Fragantes hojas de palmera - Thich Nhat Hanh - E-Book

Fragantes hojas de palmera E-Book

Thich Nhat Hanh

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Beschreibung

«Es improbable que esta colección de mi diario supere la censura … Mañana dejaré Vietnam». Así comienza Thich Nhat Hanh su anotación del 11 de mayo de 1966. Tuvo que exiliarse de su país por pedir la paz y no pudo regresar hasta 2004. En ese largo lapso continuó enseñando con ahínco en Europa y los Estados Unidos, convirtiéndose en uno de los líderes espirituales más respetados del mundo. Cuando escribía este bloc de notas, empero, su celebridad estaba aún por llegar. Fragantes hojas de palmera muestra a un joven vulnerable y asombrosamente lúcido, un estudiante y adjunto en las universidades de Princeton y Columbia (entre 1962 y 1963) que añora su hogar y reflexiona sobre las dificultades que su comunidad tuvo que afrontar en Vietnam. El texto describe su regreso a su tierra natal en 1964, cuando establece el movimiento hoy ya conocido como «budismo comprometido». Representa, por tanto, una valiosísima ventana a la vida temprana de un ícono espiritual y proporciona un genuino modelo de cómo vivir con consciencia plena en tiempos de cambio y agitación.

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Seitenzahl: 261

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Thich Nhat Hanh

Fragantes hojas de palmera

Bloc de notas (1962-1966)

Prólogo de Agustín Pániker

Traducción del inglés realizada por el equipo de traductores de Sangha del Buen Ayre

Título original: Fragant Palm Leaves

© 1966 by Thich Nhat Hanh

© 2022 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

© 2022 del prólogo de la edición en castellano: Agustín Pániker

Esta edición ha sido publicada por acuerdo con Riverhead Books, un sello de Penguin Publishing Group, una parte de Penguin Random House LLC. Todos los derechos reservados.

Las imágenes de las hojas de palmera son las fragantes hojas de la palma talipot. Estas hojas largas y fuertes, originarias de Sri Lanka y del sur de la India, se utilizaron como papel cuando se grabaron los primeros sutras. Justo antes de que las hojas se abrieran, se separaban, blanqueaban, secaban, pulían y recortaban en rectángulos. Se escribían los sutras en ambas caras de las hojas y se cosían.

© de la traducción del inglés al castellano: equipo de traductores de Sangha del Buen Ayre

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Editorial Kairós

Imagen cubierta © Plum Village Community of Engaged Buddhism Inc.

Primera edición en papel: Mayo 2022

Primera edición en digital: Junio 2022

ISBN papel: 978-84-9988-986-3

ISBN epub: 978-84-1121-068-3

ISBN kindle: 978-84-1121-069-0

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

Prólogo de Agustín PánikerFragantes hojas de palmeraEstados Unidos, 1962-196326 de junio de 1962, Medford, Nueva Jersey18 de julio de 1962, Medford, Nueva Jersey16 de agosto de 1962, Medford, Nueva Jersey18 de agosto de 1962, Medford, Nueva Jersey20 de agosto de 1962, Medford, Nueva Jersey21 de diciembre de 1962, Princeton, Nueva Jersey23 de diciembre de 1962, Princeton, Nueva Jersey24-25 de diciembre de 1962, Princeton, Nueva Jersey20 de enero de 1963, Nueva YorkVietnam, 1964-19665 de febrero de 1964, Cau Kinh Village20 de marzo de 1964, Saigón12 de diciembre de 1964, Templo Truc Lam Go Vap, provincia de Gia Dinh11 de febrero de 1965, Cau Kinh Village12 de julio de 1965, Cau Kinh Village11 de mayo de 1966, SaigónThich Nhat HanhSobre Plum Village

Prólogo

Pocos meses después de leer con fruición y, acto seguido, contratar los derechos en lengua española del libro que tienes en tus manos –u ojeas en pantalla–, conocimos la noticia del fallecimiento del estimado maestro Thich Nhat Hanh en la pagoda de Tu Hieu de Hué, el mismo lugar donde se había ordenado como monje 80 años atrás.

Curioso que esa última lectura se tratara, en realidad, de uno de sus escritos más antiguos, pues consiste en sus anotaciones entre 1962 y 1966, un diario escrito a caballo entre Vietnam y Estados Unidos; un tiempo en que su país estaba muy convulso (y acabaría por exiliarlo) y en Occidente arrancaba un inusitado interés por el budismo y las espiritualidades orientales.

A diferencia de otros textos de Thây que he saboreado o publicado (y son varias decenas), Fragantes hojas de palmera destila un aroma más personal. Desde sus primeras páginas me conmovió profundamente. Emana ya su característica lucidez, claridad y dulzura. Ahí descubrimos de forma íntima al maestro “socialmente comprometido”, que justo entonces empezaría a despertar la admiración de Martin Luther King, Thomas Merton, los académicos de Princeton o –la que fue– su propia universidad en Saigón. Reencontramos también al hombre de sensibilidad exquisita, maravillado con los árboles, los cielos despejados, los ecos de la poesía clásica vietnamita o las enseñanzas de hondos sutras.

Lo primero que uno concluye al adentrarse en estas anotaciones personales de cuando Thây aún estaba en la trentena es su desbordante honestidad y la coherencia de su trayectoria espiritual. Pocas figuras –budistas o de cualquier filiación– me despiertan tanta admiración como este venerable maestro thien (zen). Él encarnó en vida y figura aquella máxima, tan oriental por cierto (compartida con Gandhi, sin ir más lejos), de que la transformación del mundo no es posible sin operar primero una transformación interior, un cambio de perspectiva, consciencia, ubicación en el mundo y relación con los demás. Él ha sido –seguramente junto a su santidad el XIV Dalái Lama– lo más semejante a la figura del bodhisattva: el «despierto» que se entrega de forma compasiva y desinteresada a liberar a los demás seres del sufrimiento y la ignorancia. O, como reza uno de los primeros títulos con los que me impliqué como editor en la difusión de su enseñanza, él es lo más parecido al Buda viviente, Cristo viviente que tantas miradas y corazones ha logrado abrir.

Thây representa el ejemplo a emular, el faro o la «luz» en la que tomar refugio, pues él da vida, contorno y sentido a los valores de la compasión, el júbilo, el amor o la ecuanimidad. Estos son –como algunos habrán colegido–, los cuatro «insuperables», las cuatro «moradas sublimes de Brahma», motivo de tantas prácticas meditativas del budismo; el mejor antídoto para reconocer, desenmascarar y combatir el odio, la codicia, la avidez, la ofuscación o la violencia que campean y afligen nuestras sociedades. Las «moradas sublimes» que el Venerable irradia al mundo tienen que ver con nuestra forma de relacionarnos con el prójimo y facilitan incorporar el sufrimiento de los demás a nuestro campo de acción y consciencia.

Ahí radica la lucidez que Thich Nhat Hanh preconizó durante décadas, a través de sus textos, enseñanzas y retiros o con su incansable esfuerzo en alentar instituciones y organizaciones que han sabido prolongar y expandir sus enseñanzas con fidelidad y plena consciencia. Y, por encima de todo, con el ejemplo de su propia trayectoria vital, tal y como nos deja entrever de su puño y letra en esta joya de la honestidad que es Fragantes hojas de palmera. Con su lectura, la enseñanza de Thây puede maravillarnos todavía más, ya que el diario revela el contexto en el que esta fue fraguándose: la senda del bodhisattva.

Disfrútenlo. Sigamos aprendiendo.

AGUSTÍN PÁNIKER

Febrero 2022

Fragantes hojas de palmera

Phuong Boi (Fragantes hojas de palmera), es el nombre del monasterio fundado por varios de nosotros, en las tierras altas de Vietnam, como parte de nuestro esfuerzo por renovar el budismo. Phuong significa «fragante», «raro», «precioso». Boi es la clase de hoja de palmera (palmera talipot) utilizada en tiempos ancestrales para transcribir las enseñanzas del Buda.

Estados Unidos 1962-1963

26 de junio de 1962, Medford, Nueva Jersey

Estoy en una cabaña llamada Pomona, en los bosques del norte de Nueva Jersey. Estaba tan oscuro la noche que llegué que la primera mañana me sorprendió la belleza y tranquilidad de este lugar. Las mañanas aquí me recuerdan a Phuong Boi, el monasterio que construimos en las tierras altas de Vietnam central. Phuong Boi fue un lugar para que curásemos nuestras heridas y mirásemos profundamente lo que nos pasaba a nosotros y nuestra situación. Cantos de pájaros llenaban la selva, mientras la luz del sol se recolectaba en grandes reservorios.

Cuando llegué a Nueva York con anterioridad, a principios de ese año, no podía dormir para nada. Hay tanto ruido allí, inclusive hasta las tres de la mañana. Un amigo me dio tapones para los oídos, pero me resultaron muy incómodos. Después de unos cuantos días, empecé a dormir un poco. Es una cuestión de familiaridad. Conozco a algunas personas que no pueden dormir sin el sonido fuerte del tictac del reloj. Cuando Cuong, el novelista, vino a pasar la noche a Phuong Boi, estaba tan acostumbrado a los ruidos del tráfico en Saigón que el profundo silencio de la selva de Dai Lao lo mantenía despierto.

Yo me desperté a ese mismo silencio aquí en Pomona. Los cantos de los pájaros no son ruido. Solamente profundizan el sentido del silencio. Me puse el hábito de monje, salí a caminar y supe que estaba en el paraíso. Pomona está en la orilla de un lago que es más grande que el lago Ho Xuan Huong, en Dalat. Sus aguas claras destellan en la luz de la mañana, y la costa arbolada con pinos revela hojas de cada forma y color, anunciando el pasaje de verano a otoño. Vine aquí para escapar del calor de la ciudad y vivir en la selva por unas cuantas semanas antes de empezar el semestre de otoño en Columbia.

Esa primera mañana, un sonido débil de risas burló mis oídos. Seguí el sonido aún mientras abotonaba mis hábitos y, más adelante, el camino desde mi cabaña se abría a un amplio claro con varias cabañas. Ahí, vi a docenas de niños cepillándose los dientes y lavándose sus caras en un lavatorio al aire libre. Eran de Pueblo Cherokee, un campamento nocturno para niños de siete a diez años, uno de los «pueblos» que conforman Campo Ockanickon. Todo ese primer día me la pasé jugando con los chicos de Pueblo Cherokee. Ellos habían encontrado un cervatillo color dorado con pintitas blancas llamado Datino, y lo estaban alimentando con avena mezclada con leche y tiernas hojas de repollo.

Solo traje unos cuantos libros conmigo, y no he tenido tiempo para leer ninguno de ellos. ¿Cómo puedo leer cuando el bosque es tan calmo, el lago tan azul y las aves cantan tan claro? Algunas mañanas me quedo en la selva todo el día, paseando sin prisa bajo los árboles y recostándome sobre una carpeta de musgo suave, mis brazos cruzados, mis ojos mirando al cielo. En esos momentos soy una persona diferente; podría decirse que soy «mi verdadero yo». Mis percepciones, sensaciones y pensamientos no son los mismos que cuando estoy en Nueva York. ¡Todo aquí parece más brillante, me atrevo a decir milagroso!

Ayer remé en una canoa más de una milla hasta el extremo norte del lago. Me quedé un rato largo entre los nenúfares y solo volví cuando el atardecer teñía el cielo de violeta. Después oscureció rápidamente. Si me hubiera retrasado un rato más, no hubiese podido encontrar el camino de regreso a Pomona.

La selva aquí no tiene la fruta sim como en Phuong Boi, pero sí tiene unas bayas que son igualmente azules y dulces, llamadas arándanos. Hoy fui con dos chicos de ocho años a regoger algunas, y nos llenamos la boca ¡hasta que quedaron azules! Los chicos hablaban todo el tiempo. Uno dijo que vio un cuco anoche, un demonio con cuernos, que metió su mano dentro de la carpa y atrapó a los chicos que dormían. Él lo decía con convicción, pero debió de haber sido uno de los guías chequeándolos por la noche. Sonreí y seguí juntando arándanos, cuando el chico retrocedió y me preguntó en voz alta:

–No me crees, ¿verdad?

–Te creo, pero solo un poquito –le respondí.

–¿Por qué?

–Porque lo que dices es difícil de creer. Requiere un gran esfuerzo creer, aunque sea un poquito.

Se lo veía devastado. Esa tarde los dos muchachos vinieron a Pomona y ambos afirmaban que habían visto al cuco. Hablaban convencidos de lo que decían, y no tuve más remedio que conceder.

–Vale, os creo.

Satisfechos, regresaron a Pueblo Cherokee.

En días así, echo de menos Phuong Boi. La selva de Dai Lao es mucho más densa y salvaje. ¡Hasta hemos encontrado tigres! Sueño con Phuong Boi muchas noches, pero en estos sueños siempre hay un obstáculo que me impide ingresar. Cuanto más anhelo Phuong Boi, más triste me pongo. Phuong Boi era nuestra tierra. Como el hermano Nguyen Hung solía decir: «Phuong Boi no nos pertenece a nosotros. Nosotros pertenecemos a Phuong Boi». Nuestras raíces están ahí, profundas en la tierra. La gente dice que solo los recuerdos tristes se quedan con uno, pero no es verdad. Esos fueron los días más felices de nuestras vidas, y ahora, por nuestros recuerdos, cada uno de nosotros, donde sea que estemos, giramos en dirección a Phuong Boi como un girasol hacia el sol.

Cuando llegamos a Phuong Boi por primera vez, Nguyen Hung todavía vivía en Dalat. Nuestro grupo sufrió tantas decepciones en nuestros esfuerzos de inculcar los ideales del budismo en las vidas del pueblo de Vietnam. Hung tenía diez años menos que yo, pero ya había experimentado otras tantas decepciones. Todos nosotros sufríamos por el estado de nuestro país y por el estado del budismo. Intentamos construir un budismo de base, que se basara en las aspiraciones de la gente, pero no tuvimos éxito. Escribí artículos, publiqué libros y edité revistas, incluyendo el Diario de la Asociación General Budista, para promover la idea de un budismo humanístico, unificado, pero a los dos años la publicación del diario fue suspendida. La Asociación dijo que era por falta de fondos, pero era realmente porque los líderes budistas no aprobaban mis artículos. En una reunión, declararon: «¡Nunca nadie ha usado nuestra revista para predicarnos sobre la unificación de la comunidad budista!».

Nos sentíamos perdidos. Nuestra oportunidad de influir sobre la dirección que tomase el budismo se había escapado. La jerarquía era muy conservadora. ¿Qué posibilidades teníamos nosotros –jóvenes sin una posición y sin nuestra asociación– de poder cumplir nuestros sueños? Me enfermé tanto que casi muero, así que me fui de la ciudad para vivir en otro pequeño templo en el distrito de Blao. Nuestros otros amigos también se fueron en distintas direcciones. Se sentía como el final.

Pero tampoco pude encontrar paz en Blao. El templo ahí también era parte de la jerarquía budista. De vez en cuando la hermana Dieu Am venía de Djiring de visita, y traía medicinas y naranjas. Gracias a ella, fuimos capaces de juntar el coraje para hacer de Phuong Boi una realidad. Ella ahora yace en paz en el corazón de la tierra.

He estado pensando mucho sobre los comienzos de Phuong Boi. En otoño de 1957, le confesé a la hermana Dieu Am: «Hemos perdido la última ancla. Quizás nuestra práctica no es lo suficientemente fuerte. Necesitamos una ermita donde podamos dedicarnos a practicar. ¿Puedes ayudarnos?».

Ella dijo que nos daría muy felizmente el Bosque de los Ciruelos y regresaría al templo Thien Minh, en Hue, pero que ella no tenía la autoridad para hacerlo. Qué amoroso y precioso era su corazón. Sonreí y le dije: «Pedirte que regreses a Hue sería peor que el hecho de que nosotros no tengamos un lugar». La hermana Dieu Am vivía en Djiring, en la tranquilidad del Bosque de los Ciruelos. Por eso llamamos al puente de la entrada de Phuong Boi Puente de los Ciruelos. Qué hermoso era ese puente, aunque ahora yace roto y deteriorado.

Los muchos contratiempos que tuvimos afectaron nuestra fe. Sabíamos que necesitábamos un lugar para sanar nuestras heridas, nutrirnos y prepararnos para nuevas iniciativas. Conversaciones como esas dieron nacimiento a nuestra determinación de construir una ermita, y elegimos la selva de Dao Lao, un lugar remoto y tranquilo con abundante espacio, montañas para contemplar, arroyos de aguas claras, jardines y sendas para caminar, como el lugar para realizarlo. La idea de una ermita así nos atraía como el agua fresca a un viajero en el desierto, como un regalo a un niño. Nos imaginábamos un lugar donde pudiéramos cultivar las prácticas que eran necesarias para la gente de nuestra época. La selva de Dai Lao está a unos seis kilómetros y medio al norte de Blao, donde se elevan las montañas más altas. En ese momento, la selva pertenecía a los montañeses, una tribu de las colinas, y estaba siendo vendida bastante barata por ellos. Terrenos a ambos lados de la ruta estaban siendo despejados para el cultivo o preservados como selva virgen.

La primera vez que anduvimos por el camino de tierra en la profunda y misteriosa selva de Dai Lao, la hermana Dieu Am y yo sabíamos que estábamos viendo el futuro. El nombre Phuong Boi expresaba nuestro ideal de servir a las raíces de nuestra preciosa cultura budista. Phuong significa «fragante», «raro» o «precioso». Boi es la clase de hoja de palmera sobre las que se escribían las enseñanzas del Buda en tiempos ancestrales.

Esta parte de la selva pertenecía a la jurisdicción de un pueblo llamado B’su Danglu. Después de varias semanas, la hermana Dieu Am, Dieu y yo logramos hacer un mapa con las sesenta hectáreas de la parcela que queríamos, y ofrecimos 6.500 piastras (aproximadamente 90 dólares). No estábamos tratando de sacar provecho de los tranquilos montañeses. Ese era el precio real para esos terrenos, y de hecho les ofrecimos 3.500 piastras más (50 dólares). Completamos la transacción con dos hombres amistosos, llamados K’Briu y K’Broi, quienes no sabían leer ni escribir. Pero el jefe regional de Blao, llamado K’Bres y su jefe de distrito llamado K’Dinh sí sabían.

En un soleado domingo en agosto de 1957, Tue y yo llegamos a la oficina del jefe para firmar los papeles. Los firmé como Nhat Hanh, la primera vez que firmaba una escritura. Al pie del contrato estaban las huellas digitales de K’Briu y K’Broi, y del prefecto adjunto de B’su Danglu; las firmas de K’Bres y K’Dinh, y mi propia firma. Así, me volví un propietario, hecho que más adelante los comunistas utilizarían para denunciarme.

18 de julio de 1962, Medford, Nueva Jersey

Ha estado lloviendo durante días. El techo de Pomona gotea y los libros sobre mi escritorio se están empapando. He cambiado de lugar el escritorio varias veces, y esta mañana creo que finalmente he encontrado un lugar seco. Anoche, veinte chicos de Ranger Village vinieron a mi cabaña para escuchar una charla sobre budismo. He sido el «orador invitado» del campamento durante la mayor parte de este mes.

Me he dirigido a ocho grupos en total, incluyendo a los chicos más pequeños de Pueblo Cherokee. Los Rangers son los más viejos. Cada niño trajo mucha madera para la chimenea. En las noches frías, el calor de un hogar hace que Pomona sea acogedor. Los chicos y yo nos reunimos alrededor del fuego. Llevaba los pantalones grises y la camisa de un monje novicio y comencé diciéndoles que estos constituían la ropa de uso diario de los novicios budistas vietnamitas.

«Un monje ya ordenado debe usar una túnica marrón como la que cuelga ahí en esa esquina –les dije–, pero me gusta usar la ropa de un novicio. Me hace sentir joven». Luego me puse mi túnica y les expliqué que los monjes en Vietnam usan el color marrón para identificarse con los campesinos, que también usan marrón. Después de eso, me puse mi túnica sanghati y les dije que esta túnica amarilla se usa solo para ceremonias especiales. Les hablé sobre el budismo del sur (Theravada) y el del norte (Mahayana) y hablé también un poco sobre la noción de la visión profunda budista y las similitudes entre el budismo y cristianismo. Los jóvenes son oyentes ávidos y siempre tienen muchas preguntas. ¡Su curiosidad es ilimitada! Preguntaban: «¿Por qué los templos budistas tienen techos curvos?», «¿Eres vegetariano?», «¿Pueden casarse los monjes budistas?», «¿Qué piensa el budismo de Jesús?». Para concluir nuestra sesión –ya eran las once de la noche–, canté «Desarraigando el sufrimiento ilimitado». Después de que se fueron, puse un poco más de madera en el fuego y me senté, mirando las llamas, mientras afuera continuaba lloviendo. Imaginé que así también llovía en Saigón, Hue y Phuong Boi. El hermano Thanh Tue escribió que ha estado lloviendo en Phuong Boi durante semanas y que una sección del techo de la Casa Montañesa había sido arrancada por los vientos. No sé si planea repararlo o dejar que los vientos tiren abajo toda la casa. Trabajamos tan duro para construir la Casa Montañesa en la cima de la colina más alta. La pendiente pronunciada del techo hizo que se asemejara a dos manos uniéndose en oración. Pasamos tantas horas felices allí –estudiando, planeando, bebiendo té y escuchando música–, por lo general sentados en nuestros talones al estilo japonés. Pero cuando nuestros pies y piernas se cansaban, nos cambiábamos al estilo camboyano, con las piernas colocadas hacia un lado. Usábamos la posición del loto solo para sentarnos meditando. Esta noche me imagino sentado en Phuong Boi con Nguyen Hung, Tue, Thanh Tu y Tam Hue y sonrío tranquilamente. Cada uno de nosotros pertenece a Phuong Boi, como dijo Hung. Me pregunto si Hung añora Phuong Boi tanto como yo.

Tras comprar sesenta acres de tierra, no nos quedaba dinero, ni siquiera lo suficiente para medicinas (todavía no me encontraba bien). Así que el tío Dai Ha y yo decidimos limpiar diez acres para plantar té. Contratamos a tres docenas de montañeses para que nos ayudaran a limpiar la tierra, y un mes después, cuando los árboles talados se habían secado, los quemamos. Luego tuvimos que esperar hasta el comienzo de la temporada de lluvias para plantar el té. Pasaría un tiempo antes de que las plantas de té fueran productivas, y tuvimos que encontrar otras maneras de producir ingresos. El hermano Thanh Tue fue a Saigón a recoger los royaltis que me debían de varias editoriales. La hermana Dieu Am donó algunos fondos, y eso nos permitió seguir adelante.

En una mañana soleada cinco meses más tarde, la hermana Dieu Am, Thanh Tue y yo seguimos al tío Dai Ha al bosque y lo encontramos transformado en una colina de plantas de té jóvenes. El tío Dai Ha había contratado a los trabajadores montañeses para hacer la siembra, era un simpatizante del Dharma tan dedicado. El bosque estaba húmedo y el sendero no estaba bien marcado. Tuvimos que detenernos varias veces para quitarnos las sanguijuelas de las piernas. El tío Dai Ha no se molestaba con ellas en absoluto. Una vez, dijo, sus piernas estaban tan cubiertas de sanguijuelas que tuvo que frotar una cuerda de bambú arriba y abajo para desprenderse de ellas. Thanh Tue y yo estábamos un poco nerviosos a causa de las sanguijuelas. Nos deteníamos a sacárnoslas, un poco disgustados. Pero la hermana Dieu Am gritaba cada vez que una se pegaba a su pierna, y teníamos que ir a auxiliarla. Después de algunos meses, incluso ella logró superar su miedo.

En verano, podíamos pasear a gusto. Pero las sanguijuelas regresaban tan pronto como el bosque se humedecía de nuevo. El tío Dai Ha nos explicó: «No mueren en el verano, simplemente se secan. Cuando llegan las lluvias, reviven». Nos contó que una vez uno de sus trabajadores recogió lo que parecía ser una ramita para usar como cepillo de dientes, pero de repente el «cepillo de dientes» comenzó a retorcerse. Era una sanguijuela revivida por su saliva. La arrojó al suelo y tuvo que ir a buscar agua para enjuagarse la boca varias veces. La gente de la montaña suele frotar una especie de pomada en sus piernas para repeler las sanguijuelas, o bien llevan piedra caliza, del tipo que se mastica con nuez de areca. Si frotas un poco de piedra caliza sobre una sanguijuela, se cae.

Caminamos compartiendo historias, y sin darnos cuenta alcanzamos la colina del té. La Colina Montañesa era la más alta en el bosque. Mirando desde ese lugar, el cielo era de un azul perfecto y las nubes de un blanco puro. Las montañas a lo lejos, envueltas en nubes, parecían islas emergiendo desde algún mar. En un día despejado, podíamos ver el vasto paisaje que se extendía bajo ellas. Cada mañana durante dos años, subí caminando a la Colina Montañesa, y Phuong Boi me parecía cada vez más hermoso que antes. Algunas mañanas la niebla era tan densa que apenas podías ver tu mano delante de tu cara, pero, aun así, era una alegría pararse en la Colina Montañesa. Una mañana, cuando el bosque resonó con las canciones de los pájaros, Hung y yo subimos a la Colina Montañesa desde la sala de meditación.

Cuando llegamos a la cima, vimos a dos ciervos bailando entre las plantas de té. Bajo la luz de la mañana, sus pieles parecían seda dorada salpicada de estrellas blancas. Nos quedamos totalmente quietos para no asustarlos, y los vimos jugar en la colina del té. Luego, saltando uno detrás del otro, desaparecieron hacia el sur del bosque. Nos quedamos sin palabras.

Aunque la colina estaba plantada con té, todavía parecía salvaje y sin cultivar. Caminamos entre las hileras de plantas y alrededor de los muchos troncos de árboles que quedaban. El tío Dai Ha nos dijo que se pudrirían en unos años, así que no había necesidad de arrancarlos. La tierra allí era suave y fragante. Rodeamos la colina, y luego hicimos una pausa en el borde del bosque donde el tío Dai Ha tenía la intención de despejar quince hectáreas más para hacer unas construcciones y un jardín. Un año más tarde, cuando Nguyen Hung se mudó con nosotros, las plantas de té ya estaban produciendo una pequeña cosecha, y la hermana Dieu Am propuso que despejáramos otras cinco hectáreas y plantáramos más té.

Al mismo tiempo, comenzamos a construir una casa comunitaria de dos pisos a los pies de la Colina Montañesa. La planta superior serviría como una sala de meditación y la planta baja sería para una biblioteca, un estudio, un dormitorio, una cocina y una sala de estar. Me las arreglé para vender otro manuscrito, «Nuevos descubrimientos sobre el budismo», pero, aun así, todavía enfrentábamos dificultades financieras. Pedíamos ayuda a todos los que conocíamos. Además de la hermana Dieu Am, los que más ayudaron fueron Nhu Thong, Nhu Khoa y la familia del tío Dai Ha. A medida que las construcciones se iban haciendo, los trabajadores se encontraban con muchas dificultades para entrar y salir de Phuong Boi.

Un camión, incluso con cadenas para los neumáticos, no conseguía subir la fangosa colina para entregar la madera y los suministros que necesitábamos. El tío Dai Ha tuvo que abrir otro camino de cuatrocientos metros de largo a través del bosque. Yo era el geo mentor, determinando cuál era la mejor manera de orientar las construcciones para asegurar bienestar. Tal vez mi falta de habilidad en el feng shui es la razón por la que ya no tenemos Phuong Boi y está todo esparcido a los vientos. No debería haber aceptado la tarea.

La hermana Dieu Am viajaba desde el Bosque de los Ciruelos cada semana para unirse a nosotros, y su salud prosperó gracias al arduo trabajo y el senderismo. ¡Ni siquiera Nhu Khoa, un joven robusto, podía seguirle el ritmo! Queríamos mudarnos a Phuong Boi a tiempo para la temporada lluviosa de retiro, así que duplicamos nuestros esfuerzos. Para entonces la carretera estaba despejada, y pudimos entrar en Phuong Boi cruzando un puente y siguiendo el camino hasta los pies de la Colina Montañesa.

¡Ojalá pudiera pasar el resto de mi vida caminando en ese hermoso bosque! El sendero era fragante con flores de chieu y muchas otras. Al llegar al Puente de los Ciruelos, en la entrada de Phuong Boi, se levantó mi espíritu. Sentí que había llegado. (El resto del camino era aún más agradable. Entonces, inesperadamente, Phuong Boi y la Colina Montañesa aparecieron al doblar la curva. Al maestro zen Thây Thanh Tu le encantaba pasear por allí con su ancho sombrero de paja, apoyándose en su bastón.

El viento y las lluvias llegaron justo antes del comienzo de la temporada de retiro, y transportar las cosas resultaba difícil. Teníamos camas, bibliotecas, una pequeña estufa y muchas otras cosas para comenzar. Tue estaba enseñando en Bao Loc y no le era posible ayudar mucho. Hung y yo pasamos largos días poniendo los toques finales en la sala de meditación, tratando de crear una sensación de simplicidad y armonía. En esta sala de meditación, no nos sentábamos en el suelo, sino sobre plataformas. El Buda en el altar fue pintado por mi hermano mayor, Thây Giai Thich, y su expresión era de serenidad y alegría.

Una tarde, mientras Hung y yo nos paramos en el balcón mirando hacia abajo, en dirección al Bosque de la Meditación, vimos una nube que se extendía como un rayo de seda desplegada desde el borde del bosque hasta los pies de la Colina Montañesa. Corrimos colina abajo para alcanzar la nube, pero había desaparecido. Así que subimos de nuevo la colina, ¡y allí estaba otra vez! Llena de pinos y otros árboles majestuosos, El Bosque de la Meditación era la parte más hermosa del bosque. Planeábamos hacer senderos estrechos y también algunos lugares donde uno pudiera sentarse a meditar o a reflexionar en paz. Había muchas variedades de flores para que escogiéramos para el altar del Buda, pero nuestras favoritas eran las flores de chieu y trang.

Nhu Ngoc y Nhu Thong prometieron que vendrían de Saigón para la ceremonia de apertura. Con tan mala suerte que llovió ese día. Nhu Khoa le había prestado a Hung y Tue un jeep para transportar dos mil libros para nuestra biblioteca, pero una y otra vez el jeep subía hasta la mitad de la colina y luego se deslizaba hacia abajo. Tomó todo el día subir los libros y descargarlos. En el último viaje de Hung, llevando una hermosa biblioteca donada por Nhu Thong, comenzó a llover tan fuerte que Hung y Thanh Tue parecían almizcleros. Estaba archivando libros cuando los vi, empapados hasta los huesos y temblando. Envolví los pies de Hung en mantas y comencé a encender un fuego para que Tue se secara, pero él insistió en conducir de regreso a la ciudad.

Tam Hue nos sirvió la cena a las siete, la primera comida en nuestra nueva mesa de cocina. Hung sentía tanto frío que se negó a acompañarnos. Finalmente accedió a sentarse a la mesa y le ofrecí un tazón de arroz, instándole a tomar al menos un bocado. A regañadientes, recogió sus palillos y pronto estaba felizmente comiendo y conversando, permitiéndole a la señora Tam Hue llenar su cuenco tres veces más. Esa noche durmió profundamente, sin síntomas de haberse resfriado siquiera. A la mañana siguiente, Tue regresó a Phuong Boi y nos dijo que, después de haber regresado al Templo Bao Loc, se cambió y se puso ropa seca, se sirvió una taza de té caliente y se fue a dormir mientras esperaba a que su té se enfriara. Sintiéndose ajeno del mundo, durmió durante toda la noche.

Hung y yo pasamos la noche en Phuong Boi por primera vez. Las puertas aún no estaban bien colocadas y los fuertes vientos echaron abajo una viga de madera, despertándonos con un tremendo golpe. Escuchamos el aullido del viento y supimos que un tifón se avecinaba. Allí estábamos, en medio del bosque, lejos de la civilización. Nuestro único deseo era asentarnos allí, construir una casa en el bosque y crear un territorio seguro. Después de ese estruendoso golpe no pudimos volver a dormir, así que Hung y yo encendimos un fuego y charlamos hasta que los primeros trinos de los pájaros y los aullidos de los gibones anunciaron la llegada del amanecer.

Luego subimos a la Colina Montañesa y vimos el cielo del este sonrojándose con el rosa del amanecer. La niebla ocultó las montañas distantes. ¡Phuong Boi era una realidad! Ella nos ofreció sus colinas indómitas como una enorme y suave cuna, cubierta de flores silvestres y pastos del bosque. Aquí, por primera vez, nos sentimos a salvo de la crudeza de los asuntos del mundo.