Flores y serpientes - Castellanos Fernando Galindo - E-Book

Flores y serpientes E-Book

Castellanos Fernando Galindo

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  • Herausgeber: RUTH
  • Kategorie: Krimi
  • Sprache: Spanisch
Beschreibung

Esta es una novela problemática que mezcla fantasía y realidad. La desaparición de un niño convoca a oficiales del Ministerio del Interior a trabajar incansablemente para descubrir su paradero. Se trataba quizás de un asesinato, una venganza, la acción criminal de un psicópata o un secuestro por exigencia de dinero, ya que el padre del niño había recibido una cuantiosa herencia de millones de pesos. Para investigar el caso fue designado el experimentado coronel Agustín Robles, de Homicidios, con su equipo de trabajo, quienes tienen la responsabilidad de encontrar a los culpables del hecho y rescatar con vida al niño desaparecido. Peligros, intrigas, amenazas, incógnitas, violencia, odio, rencor, amor y sacrificio son algunos de los sentimientos encontrados a lo largo de toda la novela hasta la solución del caso.

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Seitenzahl: 370

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Edición:María de los Ángeles Navarro González

Corrección: Catalina Díaz Martínez

Diseño de cubierta: Jadier Iván Martínez Rodríguez

Diseño interior, composición y conversión a ebook: Idalmis Valdés Herrera

 

 

©Fernando Galindo Castellanos, 2024

©Sobre la presente edición:

Casa Editorial Verde Olivo, 2024

 

 

ISBN 9789592247628

 

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, en ningún soporte sin la autorización por escrito de la editorial.

 

 

Casa Editorial Verde Olivo

Avenida de Independencia y San Pedro

Apartado 6916; CP 10600

Plaza de la Revolución, La Habana

[email protected]

www.verdeolivo.co.cu

 

 

Índice de contenido
1
El móvil
2
Sin pista
3
Aroma del pesar
4
Una invitación
5
Codicia sin fin
6
Llamas maliciosas
7
Un sujeto interesante
8
Descubrimiento clave
9
Desenlace inesperado
10
El caso se complica
11
Un cortejo fúnebre
12
Operación canje
13
Astucia y belleza
14
Una pista
15
Los muertos no hablan
16
Extraña escapada
17
Mansa o peligrosa
18
Fiesta amorosa
19
Una entrevista
20
Sospechosas visitas
21
Un hombre con miedo
22
Una víctima inesperada
23
Rehenes de la incertidumbre
24
Obsedido en la nada
25
Una visita nocturna
26
Una mujer ama y odia
27
Confesión inconclusa
28
Delincuentes en jaque
29
Jaque mate
Epílogo
Datos del autor

Sobre la tierra hay más flores que serpientes.

 

José Martí

1

El móvil

Quizás piensen que estoy creando fantasmas, o tal vez ofreciendo un precedente para quienes me acusen, después de leer el presente relato, de narrar hechos salidos de mi imaginación; mas, en mi vida he enfrentado y resuelto asuntos interesantes y extraños, además de incógnitas apasionantes provenientes de mi profesión. Aquel caso Kohly fue una de esas rarezas.

Dormíamos desnudos, después del cansancio, como un solo cuerpo cuando me despertó el timbre del teléfono. Era la voz solícita de mi jefe, el general Justiniano Montés, que me decía: “Coronel Agustín Robles, disculpa que interrumpa tus vacaciones nuevamente, pero necesito que te ocupes del caso de un niño desaparecido. Si la mayor Lidian Dorado está contigo, que se incorpore también”. Esa instrucción me hizo despertar de un golpe. ¿Es qué no tengo derecho a la discreción de mi vida privada? La mayor Lidian era mi novia, mi subordinada y, además, compañera del mismo equipo de trabajo. Seguía reflexionando molesto; me sentía subestimado. ¿Para qué utilizar los miembros de un equipo especializado de homicidios en un simple extravío? Había resuelto casos notables y me pareció chocante, pues todos los días se pierden niños por una u otra razón y solo en circunstancias excepcionales tenían un desenlace fatal. Era incomprensible.

—¿Está bromeando? —dije sorprendido.

—No, es serio. Preséntate en Kohly 888. Pasa por mi oficina para darte los detalles —contestó mi jefe.

Me atreví a decirle:

—¡Oh, general, aparecerá mañana! ¿Quién es el niño?

—Yam Ascuy Martel. No hay indicio de su paradero desde hace más de setenta y dos horas. Tiene nueve años.

Su nombre no me decía nada. Lidian se viró en la cama bostezando semidormida a la vez que mostraba su maravilloso cuerpo al moverse entre las revueltas sábanas blancas. Admiré sin proponérmelo su bello busto. Entreabrió dos zafiros celestiales comentando con desgano: “Nada bueno debe ser, al jefe le encanta dar malas noticias e interrumpir el descanso”.

 

Me detuve en Kohly 888, una moderna casa en el residencial reparto Nuevo Vedado, situado en el centro de la capital. Pasé el hermoso jardín con verde césped, preciosas rosas y exóticos cactus. Llegué a la puerta de caoba, empotrada entre mármoles de tonalidades verdes. Como quien espera detrás de la puerta, me abrió una joven de tez trigueña, de ojos y cabellos negros, con una sonrisa afable que daba un aspecto agradable a su rostro, al tiempo que dejaba asomar una expresión de inquietud.

—Buenos días, soy el coronel Agustín Robles, deseo ver a la madre del niño.

—Buenas, pase, Mariana le espera.

Era una morada espléndida. La progenitora del niño estaba sentada en un sillón de tono melocotón acariciando sus gruesos brazos brocados mientras me miraba perezosamente. Era una mujer preciosa y sexy, no obstante, el semblante plañidero. Al intentar hablar sin lograr decir nada, se desgajó en llanto demostrando un sentimiento lastimero. El azul de sus ojos dolía de belleza; eran grandes y brillantes. Me daba la impresión de que deseaba controlarse y aparentar valentía. Al fin escuché su voz como un susurro limpio en un remolino de opaca melodía.

—Me alegra coronel Robles que esté a cargo de la búsqueda de mi bebé. Sé que usted es un oficial de la policía que ha esclarecido varios misterios famosos, por lo tanto, espero que mi hijo aparezca enseguida, es decir, que el caso le sea de fácil solución.

—¿Cómo desapareció?, ¿quiénes fueron las últimas personas en verlo?

—Salió como todos los días para la escuela, que está solo a tres cuadras —dijo rompiendo en sollozos acompañados por movimientos convulsos, mientras inspiraba y expiraba mirando al vacío como en un dramático soliloquio—. Estuve fuera todo el día; cuando llegué no estaba. Juana la empleada me explicó que cuando no lo vio llegar, pensó que estaba conmigo. Su padre llega mañana de París. Yam es un muchachito disciplinado, nunca se ha ido a algún lugar sin permiso.

—Los muchachos a veces hacen cosas impredecibles. ¿Por qué pensaba su empleada que estaba con usted?

—Porque a veces lo recojo en la escuela y salimos de compra o visitas.

—¿Juana es la muchacha que abrió la puerta?

—Sí.

—¿Ella telefoneó o llamó a alguien? ¿A otro familiar, al no regresar el niño para interesarse dónde estaba?

—No.

—¿No?

—¿Qué tiempo hace que trabaja aquí?

—Un año y medio.

—Después de salir para las clases, ¿quién lo vio?

—Nadie. ¡Ese es el problema! Ni los maestros, ni sus compañeritos lo han visto.

—¿Tiene alguna sospecha de cómo pudo haber sido la desaparición? ¿o de alguien?

—No.

—¿Desea informarme alguna otra cosa que pudiera tener relación con la pérdida del niño?

—No, ¿qué otra cosa pudiera haber?

—Entonces le haré algunas preguntas a Juana.

—Está en la cocina, la llamaré.

—No, si me lo permite, quisiera hablar con ella a solas. ¿Podría ir dónde está?

—Desde luego. Por esa puerta sale derecho.

 

Se escuchaba una tenue música en el local; la joven fregaba una taza mientras tarareaba los compases de un instrumental surgido del aire tibio. Al verme, se detuvo con una súbita contracción en la boca; luego cambió su gesto por una sonrisa de juguete deteniendo su faena.

—¿Desea algo? —murmuró sobre la melodía.

—Necesito hacerte algunas preguntas sobre la desaparición de Yam.

Su rostro se crispó un poco de momento, luego tomó el mismo aire tranquilo al sentarse junto a la desnuda mesa rodeada de sillas de la moderna y funcional cocina acariciando una de sus redondas rodillas.

—Cuénteme lo que sabe sobre la desaparición de Yam.

Quedó en silencio mirándome asombrada, tan muda como el hermoso framboyán que veía a través de la ventana en el patio de la casa. Le di tiempo sin interrumpirla; mientras sus negros y grandes ojos me escudriñaban, saqué de mi tabaquera un largo puro; lo prendí con un encendedor dejando el aroma cubrir el ambiente. Al fin se decidió:

—¡Yo...!

—Sí, tú.

—¡Yo... no sé nada! ¿Qué podría decirle?

—¿Cómo que nada? Explícate —le dije con suavidad.

—Oficial, el niño se fue igual que todos los días. Le serví el desayuno, después cogió su mochila y me dijo: “Adiós, Juana”; salió hacia la puerta de la calle, no lo vi llegar y pensé que Mariana lo había recogido en la escuela. Cuando ella llegó, me preguntó por él y le respondí que creía que estaba con ella. Eso ha sucedido otras veces.

—¿Eso es todo?

—Sí, empezamos a buscarlo, no apareció y nadie lo había visto.

—¿Cuántas personas viven aquí?

—Mariana y Nicolás Martel que son hermanos, Anuiri, la madre de estos, y Yam.

—¿Y tú?

—Me quedo seis días de la semana, tengo uno libre.

—¿Quiénes visitan?

—Varias personas.

—¿Íntimos?

—Bardomero Guardado y Simeón Santiusti, los cuales son amigos de Nicolás, el hermano de Mariana, desde hace muchos años. Bueno... también visita Merqueades Satán. Él tiene... Oiga, a mí esto no me gusta. ¿Por qué esas cosas no se las pregunta a Mariana?

—Porque deseo que me las respondas tú —le dije con delicadeza, tratando de que mi sonrisa fuera encantadora. Dudo mucho que haya logrado la sonrisa que traté de mostrarle.

—Visitaba Merqueades, quien tiene una relación con Mariana, pero ya casi no viene. Yam no simpatiza con él. ¡Ay Dios! Esto me va a traer problema con ella.

—¿Por qué?

—Porque esas intimidades, una empleada no debe decirlas a nadie.

—Solo estamos conversando, tranquilízate. ¿Tienes otra cosa que decirme?

—No.

—¿Quién arregla ese jardín que luce tan hermoso? —le pregunté poniéndome de pie para mirarlo desde la ventana.

—Nelson.

—¿Estuvo aquí el día de la desaparición de Yam?

—No.

—¿Cómo lo sabe?

—Es mi tío, solo trabaja el jardín tres veces por semana.

—¿Está segura?

—Desde luego, soy quien le sirve el desayuno y el almuerzo, los días que trabaja.

—¿Alguien más trabaja aquí?

—Sí, la que limpia, pero viene solamente tres veces por semana. Ese día tampoco le tocaba.

—¿Cómo se llama?

—Fina Izquierdo. Vive cerca.

—Me alejé de la muchacha, ella me miró de arriba a abajo con agrado, liberando una nerviosa sonrisa.

 

Al entrar de nuevo al salón, encontré a Mariana en el mismo sillón, enroscada con los pies debajo del cuerpo exhibiendo descuidada sus bien formadas piernas; me examinó despacio abriendo los grandes avizores empotrados en su perfecto rostro nácar, sus ojos se notaban abatidos. Me esperaba con dos copas servidas.

—Discúlpeme, coronel no le he invitado a nada. Deseo que tome un trago conmigo.

—Estoy de servicio, gracias disculpe por no aceptar, no lo tome como un desprecio.

—Ella me regaló una hermosa y triste sonrisa mientras me decía “encuentre mi bebé; desapareció como por arte de magia”.

Después de presentarme en la residencia de Kohly y entrevistar a Mariana y a Juana, hicimos una pesquisa de huellas, fotos, videos, disquetes, prendas de vestir del niño Yam Ascuy Martel para ser estudiado por los oficiales de mi equipo operativo. Pudimos ver al niño jugando en la casa, en el zoológico, en el Acuario Nacional, en parques; con amiguitos y profesores en la escuela, en la residencia del padre en 5.a Avenida, en la playa; despidiendo a su progenitor en el aeropuerto José Martí en Boyeros.

Se hizo una reconstrucción de los hechos utilizando la técnica canina con las prendas de vestir de Yam Martel. Los perros se movían por la residencia, jardín, llegando a diferentes direcciones, la escuela, creando una gran expectativa, sin resultado. Además, había pasado más de setenta y dos horas y había llovido torrencial más de una vez, por lo que era factible que los perros perdieran el rastro. Retuvimos a Juana González Gil por unas horas como acción de instrucción, así como entrevistamos a otras muchas personas del vecindario, escuela con objetivo de ampliar o verificar la información.

Mi equipo en pleno estaba en función de la búsqueda de Yam. Se había convertido en grupo operativo en busca del niño desaparecido. ¿Qué había sucedido? En concreto no teníamos ni idea; no existía indicio, absolutamente nadie lo había visto después del desayuno servido por la empleada Juana. Reconstruimos los hechos sin lograr nada en concreto. Estábamos a la caza de cualquier señal. Debía entrevistarme con el padre, llegaría de París. La mayor Lidian Dorado investigó y presentándome informe sobre este decía:

 

A partir de hoy, después de adulta, creo en cuento de hadas. El padre de Yam llegó a Cuba de ocho años, se llama Gregorio Ascuy. Al cumplir veinte años, se casó con Mariana Martel, de cuya unión nació su hijo único Yam, y luego se divorciaron. Hace dos años, como paradisíaca noticia, recibió una cuantiosa herencia de su padre español, quien lo abandonó cuando solo había cumplido diez navidades. Además de quince millones de dólares en un banco suizo, le dejó importantes acciones en dos grandes fábricas y una mansión en París. Actualmente está instalado en una residencia en 5.aAvenida, donde tiene una sucursal de su propia empresa.

2

Sin pista

—¿Gregorio Ascuy?

—Sí, es un placer.

—Soy el coronel Agustín Robles. Estoy a cargo de las investigaciones sobre la desaparición de su hijo.

—Siéntese usted, oficial. Lo esperaba —dijo estirándome la mano—. Haga lo posible para hallar a mi hijo. Ruego a Dios que no le haya sucedido algo malo. Estoy impaciente, tan pronto recibí la noticia, abordé el primer avión que voló hacia acá. Ya ve, he llegado en el mínimo tiempo, dispuesto a hacer todo lo necesario por mi hijo. Espero que hagan todo lo preciso por encontrarlo.

Se apreciaba ansioso, aunque de buenos modales. Era un hombre corpulento, de treinta y dos años, facciones agradables, ojos claros; vestía elegantemente con traje marrón, corbata y pañuelo que hacían una perfecta combinación. Me recibió en una magnífica oficina instalada en la segunda planta de la residencia de 5.a Avenida.

—Es nuestro deber —le respondí—, realmente hay algo raro. Tomó desayuno, según la empleada; luego salió como de costumbre para la escuela. El colegio tiene unos doscientos cincuenta alumnos y a esa hora ellos se mueven hacia él. En un reparto, donde la mayoría se conoce, no debe haber problema y alguien debía haberlo visto, ¿no cree usted?

—Desde luego, es muy extraño.

—Tengo mi equipo trabajando en múltiples direcciones, no ha habido un solo indicio y van más de noventa y seis horas de la desaparición.

—Amigo, lo único humano que realmente quiero es a mi hijo.

—Visité la casa de Yam, vi a Mariana. Como es natural, su estado de ánimo es pésimo. Su exesposa estaba muy nerviosa y llorosa.

Se levantó de su sillón ejecutivo, dio dos grandes pasos a través del amplio salón. Sus mejillas habían enrojecido como un tomate maduro, abrió una puerta de corredera de una de las paredes y apareció un bar de donde extrajo dos vasos, una botella descotch; de una hielera trozos de hielo. Sirvió sin decir nada y me brindó, pero no acepté.

—¡El llanto de mi exesposa! —hizo una mueca—. Siento por ella una compasión especial. Es peor que el mismísimo gemelo del diablo. Oficial no se deje engañar, es muy buena fingiendo, es la reina del embuste; tiene capacidad infinita para mentir. ¡Si la conociera yo! ¿Quién sabe si tiene responsabilidad en la desaparición de su propio hijo? De las víboras cualquier cosa se puede esperar. Cuidado con las lágrimas de algunas mujeres, las hay como las lloronas griegas contratadas para los funerales.

—No entiendo sus criterios, explíquese.

—Escuche, me ha exigido bienes sabiendo que no le pertenecen. Ella nunca maduró. ¡Me engañó! No sabía que yo iba a ser millonario.

—¿Cree usted que sea capaz de algo malo contra su hijo?

—Mi pregunta iba dirigida a la necesidad de conocer los problemas ocultos en los personajes de este drama. A fin de cuentas, en mi profesión hay cosas que no sorprenden, ni aturden, aunque molesten.

—¡Ah! —murmuró despectivamente—. En ella el sentido común es el menos común de los sentidos. Amigo, jamás se sabe hasta dónde alcanza el veneno de las serpientes, hay que tener cuidado con ellas. Solo los imbéciles no temen a los reptiles y piensan que pueden tener buenas intenciones alguna vez.

En ese estilo siguió exponiendo sus criterios acerca de la traición de Mariana. Su resentimiento hacia ella era manifiesto.

 

No aparecía pista alguna. Los medios de difusión repetían en múltiples ocasiones señales y fotos del menor desaparecido. Mi equipo de trabajo, integrado por magníficos profesionales de la investigación criminalista, laboraba sin descanso. Entendía que se nos había dado la misión, con seguridad porque el alto mando del Ministerio del Interior infería que podría haber manos tenebrosas en el asunto del niño Yam Ascuy Martel, teniendo un padre extranjero millonario y una desaparición misteriosa. Me daba cuenta de que este no era el caso de rutina normal de la pérdida de un niño, que después de extraviarse o hacer una chiquillada, aparece. Debía volver a Kohly para enriquecer mis pesquisas entrevistando, personalmente, a parientes, amigos, empleados y todo lo que tuviera relación con esa familia; ni el azar había puesto una pista en el caso. Estaba convirtiéndose en misterio un niño de nueve años esfumado, sin rastro, testigo, ningún medio probatorio de lo que hubiera podido ocurrir. El tiempo corría, un conjunto de oficiales calificados de la policía, con recursos necesarios, y todo era solo sombras, no tenía el mínimo indicio de lo ocurrido, solo comenzaba a gestarse en mi mente alguna posible especulación. Tal vez como en otros casos, la premonición me podría aportar un resultado. En esta ocasión no era el robo de valores, diamantes, óleos famosos, un crimen pasional u otro homicidio, solo teníamos un niño evaporado sigilosamente, nos hacíamos varias preguntas: ¿Dónde está? ¿Secuestro? ¿Está vivo o muerto? Era como en una película de suspenso; pero este caso no era cosa de cine, se trataba de la vida real de una criatura, que no había podido haber desaparecido por arte de magia, como había dicho su madre.

 

El tiempo pasaba, no encontrábamos nada, y la vida de Yam no se podía dejar a la intervención del azar. Recordé las palabras de Gregorio Ascuy, con referencia a Mariana, en algún momento de la entrevista. Sus llantos me parecieron sinceros, pero, por otro lado, cuando me habló de cómo desapareció el niño, su soliloquio con la vista en el vacío, me pareció el monólogo de un drama estudiado. ¿Acaso la humanidad no está llena de muertes violentas de ascendentes, descendentes y cónyuges, que han asesinado a parientes y hasta a sus propios hijos?, ¿acaso desde la Antigüedad no han existido famosos parricidios?, me vinieron muchos a la mente de mujeres a sus maridos, amantes y viceversa. Es más, como chisme histórico se dice que la madre de Alejandro el Magno, Olimpia, y su esposa se confabularon o coincidieron para envenenarlo, después apareció muerto de una aparente fiebre y era el hombre más grande de su época. Según informaciones de prensa, en la actualidad, el médico británico Harold Shipman, con cadena perpetua por el asesinato de quince personas, es sospechoso de haber matado a doscientos noventa y siete pacientes y es uno de los asesinos más prolíferos de la era moderna. Al frente de esta macabra clasificación está un indio que entre 1790 y 1840 estranguló con una bufanda amarilla y blanca a novecientas treinta y una personas en el distrito de Uttar Pradesh, y el segundo lugar corresponde a Elizabeth Bathory, que para conseguir el sueño de la eterna juventud se cree que entre 1560 y 1615, en Transilvania, mató y bebió la sangre de seiscientas cincuenta muchachas. Robert Charles Browne de cincuenta y tres años, dijo a las autoridades ser el responsable de cuarenta y nueve asesinatos desde 1970 hasta 1995, cuando fue arrestado, lo que lo convertiría en uno de los peores asesinos múltiples en la historia de los Estados Unidos. El reo cumple una condena a cadena perpetua por el asesinato de una adolescente en Colorado Spring, en 1987, pero asegura que mató a cuarenta y ocho personas en todo el país y una en Corea del Sur. Cualquier cosa podría haber sucedido, pero ¿qué? Estábamos para descubrir la incógnita, el paradero del niño y reprender a los violadores de la ley. Era nuestra responsabilidad como cuerpo policiaco garantizar la seguridad ciudadana. No era época de consultar oráculos, teníamos que explotar los conocimientos en la criminología, criminalista, el arte investigativo. Siempre hay un error y ese error científicamente demostrado es más elocuente que el testigo más locuaz y convincente en cualquier tribunal. Tendré que seguir la pesquisa con mi olfato de detective y, basándome en mis premoniciones y sospechas, desnudar la verdad. Había un niño en peligro, quizás muerto o esperando que alguien hiciera algo por él; si no lo habían asesinado, tal vez había tiempo de evitar un crimen.

Volví a Kohly, debía entrevistar a los demás parientes allegados. Anuiri Sánchez, abuela materna de Yam, era una mujer de unos cincuenta y cinco años bien conservada, aparentaba menos. Debió haber sido una bella hembra cuando joven.

—Anuiri, ¿cuándo fue la última vez que usted vio a Yam?

—El domingo, es decir, el día anterior a su desaparición. Aunque vivimos juntos, yo había salido para la casa de unos amigos en el campo cerca de San Antonio de los Baños.

—¿Cuándo se enteró de su desaparición?

—El martes por la mañana, al llegar del campo. Mi nieto es un niño cabezón y estúpido igual que su padre. Es posible que le haya sucedido algo terrible. ¡Ojalá que no! —dijo como algo ajeno a ella.

—Por lo visto, usted tiene mala opinión de Gregorio Ascuy.

—La peor. Es un millonario, pero quiere a su hijo viviendo como un pobre —manifestó con desdeño, escupiendo las últimas palabras.

Paseé mi vista por aquella preciosa morada deteniéndome en un gran óleo de Yam, que presidía la sala principal y que evidentemente debió haber costado muy caro.

—No lo parece, por la forma en que viven.

—Sí, pero mucho tuvimos que batallar para conseguir esto y la pensión de Yam.

—Por cierto, tengo entendido que es elevada.

—Desde luego, podría ser mayor. Debió darle parte de la herencia a Mariana y no lo hizo. Ese es un miserable.

—¿Le pertenecía?

Me viró la cara, no deseaba seguir hablando del tema.

—¿Qué cree le haya sucedido a su nieto?

—Yo qué sé. ¿Cómo puedo saberlo? Desapareció, es todo. Quizás sea una maniobra de Gregorio —dijo mostrando hastío por la pregunta—. Él nos odia.

—¿Por qué estima que Ascuy se arriesgaría a hacer desaparecer, esconder o secuestrar a su propio hijo?

—Por venganza con Mariana y con toda la familia.

—¿Hay algún motivo?

Calló. Con gesto airado levantó los hombros. Me di cuenta de que la conversación, al menos en ese instante, solo produciría sentimientos espurios. Se sumergió por un momento en un mutismo pensante. Aproveché para encender un largo y aromático puro; estaba delicioso. De pronto dijo:

—Celos, venganza. Se divorció de Mariana diciendo que le había sido infiel.

—¿Era verdad?

—Son cosas muy delicadas, ¿qué tiene qué ver el secuestro con las vidas privadas?

—Mucho, usted acusa a Ascuy de tacaño, de no compartir la herencia, de sentir celos, de ánimos de venganza; sin embargo, según veo, podría decirse que viven como burgueses, poseen una mansión, una mensualidad millonaria, y aún se queja.

—¿Usted lo defiende?, ¿está con él?

—No estoy con nadie, simplemente investigo, pues cualquier motivo puede ser la causa de la desaparición de Yam. Lo que he dicho es lo que ven mis ojos.

—Esto no es nada… Mi difunto marido era rico, tenía una posición política y económica ventajosa y alto cargo en el Gobierno, por lo tanto, estuve acostumbrada a vivir muy bien, mucho antes de que Mariana conociera a Gregorio, hasta el día que se lo intervinieron todo y nos quedamos viviendo en el aire.

—Tengo entendido que quienes perdieron todo con la caída de la dictadura militar fueron los que dilapidaron los recursos del país. Está claro. Usted es aún parte del rezago de un pasado reciente y sigue añorándolo.

Esbocé una sonrisa, sorbí mi delicioso habano dejando un aroma embriagador, mientras Anuiri Sánchez, me lanzó una mirada como queriendo fulminarme, si hubiera podido. Le di la espalda para dirigirme al jardín.

 

Me extrañó no haber visto a Mariana, aunque había preguntado por ella. Admiraba la buena organización y belleza del jardín, arbustos recortados por la mano de un artista experimentado, una verdadera colección de rosas de diferentes tipos, tamaños y colores, grandes girasoles, un naranjo cubierto de azahares, y fornidos cocoteros. De un viejo Ford del año 1958, excelentemente conservado, se desmontaba un hombre alto, delgado, de ojos y cabellos castaños, quien fue a mi encuentro con gesto afable.

—¿El coronel Agustín Robles?

—Sí. Usted es… Nicolás Martel. Lo esperaba. Debo hacerle algunas preguntas.

Nos dirigimos a un banco de hierro fundido y madera, característico en los parques, rodeado por una enredadera cubierta de flores de corolas acampanadas heteroclamídeas.

—Usted dirá.

—Necesito me refieras lo que sabes sobre la desaparición de tu sobrino. Algún indicio de los hechos.

—Ya le respondí esa pregunta a un mayor estando detenido en una dependencia de la policía.

—Lo sé, pero quiero escucharlo yo directamente.

—Yam nació junto a mí; sus nueve años los ha pasado a mi lado. Como no tengo hijos ha sido el mío propio. Somos muy apegados —dijo con cariño—, lo que sé es lo que me han contado, trabajo en el Hotel Nacional, soy capitán de sus restaurantes, salí de aquí a las cuatro de la mañana; como comprenderá, hay que garantizar el servicio desde muy temprano para los huéspedes, y allí estaba.

—¿Qué más sabe?

—¡Oh! Que es una gran desgracia para la familia si le sucede algo a nuestro bebé.

—¿Tiene alguna idea de lo que podría haber pasado?

—No sé, en verdad estoy desconcertado, dice Juana que le dio el desayuno y él se despidió como siempre: “Adiós Juana”. El día transcurrió normalmente hasta por la tarde, cuando llegó Mariana y se dio cuenta de su ausencia; buscó por todas partes, pero el niño había desaparecido. Entonces se avisó a la policía.

—¿Existía alguna dificultad, conflicto familiar u otro motivo por el cual el niño no quisiera estar en el seno de su hogar?

—No, que yo conozca, no había ningún problema —quedó pensativo, repitiendo—. ¿Dificultad, dificultad...?

—¿Quién podría querer desaparecerlo?

—¡Oh! Es un niño muy bueno, ¿quién podría desear algo semejante?

—Quizás un psicópata.

—No me diga eso, no quiero pensar que a Yam le suceda algo malo. He explorado la ciudad con la ilusión de encontrármelo en alguna parte. Coronel Robles, a quien se atreva a hacerle daño, si lo descubro, puede encomendarse a Dios o al diablo, porque hasta al mismísimo infierno voy y le saco las entrañas gramo a gramo —expresó al parecer con espontánea rabia. Sus ojos se aguaron como quien contiene con gran esfuerzo el llanto.

—¿Qué cree de Gregorio Ascuy?

Se detuvo con una súbita contracción en la boca. En eso apareció Juana sonriente, con andar tranquilo y sexy. Al mirar a Nicolás, pude observar cómo le brillaban los ojos con el resplandor de mujer enamorada, aunque quiso ocultarlo.

—Les traje café —dijo mientras nos alcanzaba las tazas.

Luego de saborear el néctar, le reiteré mi pregunta.

—Le responderé con toda honestidad. Gregorio y yo nos conocimos casi de niños; para mí fue un hermano y me hubiera gustado que continuara siéndolo siempre. Cuando se casó con mi hermana, nuestro hogar era el de él. Se portó conmigo y mi familia a la altura de un verdadero amigo. En aquella etapa, en su época buena, lo compartió todo con nosotros y en la mala también. Nos ayudó con lo que tenía. Además, quiere mucho a su hijo. Luego, cuando hubo problema entre Mariana y él, cambió. Pero yo aún le aprecio.

—¿Tú crees que pueda hacer algo contra tu familia ahora que es millonario?

—El dinero hace cambiar a los hombres, empuja al diablo a hacer diabluras… sin embargo, en este caso, Ascuy le ha dado todo al niño, ¿por qué va a hacerle algo malo?

—¿Celos, venganza?

—No lo creo. A él no le importa ya Mariana. Tuvo una francesa, dicen que lindísima, nunca la trajo a Cuba; después, una mexicana. De todas formas, nadie puede adivinar lo que se encierra en la conciencia de un ser humano; hay cosas impredecibles.

—Si en algún momento tiene alguna información, no dude en llamarme —dije, obsequiándole mi tarjeta.

—Lo único que deseo y exijo es que haga lo posible por hallar al niño. No quiero pensar que le haya sucedido algo malo.

La entrevista había terminado. La música instrumental surgía desde la cocina en el perfumado aire del jardín cuando apareció Juana, pasando la vista furtiva por Nicolás, al tiempo que señalaba:

—Coronel Robles, tiene una llamada telefónica del mayor Martínez, dice que no podía comunicarse con su celular.

—Gracias, ¿dónde está el teléfono?

—En el saloncito rosado —dijo, señalándome la puerta de entrada.

Tomé el aparato y escuché la voz de Carlos.

—Dime, Carlos ¿algo nuevo?

—Apareció un cadáver, al parecer de un jovencito, en el litoral del Malecón. Está en Medicina Legal.

—¿Podría ser él?

—No sé, tan pronto me informaron te llamé; voy para allá con Lidian y Eduardo.

—Bien, nos vemos allí.

Al regresar me encontré con los ojos de Nicolás Martel observándome expectativo.

—¿Sucede algo referente al niño?

—No lo sé.

—¿Puedo saber qué ocurre?

—Apareció un cadáver de un jovencito en el litoral del Malecón, cerca de la desembocadura del río Almendares. Puede ser falsa alarma, así que no se mortifique.

—¿Qué no me mortifique?

—Al menos no se lo comunique a Mariana, no hay por qué preocuparla más, sino es necesario. Salgo para el lugar de los hechos inmediatamente.

—¿Podría acompañarlo?

—Aunque no es lo usual hasta tener mayor información, si lo desea, lo llevaré, así puede cooperar en la identificación.

Nicolás Martel, permaneció por un momento estático, sin mover un solo músculo; después dio un giro con rapidez, entró en la vivienda y trajo dos vasos de ron.

—¿Me permite brindarle un trago? Al menos yo lo necesito. Ruego a Dios que no sea él —se notaba tenso—. Estiró el brazo con la vasija y sorbió el licor de una vez con ansiedad.

 

En Medicina Legal esperaban Lidian, Martínez y Eduardo. El forense era un hombre grueso, alto y de ojos grises, envuelto en una bata blanca, con expresión de alegría y sonrisa de bienvenida a una fiesta social, dijo:

—¡Hola, Robles! ¿Cómo estás, amigo?

—Bien, doctor.

Avanzamos por un frío pasillo, entramos en un salón ocupado por heladas mesas metálicas y paredes cubiertas de nichos. A un extremo, dos mesas soportaban cadáveres cubiertos de sábanas blancas. Nicolás Martel había enmudecido. Su rostro lucía pálido, como si de su cuerpo se hubiera escapado toda la sangre; estaba inexpresivo, alelado, al colmo de que arrastraba los pies. Yo lo observaba con discreción. Nos detuvimos frente a la mesa. El forense haló la sabana que cubría uno de los cuerpos desnudos congelados. Era un joven recién aparecido. Lo observamos, tenía el cuello cortado al parecer por un arrecife y con algunos morados, pero tenía una expresión reposada en su semblante. Aunque aún no se había efectuado la autopsia, daba la impresión de ser un cuerpo de cera. Parecía haberse ahogado y el mar y las rocas habían hecho lo suyo.

—No es él —declaró Nicolás.

Parecía que al tío le había vuelto el alma al cuerpo.

—Es mayor, debe tener trece años —dijo el forense.

Los demás oficiales de mi equipo miraron en silencio. En la trayectoria hacia Kohly, no hice comentario sobre el caso. Deseaba que Nicolás Martel se expresara libremente; pero solo refirió cosas frívolas.

3

Aroma del pesar

En mi oficina estaban reunidos el mayor Carlos Martínez, la mayor Lidian, el capitán Eduardo López y otros oficiales fundamentales de mi equipo que atendían homicidios y casos especiales. Teníamos la misión de resolver la incógnita por la importancia de un niño desaparecido en tan oscuras circunstancias, heredero de una fortuna respetable, y también por el cuidado del Estado cuando se trata de problema de la infancia. La posibilidad del crimen no podía descartarse, sin embargo, iba en cuenta cinco días y no teníamos el mínimo indicio, solo sospechas sin base objetiva. Los métodos y técnicas policíacas no resultaban, solo especulábamos acerca de las posibles causas y móviles del hecho: odio entre el padre y la madre del niño Yam, ambiciones personales, venganza, celos, egoísmo y no sé cuántas variantes más. Por otra parte, la Dirección de Policía del Ministerio del Interior y personalidades del Estado exigían la solución del caso, dándole carácter de máxima prioridad, y nosotros aún estábamos boxeando contra las sombras.

 

Falsas informaciones hacían moverse al equipo, a centenares de policías, cooperantes y auxiliares. Se atiborraban las comunicaciones con desacertados mensajes, en los cuales se expresaba haber visto al niño perdido en diversos puntos de la ciudad o en provincias. La situación se iba haciendo cada vez más desesperante. Con un padre heredero de una millonada de dólares, acciones y negocios en el extranjero, se deducía que podrían tenerlo fuera del país, para pedir un rescate. Hasta el momento la incógnita se volvía cada vez más indescifrable. Se producían comentarios irónicos o jocosos referidos a que la desaparición del niño había sido realizada por una nave invisible posada sobre la casa de Mariana, o que un rayo misterioso y desconocido lo succionó a un mundo extraterrestre. Lo peor es que algunos cretinos, haciendo de esto un Expediente X, lo repetían dándole credibilidad; hay gentes capaces de creer cualquier estupidez. Incluso, compañeros inteligentes de nuestra misma policía, hacían sátiras sobre mi persona y el equipo, lo cual ponía en duda nuestro respetable y serio trabajo.

 

La situación era compleja. La ecuanimidad que nos había caracterizado en todo momento se resentía; mis compañeros se notaban inquietos, desasosegados. ¿Podría un psicópata preparar un “crimen perfecto”? ¿Es que se puede esfumar un niño de nueve años furtivamente de su hogar sin que nadie haya visto nada? Ni un profano en materia criminal podría creerlo. El niño es un ser material de carne y hueso, no un fantasma que puede convertirse en humo o hacerse invisible.

Siempre hay un error. ¿Será el causante un ser de un talento especial? Llegué a pensar si estaba yo ocupado con mi equipo en el tejemaneje de familia: padre, madre, un divorcio, engaño. Siempre existe algo probatorio que denuncia al delincuente, ya sean huellas, cabellos, sangre, un objeto, o signos en la propia víctima. ¿Será que la desaparición de Yam Ascuy quedará como un caso no resuelto por la policía? Solo se había dado la noticia del niño perdido, ¿qué otra cosa se podía decir? Por un lado, hay aparte de las malicias de algunos, seres realmente preocupados y, por otra parte, el mundo tiene inclinación por los rumores. Bien dijo Agatha Christie: “…la gente quiere coleccionar desastres”. Si no se descubre este caso, ¿no sería desastroso? Ahí estaría la crítica sentenciosa, con su veredicto implacable, en el juicio final de la opinión pública.

—Estoy oliendo algo terrible. Olfateo el aroma del pesar en ustedes —dije—. Tenemos que descifrar esta incógnita, armar el rompecabezas; hay una criatura esperando por nosotros, que hagamos algo. Una familia confía en nuestra eficiencia. Debemos, sin perder el entusiasmo y dedicación, continuar sin detener nuestra investigación hasta dar con lo sucedido; si es el azar quien interviene en el asunto, entonces no somos tan profesionales.

—No es fácil —me respondió Martínez— se está trabajando a toda máquina.

Lidian Dorado estaba revisando un dossier y, sin apartar la mirada del documento, comentó con irónica burla:

—Debemos consolarnos convenciéndonos de que la vida de los policías y detectives no es tan fácil como los libros de Arthur Conan Doyle, Raymond Chandler, Agatha Christie o, George Simeón, ni son tan sencillas las deducciones como las de Sherlock Holmes según lo cuenta Watson, ni en los casos de Hércules Poirot aparecía la incógnita y se hacían deducciones de inmediato descubriendo al asesino. A lo mejor aquí se presenta un caso análogo al escrito por Maurice Leblanc, con su protagonista el caballero ladrón de los guantes de blancos, Arsenio Lupin, burlándose del inspector Ganimard, de la Surete.

—Esto no es un juego Lidian —le respondí, queriendo ser fuerte con ella, pero solo logré contemplarla con ojos de enamorado.

—No es burla, la literatura policíaca enseña muchas cosas buenas, quienes la han escrito han sido muy audaces; han tenido que estudiar criminología, criminalística, y otras técnicas desde derecho hasta química y física que ayudan a hacer deducciones realmente lógicas, aunque no creo que sea tan fácil. Además, los delincuentes y asesinos actuales han aprendido mucho más y son más sofisticados que los antiguos…

—Está bien, olvídate de la ficción, pon los pies en la tierra y vamos a ver qué se ha hecho.

—Te voy a informar, “aparte de arar en el mar”, sobre el jardinero Nelson Gil Oliva: Cincuenta años, técnico agrícola. Tiene, además, otros muchos oficios con buena calificación; electricista, plomero, mecánico automotor, carpintero, cerrajero y otros.

—Sí, es bueno, es una joya —comenté.

—Tiene contrato de jardinero en la casa de Mariana hace dos meses. Viven en 46 entre 11 y 13, Miramar, con su hermana Elisa Gil y su sobrina Juana Gonzáles Gil, empleada de Mariana. Su hermana trabaja en una firma francesa de administrativa, en el reparto Siboney. Su padre era un difunto médico del cual heredaron la casa donde viven. Es un exconvicto: lo condenaron a cinco años de privación de libertad a causa de una riña en la que dejó mal parado al contrincante. Solo cumplió tres años. Existe un expediente inconcluso por un oficial del DTI.1 Aquí está.

Leí unos minutos detenidamente.

—De él había sospecha de parricidio y robo, pero sin haberse comprobado —comenté.

—¡Qué cree de ese sujeto? —dijo Lidian.

—Es un individuo interesante —respondí sin quitar la vista del dossier.

—El día de la desaparición de Yam, como sabes no fue a trabajar —apuntó el mayor Martínez—, su trabajo es irregular, tiene libertad para planificar el mantenimiento del jardín, debe estar en perfecto estado.

—Y así lo tiene, no cabe duda, además, con gusto y conocimiento —agregué—. Realmente me había quedado maravillado con aquel jardín.

Volví a mirar los documentos y, aunque no me gusta burlarme de ningún ser humano por su apariencia física, pues un hombre es la suma de sus actos y de su conciencia, al ver la foto de ese individuo, tuve que exclamar:

—¡Válgame Dios! ¡A este hombre el fotógrafo le dio el retrato de un feto! ¡Le mete miedo a un chimpancé!

Todos reían de antemano esperando mi reacción, pues ya habían vivido una similar sorpresa.

—Le haremos una visita sorpresiva en su casa —dije.

—El otro es Merqueades Satán Marturel, el novio de Mariana. Tiene un restaurante en la Habana Vieja, El Vidrio Verde, cerca de la Catedral —continuó Martínez, mientras observaba el documento resumen.

—Bien, ¿qué más hay sobre él? —insistí.

—Solo ha tenido multas por contravenciones con lo establecido en cuanto a compras de productos para el restaurante, algún pequeño tráfico o recepción de marisco; pero siempre sale sin problema. Sabe nadar cuando las aguas se revuelven. Tiene una finca en Bejucal, una casa en Boca Ciega, un camión y un auto.

—Es solvente el hombre.

—Es gastador, mujeriego, aunque desde su romance con Mariana Martel, se ve tranquilo. Parece realmente enamorado.

—¿Nada más?

—Es muy conocido en la Habana Vieja. Es hombre de muchos amigos, espléndido; se gana la simpatía de las gentes.

—Vamos a pasar a otros —indiqué.

—Baldomero Guardado —dijo Lidian observando un documento—. Treinta y siete años. No presenta antecedentes penales. Tiene una casa en Centro Habana de seis habitaciones, dos plantas, en muy buenas condiciones; alquila cuartos a extranjeros, se ve económicamente holgado. Frecuenta el restaurante de Merqueades Satán y recomienda a los huéspedes de Tour por la Habana Vieja y los servicios gastronómicos de Vidrio Verde.

—Podrían tener, a partir de la amistad, algún otro interés común —comenté.

—No sabemos, cotiza al Estado correctamente. Tiene un hermano en Colombia; todos los años va de vacaciones. Es de buen carácter y sabe hacer relaciones.

—¿El otro que frecuenta la casa de Mariana es...?

—Simeón Santiusti —informaba Lidian—. Treinta y ocho años. No tiene antecedentes penales. Domicilio en playa Santa María, un chalet heredado, de dos plantas, lo tiene convertido en una casa de huéspedes para extranjeros. Posee un pequeño barco de treinta y dos pies, lo guarda en los talleres de la boca del río Almendares, es amante de la pesca y la caza.

—El río Almendares es uno de los límites del reparto Kohly, pasa cerca de la casa de Mariana —observé.

—Sí, pero en algunas partes no es navegable para una embarcación de ese calado —aclaró Martínez.

—¿Ha salido a la mar coincidiendo con la desaparición de Yam? —pregunté.

—Sí, una vez, regresó con un fallo de motor y está en reparación —respondió Martínez.

—¿Pesquisa en el barco? —volví a preguntar.

—Se hizo, no dio nada. Es divorciado. Su exmujer vive en Miami desde hace tres años —respondió.

Quedé pensativo. Me interrumpió Lidian:

—Seguimos buscando información sobre otros de los que nos indicaste. Unos no han aportado gran cosa, otros aún están inconclusos.

—¿Y qué hay del primo de Yam, hijo de un hermano muerto de Mariana y Nicolás? —solicité.

—Te debemos la información más completa con la semblanza de ese personaje. Cuando no hay antecedentes penales, tenemos que agotar otros recursos —informó Lidian.

Di indicaciones para el control de los círculos de relaciones de las personas informadas y descubrir otros posibles implicados, así como conocer, entre las que son próximas a Gregorio Ascuy, tanto del ámbito nacional como extranjero, cual podría ser de interés para nuestra pesquisa.

4

Una invitación

Sonó el teléfono.

—Sí, un momento. Agustín, te llama Gregorio Ascuy—me dijo Lidian.

—Dígame. De acuerdo, estaré sin falta —colgué, miré a los oficiales a mi mando y les dije: Ascuy, me invita a almorzar al restaurante Floridita. Recuerden, estamos aún en cero, no tenemos ni hostia, estaba pensando en secuestro, rescate, sin señal y ninguna solicitud, no hemos logrado nada. Lo más preocupante es el niño, ¿qué podría haber sucedido? Estamos presionados por la opinión pública, nuestro mando, el padre y demás familiares que exigen resultados. Ha pasado suficiente tiempo para haber tenido algo concreto. Debemos solucionar esto, siempre pagamos los platos rotos, los que rompemos, y los que no. En nosotros depositaron la confianza; en fin, no es fácil nuestro trabajo. Por tanto, debo ir para saber qué quiere.

Nadie respondió, un silencio oscuro y tenebroso reinó en el salón. Me pasé la lengua por los labios como si acabara de llegar del Sahara y terminé diciendo:

—Si no resolvemos esto rápido, vamos a tener un caso colectivo de exceso de culpabilidad. Hay que resolver este caso haciendo estallar las neuronas de cada uno de nosotros.

—No se preocupe, coronel —saltó Lidian, no pude adivinar si irónica o molesta—. No practicamos el Fideísmo, antigua doctrina filosófica según la cual, el conocimiento de las primeras verdades se fundamentaba en la fe. Nosotros tenemos que descubrir al delincuente, descifrar el asunto y aportar pruebas al tribunal.

Esta vez sí la miré serio de verdad.

 

Gregorio Ascuy me esperaba sentado en la barra del Floridita. Estaba curioso y, además, quería volver a hacerle algunas preguntas. Podría existir otro motivo, que yo desconocía. Al verme entrar al famoso restaurante vino a mi encuentro con una sonrisa preocupada. Intercambiamos saludos formales, mientras me tomaba por el brazo y me conducía directamente a la mesa. El Floridita es un sitio elegante, notable entre los más famosos del mundo; fue fundado en 1817 en la Habana Vieja. Resulta inolvidable por su excelencia y distinción, así como por ser lugar predilecto de personajes de la cultura mundial, entre ellos el excelso escritor estadounidense Ernest Hemingway, quien vivió en Cuba y fue asiduo cliente a este.

—Coronel Robles, estoy desesperado —dijo—. Sé que todo ese aparato de la policía y del Ministerio del Interior está haciendo lo posible; pero nunca entenderé si se ha hecho lo necesario, si no veo a mi hijo de regreso. Hizo silencio; su rostro mostraba tristeza y preocupación manifiesta.

Mientras el camarero servía los daiquirís, elegía cuidadosamente las palabras.

—Me siento como en un marasmo, extenuado, inseguro. Este golpe me está siendo muy duro. En su frente se pronunció una prematura arruga. Miró al camarero, el cual acudió de inmediato—. Necesito algo más fuerte, dame un Havana Club 7 Años triple, por favor, para quemarme las entrañas y sentirme mejor.

Hasta cierto punto me dio alguna lástima, aunque no tanto como para echarme a llorar. ¿Qué había de verdad en el fondo de aquella cita? Casi todos se acusaban mutuamente. En la familia de Yam, había mucho recelo, opiniones mal intencionadas, graves y sospechosas imputaciones, rencor, odio acumulado. El camarero sirvió ostras. Las comimos en silencio, estaban exquisitas. Después sendas colas de langostas, las consumimos con un excelente vino blanco francés. El gerente del restaurante se acercó.

—Señor Ascuy, discúlpeme que le interrumpa, lo llaman urgente por teléfono —dijo entregándole el inalámbrico.

Lo vi ponerse rígido, mientras escuchaba lo que le decían. Lo noté muy intranquilo cuando respondía.

—Óigame bien, le daré el rescate, aunque no tengo tanto dinero a la mano, pero tiene que demostrarme que esto no es una mala broma. Debe darme prueba de que el niño está vivo.

Por el gesto de Ascuy pude percibir que el otro había colgado. Estaba muy pálido.

—Me exigió un millón de dólares en efectivo. Me dijo que sabía que usted estaba conmigo, pero que quería a la policía fuera de esto; que esperara un nuevo aviso.

La primera medida que tome fue moverme con rapidez hacia la puerta de restaurante le ordené al capitán del salón que se presentara urgente ante mí el gerente y a este le instruí, que le comunicara a usuarios y empleados, pues por orden policíaca no podía salir ni entrar nadie hasta tanto se tomaran sus datos personales. Comuniqué con la Jefatura de Patrulla y en minutos tenía a mis órdenes la patrulla más cercana al Floridita, los cuales tomaron los carnés y pasa