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Sinopsis de Fite-Tu… un gitano andaluz! La vida de un mozo labriego nacido en 1900 en Andalucía, que dejó sus tierras, sus olivares, su casa, para huir apremiado por la dictadura de 1923 que saqueaba las propiedades y la esperanza de los campesinos, sumiéndolos en una hambruna total. La historia de un joven Gitano andaluz, su mujer y su hijita, secando las lágrimas del desarraigo en una mantilla de ilusiones y miedos, en el fondo de un buque que los dejó en el puerto del desamparo. Un romántico melancólico y gruñón que pasó su vida en Argentina, añorando el cielo andaluz, labrando campos ajenos.
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Seitenzahl: 76
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Herrera Verdon Molina, María Betty
Fite-tu... un gitano andaluz! / María Betty Herrera Verdon Molina. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0996-3
1. Relatos Personales. 2. Biografías. I. Título.
CDD 808.883
A Genoveva Verdón, una mamá única.
A Stella Marys y Alicia Inés, dos damas sin igual.
Capítulo I
Suipacha. Pcia. de Buenos Aires. Argentina, 1967
La luna ya no era la cantaora morisca de las noches saucejas de junio, cuando bravía en resplandor seduciendo amores sobre los tejados bermellón de imponentes cortijos se dormía en el resoplido de la noble raza taurina que esperaba la corrida en la gran Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.
La vida ya no tenía la tonalidad atardecida del villorrio flamenquín, ya no le extasiaban los sentidos, los aromas de una paletilla de cordero ni pinchos de gambas, ni las croquetas saucejanas de “la mamma” y las natillas flotantes, ya su memoria se esforzaba en aquellas, las costumbres serranas misteriosas y seductoras como el camino en madrugada a Navarrona.
Se agazapaban en su mente infinidades de consonancias de músicas gitanas y de claveles enredados en oscuros cabellos trenzados de bailaoras ancestrales, en el horizonte de los reinos antiguos, bajo un cielo andaluz colmado de saetillas de relojes marcando los tiempos furtivos como enjambres genuinos de vida y amores.
Imaginar en un anochecer que aún seguían sus pasos lentos hundiéndose en la frescura húmeda de su huerta y sus olivares, afianzando muy profundo sus raíces en la lejanía pasada de sus sierras.
Una bocanada de humo oscuro y pesado en el aroma del pitillo le envuelve la melancolía, sabe que ya no se detendrá nunca más un mediodía en el cerro de la Cruz, allá en la aldea de la Mezquitilla.
Baja su barbilla ennegrecida por los años y encanecida por las tristezas, entre ilusiones nuevas y tantísimos sueños de simientes idas atropelladamente con los acontecimientos maltrechos que azotaron sus días mientras seguía tras el azadón. Se inclina enjuto apoyando su mano sobre su camisa blanca tratando de calmar su desbordado corazón en cansancio de años, murmura sus remembranzas y maldice no poder saborear unos higos chumbos de la tierra andaluza para calmar el hambre y la sed en su nostalgia otoñal.
Cuán lejos se hallaba Boche Verdón Molina, ese sofocante verano de 1967, sentado en su banqueta hecha de madera y mimbre, la de las tardes luego del riego, la que sostenía su cuerpo y sus huesos agotados de tanto sembrar y esperar. La sillita baja que lo esperaba después de lavarse el torso y la cara con jabón blanco de la ropa en el fuentón de latón apoyado en una mesa en el galponcito de atrás de la casa. Porque al baño de la casa con alpargatas cargadas de barro no podía entrar. Se quitaba la faja negra que sostenía su pantalón y escupía unas hebras de tabaco masticadas por haber armado apurado el cigarro.
El día terminaba como otros y otros días, desde el alba inclinado sobre las verduras, quitando malezas y gramíneas enemigas, oliendo el perfume exquisito de sus melones y alegrándole la mañana la redondez de sus tomatillos que se reflejaban en el brillo aromático de unos morrones opulentos hasta el punto de reventar como miles de abejarucos, pajarillos de múltiples colores que vuelan hacia el sur cruzando el Atlántico hasta la península ibérica en busca de abejas sustanciosas para subsistir.
Se regocijaba en sus hortalizas, que depositaba en su canasta con esmero. Eran tan suyas que le costaba venderlas.
¡¡Era desprenderse de sus propias manos, coño!! Su cansancio y sus cuidados estaban acomodados en la canasta. Cuando un hombre le regateaba el precio de los huevos o las verduras, Boche, con voz dura, el pitillo apretado en su boca y ajustando su faja negra a la cintura, le decía en el más puro andaluz y guapeando en la delgadez de su cuerpo: “¡¡Hefe, arfavo, no sea agarrao!!” (Jefe, por favor, no sea mezquino). La g, esa variante suave de la jota, salía como un quejido de su garganta, como una exhalación pesada de aire.
Lejos ya de los campos de Sevilla, de la historia milenaria que ocultaban las aguas del Guadalquivir, se hallaba el gitano señorón.
Qué tan atrás había quedado el gran buque que los trajo a América del Sur en septiembre de 1924.
Sus espesas cejas enmarcaban el deseo de un trago fresco, del vino oscuro que apaciguaba el enojo de otra noche más que se le venía impiadosa a cubrirle las tristezas y volverlo taciturno y molesto.
—¡María!, ¡ven paca! Tráeme la bota con vino frío, muhe! Toy oyendo cómo vosotras churreteáis allí dentro!” (chismoseáis).
Los rasgos de Boche, al igual que los de María, habían sabido tener la imagen típica e inolvidable de los andaluces, sacando pecho por cualquier situación, las frases alegres y el don de salir ¡¡palante!!, como decía Boche ante las situaciones más adversas, aun cuando sus bolsillos no tenían ni una chuquela partida al medio y ponerle una sonrisa con un orgullo de ser los mejores, pero ya ambos se habían tornado casi sin palabras sumidos en letanías de agobio y dejaron caer en los traspiés y desventuras de los años aquellas características andaluzas de castañuelas, romero y tomillo de los mediodías de El Saucejo.
—¡¡En tanto sarga de acá pa’ya, Boche!! —La voz de María sonaba como un cante andaluz, entonado en los alelíes que cultivaba en su jardín.
—¡¡Si está tú apurao, Boshe! Vente paqui y llévate tu bota con tu pirriaque de vino, ¡¡y tomate un trinquis!! El pirriaque es una bebida, vino, licor, alcohólica y el trinquis es tomar de la bota.
Boche tenía fama de ser enojón, malhumorado, solía aislarse fuera de la casa en su banqueta por horas. Rezongaba constantemente y se quedaba escuchando radio… ¡¡¡Cómo le gustaban los radioteatros gauchescos!!!… Recuerdo un personaje de una novela, “el negro Faustino…”. No soportaba las reuniones. Nadie se detenía siquiera a pensar lo mucho que deseaba regresar, nunca nadie se conmovió con esas lágrimas que se escondían en la maraña de su barba, su desesperada ansiedad por volar a su campito, a su olivo retorcido que lo cobijaba del implacable sol del verano, soñaba despierto que iba sentado en el pescante de aquel carromato que lo llevó al puerto de Sanlúcar de Barrameda, pero esta vez volviendo en sus huesos sin juventud y tan españoles como un pasodoble (ese baile de compas binario, movimiento moderado y el centro de toda fiesta, originado allá por el 1533) y mascullaba maldiciones, se le notaba que había sido arrogante y bello. Su frente amplia y su rostro delgado recordaban esos personajes hispánicos románticos y aventureros. En El Saucejo vivió, según cuenta una novela del siglo XIX Pedro, el Temerario, quien fue el terror de los moros de la frontera. Era valiente sin parangón, él solo mantenía en la línea a los nazaríes de Granada y se había enamorado abrazado por la pasión de una muchacha hurí. Era diestro en las armas y desde el cerro de Pedro Benítez, relataban los lugareños que el Temerario se ocultaba con caballo y todo en las cuevas, el Temerario siempre al acecho de los traidores.
Boche tenía más de fandanguillo labriego que de bandolero intrépido, su cabello negro y su boina eran sinónimos de un sevillano andaluz rumiando la suerte allende los mares.
Ya no se percataba de la delgadez de María ni la curvatura de su espalda, la pequeñez de sus manos tan frágiles que de tan diligentes y sabias tejían encajes y fregaban vasijas y movía ligero sus dedos dentro de una bolsa repleta de maíz llamando a sus gallinas ponedoras. Pipppiii. ¡¡¡Aquí, polluelas, aquí les va, pipipi!!! Iba y venía sin parar y su piel seguía tan blanca como la porcelana china, pero sus ojos habían perdido el destello que enamoraba a Boche y el celeste de un cielo amanecido.
Las “abujas” —como decía María, en vez de agujas— transformaban la rutina deslizándose en finísimos tramados de hilos de seda que se convertían en verdaderas y espléndidas obras de arte.
Su nariz era perfecta y sus ojos claros y mansos ocultaban esas tristezas del agobio, porque cuando está triste una mujer se siente agotada, cansada y ya no puede ni siquiera dejar caer de vez en cuando alguna lágrima.
Marcel Proust escribió: “La felicidad es saludable para el cuerpo, pero es la pena la que desarrolla las fuerzas del espíritu”.
María debía haber sido una valiente joven para haber criado ocho fuertes y lozanos hijos.
La andaluza, de caminar muy rápido, tenía su cabello muy largo, lo llevaba todo hacia adelante, lo tomaba con ambas manos, lo estiraba hacia arriba y lo enrollaba en forma de rosca casi en la nuca de su cabeza, y le atravesaba una hebilla clip larga para sostenerlo o lo envolvía en oportunidades en una redecilla al croché.
Llenar la bota de fresco vino, extraído de una botella que muy temprano había guardado en la heladera, era todo un arte que María llevaba a cabo cada tarde como ritual evocando su terruño.
—¡¡Toma, pue!! Aquí va tu pirriaque, ¡¡tomalo despacio, home!! ¡¡Tu tas esho un avantuco!! (Persona que llama la atención por su desaliño).
La ch la pronunciaban como “y”. Es lo que se llama una consonante africada. La ch que hemos llamado “aflojada” se pronuncia