¡Vete al infierno! —les dio la espalda y se metió el sujetador y el tanga en el bolsillo.

—Ya estoy allí, gatita. Estoy tan duro que el resto de mi cuerpo se ha quedado sin sangre. ¿Seguro que no quieres quedarte y echarme una mano?

«¡Qué caradura!»

—Ya que hablas de manos, tú tienes un par con cinco dedos en cada una. Puedes arreglártelas muy bien solo.

Kimber enfiló hacia la puerta. El portazo resonó en la tranquila tarde del este de Tejas hasta que ella puso el coche en marcha y se alejó a toda velocidad.

—¿La has encontrado? —preguntó Luc con la voz teñida de preocupación. Maldita fuera la perfecta señal del móvil. En los tiempos de los teléfonos analógicos, Deke podría haber fingido no haberlo oído.

—Sí.

Deke había encontrado a Kimber, por supuesto. Y al igual que cuando ella tenía diecisiete años, le había puesto un nudo en el estómago que ni el propio Houdini podría deshacer.

—Vas a pedirle perdón por asustarla y a asegurarte de que no se mete en líos —le recordó Luc.

Deke no quería hacerlo. Pero como Luc había apuntado racionalmente, asustar a Kimber era sólo una solución temporal a un problema que no iba a desaparecer sólo porque él quisiera. Kimber era demasiado tenaz para darse por vencida. No iba a rendirse en su obcecación por buscar a alguien que la ayudara a conseguir a Jesse McCall. alguien que, en el mejor de los casos, podría incomodarla por no saber qué diablos hacer y que en el peor, se aprovecharía de ella y le haría daño.