Felicidad - Katherine Mansfield - E-Book

Felicidad E-Book

Katherine Mansfield

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Beschreibung

Cuentan que Virginia Woolf dijo que entre todos los escritores de su entorno, Katherine Mansfield era la única que podía hacerle sombra. La consideraba su rival porque ambas describían lo cotidiano buceando con precisión debajo de la superficie. Y es que, en sus cuentos, Mansfield describe como nadie el dramatismo oculto detrás del bienestar. Su relato "Felicidad" quizás sea el más asombroso en este sentido. Lúcida observadora, a pesar de su muerte temprana, Katherine Mansfield dejó toda una serie de historias que son delicias breves para disfrutar palabra por palabra

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Seitenzahl: 24

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Inhalt

Katherine Mansfield

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A pesar de sus treinta años, Berta Young tenía momentos como éste en los que quería correr en lugar de caminar; marcar pasos de ballet sobre el pavimento; rodar un aro; lanzar alguna cosa al aire para recogerla enseguida, o quedarse quieta y reír… simplemente por nada.

¿Qué se puede hacer si, teniendo treinta años, al dar vuelta la esquina de la calle lo domina a uno de pronto una sensación de felicidad… de felicidad plena… como si de repente se hubiera zampado un fragmento brillante de sol de tarde y éste le abrasara el pecho, lanzando una lluvia de chispas en cada partícula, en manos y pies, en cada dedo?

¿Es que no puede haber una forma de manifestarlo sin parecer “borracho o trastornado”? ¡Qué estupidez la civilización! ¿Para qué se nos ha dado un cuerpo, si hay que mantenerlo encerrado en un estuche como si fuera un valioso Stradivarius?

“No, la comparación con el violín no expresa exactamente lo que quiero decir”, pensó mientras subía corriendo la escalera y revolvía su bolso buscando la llave que había olvidado como de costumbre. Repiqueteó con los dedos en el buzón. “Y no lo expresa porque…”

–¡Gracias, Mary! –entró en el vestíbulo–. ¿Volvió la niñera?

–Sí, señora.

–¿Han traído la fruta?

–Sí, señora; ya está aquí.

–¿Podría llevarla al comedor? La arreglaré antes de subir.

El comedor estaba ya en penumbra y en él se sentía algo de frío; pero, a pesar de ello, Berta se quitó el abrigo: no podía soportarlo abrochado ni un momento más. El aire frío bañó sus brazos.

Pero en su pecho ardía aún aquel fuego resplandeciente que se extendía como una lluvia de chispas. Era casi insoportable. Apenas se atrevía a respirar por miedo a avivarlo más y, sin embargo, respiraba profundamente, profundamente. Apenas se atrevía a mirar al frío espejo, pero lo hizo y vio en él a una mujer radiante, sonriente, de labios trémulos, con ojos grandes y oscuros, y ese aire atento como de escucha, como esperando algo…, algo divino que sucederá… que sabe que sucederá, infaliblemente.

Mary trajo la fruta en una bandeja y dos grandes platos, uno era de cristal y el otro de porcelana azul, muy bonito, con un reflejo extraño, como si lo hubieran sumergido en un baño de leche.

–¿Enciendo la luz, señora?

–No, gracias; veo muy bien.

Había mandarinas y manzanas teñidas de frutilla rosa; peras amarillas suaves como seda; uvas blancas con reflejos plateados y un gran racimo de uvas moradas. Éstas las había comprado para que hicieran juego con la nueva alfombra del comedor. Sí, tal vez parezca algo absurdo o inverosímil, pero esa era la verdadera razón. En la frutería había pensado: “Tengo que llevar un racimo de uvas moradas para levantar la alfombra hasta la mesa”. Y le pareció muy razonable en aquel momento.